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09

Maratón - 5 Capítulos

La noche era impenetrable, oscura como la tinta que se derramaba sobre el cielo. La Mansión Nott, se erigía entre árboles retorcidos y una espesa neblina que parecía brotar de la tierra misma. Sebastien no podía dejar de sentir un escalofrío recorriéndole la espalda a medida que se acercaba junto a su padre. Alessandro caminaba con la postura erguida y el porte que siempre le había caracterizado. No había espacio para el titubeo ni para la duda en sus movimientos. Pero para Sebastien, cada paso era como adentrarse en una trampa, una de la que no sabía si podría escapar.

Al llegar a la puerta de la mansión, fueron recibidos por un elfo doméstico de aspecto miserable, que les condujo a través de largos pasillos cubiertos de retratos en los que las figuras parecían observar cada movimiento de los visitantes con ojos hambrientos. La tensión en el aire era palpable, y Sebastien no podía ignorar la opresión en su pecho. Sabía que su padre había estado involucrado en algo oscuro, algo que se había mantenido siempre en las sombras, pero jamás imaginó que lo llevaría tan lejos. Esta noche sería la prueba de todo.

Finalmente, llegaron a una gran sala donde ya se encontraban varios hombres de aspecto severo, algunos conocidos de su infancia, pero con un brillo oscuro en sus ojos que no recordaba haber visto antes. Entre ellos estaba Theodore, sentado a un lado con una sonrisa ladina en el rostro. Al contrario de Sebastien, su hermano parecía estar disfrutando del ambiente, como si aquello fuera un juego excitante. Sebastien lo fulminó con la mirada, pero Theodore ni siquiera se inmutó.

—Alessandro, qué bueno que has llegado —dijo uno de los presentes, levantándose de su asiento. Lucius Malfoy, con su característico tono grave y solemne. Su figura, alta y delgada, casi espectral, proyectaba una sombra aún más larga sobre la mesa.

Alessandro asintió, tomando su lugar en la cabecera de la mesa, y con un gesto elegante le indicó a Sebastien que se sentara a su lado. La incomodidad de Sebastien crecía a cada segundo. Miró a su alrededor, reconociendo a otros hombres que había visto en reuniones familiares y eventos sociales, pero todos ahora parecían diferentes, como si una oscuridad invisible los hubiera transformado en algo retorcido.

El murmullo de las conversaciones se apagó cuando Alessandro cerró las puertas con un movimiento de su varita. El silencio se instaló de forma sofocante en la sala. Sebastien podía oír su propio corazón golpeando furiosamente en su pecho. Un ligero zumbido invadía sus oídos, y la sensación de estar fuera de lugar lo aplastaba.

—Esta reunión es para discutir los próximos pasos del Señor Tenebroso —empezó Malfoy, su voz resonando en el gran salón—. El poder que está reuniendo no tiene precedentes, y con la inminente guerra, es hora de que cada uno de nosotros reafirme su lealtad. No podemos permitir que haya debilidades en nuestras filas.

Sebastien sintió el sudor frío recorriéndole la frente. No sabía qué estaba sucediendo, pero el tono en las palabras de Lucius Malfoy lo aterrorizaba. La guerra de la que hablaba no era un conflicto cualquiera, era una cruzada que destruiría vidas, familias, todo lo que conocía. Y su padre estaba en el centro de todo.

—Alessandro —continuó Malfoy—, tú y yo hemos estado en esto desde el principio. Sabemos lo que está en juego. Pero... —hizo una pausa, y sus ojos se dirigieron hacia Sebastien—. ¿Estás seguro de que tus hijos comprenden la magnitud de nuestra causa?

Sebastien sintió que todos los ojos en la sala se posaban sobre él. Su respiración se aceleró, y pudo sentir el peso de la expectativa en cada mirada. Alessandro, con una calma que rayaba en lo inhumano, se levantó de su asiento y desabrochó la manga de su túnica. Lentamente, con una deliberación que parecía diseñada para impactar, reveló la Marca Tenebrosa en su brazo.

Sebastien dejó escapar un pequeño jadeo de sorpresa y horror. Había oído hablar de la marca, claro, pero nunca la había visto con sus propios ojos. Ahora, allí estaba, grabada en la piel de su padre como una cicatriz eterna de su lealtad a un monstruo.

—Esta es nuestra devoción —dijo Alessandro con voz firme—. Esto es lo que significa ser verdaderamente leal al Señor Tenebroso. No hay vuelta atrás, Sebastien. El poder, la pureza de nuestra sangre... eso es lo que está en juego.

Sebastien sentía que su mundo se derrumbaba.

Pero lo peor estaba por venir.

Mientras Sebastien procesaba el impacto de la revelación, Theodore dio un paso al frente. Su sonrisa arrogante no había desaparecido ni un instante, y sus ojos brillaban con una intensidad que nunca antes había visto en su hermano.

—Yo quiero llevarla también —dijo Theodore con voz clara, rompiendo el silencio sepulcral que se había instalado en la sala.

Sebastien lo miró, atónito.

—¿Qué...? —murmuró, incapaz de comprender lo que acababa de escuchar.

Theodore se acercó a su padre y extendió el brazo con decisión.

—Estoy listo. Quiero unirme al Señor Tenebroso.

La sonrisa en el rostro de Alessandro no podría haber sido más orgullosa. Asintió, sin decir nada, pero el brillo en sus ojos lo decía todo. Theodore era el hijo que siempre había querido, el que había esperado que Sebastien fuera.

—¿Estás loco? —gritó Sebastien, poniéndose de pie de un salto—. ¡Esto no es un juego, Theodore! ¡No tienes idea de lo que estás haciendo!

Pero Theodore lo miró con desdén, como si las palabras de su hermano fueran insignificantes.

—Tú nunca lo entenderías, Sebastien. Siempre has sido el débil, el que duda de todo. Yo no tengo dudas. Quiero poder, y sé cómo conseguirlo.

—¡Esto no es poder! —replicó Sebastien con la voz quebrada—. ¡Es una condena!

Theodore rió, una carcajada vacía y cruel.

—Tal vez para ti. Para mí, es solo el comienzo.

Sebastien sintió que sus piernas flaqueaban. No podía entender cómo su propio hermano podía ser tan frío, tan despiadado. Pero lo peor era que su padre lo observaba con esa mirada de aprobación, mientras que a él lo ignoraba por completo.

No habia más que decepción en su mirada.

—Esto es lo que significa ser un verdadero Nott —dijo Alessandro finalmente, dirigiéndose a Sebastien por primera vez en toda la noche—. Tienes que decidir, Sebastien. Estás con nosotros... o contra nosotros.

Las palabras de su padre cayeron sobre Sebastien como una sentencia. Sabía que no había lugar para la indecisión. En esa sala, con esos hombres, una decisión equivocada significaba la muerte. Pero la alternativa... unirse a ellos, seguir el mismo camino oscuro que su padre y su hermano... era impensable.

Sebastien no pudo soportarlo más. Con el corazón latiéndole furiosamente en el pecho, dio un paso atrás, alejándose de la mesa, de su padre, de su hermano. Sentía el peso de sus miradas sobre él, pero no podía mirar a ninguno a los ojos. La traición ardía en su interior como un fuego que amenazaba con consumirlo por completo.

—No... —murmuró, apenas audible—. No puedo hacerlo.

Y antes de que nadie pudiera detenerlo, Sebastien giró sobre sus talones y salió corriendo de la sala. Sabía que huir no era una opción, que eventualmente tendría que enfrentarse a las consecuencias. Pero en ese momento, solo quería escapar. Escapar de la monstruosidad en la que su familia se había convertido.

Alessandro observó la puerta por donde su hijo había desaparecido, su expresión completamente inescrutable.

—Déjalo —dijo finalmente—. Todavía tiene tiempo para ver la verdad.

Theodore sonrió, satisfecho, y se volvió hacia su padre.

—Él nunca lo entenderá.

Alessandro no respondió, pero en su interior sabía que Theodore tenía razón.













[ • • • ]



















Daphne Greengrass nunca había sido una chica que se permitiera titubear o dejar que las emociones dominaran sus decisiones. Pero en los últimos días, su mente se había convertido en un caos, enredada en pensamientos contradictorios que la descolocaban. Cada vez que pensaba en Sebastien, sentía un leve alivio, una seguridad que había creído inquebrantable. Pero cuando estaba cerca de Theodore, una inquietud ardiente se encendía en su pecho. Theodore tenía ese poder sobre ella, algo casi primitivo y peligroso, como una llama que no podía apagar.

Sentada junto a la ventana de su dormitorio, Daphne observaba las nubes oscuras que se cernían sobre el horizonte. La tormenta que se avecinaba parecía un reflejo exacto de su propio estado interior. No podía negar que, pese a sus intentos por mantener el control, la presencia de Theodore se hacía cada vez más irresistible. No era solo el deseo lo que la atraía, sino algo más profundo, algo oscuro y fascinante que emanaba de él, una especie de magnetismo que la atrapaba sin que pudiera evitarlo.

Desde la reunión en la mansión Nott, Theodore había cambiado. Sebastien no dejaba de hablar sobre lo perturbado que estaba por lo que había visto: la Marca Tenebrosa en el brazo de su padre y la actitud complaciente de Theodore hacia todo ese espectáculo. Sebastien parecía roto, pero Daphne, en lugar de estar preocupada por él, no podía dejar de pensar en cómo Theodore parecía tan seguro, tan resuelto, como si ya supiera cuál era su destino.

Esa misma tarde, Daphne recibió una nota inesperada. Su pulso se aceleró al ver la letra de Theodore en el pergamino:

- Esta noche, a las once. El invernadero. No le digas a nadie.

Las palabras eran sencillas, pero el mensaje detrás de ellas estaba claro. Era una cita secreta. Daphne se mordió el labio inferior, sintiendo cómo la adrenalina recorría su cuerpo. Sabía que lo que estaba haciendo era peligroso, que jugar con Theodore era como acercarse demasiado al borde de un precipicio. Pero no podía evitarlo. Algo en él la empujaba a seguir adelante, a descubrir hasta dónde llegaría este juego.

A la hora acordada, Daphne se deslizó fuera de su habitación, asegurándose de no ser vista. Llevaba puesta una túnica ligera y unos zapatos silenciosos que no resonaban contra el suelo de mármol. El aire frío de la noche la recibió al salir al jardín y a lo lejos, pudo distinguir el invernadero de la familia, iluminado tenuemente por la luna.

Theodore ya estaba allí, esperándola entre las sombras. Su figura alta y delgada parecía un espectro, un reflejo oscuro entre las plantas exóticas que crecían en el invernadero. Cuando Daphne se acercó, Theodore levantó la vista y esbozó una sonrisa que le provocó un escalofrío.

—Sabía que vendrías —dijo él, su voz suave y grave.

—¿Por qué me citaste aquí? —preguntó ella, intentando sonar indiferente, aunque su corazón latía con fuerza. —Aunque debería preguntarte, ¿Por qué estás tan lejos? Deberías estar con tu padre y Sebastien.

Theodore no respondió de inmediato. En su lugar, caminó hacia ella con pasos lentos, sus ojos nunca apartándose de los de ella. Cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y le apartó un mechón de cabello del rostro, su toque tan delicado que apenas lo sintió.

—Porque sé que te estás debatiendo —dijo en voz baja, casi como si estuviera compartiendo un secreto—. Sé que te preguntas si estás con la persona correcta. Si realmente quieres estar con Sebastien, o si prefieres... algo más.

Daphne sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor. Quería negar lo que Theodore decía, pero la verdad era que había estado pensando exactamente eso. Estaba confundida, dividida entre dos mundos, entre dos hermanos. Theodore, por supuesto, lo sabía.

—Sebastien es un buen hombre —dijo Daphne, más para convencerse a sí misma que a él.

—Sebastien es débil —replicó Theodore, sus palabras tan afiladas como un cuchillo—. Siempre ha sido débil, y siempre lo será. No tiene lo que se necesita para sobrevivir en este mundo. Pero tú, Daphne... tú sí lo tienes. Puedo verlo en ti.

La intensidad en sus palabras la desarmó. Theodore se inclinó más cerca, y por un instante, Daphne pensó que iba a besarla. Pero en lugar de eso, él susurró cerca de su oído:

—No puedes negar lo que sientes.

Daphne cerró los ojos por un momento, intentando calmar la tormenta de emociones que Theodore provocaba en ella. Estaba a punto de decir algo, de ponerle fin a todo esto, cuando sintió los labios de Theodore rozando los suyos. Era un beso suave al principio, casi tentativo, pero pronto se volvió más intenso, más exigente. Y lo peor de todo era que Daphne correspondió.

Por un momento, se olvidó de todo. Se olvidó de Sebastien, de la guerra, de su propia confusión. Todo lo que importaba en ese instante era Theodore y el fuego que encendía en su interior. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad.

—No puedo... —murmuró Daphne, dando un paso atrás—. Esto está mal.

—No está mal si es lo que realmente quieres —respondió Theodore, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa—. Y lo que quieres es estar conmigo, no con él.

Daphne abrió la boca para replicar, pero las palabras murieron en su garganta. Sabía que Theodore estaba jugando con ella, que estaba manipulándola, pero no podía negar que había algo de verdad en lo que decía. La atracción que sentía por él era innegable.

—Piensa en ello —dijo Theodore, dándose la vuelta para marcharse—. Yo estaré esperando.

Daphne lo observó alejarse, su corazón latiendo descontrolado. Quería gritarle, decirle que estaba equivocado, que nunca elegiría a alguien tan cruel, tan despiadado como él. Pero la verdad era que no estaba segura de nada.

Durante los días siguientes, Daphne intentó actuar con normalidad. No había vuelto a ver a Theodore desde aquella noche en el invernadero, y cada vez que pensaba en lo que había sucedido, la culpa la asfixiaba. Pero lo más difícil de todo era estar cerca de Sebastien. Él seguía siendo amable, dulce, completamente ajeno a lo que había sucedido entre ella y su hermano.

Una tarde, mientras paseaban por los jardines de la mansión Greengrass, Sebastien le tomó la mano y le dio un suave apretón.

—Has estado distante últimamente —dijo él, con una preocupación evidente en su voz—. ¿Está todo bien?

Daphne sintió un nudo en la garganta. Quería decirle la verdad, confesarle todo, pero no podía. Sabía que si lo hacía, lo perdería para siempre. Y, aunque ya no estaba segura de sus sentimientos, la idea de herir a Sebastien la aterraba.

—Sí, todo está bien —respondió, forzando una sonrisa—. Solo... ha sido una semana difícil.

Sebastien la miró durante un largo momento, como si intentara leer su mente. Finalmente, asintió, aunque parecía no estar del todo convencido.

—Si algo te preocupa, siempre puedes decírmelo. Sabes que te amo, ¿verdad?

El dolor se intensificó en el pecho de Daphne. Asintió, pero las palabras que salieron de su boca sonaron huecas.

—Lo sé.
















[ • • • ]

























Sebastien siempre había sido un hombre de principios, aunque aquellos principios estuvieran en conflicto constante con las expectativas de su familia. Su padre, Alessandro, era un hombre implacable, un líder entre los mortífagos que pretendía arrastrar a su familia a la oscuridad sin vacilar. La presión de aquella herencia nunca había sido más palpable que ahora, mientras el mundo mágico se desmoronaba a su alrededor.

Sin embargo, lo que verdaderamente desgarraba a Sebastien no era la presión familiar ni las expectativas de su padre, sino la traición y el desmoronamiento de las relaciones que más valoraba.

La reunión en la mansión Nott había sido la primera vez que Sebastien había visto la Marca Tenebrosa en el brazo de su padre, un símbolo que lo había dejado horrorizado, como si una parte de su propia alma se hubiera marchitado al verlo. Alessandro, siempre tan distante, había mostrado un orgullo retorcido cuando el grupo de mortífagos reunidos había discutido los siguientes movimientos de la causa, una causa que Sebastien nunca había abrazado. Sin embargo, lo que más le había dolido no era el descubrimiento de la Marca en el brazo de su padre, sino la mirada de Theodore, su hermano, mientras contemplaba la reunión con un interés malicioso, casi fascinado. Theodore había cambiado desde esa noche. Sebastien podía verlo en cada uno de sus gestos, en la manera en que ya no le dirigía la palabra con la misma, ahora era aún más frío, en la forma en que su sonrisa había adquirido un filo cruel.

Y entonces estaba Daphne.

Daphne Greengrass, la chica que siempre había amado. Últimamente, Sebastien la había sentido distante, ausente, como si hubiera algo más en su vida que ella no quería compartir con él. Siempre había tenido confianza en su relación, pero la duda había comenzado a carcomerlo, lenta pero constante. Sebastien intentaba atribuir su cambio de actitud a las tensiones de la guerra inminente, pero la creciente sospecha en su corazón le decía que había algo más, algo que ella no le estaba contando.

Izabella, había intentado advertirle en más de una ocasión sobre las decisiones que Theodore estaba tomando. Pero Sebastien, no podía enfrentar la idea de que su propio hermano estuviera caminando por un sendero tan oscuro. Izabella representaba todo lo opuesto a la causa de los mortífagos. Provenía de una familia muggle, algo que a ojos de muchos la colocaba en una posición inferior, pero para Sebastien, ella era una amiga invaluable, alguien que había estado a su lado incluso en los momentos más oscuros.

—Sebastien, no puedes seguir cerrando los ojos a lo que Theodore está haciendo —le dijo Izabella un día, mientras caminaban juntos por los terrenos de Hogwarts—. Está jugando con fuego, y me preocupa que, cuando menos te lo esperes, intente arrastrarte con él.

Sebastien guardó silencio durante unos instantes, sintiendo el peso de sus palabras. Izabella siempre había sido directa con él, nunca había endulzado la verdad, y eso era algo que Sebastien valoraba profundamente.

—Theodore es mi hermano —respondió finalmente—. No puedo simplemente abandonarlo.

Izabella lo miró con una mezcla de ternura y frustración.

—No te estoy pidiendo que lo abandones, Seb. Solo te pido que veas las cosas con claridad. Él no es el mismo de antes. Nunca lo ha sido. Y lo sabes. El sólo puede ver a alguien a quien odia en ti.

Sebastien sabía que tenía razón, pero aún así, no podía traicionar a su hermano. Estaba atrapado entre la lealtad familiar y su propia brújula moral, una brújula que le indicaba que el camino que su padre y su hermano estaban tomando era el equivocado. Pero, ¿cómo podría darles la espalda?

Las semanas continuaron y la relación entre Daphne y Theodore seguía desarrollándose. Theodore la buscaba, la tentaba, y ella, aunque al principio había intentado resistirse, ya no podía negar la atracción que sentía hacia él. A pesar de su relación con Sebastien, había algo en Theodore que la intrigaba, una oscuridad seductora que la hacía sentirse viva, aunque sabía que estaba jugando un juego peligroso.

Daphne intentaba justificar su comportamiento. Se decía a sí misma que lo que estaba haciendo no era más que una aventura, algo pasajero que no afectaría realmente su relación con Sebastien. Pero cuanto más tiempo pasaba con Theodore, más difícil se le hacía convencerse de esa mentira. Había comenzado a pasar más tiempo con él a escondidas, encontrándose en lugares apartados donde nadie pudiera verlos.

Una noche, mientras estaban juntos en un rincón oscuro del castillo, Theodore se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con una mezcla de arrogancia y deseo.

—Sabes que esto no es solo un juego, ¿verdad? —le susurró, su voz suave pero peligrosa—. Tarde o temprano, tendrás que elegir.

Daphne sintió un nudo en el estómago. Sabía que Theodore tenía razón, pero la idea de elegir entre él y Sebastien la aterraba. No quería perder a Sebastien, pero tampoco podía negar los sentimientos que Theodore despertaba en ella. Era como si estuviera atrapada entre dos mundos, uno seguro y otro lleno de incertidumbre.

—No sé qué quiero —murmuró finalmente, apartando la mirada.

Theodore sonrió, como si su confusión solo sirviera para aumentar su control sobre ella.

—Lo sabrás cuando llegue el momento —dijo, antes de inclinarse y besarla con intensidad.

Daphne cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, pero en el fondo, sabía que estaba caminando hacia el desastre.

Sebastien había comenzado a notar la distancia emocional entre él y Daphne, pero nunca habría imaginado la verdad. Estaba convencido de que su cambio de actitud se debía a la presión de la guerra, al caos que se avecinaba. La presión de su madre sobre ella. A pesar de sus sospechas, nunca habría creído que su propio hermano estuviera involucrado.

Una tarde, mientras Sebastien se encontraba en la biblioteca de la mansión Nott, Theodore lo encontró. Había algo en la expresión de su hermano que lo inquietaba, una frialdad que le recordó a su padre.

—Necesito hablar contigo —dijo Theodore, su tono serio.

Sebastien cerró el libro que estaba leyendo y asintió, indicándole que se sentara. Theodore no lo hizo. En lugar de eso, se quedó de pie, observando a su hermano con una intensidad que lo hizo sentir incómodo.

—Daphne te está mintiendo —dijo Theodore de repente, sin rodeos.

Sebastien sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. No quería creerlo, pero la seguridad en el rostro de Theodore lo hizo temer lo peor.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Theodore se acercó lentamente, sus ojos fríos y calculadores.

—Ella y yo hemos estado viéndonos a escondidas —dijo, cada palabra cayendo como una daga en el corazón de Sebastien—. No es solo un coqueteo. Se siente atraída por mí, y lo sabes.

Sebastien se quedó paralizado, incapaz de procesar lo que estaba escuchando. Su propio hermano. Sentía que el aire se volvía denso, como si no pudiera respirar.

—Estás mintiendo —logró decir finalmente, aunque sabía que no lo estaba.

Theodore soltó una carcajada baja y cruel.

—Sabes que no lo estoy. La verdad es que Daphne no te merece. Siempre ha estado indecisa, jugando contigo mientras se siente atraída por mí. Yo le doy lo que tú no puedes.

Cada palabra de Theodore era como una puñalada en el corazón de Sebastien. Quería golpearlo, quería gritar, pero todo lo que podía hacer era mirar a su hermano con incredulidad.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.

Theodore lo miró con frialdad, su rostro imperturbable.

—Porque este es el mundo real, Sebastien. No hay espacio para la debilidad. Y tú eres débil.

Sebastien sintió como si el peso de todas las traiciones cayera sobre él al mismo tiempo. Su padre, su hermano, Daphne... Todo lo que había creído estable en su vida se estaba desmoronando, y no sabía cómo detenerlo.

Theodore se giró para marcharse, dejando a Sebastien solo en la biblioteca, rodeado de la oscuridad que ahora parecía reflejar su propio corazón roto. Mientras observaba a su hermano marcharse, Sebastien supo que nada volvería a ser igual.

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