❦ Capítulo cuatro
❦ Master plan ❦
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Naerys caminaba por los pasillos de la Fortaleza Roja con pasos decididos. Habían pasado años desde el día en que las hijas de Daemon la habían atacado, pero jamás olvidó ni pretendió que nunca ocurrió. En lugar de debilitarla, aquella experiencia la motivó a volverse más fuerte y determinada que nunca, con la única meta de no ser derrotada de esa manera otra vez.
El eco de sus pasos resonaba en el silencio mientras se dirigía hacia la habitación de la Mano del Rey, su abuelo. Las puertas se abrieron y cerraron tras de ella, dejándola a solas con la figura de autoridad más cercana al trono, aparte de su madre.
—¿Ha solicitado mi presencia, abuelo? —preguntó, manteniendo su voz tranquila y controlada.
Otto la observó con detenimiento, como si estuviera buscando algo en su expresión. —Así es, Naerys —respondió, —Tengo algo para ti. Acércate.
Ella se acercó con cautela, sus ojos fijos en las manos extendidas de su abuelo. En ellas descansaba un libro peculiar. Sus dedos acariciaron la cubierta, notando el emblema de la casa Hightower. Era un libro único, y aunque sospechaba que no se lo ofrecía simplemente por ser una Hightower, guardó sus pensamientos para sí misma.
Después de examinarlo, lo aceptó en sus manos, esperando alguna explicación por parte de su abuelo. Sin embargo, solo recibió su enigmática afirmación.
—Lo entenderás más adelante —explicó—. En su momento, será de utilidad.
Asintió, resistiendo sus deseos de averiguar lo que sucedía y limitándose a morderse la lengua. Sabía que su abuelo tenía sus propias agendas y manipulaciones, pero también entendía la importancia de mantener las apariencias y seguir sus órdenes como una obediente nieta. Cuanto menos se rebelara, menos atención obtendría a su persona.
Su abuelo caminó por la habitación, buscando las palabras adecuadas. Su tono se volvió más serio, y su siguiente revelación llevó consigo el peso de una decisión ineludible.
—Para nadie es un secreto que la muerte del Rey se acerca —comenzó a decir—. Y es evidente que está cada vez más insatisfecho con la distancia que mantienes con tu próximo esposo.
El corazón de Naerys se aceleró ante la mención del matrimonio con Jacaerys, pero no permitió que su expresión traicionara su verdadero sentir. Mantuvo su rostro impasible, obedeciendo la actitud que había adoptado frente a su abuelo.
Otto continuó, sin apartar su mirada de la suya, como si se tratara de una prueba, intentando descifrar cuál sería su siguiente paso, viendo si se atrevería a desafiarlo.
—Tendrás que hacer un esfuerzo, Naerys. Es tu deber como mujer —dijo, sus palabras cortantes resonando en el aire—. Te casarás con Jacaerys.
Podía sentir la resistencia brotar en su interior, el deseo de rebelarse contra esta imposición no por los beneficios de ser su esposa. Tal vez el título de ser la esposa del heredero al trono era lo único que parecía satisfacerla por completo, pero la resistencia era que el heredero era Jacaerys, el niño que siempre lograba sacudir su vida. Pero sabía que debía controlar sus emociones y actuar según las expectativas de su abuelo. Una mujer no podía reaccionar, solo obedecer. En lugar de expresar su negativa, adoptó una postura sumisa y complaciente. Dejó que su voz reflejara una resignación fingida.
—Lo entiendo, abuelo. Acepto mi deber —respondió, ocultando su verdadero desdén tras sus palabras.
Otto se separó de ella con una sonrisa satisfecha, caminando hacia su escritorio y dándole la espalda. —Sugiero que invites al príncipe a un paseo por el jardín, estará más que encantado —añadió, dándole indicaciones que aparentemente obedecía.
—¿Se le ofrece algo más? —preguntó, antes de retirarse.
—Puedes retirarte —respondió, antes de llamar su atención una vez más—. Naerys... —su voz adquirió un tono más suave y cálido—. Hazlo por nuestra familia.
Asintió con solemnidad, permitiendo que su rostro mostrara una mezcla de obediencia y devoción falsa antes de salir de la habitación. Una vez afuera, liberó un suspiro contenido, consciente de que su verdadero poder y control residían en su habilidad para manipular a aquellos que creían tenerla bajo su dominio.
Este era solo el comienzo de su juego, uno en el que parecía ser una pieza sumisa en el tablero, pero en realidad, era la maestra detrás de sus propias ambiciones y haría lo que fuera necesario para cumplirlas, incluso si eso significaba aparentar ser manipulada por su abuelo.
Abrí sutilmente el libro que mi abuelo me había dado. Era la historia de la casa de mi madre, escrita en sus páginas. Pero noté que, en la mitad del libro, se encontró un pequeño envase que contenía un líquido. Reconocí el estándar de los Hightower incrustado en él. El libro había sido diseñado para retener y ocultar aquel objeto. La sorpresa se reflejó en mi rostro, y cerré rápidamente el libro.
Veneno.
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Naerys caminaba por los pasillos hacia la biblioteca, saludando a los lords con una sonrisa falsa y una cortesía fingida. Su confidente, Ser Arryk, caminaba detrás de ella con una expresión seria en su rostro.
—El rey ha pedido que finalmente fortalezca mi próxima unión matrimonial —reveló Naerys a su espada juramentada. Después de lo sucedido en Marcaderiva, a cada hermano se le asignó un protector que los acompañaría en todo momento. Ser Arryk había sido el protector asignado a Naerys.
—Pensé que usted estaba de acuerdo con el matrimonio, princesa —contestó su protector, confuso, pues siempre había escuchado hablar sobre los sueños que aquel matrimonio daría fruto. A lo largo de los años, Naerys le había entregado por completo su confianza y su vida a sus manos. Por lo tanto, ambos tenían la confianza para hablar sin restricciones.
—Lo estoy. Solo que me repugna la idea de tener que convivir con Rhaenyra —la mera idea de tener que vivir a su lado, de ver su rostro todos los días, hacía que su estómago se revolviera. Cuando Rhaenyra y su familia se fueron a vivir a Rocadragón, Naerys pudo jurar que un peso había sido levantado de sus hombros.
—Es inevitable —susurró Ser Arryk.
Naerys suspiró. —¿Cómo puede ella no ser juzgada? ¿Por qué mi padre la defiende con tanta pasión y a nosotros nos descarta como simples súbditos?
Aunque Naerys mantuviera su mirada en alto al pronunciar aquellas palabras, Ser Arryk pudo descifrar la tristeza detrás de ellas. Desde que se convirtió en protector de la familia real, pudo notar la soledad y tristeza con la que los hijos del rey crecieron. Todos eran rodeados por una aura oscura de la cual era incapaz de protegerlos y no pudo hacer nada más que ver cómo a poco los consumía a cada uno.
Desde la distancia, podía notar cómo Ser Criston era el hombre que se hacía cargo de cada uno de ellos. En la manera en que entrenaba con ellos, en la que los acompañaba en sus caminatas alrededor de la fortaleza, cuando los acompañaba de caza, hasta la manera en que respetaba el espacio de Helaena y aplaudía sus más mínimos logros. Él era quien estaba presente día tras día en la vida de cada uno, no quien se aclamaba ser su padre.
—Toda mi vida se ha basado en complacerlo con la esperanza de que algún día finalmente reconozca nuestra existencia —susurró con voz baja y casi apenada Naerys.
La última vez que había sentido la atención absoluta de su padre fue cuando le reclamó por avergonzar a su nieto y terminó golpeándola. Aquella noche fue cuando sintió un inmenso dolor al darse cuenta de que ellos no eran nada comparados a Rhaenyra y nunca lo serían, pues el rey nunca peleó por ninguno de ellos como lo hizo por ella.
—El rey aborrecía la idea de que su hermano se casara con su hija, y ahora que aquel matrimonio dio frutos a otros dos de sus nietos, él ha estado más alegre de lo que se le vio con el nacimiento de cada uno de nosotros.
Ser Arryk, quien se mantenía en silencio permitiéndole a la princesa finalmente desahogarse, decidió hablar. —Aún tiene a sus hermanos, princesa.
Naerys giró la cabeza para verlo por primera vez desde que aquella conversación comenzó. —Y es lo más preciado que tengo, Ser.
A pesar de las altibajas en la relación entre los cinco hermanos, Naerys los amaba con todo de sí misma. Nadie excepto ellos podían entender por lo que pasaban, nadie entendería el dolor que sentían más que ellos.
—Y es mi deber asegurarme de que nada ni nadie los dañe, princesa. No dude que cumpliré con mi palabra.
Naerys sabía que hablaba en serio. Siempre tomaba su trabajo con mucha seriedad y respeto, al punto que al inicio se rehusaba a tomar descansos o a tener una relación estrecha con ella por temor a descuidarse. Pero con el paso del tiempo aprendió a completar todas sus tareas sin ningún fallo, respaldando la creencia de que era uno de los mejores miembros de la Guardia Real.
Finalmente, llegaron a su destino, rodeados de altos muros llenos de libros, y se dirigieron a la esquina apartada donde sus hermanos la esperaban. Ser Arryk se mantuvo a una distancia respetuosa, dándoles privacidad.
Naerys soltó un suspiro de alivio al llegar, emocionada por lo que tenía en sus manos. Se sentó junto a Aegon, mostrando el libro frente a sus hermanos. Sus ojos brillaron de curiosidad mientras Aemond cerraba su libro y prestaba atención.
—Ábrelo —le indicó, sonriendo. Aegon miró el contenido con sorpresa, y cuando se preparó para tocarlo, una mano lo detuvo bruscamente, haciendo que soltara un quejido.
—¡Oye! ¿Por qué hiciste eso? —protestó Aegon, mientras Naerys soltaba una risa y negaba con la cabeza.
—No recuerdo haberte dado permiso para tocarlo —le recordó, provocando que una leve sonrisa se posara en los labios de Aemond ante su comportamiento. Tomó el libro y lo alejó de ambos.
—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Aemond, mirándola atentamente. —¿Lo has robado?
Dejó escapar una risa falsa y rodó los ojos, devolviéndole la mirada desafiante. —No, no lo he robado. De hecho, el abuelo me lo regaló.
Aemond asintió lentamente, satisfecho con su respuesta. Aegon carraspeó a su lado y tomó uno de sus mechones de cabello, jugueteando con él mientras hablaba. —Querida hermana —comenzó, dirigiendo su mirada hacia ella. Sabía que estaba a punto de pedirle algo—. Necesitamos tu ayuda.
—¿'Necesitamos'? Me suena a dos personas —respondió Naerys, desviando su mirada hacia Aemond con curiosidad. Desde siempre, Aegon y Aemond nunca fueron unidos, así que le resultaba raro verlos unidos por la misma causa, pero aún así no perdía la esperanza de que algún día aquella hermandad los envolviera—. ¿Qué ha pasado esta vez, Aegon?
—Aún no ha pasado nada —respondió Aegon con una sonrisa maliciosa—. Pero tú, querida hermana, harás que suceda.
Naerys negó rápidamente. —No, Aegon. No voy a involucrarme en más peleas por tu culpa, —afirmó con determinación—. Mis días como tu protectora han terminado.
Aegon bufó, tomando sus manos entre las suyas. —Ambos sabemos que eso es una mentira —dijo con convicción. Los tres reunidos sabían que siempre acudiría en su rescate, sin importar qué. Aemond odiaba que fuera cierto mientras que Naerys solo se resignaba porque era inevitable no ir al rescate de su hermano—. Pero esto es por una buena causa.
—¿Una buena causa? —preguntó Naerys con escepticismo—. Dime, Aegon, ¿desde cuándo te interesan las buenas causas?
—Desde que tenemos la oportunidad de vengarnos por lo sucedido en Marcaderiva —respondió esta vez Aemond con cierto odio en su voz—. Sabemos que Rhaenyra y sus bastardos están en camino. Rhaenys y sus hermosas nietas, Baela y Rhaena, también asistirán.
Naerys miró a Aemond, recordando su particular animosidad hacia esas chicas. No había olvidado aquella noche en Marcaderiva, el frío que la envolvía mientras recorría los alrededores. Tampoco olvidaba la pelea que se desató y cómo fue atacada por la espalda, cayendo inconsciente.
Ese día marcó un antes y un después en su vida. No existían los juegos limpios ni justos, por lo que no valía la pena intentar serlo. Se esforzó al máximo, desarrollando sus habilidades con las armas y la defensa personal, así como fortaleciendo su capacidad mental.
—Las paredes hablan —mencionó Aemond—. Y se rumorea que hay un romance entre el príncipe Jacaerys y Baela Targaryen. Ambos amantes escapan para encontrarse por su gran amor —continuó con falsa melancolía—. Si no me equivoco, Baela fue quien te dejó inconsciente, ¿verdad? ¿También dejarás que te robe a tu futuro esposo?
Aemond sí que sabía cómo llegar a Naerys.
—Si no me equivoco, Lucerys fue quien te arrebató tu preciado ojo, ¿verdad? —contraatacó Naerys.
Aegon soltó una carcajada ante su competencia de miradas desafiantes. Su pasatiempo favorito después de beber era ver a sus hermanos competir por la más mínima cosa. Lástima que Daeron no estaba cerca para poder apostar a cuál de sus hermanos sería esta vez triunfante.
—Aemond estuvo en contra al principio, pero finalmente accedió —comentó Aegon—. Tienes que seducir al príncipe Jacaerys, él es la clave para llegar a Baela.
Naerys se golpeó mentalmente. Todos parecían querer que se involucrara con ese bas... príncipe. Primero el abuelo con sus consejos de amor, diciéndolo casi como si él deseara tomar su lugar y pasear con él, y ahora Aegon con sus juegos de seducción.
—No es algo que desee, pero no estoy en contra —dijo Aemond al ver la mirada de su hermana dirigida hacia él—. Solo tienes que ilusionarlo, Naerys. Solo será un poco de diversión para recibirlos.
Naerys contempló la situación por unos segundos, sabiendo muy bien que no obtendrían un buen resultado. Pero quería divertirse.
—Lo haré.
¿Quién diría que esa conversación marcaría el inicio de una antigua venganza que no terminaría hasta que una de las dos muriera?
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Espero que haya sido de su agrado este capitulo y próximamente se vendrán el reencuentro entre Jacaerys y Naerys quien no está contenta de tener que pasar tiempo con su futuro esposo.
-Con amor, Val.
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