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-𝐟𝐢𝐯𝐞𝐭𝐞𝐞𝐧.

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El sol empezaba a descender, tiñendo las copas de los árboles con un brillo dorado. Leyla estaba sentada junto a lady Aemma en un banco de piedra, resguardadas bajo la sombra de un roble imponente. La brisa que acariciaba el claro llevaba consigo el aroma de la hierba recién cortada y la frescura del río cercano. A pocos pasos de ellas, la pequeña princesa Rhaenyra que jugaba con un cachorro que apenas le llegaba a las rodillas.

Leyla observaba a la niña con una leve sonrisa, pero su atención no estaba del todo fija en ella. La tensión en el campamento era palpable, aunque ni Aemma ni ella la mencionaban directamente. Las idas y venidas de los maestres, los murmullos entre los sirvientes y el hecho de que Viserys no había vuelto desde el amanecer indicaban que algo grave sucedía.

—Es un espíritu libre, ¿no crees? —comentó Aemma de pronto, su mirada siguiendo los movimientos de su hija mientras esta reía y corría tras el cachorro.

Leyla asintió, volviendo su atención a la princesa.

—Es como un pequeño dragón.. —respondió con suavidad. —pero sin el fuego... aún.

Aemma dejó escapar una risita leve, aunque su sonrisa no llegó a sus ojos. Sus manos descansaban sobre su vientre, entrelazadas con fuerza, como si sostuviera algo invisible para evitar que se rompiera.

—Viserys dice lo mismo. —dijo la dama tras un momento. —Cree que algún día será tan indomable como su madre en su día.

Leyla ladeó la cabeza, estudiando a Aemma. Había algo en su tono, una mezcla de orgullo y melancolía, que la hizo preguntarse qué pensamientos rondaban en su mente.

—Rhaenyra tiene la suerte de tenerte como madre. —comentó Lea, intentando llenar el silencio.

Aemma negó con suavidad, su mirada volviendo al suelo.

—Ser madre no es fácil, Lea. A veces temo no ser suficiente para ella... o para él. —su voz se quebró ligeramente, pero se recompuso con rapidez, como si se arrepintiera de haberse mostrado vulnerable.

Leyla no respondió de inmediato. Había algo casi doloroso en la forma en que Aemma hablaba, como si cargara un peso invisible que nadie más podía aliviar.

—Nadie está realmente preparado para un destino como el nuestro.. —dijo al fin, eligiendo sus palabras con cuidado. —Pero el tiempo me hizo aprender que solo basta con el amor, y eso ya lo tiene. —miró de reojo a la pequeña, sonriéndole de lado.

La mayor alzó la mirada hacia ella, con un brillo tenue en los ojos.

—Eres más sabia de lo que aparentas, Lea.

Leyla dejó escapar una risa suave, bajando la mirada hacia sus manos entrelazadas.

—No creo que sea sabiduría, Emma. Solo repito lo que aprendí de mi madre.

Aemma alzó una ceja, intrigada, pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos apresurados rompió la calma del claro. Ambas mujeres giraron la cabeza, encontrándose con la figura de un escudero joven, el rostro pálido por la tensión y el esfuerzo.

—Lady Aemma, lady Leyla. —saludó con una inclinación torpe. —Los maestres solicitan vuestra presencia en el pabellón del príncipe Baelon.

Aemma se puso de pie de inmediato, su rostro perdiendo todo rastro de tranquilidad.

—¿Qué ha ocurrido?

El escudero vaciló, sus ojos evitando los de la mujer.

—La fiebre, milady... el príncipe está muy débil. Los maestres te...temen que no pase de esta noche.

El aire se volvió pesado, cargado de una tristeza silenciosa que incluso Rhaenyra, ajena hasta entonces, pareció percibir. La niña se acercó con el cachorro en brazos, mirando a su madre con una expresión de inquietud.

—¿Mi abuelo está bien?

Aemma se agachó frente a su hija, acariciándole la mejilla con una ternura que no ocultaba su preocupación.

—No es nada de lo que debas preocuparte, mi pequeña. Quédate aquí con Leyla. Volveré pronto.

La princesa frunció el ceño, como si quisiera protestar, pero Aemma no le dio tiempo. Se incorporó rápidamente y siguió al escudero hacia el campamento.

Leyla se quedó en silencio, mirando a la Arryn desaparecer entre los árboles. Sentía un nudo en el pecho, una mezcla de angustia y resignación que no podía explicar del todo. Cuando Rhaenyra tiró suavemente de su falda, buscó disimular su preocupación con una sonrisa.

—¿Jugamos un rato más, pequeña? —preguntó con suavidad.

Rhaenyra asintió, aunque su mirada seguía dirigida hacia donde su madre había desaparecido.

Mientras acompañaba a la niña de regreso al claro, Leyla no podía evitar sentir que estaba al borde de un cambio irrevocable, una tormenta que pronto barrería todo a su paso. Y aunque ella no era más que una espectadora en este juego de dragones, el peso de lo que estaba por venir ya comenzaba a hundirse en sus hombros.

La luz del día continuaba menguando, y el cielo se teñía de un naranja intenso que anunciaba el inminente ocaso. Leyla permaneció junto a Rhaenyra, esforzándose por mantener la atención de la niña en el cachorro que ahora brincaba alrededor de sus pies, pero su propia mente estaba lejos, atrapada en pensamientos inquietantes.

De fondo, se escuchaban los sonidos del campamento: voces bajas, el crujido de las ramas bajo las botas de los soldados y el lejano relincho de los caballos. Aunque todo parecía tranquilo en la superficie, Leyla sabía que las noticias sobre el príncipe Baelon habían calado hondo en todos los presentes.

—¿Mi abuelo estará bien? —preguntó Rhaenyra de repente, su voz tan suave que Leyla apenas la oyó.

La joven Hightower se inclinó hacia la princesa, acariciándole el cabello plateado que caía en ondas sobre sus hombros.

—Los maestres son muy sabios, pequeña dragona. Harán todo lo posible para cuidarlo.

Rhaenyra la miró con esos ojos grandes y violetas, tan llenos de curiosidad y una inocencia que Leyla sabía que no duraría para siempre.

—Papá dice que los dragones nunca mueren. ¿Eso significa que mi abuelo tampoco?

Leyla sonrió con tristeza.

—En cierto modo, tiene razón. Los guerreros como tu abuelo viven en las historias que cuentan sobre ellos.

La niña pareció satisfecha con esa respuesta y volvió a concentrarse en el cachorro, pero Leyla sintió cómo un peso adicional se instalaba en su pecho.

Unos momentos después, un sirviente apareció en el claro. Hizo una reverencia apresurada antes de dirigirse a Leyla.

—Milady, el Rey Jaehaerys ha convocado a la familia al pabellón principal. Quiere vuestra presencia.

Leyla asintió, su rostro enmascarando cualquier emoción.

—Avisa a lady Aemma que la princesa se quedará conmigo hasta que regrese.

El sirviente inclinó la cabeza y desapareció rápidamente entre los árboles. Leyla se volvió hacia la niña, que seguía ajena al cambio de ambiente.

—Rhaenyra, pequeña dragona, voy a necesitar que seas fuerte por un rato más. —la niña alzó la mirada, curiosa pero tranquila.

Leyla se agachó y tomó sus pequeñas manos entre las suyas.

Quédate aquí, juega con tu cachorro y espera a que vuelva tu madre. Prometo que no será mucho tiempo.

Rhaenyra asintió con un leve puchero, y Leyla le dio un beso en la frente antes de girarse para dirigirse hacia el campamento.

Mientras avanzaba por los senderos entre las tiendas, la sensación de presagio que la había seguido todo el día se intensificó. Los rostros que encontraba en su camino estaban marcados por la misma preocupación, el mismo pesar. Al acercarse al pabellón principal, los murmullos se hicieron más audibles, y pudo distinguir palabras sueltas: fiebre, infección, final.

Cuando finalmente cruzó el umbral de la tienda, la escena que encontró era solemne. El príncipe Baelon yacía en un lecho improvisado, su rostro cubierto de un sudor frío y sus ojos entreabiertos, como si luchara por permanecer consciente. A su alrededor, los maestres trabajaban en silencio, mientras Viserys permanecía de pie junto a su padre, con una expresión de incredulidad y dolor.

Junto al lecho, el Rey Jaehaerys se mantenía erguido, apoyado en su bastón, su semblante estoico pero sus ojos más apagados de lo que Leyla jamás había visto.

—Lady Leyla. —la voz de uno de los maestres la sacó de su trance.

Ella inclinó la cabeza, respetuosa, y avanzó con pasos ligeros hacia el grupo. Su mirada se cruzó brevemente con la de Viserys, quien apenas pudo sostenerla antes de volver su atención a su padre.

El príncipe Baelon abrió los ojos con dificultad, su mirada buscando algo, o alguien.

¿Daemon...? —susurró, su voz apenas un hilo.

Viserys se inclinó hacia él, tomando su mano.

—No ha llegado aún, padre. Pero estoy aquí. Estoy contigo.

El príncipe heredero intentó asentir, pero la fuerza lo abandonó. Sus ojos se cerraron lentamente, mientras los maestres intercambiaban miradas preocupadas.



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La atmósfera en el pabellón principal estaba cargada de tensión y tristeza. Los maestres susurraban entre sí mientras trabajaban para aliviar la fiebre que devoraba al príncipe Baelon, pero los resultados eran mínimos. Viserys permanecía junto a su padre, sus manos apretando las del príncipe como si así pudiera infundirle fuerza. Cerca de él, el Rey Jaehaerys observaba la escena con una mirada severa, pero la debilidad en su postura y el temblor de sus manos delataban la preocupación que carcomía su alma. Junto al monarca, lord Hobert Hightower y otros miembros de la corte permanecían en respetuoso silencio.

Leyla entró en el pabellón con pasos firmes, aunque su corazón palpitaba con fuerza. Su mirada se desvió un instante hacia la figura imponente del rey, que no pareció notarla, y luego se detuvo en Viserys, quien alzó la vista hacia ella con un gesto de cansancio que le hizo doler el pecho.

Antes de que pudiera avanzar más, un sonido de pasos apresurados y el choque de una espada contra una hebilla resonaron en la entrada. Daemon irrumpió en la tienda, su rostro surcado por el cansancio y la preocupación. Su armadura aún llevaba rastros del polvo del camino, pero eso no lo detuvo; cruzó la tienda en cuestión de segundos y cayó de rodillas junto al lecho de su padre.

Padre... —su voz estaba quebrada, y la dureza habitual de su tono parecía haber desaparecido por completo. Tomó la mano de Baelon con cuidado, como si temiera romperla.

El príncipe Baelon abrió los ojos con dificultad al escuchar aquella voz familiar, su mirada desenfocada buscando a su hijo menor.

Daemon... —logró murmurar, un leve destello de reconocimiento iluminando su rostro demacrado.

Daemon inclinó la cabeza, acercándola a la de su padre, y apretó su mano con fuerza.

Estoy aquí, padre. No te esfuerces, estás en casa. —aunque trataba de mantener la compostura, su voz traicionaba la emoción que lo embargaba.

Baelon intentó sonreír, pero el esfuerzo lo dejó sin aliento. Su mirada se posó entonces en Jaehaerys, quien dio un paso al frente, apoyándose en su bastón.

—Ya basta. —dijo el rey con una voz firme, aunque cargada de pesar. —Los maestres harán todo lo que puedan, pero no podemos permitirnos más riesgos aquí. Debemos regresar al castillo de inmediato.

Las palabras del rey parecieron una orden inquebrantable, y los presentes asintieron en silencio. Lord Hobert Hightower fue el primero en inclinar la cabeza, como muestra de apoyo, mientras los maestres intercambiaban miradas nerviosas.

—¿Moverlo en este estado...? —preguntó uno de ellos con un tono de advertencia.

—Lo harán con cuidado. —interrumpió Jaehaerys, sus ojos oscuros fijándose en el maestre que había hablado. —No permitiré que mi hijo pase sus últimos días en un campamento.

Daemon se volvió hacia el rey, su ceño fruncido.

—Si lo movemos ahora, podría empeorar. Deberíamos esperar al amanecer. —sugirió, su voz cargada de frustración contenida.

Pero Jaehaerys negó con la cabeza, su mirada endureciéndose.

—No hay más tiempo. Partiremos en cuanto los preparativos estén listos.

Leyla, que había permanecido en silencio junto a los demás, dio un paso adelante con cautela.

—Si puedo ofrecer mi ayuda, majestad, me aseguraré de que todo esté listo lo antes posible. —dijo, inclinándose hacia el rey.

Jaehaerys la observó por un momento, su expresión impasible, antes de asentir con un leve movimiento de cabeza.

—Hágalo, lady Leyla.

Mientras Lea salía del pabellón, sintió la mirada de su padre sobre ella, pero no se detuvo. Su mente estaba ocupada en asuntos menos triviales, y lo único que tenía en cabeza era poder ayudar a Daemon.

Cuando la caravana partió al caer la noche, el príncipe Baelon fue llevado con extremo cuidado en una litera reforzada. Leyla, sentada junto a lady Aemma en una de las carretas, observó cómo las sombras de los árboles se alargaban a la luz de las antorchas. Rhaenyra dormía sobre el regazo de su madre, ajena al peso de la tragedia que colgaba sobre todos.

La comitiva llegó al Red Keep en medio de la madrugada. La tensión del viaje se había agudizado con cada paso de los caballos y el crujir de las ruedas de la litera que transportaba al príncipe heredero. Los maestres habían hecho todo lo posible para estabilizarlo, pero la fiebre persistía, dejando un aire de urgencia en cada movimiento.

Al cruzar las puertas de la fortaleza, las antorchas iluminaban los rostros cansados de los soldados y sirvientes que habían esperado su llegada. El Rey Jaehaerys, apoyado en su bastón, dirigió de inmediato a los maestres hacia los aposentos reales. Viserys y Daemon acompañaban a su padre con pasos rápidos, junto con la presencia de la esposa del hermano mayor, mientras Leyla y su padre, lord Hobert, se quedaban rezagados en el vestíbulo principal.

Leyla intentó seguir al grupo que escoltaba al príncipe, pero el firme agarre de su padre en su brazo la detuvo.

—No es nuestro lugar, Lea. —dijo Hobert en voz baja, aunque con un tono autoritario que no admitía réplica.

Leyla lo miró con una mezcla de frustración y determinación.

—Necesito estar ahí. Apoyarlos... —insistió, sus ojos fijos en las puertas que acababan de cerrarse tras la familia real.

El mayor negó con la cabeza, soltando un leve suspiro.

—Se que podrías hacerlo, mi luz. Pero ya hay suficiente gente ahí dentro. Lo único que conseguirías es hacer las cosas más difíciles.

La dureza de sus palabras hizo que Leyla apartara la mirada por un momento, mordiendo su labio para contener una réplica. Aunque sabía que su padre tenía razón, no podía ignorar el impulso de hacer algo, cualquier cosa, para aliviar la tensión que parecía envolverlos a todos.

Mientras ambos permanecían en el pasillo, el sonido de pasos rápidos rompió el silencio. Ambos giraron a ver al pasillo hasta que vieron al hermano menor del lord, sir Otto, su rostro frío y sin ninguna expresión de preocupación a comparación de los demás. Sus ojos se posaron primero en su hermano y luego en su sobrina, antes de hablar.

—Oí lo que sucedió.. —dijo Otto. —¿Qué se ha dicho? ¿Cómo se encuentra el príncipe?

Hobert, mirando a su hermano y siguiendo a la puerta, dejó salir un suspiro hondo, demostrando su gran mortificación por la situación.

—Para nada bien... Las siguientes horas son críticas.. —su voz se pagó, como si cada palabra pesara en su boca.

Otto asintió con una expresión seria, cruzando los brazos mientras miraba hacia las puertas cerradas.

Es una lástima... —pronunció en voz baja. —Solo queda dejarlo en mano de los dioses.

Leyla se apartó un poco, observando con atención la interacción entre su padre y su tío. Aunque sabía que Otto y su padre compartían lazos de sangre, las diferencias entre ellos eran palpables. Hobert, a pesar de su autoridad como señor de Oldtown, siempre había mostrado un aire más cálido y menos calculador que su hermano menor, cuya mirada parecía medir y analizar cada situación como si fuera parte de un tablero de ajedrez.

—¿Y el rey? —preguntó Otto después de un momento, su tono calmado, pero con un dejo de curiosidad. —. ¿Ha dicho algo sobre lo que viene después?

Hobert se cruzó de brazos, desviando la mirada hacia las puertas.

—El rey no ha hablado de nada más que del bienestar de su hijo. —dijo, su tono cortante, como si quisiera evitar cualquier discusión que desviara el tema hacia intrigas o planes. —Y es lo único que debería importarnos ahora.

Otto levantó una ceja, pero no replicó. En cambio, dejó escapar un leve suspiro y caminó hacia una de las ventanas que daban al jardín interior, donde las luces de las antorchas arrojaban sombras inquietantes sobre las paredes de piedra.

—Por supuesto. Pero... —comenzó Otto, su voz suave como si tratara de moderar sus palabras. —Las decisiones del monarca no pueden detenerse, incluso en momentos como este. Si el príncipe Baelon... —se detuvo, su mirada pasando brevemente por su sobrina, como si dudara en continuar frente a ella. —Si el príncipe no supera esta fiebre, la línea sucesoria quedará en un estado frágil. El reino no puede permitirse incertidumbre.

El mayor giró lentamente hacia su hermano, su mirada endureciéndose.

—Otto. —su voz fue baja, pero cargada de advertencia. —No es el momento.

Leyla, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso al frente, su expresión mostrando una mezcla de curiosidad y desafío.

—¿De verdad es tan importante hablar de sucesión ahora? —preguntó, su tono directo. —E..el príncipe sigue vivo, y mientras lo esté, merece nuestro apoyo, no nuestras especulaciones.

Otto la observó por un instante, sus ojos grises evaluándola con cuidado. Luego, esbozó una leve sonrisa que no alcanzó a iluminar su rostro.

—Eres joven, Lea. —dijo con suavidad, como si estuviera explicando algo obvio. —Pero aprenderás que los asuntos del reino no se detienen por nadie, ni siquiera por un príncipe. Es la carga de la corona.

Hobert intervino antes de que su hija pudiera replicar, colocando una mano firme sobre su hombro.

—Otto, eso es suficiente. —dijo con severidad. —No estamos en el consejo. Y no pienso permitir que conviertas este momento en otra oportunidad para tus.. juegos políticos.

El silencio que siguió fue tenso, roto solo por el sonido de pasos apresurados que provenían del pasillo cercano. Un joven escudero se acercó rápidamente, inclinándose ante los presentes.

—Mis señores, lady Leyla... —dijo entre jadeos. —Su majestad, el rey, solicita a lord Hightower.

Hobert asintió de inmediato, enderezándose y lanzando una última mirada a su hermano.

—Hablaremos después, Otto. —dijo con un tono final, antes de girarse hacia Leyla. —Quédate aquí, Lea. No insistas más.

Sin esperar respuesta, Hobert siguió al escudero hacia las puertas cerradas. Leyla apretó los labios, luchando contra el impulso de desobedecer, mientras Otto, con las manos cruzadas a la espalda, observaba a su sobrina con un interés velado.

—Tienes determinación, eso es claro. —comentó con un ligero tono de aprobación. —Pero aveces debes recordar, sobrina, que en la corte no siempre se trata de lo que uno quiere hacer, sino de lo que uno debe hacer.

Leyla no respondió. Su mirada permaneció fija en las puertas, su mente luchando con un torbellino de emociones: frustración, impotencia y una pizca de dolor sobre su pecho.



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Cinco días después, la fiebre del príncipe heredero empeoró. El extraño lo reclamó finalmente antes de que los maestres pudieran intentar algo más.

El fallecimiento de Baelon Targaryen dejó una herida abierta en el reino y en los corazones de quienes lo conocieron. En la colina de Rhaenys, una multitud se reunió para despedir al príncipe. Su cuerpo descansaba sobre la pira funeraria, y las llamas que lo consumían eran alimentadas por el aliento de Meleys, la Reina Roja, que una vez había sido montada por su amada esposa, Alyssa. La poderosa dragona soltó un rugido lastimero que pareció atravesar la noche, un eco de la pérdida que sentía la familia Targaryen.

El Rey Jaehaerys, Viserys, Daemon y los demás miembros de la familia permanecieron en silencio, observando cómo las llamas reclamaban los restos del príncipe. Cerca de ellos, la joven prometida Hightower, permaneció inmóvil, con la mirada fija en el fuego, sintiendo un vacío imposible de llenar.

Después del funeral, Red Keep fue cubierto por la tristeza y mucha tensión. Los sirvientes hablaban en voz baja, temerosos de perturbar el luto de sus señores. Fue en este ambiente cargado cuando los gritos comenzaron a resonar por los pasillos.

—¡No entiendo por qué actúas de esta manera! —la voz de Leyla, clara y llena de furia, se escuchó desde una de las galerías del castillo.

—¿Y tú qué sabes de lo que siento? —replicó Daemon, su tono desbordando frustración y enojo.

Los presentes en el castillo intentaron no mirar ni escuchar, pero las voces eran imposibles de ignorar.

—¡Siempre piensas en ti mismo! Tu padre acaba de morir y todo lo que haces es huir co..como un cobarde. ¡Huir de mí, de tu familia! —la joven lady estaba roja de ira, sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas.

—¡Porque no quiero estar atrapado! —rugió le príncipe, sus palabras llenas de una crudeza que hizo eco en los muros. —. ¡No te necesito ni a ti ni a esta estúpida familia!

Nadie supo con certeza qué había desencadenado aquella pelea, pero los murmullos se esparcieron rápidamente. Algunos decían que el príncipe había bebido demasiado y que su prometida lo había confrontado por ello. Otros, que lady Leyla había mencionado algo que había encendido la rabia de su prometido. Lo único claro era que su relación había vuelto a estar en una cuerda floja.

En las semanas que siguieron, Daemon se sumió en sus antiguos hábitos. Volviendo a sus andadas, encontró consuelo en la compañía de sus amigos más cuestionables y en las patrullas de los capas doradas, buscando distracción en las tabernas y burdeles de la Calle de la Seda. Las noches eran largas, y sus ausencias en la fortaleza comenzaron a ser tema de discusión entre los cortesanos.

Fue durante una de esas noches que la conoció.

Daemon estaba en uno de los burdeles más exclusivos de la Calle de la Seda, un lugar conocido por sus extravagancias y discreción. Rodeado de risas, música y vino, parecía que el príncipe intentaba sofocar el dolor que lo carcomía por dentro. Fue entonces cuando la vio por primera vez.

La mujer lysena se movía por la habitación con una gracia que no parecía pertenecer a aquel lugar. Su piel clara como la luna contrastaba con el cabello plateado que caía en suaves ondas. No era una Targaryen, pero había algo en su porte que capturaba la atención de todos los presentes, especialmente la de Daemon.

—¿Qué hace alguien como tú aquí? —preguntó el príncipe, apoyándose despreocupadamente en el respaldo de un sillón mientras la observaba con sus intensos ojos violetas.

La joven mujer de baja cuna alzó una ceja, esbozando una sonrisa enigmática.

—Lo mismo que usted, mi príncipe. Buscar lo que no puedo encontrar en otro lugar. —su voz era suave, con un acento extranjero que le daba un aire aún más intrigante.

Daemon se inclinó hacia adelante, su interés evidente.

—¿Y qué es eso que buscas?

Ella dejó que el silencio se alargara por un instante antes de responder.

—Libertad. Aunque sea por una noche. —dijo, con una chispa de desafío en sus ojos iluminados por una chispa de adrenalina correr sus venas.



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Los días que siguieron solo perecían agravar la tensión entre Daemon y Leyla. Lo que antes había sido una relación apasionada y llena de promesas comenzó a marchitarse bajo el peso del luto, la frustración y los crecientes silencios entre ambos.

Daemon, cada vez más ausente, pasaba las noches fuera del Red Keep, mientras Leyla permanecía en sus aposentos, sumida en la soledad y el desconsuelo. Los pocos momentos que compartían estaban plagados de discusiones veladas o un frío silencio que hacía parecer que los muros de la fortaleza eran más cálidos que su compañía.

—¿Vas a ignorarme otra vez? —preguntó la joven Hightower una noche, mientras el príncipe se preparaba para salir.

—No estoy ignorándote. Estoy ocupado. —respondió él sin siquiera mirarla, ajustándose el cinturón.

—¿O..ocupado con tus amigos.. o con a..algo más? —la acusación en su tono era inconfundible.

Daemon se giró bruscamente, con los ojos encendidos de ira.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó con voz gélida.

Leyla sostuvo su mirada, pero no dijo nada más. Ambos sabían que las palabras no pronunciadas eran más devastadoras que cualquier grito.

La relación se deterioraba rápidamente, y los murmullos en la corte sobre el distanciamiento entre los prometidos se volvían cada vez más frecuentes. A pesar de ello, el Rey Jaehaerys parecía decidido a cumplir con el compromiso que había hecho varias lunas atrás.

Fue una mañana lluviosa cuando el rey los convocó a ambos al salón del trono. La atmósfera era solemne, pero su majestad mantenía un aire de resolución mientras los observaba desde lo alto de la silla de espadas.

—Leyla, Daemon, he tomado una decisión respecto a vuestro compromiso. —anunció el rey con su voz firme y autoritaria.

Leyla, nerviosa, entrelazó las manos, mientras Daemon cruzaba los brazos, adoptando una postura desafiante.

—Su boda se celebrará en una luna. El deseo de mi difunta esposa y mi hijo, el príncipe Baelon, siempre fue verlos unidos en matrimonio. Retrasarla más tiempo sería deshonrar sus memorias.

Daemon dio un paso adelante, su expresión claramente irritada.

—¿Una luna? —repitió con incredulidad. —. ¿No le parece inapropiado, majestad? Apenas han pasado semanas desde la muerte de mi padre.

Jaehaerys lo miró fijamente, sus ojos cargados de la autoridad de un hombre que había gobernado por décadas.

—¿Y cuál es el problema?. Tu padre y tu abuela querían esta unión, y así se hará.

Las palabras del rey fueron un golpe contundente. El príncipe apretó los puños, conteniendo la ira que hervía en su interior. No podía desafiar a Jaehaerys abiertamente, pero tampoco podía aceptar aquello con docilidad.

—Si esa es su voluntad, mi rey... —respondió finalmente, su voz cargada de un sarcasmo apenas disimulado.

Leyla permaneció en silencio, su mirada fija en el suelo con las lágrimas queriendo brotar de sus orbes olivas. No había alegría en ella ante la noticia de su matrimonio, solo una profunda melancolía que reflejaba la realidad de su situación. Ya no sentía la misma emoción de la primera vez. Mientras ambos abandonaban el salón del trono, caminando uno al lado del otro pero sintiéndose más distantes que nunca.

El peso de la última decisión de Jaehaerys parecía aplastar lo poco que quedaba de la conexión entre ambos. Mientras sus pasos resonaban en los pasillos del castillo, ninguno se atrevió a decir palabra. Daemon avanzaba con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, mientras Leyla, con las manos temblorosas, intentaba ocultar el temblor de su labio inferior. Ninguno sabía cómo empezar o qué decir, y ninguno estaba dispuesto a pedir perdón.

Esa noche, cada uno encontró refugio en su propio aislamiento. Leyla, sentada frente a la ventana de sus aposentos, observaba cómo la lluvia golpeaba los cristales, preguntándose si alguna vez podría recuperar lo que había perdido con Daemon. Él, por su parte, buscó consuelo en los rincones más oscuros de King's Landing, rodeado de amigos que compartían su desdén por las responsabilidades impuestas.

Los días seguían marcados por la creciente distancia entre ellos. Leyla se volcó en los preparativos de la boda junto con lady Aemma, aunque su corazón y su mente no estaban en ello. Cada detalle, cada decisión, parecía un recordatorio de las promesas que alguna vez hicieron y que ahora se sentían vacías. Daemon, por su parte, pasaba más tiempo fuera de su habitación, encontrando refugio en las calles de la ciudad y, cada vez más, en la compañía de la lysena: Mysaria.

La fecha de la boda se acercaba inexorablemente, y aunque la corte veía en ello una ocasión para celebrar, los prometidos no compartían esa alegría. El luto por los difuntos aún se sentía fresco, pero ahora parecía mezclarse con un duelo silencioso por lo que alguna vez habían sido el uno para el otro.



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Funa a Daemon (deee)

Solo le queda un capítulo (creo) a este acto, así que se viene la tan esperada boda. ¿Qué creen que suceda?

Se que ya pasó bastante pero espero la hayan pasado de los mejor en las fiestas navideñas, ¿les regalaron algo? A mi nadaaa, pero comí muy rico. Le deseo próspero año nuevo, que se la pasen muy bien y rodeados de sus seres queridos <33 Para 2025 espero mejorar en cuanto a mi escritura y traerles mejores capítulos ❤️ Los quiere, Joce.

Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia, se los agradecería bastante y así actualizo antes <3

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