
-𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐬𝐢𝐱.
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Leyla
Esa mañana decidí retomar mis pasatiempos favoritos.
Luego de desayunar y ponerme al día con mi abuela, fui directo a los establos y ensillé a Amon, mi viejo caballo. Había sido una regalo tradicional de mi padre en mi décimo onomástico. Recordaba vagamente lo furioso que se puso Ormund cuando se enteró que yo había recibido un macho, mientras que Robb y él tenían a dos hembras.
—¡No es justo! —había dicho mi hermano, con los labios fruncidos. —. Ella es una niña, padre.
—Igual que ustedes a su edad. —respondió mi padre, sin levantar la vista del mapa en su escritorio. —Y estoy segura que Leyla puede hacerlo.
Amon seguía fuerte a pesar de los años. Más calmado y menos temperamental que antes, por supuesto, como los buenos hombres. Me permitió montarlo sin dificultad, y en cuanto sus cascos chocaron contra el suelo fuera de las murallas, supe que había hecho lo correcto.
Guié a Amon hasta el medio del bosque del rey. No tenía intenciones de perderme durante mucho tiempo. Aunque podría, pero mi abuela me mataría si no llegara a la hora de la merienda. Pero lo que sí necesitaba era tomar un respiro.
Después de lo de anoche, me urgía.
No me arrepentía de haber ido a su habitación. Solo de... haber dejado que notara mi duda. Mi debilidad. Él no tenía derecho a leerme con tanta claridad. No después de todo lo que había pasado. No después de todo lo que me obligué a olvidar.
Y, sin embargo... ahí estaba su voz, como un eco persistente.
"La próxima vez... no toques. Entra."
Maldito.
Bajé el ritmo de Amon y lo llevé al trote junto al arroyo. El agua se movía despacio, como si también quisiera hacerme pensar. No lo permitiría. No hoy. Tenía días, semanas enteras sin poder montar, sin poder desconectarme de esas paredes llenas de recuerdos.
Estuve a punto de bajar la guardia... si tan solo no hubiera escuchado el crujido entre los árboles.
Amon giró ligeramente la cabeza en esa dirección, alerta. Yo también lo hice, apretando las riendas con fuerza.
—¿Quién está ahí? —dije al aire.
Solo obtuve silencio.
Me tensé. Ya no parecía un animal.
Apreté las piernas contra los costados de Amon, preparada para dar la vuelta y volver a las murallas si era necesario.
No tenía con qué defenderme si llegaban a ser forasteros. Ni un arma ni una tonta rama. Estaba sola y desprotegida. Sola. Completamente sola...
Y entonces lo sentí. Esa punzada aguda, absurda, casi ridícula, que se arrastraba desde mi estómago hasta el pecho como un susurro de algo que me negaba a aceptar: miedo. ¿Desde cuándo le tenía miedo al bosque? ¿Desde cuándo me preocupaba por estar desarmada? Yo, que a los ocho años me perdí dos días enteros en la Ciudadela para demostrarle a Ormund que no necesitaba ni su ayuda ni su permiso.
Pero claro... en ese entonces, las cosas eran más simples. Más predecibles. No cargaba con tanto. No había voces en mi cabeza ni miradas persistentes rondándome incluso cuando cerraba los ojos.
"No pudiste quedarte en esa cama sin pensar en lo que pasaría si venías."
Apreté los dientes. No. No ahora. No aquí.
El crujido volvió, más cerca esta vez. Amon resopló, inquieto. Podía volver. Podía girar, galopar de regreso a la fortaleza, mentirle a mi abuela y decirle que el barro estaba demasiado denso para seguir. Podía encerrarme de nuevo en mis cuatro paredes, donde todo era más fácil de ordenar, más fácil de evitar.
O podía quedarme.
Inspiré profundamente. Si Daemon había decidido seguirme —y era muy propio de él hacerlo sin pensar en lo inapropiado que resultaba— al menos tendría que dar la cara.
—Daemon, si eres tú... —mi voz salió más firme de lo que me sentía. —...te juro por los dioses que si das otro paso sin hablar primero, te hago tragar esas botas horrendas tuyas.
Pero no fue Daemon quien emergió del follaje.
—¿Me vas a hacer tragar qué? —dijo Jenna, entre jadeos, con una ramita pegada al flequillo sudado.
Parpadeé.
—¿Qué...?
—¿Siempre amenazas con violencia a los que te buscan? —agregó, alisándose el vestido como si eso pudiera borrar lo ridículo de su entrada.
—Jenna, por la madre...
—Sí, sí, ya sé. No soy la sombra encapuchada que esperabas. Pero gracias por la amenaza, muy... acogedora.
La observé con la boca entreabierta mientras ella avanzaba, limpiándose las manos con una torpe dignidad que me provocó una risa contenida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté al fin.
—La abuela insistió en que viniéramos a buscarte. Tiene algo para ti.
—¿Y no pudo enviar a alguien más? —solté con un tono condescendiente. —. No pudiste atravesar todo el bosque a pie y menos sola.
—Tal vez... pero ensuciar mi vestido es mejor que seguir con la tortura que la abuela me ha estado haciendo pasar. —Respiro hondo, recuperando el aliento. —Y obvio que no vine sola. Gareth quiso ir por el camino más corto, aunque yo le dije que tomarías el largo porque el aire es mejor. Pero ya sabes cómo es cuando toma una decisión. Es un tronco difícil de talar.
—Si... me recuerda un poco a Robb. —dije, torciendo un poco la sonrisa que había formado.
—Ya... es porque la tía Lyn era idéntica al tío. El mal carácter viene de familia.
—Y la obstinación también. —añadí, sin poder evitar una risita seca.
Jenna se acercó un poco más, ya sin fingir la compostura. Se dejó caer sobre una roca junto al arroyo, sacudiéndose la falda como si eso pudiera quitarle el barro. Amon resopló otra vez, como si se burlara de su esfuerzo.
—¿Te molesta que hayamos venido? —preguntó, bajando la voz.
—No... para nada. —respondí, algo más rápido de lo que quise. —Solo me tomaron por sorpresa.
—Lo noté. —Me miró de reojo. —Pero debes admitir que fue listo. Pocos son capaces de hacer ceder a Melessa Tyrell.
—Ya lo creo... —solté en un susurro.
Okey, si. Debía admitir que Daemon tenía una labia a la que nadie podía resistirse. Pero tratándose de mi abuela... era realmente sorprendente.
Aunque no haya salido de su propia boca que él había sido el responsable de toda esta sorpresa, tenía mis razones para sospechar —y asegurarme— de que él planeo todo. Un gran gesto, sin duda, pero todo con Daemon era un juego. Un dar y recibir. Siempre había algo oculto tras sus acciones. Y por más lindas acciones que tuviera conmigo o mi familia, eso nunca bastaría para que llegase a perdonarlo o tan siquiera que hiciera de la vista gorda a todo lo sucedido y seguir como si nada. Ya había tenido suficiente de todo eso.
Baje de un salto de la silla, cuidando de no hacerle daño a Amon ni a mi misma. Jenna, en cuanto me vio, me hizo un hueco en su asiento improvisado. Me senté a su lado con un suspiro largo. Amon se quedó cerca, pastando sin alejarse mucho.
—¿Qué tal va la búsqueda de marido? —pregunté inmediatamente. Jenna me rodeó los ojos y dejó caer su cabeza entre sus piernas. —. ¿Tan mal?
—Espantosa. —respondió. —Cuando dije que quería un matrimonio por amor, no me refería a que debería ser inmediato. ¡Dioses! No puedo enamorarme de alguien con solo oírlo hablar sobre estúpidas peleas o...o si solo hablan de lo linda que les parezco. Es...es
—¿Tedioso? ¿Incómodo? ¿Molestó?
—¡Exacto! —exclamó, levantando las manos de un tirón. —. Todos creen que con decirme "qué hermosos ojos tienes", me derretiré por ellos. Si, tengo un bonitos ojos, pero tengo mejores cualidades.
Solté una risita baja, mirándola con ternura.
—Si se de lo que hablas. Es muy... —solté un suspiro. —...frustrante.
Jenna pareció haber captado mi cambio de tono. En cuanto me gire, ella ya estaba mirándome con una ceja alzada.
—Eso sonó muy personal... ¿pasó algo?
Tragué saliva.
¿Qué debía decir? ¿Qué no había podido conciliar el sueño desde que fui POR MI PROPIA CUENTA a la habitación de mi esposo? ¿O que mi intranquilidad había vuelto a ser de las suyas y ahora estaba en verdaderos aprietos?
Daemon tenía un plan. No sabía para qué, pero tenía algo entre manos. Y, sin quererlo, yo ya estaba involucrada. Y mi familia también.
—Creo que Daemon trama algo...
Los ojos de Jenna se abrieron como platos y, muy sospechosamente, se comenzó a remover los cabellos sueltos de su trenza.
—¿Po..por qué crees eso?
—No lo sé. Tal vez son solo ideas mías... pero, por alguna razón, no está siendo él. —exhale, pasándome una mano por el rostro. —Me estoy volviendo loca...
Jenna no dijo más. Apoyo una mano en mi rodilla, consolándome a su forma. Por más que pareciera una chica segura, le costaba mucho expresarse. Yo, en cambio, de un tiempo para acá empecé a dejar de lado la inseguridad y preferí hablar a quedarme callada.
—Ayer olvidé preguntarte... —dije mientras volvía a incorporarme. —¿Cómo le va a Elinor?
Comenzamos a ponernos al día, esta vez, sin las interrupciones ocasionales de mi abuela. El sol se empezaba a filtrar por los costados descubiertos de los árboles, formando rayos de luz mucho más intensos. Amon pastaba con la paciencia que los años le habían otorgado, y por un momento, todo pareció sencillo, correcto. Como si nada hubiera cambiado. Como si la que estuviera a mi lado no fuera mi prima, y si la mujer que prácticamente cambió el rumbo de mi vida.
Pero no era así... nunca volvería a ser así.
—¿Sabes? —dije, tras un largo silencio, clavando la vista en el arroyo. —. A veces creo que todo lo que Daemon toca se vuelve... incierto. No sé si me está usando o si realmente... quiere arreglar las cosas.
—¿Y si son ambas? —preguntó Jenna, muy bajito. —. Puede que quiera arreglarlo... a su manera.
Asentí. Porque lo sabía. Porque lo había visto en su mirada. En su forma de pararse frente a mí como si esperara una batalla pero deseando una tregua.
—¿Y tú qué quieres, Leyla? —preguntó entonces, seria, sin rodeos.
La pregunta me golpeó en el centro del pecho. ¿Qué quería yo? Lo tenía muy claro: tranquilidad. Quería no tener que preocuparme por el futuro, dejar de pensar en las tonterías que Daemon me decía, y por sobre todo, ser feliz.
Estuve a punto de responderle con la verdad, con lo que sentía mi cabeza. Pero un crujido a nuestras espaldas nos envolviendo en miedo, y tras el, un grito:
—¡Aquí están! —dijo un cansado y sudoroso Gareth, mientras se apoyaba en sus rodillas para recuperar el aliento.
—¿Te lo dije o no te lo dije? Yo siempre tengo razón.
Me levanté y fui a ayudarlo. Parecía haber corrido por todo el bosque cinco veces como mínimo.
—¿Estás bien? —pregunté, pasándole una mano por la espalda.
—Si..si. —respondió y exhaló una última vez y al fin se recompuso. —Gracias, Lea. Al menos tú si te preocupas por mí...
—Eres un dramático, ¿lo sabes? —dijo Jenna luego de que llegó con nosotros, fulminando a Gareth con sus ojos azules.
—¿Dramático yo? —replicó el, enderezándose con fingida indignación mientras se alisaba la camisa empapada de sudor. —. Debíamos ir juntos. Pudiste haberte perdido o algo peor.
—Pues mira, llegue antes que tú y tu sentido común.
Y una vez que comenzaban, no había fuerza en el mundo que pudiera apaciguarlos.
En un momento decisivo en su discusión, vi una escapada y fui directo con Amon. Hacía años que ya no podía hacer de intermediaria, y aprendí a las malas a no meterme en sus altercados.
Acaricie su pelaje blanco, casi tan blanco como la nieve que caía en el Norte. Lo mantuve cuidado a pesar de estos años y mis conflictos personales. El era mi responsabilidad, siempre lo sería, aunque aveces creía que era al revés.
—¿Qué dices? ¿Un último paseo antes de volver? —susurré contra su pecho.
—¡Nada de eso! —gritó Gareth. Al parecer había terminado o pospuesto su pelea con Jenna. —. Nos vamos. Melessa me matará a mí si no las llevo completas.
—Déjate un rato del papel de hermano mayor. —dijo Jenna, corriendo hasta mí para dejarlo atrás. —Te vuelves insoportable.
—Lo hago por su bien.
Luego de un rato más de discusión entre ambos, y que Jenna estuviera apunto de arrojarle una piedra a Gareth, los tres subimos al lomo de Amon. No estuvo muy contento, pero no le quedó de otra.
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La Fortaleza Roja estaba de lo más tranquila. El poco alboroto se acumulaba en el patio del castillo, donde los caballeros entrenaban de manera vigorosa y sin pudor. Camisas sueltas, cuerpo sudorosos y cabellos revueltos. Todo un espectáculo para las damas.
Daemon lanzaba golpe tras golpe, más punzante y peligroso, a su oponente.
Las espadas chocaban unas con otras, ninguno dispuesto a rendirse.
Pero, tras una estocada certera, logró desarmar a Alyn con la misma rapidez del viento.
—¡Carajo! —exclamó el Blackwood una vez que cayó de espaldas contra el suelo.
Daemon lo disfrutó como si estuviera saboreando un dulce caramelo.
—¡Vamos, Alyn! —dijo mientras le extendía la mano. —. No es como si de verdad hubieras tenido chance.
Alyn rodeó los ojos y rechazó su ayuda, poniéndose de pie por sí solo. Daemon no se lo pudo tomar de mejor manera.
—Eres un horrible perdedor, ¿lo sabes? —soltó, manteniendo su sonrisa torcida.
—Tu eres un cabrón, ¿lo sabes? —contradijo, arrojándole un pañuelo para el sudor, pero no pudo evitar reír a la par de su amigo. —. Idiota.
Daemon lo escucho a la perfección, y en otro momento lo hubiera enfrentado por el insulto, pero no hizo más que hacerle gracia. En cambio, se fue directo a una mesa arrinconada junto a las armas, sirviéndose una copa con agua recién traída por su escudero.
—¿Otra ronda? —dijo Alyn una vez que llegó a su lado, tomando una copa para el.
—Con esta vamos en la cuarta, Alyn. Dame un respiro. —contestó el platinado, recargándose en la mesa mientras bebía hasta la última gota de agua.
—¿Qué tal una noche de copas? —comentó Alyn luego de un pequeño silencio. —. Como en los viejos tiempos...
—Pasó. —Daemon volvió a llenar su copa, pero se detuvo al sentir la mirada fulminante de su amigo. —Estaré ocupado. Tengo responsabilidades, ¿sabes?
—¿Tú? ¿En serio?
Alyn soltó una carcajada, la clase de risa que siempre terminaba contagiando a los demás, pero Daemon ni siquiera parpadeó. Solo le lanzó una mirada de soslayo y se llevó la copa a los labios.
—Muy en serio. —dijo tras beber. —Alguien tiene que vigilar que Otto Hightower no convierta este castillo en una biblioteca polvorienta.
—Ajá. Lo que digas. —añadió Alyn con una mueca. —. ¿Y qué clase de responsabilidad te tiene tan... formal?
Daemon no contestó de inmediato. En cambio, clavó los ojos en el portón de entrada. Los guardias lo abrían justo en ese momento, y el sonido de cascos sobre piedra comenzó a llenar el patio como un tambor sordo.
—Esa. —fue lo único que dijo.
Alyn frunció el ceño, girándose para mirar.
Un único caballo cruzó el umbral, pero sobre él iban tres pelirrojos con los colores claros y brillantes que caracterizaban al Dominio. Pero solo una era la que tenía la total atención del príncipe.
—Ah, claro... —susurro Alyn, aburrido. —...ese asunto.
Daemon ni siquiera alcanzó a oírlo luego de absorber su mirada en la figura de su esposa. Leyla dirigía al caballo hasta una parte desocupada del patio, su cabello y atuendo casi intacto, como si no hubiera estado durante horas a las afueras de las murallas.
Observó al joven Tyrell desmontando de primero. Rápido y ágil, como si quisiera demostrar algo. Acto seguido, tendió la mano a la joven de los ojos azules, ayudándola a bajar con sumo cuidado.
Daemon se mantuvo erguido en su lugar, debatiendo si hacer acto de presencia o mantenerse al margen tal y como se había prometido a sí mismo. No quería presionar a Leyla, pero también le era inevitable no sentir esa punzada de necesidad cada que la veía, sin poder acercársele como cuando todavía la tenía a su lado.
Pero, ese pensamiento le duró poco.
Toda la tranquilidad que había en sus ojos, se esfumó en cuanto observó la intención que tenía el chiquillo Tyrell sobre Leyla.
Su mano, mucho más pequeña que la de él, cubriéndole la rodilla por encima de la falda. Demasiado cerca para ser un simple roce.
Y Daemon no dudó —ni pensó—.
Para cuando se dio cuenta, ya había dejado la copa a medio terminar sobre la mesa y cruzaba el patio a paso firme, sin prisa, pero con una intensidad que hacía a los más atentos apartarse de su camino.
Alyn lo vio alejarse y soltó un leve resoplido.
—Oh, por los dioses... aquí vamos otra vez.
Leyla seguía encima del caballo, acariciando la cresta blanca, sin asimilar el tornado que estaba apunto de chocar en su dirección.
—¿Quieres que te ayude...? —preguntó Gareth, alzando sus brazos, listo para sostenerla en ellos.
Sin embargo, de un segundo a otro, ya había alguien interponiéndose en su camino.
—¿Daemon...?
Él no respondió. Su sola presencia era una respuesta en sí misma.
Clavó los ojos en Gareth, fríos como el acero, mientras su sombra se proyectaba sobre el muchacho que aún mantenía los brazos extendidos hacia Leyla, sin bajar la cabeza y retratarse como otros hubieran echo en su lugar.
—¿Se te perdió algo, mocoso? —murmuró el mayor, alzando una ceja contra el Tyrell.
Gareth dejó salir un resoplido, sin dar paso atrás. En cambio, se acercó más.
—Podría preguntarle lo mismo, su alteza.
Leyla frunció el ceño ante su pequeño enfrentamiento. Nada la incomodaba más que las tontas escenas entre hombres.
—Gareth, detente. —dijo en dirección de su primo, más como una orden que una petición.
El joven titubeo, pasando su mirada entre Leyla y Daemon. Se detuvo unos segundos más en su prima, mirándola con ojos que suplicaban algo. Pero Leyla no cedió.
—¿Por qué no vamos a ver a la abuela para decirle que ya regresamos? —intervino Jenna, colocándose entre los dos hombres.
Gareth no pareció captar la indirecta, porque se quedó estático en su lugar, mirando fijamente a Leyla. Buscaba algo en sus ojos que solo él pudiera reconocer, pero no encontró nada más que frialdad.
Leyla, harta, bajó lentamente por su cuenta, ignorando la mano extendida de Gareth, y se colocó justo entre ambos hombres, sintiendo la tensión calar en el ambiente
—Iré en un momento. —dijo con voz firme, dirigiéndose a su prima. —No tardaré, lo prometo.
Sin esperar más, Jenna se agarró del brazo de Gareth y lo arrastró a adentro del castillo, murmurando algo entre dientes.
Daemon no dijo nada. Solo se mantuvo inmóvil, sin quitarle los ojos a Leyla. Estaba seguro de haber visto esa mirada en algún otro momento.
—¿En serio? —dijo ella, volviendo la vista hacia él sin rastro de una sonrisa.
—¿Qué? Estaba claro que no podría contigo.
—¿Dices que soy muy pesada?
—No, claro que no. —replicó, haciendo una mueca. —¿Qué no lo has visto? Es una lombriz.
—Daemon...
Él no respondió, pero no se contuvo la risita que le causó al verla "enfadada".
Leyla rodeó los ojos y se cruzó de brazos. Estaba claro que no tenía humor para sus bromas.
Daemon la examinó de pies a cabeza, buscando algún detalle. Tenía tierra en los bordes de su vestido, una hebra suelta escapando de su trenza, y sin embargo, parecía no inmutarse por ello. La Leyla que él recordaba hubiera echado el grito al cielo si saliera con esas pintas, y más si se paseaba así por la corte. Se veía tan normal, tan ligera...
—No puedes tratar así a Gareth.
—¿Por qué no?
—Uno, es mi primo. —señaló, levantado un dedo en su cara. —Y dos, eres un príncipe. No puedes hacer este tipo de cosas, ni mucho menos frente a una multitud.
—Uno, ese tipo te ve como todo menos como su prima. —respondió, haciendo su mismo ademán. —Y dos, ya deberías saber que no me importa la opinión de las personas, a excepción de una.
—Bueno, dudo que a su majestad le parezca que su hermano esté haciendo grillas en medio del patio de su castillo.
—A mi hermano le da igual lo que haga mientras me mantenga al margen. Pero no es a él a quien me refiero... —Su voz fue bajando conforme sus ojos se posaron en los de Leyla.
Lo había captado al instante y no pudo evitar que su pulso no se acelerara.
Estuvo apunto de decir algo, de romper ese sentimiento que se había asentado en su interior, hasta que alguien lo hizo por ella.
—Lo llevaré a los establos por usted, milady.
La voz pertenecía a uno de los escuderos del patio, un muchacho joven con la mirada gacha y el rostro enrojecido por la incomodidad de interrumpir en un momento tan... privado. Se acercó al caballo con paso vacilante, extendiendo una mano para tomar las riendas.
Leyla parpadeó, la burbuja que la rodeaba con Daemon se rompió al instante.
—Gracias, Harwin. —dijo con gentileza, soltando la correa del animal. —Ten cuidado con su pata trasera, está algo sensible.
El chico asintió con una rápida reverencia antes de alejarse con el animal, dejándolos otra vez a solas... aunque ahora con menos intensidad. O al menos eso intentaron fingir ambos.
—Te..tengo que ir con...
—Te acompaño. —dijo Daemon, sin un gramo de duda.
—No, como crees. —respondió, formando una ligera sonrisa nerviosa. —Debes estar muy ocupado en tus cosas.
—Ya le he pateado demasiadas veces el culo a Alyn. —dijo mientras le pasaba sigilosamente un brazo por la espalda. —Puede esperar.
Leyla respiró hondo y, sin más remedio, caminó junto a Daemon, adentrándose en la fortaleza. La sensación de tenerlo tan cerca la incomodaba a más no poder, y no por que estuviera empapado en sudor, sino por los recuerdos.
Daemon notó el disgusto en su gesto y se retiró a una distancia adecuada, no sin antes disculparse en un susurro.
Leyla se lo agradeció con silencio y una media sonrisa.
Había cosas que habían logrado sobrellevar, pero la confianza con la que se movían era la prueba de que no todo se había olvidado.
—¿A qué saliste tan lejos? —preguntó él, sin detener el paso.
—No fue tan lejos. —respondió Lea, fruenciendo el ceño. —El Bosque Real sigue siendo una zona asegurada.
—Sigue siendo lejos y peligroso.
—Sé cuidarme sola, Daemon.
—Eso no está en duda. —replicó él con calma. —Pero no eres tú en quien no confío.
Leyla soltó una leve exhalación por la nariz, como si estuviera al borde de la risa, aunque sin humor.
—¿Estás diciendo que no confías en Gareth?
—Estoy diciendo que no confío en ningún hombre que te mire de la forma en que él lo hace.
—Créeme que él piensa lo mismo que tú. No es como si fueras santo de su devoción...
—Ya te lo dije. No me importa la opinión de otros, a menos que sea la tuya.
Leyla giró el rostro hacia él, arqueando una ceja con una mezcla de burla y escepticismo. Había algo en la forma en que lo decía —tan directo, tan natural— que descolocaba a cualquiera. Pero ella ya había aprendido a navegar en las mareas impredecibles de Daemon Targaryen.
—¿Debo sentirme afortunada? —preguntó, entrecerrando los ojos con una sonrisa torcida, una que intentaba ocultar más de lo que revelaba.
Daemon soltó una risa por lo bajo, ese tipo de risa que nacía del pecho y no necesitaba carcajadas para hacerse notar.
—Sin duda. No muchas personas pueden presumir que me importa lo que piensen. De hecho... —se inclinó ligeramente hacia ella, con tono más bajo. —...creo que ahora eres la única.
Leyla lo miró de reojo.
—¿Ahora? —preguntó, con un tono divertido. —. Entonces no siempre fui la única.
—Bueno... no del todo... —respondió el, ladeando la cabeza. —Antes vivía para llenar las expectativas de mi padre y, de vez en cuando, tener un poco de su aprobación. Ahora está hecho cenizas y guardado en una urna bajo este castillo.
—Que directo...
—Es la verdad, Leyla. —dijo con franqueza. —Hace mucho que dejé el duelo por mi padre y aprendí que ese es mi forma de asimilar las cosas.
—Pues vaya manera tan rara.
Daemon se encogió de hombros, como si no pudiera hacer nada al respecto.
—La vida es rara. Yo solo sobrevivo como puedo.
Leyla bajó la mirada, pensativa. En el fondo entendía más de lo que quería admitir. Cada uno llevaba sus pérdidas de forma distinta, y ella... bueno, tampoco era la mejor para expresarlas.
Caminaron en silencio por unos segundos, hasta que se adentraron en la segunda planta del castillo, donde solo pocos eran admitidos.
—Nunca supe cómo lo llevaste. —dijo usando un tono más suave, como si temiera arruinar la conversación. —Lo de tu padre.
Leyla sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Nunca habían tocado ese tema desde que se habían reunido. Y ella hubiera preferido a que se hubiera quedado así, como un pendiente.
—Lloré en su lápida, dormí en su cama y guardé su ropa... hasta que tuve que seguir, como todos.
—¿Lo sigues extrañando? —preguntó Daemon, sin ironía, sin arrogancia. Solo curiosidad sincera.
Leyla se detuvo unos segundos antes de responder. No era una pregunta que le hicieran a menudo. No así, al menos.
—Lo extraño cada día... pero no como antes. —respondió sin mirarlo, clavando los ojos en una pared de piedra que no le devolvía más que su reflejo distorsionado. —Antes lo extrañaba como a una parte de mí que había perdido. Ahora me he quedado con los buenos recuerdos y nada más.
Daemon asintió con lentitud, comprendiendo más de lo que dijo. Hubo un breve silencio, y por una vez, ninguno lo llenó con palabras innecesarias.
Subieron el último tramo de escaleras, hasta un pasillo iluminado por los ventanales de la tarde. El dorado del sol teñía las paredes de una calidez que contrastaba con la frialdad de los recuerdos que los envolvían.
—No tienes que hablar de él si no quieres. —añadió Daemon, bajando la voz.
—Lo sé. Pero me hace bien. Aunque sea un poco. —susurró, finalmente girándose hacia él. —Gracias... por comprende.
Daemon se limitó a asentir. No dijo que lo haría mil veces si eso le daba paz, ni que se había mordido la lengua durante años por no arrastrarla al pasado. Solo se quedó ahí, mirándola, como si el simple hecho de estar a su lado bastara.
Leyla pareció dispuesta a decir algo más, pero antes de que pudiera abrir la boca, se oyó una voz lejana llamándola desde el fondo del pasillo:
—¡Lea! ¡Por fin llegas! La abuela quiere verte ya, dice que ha esperado suficiente.
Era Jenna, con los brazos en jarra y el ceño fruncido, aunque una sonrisa traviesa se asomaba por la comisura de sus labios.
Leyla soltó un suspiro resignado e hizo una diminuta reverencia como despedida. Estuvo a punto de girarse, pero una mano se lo impidió.
Daemon la tenía tomada por la muñeca. No era una agarre muy fuerte, ni mucho menos agresivo.
—¿Daemon?
Daemon no respondió al instante. Solo la miró, como si intentara memorizar cada centímetro de su rostro bajo la luz dorada que se colaba por los vitrales. Había algo en su expresión —una mezcla de urgencia contenida y miedo— que no solía verse en él. Leyla tragó saliva, sin apartar la mirada.
—Cenemos. Por favor. —dijo finalmente.
—Eh... no creo que sea buena idea... —murmuró ella.
—Te contaré todo. Contestaré cualquier pregunta que me hagas. Seré totalmente honesto, lo prometo.
—Daemon...
—Si luego de eso decides que no valgo la pena, lo entenderé y no insistiré más. Lo juro, Leyla.
Leyla bajó la mirada por un instante, sintiendo cómo su corazón tamborileaba con una fuerza tonta, casi puberta. No sabía si era por las palabras, por el tono en que las había dicho, o por la forma en que él aún la sujetaba, como si temiera que el más mínimo movimiento la alejara para siempre.
—No me jures nada, por favor... —susurró. —Porque yo sí te creería. Y eso me da más miedo que cualquier mentira.
La mano de Daemon tembló ligeramente, apenas perceptible, pero ella lo notó. Conocía a ese hombre demasiado bien. Conocía su fuerza, su temple de acero, la máscara que rara vez se resquebrajaba. Y, sin embargo, ahí estaba, sosteniéndola con una fragilidad que no era física, sino emocional. Como si temiera romper algo valioso. Algo que no sabía si aún tenía permiso de tocar.
—Lea...
—Suéltame, por favor. —dijo más como orden, sin un rastro de duda.
Daemon acato de inmediato, pero no se rindió.
—Leyla...
—Lo pensaré, ¿si? Necesito tiempo.
Daemon asintió despacio, esta vez sin mirarla. No insistió. No se justificó. No intentó disfrazar su decepción con orgullo. Solo la dejó ir.
Leyla se giró sin decir nada más y caminó con paso firme hacia donde la esperaba Jenna. No se detuvo ni una sola vez, aunque sentía su espalda arder bajo la mirada de Daemon. No necesitaba volverse para saber que él seguía ahí, viéndola alejarse, como tantas veces en el pasado. Como si ese adiós no fuera definitivo, pero sí el borde de algo irremediablemente frágil.
—¿Y bien? —preguntó Jenna en cuanto estuvieron lo bastante lejos para que nadie las oyera. —. ¿Qué fue todo eso? Parecían a punto de...
—Ahora no, Jen.
Jenna cerró la boca al instante. La sonrisa pícara que aún le quedaba se esfumó, reemplazada por una preocupación genuina. Ladeó un poco la cabeza, como si evaluara la magnitud de lo que acababa de ver en los ojos de su prima, pero no insistió. Conocía a Leyla. Sabía que si ponía un límite, era porque en verdad estaba conteniendo algo que la desbordaría si abría la compuerta equivocada.
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Leyla
Cuando llegue a la recámara de mi abuela, ya ni siquiera estaba preocupada por el sermón que me esperaba por irme sin avisar.
Me quedé quieta en el sofá junto a Jenna, que era la que más llevaba la conversación. Yo ya estaba ida. No podía concentrarme cuando aún sentía arder mi muñeca por el pequeño contacto con Daemon.
No era un ardor real, claro. No había marcas, ni presión, ni fuerza. Pero su tacto se me había quedado grabado como fuego lento, como si su mano no solo me hubiera detenido, sino abierto una grieta. Y por esa grieta se había colado todo lo que me esforcé años en enterrar.
—Leyla. —dijo la voz tranquila de Melessa. —¿Puedo saber qué te tiene tan absorbida, mi luz?
Parpadeé un par de veces y volví al presente. Mi abuela tenía evidente preocupación por mi, además de intriga —claro está—. Nunca se le pasaba algo por alto, por muy diminuto que fuera.
—No es nada, abuela... —respondí bajando lentamente el rostro. No quería que me viera más afligida de lo que me sentía.
—Si, claro. —dijo Jenna, dándome un codazo en el brazo. —Díselo, Lea. No es como si fuera la gran cosa.
—¿Qué sucedió? —preguntó la abuela, alzando una ceja y dejando de lado el aperitivo que comía.
—No fue nada...
—Entonces cuéntalo. Yo también quiero saber que te dijo el príncipe.
Jenna y su bendita lengua suelta.
—¿Estuviste con Daemon?
Asentí con la cabeza, sin poder admitirlo con mi propia voz.
—Me lo encontré cuando recién volvimos del paseo y estuvimos hablando... nada más.
—¿Nada más? —repitió Jenna. Estaba segura que sonreía de oreja a oreja por haberme sacado la información. —. Yo no vi solo eso...
—Jenna, querida. —pronunció con fuerza Melessa, acercándose a nosotras en unas zancadas. —¿Qué tal si vas a ver si las cartas ya fueron enviadas?
—¿Las cartas? —volvió a repetir Jen, perpleja.
—Si, las cartas. —repitió Melessa. Sonreía de una forma ¿extraña? Parecía más una mueca que una sonrisa de verdad.
Voltee a ver a Jen y parecía más confundida que yo. Luego, en unos segundos, dejó salir un grito y salió corriendo de la habitación. Ella no era despistada. Podría olvidar yo mi onomástico antes que ella.
—¿Cartas? —pregunté cuando Jen cerró la puerta de un golpe, dejándome sola con la abuela. —. ¿Enviaron cartas a Altojardín? Porque si es así, quisiera enviar algunas para...
—Mi luz, ¿qué sucede en verdad?
Su voz cambió. Ya no era la de la dama elegante que todos admiraban, ni la de la matriarca que mantenía el nombre de la casa Tyrell en alto desde el silencio. Era solo mi abuela. Mi segunda madre. Lo poco que me quedaba. Y por eso fue peor.
Nunca había podido mentirle a esa mujer.
—Daemon quiere... hablar. —solté sin rodeos, pero sin poder verla a la cara.
Ya podía oír venir los regaños por yo haberlo permitido y las mil y un formas en las que ella lo haría sufrir si se atrevía a acercárseme. Tal cual como lo había hecho cuando llegue desconsolada a Altojardín hace unas cuantas lunas.
—¿Y qué quiere ese niñito ahora?
Estaba siendo considerada, eso estaba claro.
—Dice que quiere ser honesto... contarme todo. —respondí, encogiéndome de hombros.
Melessa resopló como si acabara de oír que un burro quería volar.
—Honesto. Claro. Seguro también dice que ya ha cambiado, que ha madurado y que esta vez no te romperá el corazón sino que te lo devolverá con moño.
—Abuela...
—¿Qué? ¿Voy a mentir? Ese muchacho tiene más palabras que sentido común. Y tú tienes el rostro de quien está considerando escucharlas todas como si fueran promesas de oro. Ay, mi niña...
—No lo estoy considerando. —mentí mal, muy mal.
—No me mientas, mi luz. Se te nota hasta en la raíz del cabello. Lo miras como si fuese el último sueño bonito antes de despertar. Y eso me preocupa. Porque sé bien lo que pasa cuando una se encariña con los sueños: despiertas llorando y con la cara llena de almohada.
Tuve que cubrirme la boca para no reírme. Era trágico, pero era ella. Era Melessa.
—¿Y entonces qué hago? ¿Lo ignoro? ¿Lo rechazo con una nota perfumada?
—¿Perfume? Por los Siete, no. ¡Una piedra en la cabeza es más efectiva! —Se levantó y caminó de un lado a otro, como si estuviera a punto de preparar una estrategia de guerra. —. Podríamos hacer que se alguien se encargue de él. Puede ser un príncipe, pero cualquiera podría plantarle una daga en el corazón con una buen remuneración.
—Abuela...
—O podríamos hacerlo nosotras mismas. Conozca algunas personas que hacen buenos menjurjes que lo harían dormir unos días o... años.
Tuve que reír. No me quedó otra. Era una risa torpe, ahogada entre el miedo y la nostalgia, pero real.
—No planeo caer, lo juro. Solo... quiero respuestas.
Melessa me miró entonces con esa expresión suya que combinaba ternura y amenaza.
—Y si no te gusta lo que descubres, ¿qué harás?
—Me iré.
—¿Y si te gusta?
Ahí no supe qué decir. Porque eso era lo más aterrador de todo.
—Entonces... —me aclaré la garganta. —Entonces pediremos esa receta.
Melessa sonrió, por fin de verdad.
—Mi niña... si ese idiota te hace llorar otra vez, juro que me pongo una armadura, busco un dragón prestado y se me va a olvidar que ya tengo bisnietos. ¿Está claro?
—Clarísimo.
—Bien. —Me palmeó la mano y volvió a su asiento con ese aire de reina sin corona que siempre llevaba encima. —Ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Irás?
No respondí de inmediato. Tenía que tomar una decisión, claro está. Pero la verdad era que no había prisa.
Daemon no había dicho nada sobre qué día sería la dichosa cena. Solo que quería hablar. Que necesitaba contarme la verdad. Palabras que podían significar todo... o absolutamente nada. Como siempre.
Podría ir mañana, o en una semana, o en tres lunas. Podría ir cuando la primavera llegara al Tridente o cuando el vino dejara de subirle a la cabeza. Podría hacerlo esperar.
Y vaya que se lo merecía.
Un ojo por ojo, pensé. Que ahora fuera él quien se revolcara en la incertidumbre. Que se preguntara si yo iría, si le creería, si abriría la puerta o si me reiría en su cara. Porque durante años, fui yo la que esperó. La que se quedó mirando el umbral, la que creyó que con amor bastaba. La que se aferró a palabras vacías y promesas rotas.
Ahora que quería hablar, que lo hiciera con el nudo en la garganta.
Podía escribirle una nota, por cortesía. Algo como "Recibí tu invitación. Estoy evaluando mi disponibilidad. Atentamente, la mujer que dejaste en el lecho." O quizás no escribirle nada. Dejar que la duda se le enredara en la lengua y lo hiciera tropezar en cada palabra.
—No lo sé aún. —dije, finalmente. —Daemon siempre a sido un obsesionado con el control. Que una vez no lo tenga no lo matará...
Melessa asintió con orgullo implantado en los ojos.
—Me parece excelente, mi luz.
Sonreí.
—Además... —añadió, sirviéndose un poco de té como si no acabara de tramar la venganza emocional de una dama de alto linaje. —...la espera embellece las cosas. Que se imagine esa cena, que prepare su discurso frente al espejo, que elija qué ropa ponerse... y que termine sentado a solas con su copa de vino, preguntándose si abrirás la puerta.
—Eso suena cruel, ¿no lo crees?
—Suena justo, mi luz. Justo y con estilo.
Yo también me serví una taza, más por tener algo entre las manos que por sed.
La verdad era que sí, lo haría esperar. No porque quisiera vengarme exactamente, sino porque necesitaba recuperar el equilibrio antes de enfrentarme a él. Porque si iba ahora, con las palabras aún revueltas en mi pecho y el tacto de su mano ardiendo en mi piel como tinta fresca, no sería una conversación... sería un incendio.
Y si algo me había enseñado el tiempo, es que los incendios no se apagan con lágrimas. Se apagan con calma. Con estrategia. Con poder.
Así que sí, lo haría esperar. Que se cociera a fuego lento.
Y si después de eso seguía allí... tal vez, solo tal vez, lo escucharía.
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Mucho tiempo sin pasarme por aquí, eh.
¿Qué tal están? ¿Cómo los trata la vida? Yo he estado hasta el tope con tareas y entregas finales. La próxima semana empiezo exámenes y después se viene mi examen de admisión. Sé que dije que no actualizaría hasta entonces, pero necesitaba distraerme o se me quemaría el cerebro.
También, por si no supieron, me enfermé esta semana y la pasé mal. Por eso les recomiendo tomar vitaminas para tener más defensas, no como yo que me lleva la vrg cada que me da una gripa.
Bueno, volviendo con el capítulo, ¿les gustó? ¿esperaban esto? Se viene por fin la pequeña venganza de Leyla. Tome la idea al leer un comentario en el capítulo pasado. No será algo tan extremista, porque pues estamos hablando de Leyla —la mujer más correcta que he escrito en la vida—, pero algo habrá, lo prometo.
Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia, se los agradecería bastante y así actualizo antes <3
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