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26

La sala principal de los Lestrange, donde Voldemort llevaba a cabo sus castigos estaba sumida en paredes que parecían absorber cualquier rastro de luz o calor. Las paredes de piedra negra estaban grabadas con rastros de sangre seca, y el suelo al igual, a pesar de que el aire era denso y sofocante. La atmósfera era opresiva, como si la misma oscuridad tuviera peso y se aferrara a cada uno ahí.

Sebastien estaba arrodillado en el centro de la sala, sus manos atadas detrás de la espalda con gruesas cadenas encantadas que mordían su piel. Su rostro estaba pálido, pero mantenía la mirada fija en el suelo, como si estuviera decidido a no mostrar miedo. Frente a él, la figura imponente de Voldemort parecía aún más aterradora bajo la luz vacilante de las antorchas. Sus ojos rojos brillaban con furia, y su voz, cuando habló, era un susurro venenoso, un siseo de serpiente.

—Me has fallado, Sebastien —dijo Voldemort con una calma que era más aterradora que cualquier grito—. No solo has desobedecido mis órdenes, sino que también has permitido que esta farsa se convierta en una burla. Has sido un fracaso, Sebastien. Alguien bastante inútil.

Sebastien no respondió. Sabía que cualquier palabra sería inútil, pero su silencio solo parecía alimentar la ira del Señor Oscuro. Voldemort se acercó, sus pasos resonando en el silencio.

—Tu tarea era simple: acercarte a Hermione Granger, ganarte su confianza... su afecto. —Voldemort se detuvo, inclinándose hacia Sebastien, su rostro pálido apenas a centímetros del suyo—. Pero no, tú decidiste... jugar.

Sebastien alzó la vista lentamente, su mandíbula apretada. No dijo nada. Sabía que cualquier palabra solo empeoraría su situación.

A unos metros de distancia, dos mortífagos sujetaban a Hestia, quien se retorcía violentamente contra sus captores. Su rostro estaba desencajado por furia, y su voz se alzaba en gritos desesperados.

—¡Déjalo! ¡Por favor, déjalo! —gritó Hestia, pero sus palabras fueron ignoradas.

Voldemort se giró hacia ella, sus ojos brillando con burla.

—Oh, Hestia... Tu pequeña actuación como Sebastien fue un fracaso aún mayor. —Su voz goteaba desprecio—. No solo trataste mal a Hermione Granger, sino que casi arruinas toda mi estrategia.

Hestia luchó con más fuerza, sus ojos llenos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.

—¡No fue su culpa! ¡Yo me ofrecí a tomar su lugar!

Voldemort la observó con una sonrisa cruel.

—¿Y crees que eso te redime, niña? —preguntó con frialdad—. No, tú también pagarás por tu insubordinación, pero primero... quiero que observes.

Con un movimiento de su varita, Voldemort hizo que las cadenas que sujetaban a Sebastien se tensaran, levantándolo del suelo. Sebastien ahogó un grito mientras sus brazos eran estirados dolorosamente hacia arriba, sus pies apenas tocando el suelo.

Con un movimiento brusco, Voldemort alzó su varita y pronunció el primer hechizo.

—Crucio.

El cuerpo de Sebastien se arqueó de inmediato, como si una corriente eléctrica lo atravesara. Un grito desgarrador escapó de sus labios mientras el dolor se extendía por cada fibra de su ser. No era solo físico; era como si su alma estuviera siendo desgarrada, quemada desde dentro.

El hechizo se mantuvo por lo que parecieron minutos eternos antes de que Voldemort lo liberara. Sebastien cayó al suelo, jadeando, con el sudor mezclándose con las lágrimas que no había podido contener. Pero Voldemort no le dio tiempo para recuperarse.

—De pie —ordenó, su voz cortante como un látigo.

Cuando Sebastien no se movió lo suficientemente rápido, Voldemort agitó su varita, y las cadenas lo levantaron violentamente, forzándolo a ponerse de pie.

—¿Esto es lo que eres? ¿Un débil que ni siquiera puede cumplir una tarea sencilla? ¿Sabes lo que me molesta más de todo esto, Sebastien? —continuó Voldemort, acercándose lentamente a él—. No es solo tu fracaso. Es tu debilidad. Tu incapacidad para seguir una orden simple.

Alzó su varita nuevamente y la apuntó directamente al pecho de Sebastien.

—Crucio.

El hechizo golpeó a Sebastien con una fuerza devastadora, y su cuerpo se arqueó mientras un grito desgarrador escapaba de sus labios. La energía del hechizo parecía atravesarlo como si fueran cuchillas ardientes, arrancando cada gramo de control que tenía sobre su cuerpo.

Hestia gritó aún más fuerte, luchando desesperadamente contra los mortífagos que la sujetaban.

—¡Basta! ¡Por favor, detente! ¡Ponme a mí en su lugar!

Voldemort la ignoró por completo, concentrándose en Sebastien.

—¿Lo sientes, Sebastien? —preguntó con un tono casi curioso—. Esto es solo el comienzo.

Sebastien apenas podía respirar, pero aún así logró levantar la mirada hacia Voldemort. Sus ojos, aunque llenos de dolor, no mostraban el miedo que Voldemort esperaba. Esa pequeña chispa de desafío hizo que el Señor Oscuro apretara los dientes con rabia.

—¿Todavía tienes el descaro de desafiarme? —dijo Voldemort, con un tono que ahora estaba cargado de ira—. Muy bien, veamos cuánto puedes soportar.

Otro movimiento de su varita, y esta vez una serie de cortes aparecieron en el cuerpo de Sebastien, como si invisibles cuchillas lo estuvieran lacerando. La sangre comenzó a empapar su ropa, goteando en el suelo helado.

Hestia lloraba ahora, sus gritos reducidos a sollozos desesperados.

—¡Déjalo ir, por favor! ¡Te lo suplico!

Sebastien cerró los ojos con fuerza, intentando contener los gritos, pero Voldemort no estaba satisfecho.

—Mira hacia mí, —ordenó, y cuando Sebastien no obedeció, agitó su varita una vez más, forzando su cabeza hacia arriba—. Quiero verte sufrir.

Los ojos de Sebastien estaban vidriosos, llenos de un dolor tan intenso que apenas podía mantenerse consciente. Pero Voldemort no mostraba misericordia.

—Quizás no entiendas el precio de tu fracaso. Deja que te lo enseñe.

Otro movimiento de su varita, y una serpiente, invocada de la nada, comenzó a deslizarse por el suelo, acercándose a Sebastien con movimientos hipnóticos. La criatura se enroscó alrededor de su pierna, apretando lentamente mientras sus colmillos goteaban veneno.

Sebastien intentó moverse, pero las cadenas lo mantenían inmóvil. La serpiente levantó la cabeza, mirándolo directamente antes de hundir sus colmillos en su carne. El veneno se extendió rápidamente, quemando como fuego líquido mientras el cuerpo de Sebastien se sacudía incontrolablemente.

Voldemort sonrió, satisfecho.

—El dolor es una enseñanza efectiva, Sebastien. Aprende bien esta lección.

Bellatrix, que estaba de pie en la sombra de una esquina de la sala, observaba la escena con una expresión inusual en su rostro. Sus ojos, generalmente llenos de una loca devoción por Voldemort, estaban ahora cristalizados, y sus labios temblaban ligeramente. Había algo en Sebastien que le recordaba al hijo que había perdido, aquel niño que nunca pudo proteger. Verlo sufrir de esa manera hacía que una parte de ella se rompiera.

Cada grito que escapaba de los labios del joven era como un cuchillo que se clavaba en su corazón. Pero no podía hacer nada. Intervenir significaría su propia muerte. Permaneció inmóvil, sus manos apretadas en puños, tratando de no mostrar ninguna emoción.

—Eres una vergüenza, Sebastien —continuó Voldemort, bajando su varita por un momento para permitirle hablar—. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Sebastien respiró con dificultad, sus palabras apenas un susurro.

—P-puedes...pudrirse en el infierno. Maldito m-monstruo.

Voldemort alzó una ceja, sorprendido por la osadía de Sebastien incluso en ese estado.

—¿Ah, sí? Admiro eso, incluso en estos momentos... —Voldemort movió su varita de nuevo, y el cuerpo de Sebastien se sacudió con una nueva ola de dolor—. No eres más que alguien remplazable, Sebastien. Tu única tarea era acercarte a ella. Y fallaste.

En ese momento, Hestia soltó un grito desgarrador, sus fuerzas finalmente agotándose.

—¡Por favor, mátame a mí! ¡Déjalo ir! ¡Él no hizo nada malo!

Los mortífagos que la sujetaban no dijeron nada, pero la miraron con algo que parecía una mezcla de desprecio y lástima.

Voldemort se giró hacia ella, sus ojos rojos brillando con ira.

—¿Crees que puedes decidir quién vive y quién muere, Carrow? —preguntó con una voz tan suave que era más aterradora que cualquier grito—. Mira bien. Este será tu destino si vuelves a fallarme.

Con un movimiento de su varita, Voldemort aumentó la intensidad del tormento. Sebastien gritó nuevamente, su voz quebrándose hasta convertirse en un gemido gutural.

La serpiente finalmente se deslizó hacia atrás, pero las heridas que dejó eran profundas y sangraban profusamente. Voldemort levantó su varita por última vez y lanzó un hechizo que hizo que el cuerpo de Sebastien se retorciera como si estuviera siendo aplastado desde dentro.

—Recuerda esto, Sebastien —susurró Voldemort mientras bajaba la varita—. Mi paciencia tiene límites. Y tú estás muy cerca de agotarlos.

Bellatrix finalmente apartó la mirada, incapaz de seguir viendo el sufrimiento de Sebastien. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, pero la limpió rápidamente antes de que alguien pudiera notarlo.

Finalmente, Voldemort miró a Sebastien con una expresión de desdén.

—Llévenselo —ordenó a los mortífagos—. Que pase el resto de la semana en la celda más fría de la mansión. Tal vez eso le enseñe algo de obediencia.

Mientras los mortífagos se llevaban a Sebastien, Hestia seguía gritando y luchando, pero finalmente también fue arrastrada fuera de la sala.

Cuando la habitación quedó en silencio, Bellatrix permaneció en su rincón, inmóvil. Sus pensamientos estaban revueltos, y por primera vez en mucho tiempo, se preguntó si su lealtad a Voldemort era lo correcto.










[ • • • ]












La mazmorra era un lugar sombrío, la humedad impregnaba el aire y el eco de las gotas que caían desde el techo acentuaba el silencio opresivo. Las paredes estaban cubiertas de moho, y el suelo de piedra era áspero y helado. En cada rincón, parecía respirarse el sufrimiento de aquellos que habían estado atrapados allí antes.

Bellatrix avanzaba con pasos firmes, pero en su mirada había algo que rara vez se veía: duda. Flora la seguía de cerca, su semblante tenso, apretando con fuerza la varita entre sus dedos. Era evidente que no estaba allí por elección, sino por responsabilidad y preocupación por su hermana, Hestia.

—Este lugar apesta —murmuró Flora, su voz apenas un susurro, mientras echaba un vistazo a las celdas oscuras que pasaban por su lado.

Bellatrix no respondió. En su interior, las emociones chocaban, algo que no podía permitirse mostrar. Llegaron finalmente a la celda donde Sebastien estaba encerrado. Su figura estaba en un rincón, encorvada, con las muñecas encadenadas a la pared y la cabeza inclinada hacia un lado. Su cuerpo estaba cubierto de heridas que aún sangraban lentamente, y su respiración era apenas audible.

En la celda contigua, Hestia estaba sentada en el suelo, las rodillas contra el pecho. A pesar de su propio estado físico deplorable, seguía hablando, soltando comentarios rápidos y entrecortados que parecían más para mantener su propia cordura que para comunicarse con Sebastien.

—¿Sabes, Seb? —dijo con un tono nervioso mientras jugaba con los bordes de sus desgarradas mangas—. Cuando salgamos de aquí, te prometo que te haré un pastel. Bueno, no sé cocinar, pero… puedo comprarlo. ¿Te gusta el de chocolate?

Bellatrix giró la cabeza hacia ella, sus ojos estrechándose, pero Hestia continuó como si no se diera cuenta.

—Aunque pensándolo bien, creo que eres más de vainilla. ¿O quizás de fresa? ¡Sebastien! No te duermas, ¿me oyes?

Sebastien soltó un gemido apenas audible, su cuerpo temblando de forma incontrolable.

—Cállate, Hestia —murmuró Flora, su voz contenía una mezcla de preocupación y exasperación—. Estás agotando a todos con tus tonterías.

Hestia levantó la vista hacia su hermana, con desafío brillando en sus ojos cansados.

—¡No pienso callarme! Si él no me escucha, podría morir, ¿entiendes? ¡Morir, Flora!

La respuesta de Flora fue un bufido, pero algo en sus facciones suavizadas mostró que entendía el dolor detrás de las palabras de Hestia.

Bellatrix se acercó a Sebastien, sus pasos resonando en la celda. Se arrodilló frente a él y lo tomó por la barbilla, levantando su rostro con una suavidad inusual. Su piel estaba pálida, cubierta de sudor frío, y sus labios estaban partidos.

—Sebastien —dijo, su voz baja, casi un susurro—. Mírame.

Sus ojos apenas se abrieron, mostrando pupilas dilatadas que luchaban por enfocarse.

—Mamá —murmuró con una voz débil, que se quebró en el último sílaba.

La mención de aquel nombre hizo que Bellatrix se congelara. Nadie la llamaba así desde…

Apartó la mirada por un momento, respirando profundamente para recuperar la compostura antes de volver a mirarlo.

—No voy a dejar que mueras aquí —dijo, más para sí misma que para él.

Flora observaba en silencio, confundida por la actitud de Bellatrix. Siempre había oído de su brutalidad, de su lealtad ciega hacia Voldemort, pero ahora, esa misma mujer parecía luchar con sus emociones que no encajaban con su reputación.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Flora finalmente.

—Lo sacaremos de aquí —respondió Bellatrix con firmeza, sin apartar los ojos de Sebastien—. A ambos.

—¡¿Qué?! —exclamó Flora, bajando la voz inmediatamente al recordar dónde estaban—. ¿Estás loca? Si el Señor Oscuro se entera…

Bellatrix la fulminó con la mirada.

—¿Prefieres quedarte aquí y dejar que se pudran? ¿Que el Señor Oscuro los mate en su próximo arrebato?

Flora vaciló, pero el brillo de desesperación en los ojos de Hestia fue suficiente para inclinarla.

—Está bien. ¿Cómo lo hacemos?

—Primero, silencia a tu hermana antes de que nos delate a todos —dijo Bellatrix, con un toque de sarcasmo.

—¡Oye! —protestó Hestia—. Estoy siendo útil, ¿saben? ¡Él me escucha!

—Hestia —dijo Flora, esta vez con un tono más suave—. Si realmente quieres ayudar, guarda silencio por un momento, ¿sí?

Hestia apretó los labios, claramente contrariada, pero asintió.

Mientras Flora se ocupaba de su hermana, Bellatrix comenzó a examinar las cadenas que sujetaban a Sebastien. Las runas oscuras grabadas en ellas brillaban débilmente, mostrando la fuerza de los encantamientos que las protegían.

—Esto no será fácil —murmuró para sí misma.

—Nada de lo que haces lo es, Bella —susurró Sebastien, y aunque su tono era débil, había un atisbo de su antigua personalidad.

Bellatrix dejó escapar una risa breve, seca.

—No empieces a hablar como Carrow, o tal vez te deje aquí después de todo.

Por primera vez en horas, un destello de humor cruzó los ojos de Sebastien. Bellatrix tomó su varita y comenzó a trabajar en los encantamientos, cada movimiento calculado y preciso.

—Esto llevará tiempo —advirtió, dirigiéndose a Flora—. Mantén a tu hermana callada y alerta. Si alguien se acerca…

—Lo sé —respondió Flora, con un nudo en la garganta—. Lo sabré.

La oscuridad de la mazmorra parecía volverse más densa mientras trabajaban. Para Bellatrix, Sebastien no era solo un joven en peligro; era un recordatorio de todo lo que había perdido y de lo poco que aún podía salvar.

Y no pensaba fallar esta vez.

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