23
La sala de los Menesteres se había convertido en el refugio de Draco Malfoy, un lugar de muros altos y oscuros. La estancia estaba llena de objetos acumulados por generaciones de estudiantes, pero el centro de atención era el gran armario evanescente. Una reliquia que debía ser reparada, o al menos eso creían la mayoría. Sebastien, quien había sido testigo de los esfuerzos cada vez más nerviosos de Draco, sabía que algo no cuadraba.
Oculto, Sebastien observaba a Draco moverse con torpeza entre hechizos y herramientas. Parecía decidido, pero en sus movimientos había una impaciencia casi desesperada. Lo que más captaba su atención era el brillo extraño en los ojos de Draco; no era el de un reparador, sino el de un destructor. El aire se volvió más denso, y Sebastien no pudo ignorar la sensación de que algo más escondía tras cada golpe de varita.
—¿Crees que no me he dado cuenta de lo que haces, Malfoy? —dijo Sebastien, emergiendo de las sombras con una frialdad que helaba la habitación.
Draco se giró bruscamente, dejando caer la varita por un instante. La recogió tan rápido como pudo, sus manos temblando ligeramente. Intentó recobrar la compostura, pero la sorpresa lo había delatado.
—¿Qué haces aquí, Sebastien? —escupió, esforzándose por sonar desafiante—. Esto no te concierne.
Sebastien se acercó lentamente, sus ojos oscuros como el acero. Parecía no inmutarse ante el desafío de Draco.
—Esto me concierne más de lo que imaginas —respondió, con voz baja pero cargada de intención—. No eres el único con órdenes. Y mucho menos el único que comprende que este armario no debería ser reparado, ¿verdad?
Draco apretó los dientes y dio un paso atrás.
—No sabes de lo que hablas —dijo con un intento de firmeza—. ¿Y si fuera cierto? ¿Qué harías? ¿Delatarme?
El silencio que siguió fue pesado. Sebastien no apartó la mirada ni un segundo. Finalmente, dejó escapar una risa amarga.
—Delatarte... No, Malfoy. Estoy aquí porque si tú fallas, todos fallamos. Pero parece que has olvidado que las consecuencias de fallar no terminan contigo.
La tensión en la sala se hizo insoportable. Draco respiraba con dificultad, como si cada palabra fuera un peso que le costara soportar. En un momento de frustración, lanzó un hechizo hacia el armario, que chisporroteó con magia inestable. Sebastien lo observó con frialdad, como si cada intento de Draco sólo confirmara lo que ya sabía.
—¿Qué crees que estás logrando? —preguntó Sebastien, acercándose peligrosamente—. Sabes que todo esto sólo los enfurecerá más. Destruirlo no es una solución. Pero... ¿es eso lo que quieres? ¿Un final sin escapatoria?
Draco alzó la mirada, y algo en su expresión cambió. Por un segundo, pareció que iba a decir algo importante, pero antes de que pudiera hacerlo, ambos sintieron una quemazón intensa en sus antebrazos. La marca oscura se retorció bajo su piel, y una orden silenciosa quedó grabada en su carne. Era una llamada.
Antes de que Sebastien pudiera responder, la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió con un crujido, dejando entrar una figura alta y serena. Hestia los observó a ambos. La tensión entre ellos no se le escapó, pero no hizo comentario alguno. Se limitó a levantar una ceja, como si estuviera evaluando cuánto tiempo más podían permitirse antes de enfrentar algo peor.
—No hay tiempo para juegos —dijo Hestia, con la voz de alguien acostumbrado a la autoridad—. Debemos irnos. Ahora.
El silencio fue la única respuesta antes de que los tres se movieran en silencio. Con un movimiento de su varita, Hestia conjuró una red translúcida de protección alrededor del armario antes de salir de la sala, asegurándose de que el secreto que compartían no escapara de las paredes.
[ • • • ]
El aire de la Mansión Malfoy era sofocante, impregnado del hedor de sangre reciente. Pasaron por los largos pasillos decorados con retratos que parecían seguir cada uno de sus movimientos. Draco caminaba con rigidez, consciente de que cada paso los acercaba a un juicio del que no podrían escapar. Sebastien mantenía su rostro imperturbable, pero sus pensamientos giraban en torno a las posibles consecuencias de su descubrimiento. No podía confiar plenamente en Draco, pero tampoco podía dejar que fracasara, no cuando todos estaban al borde de un destino en común.
Fueron conducidos a una sala amplia y opulenta, donde ya esperaban varios rostros familiares. Entre ellos, Bellatrix, con una sonrisa demente y un brillo sádico en los ojos.
Bellatrix se acercó a los recién llegados con una sonrisa que prometía caos. Sus ojos brillaban de un modo salvaje, pero cuando Sebastien se adelantó, la mirada de la mujer se encontró con la suya. Por un momento, el mundo pareció detenerse. Sebastien alzó la mano, y con un gesto que podría haber parecido un desafío, pero no lo era, inclinó la cabeza y depositó un suave beso en la frente de Bellatrix. Un gesto que podría parecer extraño, casi maternal, pero en realidad era un juego de poder entre ambos. Bellatrix cerró los ojos brevemente, permitiendo el contacto.
—Bella —murmuró Sebastien, con una mezcla de respeto y cautela—. Siempre al mando, como debe ser. Espero que estés tratando nuestros invitados como merecen.
El gesto calmó las risas de Bellatrix por un momento, pero en sus ojos seguía brillando una locura latente. Nadie osó comentar el intercambio; sabían que cualquier palabra errónea podía sellar su destino.
El aire en la sala cambió de golpe, y una presencia helada lo envolvió todo. Un susurro casi tangible precedió a la aparición de Voldemort. El Señor Tenebroso emergió de las sombras, alto, esquelético, y con ojos que ardían con un fuego rojo. Su mirada recorrió la habitación, deteniéndose finalmente en Draco. Un silencio mortal cayó sobre todos los presentes. Voldemort avanzó lentamente, su voz era apenas un susurro, pero cada palabra resonaba como un trueno.
—Draco —pronunció con frialdad, dejando que el nombre se hundiera en el pecho del joven Malfoy—. Cuéntame, ¿qué progreso has hecho con el armario?
Draco tragó saliva, sus manos temblando ligeramente. Buscó las palabras que pudieran salvarlo, pero todo lo que encontró fue un muro de temor. Finalmente, alzó la cabeza, intentando mostrar una seguridad que no poseía.
—El armario está... cerca de ser reparado, mi señor —mintió, con una voz que intentaba no quebrarse.
El silencio se extendió durante lo que pareció una eternidad. Voldemort lo observó, estudiando cada matiz de su expresión. Lentamente, dirigió su atención a Sebastien, que permanecía estoico, aunque su corazón martilleaba en su pecho.
—¿Es eso cierto, Sebastien? —preguntó Voldemort con un interés casi morboso.
Sebastien sintió todas las miradas dirigidas hacia él, y por un momento sopesó sus opciones. Mentir significaba proteger a Draco, pero también arriesgarse a perder la confianza de Voldemort. La verdad, por otro lado, podría sellar el destino de su aliado. Sabía lo que debía hacer, incluso si odiaba las circunstancias.
—No, mi señor —respondió Sebastien con una voz clara, aunque internamente la amargura lo carcomía—. Draco ha estado intentando destruir el armario, no repararlo.
El susurro de murmullos fue apagado rápidamente por una mirada fulminante de Voldemort. El Señor Tenebroso se volvió hacia Draco, sus ojos brillando con una furia helada.
—Mentir, Draco... —dijo Voldemort, acercándose tanto que el joven Malfoy casi podía sentir el aliento helado del mago oscuro—. Has fracasado en más de un sentido.
Draco intentó hablar, pero las palabras murieron en su garganta. Voldemort alzó una mano, deteniéndolo. No valía la pena. En cambio, giró hacia Sebastien, una sonrisa torcida asomando en su pálido rostro.
—Eres competente, Sebastien. Aunque la competencia no siempre basta. Hay otros métodos que podemos emplear, otras debilidades que podemos aprovechar.
El rostro de Sebastien permaneció impasible, pero sabía que el interés de Voldemort nunca era algo deseado. No se equivocaba.
—Me he enterado de algo curioso —continuó Voldemort, su voz impregnada de un venenoso deleite—. Parece que la sangre sucia Granger tiene cierta... fascinación por ti. ¿Sabías eso?
Las palabras cayeron como una piedra en el pecho de Sebastien. Aunque no lo mostró, el impacto fue profundo. Apenas permitió que su mirada se desviara, pero cuando lo hizo, fue hacia Draco, buscando respuestas que nunca llegarían.
—Draco ha sido... ineficaz en muchos aspectos —continuó Voldemort, como si disfrutara de cada sílaba—. Pero tú, Sebastien, tienes un don especial para manipular corazones. Tu tarea es clara. Enamora a Granger aún más. Gánate su confianza y úsala para destruir a Potter y su círculo. ¿Entendido?
Sebastien asintió, sabiendo que cualquier otra respuesta sería fatal.
—Como desee, mi señor.
Los ojos de Voldemort lo estudiaron, buscando cualquier signo de duda. Finalmente, satisfecho, se dio la vuemta y más tarde dio por concluida la reunión. Sebastien sintió que un peso abismal se cerraba sobre él, asfixiante. Se giró para marcharse. Había aceptado la orden, pero su alma se rebelaba. Jugar con los sentimientos de alguien era una herida que aún sangraba en él. No podía permitir que Hermione sufriera de la misma manera. Aunque una parte de el comenzaba a odiarla.
Sebastien avanzó con pasos firmes hacia la salida de la mansión Malfoy, pero cada paso le pesaba más que el anterior. La orden de Voldemort se repetía en su cabeza como un eco siniestro: Enamora a Granger... Apenas podía procesarlo, atrapado entre el deber impuesto y sus propias dudas. El aire helado de la noche lo recibió cuando cruzó las puertas principales, pero ni siquiera el frío consiguió sacarlo de su ensimismamiento.
Unos metros detrás, una figura se deslizó con sorprendente ligereza, como una sombra juguetona. Hestia con un andar despreocupado y una sonrisa que parecía fuera de lugar tras la reunión, alcanzó a Sebastien y colocó una mano sobre su hombro, obligándolo a detenerse.
—Ey, ¿a dónde con tanta prisa, príncipe caído? —preguntó Hestia con un tono demasiado ligero, casi burlón.
Sebastien la fulminó con la mirada, pero ella sólo levantó las cejas, fingiendo inocencia. Sin embargo, detrás de la máscara de su humor siempre había un atisbo de algo más; Hestia sabía leerlo mejor que nadie. El silencio de Sebastien le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Te veo y, déjame adivinar... el señor sin nariz te ha dado una misión imposible otra vez, ¿no? —continuó, empujando una risotada que no alcanzó a sonar genuina.
Sebastien apretó los dientes y siguió caminando. No quería tener esa conversación. No quería decirle a nadie lo que realmente sentía, lo que había aceptado hacer. Pero Hestia no se rindió. Se plantó frente a él, caminando hacia atrás, con los brazos cruzados y los ojos fijos en los suyos.
—Oh, no te atrevas a ignorarme, Sebastien. Si me dejas adivinando, empezaré a inventar teorías. —Giró sus manos de manera exagerada, como si fuera a leerle la mente—. Quizá el Señor Tenebroso quiere que te conviertas en profesor de cocina mágica. ¿O tal vez te pidió que bailaras tap en la próxima reunión?
A pesar de sí mismo, una risa seca escapó de los labios de Sebastien. Fue rápida, breve, pero suficiente para que Hestia se diera cuenta de que lo había tocado, aunque fuera superficialmente. Siguieron caminando en silencio unos momentos más, con Hestia lanzando miradas furtivas hasta que finalmente Sebastien se detuvo. No podía más.
—No es una misión cualquiera, Hestia —confesó, con una voz que parecía estar al borde de romperse.
Ella dejó de sonreír. Se acercó un paso más, su expresión se suavizó. Todo rastro de su humor se desvaneció.
—Dime qué pasó.
Sebastien inspiró hondo, como si cada palabra que iba a decirle fuera un peso que no estaba preparado para compartir. Las estrellas en el cielo se reflejaron en sus ojos, pero sólo lograron resaltar su tormento.
—Me ordenó... me ordenó usar a alguien —comenzó, su voz baja, apenas un susurro—. Me ordenó que... la manipulara, que jugara con sus sentimientos. Hermione Granger. Quiere que me acerque más a ella, que... la enamore. Todo para debilitar a Potter y a todos los que le importan.
Hestia lo miró fijamente, sin apartar los ojos de él. Podría haberse reído, haber bromeado sobre lo predecible de Voldemort o incluso sobre lo estúpida que era la misión. Pero no lo hizo. Sabía que Sebastien no era del tipo que temía a cualquier tarea. No, lo que lo atormentaba era diferente.
—Y tú no puedes hacerlo, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Él negó con la cabeza. Era un movimiento pequeño, pero contundente.
—No quiero... no puedo ser como ellos, Hestia. Pasé meses aprendiendo a que no debía confiar en cualquiera, a vivir con la traición. Nadie debería pasar por eso, no puedo jugar con sus sentimientos. No puedo... no de esa manera.
—Confiaste en mí.
El silencio que siguió fue denso. Por un instante, después de eso, Hestia se quedó sin palabras, algo poco común en ella. Luego, como si buscara distraerse de la intensidad, alzó una ceja y sonrió con esa mezcla de diversión y ternura tan característica.
—Bueno, no digas eso. Tal vez seas un pésimo traidor. ¿Quién lo diría? Nuestro querido y letal Sebastien resultó tener algo de... ética.
Sebastien frunció el ceño, no por sus palabras, sino por el hecho de que, a pesar de todo, su humor ligero conseguía aliviar la carga que sentía.
—Esto no es un juego, Hestia.
—Claro que no lo es —dijo ella, acercándose aún más—. Pero mírame a los ojos y dime que no estás asustado de que todo esto acabe mal. Vamos, dime que no temes lo que va a pasarle a Granger, o lo que harán si piensan que fallaste. Porque sé que lo haces. Incluso si finges que no.
Sebastien la miró fijamente, sorprendido por la agudeza de sus palabras. Pero no lo negó. No podía.
—No quiero ser una herramienta más, Hestia —susurró—. No quiero que mi vida sea otra cadena de mentiras y traiciones. Estoy cansado. Esto no es lo que quería.
Ella dejó escapar un suspiro largo, observándolo con algo más que simpatía. Había una mezcla de respeto y comprensión en su mirada.
—No tendrás que hacerlo, Sebastien —dijo con suavidad, aunque su tono conservaba algo del toque ligero que la caracterizaba—. No dejaré que te conviertas en eso. Algo se nos ocurrirá. Tal vez... ya sabes, convencemos al destino de que Granger se enamore de un sapo. Sería más sencillo.
Sebastien rodó los ojos, aunque una sombra de sonrisa se dibujó en sus labios.
—Siempre estás bromeando, incluso en momentos como este.
—Es mi mecanismo de defensa. El mundo es un lugar horrible, y si voy a sobrevivir aquí, al menos me reiré de ello. Y tú también deberías.
Ambos quedaron en silencio, mirándose el uno al otro. Hestia se acercó aún más, sus dedos tocando el brazo de Sebastien con un toque que era reconfortante, familiar. Aunque él a menudo decía que no soportaba su humor, en el fondo sabía que, sin Hestia, todo sería mucho más sombrío.
—Todo saldrá bien —repitió ella, con un tono que ahora sonaba menos ligero y más sincero—. No dejaré que te hundas en esto, Sebastien. No tienes que hacerlo solo.
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