˚˖𓍢ִִ໋🌊𝐂𝐈𝐍𝐂𝐎🦈˚˖𓍢ִ✧˚.
El silencio era ensordecedor, y Nerissa se encontraba cada vez más desesperada. La serena sonrisa de Hades la torturaba mentalmente mientras caminaban en completo mutismo. El dios del inframundo no había pronunciado ni una sola palabra desde que partieron, manteniendo una calma que no auguraba nada bueno para la mujer.
Se preguntaba por qué se estaba preocupando tanto. Estaba segura de no haber cometido ninguna falta, pero entonces, ¿por qué el mismísimo gobernante de los muertos requería hablar con ella?
La incertidumbre la carcomía por dentro, haciendo que cada paso pareciera una eternidad. La tensión era palpable, y Nerissa no podía evitar sentir que se aproximaba algo que iba a cambiar su vida para siempre.
—¿Cuál era el motivo de su necesidad de hablar conmigo, señor Hades?— pronunció ella, rompiendo finalmente el silencio que los embargaba, incapaz de soportarlo más. Su ceja se elevó con delicadeza cuando el hombre se detuvo y su sonrisa se desvaneció cual efímera brisa.
—Oh... disculpa, me distraje por la belleza del paisaje. Sitios como estos no se ven a menudo en mis dominos— se excusó, aclarando su garganta antes de posicionar sus brazos tras su espalda —en realidad, la razón por la que te buscaba es que no he dejado de notar ciertos detalles entre mi hermano Poseidón y tú que han despertado en mí algunas sospechas—
El corazón de Nerissa comenzó a latir con una velocidad abrumadora al escuchar aquellas palabras. Sintió como el aire abandonaba sus pulmonares y su cuerpo se paralizaba.
Hades lo sabía.
—Poseidón no se habría atrevido a contármelo tan fácilmente, pero he sido capaz de percibirlo con claridad durante la boda, e incluso en la cena...— sus ojos amatistas se posaron sobre los de Nerissa, y cuando la mujer descendió la mirada, el hombre le obsequió una sonrisa llena de comprensión —No te angusties, tu secreto está a salvo conmigo. Tan sólo me encuentro un tanto sorprendido, nada más— confesó, posando su mano con delicadeza sobre el hombro de la femina.
—¿Acaso le sorprende que haya sido tan estúpida como para enamorarme de su hermano, o que siga con vida?— suspiró Nerissa, su cuerpo entero estremeciéndose.
—Ambos aspectos me han dejado perplejo— admitió el hombre de cabellos plateados, rascando levemente su nuca.
—Aún desconozco cómo sucedieron los hechos... De repente, mis padres y Zeus decidieron unirlos en matrimonio, y él aceptó sin oposición, lo cual me causó aún mayor asombro— se abrazó a sí misma, en busca de un consuelo que apaciguara su alma, sus ojos amatistas brillando con un destello de dolor —Pero ya nada de eso importa, lo hecho, hecho está—
Hades se mantuvo en silencio unos segundos, reflexionando las palabras de la mujer. Su mirada penetrante parecía escudriñar hasta lo más profundo del alma de Nerissa, buscando entender la complejidad de sus pensamientos. Finalmente, se recargó en un robusto árbol cercano, cruzándose lentamente de brazos y fijando la vista en el suelo, su semblante tornándose pensativo y distante.
—Es difícil desentrañar lo que hay en la mente de Poseidón, él es como...—
—Como el mar, su mente es profunda, misteriosa y difícil de comprender completamente. Puede ser tan impredecible y cambiante como las mismas olas— Nerissa interrumpió, pensando en el rubio que últimamente rondaba en su cabeza.
Hades sonrió ante la certera comparación de Nerissa y asintió suavemente con su cabeza.
—Así es— confirmó.
Tras una breve pausa, Nerissa cambió de tema.
—Debería regresar a casa— realizó una pequeña reverencia respetuosa al dios —que tenga buen día, señor Hades— se despidió la mujer antes de dar media vuelta y emprender su marcha, sus pasos tan ligeros y elegantes que parecía flotar sobre la tierra.
Hades observó en silencio cómo la figura de Nerissa se alejaba, una sutil sonrisa curvaba ligeramente las comisuras de sus labios. Y con un último suspiro, el dios del inframundo se incorporó y se internó de vuelta en las sombras.
—La señorita Tetis y la señorita Nerissa están aquí—
Proteus anunció la llegada de las dos hermanas, y en cuanto Anfitrite escuchó la noticia, su rostro se iluminó con una mezcla de alivio y alegría. Sin perder un momento, se puso de pie, ignorando por completo las palabras de Doris, quien había llegado antes para visitarla.
Anfitrite corrió hacia sus hermanas, y las envolvió en un fuerte abrazo, como si su misma vida dependiera de ese contacto. Tetis, con su serenidad característica, tan imperturbable como las aguas de un océano en calma, no dudó en corresponder el gesto de su hermana.
Por su parte, Nerissa no pudo evitar preocuparse al ver a Anfitrite. Sabía que su hermana no la estaba pasando nada bien en aquel imponente palacio, lejos de su hogar y de su familia. Su corazón se llenó de una profunda empatía al contemplar la desesperación reflejada en los ojos de su hermana mayor.
—Me alegra mucho verlas...— susurró aliviada.
Nerissa esbozó una sonrisa cálida y afectuosa mientras observaba a Anfitrite arrastrar emocionada a Tetis hacia el sofá, ansiosa por pasar tiempo con su hermana después de tanto tiempo sin saber de ella.
Una vez que se instalaron cómodamente, Nerissa decidió salir discretamente del salón. Al cruzar el umbral, se encontró con la imponente figura de Poseidón en las lejanias del pasillo, observando pensativo el cielo a través del inmenso ventanal.
Los ojos azules del dios se encontraron con la mirada amatista de Nerissa, quien rápidamente desvió la vista, sintiéndose inexplicablemente nerviosa. Sin mediar palabra, Nerissa ingresó de vuelta al salón de descanso, oyendo la conversación que se desataba.
—Mi hermana necesita alejarse de este agobiante entorno por un tiempo. Me la llevaré conmigo por unas semanas, y no es algo que esté sujeto a discusión, madre—
Los penetrantes ojos dorados de Tetis se posaron con firmeza en los de su madre.
—Pero Poseidón...—
—Poseidón y sus intereses me importan poco— respondió con un tono cortante.
Se irguió con firmeza y giró hacia su hermana menor.
—Nerissa, ve y busca a Proteus. Dile que empaque las pertenencias de Anfitrite—
Un destello de ternura brilló en los ojos de Tetis mientras observaba a Nerissa, la cual asintió con reverencia hacia su madre y hermanas mayores, antes de apresurarse por los pasillos en busca del mayordomo de Poseidón.
Mientras avanzaba, notó con alivio que el dios de los mares ya había abandonado el corredor. Entonces, un sutil silbido llamó su atención, haciéndola detenerse en seco.
Era la melodía que Poseidón entonaba siempre que solían encontrarse en la playa.
Lo siguió en silencio hasta llegar a un balcón no muy lejos de allí, donde el hombre se encontraba, sus ojos absortos en el cielo mientras silababa con suavidad. La nereida se detuvo, observándolo en silencio al mismo tiempo que sentía un dolor en el pecho, una punzada de melancolía que nunca antes había experimentado.
—¿Qué haces aquí?— preguntó de pronto el dios, exaltando a la mujer que tardó unos segundos en recobrar la compostura para responder.
—Anfitrite...pasará unas semanas con Tetis, y he venido a buscar a Proteus para que prepare sus cosas— explicó casi en un murmullo, pero Poseidón no se volteó hacia ella, su mirada aún perdida en el infinito azul del cielo.
—En el jardín— respondió él con indiferencia, como si la ausencia de su esposa no le importara en lo más mínimo.
La mujer sólo asintió y ahogando un suspiro, se dio media vuelta para ir en busca de Proteus.
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