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Maratón - 2/5

La tarde era sombría en la mansión Nott, un reflejo perfecto de lo que estaba por venir. Las nubes negras se arremolinaban sobre el cielo, como un presagio oscuro que presionaba el aire, cargado de una sensación de destino inevitable. Sebastien estaba sentado en su habitación, mirando fijamente la pared. No había escapatoria, no para él. Lo había intentado, pero todas las puertas habían sido cerradas una por una.

Desde aquella fatídica revelación de Theodore, Sebastien no había sido capaz de encontrar paz en ningún rincón de su vida. Su corazón estaba destrozado, su alma vacía, y lo peor era que ya no le importaba. Ni la traición de Daphne, ni las mentiras de Theodore, ni la cruel indiferencia de su propio hermano lograban quebrarlo más. Ahora todo lo que quedaba era un abismo interminable de dolor que lo consumía desde adentro.

Había escuchado a su padre hablar en la reunión de los mortífagos. Cada palabra que pronunciaba era una orden grabada a fuego en las mentes de los presentes. Alessandro había sido siempre un hombre distante, un líder nato, y aunque Sebastien sabía que su padre lo favorecía, ese favor no era suficiente para salvarlo de lo que estaba por venir. No había más elección. Esta noche, tanto él como Theodore serían marcados, serían reclamados por la oscuridad que su padre había condenado.

Theodore, por supuesto, estaba encantado. Desde la noche de la reunión, había mostrado un entusiasmo creciente por la causa, una atracción mórbida por el poder y el control que la Marca Tenebrosa prometía. Su hermano ya no era el chico curioso que Sebastien recordaba de sus años más jóvenes. Theodore había cambiado, y ahora parecía deleitarse en cada momento de sufrimiento que Sebastien experimentaba.

Y Sebastien… simplemente había dejado de luchar.

El frío invadía cada rincón de la mansión Nott mientras Alessandro se preparaba para llevar a cabo el ritual que uniría a sus hijos al servicio del Señor Tenebroso. Sebastien sentía la presión de su padre sobre los hombros, como si el peso de siglos de oscuridad lo aplastara. Sabía que Alessandro lo había preparado para esto toda su vida. Desde que era un niño, Sebastien había sido moldeado, pulido, para este momento. Y, sin embargo, no podía ignorar el vacío en su interior, el hueco que la traición de Daphne y Theodore había dejado en su alma.

Sebastien miró su brazo desnudo, sabiendo lo que vendría. La Marca. Una vez grabada en su piel, no habría vuelta atrás. Sería un sirviente de la oscuridad, atado a la voluntad de Voldemort para siempre. Era el destino que Alessandro había deseado para él, y ahora, Sebastien ni siquiera sentía el impulso de resistirse.

—Es hora —dijo Alessandro, entrando en la habitación con paso decidido.

Sus ojos recorrieron a sus dos hijos. Theodore, con una sonrisa torcida en los labios, emocionado por lo que estaba por venir, y Sebastien, inmóvil, con la mirada apagada. Alessandro no mostró ninguna reacción ante la frialdad de Sebastien. Para él, esto no era un asunto emocional. Era simplemente el cumplimiento de lo que estaba destinado.

—Hoy, ustedes dos demostrarán su lealtad —dijo Alessandro con solemnidad—. El Señor Tenebroso los acepta, y estarán entre sus más fieles seguidores.

Theodore dio un paso adelante, ansioso.

—Estoy listo —dijo con firmeza, su voz llena de anticipación.

Sebastien permaneció en silencio. Estaba físicamente presente, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, vagando por el vacío de su corazón roto. No podía ni siquiera sentir odio hacia Theodore; todo lo que sentía era un cansancio aplastante, una fatiga que lo consumía por dentro.

El salón estaba oscuro, iluminado solo por velas esparcidas alrededor de la habitación. En el centro, una mesa de mármol negro esperaba, y junto a ella, un hombre encapuchado, cuya sola presencia hacía que el aire se sintiera pesado y asfixiante: Severus Snape. Era quien se encargaría de marcar a los dos hermanos.

Theodore fue el primero en acercarse. Su arrogancia era palpable mientras estiraba el brazo ante Snape, casi con orgullo. Sebastien observó con indiferencia mientras el mortífago mayor realizaba el hechizo. El aire chisporroteó y la piel de Theodore comenzó a arder con un resplandor oscuro. La Marca apareció lentamente, como si una serpiente se retorciera sobre su piel, dejando la cicatriz indeleble de su nueva lealtad.

—Ah… —Theodore dejó escapar un suspiro de satisfacción mientras contemplaba la marca oscura en su brazo—. Es perfecto.

Snape se volvió hacia Sebastien, quien aún no había dado un paso adelante. Los ojos de su padre estaban fijos en él, esperando, exigiendo que asumiera el destino que le habían preparado.

—Es tu turno, Sebastien —dijo Alessandro, su voz baja pero cargada de autoridad.

Sebastien se levantó lentamente, sintiendo cada paso como si estuviera caminando hacia el abismo. Estiró su brazo con la misma indiferencia que había sentido en los últimos días. No había miedo, no había resistencia. Solo vacío.

Cuando Snape comenzó el hechizo, el dolor fue inmediato. Era como si su piel se estuviera desintegrando, quemándose desde dentro. Sebastien cerró los ojos, no porque el dolor fuera insoportable, sino porque no quería ver la marca que lo ataría para siempre a una causa que despreciaba. Sin embargo, el dolor físico no podía compararse con el dolor emocional que llevaba cargando desde la traición de Daphne. Ese dolor era peor, más profundo, y nada podía aliviarlo.

Finalmente, terminó. La Marca Tenebrosa estaba grabada en su piel, una serpiente retorcida alrededor de un cráneo. Sebastien abrió los ojos y miró su brazo, sintiéndose más vacío que nunca.

—Bien hecho, Sebastien —dijo Alessandro, con un toque de orgullo en su voz—. Sabía que estarías a la altura.

Pero Sebastien no sintió orgullo. No sintió nada.

Theodore se acercó a su hermano, mirándolo con una mezcla de burla y satisfacción. Había disfrutado cada momento de la caída de Sebastien, y ahora, con la Marca en su brazo, su gozo era palpable.

—Ahora somos iguales, hermano —dijo Theodore, su tono cargado de sarcasmo—. Ambos servimos al mismo maestro.

Sebastien lo miró, pero no respondió. No había palabras que pudieran expresar lo que sentía. Theodore sonrió aún más.

—Aunque claro, algunos de nosotros lo hacemos con más entusiasmo que otros —continuó Theodore, su tono lleno de veneno—. Supongo que ya no tienes a nadie más a quien recurrir, ¿verdad? Daphne ya no está…la sangre sucia no puede ayudarte y yo soy todo lo que te queda.

El golpe fue directo al corazón. Theodore sabía exactamente dónde golpear, y lo hacía con una crueldad que Sebastien nunca hubiera esperado de su propio hermano. Pero ya no quedaba nada dentro de Sebastien que pudiera romperse más. Daphne lo había traicionado. Su familia lo había empujado a un destino que no quería. Todo lo que alguna vez había significado algo se había desmoronado.

—Ya no importa —murmuró Sebastien, su voz vacía.

Theodore soltó una carcajada.

—¿Eso es todo? ¿Ya te has rendido? —se burló, dando un paso más cerca—. Qué patético. Siempre supe que eras el hijo favorito de papá, pero resulta que no eres más que un cobarde.

Sebastien cerró los ojos, intentando bloquear las palabras de Theodore, pero sabía que su hermano tenía razón en algo. Había sido el favorito de Alessandro, y eso no había hecho más que empeorar las cosas. Su padre esperaba tanto de él, y Sebastien había tratado de cumplir con esas expectativas durante años. Pero ahora, todo eso era inútil. Ya no le importaba ser el favorito. Ya no le importaba nada.

—Déjalo en paz, Theodore —dijo una voz fría desde la entrada del salón.

Sebastien levantó la vista para ver a su padre observando la escena. Alessandro tenía los ojos entrecerrados, claramente descontento con el comportamiento de Theodore.

—Él ha hecho lo que debía hacer. Ambos lo han hecho —dijo Alessandro, con un tono firme que no dejaba lugar a discusión—. Esta noche es un nuevo comienzo para los dos. El Señor Tenebroso estará complacido.

Theodore miró a su padre con una expresión de respeto fingido antes de asentir. Sebastien, por su parte, permaneció en silencio. No había ningún "nuevo comienzo" para él. Solo había oscuridad.

Aquella noche, Sebastien se retiró a su habitación, incapaz de enfrentar a su familia por más tiempo. Se sentó en su cama, mirando su brazo marcado con una mezcla de apatía y resignación. ¿Qué significaba todo esto? Había cumplido con el deber que su padre esperaba de  él, pero ahora no sentía que hubiera obtenido nada a cambio. No había honor en la traición. No había orgullo en la oscuridad.

El eco de las risas de Theodore resonaba en su mente, y cada vez que pensaba en su hermano, sentía cómo el vacío en su pecho se profundizaba.

Al día siguiente, la tensión en la mansión Nott era palpable. Theodore parecía disfrutar cada momento, su sonrisa era burlona y sus gestos estaban cargados de arrogancia. Se paseaba por la casa como si ya hubiera conquistado el mundo, riéndose de los que estaban a su alrededor, especialmente de Sebastien.

—¿Cómo te sientes con tu nueva Marca, hermano? —preguntó Theodore en la mesa de desayuno, su tono era juguetón pero con un matiz de burla—. ¿Te arde? ¿Te hace sentir poderoso?

Sebastien lo ignoró, centrando su atención en su plato de comida. La última cosa que quería era darle a Theodore la satisfacción de una respuesta.

—Oh, vamos, Sebastien. No te pongas así. Esta es una gran oportunidad para nosotros —continuó Theodore, disfrutando de su papel de villano—. Piénsalo bien. Vamos a ser parte de algo grande.

Sebastien levantó la vista, finalmente enfrentando a su hermano.

—¿Grande? ¿Tú lo consideras así? —preguntó, su voz helada—. Solo somos peones en el juego de papá y Voldemort.

Theodore se encogió de hombros, sin inmutarse.

—Quizás, pero al menos tenemos poder. Al menos somos alguien. Y tú, hermano, estás destinado a ser un gran mortífago. Solo tienes que aceptar lo que eres.

—No soy como tú —replicó Sebastien, sintiendo que la rabia comenzaba a burbujear dentro de él—. Nunca seré como tú.

Theodore se rió, una risa cruel que resonó en la habitación.

—Eso es lo que piensas, pero lo serás. Estás atrapado en esta vida tanto como yo. Solo tienes que decidir si quieres abrazarla o seguir resistiéndote.

Sebastien sintió que la ira lo consumía. Theodore no tenía idea de lo que significaba estar atrapado. La lucha interna que llevaba dentro era un tormento que nadie podría comprender. Era una batalla de lealtad, una guerra de emociones que lo desgastaba.

—No voy a seguir tus pasos, Theodore. No me importa lo que pienses de mí —dijo, su voz firme—. Haré lo que tenga que hacer, pero no por ti, ni por papá.

Theodore levantó una ceja, sorprendido por la repentina determinación de Sebastien.

—Interesante… ¿te estás volviendo rebelde? Eso me gusta. Pero recuerda, hermano, no puedes escapar de tu destino. La Marca es tuya para siempre.

Sebastien sintió que la verdad de las palabras de Theodore lo ahogaba. Era cierto, no había escapatoria. La Marca era una cadena que lo uniría a la oscuridad para siempre.

La noche había caído, y la mansión Nott estaba envuelta en un silencio roto solo por el susurro del viento que atravesaba las habitaciones vacías. Sebastien se encontró dando vueltas en su cama, incapaz de encontrar consuelo en el sueño. La traición de Daphne, las burlas de Theodore, el como debía alejarse de Izabella, y la Marca en su antebrazo eran una carga pesada que lo mantenía despierto. Se sentía atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

Finalmente, se levantó de la cama, sintiendo la necesidad de escapar de la opresión de su habitación. Con cautela, se vistió y salió, intentando no hacer ruido. Caminó por los pasillos oscuros, el aire frío tocando su piel, y se preguntó si había alguna forma de liberarse de todo esto.

Mientras vagaba sin rumbo, una voz familiar resonó en la penumbra.

—Mira quién ha decidido salir a jugar—dijo Bellatrix Lestrange, emergiendo de las sombras con una sonrisa burlona en su rostro. Sus ojos brillaban con un fuego oscuro, y su risa resonaba en el aire como una melodía macabra.

Sebastien se detuvo, sorprendido y algo inquieto. Bellatrix era conocida por su locura y su crueldad, y no estaba seguro de cómo reaccionar ante ella.

—¿Qué quieres, Bellatrix? —preguntó, intentando mantener la calma en su voz.

Ella se acercó, moviéndose con la gracia de una serpiente, sus ojos fijos en él con un interés casi divertido.

—Me divierte ver a los más débiles arrastrarse como gusanos —dijo, su tono lleno de desprecio—. ¿Es que piensas que puedes evitar lo inevitable? La Marca te ha elegido, y con ella viene el poder. Pero tú… tú estás demasiado ocupado lamentándote.

Sebastien sintió la rabia brotar en su interior, pero había algo en la mirada de Bellatrix que lo mantenía a raya. Ella era peligrosa, y lo sabía.

—No estoy lamentándome —respondió, aunque la inseguridad en su voz traicionó sus palabras—. Estoy tratando de encontrar una solución..

Bellatrix se rió, una risa que resonó en el pasillo vacío.

—¿Solución? ¿Cómo que, huir? ¿A dónde? ¿A una vida de servidumbre y sumisión? —preguntó, su mirada burlesca—. Eres un tonto, Sebastien. El mundo ve a los débiles como presas. Y en este mundo, las presas no sobreviven.

Las palabras de Bellatrix calaron hondo en él. Ella tenía razón. Desde que había obtenido la Marca, se había sentido vulnerable, un blanco fácil para la burla y el desprecio. Pero no estaba dispuesto a permitir que eso lo definiera.

—¿Y qué se supone que debo hacer? —preguntó, su voz temblando entre el miedo y la ira.

Bellatrix se acercó más, su expresión cambiando de burla a una especie de frialdad intensa.

—Debes ser fuerte, Sebastien. La fuerza es todo lo que importa. Debes aprender a usar lo que tienes, incluso si eso significa hacer cosas que nunca habrías imaginado. No llores por lo que has perdido, sino que utiliza esa pérdida para forjar tu propio camino —dijo, su voz baja y amenazante.

Sebastien sintió una mezcla de emociones. Por un lado, la locura de Bellatrix lo asustaba, pero por otro, había una extraña sabiduría en sus palabras.

—¿Y si me niego a ser fuerte? —preguntó, buscando algún tipo de conexión, alguna forma de resistir la oscuridad que lo rodeaba.

—Entonces serás un juguete en manos de los verdaderamente fuertes. Recuerda que el mundo no tiene piedad por los débiles. Nunca lo ha tenido, y nunca lo tendrá —respondió, su tono casi triste en su brutal honestidad.

Un silencio se instaló entre ellos, la tensión palpable. Sebastien podía sentir el peso de sus palabras, la verdad que escondían. La lucha que llevaba dentro se volvió aún más clara.

Finalmente, reunió el valor para formular una pregunta que había estado dando vueltas en su mente.

—Bellatrix, ¿me harías un favor? —dijo, su voz firme pero cargada de incertidumbre.

Ella lo miró, la curiosidad brillando en sus ojos.

—¿Un favor? ¿Por qué debería? No soy tu sirvienta, Sebastien.

—Lo sé —respondió él, sintiendo su corazón latir con fuerza—. Pero necesito… necesito que me ayudes...

Bellatrix lo observó por un momento que pareció eterno, evaluando sus palabras y la sinceridad detrás de ellas. Luego, su sonrisa se ensanchó de forma inquietante.

—Quizás te ayude, pero a cambio, querré que me prometas lealtad. No a tu familia, sino a mí. Solo entonces veré si eres digno de mi ayuda —dijo, su tono cambiando a un matiz más serio.

Sebastien sintió que el aire se volvía más pesado. Era una propuesta arriesgada, pero el deseo de liberarse de su dolor y encontrar su propio destino era más fuerte que el miedo.

—Lo prometo —respondió, su voz resonando con determinación.

Bellatrix sonrió, un destello de locura en sus ojos.

—Bien. Estaré observándote, Sebastien. Asegúrate de no decepcionarme. Ahora, ¿Que quieres niño?

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