27
El dolor recorría el cuerpo de Sebastien como si miles de cuchillos atravesaran cada fibra de su ser. Estaba tumbado en su cama, incapaz de moverse, con los músculos tensos y la respiración pesada. La habitación, apenas iluminada por la luz que se colaba entre las cortinas, parecía más fría y vacía con cada minuto que pasaba. La Mansión Nott era un cascarón en el que solo ecos se escuchaban, a excepción de una voz que nunca se apagaba: la de Hestia.
—No te atrevas a cerrar los ojos, Sebastien. Sabes que no te dejaré en paz hasta que me respondas.
Hestia se movía por la habitación, llevando consigo una bandeja con una taza de caldo caliente. Era incansable, como una tormenta que nunca se disipaba. Desde el día en que Bellatrix y Flora los habían sacado, no se había apartado de su lado. Había prometido que él no moriría, no mientras ella tuviera algo que decir al respecto.
Sebastien gimió suavemente al sentir cómo Hestia levantaba su cabeza para acercarle la taza a los labios.
—No tienes hambre, lo sé. Pero tampoco tienes elección. —Su tono era serio, pero se podía identificar una pizca de preocupación que no se podía ocultar en sus ojos.
Él intentó apartar el rostro, pero Hestia se lo impidió con un gesto decidido.
—No te hagas el terco. No sobreviviste a esto para dejarte morir por falta de sopa.
Sebastien intentó hablar, pero su voz apenas era un susurro áspero.
—Hestia... no tienes que... —Su frase quedó inconclusa cuando el dolor lo obligó a cerrar los ojos con fuerza.
—Claro que sí, Sebastien. Si tú no te preocupas por ti mismo, alguien tiene que hacerlo.
Ella le sostuvo la cabeza con cuidado y lo ayudó a beber un sorbo. El líquido cálido le quemó la garganta, pero también le trajo un pequeño alivio. Hestia sonrió con satisfacción cuando vio que, aunque a regañadientes, Sebastien seguía sus órdenes.
—Eso es. Sabía que no podías resistirte a mi encanto culinario. —Intentó bromear, pero el nudo en su garganta la traicionó.
Sebastien abrió los ojos, observándola con una mezcla de gratitud y culpa. No entendía por qué Hestia se quedaba, por qué seguía insistiendo cuando él apenas podía soportarse a sí mismo.
—Hestia... ¿por qué sigues aquí? —Su voz era apenas un susurro, cargado de dolor.
Ella dejó la taza a un lado y lo miró directamente a los ojos.
—Porque no voy a dejar que te pierdas. Porque eres Sebastien, el chico que siempre encuentra una forma de seguir adelante, incluso cuando el mundo se derrumba. Y porque, aunque no lo veas ahora, mereces vivir. Y vas a seguirlo estando mientras yo esté aquí.
El silencio llenó la habitación, pero no era incómodo. Hestia tomó su mano con suavidad, dejó que sus dedos recorrieran con suavidad los nudillos magullados de él. Su contacto era cálido, un contraste tan fuerte con el frío que parecía emanar de cada rincón de la casa.
Sebastien la observaba. Aunque no podía decirlo en voz alta, Hestia era su ancla. Lo había descubierto hace tiempo. Incluso cuando todo parecía derrumbarse a su alrededor, ella estaba allí, constante, invencible, decidida a no dejarlo caer.
—No tienes que quedarte aquí conmigo, Hestia. Esto... no es justo para ti. —Su voz era baja, apenas un susurro.
Hestia arqueó una ceja, dejando escapar una risa suave, casi burlona.
—¿Justo? ¿Desde cuándo me importa lo que es justo? Si fuera por justicia, tú no estarías aquí, postrado en una cama, después de todo lo que los demás te han hecho. —Se inclinó un poco más cerca de él, sus ojos encontrándose con los de Sebastien. Había algo en su mirada, una intensidad que lo desarmaba por completo.
—Estoy aquí porque quiero estar. Porque tú eres importante para mí, Sebastien. —Hizo una pausa, respirando profundamente antes de añadir con un tono más bajo—. Porque te amo.
Las palabras de Hestia parecieron detener el tiempo. Sebastien parpadeó, sorprendido, y por un momento, el dolor que sentía en su cuerpo quedó en un segundo plano. Quería responder, decir algo, pero las palabras se le atragantaron en la garganta. En lugar de eso, levantó lentamente su mano libre y rozó la mejilla de Hestia con la punta de los dedos.
—No sé cómo lo haces... —murmuró, su voz temblando con emoción—. Cómo puedes amar a alguien como yo, alguien... roto.
Hestia no apartó la mirada, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios mientras inclinaba la cabeza hacia su mano.
—Porque no estás roto, Sebastien. Solo estás herido, y eso es algo que podemos sanar juntos. Tal parece, que tengo complejo de Sanadora y salvadora.
Ella se inclinó aún más cerca, dejando escapar una corta risa, hasta que su frente descansó contra la de él. Por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo ellos dos.
—Te necesito, Hestia... —Sebastien cerró los ojos, dejando que las palabras salieran sin filtros—. Más de lo que puedo admitir.
—Entonces déjame quedarme —susurró ella, acariciando suavemente su cabello. Su voz era un susurro cargado de ternura—. Déjame ayudarte a avanzar cuando tú no puedas hacerlo.
Sebastien no respondió con palabras; no era necesario. En lugar de eso, presionó un suave beso en la palma de Hestia, un gesto pequeño pero cargado de significado. Ella sonrió y se inclinó para besarlo en la frente, dejando un rastro de calidez que lo hizo sentir, por primera vez en semanas, que podía sanar, que podía seguir adelante.
El sonido de la lluvia golpeando las ventanas llenaba la habitación, una gran compañía para el día gris que parecía reflejar la tristeza en el rostro de Sebastien. Acostado en la cama, con las mantas cubriéndolo hasta la cintura, su mirada estaba perdida, fija en el techo como si estuviera viendo algo más allá del presente.
—¿Qué pasa por tu mente? —preguntó suavemente, inclinándose hacia él—. Parece que tienes una tormenta ahí dentro.
Sebastien dejó escapar un suspiro pesado, sus dedos jugueteando con el borde de la manta. Por un momento, no respondió. Pero finalmente, habló, su voz apenas un susurro.
—Nunca celebré mi cumpleaños de verdad —comenzó, evitando la mirada de Hestia—. Ni una sola vez.
Hestia frunció el ceño, sorprendida.
—¿Nunca? ¿Ni cuando eras niño?
Sebastien negó con la cabeza, un amago de sonrisa amarga en sus labios.
—Mi padre siempre estaba ocupado. Demasiado ocupado siendo el gran Alessandro Nott, como para preocuparse por cosas ridículas como el cumpleaños de su hijo. Y aunque se suponía que yo era su favorito, nunca tuvo tiempo para... para mí.
Hestia se acomodó más cerca, su expresión suavizándose con empatía.
—¿Y tu madre? ¿Ella tampoco...?
Sebastien soltó una risa amarga, pero esta vez hubo un destello de tristeza en sus ojos.
—Nunca conocí a mi madre. —Se pasó una mano por el rostro, como si estuviera tratando de borrar los recuerdos que surgían—. Todo lo que sé de ella es una nota. Una maldita nota que mi padre me mostró cuando era un niño. "Ámalo y cuídalo como un padre haría con su hijo. Cuídalo como me cuidaste a mí". Eso es todo.
—¿Y qué pasó con ella? —preguntó Hestia en voz baja, con cautela, como si temiera empujar demasiado.
Sebastien se encogió de hombros, un gesto pequeño que apenas movió los músculos de su cuerpo adolorido.
—Huyó. Mi padre estaba casado, esperando un hijo, y cuando ella se enteró, decidió desaparecer. No sé si sigue viva, si piensa en mí, si... si me quiso alguna vez.
Hestia permaneció en silencio por un momento, permitiendo que sus palabras flotaran en el aire antes de hablar.
—Entonces, ¿pasabas tus cumpleaños solo?
Sebastien asintió lentamente.
—Sí. Siempre era un día nublado, con lluvia, como hoy. Me encerraba en mi habitación, deseando que al menos mi madre estuviera conmigo. Izabella era la única que sabía... ella siempre hacía algo pequeño para mí, aunque fuera una tontería como robar pastel de la cocina. Pero ella...
Se detuvo, su voz quebrándose, y cerró los ojos con fuerza.
—Ella murió. Y ahora... bueno, aquí estoy. Mi cumpleaños, acostado en una cama, herido, como si fuera una maldita broma.
Hestia se movió para tomar su mano, apretándola suavemente.
—¿A qué viene esto, Sebastien? —preguntó, su voz llena de ternura—. ¿Por qué me lo cuentas?
Sebastien giró su cabeza hacia ella, observándola con atención.
—Te lo digo porque tú eres especial para mí, Hestia. Nadie más sabe esto, excepto Izabella. Y ahora tú.
Hestia lo miró en silencio, su corazón latiendo con fuerza ante sus palabras. Lentamente, levantó su mano libre para acariciar su rostro, dejando que sus dedos rozaran su mejilla con cuidado.
—Sebastien... —su voz era apenas un susurro—. Nunca tendrás que pasar otro cumpleaños solo. No mientras yo esté aquí.
Sebastien cerró los ojos, dejando que el calor de su toque lo calmara. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que había alguien que realmente lo veía, alguien que no lo dejaba caer. Y aunque no dijo nada, el pequeño asentimiento de su cabeza fue suficiente para que Hestia supiera que él aceptaba su promesa.
La lluvia continuaba golpeando las ventanas, y aunque el ambiente seguía siendo gris, algo en la habitación había cambiado. La presencia de Hestia, su calidez, parecía desvanecer el frío que Sebastien había sentido durante años en su pecho.
Ella seguía sosteniendo su mano, sin intención de soltarla, Sebastien la miraba, con una mirada más suave de lo que Hestia había visto antes.
—¿Cómo lo haces? —preguntó de repente, con la voz baja pero clara.
—¿Cómo hago qué? —Hestia arqueó una ceja, inclinándose un poco hacia él.
Sebastien ladeó la cabeza, sus ojos oscuros explorando cada detalle de su rostro.
—Que todo esto... este día, esta cama, esta casa vacía... no se sienta tan miserable cuando estás aquí.
Hestia dejó escapar una risa suave, pero no apartó su mirada de él.
—Tengo talento para iluminar los días grises. Es un don, supongo. —Le guiñó un ojo, intentando mantener el tono ligero, aunque algo en la intensidad de su mirada la desarmaba. —Flora siempre dice que soy una irresponsable o impropia, yo lo veo de diferente manera. Al menos contigo funciona. Mi hermana simplemente me sacaba de su habitación o mis padres me cerraban la puerta en la cara. Así que, de cierta forma, te entiendo.
Sebastien esbozó una sonrisa pequeña, casi escondida, pero genuina. No estaba acostumbrado a sonreír, y mucho menos a hacerlo con alguien.
—Hestia... —comenzó, pero su voz se detuvo, como si las palabras se atoraran en su garganta.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, inclinándose aún más cerca, como si no quisiera perder ni una sílaba.
Sebastien tragó saliva, desviando la mirada por un momento antes de regresar a ella.
—No merezco esto. No merezco... a alguien como tú.
Hestia frunció el ceño, pero su expresión estaba más llena de ternura que de reproche.
—No digas eso. —Su voz era firme, pero dulce, como si estuviera reprendiendo a un niño que no veía su propio valor—. Todos merecemos a alguien que nos cuide, Sebastien. Incluso tú, aunque seas tan testarudo y pesimista.
Sebastien soltó una risa corta, casi una tos, pero algo en sus ojos brilló con calidez.
—¿Testarudo y pesimista? Suena como alguien encantador.
—Es insoportable, si quieres saber la verdad. Pero aquí estoy.
Hestia se encogió de hombros con una sonrisa traviesa, y Sebastien la miró, realmente miró, como si intentara memorizar cada línea de su rostro.
—Gracias, Hestia —dijo finalmente, con una sinceridad que ella no había escuchado de él antes.
—¿Por qué?
Sebastien tomó aire, como si estuviera reuniendo el valor para admitirlo.
—Por no dejarme. Por estar aquí... y por no dejarme solo, incluso cuando soy un idiota insoportable.
Hestia sonrió, inclinándose para presionar un suave beso en su frente.
—Siempre estaré aquí, Sebastien. Por muy idiota que seas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro