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Momentos previos
a la tercera ronda.

Sus párpados pesados se abrieron con cansancio, revelando unos ojos que parecían haber sido acariciados por la sombra del sueño. Al despertar de aquella siesta, se vio envuelta en una confusión sutil. Su cabeza, reposada en el hombro de aquel hombre de cabellos dorados, encontraba un refugio en su firmeza, como si el mundo entero se desvaneciera alrededor de ellos dos. Sus iris, tan serenos como el océano en calma, se perdían entre las páginas de un libro que parecía poseer el poder de atrapar su atención por completo.

-Has estado durmiendo mucho últimamente...-

Nerissa dejó caer su mirada sobre Poseidón, sin embargo, los ojos del dios, como dos impenetrables abismos marinos, nunca se volvieron hacia ella, pero en su silencio implícito parecía aguardar una respuesta.

-Solo es cansancio...- asumió en un suave murmullo, con su atención fija en alguna parte de la nada, como si sus pensamientos se perdieran en los remolinos de la bruma.

Sin embargo, se vio en la obligación de girarse hacia él una vez más cuando sintió la mano de Poseidón tomar la suya con extrema delicadeza. Sus ojos, penetrantes como rayos de sol que atraviesan las aguas cristalinas, la observaban fijamente, sabiendo que aquello no se trataba solo de un simple cansancio, sino de algo mucho más profundo que atormentaba a su amada esposa.

Nerissa obsequió a Poseidón una sonrisa apacible, como una pincelada de dulzura que buscaba transmitirle que todo estaba en orden. Sus manos, con delicadeza, se entrelazaron lentamente, como los hilos de un antiguo telar que forjaba un vínculo inseparable.

-Pronto será mi turno- en un parpadeo fugaz, la sonrisa de la nereida se evaporó, eclipsada por una sombra súbita que enturbió su rostro -Nerissa- llamó, acariciando el nombre de su amada como si fuera una joya preciosa -no quiero que observes la pelea. Sé lo mucho que te preocupas y no quiero eso-

Aunque el semblante imperturbable de Poseidón no mostraba alteración alguna, en aquel instante sus palabras se envolvieron en un ligero velo de ternura. Era consciente de la capacidad de su esposa para inquietarse y deseaba evitarle cualquier sufrimiento innecesario.

Ella no merecía eso.

-No te atrevas a exigirme eso... No puedes pretender que no me preocupe por tí- declaró, alzándose de la cama con un torrente de sentimientos entrelazados en sus ojos. Temor, angustia e incluso una pizca de enojo se desplegaban en su mirada, pero a pesar de todo, no lo detendría. Hacerlo sería en vano.

Con paso decidido, se acercó a él y le sostuvo la mirada, desafiante pero cargada de un profundo amor.

Poseidón se guardó sus palabras, pero su gesto habló por él. Con delicadeza, su mano entrelazó los dedos de Nerissa, atrayéndola hacia sí con un suave tirón. La acomodó con sumo cuidado en su regazo, permitiendo que la mujer reposara su cabeza en el pecho del dios.

-Será rápido, en un abrir y cerrar de ojos estaré de vuelta junto a ti- le aseguró, sus labios depositando un casto beso en la frente de su amada, mientras una de sus manos acariciaba con ternura la curvatura de su espalda -No hay motivos para que temas-

Los ojos de Nerissa se cerraron, conteniendo un nudo en la garganta. A pesar de los esfuerzos de Poseidón por tranquilizarla, nada parecía surtir efecto.

-Hay algo de lo que debemos hablar - se apartó de él, sus ojos encontrando los suyos -Yo...-

-Señor Poseidón- interrumpió Protesu desde el otro lado de la puerta -Debe dirigirse de inmediato a la arena de combate-

Nerissa, con el corazón palpitante y los nervios en pleno desasosiego, tragó saliva y se deslizó del regazo de Poseidón.

-¿Qué tienes que decirme?- Él esperaba una respuesta.

-Es... olvídalo, hablaremos de ello cuando regreses. Ahora ve, te estaré observando desde aquí- se aproximó a él, con sus manos acariciando con delicadeza las mejillas del hombre antes de sellar su partida con un suave y fugaz beso en los labios.


Ingresó en aquel majestuoso palacio envuelto en un silencio sepulcral, cuya magnitud le resultó abrumadora por vez primera. La negrura de la noche había descendido tras su regreso del Valhalla, y ahora cada uno de sus pasos resonaba en los pasillos desiertos de su morada, como un eco melancólico. Resultó insoportable para ella regresar sin Poseidón, pero logró mantener la compostura, fingiendo indiferencia frente a la tragedia que había acontecido.

Hizo caso omiso a los llamados de Proteus en la entrada, y con amabilidad, le aseguró que no requería de nada, antes de proseguir su camino hacia la habitación.

La cama la recibió como un lecho desolado, desprovisto de la calidez y la presencia que solía habitar en ella. Todo permanecía inmutable, como si el tiempo se hubiera suspendido en aquella recamara. Sin embargo, su mirada se vio atrapada por el impecable traje de Poseidón, cuidadosamente doblado sobre la superficie de la cama, como si aún esperara el regreso de su dueño.

Proteus había decidido extraerlo del armario para otorgarle una planchada impecable después de lavarlo horas antes de partir al Valhalla.

Un nudo asfixiante se anudó en su garganta, aprisionando las palabras y la angustia en su ser. En medio de la noche, cuando las sombras eran cómplices y ningún ojo ajeno podía presenciar su desolación, la fortaleza que había mantenido se derrumbó. Sus rodillas cedieron bajo el peso de su dolor, mientras sus manos instintivamente cubrían su boca, silenciando los gemidos que amenazaban con escapar.

Y pronto las lágrimas se deslizaron sin restricciones por sus mejillas.

-Estúpido... fuiste un estúpido- susurró entre sollozos desgarradores, como si sus palabras pudieran alcanzar a Poseidón en la lejanía, como si pudieran deshacer el destino que los había separado.

-Proteus me dijo que apenas sales de tu habitación-

Zeus se acomodó en el sofá, con sus ojos clavados en Nerissa, cuya palidez contrastaba con su eterno semblante juvenil, reflejando una fatiga que iba más allá de lo físico.

-No tengo deseos de salir- respondió ella con brusquedad, anhelando que aquella conversación llegara a su fin de una vez por todas. No deseaba encontrarse con nadie, mucho menos con Zeus.

-No es saludable para ti estar recluida tanto tiempo...-

-No finjas preocupación por mí, nunca te agradé. ¿Por qué habría de ser una excepción ahora?- sus palabras resonaron con una helada frialdad, y sus ojos, normalmente serenos, ahora destilaban un frío capaz de infundir temor.

-¿Por qué no me dijiste que estás esperando un hijo de mi hermano?-

La pregunta precipitada de Zeus hizo que Nerissa frunciera el ceño, abrazando su abdomen de manera instintiva, como si quisiera protegerlo.



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