So let's go to see the stars -. Han Taesan
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"Ahora mismo estoy frente a tu casa, si no estás durmiendo, ¿podrías salir un momento?"
Escribí el mensaje y lo envié antes de preguntarme si debería hacerlo. La pantalla iluminó mi rostro en la penumbra, reflejando las palabras que parecían haber salido de mí sin esfuerzo, como si alguien más las hubiera escrito en mi lugar.
No sabía por qué estaba allí, justo frente a su casa, con el corazón latiendo de esa manera. No recordaba cómo había llegado ni en qué momento había decidido venir. Solo sabía que algo dentro de mí me había traído aquí, que este momento era importante, aunque no pudiera explicar por qué.
Me apoyé contra un poste de luz, alzando la vista hacia el cielo. Tenía razón: las estrellas brillaban con una intensidad inusual, como si el universo estuviera conteniendo la respiración para esta noche.
El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Bajé la mirada y allí estaba ella.
De pie sobre el umbral, con el cabello ligeramente revuelto y una chaqueta de algodón sobre su pijama, como si hubiera salido apresurada. La luz cálida de su hogar se proyectaba detrás de ella, dibujando su silueta. Sus ojos, todavía somnolientos, se encontraron con los míos y una sonrisa suave curvó sus labios.
—Pensé que habías soñado con esto —murmuró con dulzura.
Me reí entre dientes, bajando la cabeza un instante antes de responder.
—Tal vez lo hice.
Ella avanzó hacia mí con pasos lentos, como si temiera romper la tranquilidad de la noche. Sin dudarlo, deslizó su brazo entre el mío y apoyó su cabeza en mi hombro. Su calor era tan real que sentí como mi cuerpo se estremeció.
—Hace un poco de frío —dijo en un susurro.
Sin pensarlo, me quité la chaqueta y la coloqué sobre sus hombros. Ella levantó la cabeza para mirarme con sorpresa, y en su sonrisa vi algo tan familiar que mi pecho se encogió. Como si la hubiera visto sonreír así cientos de veces antes, en otros momentos, en otras vidas.
—Gracias. —Susurró, sujetando la tela con sus dedos.
—Hay muchas estrellas en el cielo hoy, y quiero que caminemos junto a ellas.
Ella me miró con ternura, aseguró sus zapatos y empezamos a caminar sin rumbo fijo, con las estrellas brillando sobre nosotros y la ciudad susurrando a lo lejos. A cada paso, sus dedos rozaban los míos de manera distraída, como si estuviera probando el contacto antes de atreverse a sostener mi mano. Yo no dije nada, solo esperé, mientras disimulaba una sonrisa.
Y entonces, con un gesto casi tímido, entrelazó nuestros dedos.
El latido en mi pecho se volvió más fuerte, más firme, pero no hice nada para romper la magia del momento. Solo la apreté suavemente, sintiendo cómo se aferraba a mí en respuesta.
—Oh, las estrellas se ven muy hermosas esta noche —dijo de pronto, inclinando la cabeza hacia el cielo.
Yo no aparté la vista de ella.
—Sí... lo están.
Ella notó mi mirada y se volvió hacia mí con una expresión divertida, pero sin apartarse. En vez de eso, se acercó un poco más, hasta que nuestras sombras se mezclaron en el suelo.
—Siempre haces eso —murmuró, posicionándose frente a mi.
—¿Hacer qué?
—Mirarme en vez de mirar lo que te señalo.
Me reí suavemente, desviando la vista por un instante hacia el cielo, solo para darle el gusto.
—Quizá porque lo que quiero ver ya está justo aquí.
Ella bajó la cabeza, y aunque no podía verlo con claridad en la oscuridad, supe que estaba sonriendo.
El mundo entero parecía reducirse a este instante, a este paseo nocturno sin prisas, a la calidez de su mano en la mía y la certeza de que, sin importar lo que pasara después, en este momento éramos felices.
Y eso era suficiente.
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Las calles seguían en calma, sumidas en la penumbra de la noche, con solo algunas luces de los postes titilando en la distancia. No sabíamos hacia dónde íbamos, pero tampoco importaba. Solo caminábamos, compartiendo el mismo espacio, la misma brisa, la misma noche.
Y a mitad de la calle vacía, lo vimos.
Una pequeña tienda de discos, solitaria en la esquina, con un cartel desgastado por los años y una vitrina casi oculta por el reflejo de la única farola cercana. La luz tenue iluminaba el interior lo suficiente como para ver los estantes repletos de vinilos, algunos posters viejos en las paredes y una caja registradora antigua sobre el mostrador.
Nos detuvimos frente a la puerta cerrada.
—No sabía que todavía existían lugares así —murmuró ella, con un destello de emoción en los ojos.
—Parece sacado de otro tiempo —dije, deslizando mis dedos por el cristal de la ventana, como si al hacerlo pudiera transportarme a otra época.
Ella me miró, y tras un breve silencio, sonrió de lado.
—¿Sabes? A veces desearía haber nacido en otra época... en los ochenta, por ejemplo.
Levanté una ceja con curiosidad.
—¿Por qué los ochenta?
—No lo sé. —Se encogió de hombros con diversión—. Tal vez porque todo parecía más... ¿auténtico? Me gustaría haber vivido esa era dorada de la música, con vinilos y cassettes en lugar de listas de reproducción digitales.
—Si hubiéramos vivido en los ochenta —dije, dejando que la idea flotara en el aire—, tal vez nos habríamos conocido en una tienda como esta.
Ella sonrió.
—Tal vez. —Se cruzó de brazos, pensativa—. ¿Cómo crees que seríamos en esa época?
Me tomé un momento para imaginarlo.
—Mmm... probablemente llevaría el cabello un poco más largo, pero no demasiado. Con un par de pantalones flojos y una chaqueta de mezclilla gastada.
—Definitivamente puedo verte así. —Dijo riendo.
—¿Y tú?
Se llevó un dedo a la barbilla, fingiendo pensarlo.
—Me gusta pensar que llevaría un vestido vaporoso, de esos que usan las chicas en las películas antiguas. O tal vez algo más casual, como una falda de mezclilla y zapatillas blancas.
Me la imaginé así por un momento, y sonreí.
—Te verías increíble... Y hermosa.
Bajó la mirada, con un leve rubor en sus mejillas.
—¿Y cómo crees que nos habríamos conocido? —preguntó después, con un brillo curioso en los ojos.
—En la tienda de discos, por supuesto —respondí con obviedad.
—Ah, claro.
Noté al instante cómo su expresión cambiaba. Frunció ligeramente los labios, ladeando la cabeza mientras me miraba de reojo. No era una molestia real, pero sí ese pequeño gesto de fastidio que hacía cuando sentía que alguien no la tomaba en serio.
—¿Por qué lo dices así? —Preguntó, cruzándose de brazos.
—¿Así cómo? —Sonreí al ver su reacción.
—Como si mi pregunta fuera tonta.
Su ceño fruncido era apenas perceptible bajo la poca iluminación, pero supe que estaba un poco fastidiada. Y, por alguna razón, verla así me pareció... adorable.
Me detuve, girándome hacia ella.
—No fue mi intención sonar así. —Incliné la cabeza, observándola con atención—. Lo siento.
Ella bajó la mirada, jugueteando con la manga de mi chaqueta que aún llevaba puesta. No parecía realmente molesta, pero tampoco se le había pasado del todo. Sin pensarlo demasiado, di un paso hacia ella y, con delicadeza, deslicé mis dedos por los mechones de cabello que caían sobre su rostro, apartándolos con suavidad.
Ella levantó la vista, sorprendida por el gesto.
—Oye... —susurró, pero no apartó mi mano cuando mis dedos rozaron su mejilla.
—Te ves linda cuando te enfadas un poco —murmuré, con una sonrisa involuntaria en los labios.
Ella parpadeó, y aunque intentó mantener su semblante serio, vi el leve temblor en sus labios, la forma en que su expresión se suavizó al instante.
—Eres un tonto —murmuró, girando el rostro para ocultar la pequeña sonrisa que intentaba reprimir.
Sonreí también, sintiendo cómo el frío de la noche dejaba de importar cuando la tenía tan cerca. Dejé caer mi mano lentamente, pero antes de que pudiera alejarme por completo, sentí sus dedos entrelazarse con los míos de nuevo. Sujetó mi mano con firmeza, como si temiera que fuera a soltarla.
—Aún quiero saber cómo crees que nos habríamos conocido en esa época, pero enserio —dijo, en un tono más suave.
Mi corazón latió con más fuerza.
—Bueno...
Hice una pausa, asegurándome de que esta vez mi voz sonara más cálida, sin rastros de burla.
—Tal vez... yo estaría buscando un disco en específico. Uno que no puedo encontrar en ningún lado. Y justo cuando lo veo, alguien más lo toma antes que yo.
Ella me miró con curiosidad.
—¿Alguien más?
—Tú.
Sus labios se curvaron en una sonrisa instantánea, estaba imaginándolo, lo sabía.
—Oh, entonces nos habríamos peleado por un disco.
Negué con la cabeza, dejando que la historia se formara en mi mente.
—No exactamente. Tal vez habría intentado convencerte de que lo dejaras ir. Que ese disco significaba mucho para mí.
—Mmm, ¿y lo haría?
Sonreí.
—No.
Ella soltó una carcajada, inclinando la cabeza hacia atrás. El sonido fue tan puro y tan ligero que por un momento sentí que el mundo entero se detenía solo para escucharla.
—Sí, suena como algo que haría.
—Lo sé. —Me encogí de hombros—. Y después de mucho insistir, la tienda cerraría y nos quedaríamos fuera, con el disco en tus manos y yo frustrado porque no pude conseguirlo.
—¿Y qué harías entonces?
—En lugar de enojarme, te propondría algo.
Ella ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿El qué?
—Que lo escucháramos juntos.
Su expresión cambió. Por un momento, pareció realmente imaginarlo, como si pudiera vernos allí, sentados en algún rincón de una cafetería, compartiendo unos auriculares conectados a un viejo walkman.
—Eso suena... lindo —susurró, como si la idea le gustara más de lo que esperaba.
Yo también lo imaginé.
La vi a ella, con una falda de mezclilla y zapatillas blancas, con el cabello recogido en una media coleta y un suéter holgado que caía sobre uno de sus hombros. La vi sonriendo mientras giraba entre sus dedos el cassette que habíamos estado escuchando juntos, prometiéndome que me lo prestaría después... pero nunca cumpliendo la promesa solo para verme molesto.
La imagen era tan nítida que un escalofrío recorrió mi espalda.
—Tal vez... en alguna otra vida realmente pasó así —murmuré sin pensar.
Ella me miró, con los ojos brillantes.
—¿Lo crees?
—Sí —dije con absoluta certeza—. Creo que, en cualquier época... de alguna manera... siempre nos encontraríamos.
Ella apretó mis dedos suavemente.
—Sí... yo también lo creo.
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Llegamos a la avenida principal, una calle desierta iluminada con los faroles que estaban colocados con precisión en el borde de las veredas. Era una noche extrañamente silenciosa, como si el mundo entero nos diera el espacio para existir solo el uno con el otro.
—Entonces... —ella rompió el silencio después de un rato—. Si realmente hubiéramos vivido en otra época y nos hubiéramos encontrado en esa tienda de discos... ¿crees que hubiéramos terminado juntos?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Me detuve un instante, lo suficiente para mirarla de reojo y ver que hablaba en serio.
—¿Quieres decir... para siempre?
Ella asintió, mordiéndose el labio, como si la pregunta la pusiera nerviosa.
Me quedé en silencio por un momento, porque la verdad era que... nunca me había detenido a pensar en un "para siempre". Siempre había sido alguien que vivía el presente, que no planeaba demasiado lejos en el futuro porque temía arruinarlo todo con expectativas irreales. Pero cuando la miré a los ojos, vi algo que hizo que mi corazón se encogiera un poco.
Vi la misma duda. La misma esperanza.
La misma pregunta que yo nunca había querido hacerme: ¿podría esto durar?
Suspiré suavemente, entrelazando nuestros dedos con más fuerza.
—No lo sé —respondí con honestidad—. Pero quiero averiguarlo.
Ella parpadeó, como si mi respuesta le hubiera sorprendido. Luego, una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—¿Sí?
—Sí —asentí con firmeza—. Quiero ver hasta dónde podemos llegar.
Sus ojos brillaron con algo que no supe describir.
—Eso suena como un plan.
—Sí... un buen plan. —Sonreí, sintiendo una calidez extraña instalarse en mi pecho.
Y en ese momento, la primera gota de lluvia cayó sobre mi mejilla. Al principio, pensé que era mi imaginación. La noche había estado tan despejada que la idea de lluvia parecía imposible. Pero entonces sentí otra gota, y otra más, salpicando sobre mi piel, y cuando levanté la vista, el cielo se había cubierto de nubes oscuras que no habían estado allí hace un momento.
—Oh... —ella también miró hacia arriba, extendiendo una mano como si quisiera atrapar la lluvia con la punta de sus dedos.
En cuestión de segundos, el aire cambió. La brisa se volvió más fría, y las calles, antes tranquilas, comenzaron a llenarse del eco suave de la lluvia golpeando el pavimento.
—Creo que deberíamos buscar un lugar donde refugiarnos —dije, aunque no hice ningún intento de moverme.
Y ella tampoco. Se quedó allí, con el rostro alzado hacia el cielo, dejando que la lluvia mojara su cabello y sus mejillas.
—Hace mucho que no camino bajo la lluvia —murmuró, con una sonrisa nostálgica.
No pude evitar mirarla. Había algo en la forma en que sus pestañas, ahora húmedas, enmarcaban sus ojos, y cómo sus labios entreabiertos parecían absorber el momento con una ternura casi mágica.
—¿Quieres correr? —pregunté de pronto.
Ella bajó la vista, sorprendida.
—¿Correr?
—Sí. Sin preocuparnos por la lluvia. Solo correr.
Ella me miró por un instante... y luego, sin previo aviso, soltó mi mano y echó a correr. Me reí, sorprendido por su reacción, y sin pensarlo, corrí tras ella. La lluvia caía con más fuerza ahora, empapando nuestras ropas, haciéndonos tropezar sobre las calles mojadas, pero no nos importó. Éramos solo nosotros dos, riendo entre gotas de lluvia, persiguiéndonos como si el resto del mundo no existiera.
En algún punto, ella se detuvo bajo el techo de un pequeño café cerrado. Sus manos estaban sobre sus rodillas, tratando de recuperar el aliento, pero su sonrisa era inmensa, llena de vida, y eso era contagioso.
—No puedo creer que hayamos hecho eso —dijo entre risas.
Yo también respiré hondo, sintiendo mi corazón latir con fuerza contra mi pecho.
—Tampoco puedo creerlo... pero me alegro de haberlo hecho.
Ella levantó la vista, con sus mejillas enrojecidas por el frío y el esfuerzo.
—Fue divertido.
—Sí... —Mi voz se suavizó—. Fue hermoso.
Nos quedamos en silencio, respirando el aire húmedo después de la lluvia. Ella seguía con los brazos rodeando su cuerpo, tratando de conservar el calor, y aunque la lluvia ya había calmado, aún caían algunas gotas, como si el cielo no quisiera despedirse del todo de esta noche.
Me quedé observándola por un momento, memorizando la manera en que el frío había enrojecido sus mejillas, cómo la luz del farol más cercano proyectaba su silueta contra la pared detrás de ella.
Se veía hermosa.
Pero más que eso, se veía... real.
Como si en este instante, en medio de calles mojadas y una ciudad dormida, estuviéramos dentro de una historia que solo existía para nosotros dos.
—¿Y ahora qué? —preguntó de pronto, con una sonrisa temblorosa.
No respondí enseguida. Solo miré a nuestro alrededor, a las calles vacías, a los carteles iluminados de pequeños negocios cerrados, a la neblina ligera que se formaba sobre el asfalto húmedo. Y entonces sonreí.
—Sigamos caminando.
Ella me observó. Sabía que la idea no era la más romántica o incluso podía aburrirse, pero su pregunta me sorprendió.
—¿A dónde?
—A donde sea.
Su risa fue suave, pero no se negó. En vez de eso, estiró su mano hacia mí, y cuando nuestros dedos volvieron a conectarse, sentí que algo encajaba perfectamente en su lugar.
Nos adentramos en calles que no habíamos recorrido antes, pasando por escaparates oscuros y semáforos que cambiaban de color para nadie. La ciudad se sentía como un escenario vacío, como si nos hubiera dejado su set de filmación solo para nosotros.
—Esto es como estar en una película —murmuré de pronto, observando nuestro reflejo en la vidriera de una tienda de antigüedades.
Ella giró el rostro hacia mí con curiosidad.
—¿Qué tipo de película?
Lo pensé un momento, fingiendo una expresión seria.
—Mmm... tal vez una de fantasía. Con magia y portales a otras dimensiones.
Ella rió, sacudiendo la cabeza.
—Yo te veía más en una de romance.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Me miró con una sonrisa divertida—. El chico misterioso que canta en la azotea de la escuela mientras la chica lo observa desde la distancia.
Puse una mano sobre mi pecho, fingiendo estar conmovido.
—Vaya... nunca supe que me veías así.
—Lo digo en serio.
Su tono juguetón hizo que me acercara más a ella, inclinándome apenas.
—¿Y tú? ¿Qué tipo de película protagonizarías?
Ella fingió pensarlo por un momento, luego se encogió de hombros.
—Una de aventura. Algo con viajes en el tiempo... o un road trip sin destino.
—¿Podría ser una combinación de ambas? —sugerí—. Dos extraños que terminan en un viaje a través del tiempo sin saber a dónde los llevará.
Sus ojos se iluminaron con emoción.
—Y tal vez, en cada época a la que viajan, siempre terminan encontrándose... sin recordar por qué.
—Como si estuvieran destinados a encontrarse en cada vida.
—Eso sería hermoso.
Hubo un momento de silencio, uno de esos que no necesitan llenarse con palabras porque ya lo dicen todo. Y entonces, sin pensarlo demasiado, empecé a cantar. Supe que la sorprendí, porque sus ojos se abrieron un poco antes de que una risa se le escapara entre los labios.
—¿Qué estás haciendo?
—¿No se supone que soy el chico misterioso que canta en la azotea? —dije, sin dejar de tararear una melodía improvisada.
Ella negó con la cabeza, pero no dejó de sonreír.
—Ni siquiera estamos en una azotea.
—Pero estamos en la escena de una película juvenil —repliqué—. Y cada película juvenil necesita una canción inolvidable.
Y justo en ese instante, como si fuera un pacto silencioso, nuestras voces se unieron en una sola.
" Without you, late nights don't mean a thing..."
Era la primera canción que habíamos cantado juntos en un karaoke, la que marcó el inicio de algo que en ese momento no entendíamos del todo. No importaba si desafinábamos, si nuestras voces temblaban por el frío o si el mundo entero nos veía. En este instante, solo existíamos nosotros, nuestra risa entre cada verso, la melodía llenando el aire como un eco de todas nuestras memorias compartidas.
Y fue entonces cuando sentí que algo cambió entre nosotros.
No era solo la canción ni el hecho de que nuestras voces se mezclaban en la noche. Era la manera en que nos mirábamos entre cada verso, la forma en que nuestros pasos se sincronizaban sin esfuerzo, la sensación de que, por alguna razón, este momento estaba destinado a suceder.
Su mirada se volvía más intensa con cada palabra que salía de sus labios, y yo no podía apartar la vista de ella. Cada nota que cantaba parecía decirme algo más, algo que iba más allá de la letra de la canción.
Seguimos caminando, pero en algún punto dejamos de prestar atención al mundo a nuestro alrededor. Lo único que existía ahora era la voz de ella, la mía, y el latido constante en mi pecho que se aceleraba con cada segundo que pasaba.
—" So, let's go to see the stars right now..."
Cantamos juntos, las palabras fluyendo con una facilidad que no necesitaba esfuerzo. Era como si esta canción hubiera sido escrita solo para este instante, para nosotros dos.
La lluvia volvió a caer.
Pequeñas gotas comenzaron a descender del cielo, apenas perceptibles al principio, pero luego más constantes, más presentes. Sentí el agua deslizándose por mi cabello, resbalando por mi piel, empapando más nuestra ropa húmeda. Pero ninguno de los dos se movió, ninguno de los dos buscó refugio.
Porque en este momento, la lluvia solo hacía que todo se sintiera más perfecto.
Ella me miró, con las gotas de agua resbalando por su rostro como si fueran fragmentos de estrellas cayendo del cielo. Sus ojos brillaban de manera tierna e inocente. Y yo me di cuenta de que nunca había visto algo tan hermoso en toda mi vida.
Las palabras de la canción siguieron fluyendo entre nosotros, como un hilo invisible que nos mantenía unidos.
—"I need somebody..."
Mi voz fue bajando de tono, casi susurrado.
Ella también dejó de cantar, pero sus labios aún se movían, como si repitiera las palabras en su cabeza, como si quisiera atesorarlas por completo.
Nos quedamos así, bajo la lluvia, mirándonos en el silencio que siguió a la música, con el único sonido de la ciudad a lo lejos y el latido de mi propio corazón retumbando en mis oídos.
Y entonces, sin apartar la vista de ella, terminé la frase.
—"No, I only need you."
Vi cómo su pecho se levantó con una respiración entrecortada. La distancia entre nosotros se sentía demasiado grande a pesar de que ya estábamos cerca. Mi cuerpo quería moverse, pero algo en mi interior me pedía que esperara, que le diera la oportunidad de reaccionar primero.
Ella solo me miraba, con la boca entreabierta, como si quisiera decir algo, pero no supiera qué. La lluvia seguía cayendo, la noche seguía avanzando, pero para mí, el tiempo se detuvo en ese instante. Y luego, con una seguridad que nunca antes había sentido, dejé que las palabras salieran.
—"I love you."
Fue un susurro, un aliento en medio del aire frío, pero ella lo escuchó.
Pude verlo en sus ojos, en la forma en que se abrieron un poco más, en la manera en que su expresión pasó de sorpresa a algo más profundo, algo más fuerte. No supe cuánto tiempo pasó entre el momento en que dije esas palabras y el instante en que ella se acercó. Pero cuando lo hizo, cuando sentí su respiración rozando la mía, supe que ya no había vuelta atrás.
Cerré los ojos justo cuando nuestros labios se tocaron.
Fue un beso lento, tembloroso al principio, pero lleno de algo tan puro, tan real, que sentí que mi pecho se encogía. No había prisa, no había miedo. Solo estábamos nosotros, bajo la lluvia, en un rincón de la ciudad que ahora nos pertenecía. Sus labios eran suaves y cálidos contra los míos, y en el momento en que sentí sus dedos aferrándose a mi camisa, sabía que había esperado por esto también.
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El mundo había cambiado.
O tal vez no. Algo en mi pecho palpitaba con una calidez inusual, con una emoción que no terminaba de comprender del todo, pero que tampoco quería analizar demasiado. No cuando ella estaba aquí, justo a mi lado, con su respiración pausada entrelazándose con la mía.
Nos habíamos sentado en aquellas escaleras casi sin pensarlo, como si ese rincón apartado fuera el único lugar donde la magia de esta noche pudiera continuar. No habíamos dicho nada desde el beso. Ninguno de los dos. Sin embargo, el silencio no era incómodo. Era un silencio que hablaba por sí solo, que contenía todo lo que sentíamos en ese momento sin necesidad de palabras.
Apreté ligeramente mis dedos sobre los suyos, sintiendo cómo se aferraba a mí con la misma delicadeza con la que se sostiene algo precioso, algo frágil. Como si temiera que este instante pudiera desvanecerse en cualquier momento.
—Sin ti, las madrugadas no significarían nada —dije en voz baja, sin siquiera pensar en ello.
Sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente ante mis palabras, pero no dijo nada. Solo me miró, con esos ojos que parecían reflejar todas las estrellas del cielo.
Y era cierto.
¿Qué sentido tenían las madrugadas sin ella? Antes, me habían parecido solitarias, frías, un intervalo vacío entre un día y otro. Pero esta noche, sentado aquí con ella, sentía que las madrugadas eran algo más. Un espacio donde el tiempo nos pertenecía solo a nosotros.
Tragué saliva y bajé la mirada, sintiendo el peso de mis propios sentimientos.
—Creo que hasta los atardeceres perderían su significado —continué, dejando escapar una pequeña risa, aunque mi pecho se apretaba con la intensidad de lo que estaba diciendo.
Ella parpadeó, como si no esperara esas palabras, como si jamás hubiera pensado en la posibilidad de que alguien pudiera ver el mundo de esa manera por ella.
—¿Por qué dices eso? —susurró finalmente, y su voz sonaba tan frágil que sentí un nudo en la garganta.
Respiré hondo antes de responder.
—Porque un atardecer puede ser hermoso —murmuré—, pero no significa nada si no hay alguien con quien compartirlo.
Ella desvió la mirada hacia el suelo. Y por un instante, temí haber dicho demasiado. Pero entonces, lentamente, apoyó su cabeza en mi hombro, sintiendo su calidez. El viento nocturno sopló suavemente a nuestro alrededor, jugando con los mechones sueltos de su cabello, y yo no pude evitar sonreír al sentirlos rozar mi piel.
Me incliné un poco hacia ella, como si mis palabras fueran un secreto que solo ella debía escuchar.
—Las estrellas brillantes tampoco tendrían significado.
Ella alzó el rostro para mirarme, sus ojos reflejando un brillo inocente.
—¿Ni siquiera las estrellas? —preguntó, con un amago de sonrisa en los labios.
Negué lentamente.
—Ni siquiera las estrellas.
Porque, ¿de qué servían las estrellas si no podía compartirlas con ella? ¿Si no podía señalar una en el cielo y decirle que su brillo me recordaba a la forma en que sus ojos destellaban cuando sonreía?
¿De qué servía todo, si no era con ella?
Por un momento, me quedé en silencio, observándola, intentando grabar cada detalle de este instante en mi memoria. Porque si algo dentro de mí temía, era que esto fuera un sueño. Y entonces, ella hizo algo inesperado.
Lentamente, como si estuviera tanteando el terreno, deslizó su mano hasta mi pecho, justo donde mi corazón latía descontrolado.
—Está latiendo muy rápido —susurró, con un pequeño brillo de diversión en su mirada.
Tragué saliva.
—No puedo evitarlo. —Confesé nervioso.
Ella se quedó mirándome por un instante, como si tratara de descifrar algo en mi expresión. Como si buscara respuestas que yo aún no sabía cómo darle. Cerré los ojos por un segundo, inhalando profundamente, antes de inclinarme ligeramente hacia ella. Y sin decir nada más, sin dudar, sin titubeos, volví a besarla.
Esta vez no fue un beso apresurado o impulsivo. Fue un beso lleno de promesas silenciosas que ninguno de los dos necesitaba pronunciar en voz alta. La forma en que respondía a mi beso, con la misma ternura y urgencia, me hizo entender que ella pensaba lo mismo. Que para ella, las madrugadas, los atardeceres y las estrellas tampoco significaban nada si no era conmigo.
Cuando nos separamos, ella dejó escapar un suspiro tembloroso, y yo apoyé mi frente contra la suya, incapaz de apartarme demasiado.
—Taesan... —susurró mi nombre, su voz tenía un tono vulnerable que me hizo cerrar los ojos.
—Estoy aquí —murmuré.
Y ella sonrió.
Nos quedamos así por largos segundos, con el mundo entero reduciéndose a este instante. A nuestras manos entrelazadas, a nuestros corazones latiendo en sintonía, a la certeza de que, sin importar lo que ocurriera después...
Esta noche es solo nuestra.
El aire comenzaba a mostrar esa frescura inconfundible que da inicio al amanecer. No sabíamos cuánto tiempo había pasado desde que nos habíamos sentado en aquellas escaleras, desde que nuestras voces se habían fundido en una canción y desde que nuestros labios se habían encontrado en la profundidad de la noche.
Pero lo cierto era que no importaba, el tiempo había dejado de ser algo relevante. No había minutos ni horas entre nosotros, solo momentos. Solo la sensación de su mano en la mía, del eco de nuestras risas flotando en el aire y del calor de su cuerpo junto al mío, como si en algún punto hubiéramos dejado de ser dos personas separadas y nos hubiéramos convertido en una sola.
Hoy todo era especial.
Más especial que cualquier otro día que haya vivido hasta ahora. Tal vez sea porque aún puedo sentir el rastro de su beso en mis labios o porque mis dedos siguen entrelazados con los suyos, y no quiero soltarla nunca más.
No quiero soltarla.
Porque en este instante, avanzamos juntos, a nuestro propio ritmo, a nuestro propio tiempo. Como si todo el universo hubiera estado esperando este momento para alinearse con nosotros.
Cuando ella movió los dedos dentro de mi agarre, acariciando suavemente mi piel con la yema de los suyos, la miré de reojo. Su expresión era tranquila, serena, como si estuviera sumergida en la misma sensación que yo. Caminábamos sin rumbo nuevamente, como si aún nos quedara una última aventura antes de que la noche terminara.
La ciudad parecía un escenario diseñado para este momento, para nuestra última caminata antes de que el sol comenzara a teñir el cielo de tonos cálidos. Y aunque el amanecer estaba cerca, no sentía prisa. Porque aún tenía su mano entre la mía. Aún la tenía aquí, conmigo.
Cada paso se sentía como un compás en una melodía silenciosa, una que solo nosotros podíamos escuchar. A su lado, el tiempo se desvanecía, y todo lo que importaba era este instante, este pequeño fragmento de eternidad en el que su presencia lo llenaba todo. Ella se acercó un poco más, apoyando su cabeza en mi hombro, y yo giré apenas el rostro para respirar su esencia, ese aroma dulce y familiar que había llegado a ser mi lugar seguro.
Hasta que lo sentimos...
El final de nuestro camino.
No porque la calle terminara, sino porque nuestros corazones nos dijeron que aquel punto era nuestro último paradero. Un pequeño rincón de la ciudad que no era iluminada aún.
Nos detuvimos, todavía tomados de la mano, y nos miramos. Sus ojos, oscuros y profundos, reflejaban la luz tenue del amanecer que comenzaba a insinuarse en el horizonte. Pero más allá de eso, reflejaban algo más.
Reflejaban a mí.
Reflejaban todo lo que sentía, todo lo que nunca había sido capaz de poner en palabras. Se dibujó una sonrisa en su rostro, una de esas que hacía que mi corazón sintiera explotar y mi mundo se iluminara. Y sin necesidad de pensar en nada más, sin necesidad de pedir permiso o de analizarlo, volví a unir nuestros labios.
Un beso que no pedía más que existir en este momento.
Podía sentir cómo sus labios se aferraban a los míos, cómo su aliento tibio se mezclaba con el mío, cómo su piel se erizaba apenas bajo mi toque. Como si este beso fuera el hilo invisible que unía nuestras almas. Cuando nos separamos, no hubo palabras. Solo un abrazo.
Nos envolvimos el uno en el otro, sintiendo la calidez de nuestros cuerpos en medio de la frescura de la madrugada. Mi barbilla descansó sobre su cabeza, y ella apoyó su rostro en mi pecho, escuchando mi corazón que latía descontrolado.
—Me siento tan emocionado en esta madrugada, que quiero prometerte la eternidad. Y mantenerte siempre en mis brazos. —Susurré lentamente, mientras apretaba su cuerpo con cuidado—. Quisiera que esta noche no termine nunca...
Sentí su sonrisa contra mi pecho antes de escuchar su respuesta.
—Porque cuando estoy contigo, las madrugadas están llenas de luz... —murmuró, con esa dulce voz que jamás olvidaría —. Los atardeceres están llenos de sueños...
Cerré los ojos un instante, dejando que sus palabras se quedaran grabadas en mi interior, antes de pronunciar lo único que quedaba por decir.
—Así que solo puedo pedirte una cosa...
Nos separamos apenas lo suficiente para mirarnos a los ojos una vez más. Nuestros labios se movieron al mismo tiempo.
—Entonces volvamos a ver las estrellas...
La brisa nocturna nos envolvió en su caricia final, llevándose nuestras palabras con ella, pero dejándonos con la certeza de que, sin importar el amanecer que se acercaba, esta noche nunca terminaría realmente, y que debajo de este mismo cielo estrellado, nuestras almas seguirían buscándose.
Siempre.
Fin.
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¡Hola! Una nueva historia fue colocada como estrella en Universia. Aunque esta vez, tiene una dueña que se apoderó de ella desde el momento en el que decidí escribirla. Está historia es para ti _Fairypink espero que reclames a Taesan como tuyo siempre, y que en cada momento ambos vayan a ver las estrellas que siempre os acompañarán en todas sus vidas. Happy birthday too, honey! ❤️🤍
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夢│生│活│日
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