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❦ Capítulo dos

❦ 𝐇𝐨𝐰 𝐜𝐨𝐮𝐥𝐝 𝐲𝐨𝐮...? ❦

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Mientras caminaba con su madre y Ser Criston, Naerys observaba el entorno con atención. Pasaron por el gran salón, donde los señores y damas del reino se reunían para fiestas y reuniones. Las puertas estaban cerradas, pero podían oír el murmullo distante de las voces desde dentro. 

A medida que seguían, atravesaron los jardines reales, —¿He perdido mi cordura, Ser Criston? ¿Mis sentidos me han engañado o todos están atrapados en el mismo sueño confuso? —preguntó la reina Alicent, rompiendo el silencio que los había acompañado desde que terminó de conversar con su esposo.

—A veces así parece, majestad —concuerda Ser Criston, manteniendo la mirada al frente.

—Ella alardea del privilegio de su herencia, espera que todos en La Fortaleza Roja nieguen la verdad ante sus ojos. Y el rey, su padre...

—Él lo sabe.

—¡Por supuesto que lo sabe! O lo sabía y se convenció de lo contrario. ¡No hace más que justificarla!

Naerys escuchaba atenta las palabras intercambiadas entre su madre y su protector. Había oído a su madre múltiples veces decir que sus sobrinos no eran más que bastardos. Ella misma lo comprobó una noche, espiando a su hermana y descubriendo su relación con Harwin Strong. Lo que más la impactó fue ver que Laenor estaba enterado y aceptaba el amorío. Al principio, Naerys habia sentido pena por el hombre, creyendo que estaba siendo vilmente engañado.

—La princesa Rhaenyra es descarada e insaciable —comenzó a decir Ser Criston con veneno en su voz—. Una araña que pica y deja seca a su presa. Una puta mimada.

Tanto Alicent como Naerys se detuvieron ante las palabras de su acompañante. Alicent lo miraba con reproche, mientras que Naerys no pudo evitar una sonrisa divertida.

—El lenguaje vulgar no le queda bien, Ser Criston —comentó Naerys, entretenida. Ahora, era ella quien recibía una mirada desaprobatoria por parte de su madre.

—Fue inapropiado, majestad, me disculpo —dijo cabizbajo Ser Criston.

—Tengo que creer que el honor y la decencia van a prevalecer —continuó Alicent, ignorando lo dicho por ambos—. Tenemos que confiar en eso y estar unidos.

Alicent acarició el cabello platinado de Naerys antes de tomar caminos diferentes; la reina se marchaba sola mientras Naerys quedaba bajo la protección de su guardia juramentado. Mientras continuaba su caminata con Ser Criston por los pasillos de la Fortaleza Roja, no pudo evitar pensar en la incomodidad de su madre cada vez que Larys Strong estaba cerca. Su figura y su mirada aguda parecían llamar la atención, incluso de la Reina. Naerys se preguntaba cómo había ganado tanto poder e influencia sobre ella.

—Ser Criston —llamó Naerys, rompiendo el silencio entre ellos—, ¿cómo es que Larys llegó a tener tanto poder sobre mi madre?

Su mentor la miró, como si hubiera estado esperando la pregunta. —Larys no es un hombre para ser subestimado, princesa Naerys —respondió con un tono grave—. Se ha hecho indispensable para la Reina con su mente astuta. 

Naerys frunció el ceño. —¿Pero cómo puede ser eso? ¿Cómo puede tener tanta influencia sobre el reino?

Ser Criston hizo una pausa, como si eligiera sus palabras cuidadosamente. —Se dice que Larys conoce muchos secretos, algunos de los cuales podrían derribar incluso a los señores y damas más poderosos. Usa este conocimiento para su ventaja, y su madre no es una excepción.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Naerys ante sus palabras. Si Larys realmente tenía tanto poder sobre su madre, ¿qué podría hacerle a su familia? Hizo una nota mental para mantenerse en guardia a su alrededor, sin importar cuán encantador o persuasivo pudiera parecer.

—Pero puedo prometerle esto, princesa —añadió Ser Criston—, haré todo lo que esté a mi alcance para protegerla de él.

Naerys sintió un pequeño consuelo ante sus palabras. Desde que tenía memoria, Ser Criston siempre se había mantenido leal a su madre, a sus hermanos y a ella. Los protegía día y noche, los entrenaba para defenderse de amenazas, e incluso relataba sus aventuras y batallas que había atravesado a lo largo de los años. Sin duda, sus historias favoritas eran las de sus enfrentamientos con el príncipe canalla.

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Naerys caminó hasta el borde del patio de entrenamiento, observando a sus hermanos y sobrinos empuñar sus espadas con precisión bajo la atenta mirada de Ser Criston. Una punzada de celos la atravesó al darse cuenta una vez más de que no se le permitía unirse a ellos. Su padre le había prohibido entrenar con armas, alegando que no era apropiado que una dama lo hiciera.

Suspiró y se alejó de la escena, sintiéndose aburrida. Anhelaba tener la oportunidad de demostrarle a su padre su potencial con las armas, para demostrar que era tan capaz como sus hermanos. Pero, al ser una niña, constantemente la retenían. Sabía que tenía que encontrar otra manera de demostrar su valor, que era más que una princesa indefensa. ¿Pero cómo? La respuesta se le escapaba por el momento, y se quedó allí, perdida en sus pensamientos.

La llegada de Ser Harwin la animó a recorrer los alrededores del patio de entrenamiento, observando atentamente cómo los métodos de Ser Criston eran juzgados por el comandante.

—Solo sugiero que ese método sea aplicado a todos los pupilos —dijo el comandante hacia Ser Criston.

—Muy bien. Jacaerys peleará con... —Ser Criston debatió mientras observaba a los muchachos, buscando al candidato perfecto, pero su mirada se fijó en la joven —. Naerys.

Sintió una oleada de emoción cuando Ser Criston dijo su nombre. Finalmente, tenía la oportunidad de demostrar sus habilidades, y no le importaba la presencia de su padre. Si todo salía bien, él podría presenciarlo y darse cuenta de que realmente era capaz de entrenar al lado de sus hermanos. Dio un paso adelante con confianza, acercándose hasta el centro, tomando la espada de madera que Aegon le ofreció. Jacaerys parecía sorprendido, pero no retrocedió, pues él también, como ella, tenía que demostrar su valor.

—No es una pelea justa —dijo Ser Harwin al Naerys acercarse.

—Sé que nunca ha estado en una batalla, Ser, pero cuando se desenvaina una espada, una pelea justa no es lo que debe esperar —respondió Ser Criston con firmeza.

Ambos alzaron sus espadas preparándose para la orden que indicaría el inicio de la pelea.

—Espadas arriba —dijo Ser Criston, con voz clara y autoritaria—. Peleen.

Naerys no dudó en dar el primer golpe, chocando su espada contra la de Jacaerys con determinación. No perdió tiempo en volver a atacar, haciendo que su sobrino retrocediera ante cada impacto. Aprovechó la ventaja y pateó con fuerza su rodilla, haciendo que cayera al suelo. A medida que continuaban luchando, podía sentir cómo su confianza crecía.

Las risas de Aegon y Aemond no tardaron en hacerse escuchar, y la mandíbula del rey se apretó con fuerza al observar las imprudentes acciones de su hija.

Jacaerys la miró con resentimiento cuando Naerys le sonrió burlonamente, lo que pareció desatar algo dentro de él. En un instante, se levantó rápidamente y se dirigió hacia ella con paso decidido. Naerys hizo todo lo posible por defenderse de sus ataques y mantener su posición.

Jacaerys logró derribarla, pero antes de que la espada del príncipe pudiera tocarla, Naerys interpuso su propia espada y, con un rápido movimiento, empujó con su pie el estómago de su sobrino, enviándolo hacia atrás. Aprovechó el momento para levantarse y aventarle una de las esculturas de entrenamiento cuando se acercó de nuevo para atacar.

—Juego sucio —dictaminó Ser Harwin al ver las acciones de Naerys.

—Me encargaré de ella —dijo Ser Criston, acercándose a Naerys, quien ya lo esperaba con la respiración agitada.

—Recuerda siempre golpear primero y sin piedad —le aconsejó Ser Criston, recordándole las primeras lecciones que le había dado a escondidas—. En este mundo, eres el atacante o eres el atacado. ¿Quién quieres ser, princesa?

—El atacante —respondió Naerys sin dudarlo, sabiendo el rol que deseaba.

—Bien —asintió Ser Criston, limpiando la suciedad que tenía en el rostro tras la caída.

El combate se reanudó y ambos volvieron a sus posiciones. Naerys no perdió tiempo y atacó con más fuerza, obligando a Jacaerys a retroceder.

—Siga el ataque —comandó Ser Criston.

Una vez más, las espadas chocaron. Naerys hacía todo lo posible por analizar a su oponente y encontrar alguna debilidad. Ser Harwin, que observaba atentamente, tenía que admitir que la estrategia de la princesa era buena y digna de ganar batallas. Tenía lo que necesitaba: coraje y las ganas de vivir.

—¡Utilice las piernas!

La orden encendió algo en Naerys, quien aprovechó la cercanía para empujar a Jacaerys al suelo. —¡Que no se levante! ¡No se detenga!

Naerys continuó peleando, impidiendo que Jacaerys se levantara, sin detenerse ni un segundo. Tal vez era porque no podía, o porque no quería.

—¡Suficiente! —exclamó Ser Harwin, arrebatándole la espada y tomándola fuertemente del brazo. Naerys, en respuesta, le escupió en la cara. Antes de que el comandante pudiera reaccionar, Ser Criston Cole dio un paso adelante, colocándose entre Ser Harwin y la princesa.

—¡Naerys! —El grito del rey resonó por el lugar, y los nervios recorrieron el cuerpo de Naerys al ver el rostro furioso de su padre.

—Olvida su lugar, Strong. Ella es la princesa.

Naerys podía sentir su corazón acelerarse en su pecho mientras los dos caballeros se enfrentaban. Nunca antes había visto a Ser Criston así, y estaba claro que estaba dispuesto a defenderla contra cualquiera que se atreviera a desafiarla.

—¿Es esto lo que enseña, Cole? Crueldad para un oponente más débil —ignoró Ser Harwin lo dicho por Ser Criston anteriormente.

—Su preocupación por el entrenamiento del príncipe es algo inusual, comandante —respondió Criston—. Muchos hombres solo tendrían esa clase de devoción por un primo, un hermano o un hijo.

Ser Harwin se lanzó contra Ser Criston, golpeándolo y logrando derribarlo. Naerys no pudo soportar ver a su protector ser golpeado sin cesar. Intentó intervenir, pero Aegon la detuvo, sabiendo que probablemente terminaría en el suelo junto a ellos.

—¡Dígalo otra vez! —gritaba descontrolado el comandante mientras continuaba golpeando a Ser Criston.

Naerys miraba con gran preocupación a Ser Criston, cuya cara estaba cubierta de sangre. Verlo así la aterrorizó, arrebatándole la habilidad de moverse. Finalmente, cuando los separaron, corrió a su lado tratando de ayudarlo de cualquier manera.

—Estoy bien, princesa —susurró Ser Criston tranquilizadoramente. Naerys asintió, aunque no estaba convencida. Sintió una mirada clavada en ella y levantó la vista, encontrándose con los ojos de su padre, que la observaba fijamente.

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Naerys se quedó allí, frente a su padre, el Rey Viserys, sintiendo una mezcla de ira y frustración. Viserys estaba furioso con ella por haber derrotado a Jacaerys en combate y hacerlo parecer débil frente a los demás. Podía sentir su decepción y desaprobación, una carga sofocante que le oprimía el pecho.

—Naerys, no puedo creer que hayas hecho esto, —exclamó con severidad. —Me has hecho parecer débil frente a los caballeros. No es así como se supone que debe comportarse una mujer. Has humillado a Jacaerys y me has humillado a mí.

Naerys trató de mantener la compostura, pero su sangre hervía. No podía creer que su padre, el rey, estuviera más preocupado por su propio ego que por los logros de su hija.

—Padre, me disculpo si mi victoria le ha causado alguna vergüenza, pero no me disculparé por ser una buena combatiente —respondió con firmeza.

Viserys la fulminó con la mirada, y Naerys supo que estaba a punto de decir algo más, pero lo interrumpió. —Tengo el mismo derecho que cualquier hombre a perseguir mis intereses y pasiones, y a probarme a mí misma en combate.

Viserys bufó, claramente insatisfecho con su respuesta. —Eres una mujer, Naerys. Debes concentrarte en aprender a ser una dama adecuada, no en luchar con espadas como un estoqueador común.

Naerys se mordió el labio, tratando de contener su frustración. Estaba claro que su padre nunca entendería su pasión por el combate, o la sensación de empoderamiento que venía con él. —Entiendo tus preocupaciones, padre, pero no puedo cambiar quién soy o lo que amo. Continuaré entrenando y mejorando mis habilidades, te guste o no, —dijo con firmeza.

El aguijón de la mano de su padre en su mejilla la dejó atónita. Su cabeza se giró hacia un lado, y no podía creerlo. Su propio padre acababa de golpearla. Lo miró con incredulidad, con lágrimas en los ojos.

—¡Cómo te atreves a responderme, niña! —gritó Viserys, su rostro rojo de ira.

—Solo me estaba defendiendo, padre —respondió Naerys con voz temblorosa.

—No quiero oír más de tu insolencia —gruñó, dando un paso hacia ella.

Pero antes de que pudiera decir otra palabra, su madre, Alicent, intervino, entrando en la habitación en el momento indicado. —Viserys, eso es suficiente, —dijo con firmeza. —Naerys no hizo nada malo. Ella solo se estaba defendiendo.

Naerys miró a su madre, agradecida por su intervención. Viserys la miró por un momento, luego sus ojos volvieron a Naerys. —Aprenderás a respetar a tus mayores, —dijo con voz baja y peligrosa.

Naerys asintió con la cabeza, sin confiar en sí misma para hablar. Podía sentir el calor subiendo en sus mejillas mientras luchaba contra las lágrimas.

—Ve a tu habitación, —ordenó Viserys alejándose de ella. —Y quédate allí hasta que diga lo contrario.

Obedeció, saliendo de la habitación rápidamente. Mientras caminaba por el pasillo, podía escuchar a sus padres discutiendo detrás de ella. Sabía que esto no había terminado, que la ira de su padre persistiría mucho después de este incidente. Pero no podía preocuparse por eso en ese momento. Todo lo que podía pensar era en el dolor de la mano de su padre en su mejilla y la sensación de impotencia que venía con ella.



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