17
La habitación estaba sumida en un silencio sepulcral, un vacío tan profundo que apenas permitía respirar. Sébastien permanecía de pie en el centro, inmóvil, con los ojos fijos en el gran ventanal que se abría frente a él, dominando la pared. Era un ventanal imponente, tallado en cristal puro, de esos que permitían observar el mundo exterior sin ser visto, y que, en otro momento, podría haber parecido bello, incluso inspirador. Pero ahora era solo un marco al vacío, un espejo de su propio desmoronamiento.
Las primeras luces del amanecer empezaban a teñir el cielo de un gris pálido, pero nada del mundo exterior lograba perforar lo que sentía en su interior. Ni el frío de la piedra bajo sus pies descalzos ni la tibieza de los rayos del sol atravesando el cristal llegaban hasta él. Todo en esa habitación, en ese lugar, parecía una prisión sin rejas, un lugar donde su dolor podía propagarse sin límites.
Sébastien respiraba con dificultad, cada inhalación una lucha, cada exhalación un recordatorio de que el aire que entraba y salía de sus pulmones era una realidad cruel que ella ya no experimentaba. Era una herida en su ser, un corte invisible que no cerraría nunca.
—Izabella—murmuró, como si al pronunciar su nombre pudiera traerla de vuelta, hacer que apareciera junto a él, sonriéndole, bromeando. Pero solo el silencio respondió. El nombre se desvaneció en el aire de la habitación, y el eco de esa única palabra se hundió en el vacío.
Sintió una presión en el pecho, un peso opresivo. Era como si su corazón, roto, doliente, intentara arder una última vez, pero sin lograrlo. Porque no había nada que pudiera revivir ese fuego, no había nada que pudiera sanar la ausencia de su mejor amiga. Podía verla aún, su imagen grabada en su mente con una nitidez dolorosa: sus ojos llenos de vida, su risa tan espontánea, esa forma única en que le llamaba "idiota" cuando él decía algo que le molestaba, aunque solo fuera para molestarlo de vuelta. Esa Izabella, su Izabella, se había desvanecido para siempre.
Miró sus manos. Temblaban ligeramente, como si todavía pudieran sentir el peso del cuerpo de ella, el frío que había sentido al sostenerla mientras la vida se le escapaba. Recordó el momento en que su respiración cesó, el instante exacto en que sus ojos quedaron vacíos, en que dejó de sentir ese latido que aún había esperado con desesperación. La recordaba como si el instante siguiera vivo, desgarrándole el pecho con un dolor implacable.
—Te fallé, Iza —susurró, su voz rota y débil, perdida en la gran habitación.
Era verdad. Había hecho una promesa. Una promesa que había nacido del miedo y de la lealtad, de un amor que solo los más cercanos pueden comprender. Y, sin embargo, esa promesa se desmoronaba entre los dedos como polvo. Había entregado todo, hasta su propia lealtad, en un intento desesperado por protegerla. Aun cuando significara aliarse con Bellatrix, traicionar sus propios principios y ponerse bajo su control. Había creído que sería suficiente, que podía protegerla, que podía mantenerla a salvo de todo. Y, sin embargo, nada de eso había bastado. Porque ella ya no estaba allí, porque su risa no volvería a llenarle los oídos, porque el brillo de sus ojos era ahora solo era un simple recuerdo en su memoria.
El dolor se apoderaba de él, tal como una marea oscura y furiosa, arrastrándolo cada vez más hacia las profundidades. No había consuelo posible, no había palabras, ni promesas que pudieran aliviar el vacío que sentía en su interior. La soledad se le clavaba en cada rincón, un eco sordo que retumbaba en su pecho. En su mente, los recuerdos se entrelazaban, dándole retazos de momentos que, al mismo tiempo, le eran dulces y crueles.
Izabella burlándose de él cuando había cometido algún error. Izabella defendiéndolo, como siempre lo hacía, aún cuando nadie más estaba de su lado. Izabella prometiéndole que siempre estaría allí para él. Y ahora, ¿qué quedaba de todo eso? Solo silencio, solo una habitación vacía, solo una ventana que daba a un mundo donde ella ya no existía.
Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, un torrente silencioso que no podía detener. No se esforzó por reprimirlas, no le importaba. No importaba nada. La tristeza se mezclaba con la ira, una furia sorda que se dirigía a todo y a nada a la vez. Era una rabia impotente, una rabia que no podía cambiar nada, que no podía traerla de vuelta, que solo servía para recordarle cuán vacío estaba el mundo sin ella.
Se inclinó hacia adelante, apretando las manos en puños, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en las palmas. Quería gritar, quería destrozar esa habitación, ese ventanal, todo lo que tuviera delante. Quería destrozar el universo entero si con eso podía revertir el tiempo, evitar que el destino se la hubiera arrebatado. Pero todo era inútil. Solo quedaba el silencio, el dolor, y la imagen de ella desvaneciéndose de su mente, lentamente.
La puerta se abrió sin el menor sonido, pero Sébastien lo sintió como una corriente helada que le recorría la piel. No necesitaba girar la cabeza para saber quién era. Esa presencia cargada de un aura hiriente, con una especie de retorcida satisfacción, solo podía ser de una persona. Bellatrix Lestrange.
Parada junto a la puerta, Bellatrix lo observaba con esa sonrisa que más parecía una herida torcida, sus ojos resplandecientes de malicia. La burla en su mirada era tan evidente como su deleite en la miseria ajena.
—Oh, vaya, vaya… —murmuró, avanzando un par de pasos hacia él—. Así que el gran Sébastien se reduce a esto. ¿Llorando en una esquina por una amiguita muerta? Y pensar que alguna vez te creí más fuerte… Qué decepción.
Sébastien sintió cómo su piel se tensaba, la rabia invadiendo cada rincón de su mente. Pero no respondió. No valía la pena. Su energía estaba agotada, consumida por el vacío que Izabella había dejado en su alma. Cerró los ojos, respirando hondo, intentando sofocar la ira que comenzaba a hervir en su interior.
—Vete, Bellatrix. Ahora no quiero ver a nadie, mucho menos a ti.
Bellatrix no se inmutó. Dio otro paso hacia él, arrastrando sus palabras con un tono insidioso, como una daga que se hundía con lentitud.
—¿De verdad crees que me importa lo que quieras? —dijo, su voz afilada, cada palabra impregnada de veneno—. Mira a tu alrededor, Sébastien. Nadie se preocupa por tu patético dolor. Nadie llorará por ella, ni mucho menos por ti.
Fue demasiado. Algo se rompió en su interior, un hilo frágil que había estado sosteniéndolo al borde de la cordura. En un instante, se giró para enfrentarla, su mirada desbordante de una furia tan oscura y brutal que incluso a él le sorprendió. Las palabras salieron como un torrente, cada una más venenosa que la anterior.
—¿Qué clase de monstruo eres? —espetó, su voz llena de desprecio—. ¿Es que disfrutas revolcándote en la miseria de los demás? Eres un asco, Bellatrix. Una aberración. Todo lo que tocas se pudre, todo lo que miras se convierte en cenizas. Ni siquiera eres humana. Eres una bestia, un despojo… ¡un error de la naturaleza!
Bellatrix alzó una ceja, su sonrisa intacta, como si sus palabras no fueran más que un eco en el viento.
—¿Es todo lo que tienes, querido? —preguntó con falsa dulzura—. Porque, si es así, lamento decir que estoy profundamente aburrida.
—¿Aburrida? —la risa de Sébastien fue áspera, llena de un odio tan profundo que le costaba respirar—. Claro que estás aburrida. Tú no entiendes el dolor, ni la pérdida, porque eres incapaz de sentir nada. Ni amor, ni tristeza, ni lealtad… Eres un cascarón hueco, Bellatrix. Un agujero negro que consume todo a su paso. Nadie te quiere, nadie te respeta, y, cuando mueras, nadie te recordará. O si lo hacen, sólo ser a por la clase de basura de ser humano que eras.
Las palabras salieron sin piedad, con un filo implacable, desgarrando todo a su paso. Bellatrix permaneció en silencio, su sonrisa desvaneciéndose lentamente mientras él continuaba, cada palabra más cruel y despiadada.
—¿Te crees poderosa? —su voz era un susurro envenenado, su mirada fija en ella como una sentencia—. Solo eres un perro rabioso, una cosa insignificante que sirve de marioneta a otros porque no tiene el valor de pensar por sí misma. Ni siquiera te perteneces a ti misma. Todo en ti es prestado, y el día que dejes de ser útil, te desecharán como la basura que eres.
Ella simplemente se sentó en la cama, su expresión imperturbable, y le miró con una frialdad que habría asustado a cualquiera. Pero Sébastien estaba demasiado consumido por la ira para detenerse.
—Eres repulsiva, ¿sabes? Una criatura rota, sin nada bueno en su interior. Y lo peor es que lo sabes. Sabes que eres nada, que no vales nada. Por eso te escondes detrás de esa fachada de fuerza, de esa risa falsa y esa arrogancia patética. Pero yo te veo, Bellatrix. Veo lo que realmente eres: una sombra sin propósito, un ser vacío y triste.
Cuando finalmente se calló, respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente, consumido por una mezcla de odio y amargura que le hacía hervir la sangre. Bellatrix le miró en silencio, su expresión impenetrable, y cuando finalmente habló, lo hizo con una voz baja, tranquila, pero cargada de una amenaza latente.
—¿Terminaste?
Sébastien no respondió. Solo le sostuvo la mirada, su respiración aún agitada, sus puños temblando de rabia contenida. Pero ella continuó, sin perder su calma gélida.
—De haber sido cualquier otra persona, en este mismo instante te mataría por decirme eso —dijo con una suavidad que hacía que la amenaza resultara aún más escalofriante.
—Hazlo —replicó él, con una sonrisa cínica, desprovista de cualquier rastro de miedo—. Hazlo. Nadie lo lamentaría. Nadie notaría mi ausencia. Mi padre esta muerto y a mi hermano ni siquiera le importo. No hay nada en este mundo que me importe ahora.
Bellatrix lo miró en silencio durante un largo momento, sus ojos fijos en él, como si analizara cada palabra, cada fragmento de desesperación en su rostro. Luego, tras unos segundos de tenso silencio, habló, y su voz sonó más extrañamente suave, menos burlona y más calculadora.
—No seas tan impaciente, Sébastien. El dolor es... cruel, pero también útil. Al final, todos aprendemos de él, aunque te parezca imposible ahora —dijo, con una calma inusual, sus palabras pesadas y llenas de una extraña sinceridad.
Sébastien dejó escapar una carcajada fría, tan vacía de humor que resonó en la habitación como un eco helado.
—¿Tú… entiendes el dolor? —su tono era una burla descarada, la incredulidad y el desprecio desbordando cada palabra—. No puedes entender nada de lo que siento. No tienes alma, Bellatrix. No tienes corazón. Eres solo un cascarón vacío, incapaz de sentir nada real.
Sus palabras caían como veneno, cargadas de una amargura, y por un instante, deseó que cada una de ellas le causara un dolor que ni ella pudiera ignorar. Pero Bellatrix solo le miró en silencio, su sonrisa desvaneciéndose lentamente, dejando en su rostro una expresión indescifrable.
—¿Eso crees? —respondió en un susurro, sus ojos fijos en él con una intensidad que no había mostrado antes.
Bellatrix inclinó ligeramente la cabeza, observándolo con una mezcla de compasión y desprecio.
—¿Crees que no entiendo el dolor, niño? —continuó, con una mueca en los labios—. Te engañaron, asesinaste a tu padre, tu hermano te odia, y ahora te ves solo, despojado de todo. Pero dime, ¿sabes lo que es el verdadero dolor? ¿Sabes lo que es ver a la persona que más amas traicionarte de la forma más cruel posible? ¿Lo que es perder a un hijo a manos del propio hombre con quien juraste compartir tu vida?
Sébastien sintió que sus palabras le impactaban como un golpe en el estómago. Por primera vez, permaneció en silencio, su mirada fija en ella sin el habitual rencor.
—No me vengas con que entiendes el dolor por haber perdido a esa estúpida señorita Greengrass, Sébastien —continuó Bellatrix, su voz teñida de desdén—. Porque, a la primera oportunidad, la muy ‘enamorada’ se fue a los brazos de tu patético hermano.
Las palabras de Bellatrix cayeron como puñales sobre él, cada frase más incisiva y cruel. Sébastien sintió un nudo en la garganta, pero, por más hirientes que fueran sus palabras, no podía replicar. Lo peor era que Bellatrix tenía razón. Daphne no había dudado en irse con su hermano, pese a todo lo que él había creído que significaba para ella. Ese pensamiento lo desgarraba, y el vacío que había dejado su traición solo se había hecho más profundo.
Bellatrix, sin prestarle mayor atención, se levantó de la cama con un movimiento fluido y elegante, como si ese momento de vulnerabilidad por parte de Sébastien fuera insignificante para ella. Se acercó al gran ventanal, la mirada perdida en la oscuridad de la noche, con las luces de la mansión apenas reflejadas en sus ojos. Él seguía observándola en silencio, intentando entenderla, descifrar el dolor detrás de sus palabras, aunque parte de él no quisiera aceptar que esta mujer pudiera tener sentimientos tan humanos.
La voz de Bellatrix resonó en la habitación, baja, apenas un murmullo.
—Tenía tu edad cuando me enamoré de alguien por quien di mi vida y mi felicidad —dijo, su tono tan calmado y profundo que parecía más una confesión arrancada del pasado que una respuesta para Sébastien—. Lo perdí todo, cada parte de mí, pensando que al final ganaría todo lo que soñaba, que sería feliz. —Hizo una pausa, y en un susurro casi inaudible, añadió—: Sueños patéticos…estúpidos y patéticos.
Sébastien la observó, fascinado y desconcertado al mismo tiempo. En su voz había una amargura que nunca había oído antes en ella. Era como si se estuviera hablando a sí misma, revelando un fragmento de su propia historia que nadie conocía.
No pudo evitar preguntar, sin dejar de observarla:
—¿Quién era él? ¿Lestrange?—Era difícil imaginarla atada a alguien como él y mucho menos imaginársela sufriendo de la manera que describía.
Un sonido bajo y sin vida escapó de los labios de Bellatrix, una risa gélida y amarga. Seguía observando el ventanal, pero Sébastien pudo notar la mueca en su rostro al escuchar el nombre.
—Rodolphus Lestrange… Un hombre sin voluntad propia, incapaz de sentir nada más allá de sus propias necesidades. —Su tono se volvió sarcástico—. El muy inútil ni siquiera puede tener hijos. —Se tomó un momento, dejando que el silencio se asentara—. Pero ese no fue siempre mi mundo, Sébastien.
Hubo un silencio tenso mientras ella parecía sumergida en sus pensamientos, cada palabra cargada de resentimiento. Finalmente, después de un largo momento, murmuró, como si pronunciar el nombre le resultara difícil, como si arrastrara consigo un peso que había guardado en su interior por años.
—Alexander Potter. Ese era su nombre.
Sébastien sintió como si el aire se volviera más denso, como si la revelación de ese nombre hubiera cambiado algo en el ambiente. Alexander Potter. El nombre resonó en su mente, y no pudo evitar sentir una mezcla de sorpresa y desconcierto. ¿Un Potter? Jamás habría imaginado que Bellatrix Lestrange, la devota seguidora del Señor Tenebroso, alguna vez hubiese amado a alguien con ese apellido.
Bellatrix permaneció en silencio, sus ojos fijos en la lejanía, su expresión sombría y distante. Era como si estuviera reviviendo algún recuerdo oculto, uno tan doloroso que incluso ella parecía perderse en él.
—Alexander Potter —dijo finalmente, en un susurro cargado de melancolía—. Él fue… fue lo mejor y lo peor que me pasó en la vida.
Sébastien parpadeó, sorprendido.
—¿Un Potter? —murmuró, incrédulo—. ¿Tú… con un Potter?
Bellatrix asintió lentamente, su mirada perdida en algún rincón del pasado. Él esperó en silencio, sin atreverse a interrumpirla.
—Fue el único hombre que… me entendió —murmuró Bellatrix, con una voz tan baja que Sébastien tuvo que esforzarse para escucharla—. No tenía que decirle nada para que supiera lo que sentía. Solo una mirada bastaba para entendernos. Fue… mi vida entera. Y aun así… lo perdí.
El silencio volvió a caer entre ellos. Sébastien no sabía qué decir, pero en su interior sentía una mezcla de compasión y extrañeza. ¿Cómo alguien como Bellatrix podía hablar de amor, de pérdida, de ese tipo de dolor? Para él, Bellatrix siempre había sido una figura fría, implacable, carente de cualquier emoción que no fuera odio o desprecio. Y sin embargo, aquí estaba, confesándole una parte de sí que parecía tan humana, tan frágil.
—Era lo único que me hacía sentir humana —susurró, casi hablando consigo misma—. Él y yo compartíamos una conexión que nadie más podía entender. Todo era más simple con él. Nunca necesitábamos decirnos nada, porque él sabía cómo entenderme, sabía lo que quería… quién era realmente. Éramos un par de locos soñadores, tratando de crear nuestro propio cuento de hadas en medio de un mundo que se desmoronaba. Totalmente patético.
Bellatrix rompió el silencio de nuevo, sin apartar la mirada del ventanal.
—Nunca me importó nada más, ni siquiera mis sueños de poder, ni las promesas de la pureza de la sangre —susurró, como si estuviera hablando consigo misma—. Pensé que, al final, tendría todo lo que quería, y con él a mi lado, sería feliz. Pero...fue todo lo distinto —Suspiró, y su voz se quebró, aunque trató de ocultarlo—. Alexander murió, y con él murió la parte de mí que podía sentir algo más que… rabia y crueldad.
Sébastien permaneció en silencio, atónito ante la revelación. No podía comprender cómo alguien tan retorcido y cruel podía hablar de amor, de pérdida, y menos aún de una forma tan sincera. Pero, al mismo tiempo, entendía el dolor de perder a alguien tan importante, alguien que lo significaba todo.
—¿Y lo dejaste? —preguntó Sébastien, sintiendo una pizca de compasión por ella.
Bellatrix soltó un suspiro profundo, cargado de tristeza y resignación.
—Lo dejé… para protegerlo. Me uní a los mortífagos para que nadie sospechara de él, tal como hizo Lucius. El y Lucius eran mejores amigos. Alexander nunca entendió por qué me fui, y yo… jamás tuve el valor de explicárselo.
La voz de Bellatrix se quebró levemente al decir esto, pero ella cerró los ojos y continuó.
—Al tiempo, descubrí que estaba embarazada. —Sébastien la miró sorprendido, pero Bellatrix no se inmutó—. Fue como si la vida quisiera darme una última esperanza. Pero ya era demasiado tarde, estaba comprometida con Rodolphus, y al darse cuenta de que esperaba un hijo, me amenazó.
—¿Te amenazó? —Sébastien frunció el ceño, indignado.
—Sí. Él sabía que el hijo no era suyo, y se sintió humillado al verse atado a un linaje que no era el suyo. Me dejó claro que no podía proteger al niño de sus celos, que en cualquier momento podría… “desaparecer”. Y yo… —su voz se quebró, pero respiró hondo para continuar—, yo no podía soportar la idea de que algo le pasara a mi hijo.
Hubo un largo silencio. Bellatrix se tomó un momento, como si revivir ese dolor le arrancara algo de su propia esencia.
—Entonces, cuando el niño nació… —hizo una pausa, con los ojos enrojecidos—, supe que no podía mantenerlo a salvo. No podía quedarme con él. Así que, después de su nacimiento, lo llevé en brazos hasta la casa donde Alexander vivía con su esposa, Maddison McKinnon.
Sébastien sintió un nudo en el estómago. Había oído hablar de Maddison McKinnon. Sabía que era una bruja amable y devota, y aunque ella había estado enamorada de Alexander desde siempre, nunca se había interpuesto en su relación con Bellatrix. O al menos eso habia contado Harry cuando sus diarios fueron encontrados.
—¿Y dejaste al niño en su puerta? —preguntó, casi sin poder creer lo que escuchaba.
Bellatrix asintió, su voz apenas un murmullo.
—No podía quedarme con él. Y sabía que, con Maddison y Alexander, estaría seguro… o eso pensé.
Bellatrix hizo una pausa, y en su rostro asomó un brillo de desesperanza.
—Lo observé desde lejos, los vi juntos. Fueron… felices por un tiempo, al menos. Alexander y Maddison criaron a mi hijo como suyo, y aunque eso destrozaba mi corazón… al menos podía consolarme sabiendo que él estaba a salvo. Por un momento… solo por un momento, pensé que, tal vez, algún día todo podría estar bien.
Sébastien vio un destello en los ojos de Bellatrix, una emoción que no podía identificar, pero que reconocía como algo parecido a la tristeza más profunda.
—Pero entonces, Rodolphus se enteró de la verdad —continuó Bellatrix, con un tono de voz más duro—. Su secreto quedó expuesto, y su orgullo herido lo llevó a la venganza. ¿Sabes lo vergonzozo que es para un hombre de gran familia saber que no puede teber hijos? Bueno, yo no lo tomaba en cuenta, y cuando se supo que nunca quede realmente embarazada de el, sus padres lo odiaron. Fue un motivo de burla entre familias por al menos, un año. Sin decírmelo a mí, sin siquiera contar con Lucius, organizó un ataque con varios mortífagos. —Su voz se llenó de odio—. Fue en una noche de oscuridad absoluta, Sébastien. Esa misma noche, Maddison, Alexander y mi hijo… mi único hijo… fueron asesinados.
La confesión cayó como una bomba en el aire. Sébastien sintió un frío intenso recorriéndole el cuerpo mientras la realidad de lo que ella decía se asentaba en su mente. Bellatrix había perdido a todo lo que amaba en una sola noche, a manos de su propio esposo.
—¿Cómo lo descubriste? —preguntó, la voz apenas un susurro.
Bellatrix apretó los labios, una mueca amarga y dolorida en su rostro.
—El Señor Tenebroso se lo hizo decir frente a mí —respondió, con un tono de odio contenido—. Lo torturó hasta que Rodolphus confesó, hasta que… no quedó nada de él. Me miraba, buscando piedad, buscando alguna clase de redención en mis ojos, pero solo le devolví la misma frialdad con la que él había destruido todo lo que amaba. Tiene...sus ventajas ser su favorita.
Sébastien sintió una mezcla de compasión y repulsión al escucharla. Era difícil imaginar el dolor que Bellatrix había cargado, el sacrificio que había hecho y la crueldad que había enfrentado en su vida. Y sin embargo, ahí estaba, de pie frente a él, fuerte, endurecida por un sufrimiento que nunca habría imaginado.
Bellatrix volvió a mirar por el ventanal, su perfil iluminado por la luz de la luna. Su rostro parecía el de alguien que había pasado toda su vida encerrada en una prisión de oscuridad, y, por primera vez, Sébastien comprendió la verdadera magnitud de su soledad.
—¿Y sabes qué, Sébastien? —continuó, con una voz apenas audible—. Desde esa noche, me prometí a mí misma que jamás volvería a amar. Porque cuando amas, solo estás abriendo la puerta al dolor, a la pérdida. Y yo… no podía soportar perder a alguien más.
Sébastien permaneció en silencio, observándola con una mezcla de respeto y lástima. Sabía que había muchas cosas en las que él y Bellatrix jamás estarían de acuerdo, pero en ese momento, en ese instante tan vulnerable, comprendió que ambos compartían un dolor que los había marcado de por vida.
Bellatrix se giró hacia él, sus ojos duros pero llenos de una tristeza indescriptible.
—Así que, Sébastien, puedes pensar lo que quieras de mí. Puedes odiarme, juzgarme, decir que soy un monstruo, un cascarón vacío, como tú dices. Pero recuerda esto: yo he visto el rostro de la muerte más veces de las que puedes imaginar. He perdido más de lo que jamás podrías entender.
Y finalmente, se atrevió a preguntar, su voz apenas un susurro:
—¿Por qué me cuentas esto… Bellatrix?
En sus ojos había una expresión que jamás le había visto. No era el brillo de la locura o la malicia, sino algo más profundo, más oscuro y devastador.
—Porque, por más que lo niegues, Sébastien, estamos más unidos de lo que crees —respondió, su voz cargada de una gravedad sombría—. Ambos hemos perdido a quienes más amábamos, ambos sabemos lo que significa quedar atrapados en un vacío que nadie más entiende.
Sébastien sintió una punzada de dolor al escuchar sus palabras. No quería aceptar que tenía algo en común con Bellatrix Lestrange, pero una parte de él sabía que, en el fondo, ambos compartían esa cicatriz profunda y dolorosa, esa herida que jamás sanaría del todo.
Ella volvió a mirar hacia el ventanal, su rostro cubierto de sombras, pero Sébastien podía sentir el peso de su dolor, el mismo dolor que él llevaba en su corazón.
—¿Sabes, Sébastien? —dijo, su voz apenas un susurro, cargado de amargura—. El odio y el poder no llenan el vacío. Solo lo agrandan. Y cuando te das cuenta de eso… ya es demasiado tarde para cambiar.
Sébastien la miró, incapaz de decir nada. Sentía que todas las palabras se le escapaban, que nada que pudiera decir haría justicia al dolor que ella había soportado. Bellatrix dio un paso hacia él, sus ojos fijos en los suyos.
—Y si crees que no sé lo que es el dolor… entonces eres más ingenuo de lo que pensé.
Dicho esto, Bellatrix se dio la vuelta y salió de la habitación sin mirar atrás, dejando a Sébastien solo con sus pensamientos y la carga de lo que acababa de escuchar. Por primera vez, sentía que había vislumbrado un fragmento del verdadero rostro de Bellatrix, y ese conocimiento lo dejó marcado, más de lo que podría admitir.
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