15
Hogsmeade estaba envuelto en una atmósfera pesada que no tenía nada que ver con la niebla matinal que cubría sus calles. Los días que habían seguido al anuncio oficial de la muerte de Sebastien Nott habían sido lentos y sofocantes, como si el aire se hubiese vuelto más espeso y difícil de respirar. Para Izabella, cada uno de esos días había sido una tortura interminable, una batalla entre la incredulidad y el dolor. No podía creerlo; no quería creerlo. Sebastien, había desaparecido de la noche a la mañana, y ahora todo el mundo insistía en que estaba muerto. Pero su corazón se negaba a aceptar esa verdad. No podía ser así de simple.
Las conversaciones con Hermione, Harry y Ron a su alrededor eran apenas un murmullo distante mientras caminaban por las calles adoquinadas del pueblo. Izabella iba junto a Hermione, sus dedos apenas rozándose mientras andaban, pero en su interior, sentía dudas y confusión. El frío cortante del otoño se sentía menos que la frialdad que había comenzado a crecer entre ellas. No por falta de interés, sino por las inseguridades que invadían su mente cada vez que miraba a Hermione.
¿Realmente estaba interesada en ella? ¿O era simplemente que Hermione necesitaba llenar el vacío que Sebastien había dejado al nunca corresponder sus sentimientos? Estas preguntas rondaban su mente, y a pesar de los pequeños gestos de cariño que Hermione le mostraba, Izabella no podía evitar sentir que algo no estaba bien. Se miró en los reflejos de las ventanas de las tiendas, observando su propia imagen como si fuera una extraña. ¿Qué veía Hermione en ella? ¿Por qué ahora?
Harry iba adelante, hablando con Ron en voz baja, probablemente sobre los últimos rumores de los sucesos que estaban comenzando a suceder, mientras Hermione y ella caminaban en silencio. A lo lejos, las Tres Escobas se encontraba por el camino que Harry y Ron dirigían.
—Izabella, estás muy callada—comentó Hermione, interrumpiendo sus pensamientos. Su tono era suave, casi preocupado.
—Solo... pensaba— respondió ella, sin mirarla directamente. —Todo esto... lo de Sebastien, y ahora...— Las palabras se le atragantaron en la garganta. ¿Cómo podía explicarle lo que estaba sintiendo sin parecer ingrata? Hermione había sido un apoyo crucial durante esos días, incluso cuando sus propios sentimientos por Sebastien seguían presentes como un fantasma entre ellas.
Hermione apretó suavemente su mano, pero Izabella no pudo evitar notar la tensión en su propio cuerpo. ¿Por qué ese toque, que debería haberla reconfortado, solo le traía más dudas?
—Yo también pienso en él—dijo Hermione en voz baja, mirando hacia el suelo por un momento. —Es difícil... seguir adelante. No puedo imaginar cómo te sientes.
Izabella se detuvo, observando la fachada de Honeydukes que se erguía frente a ellas. Las luces del interior del lugar brillaban cálidamente, atrayendo a los estudiantes que paseaban por las calles de Hogsmeade, pero ella solo veía sombras. Siguió caminando en silencio, tratando de no dejarse llevar por la desesperación.
—A veces siento que estoy buscando algo que no existe—confesó finalmente, mirando a Hermione con una mezcla de confusión y tristeza. —No sé si esto... si nosotras... es lo correcto.
Hermione se detuvo, mirándola sorprendida, y durante un breve momento, la angustia se dibujó en su rostro. A pesar de su habitual seguridad, en ese instante, parecía tan perdida como Izabella.
—¿Estás diciendo que no...?— Hermione comenzó, pero Izabella negó con la cabeza rápidamente, interrumpiéndola.
—No es eso, es solo que... no sé si estoy lista. Todo lo de Sebastien...—Izabella suspiró. —Es como si todavía estuviera esperando que apareciera de alguna forma, que todo esto sea un error.
Hermione miró al suelo nuevamente, su expresión apesadumbrada.
—Te entiendo—murmuró, y su voz tembló por un momento. —No tienes que sentirte mal por eso.
Pero Izabella no podía evitarlo. Todo en su vida se sentía como un rompecabezas que alguien había mezclado, y por más que intentaba encajar las piezas, ninguna parecía tener sentido. Aunque había comenzado algo con Hermione, el espectro de Sebastien estaba siempre presente, y eso hacía que todo pareciera tan incierto, tan irreal.
Llegaron finalmente a las Tres Escobas, donde Harry y Ron ya habían entrado. El lugar estaba lleno de estudiantes, todos buscando escapar del frío con una buena cerveza de mantequilla, pero Izabella apenas notó el bullicio. Entraron, encontrando una mesa en un rincón, lejos del caos principal.
Mientras se acomodaban, una conversación entre los tres amigos comenzó a girar en torno a un incidente reciente en Hogwarts, el cual incluía a Katie Bell y un misterioso collar maldito. Harry, como siempre, estaba absorto en teorías sobre la posible relación de ese suceso con los Mortífagos, mientras Ron intentaba tomarlo con más calma.
—Es obvio que tiene que ver con ellos, Ron—dijo Harry con voz baja pero firme. —Ese collar no es cualquier cosa. Malfoy debe estar involucrado.
—¿No te estás obsesionando un poco con Malfoy?— intervino Hermione, quien, aunque distraída, no dejaba de participar en la conversación.
—No lo creo. Hay algo raro con él últimamente—insistió Harry. —Y ese collar… no sé. Tengo una mala corazonada.
Izabella observaba a sus amigos discutir, pero su mente seguía atrapada en Sebastien. Recordaba los días en que él también había estado a su lado en Hogsmeade, riendo, despreocupado… Y ahora, todo se sentía tan distante, como un sueño que se desvanecía con el amanecer. El dolor la consumía por dentro, la ultima conversación que habian tenido, lo mantenía enterrado profundamente, sin permitir que se mostrara en su rostro.
Mientras la conversación entre los demás continuaba, la puerta de Las Tres Escobas se abrió de golpe, y una ráfaga de viento frío llenó la estancia. El ambiente cambió de inmediato. Las cabezas comenzaron a girar hacia la entrada, y las voces se fueron apagando una a una.
Izabella sintió un escalofrío recorrer su espalda antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. En la calle, a través de las ventanas empañadas, un grupo de figuras encapuchadas avanzaba lentamente hacia la taberna. Sus ropas negras ondeaban en el viento, y una sensación de peligro inminente se cernía sobre el lugar.
—¡Mortífagos!—exclamó alguien desde la barra, y de inmediato se desató el caos.
La gente empezó a moverse rápidamente, algunos hacia la salida, otros buscando algún tipo de refugio detrás de las mesas. Izabella, Harry, Ron y Hermione se levantaron de inmediato, sus varitas ya en mano.
—¡Tenemos que salir de aquí!—gritó Harry, pero justo cuando intentaban abrirse paso hacia la puerta trasera, un estallido sacudió el lugar.
—¡Bombarda!—El hechizo impactó en las paredes de la taberna, haciendo que pedazos de piedra y madera volaran por todas partes. Izabella se cubrió el rostro instintivamente, y en medio del caos, perdió de vista a sus amigos.
—¡Hermione!—gritó, pero el ruido de los hechizos y las explosiones ahogó su voz.
Las Tres Escobas se habían convertido en un campo de batalla. Izabella se lanzó hacia la puerta lateral, esquivando un destello verde que pasó rozando su hombro. Su corazón latía con fuerza, el miedo y la adrenalina apoderándose de su cuerpo.
—¡Ron! ¡Harry!—gritó, pero la multitud y el caos la separaron aún más de ellos. No tenía idea de dónde estaban, solo sabía que tenía que salir de allí.
De repente, sintió un calor abrasador en su cabeza, y antes de que pudiera reaccionar, un rayo de luz la rozó, haciéndola caer de rodillas al suelo empedrado de Hogsmeade. Todo se volvió borroso por un momento. Su vista se nubló, y el mundo parecía alejarse, pero entonces... lo vio.
Una figura, alta y delgada, se acercaba a ella a través de la confusión. Su corazón se detuvo. Era imposible.
—Sebastien...—susurró Izabella, su voz ahogada por la sorpresa. Estaba ahí, frente a ella,
El caos continuaba a su alrededor, pero en ese momento, para ella, el mundo había dejado de girar.
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