
-𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲.
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El calor sube por todo su cuerpo en cuanto siente como Daemon la acorrala contra la pared rocosa, mientras él se divertía envolviéndola en besos y jugueteando con su lengua. Parecía necesitado, urgido de su sabor, y nada iba a detenerlo.
No se inmutó en interrumpirlo, en cambio, quería exigirle que siguiera con lo que fuera que estuviera haciendo sobre ella. Una vez que volvió a tocar su piel y sus brazos la tomaban como si fuera a escaparse, ya había perdido. Tan bien se sentía, que no se detuvo a pensar en si alguien los estaba viendo o los llegasen a escuchar, lo único que le importaba es que siguiera, pero con más fuerza.
Daemon aceleró la acción, subiendo su vestido para que pudiera tomarse con más fuerza. Prosiguió bajando la cabeza, besándole el cuello hasta bajar hasta su pecho, aprovechando el poco escote que lo había estado volviendo loco toda la mañana. Bajo una de sus manos hasta su muslo, apretándolo al compás de los gritos ahogados que Leyla soltaba en su oído. Por un momento se preguntó si era lo que realmente quería, pero no tardó mucho en olvidarlo en cuanto sintió las manos suaves y delicadas de Leyla recorrerle todo el pecho hasta aferrarse a su cabello plateado. Y fue la respuesta que necesitaba. Lo que su interior debía sentir para dejarse llevar.
Volviendo a ayudarla, subió más la falda, hasta su cintura, y la empinó para que se aferrara a su cintura. Necesitaba verla sin ese estúpido vestido verde y con el cabello rojo cayéndole por los senos. Quería tenerla bajo él y hacerla sentir lo que tanto se había guardado durante años. Hacerla suya y de nadie más.
Dieron una vuelta y Daemon caminó hasta una puerta cercana, abriéndola de un golpe con la espalda y cerrándola de la misma manera tras de ellos. Ni siquiera le puso atención a donde habían entrado, hasta que sintió su cuerpo caer sobre una mesa y cientos de cosas cayeron al suelo. Giró su rostro al segundo para ver si algo se había roto, pero tan rápido como lo hizo, Daemon le volvió a girar la cara, tomándola de la mejilla con delicadeza.
—Pu..pudo romperse algo... —tartamudeo, señalando con el dedo las cosas que no había alcanzó si quiera a ver del todo.
—Estoy seguro que no extrañaré nada de eso. —respondió sin alguna gota de preocupación, como si ya lo tuviera planeado. Luego, cargó sus dos manos sobre su cara, acareándola con sus pulgares. —Esto... es lo que me importa en este momento.
Leyla abrió ligeramente la boca, pero no hablo, sintiendo como su cuerpo le temblaba, la adrenalina del momento volviendo. Asintió varias veces, y aligeró los hombros, tratando de contener la poca confianza que había tenido hace un momento. ¿Estaba lista? Tal vez, ¿Quería hacerlo? Por supuesto que si, ¿Se sentía a la altura? Para nada. No sabiendo toda la experiencia que Daemon tenía en el asunto. Ella apenas y se había acoplado a la idea de besarse a escondidas, mientras que él ya tenía claro qué hacer y cómo seguir. Tenía una súper ventaja que ella nunca iba a poder superar, y la inseguridad no tardó en invadirla. Al igual que Daemon en notarla.
—¿Qué sucede? —le preguntó, viéndola de costado con un tono de sinceridad. No obtuvo respuesta alguna. —. Leyla, te estoy hablando.
Leyla parpadeó varias veces, tratando de disipar el torbellino de pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. No quería que él notara su inseguridad, pero sabía que ya lo había hecho. Daemon siempre tenía una habilidad irritante para leerla con facilidad, incluso cuando ella intentaba esconderse tras una máscara de indiferencia.
—No es nada. —murmuró al final, aunque su voz carecía de la firmeza que hubiese querido.
Daemon no se tragó la mentira. Sus dedos dejaron su rostro y se deslizaron por su cuello hasta su clavícula, dejando un rastro de calor en su piel.
—No soy adivino. —su tono era bajo, pero cargado de una paciencia peligrosa. —Dímelo.
Ella tragó en seco. ¿Cómo explicarle lo que sentía sin parecer una niña tonta? La diferencia entre ellos era abismal, no solo en edad, sino en experiencia. Daemon no era un hombre cualquiera; él sabía exactamente lo que hacía, cómo hacerlo y cómo hacerla perder el control. Y eso la aterraba y la emocionaba al mismo tiempo.
—Yo... no soy como las demás. —susurró, sintiendo el calor arder en su rostro al confesarlo.
Daemon arqueó una ceja, sin soltarla.
—No quiero que seas como las demás.
Leyla apartó la mirada, mordiendo su labio.
—Lo digo en serio, Daemon. No tengo tu experiencia, no sé cómo... seguirte el ritmo.
Él soltó una risa baja, profunda, esa que siempre la hacía estremecerse.
—¿Eso es lo que te preocupa?
Ella no respondió, pero el rubor en sus mejillas lo hizo por ella.
Daemon deslizó una mano hasta su cintura y la atrajo más hacia él, dejando un beso lento en su mandíbula antes de susurrarle al oído:
—No tienes que saber nada, Lea. Solo confía en mi.
Leyla sintió su corazón tamborilear contra su pecho. Por un instante, se permitió creerle, permitirse sentir sin pensar demasiado. Porque con Daemon, pensar siempre terminaba en una batalla perdida.
Así que, por primera vez, en vez de dudar...
Se dejó llevar.
Se aferró a su cuello y lo atrajo hacia ella, dejando que sus labios se encontraran en un beso que comenzó tímido, pero que Daemon no tardó en profundizar. Su mano subió por su espalda, presionándola más contra él mientras su otra mano se mantenía firme en su cintura, guiándola sin apurarla.
Leyla sintió su cuerpo encenderse en respuesta. Su inseguridad no desapareció por completo, pero había dejado de importarle. Porque Daemon la sostenía como si nada más existiera en el mundo, como si no hubiera nadie más a quien quisiera tener en ese momento.
Tan rápido como al inicio, bajo sus manos hasta su pecho y comenzó a quitarle camisa por camisa. Desatando los nudos y arrojando la ropa a un lado no tan claro, dejando ver su abdomen bien trabajo. Se separaron un segundo, mirándose fijamente para retener aire y continuar. Leyla dejó que sus dedos remarcaran las líneas en su torso, observando la ligera emoción en los ojos de Daemon al rozarlo.
Se detuvo al ver la evidente desventaja que tenía al ella seguir vestida, y suponiendo que le sería difícil, se adelantó a desamarse el listón del corset, pero Daemon la detuvo rápidamente, tomándole las muñecas y volviendo a poner sus manos sobre él.
—¿Qué crees que haces? —dijo con un tono que la asustó por un momento.
—Cre..creí que te sería difícil...
—¿No dijiste que tengo mucha.. experiencia?—susurró en su oído, haciéndola dar un ligero brinco. Volvió a verla con una media sonrisa. —. No me quites la diversión, ¿si?
No tuvo tiempo de responderle cuando Daemon sumergió su cara en su cuello, dejando un rastro de sus labios desde su mandíbula hasta por encima de sus pechos mientras desataba nudo tras nudo de su espalda, haciéndola sentir algo que nunca había experimentado. La satisfacción de cómo sus labios la marcaban por la espalda y seguía hasta su pecho, le era realmente agradable y mucho más. Excitada. Esa era la palabra correcta. Estaba realmente excitada con cada movimiento que hacía sobre ella y como su cuerpo se complementaba con el suyo, moviéndose como si no fuera la primera vez que lo hacían.
Decidió no interrumpirlo, con lo que se veía realmente fascinado, y enredó sus dedos sobre su cabello, haciendo los besos más profundos. Pero con cada roce, sentía como su cuerpo se calentaba más y aclamaba por él. Quería hacer algo. Que él también gozara de lo que ella sentía, pero mientras pensaba, percibió un ligero toque por su espalda, afirmando que Daemon había terminado por deshacerse de la poca separación que les quedaba.
Daemon volvió a enderezarse, reponiendo aire y volviendo a besarla, intensamente, y con una mano bajaba las cortas mangas de su apretado vestido, estremeciendola con el simple roce de sus dedos contra su piel desnuda. La tomó por su espalda baja, levantándola para terminar por quitarle la ropa, dejando ante sus ojos, la piel clara y delicada que alguna vez se había imaginado en sus más oscuros sueños.
Sin soltarla, siguió uniendo sus bocas como si de eso dependiera su vida. Como si la idea de estar separados fuera un atentando a su corazón.
Con sumo cuidado, la espalda de Leyla tocó las delicadas sábanas de la cama, pero no estaba dispuesta a dejarse caer sin antes cerciorarse de que Daemon seguía ahí. Aunque estaba claro que no estaba flotando por arte de magia.
—Si hacemos esto.. ¿no te arrepentirás..? —le preguntó ella, tratando de disimular el ligero temor que le había invadido la mente. Ya no sería una gran sorpresa que Daemon volviera irse, pero no estaba lista para enfrentarse a un Daemon rencoroso por el resto de su vida.
Daemon se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en la de Leyla como si estuviera asegurándose de que ella realmente entendiera la respuesta antes de que la dijera.
—No soy un hombre que se arrepiente de lo que realmente desea. —murmuró al final, su voz ronca y grave. Sus dedos se deslizaron por su mejilla con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada. —Y te deseo a ti, Leyla.
Ella sintió su estómago encogerse. Sabía que Daemon era un hombre de pasiones volátiles, que podía ser fuego y hielo con la misma facilidad, que sus deseos lo impulsaban más que cualquier otra cosa. Pero aún así... había una parte de ella que temía lo que vendría después.
—Pero... —tragó saliva, apartando la vista por un segundo antes de volver a encontrar la suya. —¿Y si después cambias de opinión?
Daemon se inclinó sobre ella, apoyándose en sus antebrazos para no aplastarla, su rostro a escasos centímetros del suyo.
—¿Tienes tan poca fe en mí? —susurró, con una mezcla de burla y algo más profundo en su tono.
Leyla sintió que su cuerpo volvió a helarse. No era eso. O tal vez sí. No sabía cómo ponerlo en palabras sin sonar como una niña asustada.
—Siempre me has dado razones, pero... —dijo al final, en voz baja. —Lo que temo es lo que puedas sentir después.
Daemon exhaló un suspiro casi divertido, pero sus ojos estaban cargados de algo más serio.
—Si estuviera tan acostumbrado a dejarte ir... no estaríamos aquí ahora.
Leyla no supo qué responder a eso. Porque tenía razón. Porque, a pesar de todo, Daemon volvería. Siempre la buscaba.
Así que, en vez de seguir preguntando, en vez de dejar que su mente se llenara de más inseguridades, dejó que sus dedos se deslizaran hasta la nuca de Daemon y lo atrajo una vez más hacia ella, buscando su boca con la misma necesidad que él la buscaba a ella.
Y esta vez, cuando sus labios se encontraron, no hubo más dudas.
Daemon correspondió al beso sin reservas, hundiéndose en ella como si el mundo más allá de esa habitación no existiera. Sus labios eran firmes, seguros, pero había algo en la manera en que la tocaba que lo hacía sentir diferente. No era solo deseo. Había una especie de devoción en sus manos, en la forma en que recorrían su piel con una mezcla de urgencia y paciencia.
Leyla sintió que el aire le faltaba, pero no quería separarse. No cuando la calidez de su cuerpo la rodeaba por completo, cuando sus dedos trazaban líneas invisibles en su piel que la hacían temblar. Por un momento, se permitió olvidarse de todo. De su miedo, de sus inseguridades, de las dudas que la atormentaban.
Daemon descendió lentamente, dejando un rastro de besos pausados por todo su torso. Su aliento cálido erizaba su piel, y su pulgar delineaba con lentitud la curva de su cintura.
—Dime que me crees. —susurró contra su piel, su voz vibrando en su oído.
Leyla parpadeó, su respiración entrecortada.
—¿Qué cosa?
Daemon se incorporó lo justo para mirarla, su expresión intensamente seria.
—Que no voy a dejarte.
Sus palabras la golpearon con más fuerza de la que esperaba. Porque una parte de ella quería creerle desesperadamente, pero otra... otra aún tenía miedo.
Leyla alzó una mano y tocó su rostro, deslizando los dedos por su mandíbula con una delicadeza que contrastaba con la intensidad del momento.
—Quiero creerte. —admitió en voz baja.
Daemon sostuvo su mirada por un instante y, sin previo aviso, tomó su mano y la llevó hasta su pecho, justo sobre su corazón. El latido era fuerte, firme, acelerado.
—Entonces escúchalo.
Leyla sintió un nudo formarse en su garganta. Porque, por primera vez, sintió que Daemon no solo le estaba ofreciendo palabras. Le estaba ofreciendo algo real, algo que él mismo no estaba acostumbrado a dar.
Y fue en ese momento que lo entendió.
Él tampoco quería perderla.
—Daemon... —susurró, pero no supo qué más decir.
Él no la presionó. Solo la miró con paciencia, con una intensidad que la hacía arder por dentro. Sus dedos se deslizaron por su cabello, apartando algunos mechones de su rostro antes de inclinarse y dejar un beso en su frente, más suave de lo que ella habría esperado.
—No voy a ninguna parte. —aseguró, su aliento cálido contra su piel.
Y Leyla quiso permitirse creerlo. Una vez más.
Soltó un suspiro entrecortado, cerrando los ojos un instante, como si con eso pudiera acallar sus dudas. Cuando los abrió de nuevo, encontró la mirada de Daemon fija en ella, expectante. No había diversión en su expresión, ni impaciencia. Solo una determinación inquebrantable.
—Está bien. —murmuró al final, su voz apenas un suspiro.
Daemon sonrió de lado, como si la respuesta fuera justo la que esperaba, y volvió a besarla. Pero esta vez, Leyla no dudó. No se resistió.
Esta vez, lo sostuvo con la misma intensidad con la que él la sostenía a ella.
Se olvidaron de todo. Como si solo hubieran postergado ese encuentro, con tal de que ambos sintieran la satisfacción del otro. Solos en su propio mundo. En su propio amor.
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Leyla parpadeó varias veces antes de abrir los ojos por completo. La luz vibrante que se filtraba por las gruesas cortinas indicaba que había pasado mucho tiempo desde que se dejó arrastrar por el agotamiento. Se movió lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas sobre su piel y la calidez aún presente en el colchón, aunque ya no hubiera nadie a su lado.
Daemon no estaba.
El pensamiento la hizo incorporarse de inmediato, con el pulso acelerado y una sensación extraña en el pecho. Su cabello caía en desorden sobre sus hombros, un leve recordatorio del frenesí de las horas anteriores, pero su vestido parecía haber vuelto a su lugar, ligeramente arrugado. Se pasó las manos por la tela, tratando de asimilar la escena.
¿Se había ido? ¿O solo estaba jugando? Ya no podía deducir nada con Daemon, pero tampoco estaba lista para volver al vacío del que había logrado escapar hace tan solo unos días. ¿Tan mala había sido? Que ni siquiera podía verle la cara. Pero antes de que pudiera responderse, recuerdos vinieron a ella al volver a tocar su cuello ligeramente rojizo. Daemon no había parado en ningún momento, y no pudo evitar que le dejara marcas. La sola idea de pensar en cómo estaría el resto de su cuerpo, la hizo sonrojarse.
Tras despejar sus pensamientos, algo llamó su atención.
Sobre la mesa de noche, había una carta cuidadosamente doblada y una taza aún humeante. Su estómago se revolvió antes de que siquiera pudiera procesar la razón. Algo en la escena le pareció frío, distante. Como si todo ya hubiera sido decidido antes de que ella despertara.
Con dedos temblorosos, tomó la nota y la desplegó. Reconoció la firma de Daemon al final antes de leer siquiera las primeras palabras.
«No te alarmes.»
La tinta negra sobre el papel era tan firme como su dueño. Leyla frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien.
«Entiendo si estás enojada y piensas volver a tu propósito de odiarme hasta el fin de tus días. Me lo merezco. Pero no puedo quedarme. No después de lo que hice. Bebé el té. Es lo mejor que puedes hacer por el momento.»
Eso era todo.
Leyla bajó lentamente la carta y dirigió la mirada a la taza junto a ella. El aroma era inconfundible, incluso para alguien como ella. Un nudo de hielo se formó en su estómago mientras su mente procesaba lo que estaba viendo.
Té de luna.
Una mezcla amarga, conocida por todas las mujeres, desde las nobles hasta las rameras, y bien sabida por los maestres. Un simple sorbo y no habría posibilidad de que lo que había sucedido dejara consecuencias.
La sensación de frialdad se extendió por su cuerpo como una sombra.
Leyla tragó en seco y cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la tormenta de emociones que la invadía. Pero era inútil.
La habitación se sintió más fría de lo que realmente estaba. Como si el simple hecho de ver aquella taza sobre la mesa de noche le hubiese robado todo el calor que aún quedaba en su piel.
Leyla entrecerró los ojos, su mente luchando por entender lo que sentía. Rabia. Confusión. Dolor. Una parte de ella quería creer que Daemon solo estaba asegurándose de que todo estuviera bien, de que no tuviera que preocuparse por nada. Pero la otra, la que conocía bien su forma de ser, no podía ignorar la realidad: él había tomado la decisión por ella.
Se levantó de la cama con movimientos torpes y furiosos, sintiendo sus piernas aún débiles. Caminó hasta la mesa, tomó la taza con ambas manos y la observó en silencio. El vapor seguía elevándose en pequeñas volutas, como si la estuviera invitando a dar un sorbo, a acabar con cualquier posibilidad de que algo los volviera a unir.
Sus dedos se apretaron en torno a la cerámica, sintiendo el leve cosquilleo del vapor contra su nariz. Podía percibir el aroma amargo impregnando el aire, una esencia que conocía demasiado bien, aunque jamás pensó que llegaría a probarla. No así.
Leyla tragó saliva.
Daemon lo había planeado todo. Había tomado la decisión sin preguntarle, sin mirarla a los ojos, sin quedarse a ver qué haría. Como si supiera que lo haría de todos modos.
Tal vez tenía razón.
Tomó aire, cerró los ojos por un instante y, sin pensarlo más, llevó la taza a sus labios.
El primer sorbo fue tan amargo como su propio orgullo, como la sensación punzante en su pecho. Como la decepción que no se atrevía a nombrar. Pero no se detuvo. Forzó otro trago, y luego otro, hasta que la cálida mezcla descendió completamente por su garganta.
Cuando apartó la taza de sus labios, se sintió vacía.
No hubo alivio. No hubo paz.
Solo un peso inamovible en el fondo de su estómago.
Dejó la taza con cuidado sobre la mesa, sin fuerzas para hacer nada más. No tenía sentido romperla, ni gritar, ni llorar. Daemon ya no estaba. Y aunque la sensación de su tacto aún ardía en su piel, aunque sus marcas seguían ahí, él ya había dejado claro que lo sucedido no significaría nada más.
Se abrazó a sí misma, tratando de ignorar el frío que se arrastraba por su cuerpo.
Lo que acababa de hacer era lo correcto, ¿no?
Entonces, ¿por qué se sentía tan terriblemente rota?
Se quedó en la habitación más tiempo del que le habría gustado admitir. Su cuerpo aún no terminaba de asimilar el té, pero los efectos ya estaban comenzando a hacer estragos en ella.
El dolor en su vientre era sordo, pero constante. No era tan insoportable como había imaginado, pero lo suficiente para hacerla fruncir el ceño de vez en cuando. Además, el mareo iba y venía en oleadas, dejándola con una sensación de inestabilidad que la obligó a sujetarse de los bordes de la mesa más de una vez.
No podía quedarse ahí.
Con pasos lentos, se dirigió hacia la puerta y la entreabrió con cautela. Asomó la cabeza con discreción, asegurándose de que el pasillo estuviera despejado antes de salir. No quería que nadie la viera abandonar la habitación de Daemon, mucho menos en su estado actual.
El calor del pasillo le golpeó de inmediato, su cuerpo absorbiendo la ola calurosa que ahora atravesaba el reino. Se enderezó con esfuerzo y comenzó a caminar, concentrándose en mantener la compostura a pesar del temblor en sus extremidades.
El murmullo de las conversaciones se hizo más fuerte a medida que avanzaba por los pasillos. Nobles y damas se movían por los pasillos iluminados con velas, absortos en sus conversaciones triviales. Cuando pasó junto a un pequeño grupo, simplemente asintió con la cabeza en señal de saludo, evitando que su voz delatara lo débil que se sentía.
Cada paso se volvía más pesado. El mareo se intensificaba, y por un momento temió que sus piernas no la sostuvieran. Se obligó a mantener el ritmo, apoyando brevemente una mano en la pared cuando sintió que la cabeza le daba vueltas.
Tenía que encontrar a su hermano.
Sus ojos recorrieron la multitud hasta que finalmente lo vio, de pie junto a una señor de porte elegante y una joven que no reconoció de inmediato. Ormund parecía absorto en la conversación, gesticulando con calma como solía hacer cuando se veía obligado a ser cortés.
Leyla avanzó con esfuerzo, sintiendo cómo su visión se volvía borrosa por un instante. Apretó los labios y tomó aire, obligándose a recomponerse antes de acercarse.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sus ojos se fijaron en la joven que acompañaba al señor.
Su corazón dio un vuelco al reconocerla.
Era Alana. Lady Alana Beesbury.
Leyla sintió su estómago revolverse, y no supo si era por la sorpresa o por los efectos del té de luna aún recorriendo su cuerpo.
Alana no había cambiado. Su porte seguía siendo impecable, su vestido de un tono suave resaltaba su piel clara y sus rizos castaños caían en cascada sobre sus hombros. Pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Había algo en ellos, una chispa de reconocimiento que apareció en cuanto sus miradas se cruzaron.
Por un instante, Leyla sintió que su cuerpo reaccionaba solo, como si hubiera estado esperado ese momento desde tiempo atrás. Volver a ver a su vieja amiga, y compañera de la corte, le hacían revivir los recuerdos de sus años como dama de compañía.
Ormund fue el primero en notar su presencia. Su rostro, siempre tan estoico, se endureció ligeramente al verla tan pálida y temblorosa.
—Leyla. —dijo con seriedad, pero no disimuló la preocupación en su mirada. Se separó de la conversación y se dirigió a ella, tomándola por los codos al notarla algo más pálida de lo normal. —¿En dónde carajos estabas? ¿Acaso te perdiste?
—Pa..para nada. —respondió, forzando una sonrisa para ignorar el malestar que le recorría el cuerpo. —Te dije que necesitaba aire y...
—¿Y duraste tantas horas tomando aire? —cuestionó, sin estar convencido. Leyla asintió repetidas veces, dejándole claro que no le respondería como él quería. Ormund tomó una bocanada de aire, puso los ojos en blanco, pero se limitó a sostener con más fuerza la mano de su hermana sobre su brazo. —. Como prefieras. Pero hablaremos de regreso...
Leyla volvió a asentir, reconfortándose de no tener que dar más explicaciones. Conocía a la perfección el temperamento de Ormund y si seguía, estaba segura de que sería un cuento de nunca acabar.
—Leyla. Tanto tiempo. —dijo una voz chillante tras la espalda de Ormund, llegando de sorpresa. —Ya extrañaba esos bonitos ojos verdes.
Leyla se alzó de puntillas, queriendo ver tras el hombro de su hermano, logrando ver la silueta de Alana por detrás y con una sonrisa de oreja a oreja. Por un momento, no supo qué responder.
Había esperado muchas cosas al reencontrarse con Alana, pero no que su voz la envolviera con la misma familiaridad de antaño, como si los años y la distancia no hubieran significado nada.
Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos.
—Lady Alana. —se obligó a hablar, forzando otra sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Alana ladeó la cabeza, como si analizara cada detalle de su expresión. Leyla sabía que no se le escaparía nada.
—Pensé que no te vería en toda la noche. —Alana tomó con delicadeza la falda de su vestido y dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellas. —Creí que alguien te tendría bajo llave o algo así. —ladeo los ojos, nada disimulada, hasta Ormund.
Ormund frunció el ceño, claramente incómodo con el intercambio, pero no interrumpió.
—Para nada, solo... —Leyla se mordió la lengua antes de decir algo que pudiera delatar su estado. Respiró hondo y volvió a hablar con el tono más estable que pudo reunir. —No esperaba encontrarte aquí.
—Oh, te sorprendería saber cuánto ha cambiado mi vida últimamente. —Alana sonrió, con ese aire travieso que siempre la había caracterizado.
Leyla no pudo evitar bajar la vista por un instante, sintiendo que la opresión en su pecho aumentaba. No podía hacer esto. No ahora.
El mareo volvió a golpearla con fuerza, haciéndola tambalearse. Si no fuera por el agarre firme de Ormund en su brazo, estaba segura de que habría caído de bruces frente a todos.
—Por los Siete, Leyla. —Ormund la sostuvo con más firmeza, su tono dejando entrever la preocupación que intentaba ocultar. —Estás helada.
Alana también notó su estado y, por primera vez desde que comenzó a hablar, su sonrisa se desvaneció.
—¿Estás bien? —preguntó, su tono ahora más serio.
Leyla asintió rápidamente, aunque la acción le hizo ver manchas negras en su visión.
—Solo... un poco de calor.. —murmuró, obligándose a sonreír.
Pero Alana no se lo creyó.
—Siempre fuiste terrible mintiendo. —susurró lo suficientemente bajo para que solo Leyla la escuchara.
Y, de alguna manera, ese simple comentario le hizo recordar cuánto la conocía. Demasiado.
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En las últimas horas del día, se dio a conocer la inevitable noticia por la cual se había convocado el gran consejo. El nombre del nuevo heredero del Rey Jaehaerys resonó por cada pasillo en Harrenhal, nombrando a su nieto mayor, el príncipe Viserys Targaryen, como príncipe de Rocadragón y Heredero al Trono de Hierro.
La mayoría vitorearon con la noticia, alegres por la decisión tomada. Algunos pocos, que habían apoyado ciegamente a la princesa Rhaenys y a su hijo Laenor, solo aceptaron la noticia y se dispusieron a retirarse del castillo.
Aunque algunos dudaban sobre el derecho de Viserys al trono y su debilidad tanto física como mentalmente, el hecho era que aceptaban tenerlo solo por ser hombre, y pensando que lo recompensaría en algún momento con un heredero mejor que capaz.
Ormund y Leyla se fueron enseguida del castillo, partiendo en compañía de sus vasallos de vuelta a Antigua. No tocaron el tema del heredero o del mal estado de Leyla durante todo el camino.
Cuando finalmente avistaron las murallas de Antigua, el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. El viaje había sido largo y agotador, pero Leyla no había pronunciado una sola queja. Ormund tampoco le había preguntado cómo se sentía; ambos sabían que cualquier respuesta sería una mentira o una evasiva.
Los estandartes de la Casa Hightower ondeaban con el viento al paso de la comitiva. Los guardias apostados en la entrada reconocieron de inmediato a su señor y permitieron el paso sin demora. Ormund cabalgaba al frente con la espalda recta y la mirada fija en el camino, pero Leyla apenas se mantenía erguida sobre su montura. A pesar del descanso en el viaje, el cansancio y el malestar aún la asediaban.
Al cruzar las puertas de la fortaleza, ambos bajaron de sus cabellos y fueron recibidos por los escuderos y la servidumbre. Leyla se limitó a saludar con la cabeza y abrazar a las doncellas que llevaban algunos años bajo su servicio. Mientras que Ormund discutía con el hombre al que había dejado a cargo del castillo tras su viaje.
Hasta que ambos volvieron a encontrarse en las escaleras de la entrada.
—¿Está todo bien? —preguntó Leyla, observando detenidamente el desconcierto en el rostro de su hermano.
Ormund no respondió de inmediato. Su ceño estaba fruncido y su mandíbula tensa, como si estuviera digiriendo una información que no le agradaba en absoluto. Solo cuando sus ojos se encontraron con los de su hermana, exhaló un suspiro pesado y apartó la mirada.
—Si, todo bien. —respondió. —Cosas de ser el Señor del Faro...
Leyla asintió luego de volver a ver los ojos miel de Ormund sobre ella. Estaba claro que no le compartiría todo el informe, pero tampoco se sentía bien dejándolo todo en manos de él. No cuando alguien podría ayudarle.
—Si hablamos de cosas de un señor... —pronunció con un tono más divertido, caminando más cerca de Ormund. —Entonces, ¿por qué no hablamos de qué es hora de conseguirte una esposa?
Ormund le dirigió una mirada de advertencia, pero Leyla solo sonrió con falsa inocencia.
—No empieces, Lea. —murmuró él, retomando el paso hacia el interior del castillo.
—Oh, pero alguien tiene que hacerlo. —insistió ella, siguiéndolo con ligereza, como si la fatiga del viaje hubiera desaparecido de repente. —Eres el señor de Antigua. No puedes estar por la vida sin a ver conocido el amor. Y necesitas un heredero.
Ormund bufó, pero no detuvo su andar.
—No necesito que me lo recuerdes. Ya hay suficientes consejeros y parientes entrometidos preocupándose por ello.
—Pero yo no soy solo una pariente entrometida. Soy tu hermana. —dijo con un deje de burla. —Y me gusta la idea de ser tía.
Ormund giró la cabeza y la observó con los ojos entrecerrados.
—¿No crees que con tu boda fallida fue suficiente?
Leyla se detuvo en seco.
La sonrisa juguetona en su rostro se desvaneció al instante, y Ormund notó el cambio de inmediato.
—Lea... —comenzó con cautela.
—Lamento si te moleste. No volveré a hacerlo. —interrumpió ella con rapidez, retomando su camino sin mirarlo.
Ormund suspiró con frustración, pasándose una mano por el rostro. No era su intención hacerla sentir mal, pero había tocado una herida que, aunque habían tratado de la manera más respetuosa y silenciosa posible, seguía abierta.
Aceleró el paso para alcanzarla.
—Leyla... —llamó en voz baja, usando el tono suave que pocas veces empleaba.
Pero ella no respondió, ni siquiera giró la cabeza.
Ormund apretó la mandíbula. No le gustaba cuando hacía eso. Fingir que no le afectaba, cuando él podía ver perfectamente cómo se tensaban sus hombros, cómo su paso se volvía más rígido, más mecánico.
—No era mi intención recordártelo. —dijo finalmente, caminando a su lado.
Leyla siguió en silencio por un momento, pero al final dejó escapar un suspiro cansado.
—No te preocupes. Es solo que... tienes razón. Ya tuve suficiente con eso.
Ormund frunció el ceño.
—Eso no significa que no tengas otra oportunidad.
—¿Otra oportunidad para qué? ¿Para ser usada como un simple acuerdo entre casas? —soltó una risa amarga y negó con la cabeza. —. No, gracias, hermano.
Ormund la miró de reojo. Sabía que en parte hablaba con ironía, pero también que sus palabras tenían peso.
—No todas las uniones son solo acuerdos. —dijo con calma.
Leyla sonrió con tristeza.
—Tal vez no. Pero las nuestras sí.
Ormund no pudo refutarlo. No en su caso.
Se quedaron en silencio al llegar a los pasillos interiores del castillo, donde la luz de las antorchas proyectaba sombras largas en las paredes de piedra.
Cuando llegaron frente a la puerta de la recámara de Leyla, ella se detuvo y lo miró por fin, su expresión más serena.
—Lo siento. No era mi intención arruinar la conversación.
Ormund negó con la cabeza.
—No te preocupes por eso.
Ella sonrió un poco y abrió la puerta.
—Descansa, hermano.
—Tú también, Lea.
Y con eso, la puerta se cerró tras ella.
Ormund se quedó allí unos segundos, mirando la madera oscura, antes de girarse y continuar su camino.
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Los meses siguientes pasaron tan velozmente que solo pudieron notar que el calor se intensificaba.
En Antigua, Leyla y Ormund se dedicaron a reordenar y restablecer acuerdos comerciales, llevando una vida tranquila entre las paredes del Faro.
No volvieron a haber cartas con el sello del dragón, ni mucho menos visitas inesperadas de individuos que ninguno deseaba ver. Ninguno volvió a tocar el tema del matrimonio y que harían respecto a ello. Leyla nunca le mencionó a Ormund sobre lo que había sucedido en Harrenhal ese día con Daemon. Conociéndolo bien, haría que buscaran a Daemon hasta por debajo de las piedras o el mismo iría a la corte a pedir que se anulara el matrimonio frente al moribundo rey, lo cual no deseaba en ese momento. Lo último que quería era perjudicar más a su hermano.
Hasta que un día volvió a llegar correspondencia a Antigua desde Desembarco del Rey, con la firma de la Mano y el sello de la casa Hightower sobre el papel. La primera carta fue escritura respetuosamente por sir Otto, pidiéndole formalmente a Leyla que volviera a la corte por petición del Rey Jaehaerys, pero Leyla se negó en cuanto lo escucho de la boca de Ormund. Podía sentir un gran aprecio por su majestad, pero no se creía capaz de volver a poner un pie en la corte luego de todo los recuerdos que tenía de ese lugar.
La segunda carta llegó a la finales de año, y de igual manera, escrita por Otto con la petición de que fuera a la corte. Esta vez, Leyla estuvo apunto de aceptar ir por las buenas, pero tan rápido como lo pensó, el sentimiento que tal vez Daemon estaría ahí, recorriendo los pasillos como si nada, la hacían ahogarse con el siempre recuerdo. Ya había sido humillada lo suficiente por ese hombre como para volver a ir tras de él como una tonta. Ya no estaba segura de soportar aquel sentimiento que su corazón tenía cada vez que Daemon se iba de su lado.
Una última carta llegó a mediados del año 102 d.C., traída personalmente por un mensajero de lord Mano, exigiéndole a Leyla partir a la corte. Ormund intentó de disuadirla de partir, pero Leyla ya no podía posponer aquel enfrentamiento con sus propios miedos. Y sin mucho entusiasmo, partió a Desembarco del Rey sin saber que le deparaba en aquel lugar, al cual juró no volver en su vida.
El viaje a Desembarco del Rey fue más largo de lo que Leyla recordaba. Quizás porque esta vez no viajaba con la emoción de la juventud ni con la ilusión de un futuro brillante en la corte. Ahora, cada milla recorrida la acercaba a un pasado que prefería enterrar.
El calor sofocante del verano hacía que el trayecto fuera aún más insoportable. Aun así, Leyla no se quejó. Pasó la mayor parte del viaje en silencio, observando los campos y ríos que cruzaban, mientras su escolta cabalgaba a su alrededor con la misma cautela que si escoltaran a una princesa.
Ormund no había querido dejarla ir sola, pero sus deberes como Señor del Faro no le permitieron acompañarla. En su lugar, envió a varios de sus hombres de confianza, junto con su maestre y una dama de compañía que había servido a su hermana desde su regresó a Antigua.
Cuando finalmente divisaron las murallas de Desembarco del Rey, una opresión se instaló en su pecho. Había creído que el tiempo y la distancia la habían preparado para este momento, pero al ver la Fortaleza Roja alzándose imponente en la colina de Aegon, comprendió que nunca estaría lista.
El sonido de los cascos de los caballos sobre el empedrado resonó con fuerza cuando cruzaron las puertas de la ciudad. A su paso, los pueblerinos los miraban con curiosidad, algunos murmurando al reconocer los estandartes Hightower. Leyla mantuvo la mirada al frente, sin permitirse mirar demasiado a su alrededor.
No pasó mucho tiempo antes de que llegaran a las puertas de la Fortaleza Roja, donde fueron recibidos por un grupo de guardias reales. Uno de ellos se adelantó y le hizo una reverencia.
—Lady Leyla Hightower, sir Otto la espera en la Torre de la Mano.
Leyla asintió con serenidad, aunque por dentro sentía cómo su estómago se revolvía con anticipación.
—Conduzcan el resto de mi séquito a sus habitaciones. Me dirigiré a la torre ahora mismo.
El guardia asintió y dio la orden para que los escoltas de Leyla fueran guiados a sus aposentos. Sin más demora, ella comenzó a caminar por los pasillos que conocía demasiado bien, siguiendo al caballero por los pasillos de la fortaleza.
A cada paso, los recuerdos se arremolinaban en su mente. La última vez que había estado ahí, lo había hecho con una promesa en el corazón y un futuro incierto. Ahora, regresaba con cicatrices invisibles y un peso en el alma que no podía ignorar.
Cuando llegaron a la puerta de la Torre de la Mano, el guardia se apartó y le indicó que podía entrar. Leyla tomó aire profundamente y empujó la puerta.
Dentro, su tío Otto la esperaba, de pie junto a una mesa llena de documentos. Sus ojos se alzaron en cuanto la vio, y aunque su expresión permaneció impasible, Leyla pudo notar el alivio en su mirada.
—Has tardado más de lo esperado.
Leyla inclinó levemente la cabeza.
—No estaba muy entusiasmada con el viaje.
Otto suspiró, pasándose una mano por la barba.
—Lo imaginé. Pero no podías seguir evitando esto, sobrina.
—¿El qué exactamente? —preguntó ella con cautela.
Otto la observó por un largo momento antes de hablar.
—Su majestad, el Rey Jaehaerys, se está muriendo. Su salud se ha deteriorado rápidamente estos últimos meses, y desea verte.
Leyla sintió cómo su estómago se encogía.
—¿Él... pidió por mí?
Otto asintió.
—Insistió en verte. Mencionó algo sobre oír tu voz.
Leyla apartó la mirada, intentando ordenar sus pensamientos. A pesar de su reticencia a volver a la corte, no podía ignorar una petición del rey, menos aún en su lecho de muerte.
—Lo veré. —dijo finalmente.
Otto asintió, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Entonces, prepárate. Mañana por la mañana, irás ante él.
Leyla asintió, pero una duda seguía carcomiéndola.
—¿Daemon está aquí?
Otto la miró con seriedad.
—Sí. Regresó hace poco de Lys.
Sintió una punzada en el pecho, pero no permitió que su expresión cambiara.
—Ya veo...
Otto observó su reacción con atención, pero no dijo nada más.
—Descansa, Leyla. Mañana será un día largo.
Ella asintió, girándose hacia la puerta con la sensación de que estaba apunto de desmayarse. Su mayor miedo era volver a verlo, y caer de nuevo como una ilusa, y parecía que se estaba cumpliendo.
Al día siguiente, se arregló como de costumbre con ayuda de su dama Lia, cepillando su cabello y formando pequeñas trenzas en algunos mechones para mantenerlo quieto. Cuando terminó, se quedó unos instantes frente al espejo, observando su reflejo con detenimiento. A pesar de la serenidad que intentaba proyectar, sus ojos la delataban: estaban llenos de incertidumbre. Se obligó a respirar hondo, enderezó los hombros y salió de la habitación.
El camino hacia las estancias del rey se sintió más largo de lo que realmente era. A medida que avanzaba por los pasillos, notó cómo la Fortaleza Roja se veía más solemne que antes. Los sirvientes hablaban en murmullos, y la guardia real patrullaba con un aire de mayor vigilancia. No era un secreto que la corte entera contenía la respiración, esperando la inminente partida de Jaehaerys el Conciliador.
Cuando llegó a la entrada de la habitación del rey, dos guardias se hicieron a un lado para permitirle el paso. Uno de ellos abrió la puerta con cautela, y Leyla entró con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
El cuarto estaba en penumbra, iluminado apenas por unas pocas velas y la luz tenue del amanecer que se filtraba por las cortinas. Un fuerte aroma a hierbas medicinales flotaba en el aire. Sobre la gran cama de madera oscura, Jaehaerys yacía rodeado por un dosel de cortinas semiabiertas, su cuerpo cubierto por mantas pesadas. Se veía débil, su piel pálida y sus facciones más afiladas por la enfermedad, pero sus ojos se iluminaron levemente al verla.
—Ahí estás... —su voz era apenas un susurro, pero cargada de calidez.
Ella se acercó con pasos silenciosos y se arrodilló junto al lecho, tomando con delicadeza la mano del rey entre las suyas.
—Majestad.
Jaehaerys la observó con una sonrisa cansada.
—Has crecido... más fuerte... más sabia.
Leyla bajó la mirada un instante antes de responder.
—No sé si me llamaría sabia, mi rey.
El anciano dejó escapar una risa débil.
—No seas modesta, querida... siempre has sabido más de lo que dejas ver.
Ella apretó su mano con suavidad, sintiendo la fragilidad en sus dedos.
—Creía que no vendrías. —continuó Jaehaerys, su tono volviéndose más grave. —Pero aquí estás...
Leyla tragó con dificultad. Aunque había escuchado sobre su deterioro, verlo así, reducido a una sombra del gran rey que una vez fue, era una imagen dolorosa.
—Lamento no haber venido antes.. —susurró.
—No importa ahora... —dijo el rey, cerrando los ojos por un momento. —¿Qué tal si me deleitas con una de tus historias?
Leyla sintió un nudo en la garganta al escuchar su petición. Jaehaerys siempre había disfrutado escucharla contar historias cuando era más joven, cuando su lugar en la corte aún no estaba marcado por la desilusión y la traición. Era un gesto simple, pero significativo, una muestra de afecto que trascendía el peso de los años y las circunstancias.
Respiró hondo, obligándose a sonreír suavemente, y acarició con delicadeza la mano del anciano rey.
—Por supuesto, majestad. ¿Cuál le gustaría escuchar?
Jaehaerys no respondió de inmediato. Sus ojos, empañados por la edad y el cansancio, vagaron por la habitación como si buscara en los recuerdos algo específico. Finalmente, una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Cuéntame sobre el día en que atrapaste aquella mariposa dorada en los jardines... Siempre me gustó esa historia.
Leyla parpadeó, sorprendida. No era una historia grandiosa de héroes y guerreros, sino un simple recuerdo de su infancia cuando visitó por primera vez Fortaleza Roja. Y, sin embargo, el rey lo recordaba.
—Oh, eso fue hace mucho tiempo... —susurró, pero al ver el brillo expectante en los ojos del rey, comenzó a relatarlo.
Cerró los ojos un instante, transportándose a aquel día bajo el sol, con la brisa cálida de la primavera agitándole el cabello mientras corría entre los setos del jardín.
—Tenía siete años, creo... Era una tarde muy calurosa, y mi septa insistía en que debía estar estudiando mis lecciones en vez de corretear como un niño salvaje. —dejó escapar una risa suave, sacudiendo la cabeza. —Pero en cuanto vi aquella mariposa dorada flotando entre las flores, olvidé todo lo demás.
Jaehaerys la miraba con atención, los labios curvados en una leve sonrisa.
—Corrí tras ella durante lo que pareció una eternidad. Cada vez que creía tenerla al alcance, se alejaba un poco más... Hasta que, sin darme cuenta, terminé en los jardines privados de la Reina Alysanne.
El anciano rey dejó escapar un débil suspiro al escuchar el nombre de su amada esposa.
—Recuerdo que ella estaba ahí, sentada con su bordado en el regazo, mirándome con esa paciencia infinita que tenía. En vez de reprenderme, se rió y me dijo: «Las cosas más hermosas no siempre deben ser atrapadas, pequeña».
Jaehaerys asintió levemente.
—Una lección que pocos entienden...
Leyla bajó la mirada, recordando el instante en que había dejado que la mariposa se posara en su mano, solo para verla alzar el vuelo una vez más, libre y dorada bajo la luz del sol.
—A veces pienso en eso, majestad... En lo que significa realmente dejar ir algo hermoso.
El rey la miró con una expresión enigmática, como si viera más allá de sus palabras. Finalmente, apretó levemente su mano con la poca fuerza que le quedaba.
—Y dime, Leyla... ¿Aprendiste la lección?
Ella no respondió de inmediato. No estaba segura de cuál era la respuesta. ¿Había aprendido a soltar lo que no podía retener? ¿O seguía aferrada a los recuerdos de lo que pudo haber sido?
Con un suspiro apenas audible, se inclinó ligeramente y besó la mano del rey con respeto.
—Aún estoy aprendiendo, majestad.
Jaehaerys cerró los ojos con una leve sonrisa.
—Eso es suficiente.
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Pasaron las lunas más rápidas de lo que a Leyla le hubiera gustado.
Dedico todo su tiempo a cuidar al rey, leyéndole, alimentándolo y curándolo junto a los maestres. En las primeras semanas, Jaehaerys aún tenía fuerzas para conversar en voz baja, para compartir recuerdos de su juventud y murmurar consejos con la sabiduría que solo él poseía. Pero con cada día que pasaba, su voz se fue apagando, sus momentos de lucidez se hicieron más escasos, y el peso de la muerte inminente se volvió imposible de ignorar.
La Fortaleza Roja también lo sintió. Los pasillos se llenaron de un silencio expectante, roto solo por el murmullo de los cortesanos que hablaban en susurros, como si temieran que una palabra demasiado alta pudiera acelerar lo inevitable. Las visitas al lecho del rey se volvieron más frecuentes: señores, maestres, miembros de la familia real... Todos deseaban verlo una última vez, despedirse antes de que el Conciliador partiera.
Pero era Leyla quien permanecía siempre a su lado.
A veces, se preguntaba si Jaehaerys aún la reconocía. Sus ojos, antes tan llenos de comprensión, vagaban por la habitación como si buscaran a alguien más. En ocasiones, tomaba su mano y la llamaba "Saera", con una ternura que le rompía el corazón.
—Estoy aquí, majestad. —susurraba ella, sin corregirlo.
Porque, al final, si aquel era el consuelo que el rey encontraba en sus últimos días, no se lo arrebataría. No creía en lo absoluto que se pareciera a la princesa Saera, aunque no recordaba haberla conocido, nadie en su vida se lo había mencionado. Ella era más pelirroja que castaña, con los ojos verdes y la piel blanca; mientras que la princesa se le había sido descrita como hermosa de pies a cabeza, esbelta, platinada y con los ojos violetas, seductora y atrevida. Todo lo contrario a lo que era ella.
Aun así, Jaehaerys la miraba con una mezcla de nostalgia y tristeza, como si en su mente no hubiera diferencia entre la muchacha que le ofrecía consuelo y la hija que una vez adoró. Leyla no entendía del todo qué lo llevaba a confundirlas, si la enfermedad, la culpa o el simple deseo de volver a ver a su hija antes de partir.
Con cada día que pasaba, la figura del rey se desdibujaba más. Apenas comía, y cuando lo hacía, era solo por la insistencia de Leyla y los maestres. A veces se despertaba sobresaltado en medio de la noche, murmurando nombres de personas que hacía años no estaban en este mundo: su amada Alysanne, sus hijos muertos, incluso el de su hermana Rhaena, la Novia Negra. Otras veces, simplemente dormía, atrapado en un sopor profundo del que costaba saber si despertaría.
El peso de la situación la oprimía más de lo que quería admitir. No hablaba mucho con los demás miembros de la corte, apenas veía a los príncipes o su tío. Solo existían Jaehaerys y aquellos largos días junto a su lecho, escuchando la respiración cada vez más pausada del monarca.
Y entonces, llegó la última noche.
Era tarde, la Fortaleza Roja sumida en el silencio. Leyla se había quedado dormida junto a la cama del rey, con la cabeza apoyada en su brazo, cuando un débil susurro la despertó.
—Leyla...
Se enderezó de inmediato, parpadeando para despejarse del sueño. Jaehaerys la miraba, y por primera vez en semanas, sus ojos parecían completamente lúcidos.
—Aquí estoy, majestad. —respondió, tomando su mano con delicadeza.
El anciano monarca esbozó una débil sonrisa.
—No dejes... que la historia se pierda.
Su voz era apenas un susurro, pero la intensidad en su mirada le heló la sangre.
—No..no lo haré. —prometió, sintiendo un nudo en la garganta.
Jaehaerys cerró los ojos, su respiración volviéndose más lenta. Leyla no soltó su mano en ningún momento, incluso cuando supo que el rey ya no despertaría.
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Inicio esto agradeciendo por las 50k lecturas, muchas gracias por el apoyo a esta historia <3
Bueno, esto vendría siendo el último capítulo del acto. ¿Opiniones? ¿Preguntas? ¿Dudas? ¿Teorías? Se viene el acto que tanto promocionó en tiktok jijiji. Se viene Viserys chapulín, los celos de Daemon a máximo nivel y más canas verdes para Ormund.
No sé cómo agradecer el apoyo, los comentarios y los votos. Pero gracias por tanto, perdón por tan poco ❤️
Espero verlos todavía en el acto cuatro; sombras. Por el canal de whats estaré dando adelantos y la fecha exacta en la que publicaré la introducción del acto y el primer capítulo (link en mi perfil)
Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia, se los agradecería bastante y así actualizo antes <3
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