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「 ɴᴏ ᴠᴏʏ ᴀ ᴍᴇɴᴛɪʀʟᴇ 」
La noche pasa deprisa y con ella se desvanecen todos mis pesares. La mañana siguiente comienza con un silbido que me trastoca mis sueños y abriendo los ojos con dificultad, descubro a Selene dando la entrada a una adormilada Heather; esta lleva el cabello —normalmente lacio— arreglado en una coleta alta y algo despeinada, además de un camisón oscuro que le llega hasta las rodillas, debajo de estas es de suponer que lleva unos shorts cortos. Sus pantuflas negras y con forma de conejitos las deja apostadas al pie de la cama, y se sube gateando hasta mi. La observo confundido, sin saber qué demonios hace en mi cuarto.
—Buenos días, Newt... —suelta como si nada, mientras se acomoda bajo mi pecho y se recuesta dejando caer todo su peso encima de mi.
Alzo las manos al aire, sin saber dónde ponerlas, y cuando miro hacia Selene, tiene en el rostro una expresión desconcertante. ¿Lo que me muestra es repulsión u adoración? Sin querer saberlo de verdad, centro mi atención en mi amiga, quién restriega su cabeza sobre mi pecho. Sostengo sus hombros y la trato de apartar un poco, cuando siento que me huele.
—¿Acaso eres un animal, Heathy? —pregunto alterado y totalmente nervioso de su comportamiento.
Sin embargo, esta niega y colocándose sobre los huecos entre mis piernas, pega su rostro muy cerca del mío. Ese característico olor a azucena me invade las fosas nasales y siento que paso mucho tiempo con ella para darme cuenta de lo rápido que lo anexiono con la chica. Un sonrojo sube por mis orejas por su proximidad, pero cuando pienso que algo más podría suceder en la privacidad de mi cuarto, esta se carcajea en mi cara. Aquello me saca fuera de lugar y cuando voy a preguntar qué sucede con ella, mira hacia la puerta mientras extiende una de sus manos.
—Te dije que se pondría rojo, y como he ganado la apuesta, tienes que obedecerme por todo un mes entero, fiel perrito —comenta como quién no quiere la cosa, y descubro a Ethan en el marco de la puerta con una sonrisa, dando por entendido que ha perdido el juego.
Entonces, mientras asimilo la situación, me doy cuenta de que estaban tomándome el pelo. Así que justo cuando Heather se baja de la cama, para reunirse con el otro, les lanzo la almohada; es a Ethan a quien le da en toda la cara, por distraerse con la chica de cabellos oscuros. Mi ceño se frunce y mientras señalo hacia el pasillo, les digo: —Ambos, afuera, no me hagáis repetirlo dos veces.
Ellos me miran acongojados por mi, de repente, mal humor y salen despavoridos por la puerta. Esta se cierra con la ayuda de Heather, quién ha dejado la almohada en el suelo. Nada más me quedo en privacidad (salvo por la compañía de la avox), me lanzo en la cama, sonrojado y riendo a más no poder.
—¡Son unos idiotas! —grito con un tono jocoso, porque no puedo creerme que me hayan jugado algo parecido.
Decidido, mientras veo que Selene recoge el cojín tendido del suelo, planeo alguna venganza divertida para ellos. Y pienso en que si ambos se han atrevido en allanar mi espacio personal de esa manera, yo puedo hacer lo mismo. Me vuelvo a carcajear, aunque esta vez con algo de maldad, para escuchar cómo la puerta se abre de un golpe. Me doy la vuelta acallando mi felicidad, para descubrir que solo se trata de mi equipo de preparación.
—¡Veo que estáis de buen humor en el día de hoy, mi querido Newt! ¡Eso es una verdadera alegría, jovencito! —alega Raven, mientras empuja un enorme carrito con los usuales aparatos de estética.
No puedo evitar sonreír al escucharle, dándole toda la razón. Mi humor en los últimos días ha sido deplorable, y quizás, a partir de hoy eso pueda cambiar. Con tan solo saber lo cerca que está la salida temporal de este tren, no puedo dejar de pensar en lo feliz que me sentiré al estar de vuelta en casa. Terence es el siguiente en entrar, quién llega un extraño collar de plumas alrededor del cuello y lo agita como si tuviese vida propia. Me río de sus tonterías, y por último aparece mi favorito, Bellamy. Este lleva el cabello azulado en una trenza que deja caer por su hombro derecho, y aparte de aquello, solo destacan sus usuales tatuajes en la mandíbula y su escaso brillo bajo sus ojos. Su piel morenita brilla con la luz de la mañana y hoy se ve más elegante que nunca. Ayuda mucho el traje de etiqueta oscuro que le acompaña.
Salgo de la cama para recibirle, después de darles rápidos abrazos a los otros dos, y antes de si quiera poder estrecharle en mis brazos, este alza su mano con sus anillos metálicos tan familiares y dejándome una vista de sus uñas negras. Me sujeta la mejilla izquierda, y no puedo evitar compararla con la de Haymitch; sin duda, las de mi mentor son más grandes y tersas, y en cambio, las de Bell son delicadas, con dedos largos y muy suaves. Dejo caer mi mejilla en ella, sintiendo como la acaricia con aquel toque cariñoso de siempre.
—Tenemos mucho que hacer hoy, chicos, así que dejaos de ser tan acaramelados y ¡manos a la obra! —Nos ordena Raven y, suspirando ambos, nos vemos obligados a romper nuestro extraño momento pero para nada incómodo.
—Lo que tu digas, mamá gallina —suelta en tono burlesco Bellamy, mientras me empuja por la espalda para encontrarnos con los demás. No puedo evitar reír ante las tonterías del otro.
Y así, comienza mi tortura para estar perfecto para las entrevistas en compañía de Raven, Terence, Bellamy y, por supuesto, Selene, quién ha dejado sus labores de por medio, para observar curiosa cómo me dejan como nuevo los profesionales.
Dos horas y media más tarde, finalmente estoy preparado. Después de que Selene se marcharse una hora antes para seguir con su trabajo, me dediqué a soportar los miles de pelillos que Bellamy se jactaba de quitarme de las cejas, incluso cuando eran escasos y más que nada incipientes, se mantenía en la idea de que mi piel se tenía que ver deslumbrante para las cámaras. Según Raven, este traje es el penúltimo que llevaré, ya que solo queda la reunión con los presidentes del Capitolio y que después de eso, regresaré a mi estilo de la vieja usanza.
Mientras dejo que Bellamy me rocíe de un perfume con olor a lavanda fresca, pienso en qué eso será imposible. Después de todo, yo ya no era el mismo de antes.
—¡Perfecto mis señores, ahora, ahora, por favor, despejen la sala que necesito mi espacio para el cabello! —Terence se queja de que siempre quiera tener privacidad conmigo, pero tras una escueta mirada del moreno, no tardan en salir de la habitación.
Ahora solos, me encuentro sentado en una silla con ruedas, mientras el mayor se dedica a peinarme el cabello con suavidad. Su mirada se pierde entre mis hebras doradas, y quiero que regrese conmigo. No me detengo al sostener el peine y alejarlo de nosotros, y mientras giro la silla para quedar cara a cara, veo la forma en la que sus labios tiemblan y en la tristeza que parece emanar de pronto. Trata de ocultarlo, pero es innegable la manera en la que sus manos se estremecen al sostenerlas conmigo.
—Oye... Bell, ¿qué ocurre? ¿Por qué estás así? —Al principio no responde, pero tras unos segundos de larga espera, suspira mientras afianza nuestro agarre de manos.
—No quiero que te vayas, Newt... Sé que es cruel pensarlo, y decirlo es mucho peor, pero has llegado tan a fondo en mi corazón como nunca antes lo has hecho y no puedo... —Cierra sus ojos, momentáneamente, como si dudase de seguir, pero al final lo hace—: Y pensar que en tu distrito solo te acompañará Haymitch, no mejora las cosas.
Ah, entonces es eso, pienso, comprendiendo finalmente sus pesares. Nervioso de pronto, muevo una de mis piernas de un lado a otro, sin saber qué decir. Aun así, mantengo nuestro agarre y relajando los hombros, solo soy sincero.
—Bell, nunca me bajaré de este tren, ¿me oyes? Es una verdad insoldable y que en varias ocasiones Mitch no ha dejado de repetirme... —Sus ojos se abren de nuevo, sin perderme la vista ni un segundo—. Deberías saberlo, siempre encontraremos algún momento para coincidir. Además, cuando me toque entrenar a los siguientes tributos, estarás tu ahí para ellos y para mí, ¿o me equivoco? —Niega levemente, recuperando aquel brillo exuberante de sus ojos claros.
—Eso espero, Newt... eso espero. —Y sin más, abandonamos aquella habitación en la que tantos días he estado.
No reunimos con los demás justo cuando el tren se detiene en nuestra última parada. Los nervios se aglomeran en mi interior y es la presencia de Thomas a mi lado, lo que consigue relajarme. Está vestido con un traje arreglado y de un tono cobrizo oscuro, varias brillantinas se encuentran en los bordes de sus mangas, de sus pantalones y de su chaleco. Su cabello está peinado de lado, y se ve sedoso. Se me ocurre la idea de pasar mis manos por el, pero al final me detengo. No pienso hacer una estupidez ante todo aquello.
Cuando creo que Janson va a aparecer para recibirnos y poder salir, solo aparecen Haymitch y Effie (lo mar de arreglados) invitándonos a seguirlos en el vagón comedor; todos confundidos hacemos caso a su petición. Después de tomar asiento, Thomas se sienta a mi lado ignorado a una Teresa que le fulmina con la mirada; me siento algo incómodo por ella, pero me centro en las expresiones de los mayores que rebosan de felicidad absoluta.
Effie sostiene una copa entre sus manos, y dice: —¡Alegrad esas caras, nenes, estamos en el Capitolio y lo que nos espera es grandioso!
Brenda se limita a bufar, mientras se cruza de brazos y su vestido pomposo y de tonos negros se remueven por el movimiento. Trato de darle una mirada en busca de tranquilizarlas, pero para mala suerte está a mucha distancia de la mía y, lo que es peor, solo se centra en sus posibles nervios. La voz de Heather me distrae.
—Este vestido me aprieta y me pica mucho —comenta, mientras se estira las mangas del vestido que están demasiado ceñidas a sus brazos.
Ethan le susurra que está preciosa así como se ve, y que si quiere romper el vestido, se verá igual. Ella se sonroja ante ello, y le aparta el rostro de un golpe en la mejilla. Todos coreamos por su comentario y entre risas, Haymitch se sirve una copa de margarita. Effie se levanta de pronto y dando una vuelta por nuestro alrededor, no puede borrar su enorme sonrisa. Su cabello pintado de tonos dorados parece brillar con cada paso; agarra con su mano izquierda (dejando su copa en las manos de cualquier avox) un platillo con un pastelillo, y entonces con un tono de voz nervioso, comenta:
—Todo tiene que ser... —No parece encontrar las palabras exactas, y es mi mentor quién termina la frase por ella.
Ninguno de los tributos se insta a beber o comer algo, por miedo a hacerlo sin tiempo o mancharse las vestimentas. Yo por mi parte, no tenía hambre y estaba seguro de que si una sola gota de cualquier bebida le cayese encima a mi traje oscuro, por seguro Bellamy me mataría.
—¿Fabuloso? —Aquella palabra parece darle luces a la mujer acompañante y comparten una sonrisa.
—Exacto —dice ella, con una clara alegría de que mi mentor también estuviese del mismo humor.
Todos nos miramos al momento, cansados de aquellas rutinas y yo, espero que al menos nos den un año de espacio, porque después de largos y tediosos días como este, lo necesito más que nunca.
—Solo tenéis que dar unos discursos, saludar a la multitud y disfrutar de los focos. —Al momento miro a Thomas, quién me susurra si no los hemos acaparado suficiente. Yo me río en bajo, mientras Teresa no nos quita la vista de encima.
Ethan y Heather deciden tomar unos últimos cafés, aclamando que no aguantan las ganas.
—Os lo habéis ganado —termina ella, dando una pequeña probada a su pastelito.
Aquel último comentario no me cae de buena gana, y aunque Thomas intenta detenerme (porque de alguna manera lo intuye), ya es muy tarde.
—¿Matando gente? Créeme, Effie, cuando te digo que no lo hacemos.
Siento que he conseguido ennegrecer el ambiente, pero ella se limita a reír y a no hacer caso a mis palabras. Yo suspiro, mientras me propongo a relajar los hombros y a no soltar más estupideces como esa. Tommy coloca una de sus manos en mi pierna derecha, y eso consigue que nuestras miradas se conecten de nuevo. Solo duramos unos segundos hasta que nos sonrojamos hasta las orejas, y nos alejamos un poco por la sorpresa.
Él tose un poco, tratando de detener a Heather quién está agarrando una enorme taza de chocolate y yo me carcajeo por la manera en la que evita que se le riegue sobre el vestido. La manera en la que se estira hasta ella, es extraña y pienso en si los huesos de este chico son de gelatina. De nuevo, me obligo a centrar mi atención en la chica de cabello sedoso y vestido dorado, que me taladra con la mirada. Como no quiero traer malos rollos entre nosotros, le susurro que está preciosa. Parece que al momento se le endulza la mirada, y me sonríe, susurrándome lo mismo.
Tras unas copas más y unas felicitaciones por parte de nuestro mentor y acompañante, por fin Janson llega y trato de no saltar sobre él, con solo recordar que tiene a mis amigos en su poder. Sin perder más el tiempo, salimos del interior del tren.
Al llegar al Capitolio estamos ya desesperados. Hacemos interminables apariciones delante de multitudes que nos adoran y nos demuestran con sus gritos alborotados lo mucho que nos aman. Ignoro a cada uno de ellos, más que nada por la presión que se me instala en los hombros ante tanta atención —cabe destacar que es más de lo que acostumbramos—. Resulta que aquí, entre los privilegiados, no hay peligro de levantamiento; es gente que nunca ha visto su nombre en las urnas de la cosecha, cuyos hijos nunca mueren por los supuestos crímenes cometidos hace generaciones. No tenemos que fingir amor por aquel público, por suerte, ya que todo sucede deprisa y casi no hay tiempo de que nos vean.
De vuelta a nuestros alojamientos antiguos del Centro del Entrenamiento, me voy a mi habitación designada y en el piso de 12; esta vez nos han dividido por distritos, y la única persona cercana a mis aposentos, es la habitación en la que descansa Brenda.
Igualmente, no duro mucho en la privacidad de mi cuarto porque me desespera el hecho de que tenemos que esperar hasta las doce en punto de la noche para las endiabladas entrevistas. Mirando el reloj del pasillo, descubro que aun quedan unas tres horas hasta entonces, así que decido que es una buena idea dar una visita a todo mi equipo por si acaso, ya sea por las posibles dudas o temores. A la primera que visito es a mi vieja amiga de la infancia, Brenda, quién al tocar la puerta, me recibe con una sonrisa emocionada. No entiendo su alegría, pero pronto descubro que es porque todos se encuentran en su cuarto. No tengo que bajar a los siguientes niveles de este enorme edificio, porque están allí reunidos como si tratasen de ocultar un secreto. Coloco mis brazos en mi cintura —en forma de jarra—, mientras camino hasta ellos y escucho como la puerta se cierra tras mi entrada.
—¿No ibais a invitarme a esta pequeña reunión?
Todos se levantan de golpe, y mientras me hacen reverencias divertidas, entre voces alternadas y nerviosas, me dicen que apenas acaban de llegar y que ya iba a ir Brenda en mi busca. Alzo una de mis cejas, sin creérmelo del todo, pero cuando veo a Tommy asintiendo, con ese brillo delicado en sus ojos chocolates, las dudas desaparecen y me lo tomo con más calma.
Brenda les grita a los demás que dejen de hacer el ridículo, y dejando tanta tontería, acabamos por retomar el circulo en el suelo. Al principio, la que más habla es Brenda, porque está de los nervios y solo quiere que estas entrevistas salgan bien y que le reunión con los presidentes no sean una completa locura.
—Y solo quiero volver a casa de una vez... —termino en bajo, y por las miradas secretas de Ethan y Heather, supe que estaban pensando en que más que ellos, nosotros dos nos lo merecíamos más que nadie.
—Y así será, no tengas dudas de eso, Bren. Mejor piensa en que en nada esto terminara, y en que mañana temprano, después de la reunión con los presidentes, volveremos todos a casa. —le comenta Thomas, en un tono jocoso.
Ella comparte una ligera mueca con él, pero se ve que no le hará mucho caso. Solo cuando ya estemos embarcados en el tren, es que se lo creerá. Los observo a todos, mientras algunos tratan de evitar mis miradas (como Teresa) y hablo con el corazón en la mano:
—Os voy a echar de menos, chicos.
Todos parecen dejar caer finalmente sus muros metálicos y las máscaras, y sus semblantes se vuelven apenadas. Sé que es algo que no debería comentar en un momento como este, pero no me he aguantado. Estos chicos, todos ellos, los siento como mi familia, una nueva y no quiero perderlos. Muerdo mi labio inferior ante el silencio que se ha instalado, pero pronto siento un golpe en mi espalda, y Heather me sonríe gustosa.
—Yo también os voy a extrañar, después de tanto tiempo juntos, no sé cómo voy a seguir adelante sin las tonterías de Thomas, o sin ver a mi querida Teresita todos los días. —Hace un puchero con sus labios y en la chica nombrada, aparece un sonrojo.
No le contesta, pero aparta la mirada y puedo divisar como la comisura de sus labios se levanta. Puede parecer fría, e incluso muy dura a veces, pero es una gran chica; no lo pongo en duda en ningún momento. Thomas es atrapado por los brazos de Ethan, quién le sacude el cabello con fuerza y este se sacude de golpe, alegando que le va a destrozar el peinado.
—Ay, no, nació un pimpollo de la moda, ya te parece a Caleb y todo. —Este golpea uno de sus hombros, e inevitablemente, se enzarzan en una pelea que solo tiene como propósito despelucarse el uno al otro.
Heather ser ríe ante lo que hacen y no tarda en apostar con Brenda, por quién ganará. Yo me dedico a negar con la cabeza, dándoles por perdidos.
Un rato más tarde, estamos recostados en el suelo, colocados de una manera un tanto extraña. Mientras Ethan tiene en sus piernas a Heather, está sujeta por las axilas a Teresa en quién descansa en su regazo Thomas. Brenda está recostada en mi espalda, a la vez que trato de no dejarla caer, mientras mis piernas reposan en el vientre de Tommy, quién a pesar de que quería apartarme, me las sujeta con fuerza. Permanecemos callados, simplemente esperando a que las horas pasen y alguien venga a llamarnos. No obstante, en el momento justo en el que unos alegres cantares de pájaros suenan por fuera del edifico y me hace pensar en Alec, es cuando Ethan habla y como está de espaldas apoyado en el pie de la cama de Brenda, conecta nuestras miradas de repente con una expresión muy seria. No tardo en hacerme a la idea de que es algo serio, y aprovechando que Heather está dormitando un poco, la tensión de sus hombros se relaja.
—¿Sabes, Newt? Recuerdo todavía las palabras que me dijiste en el Claro, y aunque en estos días he tenido varias recaídas, es justo esa memoria que tengo de ti, la que me ayuda a seguir adelante. Gracias a ti, la cicatriz del pecho me recuerda todos los días que merezco vivir y seguir adelante. —Sus palabras me toman por sorpresa, y aunque lo ha dicho alto y claro, ninguno de nuestros amigos se mete en la conversación de por medio ya que entienden que es algo privado.
Agradezco ese detalle, porque al momento de descifrar el rostro inquieto del chico del 4, sé que no quiere que hagan un drama de eso. Entrelazo mis dedos sobre mi regazo, sin saber en dónde colocarlas en ese momento. Aun así, se apodera de mi una expresión afable, y al ver cómo su mirada se relaja un tanto, sé que he hecho bien. Cuido mis palabras ante de soltarlas.
—Debes darte cuenta que ese logro fue solo por tu parte, Ethan, porque podrías haberlas tomado y no hacer caso..., Podrías avergonzarte de ella y te aseguro que tu vida ahora sería muy diferente, pero —Alzo uno de mis dedos al frente—, al no hacerlo, te has asegurado de mantenerte en tu misma línea, y después de unos sangrientos juegos como los nuestros, me alegra saber que sigues siendo la misma persona de siempre y que no te has perdido como muchos otros.
—Anda, cállate, larcho. —En su boca aun suenan esas palabras un poco ridículas, pero frunciendo las cejas, se me ocurre una idea para todos.
—Chicos, ya que tenéis tanta curiosidad por mi lenguaje inventado con Minho, ¿por qué no aprovechamos en el tiempo e que nos queda a aprender un poco de él? —La primera en saltar es la chica de mi espalda, quién comenta emocionada que solo entiende un poco por habernos escuchado en nuestro distrito hace años.
—¿Nos espiabas? —Aquello hace que un rubor se asome por sus mejillas, y aprieta sus labios, diciéndome que solo eran casualidades.
—Ajá —le doy un golpecito en la frente de una forma cariñosa, y con eso, me dirijo a los demás que parecen interesados con el tema, incluso Teresa—. ¿Preparados?
Una hora más tarde, Thomas y Heather llevan insultándose en mi jerga como dos niños pequeños. Las palabras de Minho en sus bocas suenan extrañas, pero sé que con tiempo se acostumbrarán a ellas y podrán sonar tan naturales como las mías. Algunas cosas he decidido mantenerlas en secreto, más que nada porque no creo que nos alcance una noche tan corta como esta, para enseñarles todo. Con lo que tienen es suficiente.
—Eh, güey, ¿qué te pasa ahora que tienes la cabeza metida en otra parte? —Trata de saber Brenda, quién se apoya en mi brazos, mientras miramos los gritos alborotados de nuestros amigos.
—Solo..., de verdad que les echaré de menos. —La última palabra se tiñe de tristeza y añoranza, y noto la manera en la que aprieta sus brazos en su torso. Estamos a la par.
—Al menos te tendré a ti por un buen tiempo.
Aquello hace que la sujete entre mis brazos y cuando un sentimiento cálido se instala en mi pecho, escuchamos unos suaves golpecitos en la puerta que nos ponen alerta a todos, y el silencio nos embarga que aprovecha la persona de afuera para entrar; es Haymitch en compañía de Effie. Nos señalan que salgamos y que es la hora, y todos mientras nos acomodamos lo mejor posible, no tardamos en salir de nuestra cómoda burbuja.
Tras un montón de vueltas y acompañados de guardias que se encargan de que no hagamos una reverenda estupidez, por fin estamos ante el escenario colocado delante del Centro de Entrenamiento, donde nuestras entrevistas con Caesar Flickerman. Caminar por estos mismos lugares, solo me recuerda nuestra llegada de hace solo unos días y un temor se instala en mi pecho, al pensar en qué, quizás un mes antes, estaba esperando la llegada de un helicóptero que me llevaría a lugar del que creía que no iba a salir con vida. Como cambian las cosas de rápido..., pienso, mientras siento un golpe juguetón en mi hombro y es Tommy, quién mantiene esa dulce sonrisa de sus labios.
—No te quedes en las musarañas, shank. —Tengo un deja vú de ese momento, y su rostro se intercambia por el de Minho, quién me ha dicho esa misma frase más veces de las que pueda contar. Le hecho mucho de menos.
—¿Y tú que sabrás, pingajo? —Un desconcierto cubre su rostro y se queda pensando unos momentos, hasta que me brinda de sus dudas.
—¿Qué era lo que significaba pingajo? —Niego ante su tono divertido, y le empujo por la espalda.
—Anda, vamos. —Perseguimos a los demás entre risas.
Después de que Janson nos acomodase por orden de distritos, ahora cada uno se dedica a esperar su turno para hablar con el presentador. Gally responde con entusiasmo a una larga lista de preguntas del hombre de cabellos morados, con su traje azul marino, además del cabello, también tiene teñido las pestañas y los labios de un color similar. Por suerte, cuando es el turno de Teresa y Thomas, ayuda un poco al segundo, casi guiándolo magistralmente durante toda la entrevista. Pero es cuando pregunta sobre su futuro, que se queda un poco en blanco.
El público espera expectante su respuesta, y cuando Caesar justo piensa soltar alguna broma, por fin habla. Su respuesta no parece sacada de la manga; decide contestar mientras cruza sus piernas, y sus ojos centellean con un brillo distinto al de siempre.
—En el futuro... espero tener la oportunidad de compartir lo que me depare la vida con la persona que me gusta desde que pudimos conocernos. —Aquello consigue que miles de ovaciones de la gente que nos observa se anuncien, y mientras el presentador las calla de lo mar de interesado, no tarda en pronunciar su curiosidad.
—¿Y nos podrías decir quién es el afortunado o la afortunada de llevarse tu corazón? —Este muestra una sonrisa tímida, y de repente mira a nuestro grupo, que nos encontramos esperando entre bastidores. Teresa es la primera en la lista, ya que después es su turno, y no puedo evitar fijarme en la mirada enamorada que ella le muestra.
De repente me golpea un sentimiento desagradable, y se me revuelven las tripas. Aparto la vista de esa escena de golpe, sin darme cuenta de la curiosa mirada que me regala Brenda. En la pantalla, Thomas se carcajea dulcemente y contesta escuetamente.
—Prefiero mantenerlo como un secreto todavía. —Todos responden con quejas aburridas, pero de repente suena el pitido del tiempo acabado, y a Flickerman no le queda de otra que dar por terminada la entrevista.
—¡Con ustedes, Thomas Stephen Williams, vencedor del distrito tres!
Las siguientes entrevistas pasan deprisa; Heather evade por completo la pregunta curiosa del presentador en cuanto se refiere a su relación con Ethan, y cuando es el turno de este, simplemente se jacta de que su amor es para todo el mundo. Yo me río cuando le veo lanzando un beso al público y como al instante se oyen suspiros emocionados.
Luego finalmente es el turno del doce, y Brenda se pasa casi toda la entrevista riendo como una loca ante las bromas de Caesar sobre su alborotado vestido.
—Es cierto que parezco una chica distinta con esto, hombre.
—Pero no deja de verse preciosa, ¿estáis de acuerdo conmigo? —Una gran multitud le silba y ella responde con una radiante sonrisa.
Cuando se termina su encuentro con el hombre y con el mundo que nos observa, siento los hombros pesados cuando anuncian mi nombre. Sin embargo, me obligo a relajarme y a salir con una gran sonrisa. Mientras me acomodo el cabello, salgo bajo las luces y estas me tragan por completo. Me ciegan por un momento, pero puedo distinguir por suerte a Caesar esperándome —incluso con más emoción de lo normal—, y no tardamos en estrechar las manos. Trato de ignorar las voces que corean y chillan mi nombre, puedo incluso asegurar que algún hombre hace la misma bulla que ellas.
—¡Mi querido Newt, hoy deslumbras más que de costumbre! —Y mientras me pide que de una vuelta ante ellos, me observo en una de las cámaras que me graban y no puedo creer lo diferente que me veo con todas esas luces de distintos colores cayendo sobre mi.
El traje creado por las milagrosas manos de Bellamy es ceñido al cuerpo, tiene líneas que me surcan por mis costados en los laterales del torso y parecen que esta noche, disponen de brillos incandescentes que me hacen denotarme más de lo que pretende. La camisa que llevo por debajo es de franela y de un tono borgoña, y como aquella vez, mi equipo de preparación se decantó por un maquillaje natural, salvo por las sombras de mis ojos que son de colores rojos claros y oscuros, y que son acompañados por un delineado negro. Mi cabello brilla demasiado, y me río con solo recordar la trivialidad de Raven, que me comentaba que si mi pelo fuera oro ya me lo habría cortado y sería rico.
Caesar, después de dar varias vueltas más, me sostiene de la mano derecha y me fijo en la manera en la que se conjuntan nuestras uñas negras, porque sí, Terence quiso pintármelas de nuevo y no puse objeción alguna.
—Vamos, siéntate, siéntate que el tiempo apremia —dice con tono jocosa y las risas de la gente se van apabullando.
Cuando el silencio reina de nuevo, el hombre de cabellos azules muestra esa expresión seria que recuerdo haberla visto en muy pocas ocasiones; una de ellas en mi vieja entrevista de despedida antes de los juegos.
—Seme sincero, amigote, no pudimos evitar enterarnos de la nefasta noticia de la visita a tu distrito. Es de suponer que el no poder reunirte con aquellos a los que amas, te rompió el corazón, ¿no es cierto? —Me extraño al escuchar la forma en la que quiere indagar sobre ese tema, y me cuestiono si intenta saberlo más por sus propios medios que por otros.
¿Estará el Capitolio de acuerdo con esto? No queriendo inmiscuirme y echarme más problemas de los que tengo, trato de desviar la pregunta hacia otro lado.
—No me rompió el corazón tanto como el saber que no te veré en un buen tiempo, Caesar, incluso ya es una sorpresa para mí estar aquí contigo de nuevo. —Sus ojos se entrecierran cuidadosamente, y sé que ha pillado la indirecta.
Sonríe gustoso y se agita el rostro con una mano, dando a entender que mi respuesta le avergüenza y le complace al mismo tiempo. El público reacciona ante mi respuesta con una algarabía digna de la locura que presentan.
Varias preguntas triviales después, estoy seguro de que no queda nada para que la reunión se dé por terminada. Muevo una de mis piernas, nerviosamente, cuando la pregunta menos esperada se me presenta.
—Y dime, Newt, ¿hay alguien que haya conseguido interesarte románticamente en los juegos? —No es un gusto del que me interese hablar, pero mi corazón me demuestra todo lo contrario mientras salta de emoción. Temo que salga de entre bastidores de mi pecho y se ponga a dar saltos como un loco en el escenario.
—No creo que esa pregunta sea para este momento, mi querido hombre. ¿No se da cuenta que miles de corazones del publico se destruirían si doy a colar un nombre? —Asiente ante las peticiones de la gente que me ruegan porque me quede callado.
—Bien, bien, pues para dar por terminada esta dulce y agradable entrevista, una última pregunta, Newton. —Humedece sus labios, dándole tensión al tema. A mi me dan ganas de voltear los ojos, pero me abstengo por precaución.
—¿Qué se siente ser un vencedor del distrito 12? Tengo entendido que en vuestro hogar, eso no sucedía desde los juegos de nuestro querido y empalagoso Haymitch Abernathy. —Sus palabras son guiadas por un tono divertido, pero no comparto esa emoción.
Digo lo primero que se me ocurre, con solo el deseo de terminar con aquella pantomima de una buena vez.
—No voy a mentirle, Caesar. La victoria para mí es algo muy trivial, y aunque me alegro de tener la oportunidad de volver a casa, no creo que sea motivo de celebración algo como disfrutar a costa de la vida de muchos otros. —Muerde sus labios con nerviosismo ante mi contestación y quiero pensar en que no he ido demasiado lejos.
Pero cuando la gente que me aclama, incorporándose y aplaudiendo sonoramente, el hombre se relaja y ambos nos levantamos con el pitido. Levanta una de mis manos y anuncia, aunque con un poco de dificultad entre tanto bullicio: —Señoras, y señores, ¡Newton Grey, tributo vencedor del doce!
Y entonces, algo inesperado ocurre, algo que ni en miles de años se me pasaría por la cabeza..., Unos aplausos paulatinos se escuchan más cerca que cualquier otro, y ambos al mirar a nuestra derecha, de la sala de bastidores, sale el presidente Snow.
Lo veo, tan elegante y con su fría mirada calculadora..., Y suenan las ovaciones del público en su nombre. Caesar me suelta para estrecharle la mano y darle la bienvenida cómo se merece. Entonces, obligo a mis piernas a dar media vuelta y a desaparecer cómo debería, pero su mano enguantada me detiene. Todo ha cambiado demasiado deprisa, y no quiero pensar en qué estaba planeado de alguna manera. Haymitch entre el palco, tiene la misma cara de sorpresa que yo; Bellamy la comparte.
Siento que tiemblo como un flan al extender mi mano firme ante el hombre, pero este la rechaza para darme un abrazo, colocando su bastón en mi espalda, y envolviéndome en su aroma a sangre y rosas, me planta un beso en la mejilla. Es frío y distante, y ha parecido más como si una cuchilla se clavase en mi rostro. No sé que sacar de toda aquella situación, pero pensar en que el presidente Snow en persona me ha hecho una visita sorpresa para felicitarme, consigue que me preocupe.
—¿A qué se debe la sorpresa, mi querido presidente? —Este toma asiento en la silla que antes ocupaba Caesar, mientras tira de mi, sin soltar nuestro agarre de manos.
Me veo obligado a retomar mi anterior puesto; las manos me tiemblan y el sudor me escurre por la parte trasera del cuello. Los ojos claros del presidente en mi persona, son lo único que logra que no salga escopetado del lugar.
Cuando da dos golpes sencillos en la repisa del escenario, la gente se calla abruptamente y dice con un tono serio: —En vista de que en el día de mañana tengo un asunto que atender, no podré reunirme con los distintivos vencedores. Pensé en pasarme, a ver si alcanzaba a la entrevista de alguno..., Me alegra haber llegado en el mejor momento.
El presentador de cabello azulado aplaude gustoso ante sus palabras, y le hace una pregunta con toda la inocencia del mundo.
—¿Pero qué pasará con el resto de tributos? Es por seguro que querrán verle de igual manera que el joven Newton. —Este se limita a responder que siempre pueden verlo en la televisión. Nadie dice más que eso, y esperamos impacientes a que se decida a retomar la palabra.
Pienso en interrumpirle, soltar nuestro agarre y mandarlo al carajo, pero decido no hacer nada cuando comienza a dirigirse solo a mí, ignorando al resto del mundo.
—¿Te gustaría estar en una verdadera guerra? —Sus repentinas palabras me cogen de improvisto, pero notando como el agarre de nuestras manos se afianza, no dudo en responder.
—No, por supuesto que no, señor.
Cierra sus ojos por un momento, como contrastando la verdad de mis palabras, y continua.
—Porque si te metes en un juego peligroso como este, te aseguro que no podrás evitar que estén las personas que amas... muertas. —Su tono de voz brillan por su veneno en ellas, y sin duda, me está soltando una amenaza sin importarle que nos escuchen—. ¿Quieres eso? —Remarca la última pregunta por una sonrisa siniestra, y la bilis me sube a la garganta.
Me imagino a mi hermana pequeña, a Minho, a sus padres y a los míos, muertos delante de mí..., Y niego levemente, sin mostrar duda en mi mirada. Parece complacerse finalmente y cuando pienso en qué he conseguido satisfacerle, imperceptiblemente, sacude la cabeza.
Con ese único movimiento veo el final de la esperanza, el inicio de la destrucción de todo lo que me importa en este mundo. Sin embargo, opto por no derrumbarme con aquello, y levanto la barbilla mientras nos incorporamos con lentitud. Levanto la barbilla y me siento más seguro que nunca, más cuando su agarre desaparece de mi lado. Sonrío, intentando que no se vea forzada y el presidente pregunta al público: «¿Por qué no celebramos la victoria de estos jóvenes a lo grande?». La respuesta de la gente no espera, y se convierten en salvajes que se dedican a adular al hombre que disfruta de tenerlos a sus pies.
Siento un frío enorme acoplarse en mis huesos, cuando me estrecha contra su cuerpo con su brazo izquierdo y ambos recibimos el bullicio de la gente con sonrisas que no tienen nada de verdaderas.
La fiesta que se celebra en la sala de banquetes del presidente Snow y la presidenta Ava —que no se encuentra por motivos personales, una suerte—, no tiene parangón. El techo, de doce metros de altura, se ha trasformado en un cielo nocturno, y las estrellas poseen un aspecto que jamás he visto. Más o menos a medio camino entre el suelo y el techo, los músicos flotan en lo que parecen ser esponjosas nubes blancas, aunque no veo qué es lo que los mantienen en el aire.
Las tradicionales mesas de comedor han sido sustituidas por innumerables sofás y sillones, algunos cerca de chimeneas, otros junto a jardines de flores o estanques de peces exóticos, de modo que la gente pueda comer, beber y hacer lo que le plazca con el máximo confort. En el centro de la sala hay una amplia zona donde se sitúa la pista de baile a la que Heather le tiene ganas. Sin embargo, la estrella de la noche es la comida; hay mesas cubiertas de manjares alineadas junto a las paredes. Todo lo inimaginable se dispone a nuestros ojos: vacas, cerdos y cabras enteros asándose en espetones; enormes bandejas de aves rellenas de sabrosas frutas y frutos secos; criaturas del océanos salpicados en salsa, e incontables quesos, panes, verduras, dulces, cascadas de vino y de chocolate, a veces con nata, y de arroyos de licores en llamas.
Tengo un agradable apetito ante todo aquello, pero de nuevo, un malestar se apodera de mi al recordar las palabras del presidente. Por suerte, ninguno de mis amigos me comentó nada al respecto al reunirme con ellos; no quería que me trajeran memorias tan desagradables. Sin embargo, Ethan se me acerca y dice por todo lo alto: —¡No me iré de aquí sin haberlo probado todo!
—Será mejor que vayas con calma, o tendrás que hacer más visitas al baño de las que acostumbras —le dice Heather, quien provoca que se sonroje y la persiga cual crío que es.
—No entiendo cómo no se cansan —comenta Teresa con una sonrisa al verles, y yo me dedico a hundir los hombros, con la misma confusión que ella.
—¡Recuperad la compostura, niños! —grita Effie, que se masajea la sien, harta. Después se acerca a mi, que me encuentro ahora en compañía de Brenda, y nos dice: —¡Venga, todos, hombros atrás, y una sonrisa deslumbrante!
No puedo evitar reírme ante la manera en la que sostiene las mejillas de Brenda y la obliga a sonreír; creo que solo porque mi amiga tiene mucha paciencia, es que no ha saltado sobre ella todavía. Thomas se me acerca con cuidado y me susurra que se alegra de verme con un mejor humor; yo lo aparto de mi lado de un empujón amistoso, y sin más, nos integramos en la fiesta.
N/A → ¡Bueno, chicos, ya estamos llegando al final de la primera parte de este libro!
Espero que hayan podido ver varias referencias del tráiler en la historia, porque me esmero en tomar cada detalle, lo saben. ¡Los amo mucho, y nos vemos en el siguiente!
→ Se despide xElsyLight.
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