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「 sᴇᴘᴜʟᴛᴀᴅᴏ ʙᴀᴊᴏ ᴍɪs ᴍᴇᴍᴏʀɪᴀs 」
Tal y cómo ha sucedido en los anteriores días, la rutina es la misma.
Nos recogen al salir varios guardias de la paz y mientras se apostan a nuestros lados, con las armas colgadas de sus brazos, nos dirigen hasta los camiones blindados. Esta vez no vamos en fila ni por orden de distritos; estamos todos juntos, y aunque debería estar más tranquilo con este hecho, solo consigo inquietarme por dentro. Mientras llegamos a la parte trasera de los vehículos, doy una vista al que considero mi hogar y todo es muy diferente. No entiendo si es por mi vivencia en los juegos, pero..., Me siento muy fuera de lugar.
Sin embargo, la nostalgia se apodera cuando distingo las familiares casas del vecindario, a la gente que solía saludar en las mañanas, a los niños que consideraba hermanos pequeños..., Ethan me sostiene de uno de los hombros y me hace darme cuenta de que me he quedado parado en mitad del camino. La única razón por la que ningún Vigilante ha venido a llevarme a la fuerza o a instarme a seguir andando, es porque me reconocen. A Teresa y a mí, y no sé si eso es mejor o peor. Trato de que no me afecte demasiado.
—Sé que es duro, Thomas, pero mejor que nos demos prisa antes de que estos larchos decidan darnos caña. —Me sorprende qué use el vocabulario de Newt, y este se da cuenta rápidamente al estar solo a unos pasos de distancia. Ethan comparte una sonrisa con él, y el rubio niega con la cabeza. Sabe que el chico de las flechas es un caso y lo deja estar.
Aun así, Teresa es la que comienza a continuar con la marcha y simplemente dejo que me lleve. Pronto estamos subiendo a las camionetas; vamos todos apretujados, pero juntos. Gally no está por ningún lado, y aquello me alivia de alguna forma. He tratado de no pensar demasiado en Chuck en los últimos días, porque hacerlo me destruye y creo que no tener al lado al chico del 1 facilita las cosas. Brenda está sentada con Teresa, y se halagan sus vestidos con unas deslumbrantes sonrisas. Heather ahora está sentada al lado de Newt, y este no deja de toquetearle el cabello, diciéndole en bajo que le encanta. Ethan está conmigo, y por la forma en la que se cruza de brazos y se pone de morros, sé que tiene celos.
Le miro de soslayo, y pienso en sí es buena idea darle un poco de apoyo. Aunque siento un poco de tensión en los hombros, decido hacerlo. Normalmente, la mayor parte del tiempo, o me la paso con Newt, o con Teresa..., Quiero afianzar mis lazos con los demás, porque ahora somos un equipo, una familia. Y aunque sé que de alguna manera se sienten más atraídos hacia Newt, como polillas hacia la luz, también quiero intentarlo. Me gustaría mucho que pudieran confiar en mí.
—Eth, estate tranquilo. Solo son buenos amigos —comento en voz baja, procurando que los demás no nos oigan. Aun así, este mantiene su ceño fruncido, pero distingo la forma en la que sus brazos se sueltan un poco.
—Es que..., ya sabes. Pienso en lo guay que es Newt, y luego me miro a mí, y... —Aunque no termina la frase, el mensaje queda sobreentendido.
Paso una de mis manos tras mi cuello, sintiendo algo de sudor acumularse allí mientras el camión se agita ligeramente. Los Vigilantes están de pie apostados en las esquinas del camión, vigilándonos. Trato de que su existencia sea efímera y me doy cuenta de que ignorarles, hace más fácil las cosas.
—Sí, en eso tienes razón... Newt es muy guay. —El chico de tatuajes me regala una vista curiosa, y simplemente le sonrío con desgano.
Obviamente, ambos sabemos que es cierto. Después de todo, es un chico salido de la nada que no solo ha salvado nuestras vidas, si no que nos sigue impulsando a prevalecerlas. Después de su discurso en el desayuno, lo admiro más que antes. Me encanta la forma en la que se mueve, en la que camina y, por supuesto, también adoro su manera de expresarse.
Siempre me fijo en detalles minúsculos como la forma en la que frunce sus labios —tan parecida a la mía—, o cuándo se toquetea las muñecas y que ahora sé que lo hace solo cuando se mete en sus pensamientos. Su cabello me obsesiona y dan ganas de tener las manos allí dentro todo el rato; sus ojos castaños claros me recuerdan mucho a las hojas que se desprenden de los árboles en la época de otoño, y su piel blanquecina que parece de porcelana es de lo mejor. Es el más fuerte del grupo, física y mentalmente, y nadie de nosotros puede ponerlo en duda.
—Bajad, deprisa. —Nos ordena un guardia de voz gruesa, y me veo obligado a dejar mis más profundos pensamientos para otro momento.
Los Vigilantes, tras bajarnos, cierran las puertas y se devuelven con rapidez hacia la estación. Las puertas del Edificio se abren rápidamente e ingresamos a la sala de espera con paso lento. Nuestros equipos de preparación no tardan en darse prisa para terminar de darnos unos últimos retoques, y cuando el alcalde nos anuncia ante el público, me sudan las manos. Pensar en que estaré delante de toda mi gente en unos segundos, hace que varios temblores se repartan por mi cuerpo. Por eso, sentir la mano de Teresa en mi espalda baja, consigue hacerme sentir algo de seguridad. Sin más espera, caminamos con la frente en alto a nuestro encuentro con el público.
Las luces nos ciegan, y los aplausos bullosos de la gente nos reciben: es la bienvenida de mi querido Distrito 3. Nervioso y en compañía de los demás, termino por cruzar la veranda que nos lleva hasta una enorme escalera de mármol. El himno suena por todo lo alto, y en la plataforma en la que suelen estar apostadas las familias de los fallecidos está vacía, obviamente porque los tributos del tres siguen con vida. Las pantallas digitales están oscuras y son opacadas por estandarte con los rostros de Teresa y del mío. El alcalde da por terminado el discurso y varias niñas nos ofrecen otro de los muchos ramos de flores que hemos recibido en estos días. Mientras le doy las gracias en bajo al niño de cabellos rubios y que me sonríe amablemente, las acaricio con un deje suave. Son "Narcisos", las flores del cambio.
Mientras las detallo en profundidad, y a sus hermosos tonos ambarinos, me da la sensación de que es un mensaje. Miro a mi derecha, y veo a Newt sosteniendo el mismo ramo, pero con una expresión seria, decidida. Sin quererlo, nuestros ojos se cruzan y veo un brillo distinto al de siempre en ellos. Por algún extraño motivo, mi corazón aletea con emoción resguardado en mi pecho. Las manos me comienzan a sudar de nuevo, y para calmarme, me fijo en la forma en la que los rayos de la luz se reflejan en sus mechones cobrizos. Cuándo devuelvo la vista hacia su rostro, me doy cuenta de que me mira con esa sonrisa divertida y peligrosa, y cómo me señala que mire hacia adelante. Al hacerlo, me encuentro con Teresa ya ante el micrófono y cumpliendo el programa del Capitolio. Habla con seguridad y confianza, y yo dudo mucho de hallar mi voz cuándo el chico del doce se acerca y se coloca a mi lado, apartándose de Brenda.
Estamos hombro con hombro, uno al lado del otro, y entonces me llega su voz dulce y melodiosa; esta me transporta muy lejos de allí, a un lugar en el que el silencio abunda y en el que la presión de mi pecho desaparece para siempre.
—¿Por qué no sales con ella? —me pregunta en bajo, casi sin mover los labios—. Es tu distrito, y estoy seguro de que toda esa gente quiere escucharte. —La comisura de sus labios parece elevarse un poco al acabar.
Yo me dedico a dejar escapar un largo suspiro, porque la duda me embarga. Se lo dejo en claro.
—Deberías salir conmigo..., Siempre sabes qué decir, y cuando algo me falta, tú... —Los nervios me revuelven las tripas y soy incapaz de seguir.
Sin embargo, la mirada cálida que me dirige me demuestra que me comprende, y estoy seguro de que ni siquiera Teresa sería capaz de ponerse en mis zapatos. Coloca una de sus manos en mi hombro derecho, y olvidamos al resto del mundo que nos rodea. Ahora solo estamos él y yo, y sus palabras me dan la fuerza que busco.
—Puedes hacerlo, Tommy. Esta es tu gente, y a pesar del tiempo que haya pasado, siempre pertenecerás a este distrito, con ellos. —Me regala otro apretón y sin más, regresa con Brenda, quién le recibe con un golpe en su brazo izquierdo.
Mirando hacia la izquierda, Ethan levanta uno de sus dedos animándome, y respirando hondo, camino hasta mi amiga de cabello lacio y negro. El recorrido se me hace eterno, y el hecho de que toda la gente del público me observa con ojos anhelantes, no mejora las cosas. Aun así, la luz desciende de los cielos y todo a mi alrededor parece teñirse de pinceladas grisáceas.
Ya en el podio central y al lado de mi compañera, todo me parece demasiado grande. Visualizo los rostros de la gente que se encuentran a mis pies, y se me sobrecoge el corazón. La mayor parte de sus rostros son oscuros; algunos están descompuestos y muchos otros aterrorizados. No hay ni una mísera gota de esperanza en ellos, y destrozan los pocos recuerdos que tengo antes de mi marcha. El pecho me duele y me nace la enorme necesidad de hacer algo, lo que sea con tal de cambiar las cosas. Mis ojos se dirigen a los narcisos de mis manos, y recuerdo su significado. Muerdo mi labio inferior, sin saber si atreverme a ser sincero con ellos.
Teresa, a mi lado, se ocupa de dar gracias a nuestros compañeros de los juegos. Su voz está falta de emoción y casi puedo decir que suena robotizada; sin embargo, los mira con amabilidad, con sinceridad, tal y como es ella. A veces, puede ser poco expresiva, pero sus ojos se encargan de hablar con las palabras que no salen de su boca. Algo nervioso, vuelvo a dirigir la vista al público y me fijo en una mujer de cabellos blondos. Su cuerpo se estremece con fuerza, y tiene una mirada llena de rencor dirigida a mi amiga, quién ha cambiado su expresión totalmente, y posee unos ojos azulados, fríos y distantes. Ahora sus palabras son crueles y del poco tono amable que suele usar conmigo, no queda rastro.
—Nuestra victoria pertenece al Capitolio, y gracias a la esperanza que los presidentes pusieron en nosotros, logramos salir con vida. —Me parece injusto que nosotros nos jugamos la vida y ellos se lleven todo el crédito.
Teresa da las gracias por recibirnos y dando una escueta reverencia, termina la perorata y los aplausos no tardan en acometer a sus palabras. Sin embargo, no puedo dejar de mirar a la mujer que ahora sí centra su atención en mi, y las palabras se escapan de mis labios incluso cuándo tengo la mente en blanco. Aprieto mis manos con fuerza y trato de que no me tiemble la voz.
—La victoria de los juegos también os pertenece. Gracias por poner vuestras esperanzas en nosotros, y por esperar que las cosas cambien. —Tras lo dicho, la gente que se encuentra en las principales líneas divisorias del recodo de la plaza saltan y comienzan a gritar en coro.
En un principio soy incapaz de entender sus palabras atropelladas, pero pronto una frase en particular se hace continua y me alejo un poco del micrófono, asustado ante su repentina respuesta. Gritan con el corazón en la mano: «¡Queremos oír más de lo que pensáis, sed sinceros con el pueblo!»; Teresa al momento me sostiene del brazo, y su mirada me dice claramente qué lo que he hecho ha sido una tremenda locura. Aun así, ambos nos quedamos estáticos ante los guardias que se dirigen a los revoltosos. Quiero decir algo más, detenerles porque en parte ha sido culpa mía..., pero el sonido de las armas apuntando a sus cabezas me traen desagradables recuerdos de mi padre, y me quedo mudo.
Observo con verdadera impotencia cómo la mujer de antes ahora está de rodillas, llorando con el rostro compungido, y la manera en la que la gente de su alrededor se pone de la misma forma, suplicando un perdón cruel, me hace darme cuenta de lo mala que está la situación, de lo mal que lo está pasando la gente con la que siempre he convivido. Muerdo uno de mis labios, y Teresa tira de mí hasta alejarnos del podio y no puedo hacer nada más que tratar de no tropezar con mis pies.
Rápidamente nos dan las placas de condecoración y nos echan del lugar.
Con fuertes empujones, nos vemos forzados a regresar al centro del Edificio de Justicia; después las puertas se cierran y se escuchan disparos que resuenan a través de los grandes muros de mármol de la estancia. Todo parece desaparecer, y la situación me recuerda mucho a lo que sucedió en el distrito 11, cuándo después de sincerarnos con la gente, una revuelta se formó sin poder evitarlo. Tiemblo con violencia, y la imagen de mi padre cayendo muerto en el asfalto, no deja de martirizarme. Por ese motivo, acabo por cubrir mis oídos y arrodillarme en el suelo. Nunca había deseado tanto alejarme de mi hogar, regresar al tren y dejar todo ese tema atrás. Cuando la respiración se me agita, y pienso en que me va a dar un ataque al corazón, siento unas manos sobre las mías, y Newt está de pronto al frente de mí. Todo parece detenerse en ese momento. No está solo, Teresa le acompaña, pero esta me observa apoyada en el hombro del rubio.
—Tranquilo, no hagas caso de lo que pasa afuera. Solo céntrate en mi. —Sus palabras me regresan a la realidad y de pronto, todo aquel ruido que desata demonios en mi interior, parece acallarse.
Nuestras miradas se encuentran, y solo veo la confianza y seguridad en la suya. Teresa mantiene esa sonrisa amable que muy pocas veces he podido ver en ella, y un sentimiento reconfortante me consume por dentro. Mi corazón recupera sus latidos normales, y el agobio que parecía querer alimentarse de mi, se esfuma sin dejar rastro. Me levanto con su ayuda, y mientras nuestras manos permanecen unidas, le grita algo a Teresa, ya que aparentemente el ruido ha aumentado por momentos y le dice que se resguarde con los demás hasta que vayan a buscarla para encontrarse con sus padres. Ella parece desanimada con la idea, pero tras Newt dirigirle otra de esas miradas serias, ella se marcha, no sin antes darme un fuerte abrazo, por supuesto.
Entonces, más disparos se escuchan por fuera, y hay mucho movimiento en la sala. Me ha parecido ver a Haymitch corriendo hacia las escaleras de mármol con una copa en las manos, y con Effie por detrás.
—¡Voy a llevarte con tu madre, Tommy! —Regreso mi atención en él, quién ordena a dos Vigilantes a que les muestre el camino. Su tono es grave y duro al dirigirse a ellos, y estos con un asentimiento de cabeza, hacen caso a su petición.
Es extraño que le dejen acompañarme, pero lo dejo estar, porque me quedo más tranquilo. Newt afianza su agarre, y yo me dedico a cruzar nuestros dedos. No parece incómodo con ello, y sin darme cuenta, un agradable sentimiento se instala en mi corazón al observar la forma en la que no me abandona. Pienso en que podría haberse ido con los demás, en qué podría haberse preocupado por Brenda o Heather antes que yo.., Pero verle conmigo, me demuestra que es todo lo contrario. En la primera persona en la que ha pensando es en mí, y solo deseo que aquel momento se haga eterno.
Pero, a pesar de mis deseos, el momento se rompe cuándo uno de los Vigilantes señala una puerta de caoba y Newt se gira para sostenerme de los hombros. Su agarre es fuerte, tenso, pero su mirada inspira confianza.
—Aprovecha el tiempo con tu madre, ¿me oyes? Cuéntale todo lo que has hecho, sincérate con ella, ¿vale? —Suelta con aquel tono seguro, y solo alcanzo a asentir para después verle desaparecer por las escaleras de mármol.
Siento que un vacío se instala en mi vientre con su marcha, pero los guardias no me dan tiempo a procesarlo cuando me sostienen de los brazos y me lanzan dentro de la sala. Las puertas se cierran a mi paso, y en aquella pequeña y austera habitación, me siento algo aliviado de estar lejos del caos que se encuentra bajo mis pies.
Dentro de la habitación hay un aire fresquito, es realmente acogedor y bastante cómodo; está amoldada sencillamente por dos sillones de terciopelo y un gran ventanal que parece traslucir un arcoíris en su reflejo. Sin embargo, lo más impactante es cuándo veo a mi madre, a la persona con la que había soñado volver a ver desde los juegos. Su cabello castaño y lleno de vida cae sobre sus hombros, alisado y brillante. Lleva puesto un vestido hogareño, de tonos azules y de bordeados blancos. Lo más destacable es su colgante labrado en oro, que fue un regalo de su padre antes de fallecer, y esta vez estoy seguro de que no estoy ante una visión, porque el corazón metálico cuelga de él. Sus ojos siguen refulgiendo con el mismo amor de antaño, y mantienen esa ávida esperanza en ellos.
—Mamá... —Mi voz sale estrangulada, tímida y cuando se acerca corriendo a mis brazos, me dejo acobijar por ellos.
No me doy cuenta de lo pequeña que es, hasta que mis brazos pasan por su cuello. ¿Cuándo había crecido tanto? Tiembla bajo mi agarre, y fracasa por completo al intentar ocultar sus sollozos. Sin darme cuenta, frías lágrimas me surcan de la misma forma el rostro y al separarnos, en lo único en lo que puedo pensar es en qué estoy con ella, aquí y ahora, y que nadie puede quitarme el sentimiento tan feliz que se alberga en mi corazón.
—Lo conseguiste, hijo mío —me dice con un tono cálido, y siento que un gran peso abandona mis hombros. A su lado, me siento de nuevo en casa, acobijado bajo sus alas y oculto de cualquier peligro.
Sin embargo, algo extraño pasa. Quiero decirle todas las cosas que he vivido, aprendido y valorado desde que me marché a los juegos, pero... Su expresión se vuelve férrea y se arranca el colgante que decora su cuello. Quiero detenerla, más que nada porque puede romperlo, no obstante, mientras alza uno de sus dedos para posarlos sobre sus labios, me manda callar. Lo hago, ya que siento que el ambiente a nuestro alrededor ha cambiado totalmente y eso solo consigue que un nudo se me forme en la boca del estómago. Lo abre sin contemplaciones y me muestra dos fotos mientras me lo tiende para que lo coja. Dudando, lo tengo entre mis manos, y ella se saca una especie de micrófono de entre las ropas.
Aquello me saca de lugar pero mandándome callar de nuevo, no habla hasta que su zapato de tacón ha pisoteado este por completo. Ahora recupera su usual sonrisa, y tengo muchas dudas encima por su comportamiento. Primero decido por mostrarle las fotos del colgante, sin saber quiénes son. En este se me muestra a una mujer de cabellos castaños y de una dulce mirada, y en el otro lado aparece la foto de un hombre con una barba naciente y una sonrisa amable.
—¿Quiénes...? ¿Y por qué tenías un...?
Ella se acomoda el cabello en una cola alta, y mientras me sostiene de los hombros con fuerza, me suelta algo que al principio me suena a chino.
—Estaban escuchando, los de Capitolio. Se supone que debía de seguir con la patraña que han planeado contigo desde hace mucho tiempo, pero el hecho de que te mandasen a los juegos, me hizo darme cuenta del gran error que estaba cometiendo. Lo siento mucho, Thomas. Mi intención nunca fue hacerte daño, lo único que hacía al comienzo de todo esto, era seguir órdenes, pero... —Sus ojos me mostraron una completa sinceridad, y me sentí infundado por un sentimiento desconocido. No entendía nada de lo que estaba diciendo, y aún así, prosiguió:
»Al curso de los años me enamoré de ti, Thomas. Te consideré como un hijo, y a pesar de lo mucho que me odies... Nunca dejaré de quererte.
El silencio surca en la habitación, y parpadeé intentando asimilar toda la información de golpe.
—¿Estás queriendo decir que...? —El miedo se apodera de mi.
—Que no eres hijo mío, Thomas. Lo lamento. —Aquellas palabras me cayeron como un balde de agua helado, y siento que las piernas me fallan. Si no fuera por sus brazos sosteniéndome de los hombros, de por seguro me habría caído.
De pronto, una rabia se acumula en mi interior lo que significaba toda aquella revelación para mí. Me separo de ella con un brusco movimiento, y trastabillo hacia atrás.
—¿Estás diciéndome que estos... que estas personas de estas fotos son...? Mam... —me corrijo al instante al saber que esa palabra era maldita y que no tenía ningún sentido llamarla de esa manera ahora mismo—. Sarah..., ¿Me lo estás diciendo en serio? ¿Estos diecisiete años han sido una completa...? —Me interrumpe, mientras da un paso hacia mí.
—Enid, ése es mi verdadero nombre. —Por suerte, me queda algo de raciocino en la cabeza para no explotar en aquellos mismos instantes. Me sujeto el puente de la nariz, tratando de normalizar mi respiración. Lo consigo por momentos.
—¿O sea que tu nombre también era una mentira? ¿Por qué... por qué me haces esto ahora? ¿De qué sirve que sepa que no eres mi madre, si no ellos? Tiene que haber alguna razón para que no esté a su lado, y la única razón que encuentro es que me abandonaron y que no me querían.
Su expresión se torna desesperada, y sus palabras salen despedidas de sus labios con una velocidad vertiginosa.
—¡Ellos te querían, Thomas! ¡Más que a su propia vida, créeme! ¡Pero no tuvieron elección, su distrito iba a ser destruido y fue motivo suficiente para prevalecer tu vida antes que la tuya! ¡Hicieron un trato con CRUEL para que te mantuviesen a su lado, y por suerte Ava te había cogido un especial cariño! ¡Si tan solo no hubieran bombardeado el Distrito 13, quizás...!
Vale, tuve que detener aquella locura. Eran demasiadas cosas incomprensibles para un periodo de tiempo tan corto, no podía asimilarlo todo. Alzando mis manos al cielo, la detengo.
—¿CRUEL? ¿De qué demonios me hablas? ¿El Distrito 13? ¡Nunca existió ningún distrito como tal, E-enid! ¿Y por qué demonios Ava se interesaría por mí, por qué...? —De repente su mirada lastimera causó que un fuerte dolor se repartiera por mi cabeza y que recordase algo que debería haber estado enterrado y sepultado bajo mis memorias.
La nieve caía aquella noche, con fuerza y recuerdo que el frío se repartía por mi cuerpo y que hacía que mis ropas estuviesen húmedas. Unos delicados brazos me abrazaban con fuerza, y me llevaban a través de muchedumbres que gritaban desesperados y con dolor. Al darme la vuelta, descubrí que la persona que me cargaba, era un mujer. La misma mujer de la fotografía.
Su rostro estaba ansioso, y trataba de apartar a la gente de su alrededor lo mejor que podía. Ellos la golpeaban con sus cuerpos grandes y sudorosos, y algunos conseguían darme también. Aún así, eso no evitó que cumpliese con su objetivo. Me llevo hasta la alambrada que nos separaba del otro lado y posándome en el suelo, me susurró unas palabras que ahora me dolía haber olvidado. «Te quiero, Stephen», y por alguna razón, su voz rota y, al mismo tiempo, llena de amor me rompió en mil pedazos. No pude evitar que otros brazos, con el uniforme de mi actual distrito me sostuvieran de la cintura y me apartasen de su lado. Lo último que recuerdo de ella, son sus hermosas y frías lágrimas. La llamé varias veces, extendiendo mi brazo en su dirección, quizás intentando que me regresaran con ella, pero fue inútil. A cada paso me alejaba todavía más, y pronto su imagen fue una macha borrosa en mis recuerdos.
Luego la escena cambió repentinamente, y me encontré a mi mismo a la edad de unos cuatro años en una cabina de tren. Delante de mí, estaba la mujer que respetaba desde que tenía memoria, Ava Paige, aunque mucho más joven. Una sonrisa se coló en sus labios y sus palabras me dejaron más confundido que antes.
—Todo irá bien. —Eso fue lo que me dijo, y por alguna razón, su voz me resultó oscura y misteriosa.
Regreso a mi realidad, para ver cómo la mujer de nombre Enid, me termina de inyectar algo en mi brazo derecho. Me aparto con brusquedad, pero ella mantiene esa sonrisa que desde tiempos inmemoriales me había causado tanta calma. Ella observa mi expresión confusa, y me aclara mis dudas con rapidez.
—Esto te devolverá los recuerdos que te quitaron, Thomas. Con el tiempo, podrás recordar quién eres de verdad y... —Su voz de pronto se rompe, y suena rota. Después de varias respiraciones, continua—: El nombre de tu madre era Sarah, Stephen, y este nombre fue lo único que pudiste mantener de ella. Me obligaron a darte uno, y elegí Thomas. Siempre quise tener un hijo para colocarle ese nombre, y cuando llegaste a mi vida..., Has sido lo mejor que me ha pasado. Jeff estaría orgulloso de todo lo que has conseguido, tal y como lo estoy yo.
En ese momento, recuerdo al hombre que asesinaron ante mis ojos, y llego a la conclusión de que ese hombre por el que quedé traumado durante tantos años, nunca fue mi padre.
—¿Jeff no era mi...? No lo era, ¿verdad? —Ella miro al techo de la habitación, y colocando sus manos sobre su pecho, me dijo que no. Siento que un mareo me invadía de golpe.
—Pero te quería como si fuera tu verdadero padre. Estábamos recién casados cuando te dieron para nosotros. No tienes ni idea de lo feliz que nos pusimos..., Pero murió por intentar contarte la verdad. De verdad que lo lamento, Thomas, pero no tenía otro momento para esto. Después de la locura que he hecho, quizás también me... —No terminó la frase, pero entendí al momento que no saldría de allí.
Entonces, a pesar de estar confundido y destrozado por dentro, me doy cuenta de que ambos, Jeff y ella solo eran más peones en los juegos de los presidentes. Sin darme cuenta, ya la tengo entre mis brazos, consolándola. Ella tiembla incontrolablemente, y trato de hacerme el fuerte.
Permanecemos unos segundos así, unidos y pretendiendo que la locura no se dé paso a nuestras cabezas..., Y noto que el cariño que siento por ella, se niega a desaparecer. Soltando un fuerte suspiro, dejo que mi corazón hable por mi. Se lo merece, porque me ha cuidado durante tantos años sin poner pegas, e incluso ahora agradezco todavía más la valentía que tuvo Jeff para querer enfrentarse ante el Capitolio; igual que hace ahora Enid.
—Sigues siendo mi madre, y a pesar de todo esto, te sigo queriendo. No quiero que te hagan daño, no quiero perderte, Enid. —Le suelto con el corazón en la garganta, y ella se limita a escuchar, tratando de no romper más a llorar.
Una sombra parecida a una sonrisa se asoma por sus finos labios, y aunque no dice nada, ya está dicho todo. Me da un beso en la frente, lleno de todo ese cariño que ha mantenido con ella y que ha crecido con los años. Justo cuando tocan la puerta, alegando que el tiempo ha llegado a su fin, me doy cuenta de que probablemente esa sea la última vez que la vea. No quiero soltarla, no quiero dejarla tirada a su suerte, pero cuando los Vigilantes de la Paz entran sin ser invitados y sostienen mis brazos con brusquedad, sé que no puedo hacer nada por ella. Trato de alegrarme, de sonreírle como ella lo hace, pero soy incapaz. Veo más allá de las cámaras y la tristeza es un manto visible sobre sus ojos; eso solo consigue hundirme más el corazón.
—¡Te quiero, mamá! ¡Te quiero! —Es lo único que alcanzo a decirle cuando ya me encuentro bajando las escaleras de caracol a toda prisa.
Trato de seguir los pasos de los guardias, pero muchos sentimientos revoltosos se apoderan de mí y siento que todo es un completo lío ahora mismo. Divisando los extraños decorados que posee el Edificio de Justicia, otro recuerdo me invade la cabeza. Pero extrañamente, es de hace unos pocos años, cuando tenía la edad de quince. Me encuentro en las salas de investigación y de nuevo, buscando nuevas mejoras al futuro Laberinto que viviría en carne y hueso.
Teresa ha hecho una broma de lo divertido que sería que este girase como las flechas de un reloj, y mientras pretendo seguirle la mofa, unas manos gruesas se posan en mis hombros y al reconocer el característico olor de almizcle, regreso a mi postura firme y a mi rostro falto de emociones. Ava revisa mis nuevas anotaciones en la pantalla del ordenador, y mientras me habla al oído, siento que sus dedos se vuelven garras que me aprisionan con ella.
—Como siempre, un hermoso trabajo, Thomas. Por eso, sin duda, eres mi favorito —dice, para después brindarle una mirada escueta a Teresa y salir de la habitación en completo silencio.
Desecho aquel recuerdo de mi mente, ahora desagradable, para no tropezar con las últimas escaleras. Los guardias me arrastran hasta una habitación preparada, en la que me espera mi estilista Caleb. Abandonan la sala, y después el silencio envuelve a mi equipo de preparación y a mí.
Tengo la cabeza hecha un caos, y aún así, muestro mi mejor sonrisa a la gente que me espera con sus humores vivaces y excéntricos.
—¿Cómo ha ido la reunión con tu madre? —pregunta Caleb mientras se acerca para colocarme una bata encima, probablemente para no manchar mi ropa con los retoques de maquillaje.
—Mejor que bien, Cal, ha sido bueno verla. —No puede sonar mi voz más falsa que nunca—. ¿Empezamos? —Y mientras guardo el colgante de Enid con las fotos de mis verdaderos padres en el bolsillo del pantalón, trato de que la máscara que me obligo a tener encima, no se caiga.
N/A → ¡Gracias por leer, de verdad! ¡Amo el apoyo que me están dando, me ayuda mucho a seguir! ¡Los amo demasiado, no olviden dejarme sus comentarios y votos!
Muchas cosas han pasado aquí, y solo puedo deciros que son el ápice de los problemas para nuestros chicos..., ¡Qué emocionante! ¡Nos vemos pronto!
→ Se despide xElsyLight.
PD ; Este capitulo va dedicado a mi gran amiga, que a pesar de habernos conocido por un concurso, sigue dándome ese apoyo que alimentan mis ganas de seguir con lo que amo. ¡Gracias a ti por continuar leyendo, tkm!
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