❦ Capítulo cinco
❦ I wanna feel you... ❦
El sudor corría por la frente de Naerys mientras sostenía la espada con firmeza. Se encontraba en el centro del campo de entrenamiento, rodeada por una multitud expectante que observaba el duelo entre ella y Aemond. Ser Criston, instructor y testigo de innumerables entrenamientos, estaba cerca, supervisando la batalla.
Aemond se lanzó hacia ella con ferocidad, buscando aprovechar su fuerza para derribarla. Pero Naerys estaba preparada. Levantó el brazo en un rápido movimiento, bloqueando su espada con la suya. La fuerza del embate se transmitió a través de su brazo, pero mantuvo su posición firme, clavando sus pies en la arena para obtener mayor estabilidad.
En un instante, aprovechó el impulso del ataque de Aemond para girar sus espadas juntas. El metal chocó con fuerza, provocando un sonido metálico. Mientras tanto, logró golpear la pierna de Aemond, lo que lo hizo retroceder momentáneamente. Una pequeña sonrisa de superioridad apareció en su rostro al golpearlo.
Observó con cautela a Aemond mientras giraba la espada afilada en su mano, lista para su próximo movimiento. A medida que avanzaba el duelo, más personas se acercaban, atraídas por sus movimientos. Sin embargo, su atención estaba completamente enfocada en su hermano y en superarlo.
Con precaución, dio un paso atrás, analizando cada movimiento de Aemond mientras se abalanzaba hacia ella una vez más. El choque metálico resonó con fuerza mientras ambos luchaban por derribar al otro. Su hombro comenzó a ceder bajo la presión de su fuerza, pero no se rindió.
Buscando una salida, golpeó la mano con la que Aemond sostenía su espada, haciendo que esta chocara contra su propia barbilla. Aprovechó ese instante de sorpresa y pateó su mano armada, logrando que su espada escapara de su agarre. Sin embargo, Aemond fue rápido y, en un movimiento ágil, tomó la mano desarmada de Naerys y la atrajo hacia él, dándola vuelta y presionando su espalda contra su pecho.
Naerys sintió el aliento de Aemond en su cuello y su firme agarre en su cintura, lo que hizo que su piel se erizara al instante. Estaba segura de que una sonrisa triunfadora se había posado en los labios de su hermano al momento de sentir su piel contra su agarre, mientras su mano se adentraba levemente por debajo de la tela. Maldijo por lo bajo mientras buscaba una oportunidad para liberarse. No tardó en reaccionar y golpeó el estómago de Aemond con su codo, logrando escapar de su agarre.
En un rápido intercambio, tomó la espada de Aemond y ambos se enfrentaron frente a frente, sus espadas apuntando hacia sus pechos. Unos instantes de tensión se apoderaron de ellos mientras se miraban fijamente, respirando pesadamente. Luego, simultáneamente, bajaron sus armas al reconocer que ambos eran triunfadores.
Ser Criston, el hombre que los había estado preparando para el combate, se acercó a ellos con una sonrisa halagadora.
-Sobrinos... ¿Han venido a entrenar? -dijo Aemond, enderezándose. Naerys se colocó junto a él, volteando hacia donde él dirigía su mirada. Por un segundo, se quedó sin palabras al ver ese rostro que de repente tropezó en su línea de visión.
Ya no era un niño pequeño.
El príncipe Jacaerys había crecido, luciendo un cabello castaño rizado corto que le llegaba justo debajo de las orejas y unos deslumbrantes iris marrones que parecían congelar a quien los mirara. Era casi inquietante lo silenciosa que se quedó de repente, algo que no era propio de ella. Pero allí estaba, conteniendo la respiración, incapaz de articular una oración coherente.
Sin embargo, no dejó que esa sorpresa se mostrara. En su lugar, esbozó una sonrisa llena de diversión, burlándose sutilmente de ambos. -Creo que hemos encontrado a nuestros queridos sobrinos, Aemond, -afirmó, manteniendo su sonrisa socarrona.
Jacaerys estaba cautivado por Naerys, la joven princesa que tenía frente a él. La última vez que la había visto, eran solo niños, pero ahora todo había cambiado. Él había cambiado, y ella también. A lo largo de los años, sus rasgos se habían vuelto más angelicales y su cuerpo había madurado, adquiriendo curvas que la convertían en una mujer.
En su momento, la noticia de su crecimiento y madurez había viajado rápidamente por Poniente, y las propuestas de matrimonio habían llegado en abundancia. Sin embargo, tanto el rey como la reina las rechazaron. El rey se había mantenido firme en su decisión de un matrimonio entre Jacaerys y Naerys.
Al verla de nuevo, al sentir su mirada sobre él mientras intentaba intimidarlo, Jacaerys no pudo evitar sentir una extraña sensación que recorrió su cuerpo. Rompió el silencio con amabilidad en su voz, diciendo: -Es un placer verla de nuevo, princesa, -buscando aliviar el ambiente tenso que se había creado. Siempre tan caballeroso.
Naerys asintió complacida con su respuesta, tratando de mantener su aire desafiante y juguetón. Su expresión complacida se desvaneció rápidamente cuando las puertas se abrieron y apareció Veamond Velaryon. Ser Criston dio un paso adelante, con la mano presionada sobre el mango de su espada, listo para intervenir si fuera necesario. Veamond detuvo su paso y sus ojos se posaron en Naerys. Ella mantuvo su mirada fija en la suya, sin permitir que su presencia intimidante la afectara. Resistió la mueca que amenazaba con escaparse al ver el hambre y la lujuria en su mirada, que la recorría de arriba abajo.
Aemond se afianzó a su lado, reafirmando su posición, observando con cautela cómo Veamond desviaba la mirada sin decir una palabra. Ser Criston no bajó la guardia hasta que Lord Veamond desapareció de su vista.
Naerys lanzó una última mirada a Jacaerys, quien ya la estaba mirando con una emoción que no pudo descifrar por completo. Sintió una mezcla de curiosidad y cautela en su mirada, pero no tuvo tiempo de analizarlo más a fondo. Era mejor retirarse del lugar y dejar que los demás se ocuparan de los asuntos que rodeaban a Veamond.
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El agua caliente era un bálsamo para su cuerpo, y Naerys disfrutaba de la sensación de ardor y relajación que recorría cada parte de ella. Minutos después de terminar su ducha, decidió llamar al príncipe Jacaerys a sus aposentos. Sus sirvientes abandonaron la habitación según su petición, dejándola a solas en la bañera como ella había solicitado, queriendo disfrutar por más tiempo del ardor en su cuerpo gracias al agua caliente.
Mantuvo los ojos cerrados, saboreando aquel momento de tranquilidad. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara la puerta abrirse y cerrarse simultáneamente. Jacaerys entró, -Y-Yo lo siento princesa -tartamudeó una disculpa evitando mirarla directamente.
Naerys no pudo evitar soltar una risa ante su inocencia y la gran facilidad de hacerlo sonrojar. -Acércate, -lo invitó, y el joven tomó aire antes de sentarse en el banco junto a ella.
-¿Me podrías ayudar? -pidió ofreciéndole el estropajo, y pudo ver cómo él luchaba internamente con la situación. Seguro que su madre le había dado instrucciones, algo como que recordara sus modales y enseñanzas. Pero cualquier pensamiento contradictorio que pudiera haber desapareció cuando sus ojos se encontraron, y él aceptó gustoso su ofrecimiento.
Pasó el estropajo ligeramente por la espalda de Naerys, y ella cerró los ojos, deleitándose con su suave contacto. Pronto, el objeto recorrió sus hombros y sus brazos, y cuando abrió los ojos, se encontró con su mirada fija en su piel, como si estuviera hechizado. Sus dedos rozaron su piel, enviando escalofríos a través de su cuerpo, a pesar de la temperatura caliente del agua.
Desvió la mirada, y Jacaerys salió de su idealización, retirando su mano rápidamente al darse cuenta de la libertad que se había tomado sin permiso. Naerys aclaró su garganta y decidió salir de la bañera, aunque el príncipe no parecía tener eso en mente. Se giró rápidamente, dándole privacidad mientras sus nervios parecían incrementar al alcanzar a mirar por un segundo su desnudo cuerpo.
-¿Me harías el favor de entregarme mi bata? -preguntó dulcemente. Jacaerys suspiró temblorosamente antes de alcanzar la bata junto a él y prácticamente aventarla hacia ella sin atreverse a mirar. Naerys rió ante su reacción, tomando la toalla y envolviéndose en ella.
-Para ser considerado una persona madura, eres bastante infantil, mi príncipe, -comentó divertida. Jacaerys, ofendido por el comentario, se volteó para enfrentarla. -No soy infantil, -afirmó.
Naerys simplemente encogió los hombros, manteniendo una expresión tranquila. -Y aburrido, al parecer, -agregó con una sonrisa.
-No me conoces, -declaró Jacaerys, negándose a dejarse intimidar. Sin embargo, Naerys continuaba mirándolo con gracia. Sabía que era el hijo ideal, siempre respetuoso y obedeciendo fielmente a su madre.
Le fascinaba ver la expresión confundida en el rostro de Jacaerys mientras se acercaba a él con pasos decididos. Sus manos descansaron sobre su pecho, manteniendo contacto visual.
-Dime, ¿siempre haces lo que te pide tu mamá? -preguntó con una sonrisa juguetona en sus labios.
-No, claro que no, -respondió Jacaerys rápidamente.
Pero Naerys simplemente lo miró con gracia, consciente de cómo esa mirada parecía irritarlo, lo cual la motivaba aún más a continuar molestándolo. Encontraba una gran fascinación en frustrarlo de esa manera.
-Pruébalo, -lo desafió, viendo la confusión en sus ojos mientras la miraba. -Prueba que lo que dices es cierto. Ven conmigo.
Se alejó de él y caminó hacia la habitación principal. Allí, sacó ropa de hombre de una bolsa y se dio la vuelta, liberándose de la bata que se deslizó al suelo.
Ambos sabían que esto estaba mal. Era una transgresión de las normas y de las expectativas impuestas sobre ellos. Sin embargo, Jacaerys no podía apartar la mirada de la hermosa joven frente a él, que se vestía con total tranquilidad aunque él estuviera presente. Podía sentir su mirada clavada en ella, lo cual la llevó a morder su labio inferior para contener cualquier comentario que quisiera escapar.
Aegon tenía razón, esto sería muy divertido.
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¡He vuelto y con nuevo capítulo! Espero que les haya gustado, pronto verán más de estos dos y la continuación de esta escena. ¿A dónde es que lo llevará Naerys?
-Con amor, Val.
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