˚˖𓍢ִִ໋🌊𝐒𝐄𝐈𝐒🦈˚˖𓍢ִ✧˚.
Tiempo atrás.
El agua cristalina se deslizó entre sus dedos, mientras la brisa nocturna del mar danzaba en su cabello, haciendo que algunos mechones acariciasen su rostro apagado. Ni siquiera la serenidad del océano, con su vasto abrazo, lograba apaciguar el tumulto de emociones que se agitaba en su interior, comparable a un tsunami desatado. Para Nerissa, esa inquietud era algo poco habitual; la calma solía ser su refugio, un estado al que siempre se aferraba.
Ahora, una tormenta se agolpaba en su interior, como un torbellino de emociones desatadas. A pesar de que los días transcurrían, esa intensa sensación se aferraba con tenacidad, como si no tuviera intención de desvanecerse.
El ambiente en su hogar no ofrecía consuelo. Las risas incesantes de sus hermanas resonaban como ecos distantes, burlándose de su desasosiego. Los caprichos de su madre, Doris, eran un murmullo constante que la irritaba, y el silencio abrumador de su padre, que se hacía presente ante los berrinches de su esposa e hijas, solo intensificaba su deseo de escapar de aquel palacio.
Ser la menor de todas había sido a la vez una bendición y una maldición. Por un lado, disfrutaba de la libertad de ser casi una sombra inadvertida, lo que le otorgaba una tranquilidad y una escasa exigencia por parte de sus padres. Sin embargo, esa misma posición también la sumía en la soledad, dejando un vacío que se hacía cada vez más palpable.
—¿Quizá debería regresar...?—murmuró para sí misma al notar que la noche había avanzado más de lo esperado. Sin embargo, en el fondo sabía que nadie notaría su ausencia, ni siquiera los guardias que apenas prestaban atención —hmm... no —suspiró, decidida a quedase toda la noche frente al océano.
Allí, ante la inmensidad del mar, no se sentía tan sola.
Se sentó en la arena, sin preocuparse por si su vestido blanco se ensuciaba o si acababa cubierta de granos dorados. Empezó a juguetear con la arena húmeda de la playa, buscando distraer su mente y ahogar el aburrimiento. Pero de repente, un silbido, no muy lejos de allí, la sobresaltó.
Miró en todas las direcciones mientras el silbido se transformaba en una melodía agradable que resonaba en el aire. La curiosidad la impulsó a ponerse de pie y seguir la fuente de aquel hermoso sonido. Caminó unos metros, y pronto se dio cuenta de que la melodía provenía de detrás de unas rocas, donde la suave marea parecía danzar al compás de la música.
Con cautela, se acercó, consciente del peligro que podría acechar en la oscuridad. Pero... ¿qué tan malo sería si desapareciera? Esa idea inquietante cruzó su mente, pero rápidamente la apartó. Sus pies descalzos comenzaron a avanzar, sintiendo la frescura de la arena entre sus dedos.
Al llegar, se detuvo un momento, conteniendo la respiración. Lentamente se asomó detrás de las rocas, con el corazón latiendo con fuerza, ansiosa por descubrir quién o qué estaba creando aquella melodía cautivadora.
Lo primero que llamó su atención fue una cabellera dorada que brillaba bajo la luz plateada de la luna. Un hombre, desconocido y enigmático, se erguía ante ella. Su figura imponente, marcada por la fuerza, sostenía un tridente que, sin duda, podría intimidar incluso a los dioses más poderosos.
Quizá, en ese momento, si Nerissa hubiera sabido que aquel hombre era el mismísimo Poseidón, habría huido despavorida, evitando así un sufrimiento que estaba por venir. Sin embargo, el destino era impredecible, y todo lo que pudo ser evitado no lo fue.
—Te ves terrible, hermano—
Poseidón frunció el ceño, su mal humor evidente ante el comentario de su hermano mayor. No estaba dispuesto a tolerar más provocaciones en ese instante. Si hubiera sido cualquier otro, lo habría echado a patadas o algo aún peor, pero se trataba de Hades, y él era el único que lograba soportar entre todas las cucarachas que se hacían llamar dioses.
—¿Viajaste desde el inframundo solo para hablar de mi tan evidente estado, hermano mayor?— la voz del dios de los mares salio más fría que de costumbre, seca y sin una pizca de sutileza.
Estaba cansado, pero no por el desgaste físico. Era una fatiga mental que lo agobiaba de maneras que nunca había imaginado. Las ojeras marcaban su rostro, la piel había palidecido y su expresión, más sombría que nunca, solo servía para infundir más terror del que ya había cultivado a lo largo de los años.
Sin embargo, a pesar de su evidente estado, se negaría rotundamente a confesarlo. El orgullo era un peso tan grande como el trono que ocupaba, y permitir que alguien viera su vulnerabilidad era algo que jamás se permitiría.
—¿Sabes algo? Te habrías evitado todo esto si tan solo hubieras dicho "no" a la propuesta. Sé que Zeus puede ser muy insistente, pero, ¿tanto como para molestarte?—Hades habló con franqueza, meneando con cierta despreocupación la copa de vino que sostenía en su mano.
—Su mera existencia me molesta—respondió Poseidón con brusquedad, sus ojos azules fijos en el vino que ni siquiera se dignó a tocar —agradezco que Anfitrite esté unas semanas lejos; ojalá fuera así para siempre—
El rubio no tenía el más mínimo interés en aquella Nereida, y Hades lo sabía mejor que nadie. Por esa razón, el dios del inframundo no se quedó callado.
—Y por esa razón debiste rechazar la oferta y así evitar el sufrimiento de esa pobre mujer— replicó Hades, sus ojos amatistas encontrando los de su hermano menor, que solo frunció el ceño en respuesta.
—¿Tú de qué lado estás?— demandó Poseidón, sintiendo un tic en su ojo. Hubiera preferido que Hades se quedara en el inframundo, donde sus palabras no le resultaran tan irritantes.
Hades alzó una ceja, divertido por la reacción de Poseidón
—No estoy de ningún lado, hermano. Solo estoy señalando lo obvio. Tienes que asumir la responsabilidad de tus decisiones—
Poseidón desvió la mirada, frustrado. La tensión entre ellos era palpable, pero en el fondo, sabía que Hades tenía razón. Sin embargo, eso no hacía que las palabras fueran más fáciles de escuchar.
El dios de los mares estaba a punto de replicar, cuando de repente, la puerta se abrió, revelando la figura de Proteus.
—Lamento interrumpir, mi señor—anunció con respeto —pero la señorita Nerissa ha llegado. Al parecer, la señora Anfitrite olvidó algunas pertenencias, y ella ha venido a recogerlas—
Apenas se pronunció el nombre de Nerissa, el rostro de Poseidón se transformó. Una mezcla de sorpresa y melancolía iluminó su expresión, mientras una chispa de amor brillaba en sus ojos, un destello que Hades no pudo evitar captar.
—Déjala pasar— respondió, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. Su alma, que antes se mantenía serena, comenzó a agitarse en su interior.
Permitió que Proteus se retirara por un instante, anticipando el regreso de Nerissa. Al verla, fue como si el tiempo se detuviera; su belleza resplandecía como una perla en la luz del océano. En ese momento, Poseidón logró olvidar, aunque solo fuera por un instante, todas sus frustraciones, sumido en el hechizo de su presencia.
—Disculpen la interrupción —Nerissa realizó una prqueña reverencia, hablando con un tono que denotaba calma —mi hermana olvidó algunas cosas y he venido a recogerlas personalmente. No tardaré mucho—
Su rostro se mantenía imperturbable, mientras sus ojos amatistas se fijaban en un punto indefinido, eludiendo a toda costa la intensa mirada de Poseidón.
Poseidón tardó en responder, y por esa razón, Hades decidió tomar la palabra.
—No es ninguna interrupción, adelante. ¿Cómo se encuentra Anfitrite?— preguntó el peliplata con una cortesía que no sorprendió para nada a Nerissa, quien, al escuchar sus palabras, esbozó una sonrisa más relajada.
—Ella está mejor, señor Hades. Aprecio su preocupación. Ahora, si me disculpa, iré a recoger las pertenencias de Anfitrite— respondió la mujer, inclinando suavemente la cabeza en señal de despedida. Sin embargo, sus ojos, furtivos y curiosos, no pudieron evitar posarse brevemente en Poseidón antes de continuar su camino.
Cuando Nerissa se alejó, Hades giró su mirada hacia su hermano, su expresión reflejando una mezcla de seriedad y comprensión.
—No tengo derecho a intervenir en tu vida personal— comenzó —sé lo que sientes por Nerissa y lo que sucedió entre ustedes. No voy a juzgarte, pero no puedo ignorar el sufrimiento que hay en sus ojos, ni el amor que ella siente por ti. También veo el dolor de Anfitrite, atrapada en un matrimonio que pudiste haber evitado. No me parece justo nada de esto, pero es tu decisión si decides continuar—
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