
-𝐭𝐰𝐞𝐥𝐯𝐞.
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La luz del amanecer apenas asomaba sobre los tejados de Antigua, pero la familia Hightower ya se preparaba para el largo y solemne recorrido que seguirían los cuerpos de Lasy Lynesse y Robert Hightower a través de la inmensa ciudad. El viento salino del puerto se mezclaba con el incienso que los septones habían comenzado a quemar, un símbolo de purificación que parecía chocar contra el aire pesado y sombrío que envolvía la ocasión.
Leyla estaba de pie junto a uno de los ventanales del gran salón, mirando hacia la ciudad aún adormecida, cuando escuchó los pasos de su hermano Ormund acercándose. Él la observó en silencio durante unos segundos, con el mismo semblante severo que había mostrado desde hace días.
—Está todo listo. —dijo él finalmente, rompiendo el silencio con una voz que intentaba mantenerse firme. —Padre está abajo, debes apresurarte.
La menor no dio ninguna reacción visible, siguiendo su vista a las persona que se acercaban a Torrealta, todos vestidos de luto para honrar la memoria de su madre y hermano. Las lágrimas en sus mejillas habían secado hace varias horas, pero su dolor nunca se detuvo.
—Madre no quería esto.. —murmuró entre dientes, con su vista caída.
—Lea, debemos irnos. —volvió a ordenar el mayor, acercándose a ella con apuro. —Lea.
—Ella siempre quiso volver a los jardines de su hogar.. Madre debería estar donde el sol le tocara la frente y el aroma a flores llegada a su nariz..
—Leyla. —la llamo de nuevo, con su mirada molesta fija en ella. Pero Lea no respondió, como si estuviera aturdida de sus propias emociones. Sin prudencia, la tomó del brazo, con la suficiente fuerza como para enrojecer su piel. —Vamos. No tengo tiempo para tus cosas..
—Me estás lastimando.. Ormund. —dijo con esfuerzo, tratando de soltarse del agarre. —Su..suéltame.. por favor..
—Aquí ya no está ni Robb, ni ese idiota para que sigas haciendo lo que te venga en gana. —afirmó con furia. Luego, arrojó a Leyla fuera de la habitación. —Harás lo que se te ordena, cuando se te ordena.
Leyla cayó hacia el pasillo, tambaleándose mientras intentaba recomponerse. Ormund se detuvo un momento, respirando con dificultad, su rostro torcido por una mezcla de dolor y rabia contenida. La frialdad en sus ojos la hizo estremecer; el hermano que había conocido parecía haberse desvanecido en medio del luto y la amargura que ahora lo consumían.
Leyla se puso en pie, sosteniéndose el brazo donde aún sentía la presión de su agarre. Lo miró, los ojos oscuros y brillantes por la emoción contenida.
—Pe..perdón.. hermano.. —dijo con su voz quebrada. Sus orbes comenzando a cristalizarse de nuevo.
Por un momento, la dureza en el rostro de Ormund pareció quebrarse. Sus labios se torcieron, como si quisiera responderle, pero el peso de las emociones contenidas y el rencor acumulado lo paralizó. Desvió la mirada, inhalando profundamente, como si estuviera intentando reprimir algún impulso que ni él mismo comprendía.
—Vamos. —murmuró con voz tensa, aunque sin mirarla a los ojos. —No hay que hacer una escena..
Leyla sintió cómo sus palabras la atravesaban, pero se tragó el orgullo y el dolor, manteniéndose firme. Después de todo, el día no era para ellos y sus diferencias, sino para aquellos a quienes habían perdido. Miró hacia las escaleras, donde esperaba el cortejo que acompañaría a su madre y hermano hacia el descanso final.
—Tienes razón.. —asintió suavemente, reuniendo las fuerzas que aún le quedaban para enderezarse y limpiar las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos.
Ormund asintió apenas, sin decir nada, y juntos comenzaron a caminar hacia el gran salón. A medida que descendían las escaleras, el eco de sus pasos resonaba en el vasto y silencioso espacio de la torre. Las llamas de los candelabros iluminaban las paredes de piedra, proyectando sombras que parecían alargarse y contraerse como si también compartieran el luto.
Al llegar al pie de las escaleras, se unieron al cortejo, encabezado por su padre, Lord Hobert, quien apenas reconoció la presencia de sus hijos con una mirada abatida. El cuerpo de Lady Lynesse yacía en un féretro de madera adornado con tallados de rosas, mientras que el de Robert, su hermano mayor, descansaba en otro, marcado con el símbolo de la Casa Hightower.
El incienso llenaba el ambiente y el sonido de los rezos de los septones comenzó a elevarse, llenando el aire con un canto solemne. El murmullo de la multitud se apagaba en respeto, y el sonido de los rezos llenaba el ambiente. En ese momento, una figura vestida en tonos oscuros avanzó a través del gentío con una elegancia propia de quien había recorrido esas tierras durante años.
Lady Melessa Tyrell se acercaba con una suavidad que contrastaba con la solemnidad de la ocasión. Aunque sus cabellos habían perdido el brillo de la juventud, su presencia aún conservaba una fuerza que comandaba respeto. El rostro, marcado por las arrugas del tiempo, mostraba una mezcla de serenidad y tristeza mientras sus ojos se posaban en la figura de su nieta. Sin esperar un instante, se adelantó, rompiendo la barrera de distancia que se había formado entre las familias en duelo y el resto de la comitiva.
Al verla, Leyla sintió cómo las paredes de su autocontrol se derrumbaban. La mujer que había sido un faro en sus años de infancia, la protectora en sus días más oscuros, estaba ahí, dispuesta a ofrecerle un consuelo que ninguna palabra podía reemplazar.
—Mi dulce niña... —murmuró Melessa, su voz temblorosa pero cargada de ternura.
Al escuchar esas palabras, los tres Hightower se giraron, sorprendidos. Leyla avanzó apenas un paso antes de ser envuelta en los brazos de su abuela. Se sintió como si estuviera regresando a un tiempo más simple, como si la presión de las pérdidas recientes y las sombras del luto desaparecieran por un instante.
—Años sin verte... mi lucecita... —continuó Lady Melessa, susurrando mientras acariciaba el cabello de su nieta con un gesto lleno de amor.
Leyla, que hasta entonces había contenido sus lágrimas, sintió cómo la emoción se desbordaba en su pecho, arrasando la armadura de frialdad que había intentado construir. Se aferró a su abuela, las manos temblorosas mientras murmuraba con voz quebrada:
—Se fueron... los dos, abuela.
—Yo lo sé.. mi niña. —respondió la mayor, aferrándose más al débil cuerpo de Lea.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse para ellas dos, como si el resto del mundo no importara. Ormund, de pie junto a su padre, observaba la escena con una expresión indescifrable. Tal vez, en su semblante endurecido, hubo un destello de comprensión o tal vez de envidia, mientras su mirada se perdía en el abrazo que él mismo no se había permitido buscar.
Lady Melessa, sin soltar a Leyla, alzó la mirada hacia Hobert y Ormund, asintiendo con un respeto solemne.
—Mis queridos... Sé que este es un día difícil, pero sepan que nunca los dejaremos solos.. Mi casa no guarda rencores.
Ormund asintió, incómodo pero agradecido, aunque evitó mirar directamente a su abuela. Su padre, se acercó a su abuela con un leve gesto de respeto, ocultando la tristeza que apenas lograba disimular.
—Gracias, Lady Melessa. —respondió Hobert con voz baja y pesada. —La presencia de usted y lord Matthos en este momento significa mucho para nosotros.
Con delicadeza, Melessa soltó a Leyla, aunque mantuvo una mano en su mejilla, mirándola como si quisiera absorber en ese instante todos los años de ausencia. Sus ojos se encontraron, y en ese breve intercambio, Melessa transmitió una fuerza que fue más poderosa que cualquier palabra.
—Bueno.. —continuó hablando mientras limpiaba las lágrimas pasajeras del rostro de su nieta. —Es mejor empezar ya.
Melessa soltó a Leyla con suavidad y, en un gesto que reflejaba tanto el afecto como la solemnidad del momento, extendió su mano hacia Ormund, invitándolo a tomar el lugar que ahora debía asumir como el hermano mayor. Con cierto recelo, él aceptó su mano, permitiendo que su abuela lo colocara junto a Leyla, quien posó su mano en el brazo de su hermano, buscando un último apoyo mientras ambos enfrentaban la carga de la pérdida.
La procesión comenzó a avanzar lentamente, un río de luto que serpenteaba por las calles de Oldtown. La plebe se formaba en las esquinas de las calles, en los balcones y frente a los puestos, rindiendo sus respetos a la casa del faro. El camino hasta el Septo Estrellado estaba bordeado de figuras de negro y gris, y el silencio solemne que envolvía a la ciudad era casi sobrecogedor. Solo el eco de los rezos y el crujir de los pasos sobre las piedras interrumpían aquella quietud, resonando como un susurro colectivo que honraba la memoria de los perecidos.
Leyla se aferró inconscientemente al brazo de su hermano, con su mirada perdida en el rostro pálido de su madre. Casa paso le pesaba, como si la tristeza acumulada en su pecho se volviera más densa con cada esquina que cruzaban. Los gritos y llanos de las personas a su alrededor la aturdían aún más, suplicando por el descanso eterno de su madre y hermano.
Al llegar al septo, los septones aguardaban en fila, y el canto ritual comenzó a elevarse en el aire, inundando el recinto con una calma sagrada. Las figuras enlutadas se detuvieron, cada uno ocupando su lugar en silencio. Leyla miró el féretro de su madre, con las rosas talladas que parecían cobrar vida bajo la luz filtrada por las vitrinas del septo. A su lado, el cuerpo de Robert reposaba con el mismo semblante noble que había tenido en vida, aunque ahora envuelto en una paz que la muerte le había otorgado.
Su padre y hermano se adelantaron para ocupar su lugar junto a los cuerpos, y ella sintió un impulso repentino de seguirlos, de hacer algo que la acercara a quienes ya no estaban. Pero, en su lugar, permaneció inmóvil, su mirada fija en el rostro sereno de su madre, mientras un torbellino de emociones la envolvía. Sintió como alguien le apretaba la mano suavemente. Al mirar, vio la imponente figura de su prometido, con una media sonrisa en sus labios.
Daemon la miraba, y aunque en sus ojos brillaba un toque de arrogancia, en ese momento solo mostraba una comprensión tranquila que contrastaba con el tumulto de emociones en su interior. Sin pronunciar palabra, entrelazó sus dedos con los de ella, transmitiéndole un apoyo que no necesitaba de palabras. En ese pequeño gesto, Leyla sintió una fortaleza que le había sido esquiva hasta entonces, una chispa que encendía en su corazón una especie de consuelo en medio de la pérdida.
Sin apartar su mano de la de él, Leyla avanzó unos pasos hacia los féretros. Su hermano y padre la observaron desde su posición solemne, pero ella los ignoró por completo, centrando su mirada únicamente en los rostros de aquellos que yacían ante ella.
—Madre... —murmuró apenas, su voz un susurro quebrado que el murmullo de los rezos apenas dejaba escuchar. Inclinó ligeramente la cabeza, mientras la procesión y los rezos se mezclaban en un torbellino de emociones que la hicieron tambalearse por un instante.
Sintió la presencia de Daemon más cerca, el calor de su mano aún aferrada a la suya, como un ancla en medio del mar de dolor. Las palabras de despedida que había ensayado en su mente se disolvieron, reemplazadas por un silencio que, en ese momento, pareció decirlo todo. Leyla cerró los ojos, dejando que la quietud sagrada del septo cubriera su dolor, aceptando la paz que se les había negado en vida.
En ese instante, Ormund la observó de reojo. Una expresión ambigua cruzó su rostro, una mezcla de reproche y resignación. En el fondo, tal vez comprendía el lazo que Leyla compartía con su madre y con el hermano que habían perdido, un vínculo que él nunca había alcanzado a experimentar de la misma manera. Pero su orgullo, endurecido por el luto, le impidió acercarse. Menos, teniendo a Daemon a unos pocos metros.
Los septones culminaron sus rezos, y los últimos cánticos resonaron en las paredes de piedra del septo, despidiéndose de las almas que ahora se marchaban. El Gran Septon dio un paso adelante, su figura imponente destacando entre la multitud, y con voz firme, pronunció las últimas palabras para despedir los cuerpos.
—Lady Lynesse Tyrell y sir Robert Hightower han dejado este mundo. Que encuentren paz en el abrazo de la Vieja, y que sus espíritus sean guiados al cielo por el Extraño.
Los murmullos de asentimiento llenaron el lugar, y mientras los asistentes comenzaban a salir del septo en silencio, Leyla permaneció inmóvil, sus ojos aún fijos en los cuerpos. Daemon, sin soltar su mano, se inclinó hacia ella y le susurró al oído.
—Tómate tu tiempo. Yo me quedaré a tu lado.
Leyla asintió, apretando su mano como si temiera perder ese ancla. Observó cómo su familia comenzaba a retirarse, pero aún le costaba apartarse del lugar, como si abandonar el septo fuera una despedida final que no estaba lista para afrontar.
Finalmente, sintiendo el peso de la mirada de Daemon y el suave tirón de su mano, decidió seguir adelante. Salieron del septo, el eco de los cánticos aún resonando en su mente mientras el aire fresco de la mañana la envolvía, llevándose con él una parte de su dolor.
—Gracias por venir.. —murmuró Lea, volteándose a verlo de frente. Sus ojos verdosos fijos en las manos que la sostenían. —Se que es algo difícil para ustedes.. con todo lo que pasó con Gael..
Daemon, con calma, subió su mano hasta la mejilla de Leyla, acariciando su piel con la yema de sus dedos.
—No te preocupes por ello. —le respondió en un tono bajo. —De igual forma, ellos querían venir a acompañarte.
Leyla, conforme, asintió y dejó que Daemon siguiera reconfortándola a su manera. Esos momentos eran lo que más necesitaba, aún si todos lo creían incorrecto. Sin darse cuenta, algo le apretó la muñeca, jalándola del lado de Daemon.
Dio un paso atrás, sorprendida al sentir la firmeza de aquella mano que la apartaba de su prometido. Al alzar la vista, se encontró con la mirada severa de Ormund. La expresión de furia en su rostro era más que evidente, sus ojos centellaban con un reproche contenido.
—¿Cómo te atreves a aparecerte aquí? —dijo el castaño, llevando a Leyla tras su espada de un jalón. —Mi hermana no será parte del estúpido juego que tengan tú y tu familia.
—¿De qué carajos hablas? —contradijo el príncipe, acercándose amenazantemente al Hightower, exaltándose.
Leyla sintió cómo la tensión crecía entre los dos hombres. Ormund la mantenía firme detrás de él, su mano protectora pero posesiva en su brazo, como si pudiera apartarla de todo mal con su sola presencia. Sin embargo, Daemon no retrocedió ni un paso; en su lugar, avanzó, cada uno de sus movimientos tan calculado como una serpiente lista para atacar. Su expresión, normalmente llena de arrogancia, se había endurecido con una frialdad peligrosa.
—Hermano.. cálmate. Daemon solo esta aquí para apoyar.. —mencionó ella, tratando de disuadir la furia del mayor.
—¿Ahora lo llamas por su nombre? ¿Qué? ¿Acaso ya te llevo a su puta cama? —cuestionó de nuevo, tomando con más fuerza la muñeca de Leyla, haciéndola estremecerse del dolor.
—¿De verdad quieres saber? —dijo Daemon, casi en un susurro a la par de su contrario. Una pequeña sonrisa picara formándose en sus labios.
Ormund frunció el ceño, su sangre hirviendo por lo escuchado de Daemon. Verlo regocijándose y burlándose delante de él, lo ponía más tenso, pero haber insinuado que tocó a Leyla, lo sacó de quicio. Con rapidez, soltó a Lea y se abalanzó a Daemon, golpeándolo directamente al rostro.
Daemon retrocedió unos pasos ante el impacto, llevando una mano a su rostro para tocar el lugar donde el golpe de Ormund había dejado una marca evidente. Su sonrisa de desafío no desapareció, sino que se hizo más evidente, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y burla. La multitud que aún estaba alrededor del septo comenzó a murmurar, escandalizada por el enfrentamiento entre los dos hombres, mientras Leyla observaba la escena con el corazón palpitante, paralizada de la sorpresa y los nervios, divida entre el dolor por la falta de control de su hermano y el temor a lo que Daemon pudiera hacer en respuesta.
Ormund respiraba agitadamente, la furia aún marcando cada línea de su rostro. Se recompuso y agitó su mano, quitándose de los nudillos la poca sangre que sacó del Targaryen. Daemon parecía no retroceder, en cambio, alzó su mentón sin mostrar alguna señal de debilidad.
—¿Ahora te haces el rudo, idiota? —susurró Daemon. A un lado, escupiendo la poca sangre que contenían sus dientes. Ormund siguió con su mirada afilada, asegurándole que volvería a atacar con tal de hacerlo callar. —Estarás muerto antes de que puedas volver a tocarme.
—Antes me llevaré a la escoria de lecho de pulgas. Maldito asesino..
—¡¿Cómo mierda me llamaste, maldito bastardo?! —Daemon, alterado más de lo normal, se fue directo hasta Ormund, empujándolo una y otra vez.
De la nada y en un momento fugaz, un grito en la multitud se hizo sonar más de lo normal, interviniendo la pelea desde las escaleras. Tanto Daemon como Ormund se detuvieron y fijaron su mirada a la persona que subía de prisa hasta ellos.
—¡¿Qué crees que haces, Ormund Hightower?! —la voz vieja y desgastada era de un hombre mayor, proveniente de nadie más que él Guardián del Sur.
Matthos Tyrell, junto a su esposa y yerno, se acercaron hasta los jóvenes, interponiendo su figura imponente. Melissa rápidamente fue hasta donde su nieta, envolvió a Leyla con un brazo protector, mientras sus ojos se posaban con desaprobación en los dos hombres. Sin palabras, le ofreció a su nieta el refugio que solo una abuela podía brindar. Leyla, aún conmocionada por la intensidad de la escena, se aferró a ella, intentando encontrar calma en medio de la tensión que envolvía el lugar.
Lord Matthos, con el porte solemne que los años de liderazgo le habían otorgado, se dirigió a Ormund primero. Su voz fue un cuchillo de fría autoridad, recortando la furia latente que aún emanaba de ambos hombres.
—Esto es un funeral, no un campo de batalla. —le dijo, sus palabras firmes pero controladas. —Tu madre y tu hermano merecen respeto en este último adiós, no una demostración de ira sin sentido.
Ormund, todavía respirando con dificultad, desvió la mirada, como un niño atrapado en plena travesura. Pero su rabia no se había disipado del todo, y aunque bajó la cabeza en señal de respeto hacia su abuelo, se mantuvo en silencio, sus puños apretados aún denotando el enfado que luchaba por contener.
Matthos se volvió entonces hacia Daemon, quien, a pesar de la reprimenda, mantenía su postura desafiante, con una media sonrisa que apenas disimulaba su desdén.
—Príncipe Daemon —continuó Matthos, su voz endureciéndose aún más. —, si ha venido a brindar apoyo a mi nieta, espero que lo haga sin provocar más conflictos.
Daemon alzó una ceja, claramente divertido por el tono de Matthos. Sin embargo, dio un pequeño paso atrás y asintió levemente, como si aceptara a regañadientes las palabras del Guardián del Sur. Sin embargo, sus ojos lanzaron una última mirada de desafío hacia Ormund, asegurándose de que su mensaje de advertencia quedara claro.
Melissa, que había estado observando en silencio, tomó la mano de Leyla y la apretó suavemente, buscando tranquilizarla. Leyla, aún con los nervios a flor de piel, miró a su abuela, y en ese gesto de complicidad femenina, encontró algo de paz.
Matthos, viendo que la situación se calmaba poco a poco, se dirigió a los presentes, que murmuraban expectantes. Su voz retumbó en el septo, fuerte y solemne:
—Mi hija y mi nieto ya no están, pero su memoria vivirá en cada uno de nosotros. No dejemos que el odio y la rivalidad mancillen este momento de despedida.
Los asistentes inclinaron la cabeza, respetando sus palabras. La multitud comenzó a dispersarse lentamente, y el murmullo de voces bajó, dejando en el aire una paz que Leyla sintió como un bálsamo para su corazón.
Antes de que Leyla y su abuela se unieran a los demás, Melissa le dio una última mirada a Daemon, firme pero con un dejo de aceptación, como si en ese instante reconociera el papel que él, con todas sus complejidades, había jugado en el duelo de su nieta.
Daemon, notando ese breve gesto, le dedicó una inclinación de cabeza, quizás el único acto de respeto genuino que había mostrado en toda la ceremonia.
Lord Tyrell se dirigió a su nieto por última estancia, con su mirada severa y juzgadora, sin disimular su decepción.
—Si vas a ser el heredero de tu casa, tendrás que dejar de una buena vez tus estúpidos pensamientos de niño y ser más como lo fue tu hermano. ¿Me oíste, Ormund? —dijo el mayor.
Ormund a regañadientes asintió, sin poder verlos los ojos cansados de su abuelo que se enterraban en el. No podía esperar menos de un viejo que siempre lo hizo menos.
Lord Matthos satisfecho, fue contra su yerno, mostrando la misma desaprobación.
—Debiste tener mano dura desde un inicio. —añadió, sin contenerse. —Siempre te lo dije y siempre me ignorabas. Ahora paga el precio de tus actos, Hobert.
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Leyla iba acompañada de su abuela y sus damas, recorriendo el septo dentro del castillo, donde las velas llenaban el aire con un suave aroma a incienso y el eco de sus pasos se perdía en la serenidad del lugar. Lady Melissa, su abuela, caminaba a su lado con su porte digno y mirada observadora, mientras Leyla, con la cabeza inclinada y las manos entrelazadas frente a ella, mantenía un silencio pesado, aún procesando los eventos recientes.
Al llegar a un alcoba más apartado, Melissa hizo un gesto para que las damas de compañía se retiraran, dándoles un espacio de privacidad. Leyla la miró de reojo, entendiendo que su abuela deseaba una conversación seria.
—Ven, querida. —le dijo Melissa con suavidad, indicándole que se sentara junto a ella en uno de los bancos de piedra del recinto. La luz de las velas proyectaba sombras alargadas en las paredes, envolviendo a ambas en un ambiente íntimo y solemne.
—No he tenido oportunidad de hablar contigo después de... todo lo que ocurrió en la ceremonia. —comenzó Melissa, su tono cuidadoso, aunque firme. Leyla sintió cómo sus manos se tensaban al recordar la pelea, el enfrentamiento que, en medio del luto, había avivado más la rivalidad peligrosa y constante entre Ormund y Daemon.
—Lamento lo que ocurrió, abuela. —murmuró Leyla, bajando la mirada. —No era el momento ni el lugar.
Melissa suspiró, y una sombra de tristeza cruzó su rostro.
—No tienes nada que lamentar, mi luz. Los hombres a veces pierden la razón en momentos de luto y de ira, aunque eso no excusa sus acciones. Pero debo decirte que la disputa entre tú hermano y el príncipe es algo que no puedes ignorar, especialmente si piensas en casarte con él.
Leyla dudó antes de responder, su mente enredada en emociones contradictorias.
—No sé si... —empezó, pero se detuvo, buscando las palabras adecuadas. —No sé si es lo correcto, abuela. La enemistad entre ellos ha sido constante, un enfrentamiento que parece no tener fin. Si me caso con Daemon, temo que esto solo empeorará, y... —hizo una pausa, tomando aire. —temo que mi propio hermano se vuelva en mi contra.. No quiero perderlo a él también..
Melissa la miró con comprensión, colocándole una mano suave en el hombro.
—¿Es eso lo que realmente temes, mi luz? —preguntó con suavidad, aunque en su mirada había un destello de sabiduría y perspicacia. Leyla la observó en silencio antes de responder, sus pensamientos viajando a la figura serena de su madre.
—Madre siempre deseó que me casara con el príncipe Daemon. —confesó en voz baja. —Creo que lo veía como una alianza importante, y tal vez... algo que me protegería. Pero ahora... —su voz tembló. —no sé si puedo seguir adelante con ello. Me siento dividida entre lo que ella habría querido para mí y lo que mi instinto me dicta.
Melissa asintió, apretando suavemente la mano de Leyla en un gesto de consuelo.
—A veces, las decisiones que nuestros padres desean para nosotros están envueltas en amor, pero también en sus propias aspiraciones y temores. Tu madre tenía sus razones para desear esta unión, pero la decisión final es tuya, mi niña. A nadie más que a ti te corresponde llevar el peso de esa elección. —la miró a los ojos, y en su mirada Leyla vio una fortaleza silenciosa, una aceptación de los sacrificios que implicaba su posición.
Leyla asintió lentamente, aunque su corazón todavía estaba sumido en incertidumbre.
—Daemon me ha mostrado más que apoyo estos días.. —dijo finalmente, como si esas palabras le dieran un poco de claridad. —Pero también vi que, cuando está cerca de Ormund, es como si el odio mutuo los cegara a ambos. En ese momento, no veo al hombre con el que crecí... solo veo a alguien que podría destruir todo lo que me importa.
Melissa suspiró, pensativa, y acarició el cabello de su nieta.
—A veces el amor y el odio son más cercanos de lo que creemos. Pero recuerda, mi luz, si decides unir tu vida a la del príncipe, él también cargará con tus preocupaciones y tus tristezas, así como tú con las suyas. Es un vínculo poderoso, pero exige una fuerza inmensa para soportarlo.
Leyla asintió, aunque su mente seguía dividida entre los deseos de su madre y sus propios sentimientos. No podía ignorar que, incluso en la peor de las circunstancias, Daemon había estado a su lado, brindándole un consuelo que nadie más había podido darle. Pero, al mismo tiempo, la presencia de Ormund, sus palabras llenas de rabia y desprecio, la hacían dudar de si podría alguna vez encontrar paz con ambos hombres en su vida.
—Gracias, abuela. —dijo finalmente, con un suspiro. —Necesitaba escuchar eso.
Melissa le dio una sonrisa llena de ternura, y, por un instante, Leyla se sintió como si el peso que había estado cargando se aligerara un poco. Aún no tenía todas las respuestas, pero ahora tenía al menos la certeza de que, cualquiera que fuera su decisión, contaba con el apoyo de alguien que entendía su dolor y sus dilemas.
—No olvides que estoy aquí para ti, siempre.. —dijo Melissa, y juntas permanecieron en silencio, mientras la luz de las velas continuaba ardiendo en la quietud del septo, iluminando sus rostros llenos de esperanza y duda por igual.
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La noche había caído sobre Oldtown, envolviendo las torres y los salones del castillo en un manto de sombras. Leyla y Ormund caminaban en silencio por un largo corredor de piedra, guiados únicamente por la suave luz de las antorchas que parpadeaban en la penumbra. Desde el evento en el septo, la tensión entre ambos había sido palpable, pero el respeto mutuo los mantenía en un tenso silencio. Ambos sabían que, después de un día lleno de emociones intensas, había cosas que debían discutirse.
Llegaron finalmente a la estancia privada de su padre, donde Hobert los esperaba sentado junto al fuego. La luz cálida de las llamas bañaba su rostro cansado, y en sus ojos Leyla notó el peso de las pérdidas recientes. Él les hizo una seña para que se acercaran, indicando que tomaran asiento frente a él.
—Gracias por venir. —dijo Hobert en voz baja, sus palabras un susurro solemne en el ambiente silencioso de la noche.
Ormund cruzó los brazos, su postura rígida y su mirada oscura denotando una furia contenida.
—Debemos hablar, padre. —comenzó Ormund, y sus palabras, aunque respetuosas, tenían una intensidad que no podía ocultar. —La muerte de madre... de Robb. Han pasado días, pero siento que hay algo que no encaja en todo esto.
Hobert asintió, su expresión grave.
—Lo sé, hijo. Todos hemos sentido la pérdida de una manera profunda. Tu madre y tu hermano.. eran el pilar de nuestra familia.
Ormund inclinó la cabeza, sus manos cerrándose en puños mientras su voz se tornaba más dura.
—Pero no puedo ignorar lo que he observado, las coincidencias... y lo que he escuchado. —hizo una pausa, como si le pesara pronunciar la siguiente palabra. —La familia real..
Ormund miró a su padre con expectación, esperando una reacción de apoyo. Sin embargo, Hobert sólo negó levemente con la cabeza, suspirando antes de responder.
—Ormund... —empezó, con un tono casi paternal, aunque más cansado que comprensivo—. ¿De verdad crees que los Targaryen, nuestros aliados de hace generaciones, tendrían algo que ver con esto? Baelon es como un hermano para mí. ¿Por qué iban a atacar a nuestra familia? ¿Por qué dañarían a Lynesse o a Robert, quienes siempre fueron leales?
Ormund apretó los labios, frustrado, y su mirada se endureció.
—Padre, con todo respeto, eso es lo que quieren que pienses. Quizá el príncipe Baelon no tenga nada que ver, pero Daemon... sabemos cómo es. ¿No has visto la arrogancia en sus ojos, el desprecio hacia nosotros? No lo disimula. Hoy mismo, en el septo...
Hobert alzó una mano, deteniéndolo.
—No basta con la enemistad personal, Ormund. Las intrigas no son razones de peso sin pruebas. Baelon ha sido un amigo leal, alguien que ha puesto su confianza en nosotros, y dudar de su familia sería... una traición.
Leyla, que había escuchado en silencio hasta entonces, se inclinó hacia Ormund con una expresión de desaprobación.
—Ormund, ¿cómo puedes pensar eso? —dijo, su tono casi herido. —. He convivido con ellos desde mi memoria; la reina, los príncipes, hasta los más alejados y más pequeños de la familia... Son personas de honor. No pueden ser los monstruos que insinúas.
Ormund respiró hondo, tratando de mantener la calma.
—Entiendo que los veas de esa forma. Te has encariñado con ellos... —hizo una pausa, sus palabras llenas de frustración. —Pero no puedes negar que en ese linaje corre una ambición despiadada. No lo digo sin motivo; he visto cómo todos nos observan, como si fuéramos obstáculos para ellos.
Hobert se inclinó hacia Ormund, con la mirada severa.
—Basta, Ormund. No seguiré escuchando acusaciones infundadas hacia personas que han sido nuestro respaldo en los momentos más oscuros. No permitiré que esta familia caiga en el abismo de la desconfianza por teorías sin sustento.
Ormund lo miró, herido e incrédulo.
—Entonces, ¿simplemente debo callar y aceptar sus muertes como un accidente? —preguntó, su voz casi rota por la mezcla de dolor y furia.
Hobert mantuvo su mirada firme.
—Debes aceptarlo hasta que haya algo concreto que investigar, algo más allá de una aversión personal hacia el prometido de tu hermana. Nuestra relación con los Targaryen es un vínculo valioso y antiguo, Ormund. Si quieres proteger a esta familia, hazlo manteniendo la cabeza fría, no buscando enemigos donde no los hay.
Leyla miró a su hermano, con una mezcla de compasión y desaprobación.
—Sé que esto es doloroso, Ormund, para todos nosotros. Pero no ganaremos nada enfrentándonos a ellos sin razón. Madre y Robert merecen paz, no más conflictos.
Ormund apartó la mirada, su frustración era palpable. Se levantó de la silla, sin poder soportar más la conversación.
—Quizá tengan razón. Quizá estoy equivocado... —murmuró, pero en su mirada había una chispa de desconfianza que no se apagaba—. Pero si descubro que estoy en lo cierto, y que mis sospechas no son infundadas... entonces espero que no sea demasiado tarde.
Sin esperar respuesta, Ormund abandonó la estancia, dejando a Hobert y Leyla en silencio. Los ecos de sus pasos resonaron en el corredor, y el ambiente quedó envuelto en una inquietud amarga, mientras el fuego continuaba ardiendo, arrojando sombras inquietantes en las paredes.
Hobert respiró, cansado y agitado por la conmoción. Al instante, Leyla se levantó y tomó uno de los remedios que su padre necesitaba.
Se acercó a Hobert con la pequeña botella de vidrio en la mano y se arrodilló a su lado, observándolo con una mezcla de preocupación y tristeza. La discusión con Ormund había sido intensa, y aunque Leyla compartía la confianza de su padre hacia los Targaryen, entendía también la desconfianza y la furia que atormentaban a su hermano.
—Padre —dijo suavemente, entregándole el remedio. —, sé que esto no ha sido fácil para ninguno de nosotros.
Hobert asintió, tomando la botella y sirviéndose una pequeña dosis. Sus manos temblaban ligeramente, y Leyla no pudo evitar notar las líneas de cansancio en su rostro, las huellas que el peso de los últimos días había dejado en él.
—Ormund... no es fácil de convencer. —murmuró Hobert tras un sorbo. —Quizás porque siempre ha tenido esa determinación de hierro, esa testarudez que... —suspiró. —, que a veces me recuerda a su madre.
Leyla sonrió débilmente, compartiendo el mismo pensamiento. Sabía que Ormund, aunque impulsivo y desconfiado, había heredado de su madre una voluntad inquebrantable, algo que a veces los alejaba a él y a Hobert. A diferencia de ella, quien siempre había seguido con más docilidad las enseñanzas de su padre y aceptado su consejo, Ormund cuestionaba, desafiaba y, en muchas ocasiones, desconfiaba.
—Quizás Ormund sólo necesita tiempo para comprenderlo. —dijo Leyla, intentando ofrecer consuelo. —Después de todo, también hemos perdido a nuestra madre y a Robb... tal vez él aún no sabe cómo llevar este duelo.
Hobert asintió, aunque en su mirada había una sombra de pesar, como si dudara de que las diferencias con su hijo se resolvieran tan fácilmente.
—Ojalá eso sea todo, Lea. Ojalá esto no termine por destruir la paz de esta familia. —dijo en un tono apenas audible.
Por un momento, ambos se quedaron en silencio, compartiendo una tranquilidad casi frágil. Leyla deambulaba en sus propios pensamientos, sin saber con qué seguir. Sabía que su familia estaba a punto de afrontarse a una terrible época, sin rumbo a donde navegar, y ella sin poder más que apoyarse en los hombres que confiaba y encomendar su vida a los Siete.
—Tal vez quieras despedirte de tus abuelos. Partiremos de vuelta a la corte mañana a primera hora.
Leyla asintió en silencio, aunque una ligera inquietud crecía en su interior. La idea de regresar a la corte, donde mantenía tantos recuerdos de sus pérdidas, le provocaba un cierto desasosiego. A pesar de que había intentado calmar a Ormund, en su fuero interno no podía evitar preguntarse si él tenía razón al menos en parte. Desde el comienzo, Daemon había mostrado una conducta impredecible y, en ocasiones, hostil hacia su familia.
Hobert notó la expresión de su hija y colocó una mano sobre la suya.
—No dejes que las dudas de tu hermano te afecten, Leyla. —le dijo suavemente. —La corte es donde debemos estar, más ahora que se requiere nuestra lealtad y nuestro apoyo. Si permitimos que las sospechas nos dividan, será más fácil que nuestros enemigos encuentren una brecha para atacarnos.
Leyla forzó una leve sonrisa y asintió, aunque su corazón permanecía dividido entre el deber y sus propias dudas. Había crecido admirando a la familia real y creyendo en la alianza que su casa tenía con ellos. Pero ahora, en el silencio de la noche y frente a la tristeza que arropaba a su familia, se preguntaba si esas alianzas eran tan sólidas como siempre había pensado.
—Lo sé, padre.. —respondió finalmente. —Iré donde tú decidas, y cumpliré con mi deber. Pero... —titubeó, mirando al fuego como si buscara respuestas en las llamas. —creo que Ormund sólo quiere protegernos. Quizás, en su propio modo, está tratando de evitar que algo más nos alcance.
Hobert la miró, comprendiendo el dilema que atenazaba a sus hijos. Si bien confiaba en la lealtad de los Targaryen, también sabía que su hijo estaba impulsado por un deseo profundo de mantener a salvo a los suyos.
—Entonces habrá que confiar en que nuestras acciones y nuestra prudencia sean suficientes para protegernos. —dijo Hobert, mirándola con una serenidad que solo el tiempo y la experiencia podían otorgar. —Al final, Lea, la paz y la seguridad se construyen con pequeñas decisiones, no con grandes enfrentamientos.
Leyla respiró hondo, buscando calma en las palabras de su padre. Sabía que el viaje de regreso a la corte no sería fácil, y que el reencuentro con la familia real traería consigo tensiones y miradas que desentrañar. Pero en aquel momento, junto al calor del fuego y bajo la mirada tranquila de Hobert, decidió que haría todo lo posible por preservar la paz.
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Capítulo largo después de muchoo tiempo.
Como vivo diciendo, es un capítulo muy meh pero ayuda para la creación de las personalidades de los personajes y la construcción de su historia. La de desvivir gente me la sé (yo avise desde el acto dos) Bye Lynesse, bye Robert, les irá mejor en la otra vida. ¿Opiniones? ¿Teorías? ¿Predicciones? ¿Qué creen que pase en los próximos capítulos con Leyla y Daemon?
Nuevo acto, nueva portada bbs. Hecha por su servidora. Tenía otra pero los del canal decidieron esa.
Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia, se los agradecería bastante y así actualizo más pronto <3
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