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La dama blanca había quedado enfrentado al rey negro. JungKook no podía creer cómo le había ganado en cuatro movimientos; el jaque mate más estúpido de la historia.
—Yo- —no sabía qué más podía hacer. El juego ya estaba terminado, pero aún con su tremenda erección, analizó el tablero en su cabeza; ¡no había ni una sola salvación!
—Tienes que saber cuándo rendirte ante mí, JungKookie. —habló con una gran sonrisa el mayor. Caminó hacia una mesa mientras que Jeon despeinaba su cabello con frustración; ¿cómo mierda había dejado que Kim le ganara de esa manera?
El mayor ató su cabello largo en una coleta con la liga negra —que había tomado de la mesa—, dejando algunos mechones sobre su rostro y viéndose aún más caliente que unos segundos atrás.
—Eres un jodido tramposo. ¿Lo sabes, verdad? —finalmente sonrió el menor, atrapando con sus brazos el cuello contrario y mirando al hombre —tramposo— de sus sueños a los ojos, completamente enamorado.
—No es trampa, JungKook. Se llama distracción —la única prenda que le impedía a Kook estar desnudo, fue retirada. Permitiéndole al mayor observar, de una vez por todas, la rojiza polla del menor, completamente erecta y expulsando líquido pre-seminal como loco—. Venganza por lo de las tablas.
La larga y delgada mano del mayor abrazó el pene del chico contrario, quien se agarró de su brazo con fuerza y gimió alto. Sus piernas intentaron cruzarse para impedir que el toque del mayor lo quemara mucho más; sin embargo, Kim colocó su pierna entre las de Jeon, evitando así, que este último las cerrara.
Kook echó su cabeza hacia atrás, y Tae tomó eso como una, directa y descarada, invitación para atacar ese precioso y lechoso cuello, que lo estaba llamando desde que le ganó. Pasó la punta de su lengua por aquel delicado lugar, arrancándole jadeos ahogados y quejidos al menor.
—Tae~ Tae~ —intentaba hacer que el contrario parara y, la verdad, es que ni siquiera quería que lo hiciera. Estaba disfrutando al máximo de aquella sensación que logró erizar su piel.
—¿Qué es ese sabor? —preguntó Kim cuando se separó del cuello contrario por unos segundos—. ¿Vodka? —mordió y besó una pequeña sección, aumentando la fuerza y la rapidez con la que sobaba la polla contraria—. No, no; estoy casi seguro de que es tequila.
JungKook simplemente podía jadear levemente; el que Tae lo estuviera masturbando lo tenía al abismo del placer más prohibido del mundo. Abrió las piernas a voluntad, invitando al castaño a acercarse mucho más.
No obstante, y a pesar de sus acciones, el mayor obligó al excitado azabache a que se pusiera de pie; lo separó del mueble, contra el cual lo tenía acorralado, y lo observó de arriba a abajo.
Jeon JungKook era simplemente perfecto; piel blanca como la leche, se veía tan suave. Sus muslos estaban llamando a TaeHyung a gritos desesperados. Su pene, completamente rojo, exigía atención inmediata; y su rostro, casi sin aliento, lo miraba suplicante.
No pudo resistirse, cuando se volvió a acercar al mejor ajedrecista de Corea y lo besó con agresividad. Lo mordía, jalaba y succionaba sus labios, y JungKook simplemente se dejaba hacer; en realidad había ansiado ese toque por mucho tiempo, y ahora que lo tenía, era una situación muy surrealista. Mucho mejor de lo que había imaginado.
La mano izquierda del mayor bajó por la espalda hasta el trasero níveo, después al muslo, obligando al menor a subir su pierna a la cadera contraria. Se podían sentir entre ellos, JungKook estaba molesto por la ropa que aún estorbaba en el exquisito cuerpo de su mejor amigo.
Todas esas veces en las que lo vio desnudo, tuvo que conformarse con pecar únicamente en su mente, imaginándose ese cuerpo sobre el suyo, sus pieles quemándose una a la otra y fundiéndose cual metales al fuego.
La camisa negra del mayor pronto fue retirada por el azabache, quien se deleitó con el precioso torso —una vez más— de Kim TaeHyung. Lo siguiente, fueron sus manos en el cinturón contrario; acariciando esa parte con suavidad e insistencia.
El castaño simplemente sonrió y Kook se sentía en las estrellas. Se retiró toda la ropa que aún cubría su cuerpo y quedó completamente desnudo frente al menor.
Su verga era lo más grande y grueso que había visto en su vida; pero se mantuvo callado. Por su mente no pudo evitar pasar el pensamiento de que, por él, dejaría caer su Rey sobre el tablero una y otra vez; todo con tal de tener a Kim mirándolo de esa manera tan prohibida y excitante a la vez.
—¿Lo estás disfrutando, Koo? —preguntó el castaño; había fuego en sus ojos y lujuria en sus palabras. Mordió su labio inferior a la vez que pasaba sus manos por el rostro del contrario.
El rostro de JungKook estaba de un precioso color rojo, sus pestañas negras se veían tan preciosas y tupidas sobre sus pómulos; sus ojos estaban cerrados y su boca abierta, sólo en espera de volver a sentir la lengua intrusa dentro de su húmeda cavidad bucal.
—Muchísimo, Tae —pudo apenas decir, el aire le faltaba y tragaba saliva constantemente—. Quiero que me tomes, me rindo ante ti.
El castaño sonrió por aquellas palabras; que su precioso amigo estuviera dispuesto a rendirse ante él de esa manera, simplemente lo volvía loco; despertaba sus más bajos instintos y lo obligaba a llenar su mente con escenas sexuales, en las cuales, él era el protagonista junto con el mejor ajedrecista de Corea del Sur: Jeon —abdomen exquisito— JungKook.
La gran mano del moreno se colocó con firmeza sobra la cintura del contrario, lo acercó a su cuerpo y jadeó al sentir el placentero roce de sus intimidades. Hacían, ambos, movimientos desesperados de caderas para frotarse uno contra el otro.
JungKook giró su cabeza levemente y mordió el lóbulo de la oreja del castaño, quien pasó su mano al trasero del blanco y comenzó a tantear, superficialmente, su pequeño orificio—. Me vuelves loco, Kim.
—¿Hace falta que te diga que tú a mí? —simplemente el tacto del cuerpo contrario contra el propio lo volvía loco; quería más, muchísimo más—. Quiero todo de ti, Kook; pero tu victoria la voy a respetar. ¿Puedo faltarle al respeto a todo lo demás?
Soltó un gruñido grave cuando la mano del menor se colocó sobre su erección y comenzó a masturbarlo con rapidez; mientras su boca se mantenía abierta —en amago de jalar mucho más aire; parecía haber olvidado cómo utilizar su preciosa nariz—, gemía agudo al sentir el dedo del mayor jugueteando con su entradita.
—Sólo si me dejas hacerlo primero —contestó el azabache una vez jaló suficiente aire.
—Todas las victorias son tuyas de ahora en adelante, JungKook. Eres mejor que yo en todos los sentidos; y si tengo qué, te regalo todas mis piezas sin que me lo pidas.
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