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❦ Capítulo seis

Lost in your touch 

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Naerys guió a Jacaerys por los pasadizos secretos de la Fortaleza Roja, revelándole un mundo oculto que pocos conocían. Mientras caminaban en silencio, ella podía sentir la curiosidad y la sorpresa en su mirada; tal parecía que su madre jamás le mencionó los pasadizos que Naerys había recorrido innumerables veces.

Al llegar al final del pasadizo, se encontraron con una vista impresionante de la ciudad. Pero cualquier fascinación que Jacaerys pudiera haber sentido se desvaneció rápidamente cuando vio a Aegon y Aemond, esperándolos allí, ambos lado a lado. Sabía que esto no iba a ser fácil de explicar.

—Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí, —provocó Aegon, acercándose a Jacaerys con una sonrisa burlona en su rostro. —¿Quién lo diría? El príncipe ejemplar escabulléndose con una princesa a estas altas horas de la noche.

Naerys rodó los ojos ante su acto infantil. Aegon siempre disfrutaba jugando con los demás y poniendo a prueba los límites de las personas. En cualquier otra situación lo hubiera dejado seguir, pero no quería que nada ni nadie arruinara esta noche, pues le había tomado mucho tiempo lograr convencer al príncipe de finalmente venir con ella.

—Madura, —le dijo en tono de reproche.

Pero la verdadera tormenta llegó en forma de la mirada furiosa de Aemond, dirigida hacia Jacaerys. Podía sentir su ira arder en su interior.

—Me sorprende que nuestro sobrino tenga las suficientes agallas para venir, —habló Aemond por primera vez. —¿Acaso sabe a dónde vamos?

Jacaerys buscó la mirada de Naerys en busca de respuesta, pero ella no se la dio. —No, aún no lo sabe, —respondió con indiferencia.

La pregunta de Jacaerys sobre su destino no obtuvo más que una respuesta indiferente por parte de Aegon. —A la calle de la seda, —dijo con ligereza, mientras comenzaba a descender los escalones.

Jacaerys negó con la cabeza rápidamente, parecía como un cachorro herido. —Jamás acordé a esto.

Naerys se divirtió con su reticencia, sabiendo que la curiosidad era lo que guiaba al mal camino y, al ser restringido toda la vida, la tentación sería demasiada para Jacaerys como para resistirla.

Aemond resopló y lanzó un comentario. —Me lo veía venir. No tiene las agallas necesarias.

La mandíbula de Jacaerys se apretó mientras sus ojos se clavaban en Aemond, su mirada llena de una intensidad desafiante. Era evidente que la rivalidad y el resentimiento entre ellos iban en aumento. Aemond, por su parte, respondió con una sonrisa egocéntrica, deleitándose en el malestar de Jacaerys.

Naerys suspiró con cansancio y decidió tomar el control de la situación. —Esto me está cansando, —anunció con firmeza. —Si quieren regresar, pueden hacerlo. Me da igual.

Pasó junto a ellos, buscando la compañía de Aegon y entrelazando sus brazos. En lo más profundo de ella, sabía que tanto Jacaerys como Aemond no tardarían en seguir su camino. Dejaron atrás a los jóvenes príncipes, quienes parecían tener una guerra de miradas antes de finalmente decidir seguirlos.

Aegon rompió el silencio entre ellos con susurros. —Tengo que admitirlo, te subestimé, Nae, —confesó.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Naerys mientras respondía, —Todo se puede lograr con la motivación adecuada.

Y, por supuesto, ella tenía la motivación adecuada. Baela realmente creía que podía simplemente golpearla y ser parte del atentado contra su hermano, donde perdió su ojo, sin tener consecuencias. Claro que no. Aunque los años hubieran pasado, aún tenía una deuda que pagar y Naerys se aseguraría de que lo hiciera. Ahora se atrevía a querer entrometerse entre el compromiso de ella y Jacaerys, pero no dejaría que ella, de todas las personas, fuera la que le arrebatara el Trono de Hierro.

Aegon rió y pasó su brazo por los hombros de Naerys, acercándola a él. Era un gesto poco común, pero el alcohol en el sistema de Aegon era la causa. Había momentos fugaces en los que mostraba destellos de comprensión, amabilidad y cariño, pero siempre eran opacados por la ausencia de su padre. Era un ciclo constante que dejaba un vacío en su interior, profundizándose con cada día que pasaba.

La constante sensación de insuficiencia ante los ojos de su padre la carcomía. Cada vez que se despertaba sola en sus aposentos, se preguntaba qué valía la pena para levantarse. Tener a su hermano tan cerca, pero sentirlo tan lejos de ella, era agotador. Anhelaba algo genuino, que la tratara con sobriedad y sinceridad.

Mientras caminaban juntos, Jacaerys se separó para examinar los alrededores. Se encontraban en medio de un carnaval bullicioso, donde la multitud chocaba constantemente contra ellos sin detenerse a comprobar si eran de la realeza. Todos estaban demasiado preocupados con sus propios problemas. Era liberador, en cierto sentido.

Aquí, afuera, Jacaerys no era catalogado como un bastardo ni como el próximo heredero al Trono de Hierro cuando su madre ascendiera al trono. Él era simplemente alguien más en medio de las multitudes. No tenía que rendir cuentas a nadie.

Pero su falta de atención los llevó a quedar separados del grupo. Naerys lo miró con severidad y cuestionó, —¿Qué parte de quedarte con nosotros no entendiste?

Tomó su mano con desgana, guiándolo apresuradamente para alcanzar al resto. Sabía que Jacaerys aún era nuevo en experimentar tanta libertad, pero aquí, nadie respetaba ni protegía a la realeza. Era una realidad tortuosa y cruel vivir en esas condiciones, lo que llevaba a las personas a convertirse en sus peores pesadillas si así lo deseaban.

Había una oscuridad allí a la que Jacaerys no había estado expuesto, una oscuridad que no podía comprender por completo. Naerys había presenciado suficiente maldad y crueldad como para defenderse entre ellos, pero Jacaerys, afortunadamente o desafortunadamente, había sido protegido de experimentar más de lo que el mundo ofrecía.

Aegon y Aemond se detuvieron en su camino, esperando pacientemente a que regresara. Se posicionaron a cada lado de ella, formando una barrera protectora: Aemond a su izquierda y Jacaerys a su derecha, posicionado entre ella y Aegon. La multitud a su alrededor era bulliciosa y caótica, y las personas tendían a ser demasiado manos largas. 

Al ingresar al burdel, un lugar que frecuentaban con regularidad, se separaron y se dispersaron entre la multitud. Antes de alejarse, Aemond se aseguró de chocar bruscamente su hombro contra el de Jacaerys, como una muestra de desprecio.

Naerys tomó la mano de Jacaerys y lo condujo a través de la gente, que estaba tan absorta en su propio placer que no les importaba ser observados. Jacaerys parecía incómodo, se movía inquieto cada vez que miraba fijamente o se encontraba con posturas que ni siquiera se había imaginado antes. Sus mejillas se sonrojaban ligeramente y sus palmas comenzaban a sudar de nerviosismo.

Jacaerys notó que Naerys parecía conocer el sitio perfectamente, como si ya hubiera estado allí anteriormente. Ese solo pensamiento pareció disgustarlo, la idea de que ella hubiera compartido momentos íntimos con otros despertaba celos en él. Naerys frecuentaba el lugar, pero no por placer, sino en busca de Aegon y traerlo de regreso a su hogar sano y salvo.

Aunque era consciente de las reacciones del príncipe, Naerys continuó llevándolo a través de los pasillos y habitaciones del burdel. Llegaron a un rincón más apartado del lugar, donde se encontraba una especie de cama improvisada en el suelo y telas blancas que separaban las diferentes áreas. Estas telas no estaban destinadas a impedir que los demás los observaran, sino más bien a dividir el espacio, lo que permitía que todos tuvieran una vista libre para mirar a los demás y viceversa. La gente estaba demasiado absorta en su búsqueda de liberación como para preocuparse por los demás.

Al ver a Jacaerys perdido en sus pensamientos, sentado en el borde de una de las camas improvisadas, Naerys soltó un suspiro de aburrimiento y se acercó a él. Jacaerys la miró confundido mientras ella se colocaba frente a él y se sentaba sin restricciones en su regazo.

La acción provocó que Jacaerys se tensara visiblemente. Sus manos se dirigieron instintivamente a la cintura de Naerys, pero las apartó al darse cuenta. Ella sonrió ante su nerviosismo, notando cómo evitaba su mirada divertida.

Lentamente, lo recostó sobre la cama, manteniéndose sobre él. Empujó suavemente su cuerpo hacia el interior de la cama, utilizando sus caderas para presionarlo contra el colchón. Tomándose la libertad de admirar sus rasgos, Naerys observó sus labios rosados y suaves, el brillo inocente en sus ojos, y la tranquilidad de su respiración. Se movió más arriba sobre sus caderas, arreglando su cabello despeinado con una expresión serena en su rostro. Jacaerys miró hacia el techo, permitiéndole continuar con sus caricias.

Guiando sus manos hacia sus caderas, Naerys le permitió explorar su cuerpo con toques tentativos. Mientras tanto, su pulgar bajó suavemente hacia sus labios, sintiendo la suavidad de su piel contra la suya. Presionó ligeramente sus pulgares en sus labios, y sus ojos se encontraron rápidamente.

Sus caderas se frotaron contra las suyas en un intento de levantarse, pero Jacaerys la sujetó firmemente, su agarre fuerte presionando sus caderas juntas, impidiéndole moverse de su posición. Naerys lo vio cerrar los ojos, entregándose al placer y dejando que la excitación se apoderara de él. Sus manos se deslizaron, acariciando suavemente su piel a través de la tela de su vestido. Sus pulgares presionaron contra su estómago, haciendo que su corazón latiera con más fuerza. El cosquilleo y la anticipación recorrieron cada fibra de su ser.

Movió sus caderas hacia adelante, buscando más contacto, y sintió algo duro y pulsante presionando contra la abertura entre sus piernas. Una sonrisa se dibujó en sus labios al darse cuenta de que había logrado su objetivo. Era ella quien lo había llevado a este estado de excitación y deseo. Era ella quien lo tenía completamente entregado.

El ritmo se estableció, sus caderas moviéndose en perfecta sincronía, frotándose una contra la otra, generando una creciente presión en el fondo de su estómago. Un gemido suave escapó de los labios de Naerys, y pudo sentir cómo Jacaerys apretaba su agarre en sus caderas, totalmente perdido en el éxtasis del placer. Un leve gruñido escapó de su boca, alentándola a continuar.

Para Naerys, era fascinante ver cómo Jacaerys se entregaba por completo al placer, cómo se olvidaba de sus principios y morales en busca de esa satisfacción que solo ella podía brindarle. Le encantaba tener ese poder sobre él, tener el control absoluto de sus sentidos y deseos.

—¿Qué pensaría Baela si supiera de esto? ¿Qué pasaría si nos descubriera en este mismo instante? —le susurró, mordiendo ligeramente su labio inferior.

Jacaerys ignoró por completo sus palabras, aferrándose aún más a sus caderas, incitándola a ir más rápido, a aumentar la intensidad de sus movimientos. Pero en lugar de complacer su deseo, Naerys soltó una leve risa y se inclinó hacia él, acercando su rostro al suyo.

—Te arrepentirás —pronunció esas palabras con una certeza inquebrantable mientras sus labios rozaban los de él. Conocía los principios y los valores que guiaban a Jacaerys, y sabía que tarde o temprano el peso del arrepentimiento y la culpabilidad caerían sobre él.

Sin más dilación, Naerys se levantó de su regazo, rompiendo el contacto físico entre ellos. Sabía que había dejado una marca en él que difícilmente podría borrar de su mente. Pero también sabía que esto era parte de su estrategia para alcanzar el trono y no podía permitirse ser arrastrada por la debilidad de la excitación.

A medida que Naerys se alejaba, su mirada se cruzó con la de Aemond, oculto entre las telas. Sabía que él había sido testigo de todo el juego que acababa de interpretar, y podía sentir su ira contenida a través de su mirada. Una sonrisa sutil se dibujó en sus labios al ver la expresión de frustración en el rostro de Jacaerys. Él había bajado la guardia ante ella, sucumbiendo a sus encantos y manipulaciones. En ese momento, Naerys sintió una inmensa satisfacción.

Caminando por los pasillos del burdel, un pensamiento ingenioso se formó en su mente. ¿Qué pensaría Rhaenyra al enterarse de que su propio hijo, el próximo heredero al trono, había estado aquí, en este lugar prohibido?

Su abuelo, Otto, le había enseñado los secretos del engaño, cómo manipular a las personas con palabras cuidadosamente elegidas y emociones falsas. Era una habilidad que se había convertido en parte de su día a día. Pero esta vez, tenía un propósito más profundo. No se trataba solo de Baela, sino también de Rhaenyra. La rivalidad entre ellas había existido desde siempre, y ahora tenía la oportunidad de aprovecharla al máximo.

Nada le daría más satisfacción que ver a Rhaenyra perder a su hijo, el futuro heredero al trono, y saber que había sido ella quien había urdido su caída. Sería el mejor espectáculo que podría darle a su familia, un golpe devastador para el orgullo de Rhaenyra. 

 La imagen de Rhaenyra, abatida y derrotada, llenaba su mente.


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El meme me representa totalmente. Estoy sin palabras. No sé si quiero ser Naerys o Jacaerys.

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