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Maratón- 4/5


El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas de Hogwarts, bañando los pasillos de piedra con una luz suave y matinal. Sebastien caminaba con paso firme, su expresión seria y fría. El muchacho que alguna vez fue amable y considerado parecía haberse desvanecido, reemplazado por una versión de sí mismo más dura, más impenetrable. Los acontecimientos recientes lo habían cambiado, y ya no estaba dispuesto a soportar más traiciones.

Mientras caminaba, sumido en sus pensamientos, escuchó una voz que lo llamaba a sus espaldas.

—¡Sebastien! —gritó Daphne, su tono suplicante.

Sebastien se detuvo, cerrando los ojos por un breve momento. No necesitaba verla para saber lo que quería; sus disculpas no significaban nada ahora. La traición de Theodore y Daphne lo había marcado tanto como la Marca Tenebrosa en su piel. Un amargo suspiro escapó de sus labios antes de darse vuelta para enfrentarla.

Daphne corría hacia él, su cabello rubio ondeando tras ella. Sus ojos estaban llenos de angustia, y su respiración agitada mostraba que había estado buscándolo por un rato.

—Necesito hablar contigo —dijo, casi sin aliento cuando finalmente lo alcanzó.

—¿Hablar? —Sebastien arqueó una ceja con frialdad—. ¿Sobre qué, Daphne? ¿Sobre cómo me traicionaste con Theodore? ¿O tal vez quieres contarme otra de tus mentiras?

Daphne se estremeció ante sus palabras, como si cada sílaba fuera una daga clavándose en su piel. Ella trató de mantener la compostura, pero las lágrimas ya comenzaban a acumularse en sus ojos.

Sebastien se quedó parado frente a Daphne, su mirada fría como el hielo. Sabía lo que Daphne quería, lo que ella buscaba con su disculpa, pero en ese momento, su perdón no era algo que estuviera dispuesto a dar. Sebastien estaba decidido a no volver a ser la víctima.

Daphne se encontraba frente a él, intentando hablar, pero las palabras parecían ahogarse en su garganta. Su rostro estaba empezando a cubrirse de lágrimas, su piel pálida reflejaba el dolor que sentía al ver la transformación de Sebastien. Ella lo había conocido como un chico amable, tal vez algo tímido, pero jamás hubiera imaginado que llegaría a verlo de esta forma, como una figura oscura, distante y llena de rencor.

—No es lo que piensas, Sebastien —dijo, su voz temblorosa—. Quiero pedirte perdón. Lo que hice estuvo mal. No debería haber permitido que las cosas llegaran tan lejos con Theodore. Nunca quise lastimarte.

Sebastien la miró durante un largo momento, como si estuviera evaluando el peso de sus palabras, pero la verdad era que ya no le importaban. Algo dentro de él se había roto, y no había vuelta atrás.

—¿Perdón? —repitió con una sonrisa amarga—. ¿Ahora te das cuenta de que me lastimaste? Daphne, no necesito tus disculpas. No soy el juguete de Theodore, ni tampoco seré tu maldito reemplazo emocional cuando te des cuenta de que él solo te está usando.

Daphne dio un paso hacia atrás, claramente sorprendida por el tono de Sebastien. Nunca antes lo había visto hablar así, ni con ella ni con nadie. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a derramarse por sus mejillas.

—Sebastien… —comenzó a decir, pero él levantó una mano, deteniéndola en seco.

—No quiero escucharlo, Daphne —dijo con un tono bajo, pero firme. Sus ojos brillaban con una intensidad que jamás había mostrado antes—. No te atrevas a venir aquí, llorando, esperando que te perdone por lo que hiciste. Sabías exactamente lo que hacías cuando decidiste traicionarme con Theodore.

Daphne bajó la mirada, incapaz de sostener la frialdad en sus ojos. Pero Sebastien no había terminado.

—Lo peor de todo —continuó, acercándose un paso más a ella—, es que ni siquiera fuiste original en tu traición. Al final, solo hiciste lo que Theodore siempre ha hecho, y te convertiste en una pieza más de su juego. ¿De verdad pensaste que podías jugar con ambos lados, Daphne? ¿Que podías tenerme a mí y a él al mismo tiempo? Qué ingenua fuiste.

Cada palabra era una daga que se clavaba más profundamente en el corazón de Daphne. Sebastien la observaba, viendo cómo su rostro se descomponía, pero no sentía ni una pizca de compasión. Ese Sebastien, el que siempre hubiera estado dispuesto a perdonarla, ya no existía. El dolor y la traición lo habían transformado en alguien implacable.

—¡No es así! —exclamó, su voz quebrándose—. No eres un reemplazo, Sebastien. Siempre has sido importante para mí. Pero las cosas... se salieron de control.

—¿Se salieron de control? —repitió Sebastien con sarcasmo—. Claro, eso es lo que siempre dicen los traidores, ¿no? "Lo siento, fue un error." Pero sabes qué, Daphne, no soy alguien que acepte migajas. No voy a estar aquí esperándote cuando Theodore decida que ya no le interesas.

Las palabras fueron como veneno, y Daphne rompió a llorar abiertamente. Su rostro estaba cubierto de lágrimas, y sus manos temblaban mientras intentaba encontrar algo que decir para defenderse.

—Por favor, Sebastien... —suplicó—. No quise hacerte daño. Theodore... él no significa lo que crees. —sollozó Daphne, sus lágrimas cayendo silenciosamente—. Yo... Yo nunca quise lastimarte de esa forma. Theodore… él me manipuló.

Sebastien soltó una risa amarga. El sonido resonó en el pasillo vacío, y Daphne se estremeció.

—¿Te manipuló? —repitió con un tono burlón—. Claro, eso suena como algo que diría alguien que no tiene ni idea de lo que hizo. Pero aquí está la verdad, Daphne: te aprovechaste de la situación, de mis sentimientos, y jugaste con ambos. Sabías lo que hacías. Y ahora, vienes a mí como si fueras la víctima.

Daphne intentó hablar, pero Sebastien ya no le estaba prestando atención. Lo que alguna vez sintió por ella había muerto, y ahora solo quedaba resentimiento.

—No quise hacerte daño. Theodore... él no significa lo que crees.

—¿Ah, sí? —Sebastien cruzó los brazos, su mirada más fría que nunca—. Entonces dime, ¿qué significa para ti? ¿Me vas a decir que todo fue un error, que no sentiste nada cuando estuviste con él? No me vengas con excusas, Daphne.

Daphne sollozaba, incapaz de responder. Cada palabra de Sebastien la atravesaba como una cuchilla, y no sabía cómo detener el torrente de acusaciones. Todo lo que quería era arreglar las cosas, pero parecía que era demasiado tarde.

En ese momento, una figura familiar apareció al final del pasillo. Theodore caminaba hacia ellos, su expresión dura, pero con una chispa de preocupación en los ojos al ver a Daphne llorando.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Theodore, sus ojos fijos en Sebastien. —¿Qué demonios te pasa, Sebastien? —dijo Theodore, deteniéndose a pocos metros—. ¿Por qué estás haciéndole esto?

Sebastien se giró lentamente hacia él, su rostro carente de emoción.

—¿Haciéndole esto? —repitió, su voz suave pero cargada de veneno—. Qué hipócrita eres, Theodore. ¿Realmente vas a pararte ahí y pretender que todo esto es mi culpa? Si hay alguien que tiene la culpa de esto, eres tú. Siempre lo has sido.

Theodore frunció el ceño, pero Sebastien no le dio tiempo de responder.

—Nada de lo que te importe, Theodore, eso estoy haciendo aquí—respondió Sebastien, su tono cortante—. Solo estoy teniendo una conversación con Daphne. A menos que, claro, quieras unirte a la discusión. Aunque, dudo que tengas algo inteligente que decir.

Theodore frunció el ceño, claramente irritado por la provocación de Sebastien, pero trató de mantener la calma. Caminó hasta ponerse al lado de Daphne, que seguía sollozando.

—No tienes ningún derecho a hablarle así —dijo Theodore, su voz amenazante—. Lo que pasó entre Daphne y yo no tiene nada que ver contigo.

—¿En serio? —Sebastien dejó escapar una risa amarga—. Por supuesto que no tiene nada que ver conmigo. Solo soy el idiota que estaba en medio mientras tú la usabas como un juguete. Pero ¿sabes qué, Theodore? Ya no me importa lo que hagas. Puedes quedarte con ella, hacer lo que quieras. No soy yo el que está desesperado por la atención. Y ahora, estás aquí, intentando jugar al héroe para Daphne, como si fueras el caballero salvador. ¿Sabes qué es lo más patético de todo esto? Que incluso tú te crees tu propia mentira.

Daphne miró a ambos, confundida por la intensidad del intercambio, pero incapaz de detenerlo. Sabía que lo que estaba viendo no era solo una pelea entre Sebastien y Theodore; era una lucha mucho más profunda, arraigada en años de resentimiento.

—Tienes agallas, Sebastien —dijo Theodore, dando un paso adelante—. Pero no deberías hablar de cosas que no entiendes. No es mi culpa que seas tan débil.

La sonrisa que apareció en el rostro de Sebastien fue peligrosa, casi sádica.

—¿Débil? —susurró—. Creo que estás confundido, Theodore. Tú eres el que siempre ha necesitado manipular a los demás para sentirse fuerte. Siempre has sido patético.

—No tienes idea de lo que estás diciendo —replicó Theodore, su voz contenida—. Siempre has sido débil, Sebastien. Siempre has sido el que se queda atrás, el que no puede seguir el ritmo. Yo no tengo la culpa de que no puedas competir.

Sebastien soltó una risa amarga, pero esta vez había un destello de rabia en sus ojos.

—¿Competir? —murmuró—. Esto nunca fue una competencia, Theodore. Esto fue un juego para ti. Un juego en el que siempre tuviste las cartas marcadas. Y lo peor de todo es que ni siquiera necesitas ganar. Solo te conformas con destruir todo lo que tocas. Incluida a ella.

Señaló a Daphne, que ahora sollozaba en silencio, incapaz de intervenir en la conversación. Theodore dio un paso adelante, su rostro lleno de furia.

—No tienes derecho a hablar así de ella —gruñó—. Lo que pasó entre nosotros no tiene nada que ver contigo.

—Claro que no —replicó Sebastien, su voz cada vez más fría—. Porque en tu mundo, Theodore, nadie importa excepto tú. Pero aquí está la diferencia entre tú y yo: yo al menos tengo la capacidad de sentir algo más que satisfacción por mí mismo.

Theodore se acercó más, su rostro a pocos centímetros del de Sebastien, sus ojos llenos de rabia.

—Cállate —gruñó, con los puños apretados—. No sabes nada de mí.

—Sé todo lo que necesito saber —dijo Sebastien, su voz apenas un susurro—. Eres débil, Theodore. Siempre lo has sido. Necesitas a los demás para sentirte importante, porque en el fondo sabes que no eres nada. Y lo peor de todo es que ni siquiera eres capaz de reconocerlo.

Theodore levantó una mano, como si fuera a golpearlo, pero en el último momento se detuvo, respirando con dificultad, intentando controlarse. Sebastien lo miraba, completamente imperturbable.

—Vamos, Theodore —lo provocó Sebastien, sus palabras llenas de veneno—. ¿Qué estás esperando? Haz lo que siempre has hecho: destruye lo que no puedes controlar.

Theodore bajó la mano lentamente, su expresión endurecida. Abrió la boca para responder, pero las palabras de Sebastien lo habían golpeado en un lugar sensible. Daphne, que seguía llorando, trató de intervenir.

—Sebastien, por favor, no lo hagas más difícil... —comenzó a decir, pero Sebastien la interrumpió bruscamente.

—¡No me hables como si fueras la víctima! —espetó Sebastien, la furia brillando en sus ojos—. Eres igual de culpable que él. Me traicionaste, Daphne, y no hay excusa para eso. No te atrevas a pedir mi perdón cuando no te lo mereces.

Daphne soltó un sollozo ahogado, mientras Theodore daba un paso hacia Sebastien, la ira acumulándose en su rostro.

—Deberías medir tus palabras —gruñó Theodore, claramente furioso—. No tienes idea de con quién te estás metiendo.

Sebastien sonrió con amargura.

—Eso es lo gracioso, Theodore. Sí sé exactamente con quién me estoy metiendo. Un cobarde, un traidor, y alguien que nunca tendrá el control total de su vida, porque siempre dependerá de otros para sentirse poderoso. Disfruta de tu patético intento de poder, porque al final, todos caeremos... y tú serás el primero en arrodillarte ante el que tenga el verdadero control.

Theodore lo miró fijamente, sin palabras. Daphne, sollozando sin consuelo, no sabía qué hacer. Sebastien había cambiado, y ese cambio era irrevocable. Ya no era el chico que ellos conocían; ahora era alguien más, alguien mucho más peligroso.

—No vales la pena —susurró Theodore, dándose la vuelta para irse.

Sebastien lo observó, sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. Esta vez no era el que había sido aplastado; esta vez, él era el que controlaba la situación.

Cuando Theodore comenzó a alejarse con Daphne detrás de él, Sebastien dijo una última cosa, en un tono bajo pero cargado de significado.

—Siempre serás la sombra de alguien más, Theodore. Y lo sabes.

Theodore se detuvo por un momento, pero no respondió. Solo siguió caminando, llevándose a Daphne con él. Mientras desaparecían por el pasillo, Sebastien se quedó en silencio, su mirada perdida en la distancia. Algo dentro de él había cambiado para siempre.

Y estaba disfrutandolo.

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