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21

La enfermería se sentía irreal, entre un sueño y el mundo real, cada movimiento parecía hacerse a cámara lenta. Sebastien parpadeó, sus ojos todavía pesados, intentando enfocar el rostro de Hestia, que estaba aferrando su mano.

Miró a su alrededor, observando las caras tensas de Dumbledore, Harry, Hermione y Ron. Todos esperaban algo, aunque ninguno parecía querer ser el primero en hablar. La presión en su pecho crecía, y Sebastien sintió cómo el aire se volvía más denso. Se obligó a tragar, su garganta áspera al formar las primeras palabras.

—¿Izabella? —preguntó, su voz quebrada y llena de una mezcla de esperanza desesperada y terror. El silencio que siguió fue insoportable. El tiempo pareció congelarse mientras sus ojos recorrían los rostros de los presentes, buscando una respuesta que no quería oír. Hermione desvió la mirada, apretando los labios con fuerza. Ron tragó con dificultad. Harry bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.

El silencio hablaba por sí solo, pero Sebastien necesitaba escuchar las palabras. Necesitaba que alguien le confirmara su peor miedo, aunque cada fibra de su ser gritara que no. Que era imposible. Se giró hacia Dumbledore, esperando que el anciano, con toda su sabiduría, pudiera ofrecerle una salida, una esperanza. Pero la mirada de Dumbledore solo reflejaba pesar, y eso fue suficiente para que el mundo de Sebastien se derrumbara.

—¿Dónde está Izabella? —repitió, con más fuerza, como si alzando la voz pudiera cambiar la realidad. Su respiración se aceleró, y el agarre de Hestia se volvió un ancla que lo mantenía en el aquí y ahora. Hermione intentó hablar, pero sus labios solo temblaron. Nadie quería decirlo.

Fue Harry quien, finalmente, rompió el silencio.

—Sebastien… Izabella murió.

Las palabras fueron como una daga, atravesándolo una y otra vez. Sabía que era cierto. Lo había sabido desde el momento en que vio la luz desvanecerse de los ojos de su mejor amiga. Pero escucharlo así, pronunciado con voz vacilante, fue como vivirlo de nuevo. El aire se escapó de sus pulmones. Cerró los ojos, esperando que al abrirlos todo fuera un mal sueño. No lo fue.

El dolor lo golpeó con toda su fuerza, y su cuerpo se dobló sobre sí mismo. Su respiración se volvió errática, los sollozos escapando antes de que pudiera contenerlos. Las lágrimas caían por su rostro, calientes y amargas, mientras todo su ser se estremecía. Las imágenes regresaron con una claridad brutal: Izabella, de pie, frente a el. La sangre. La impotencia que lo había consumido. Y luego… su última mirada. Nadie debería tener que ver morir a alguien que ama.

Sebastien se llevó una mano temblorosa al rostro, intentando ahogar el grito que quería salir. Recordaba cada segundo, cada detalle. Había estado ahí, impotente, mientras su mejor amiga se desvanecía. Y la única testigo, la única que había compartido ese momento, había sido Hermione. Pero él, desesperado, le había borrado la memoria. Lo hizo con manos temblorosas, rogando en silencio que nunca recordara el horror de aquella escena.

Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos de Hermione. Algo en su expresión le resultaba extraño, como si una parte de ella intuyera que había algo más, algo que no podía recordar. Pero no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Sebastien volvió a girar la cabeza hacia Hestia. Ella apretó su mano, pero su rostro mostraba una confusión que no podía ocultar. Ella no sabía lo que Izabella significaba para él, pero suponía que debía ser difícil.

—No… —murmuró Sebastien, negando con la cabeza—. No puede ser.

El dolor lo consumía desde dentro, una ola tras otra, dejando su cuerpo tembloroso y agotado. Todo lo que había hecho, todo el plan para infiltrarse, cada sacrificio, cada decisión tomada con el fin de proteger a los que amaba… y, al final, no había sido suficiente. Había perdido a Izabella, y ni siquiera el engaño más elaborado había cambiado eso.

—Hicimos todo lo que pudimos —susurró Hermione, sus ojos fijos en los de él. Pero sus palabras no ofrecían consuelo.

—No fue suficiente —murmuró Sebastien, sintiendo cómo cada palabra se le clavaba como un puñal.

Dumbledore avanzó un paso, su expresión solemne.

—Sebastien, tu regreso es importante. Y lamentamos lo que le ocurrió a la joven Izabella. Pero debemos saber qué ocurrió…

Las palabras de Dumbledore eran lejanas. Todo lo que Sebastien podía pensar era en Izabella, en cómo la había perdido. En cómo, a pesar de saberlo, el dolor no disminuía. Miró a Harry, a Ron, a Hermione, y luego de nuevo a Hestia. Todos ellos eran parte de algo más grande, pero para Sebastien, en ese instante, solo había una verdad: Izabella no estaba. Y nunca volvería.

El peso de esa culpa, y la furia contenida lo dejaron exhausto. Su cuerpo tembló mientras las lágrimas continuaban cayendo. Sabía que el dolor nunca lo abandonaría, pero por un momento, solo por un momento, se permitió sentirlo en toda su intensidad, dejando que lo consumiera, porque era lo único que podía hacer.










[ • • • ]









La oficina de Dumbledore estaba iluminada por una cálida luz de velas, pero el ambiente se sentía tan frío y distante como estar en una celda de piedra. Sebastien permanecía sentado en una silla frente al enorme escritorio, con las manos aún temblorosas. Hestia estaba de pie cerca de la puerta, sus ojos fijos en él, como si temiera que se desmoronara en cualquier momento. Dumbledore lo observaba detrás de sus gafas de media luna, su mirada serena pero inquisitiva, como si intentara atrapar cada secreto que Sebastien guardaba.

—Te encontraron a las afueras de Hogsmeade, inconsciente —dijo Dumbledore con voz suave pero firme, como si hablara a un paciente delicado—. Fue la joven Hestia quien dio con tu paradero y te llevó de regreso.

Sebastien giró levemente la cabeza hacia ella. Hestia evitó su mirada por un instante, como si el peso de todo lo que habían planeado y hecho fuera demasiado. Luego, volvió a mirarlo, con una determinación que decía más de lo que las palabras podían expresar. Sebastien asintió con lentitud, cerrando los ojos por un momento, como si necesitará reunir fuerzas antes de responder a lo que se avecinaba.

—Gracias, Hestia —murmuró. Su voz sonó rota, como si el simple hecho de hablar lo lastimara.

Dumbledore lo observaba con atención. Había compasión en su expresión, pero también una cautela que Sebastien conocía bien. El director no creía todo lo que veía; siempre miraba más allá, siempre buscando la verdad. Sebastien lo sabía, y por eso eligió cuidadosamente sus siguientes palabras.

—¿Qué sucedió mientras estabas desaparecido, Sebastien? —preguntó Dumbledore con una voz que mezclaba amabilidad y gravedad—. Cualquier detalle que puedas recordar podría ser importante.

El silencio que siguió a la pregunta se alargó hasta que parecía que la habitación entera contenía el aliento. Sebastien dejó que pasara un momento más, como si las palabras fueran demasiado dolorosas de pronunciar. En realidad, necesitaba el tiempo para construir la mentira perfecta, una historia tan creíble que hasta él mismo la sintiera como real.

—Fue… —empezó, y su voz tembló, como si reviviera los horrores de su "experiencia"—. Fue una pesadilla de la que no podía despertar.

Miró a Dumbledore, permitiendo que una sombra cruzara su rostro. Respiró hondo, como si cada palabra fuera un peso que cargaba sobre sus hombros.

—Los Mortífagos me capturaron. —Hizo una pausa, dejando que la gravedad de sus palabras cayera sobre la habitación—. Querían información. De una forma u otra sabían que era cercano a Harry, y por ende a usted. Me torturaron por días… No, semanas. Me mantuvieron en la oscuridad, encadenado, apenas consciente. Todo se volvió interminable, todo era dolor y gritos. Había momentos en los que deseaba que todo terminara, pero ellos no me dejaban morir.

Sebastien hizo una pausa, mirando a Dumbledore, buscando alguna señal de incredulidad. No la encontró. Continuó, su tono cada vez más bajo, más roto.

—Vi morir a otros prisioneros. Algunos eran niños. Los usaban como entretenimiento, matándolos solo para demostrarme lo que pasaría si no cooperaba. —Miró al suelo, como si no pudiera soportar recordar lo que nunca había visto realmente—. Vi cómo uno de ellos… cómo uno de ellos fue asesinado justo frente a mí.

El nudo en su garganta era real, pero no por lo que contaba, sino por los recuerdos que lo asaltaban. Sabía cómo hacer que sus palabras sonaran verídicas, porque sí había visto morir a alguien… a su propio padre. Pero no como la víctima inocente de su historia. No. Sebastien había sido quien terminó con la vida de aquel hombre. Con sus propias manos. Pero ahora, su mente aprovechaba el recuerdo, lo distorsionaba y lo convertía en la pieza más desgarradora de su mentira.

—Vi cómo mataban a mi padre —susurró, dejando que una lágrima recorriera su rostro. Dumbledore enarcó las cejas, y por un momento, hasta el anciano director pareció conmocionado. Sebastien cerró los ojos, apretando los dientes para contenerse—. No pude hacer nada. Lo mataron frente a mí. No hubo piedad, no hubo...nada. Solo… sangre. Y yo fui demasiado débil para salvarlo.

La mentira era cruel, despiadada, y estaba tejida con la brutalidad de una verdad a medias. En su mente, Sebastien recordó el momento exacto en el que sus manos se cerraron alrededor del cuello de su padre, el brillo en sus ojos mientras la vida se apagaba. Su padre era un monstruo, uno que merecía cada segundo de su destino. Pero eso no importaba ahora. Necesitaba que Dumbledore creyera cada palabra.

—Lo siento mucho, Sebastien —dijo Dumbledore, con una sinceridad que casi lo hizo dudar. Pero Sebastien no podía permitirse flaquear.

—No terminó ahí —dijo, su voz endureciéndose mientras continuaba con su relato ficticio—. Después de eso, me llevaron de un lugar a otro. Querían quebrarme, y estaban cerca de lograrlo. —Sebastien dejó caer la cabeza, como si se rindiera ante un recuerdo imposible de borrar—. Me aseguraron que solo me dejarían ir cuando ya no tuviera fuerzas para resistir. Y luego… me dejaron, al borde de la muerte, para que el frío se encargara de mí.

La habitación permaneció en silencio. Nadie se atrevía a moverse, a respirar siquiera. Hestia lo miraba, sus ojos reflejando un dolor genuino, como si creyera cada palabra. Sebastien supo que su actuación había sido perfecta. Pero cuando Dumbledore habló de nuevo, Sebastien sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Lo lamento profundamente, Sebastien. Nadie debería pasar por algo así. —Hizo una pausa, sus ojos brillando con tristeza—. Tu fortaleza al sobrevivir todo esto es admirable. Y, sin embargo… —Dumbledore se inclinó hacia adelante, su mirada penetrante—. ¿Hay algo más que debamos saber? Algo que pueda ayudarnos a entender mejor lo que ocurrió.

Sebastien negó con la cabeza lentamente, manteniendo su fachada de dolor. No podía dejar que la verdad escapara, ni un solo resquicio que Dumbledore pudiera aprovechar.

—Solo… quiero olvidar —murmuró. Y aunque sus palabras eran parte del engaño, había una verdad en ellas. Quería olvidar, aunque no lo que el director creía.

Hestia se acercó, colocando una mano reconfortante sobre su hombro. Sebastien permitió el contacto, pero su mirada permaneció fija en Dumbledore, observando cada reacción, cada gesto. Sabía que el director seguiría buscando respuestas. Pero Sebastien había aprendido a mentir tan bien que hasta sus recuerdos podían ser moldeados como cera. Por ahora, su historia era suficiente.








[ • • • ]








La habitación de Sebastien en la sala común de Hufflepuff estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz tenue de una lámpara. Era un lugar sencillo, lleno de objetos que parecían pertenecer a una persona completamente distinta al joven que se encontraba sentado en el borde de la cama, con la mirada perdida y una expresión fría en su rostro. La tensión que había contenido durante su "relato" frente a Dumbledore aún lo mantenía en un estado de alerta, cada músculo de su cuerpo rígido, cada pensamiento pensando cómo proteger la mentira que acababa de moldear.

La puerta se cerró tras Hestia con un leve clic, pero el silencio que le siguió fue mucho más pesado. Ella se acercó con pasos deliberadamente ligeros, dejando que el taconeo resonara en el suelo, como si estuviera desfilando. Sebastien apenas levantó la mirada. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que dejaron la oficina del director, pero para él, los minutos parecían haberse alargado en años.

—Dumbledore casi te entrega una medalla de valor, ¿sabes? —dijo Hestia con una sonrisa que bordeaba la arrogancia. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared, como si se tratara de una espectadora casual en un espectáculo mediocre—. Si no supiera todas las cosas que hiciste, te creería completamente tu patética historia.

Sebastien dejó escapar una risa amarga, aunque no hubo calor en ella. Se pasó una mano por el cabello, enredando sus dedos con frustración.

—¿Patética? —repitió, con un leve arqueo de ceja—. No me subestimes, Hestia. Mi "patética historia" fue lo suficientemente convincente como para engañar al mago más astuto de Hogwarts.

Hestia soltó un bufido burlón y se apartó de la pared, caminando hacia él con un aire despreocupado que contrastaba con la intensidad de sus ojos. Se detuvo frente a Sebastien, inclinándose un poco para estar a su altura, como si estuviera evaluando cada línea de su rostro.

—¿Engañar? No seas tan modesto, Sebastien. Dumbledore estaba a punto de ofrecerte té y galletas mientras lloraba contigo por tu padre muerto. —Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida—. Aunque, claro, ya sabemos quién realmente lo despachó.

Sebastien mantuvo su mirada fija en la de ella, inmutable. La frialdad regresó a sus ojos, cubriendo cualquier rastro de debilidad que pudiera haber mostrado antes. Era un juego que ambos conocían demasiado bien. En su relación no había espacio para las mentiras cuando estaban a solas; era un pacto tácito que respetaban, a pesar de todo.

—Y tú —respondió con un tono suave, casi cortante—, estabas tan convincente como la noble heroína que rescató a una pobre alma destrozada. Si no supiera lo débil que eras para hacer el trabajo tú misma, hasta yo lo creería.

Hestia fingió una expresión de ofensa exagerada, llevándose una mano al pecho.

—¿Débil? —Se dejó caer en una de las sillas cercanas, estirando las piernas con una despreocupación que solo servía para enfatizar la falsedad del gesto—. Ay, Sebastien, no te des tanto crédito. Que no tuviera el estómago para desangrarte no significa que sea débil. Solo preferí conservar mis manos limpias. Es más elegante, ¿no crees?

Él inclinó la cabeza ligeramente, sus labios torcidos en una sonrisa sardónica. No había calor en ella, pero al menos era un resquicio de normalidad en medio del caos que los rodeaba.

—Elegante. Esa es una manera muy educada de describir el miedo.

Hestia lo miró por un momento, sus ojos bailando con una mezcla de burla y algo más que Sebastien no quiso identificar. Luego, de repente, se echó a reír. Era una risa llena de desdén, de incredulidad, y tal vez, de algo parecido al alivio.

—Lo que sea que te haga dormir mejor, Sebastien —respondió, todavía sonriendo—. Al final, funcionó, ¿no? Convencimos a todos. Nos creen.

Sebastien sintió cómo su cuerpo se tensaba ante esas palabras. "Nos creen". Dos palabras simples que cargaban con un peso inmenso. Habían engañado a Dumbledore, a todo Hogwarts, y probablemente al mundo entero. Y sin embargo, la verdad seguía ahí.

—Eso es lo que importa —dijo él, aunque no estaba seguro de si lo decía para convencerse a sí mismo o a Hestia.

Ella lo observó en silencio por un momento. La arrogancia se desvaneció, dejando solo a una joven que también cargaba con su parte del peso. Luego, como si decidiera que la seriedad era demasiado para soportar, sonrió de nuevo, esta vez con un toque de diversión real.

—Sebastien, si me vuelves a meter en un plan así, me aseguraré de que la próxima vez seas tú quien termine herido de verdad. Y no te atrevas a pedírselo a Bellatrix otra vez. Esa mujer da escalofríos.

Él dejó escapar una risa corta y seca, pero algo en su interior se relajó. La familiaridad de sus juegos verbales, la absurda normalidad de su humor oscuro, era justo lo que necesitaba.

—Lo pensaré —dijo con fingida seriedad—. Aunque la próxima vez, tal vez seas tú la que necesite fingir tu propia tortura. ¿Qué dices, heroína?

Hestia entrecerró los ojos, divertida.

—Prefiero no tener que hacerlo. Pero si llego a necesitarlo, prometo ser tan "convincente" como tú. —Hizo una pausa, inclinándose hacia él con una sonrisa conspiradora—. Aunque dudo que pueda superar tu actuación magistral sobre el "dolor" y la "pérdida".

Sebastien la miró fijamente, permitiendo que un atisbo de vulnerabilidad se colara en su expresión.

—No todo fue actuación —murmuró.

Hestia pareció entender de inmediato. El humor desapareció de sus ojos por un momento. Pero en lugar de hacer preguntas o presionar, solo asintió y volvió a recostarse en su silla, retomando su pose despreocupada.

—Entonces tendremos que asegurarnos de que no vuelvas a pasar por eso, ¿no?

Sebastien asintió, y por un momento, el peso de todo lo que habían hecho, de todo lo que habían sacrificado, pareció menos aplastante. Al menos, por ahora.

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