19
—Siéntate—ordenó. La empujó hacia abajo para sentarse en el suelo y apoyar su espalda contra la cama.
Levantó sus manos por encima de su cabeza y las empujó hacia atrás para que quedaran sobre el colchón.
—Ábrete—murmuró con la voz ronca. Seguio rápidamente sus órdenes y se deslizó lentamente dentro de ella. Gimio cuando se deslizó hacia atrás y golpeó la parte posterior de su garganta.
Con cada embestida, cada alabanza y cada gemido, sus ojos se llenaron de lágrimas y su garganta picaba, pero se sentía tan bien. Su liberación se deslizó por su garganta una segunda vez y la levantó, acostandola boca abajo con la cabeza sobre la almohada.
Tiro de sus caderas hacia arriba. Ella se acomodó sobre sus rodillas, arqueo la espalda, sintiendo sus labios en su clítoris, palpitando por su atención. Gemio sin vergüenza, haciéndole saber lo bien que se sentía.
Gritó cuando su miembro se estrelló contra ella. Sus embestidas comenzaron a aumentar en ritmo y fuerza, gimio. Esta posición lo hizo más profundo. La tomo del cuello, haciendo que su espalda se encontrará con su pecho, levantandola por las caderas y haciéndola caminar hasta empujar a aquella chica contra la pared, dándole la vuelta bruscamente y obligándola a que enrollara sus piernas en su cadera, mientras se besaban.
—Joder...—murmuró contra su cuello al sentirla restregarse contra el.
—Rachel. Dime Rachel. —una sonrisa curvó sus labios.
—Bueno, dime Sébastien.
La charla termino en el momento en el que el entró en ella de golpe.
Un par de jadeos salieron de Rachel haciendo que su excitación creciera, dio un par de pasos a la izquierda hasta llegar al escritorio, donde la sentó y comenzó a embestir con mas fuerza, separándose un poco de su cuerpo para repartir besos desde su cuello hasta sus pechos, los cuales masajeo y chupo sin pudor alguno.
—Seb...—gimió. —Más...
Sabía que esta chica no iba a cambiar algo en el, lo sabía, pero en ese momento no quería arruinar nada de lo que estaba en proceso, quizá después de eso la chica simplemente desapareciera de su vida. Siempre había tenido chicas detrás de el, pero a ninguna tomó en serio sólo por ver a Daphne, y quizas, era hora de que lo haga. Pero no en ese momento, no ahora.
Sintió sus uñas pasar por su espalda, seguramente dejando marcas en ella, aquello fue lo que lo hizo salir de su pequeño trance y comenzó a empujar con mas fuerza en su interior.
Pudo sentir como sus paredes se contraían y un jadeo brusco salía de ella, aquella pequeña acción lo llevo a su liberación, pero no había tenido suficiente y por la sonrisa coqueta en su rostro, ella tampoco.
—¿Segundo round?—le miro sonriendo.
—Creí que no lo dirías.
[ • • • ]
El amanecer entraba tímidamente a través de los ventanales, bañando la habitación en una suave luz dorada que apenas tocaba la escena que había dejado la noche anterior. El cuerpo de Sébastien seguía envuelto en las sábanas, un ligero dolor de cabeza palpitando mientras despertaba, aún con los vestigios del alcohol y la adrenalina recorriendo su sistema. A su lado, la figura de una chica permanecía profundamente dormida, su expresión relajada e inocente.
Un elfo doméstico apareció silenciosamente en la habitación, sosteniendo una bandeja con café caliente y un pequeño bollo de pan. Con los hombros encogidos de manera casi temerosa, el elfo se acercó a la cama, susurrando con voz nerviosa:
—Señor Sébastien… La señora Bellatrix solicita su presencia….
Sébastien apenas gruñó, girando hacia el otro lado y enterrando el rostro en la almohada, intentando ignorar el llamado. Sin embargo, el elfo insistió, esta vez en un tono un poco más fuerte, claramente incómodo de molestar a su joven amo.
Finalmente, Sébastien abrió los ojos y soltó un resoplido irritado. Sin una palabra, se levantó y dejó que la sábana cayera, ignorando la presencia del elfo mientras buscaba su pantalón tirado en el suelo. Al alzarlo, miró un instante hacia la chica, que empezaba a despertar. Aún sin camisa, Sébastien se puso el pantalón y luego se colocó una bata de seda negra que colgaba de una silla cercana.
La joven, medio adormilada, lo observó con una sonrisa soñadora, y una chispa de ilusión en los ojos. Sin comprender el aire distante en él, se atrevió a decir:
—Fue una buena noche, Seb. Me encantaría que… lo repitiéramos pronto. —Su voz era suave y seductora, claramente intentando prolongar la cercanía que habían compartido la noche anterior.
Él le devolvió la sonrisa, pero su mirada estaba teñida de algo más. Sébastien se acercó lentamente, inclinándose hasta que su rostro quedó a solo unos centímetros del de ella. Su mano rozó su mejilla, y por un instante, la chica pareció caer bajo su hechizo. Él acarició su piel con una ternura fingida, como si estuviera considerando su propuesta.
Pero en lugar de responder con palabras dulces, Sébastien soltó una risa seca y cruel, sus dedos presionando un poco más en la mejilla de la chica.
—Te estás confundiendo, mi amor. —murmuró con un tono que bordeaba la burla.
Ella parpadeó, desconcertada.
—¿A qué te refieres?
Él soltó un suspiro de falsa paciencia y bajó la mirada, como si de verdad lamentara tener que explicarlo.
—No pienses que esto será como una novela cliché—dijo, su voz llena de desprecio. —Donde el chico con una vida complicada encuentra redención en los brazos de una pobre y dulce chica que intenta salvarlo. Esto no es un cuento de hadas.— Inclinándose un poco más, la miró con dureza. —Yo no soy el tipo de hombre que cambia por nadie, y menos por una niña ingenua que cree que una noche significa algo más.
La sonrisa de la joven se desvaneció lentamente, su expresión transformándose de ilusión a desconcierto y, finalmente, a dolor. Intentó responder, pero Sébastien la interrumpió.
—¿De verdad pensaste que eras diferente? ¿Que ibas a ser la única?—Dejó escapar una risa amarga, apartándose de ella. —No sé qué es peor, si tu ingenuidad o tu arrogancia al pensar que esto significaba algo para mí.
Ella trató de hablar, sus labios temblando, pero Sébastien continuó sin piedad, disfrutando del dolor que se reflejaba en sus ojos.
—Eres buena en la cama, eso te lo concedo—dijo con una sonrisa cruel, recorriendo su cuerpo con la mirada como si fuera un mero objeto. —Pero, sinceramente, no eres más que un rostro bonito y un rato de diversión. Lo nuestro fue solo una noche, una que ya he olvidado. —Desvió la mirada con un aire de desdén. —Así que no pierdas tu tiempo esperando algo que no va a suceder.
La chica lo miró, sus ojos llenos de humillación y rabia contenida.
—¿Pero… entonces por qué…—empezó a decir, su voz quebrada.
Sébastien suspiró con cansancio, como si su sola presencia ya le resultara tediosa.
—¿Por qué?— repitió, esbozando una sonrisa cínica. —Porque puedo, porque me aburro, y porque hay personas como tú, dispuestas a entregarse por un poco de atención. —Su voz era fría, calculadora, y cada palabra parecía destinada a hacerla sentir como la más insignificante de las criaturas. —Tienes un buen cuerpo y fuiste divertida por una noche, pero es lo único que eres para mí. ¿Entiendes?
Ella abrió la boca, pero no salió sonido alguno. Su expresión era de puro dolor, sus ojos humedecidos, y Sébastien observó ese sufrimiento con una satisfacción oscura. La chica se giró, apretando los labios, sin palabras para defenderse.
Cuando estuvo seguro de que ella comprendía la magnitud de su desprecio, se dio la vuelta, ignorando sus intentos de obtener algún rastro de compasión de él. Sin molestarse en mirar atrás, Sébastien se dirigió hacia la puerta, donde el elfo doméstico lo esperaba, encogido de miedo y con la cabeza baja.
Mientras salía de la habitación, Sébastien sentía un extraño alivio al haberse deshecho de la chica y su patética ilusión. Para él, el amor y la compasión eran debilidades que no podía permitirse, ya no, y cada experiencia le recordaba lo fácil que era manipular a las personas para su propio placer y beneficio.
Bajo la fría mirada de Bellatrix, él había aprendido que lo único que importaba era el poder, la independencia de toda atadura emocional. Así que, cuando caminó por los largos y oscuros pasillos hacia la sala donde Bellatrix lo esperaba, no había rastro alguno de arrepentimiento en él.
Recorrió los pasillos con paso firme. El elfo doméstico iba unos pasos detrás, temblando ligeramente mientras seguía a su joven amo, demasiado consciente del carácter volátil de aquel a quien servía. Al acercarse a la sala donde Bellatrix lo esperaba, Sébastien sintió un atisbo de emoción oscura, como una especie de anticipación por lo que estaba a punto de discutir. Sabía bien que Bellatrix solo lo llamaba cuando había planes que requerían una crueldad particular, uno de esos toques sádicos que sabía que él no dudaba en proporcionar.
La puerta de la sala estaba entreabierta, y al cruzar el umbral, encontró a Bellatrix sentada con una actitud relajada, pero su mirada era intensa, como si estuviera calculando cada detalle. Jugaba distraídamente con su varita, entrelazándola entre los dedos, mientras lo observaba con una sonrisa torcida.
—Sébastien—lo saludó con voz suave pero cargada de peligro. —Espero que mi llamada no haya interrumpido nada importante.
Él le devolvió una sonrisa irónica.
—Nada que no pudiera posponerse—replicó, con una familiaridad desafiante que pocos se atreverían a usar con Bellatrix Lestrange. Se sentó frente a ella, cruzando las piernas con una indiferencia calculada. —¿A qué se debe la urgencia?
Ella lo miró con una mezcla de orgullo y diversión, como si estuviera viendo a un artista perfeccionando su obra. Después de unos instantes de silencio, Bellatrix ladeó la cabeza y preguntó, sin rodeos:
—¿Qué piensas hacer con tus queridos invitados?
Sébastien esbozó una sonrisa lenta y calculada, como si hubiera estado esperando esa pregunta. No respondió de inmediato, en cambio, alzó una ceja con un aire de desafío entretenido.
—¿Y tú qué harías en mi lugar?—replicó, sosteniéndole la mirada con una chispa de diversión oscura en sus ojos.
Bellatrix dejó escapar una carcajada ligera, su voz serpenteando por la sala con una mezcla de fascinación y burla.
—Oh, mi querido niño...—murmuró, inclinándose hacia él.—Sabemos que los métodos de tortura y persuasión son casi un arte... uno que tú has comenzado a perfeccionar. Yo haría muchas cosas, sin duda. —Sus ojos brillaron con un destello sádico. —La pregunta es... ¿tienes el valor de ir tan lejos como yo lo haría?"
Sébastien no parpadeó; mantuvo la mirada fija en ella.
—¿Valor, dices?—repitió en un susurro burlón. —Daphne... la dulce e ingenua Daphne—dijo su nombre con desprecio, como si solo el hecho de pronunciarlo le provocara repulsión. —Ella ha jugado conmigo durante mucho tiempo, Bellatrix, creyendo que con sus sonrisas y promesas podía manipularme. Pero ahora...—Se reclinó en el sillón con aire satisfecho. —Ahora ella verá que nadie juega conmigo y sale ileso.
Bellatrix observó su expresión con una mezcla de aprobación y expectativa, como si estuviera evaluando hasta dónde llegaría.
—Y Theodore... ¿qué papel juega en este pequeño teatro que estás dirigiendo?—preguntó, sus labios dibujando una sonrisa torcida.
Sébastien dejó escapar una risa baja.
—Theodore es solo una pieza en este juego, alguien que ha creído proteger a Daphne, creyéndose el héroe. Pero la verdad, es que los héroes no existen. Solo los fuertes sobreviven, y él… no es fuerte. Lo que planeo para él… será una lección. Una lección que aprenderá con cada golpe.
Bellatrix sonrió, sus ojos brillando con el reconocimiento de alguien que sabe bien cómo se construye el dolor en el alma de otro.
—Te has superado, Sébastien—murmuró, y su tono casi rozaba el orgullo. —Pero me pregunto… ¿qué harás cuando Daphne implore piedad? ¿Cuándo llore y suplique que pares? Cuando recuerdes estar enamorado de ella.
Él la miró fijamente, su expresión inmutable.
—Si algo me has enseñado, Bellatrix, es que la piedad es una debilidad. Y Daphne... merece cada segundo de dolor que está a punto de sufrir. Ella y Theodore me verán a los ojos y entenderán lo que significa traicionar y jugar con alguien como yo.—Se inclinó un poco hacia ella. —La piedad no es una opción.
Bellatrix asintió lentamente, disfrutando de cada palabra que él pronunciaba.
—Entonces… ¿por qué no lo haces tú mismo? ¿Por qué dejar que otros tengan el placer?
Él sonrió con frialdad.
—Porque hay un placer en ver cómo otros obedecen mis órdenes, en ser el titiritero detrás del espectáculo. Ver cómo sus esperanzas se destrozan mientras los demás actúan según mi voluntad es... más satisfactorio de lo que puedes imaginar.
Bellatrix soltó una carcajada.
—Oh, puedo imaginarlo perfectamente, niño.—Luego, sus ojos se estrecharon con una chispa de curiosidad. —Pero recuerda, Sébastien... cuando juegas a destruir, debes asegurarte de que no quede rastro de debilidad.
Sébastien mantuvo su sonrisa, pero esta vez sus ojos mostraron una sombra de dureza.
—No tengo debilidades. Daphne y Theodore lo descubrirán pronto.
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