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-𝐞𝐥𝐞𝐯𝐞𝐧.

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Pasaron algunas semanas desde la muerte de la Princesa Gael Targaryen y la razón de ella se esparció por los Siete Reinos como una fiebre de verano, aunque los cuchicheos sobre un bastardo no dejaron de sonar por Poniente. Era de esperar que se hablara de ello, pero la magnitud de la noticia no tardó en pasar y la mayoría se olvido del asunto con rapidez.

La gran boda esperada por la casa Targaryen y la casa Hightower se pospuso por órdenes del Rey Jaehaerys y la Reina Alysanne, esperando seguir con la organización una vez que pasarán su debido y merecido luto por su hija. Muchos murmuran sobre el estado de los monarcas, más deteriorado desde el día fatal y la ceremonia fúnebre, ambos se saltaban las comidas y convivían muy poco entre ellos o su familia, y la Reina había comenzado a tener catarros más seguidos. Por otra parte, la relación de los prometidos parecía haberse reforzado en tan poco tiempo, volviéndose inseparables. A donde se presentara lady Leyla, el Príncipe Daemon estaba junto a ella. No la dejaba ni a sol ni a sombra.

Ese día, lady Lynesse y sir Robert Hightower, partirían a Oldtown a dejar todo en orden antes de la boda. Leyla estaba más ansiosa que triste, tenía un mal presentimiento desde la mañana y en varias ocasiones insistió a su madre y hermano de permanecer un poco más de tiempo en la corte, pero ambos se negaron, excusándose de que tenía que rendir cuentas a su tío Otto sobre los asuntos que le habían encargado. Nunca habían anticipado su compromiso y su visita se había extendido más de lo debido.

—¿De verdad tienen que irse ahora? —preguntó Leyla, su voz cargada de una ansiedad que no lograba disimular mientras tomaba las manos de su hermano mayor.

El mayor esbozó una sonrisa serena, tratando de calmarla.

—Volveremos cuanto antes, Lea. —explicó en un tono suave, su habitual firmeza revestida de afecto fraternal. —Padre y Ormund seguirán aquí contigo. No estarás sola.

Leyla asintió, pero la preocupación no abandonaba su mirada. Sabía que los asuntos en Oldtown eran importantes, pero algo en su interior le decía que ese no era el momento para que su familia partiera.

—Aun así... —su voz se quebró por un instante, sintiendo que debía hacer algo más para evitar su partida, pero no sabía cómo.

—Estaremos bien. —intervino lady Lynesse, su madre, acercándosele y colocando su mano cálida sobre su mejilla. —Tienes que confiar en que todo saldrá como debe ser. Dejémoslo en manos de los Dioses.

Leyla forzó una sonrisa, pero el mal presentimiento seguía latente. La despedida se sintió más fría de lo que debería. Daemon, quien observaba la escena a unos pasos de distancia, no intervino, pero su mirada no abandonaba a Leyla en ningún momento.

Cuando el carruaje de los Hightower se alejó a las afueras de la Fortaleza Roja, una sensación de vacío invadió el pecho de Leyla. Había estado en la corte sola durante años, siendo solo una dama de compañía, pero ahora era diferente. Sabía que no estaba sola está vez, que Daemon seguiría a su lado, pero no podía sacudirse la sensación de que algo oscuro se cernía sobre ellos. Las nubes en el cielo, grises y cargadas, parecían ser un presagio de lo que estaba por venir.

Daemon se acercó en silencio y, como siempre, colocó una mano firme sobre su cintura.

—No te preocupes tanto. —murmuró, su tono tranquilo, pero con una severidad que no pretendía consolar sino imponer una seguridad que él mismo no estaba seguro de sentir. —Estarán bien. Y si algo sucede, lo sabremos en seguida.

Leyla no respondió. Su corazón, sin embargo, seguía inquieto, pero dejó ir esos pensamientos por un momento, tratando de ser positiva en todo eso.

—Si.. —suavizó su tono, más tranquila. —Rezaré para que lleguen con bien a casa.

—¿Tienes que hacerlo ahora? —preguntó, entrecerrando sus ojos y mordiendo su labio inferior. Leyla lo observó de costado, dudosa a lo que se refería. Sus orbes violetas parecían suplicarle algo pero no lo entendió de inmediato. —. Podemos ir.. —le susurró, bajando su mano a la parte final de su cintura.

Leyla sintió un ligero estremecimiento cuando las palabras de Daemon llegaron a sus oídos. Había algo en su tono, una mezcla de deseo y urgencia, que la dejó momentáneamente sin palabras. Sus ojos se encontraron con los de él, esos orbes oscuros que parecían llevar consigo una intensidad inquebrantable. Durante unos segundos, el mal presentimiento que la había acompañado durante todo el día pareció desvanecerse, reemplazado por la sensación de que el mundo se detenía, solo para ellos dos.

—Podemos ir... —Daemon repitió en un susurro más grave, la cercanía entre ambos incrementando el calor en el aire.

Leyla suspiró, sin apartar la mirada de su prometido, sintiendo cómo sus pensamientos de ansiedad y temor se desvanecían, al menos por un momento. El peso de la despedida de su familia aún estaba presente, pero Daemon tenía una habilidad singular para hacerla olvidar cualquier cosa, o al menos hacer que pareciera menos importante.

—¿Y qué es lo que sugiere, mi príncipe? —respondió finalmente, su tono suave, pero con una chispa de desafío, esa chispa que había aprendido a usar para mantener el equilibrio en su relación con él.

Daemon sonrió de lado, esa sonrisa que nunca revelaba del todo sus intenciones. Bajó un poco más la mano sobre su cintura, estrechando el espacio entre ellos aún más.

Conozco un lugar. —respondió, su voz baja y seductora. —Mucho más privado que el patio de la fortaleza.

Leyla sintió cómo el corazón le latía con más fuerza. Sabía que Daemon era impredecible, y aunque a veces esa cualidad la inquietaba, había momentos como este en los que simplemente se dejaba llevar. Observó su expresión y, aunque su tono parecía casual, ella percibía la intensidad en sus palabras. Había algo en el príncipe que siempre lograba sacarla de su zona de confort, haciéndola cuestionar sus propias decisiones y deseos.

¿Más privado? —repitió en un murmullo, siguiendo su mirada. Un leve rubor se instaló en sus mejillas, pero su tono mantenía esa chispa de curiosidad y desafío.

Daemon no dijo más. Simplemente tomó su mano con firmeza, como si no quisiera darle tiempo para reconsiderarlo, y comenzó a guiarla hacia el interior de la Fortaleza Roja. El silencio entre ellos no era incómodo, sino cargado de expectativa. Cada paso resonaba en los pasillos vacíos, y aunque Leyla intentaba mantener la calma, su mente no dejaba de preguntarse a dónde la llevaba.

Finalmente, llegaron a una puerta alta. Daemon soltó su mano por un momento y, con un pequeño empujón de su hombro, la puerta se abrió. Lo que vio al otro lado era un largo sillón y un escritorio al fondo con varias velas. La cama recién hecha, las telas finas y el famoso casco de dragón que pudo llegar a ver usar en una ocasión a Daemon. Todo indicaba a qué eran sus aposentos.

—¿Aquí? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y sorpresa.

Daemon se giró hacia ella, cerrando la puerta tras de sí con un leve clic, dejando claro que no había intención de que alguien los interrumpiera.

—Me disculpo por el desorden, pero.. —fue interrumpido al sentir los labios de Leyla encima de los suyos, haciéndolo callar al instante mientras se envolvía en su dulce sabor.

Daemon, sorprendido solo por un instante, respondió al beso con fervor, rodeando su cintura con ambos brazos y acercándola aún más a él. Había en ese gesto un acuerdo tácito, una entrega mutua que trascendía las palabras.

Los pensamientos sobre el mal presentimiento de la mañana, el carruaje alejándose y las despedidas frías se desvanecieron en un rincón remoto de la mente de Leyla. Solo podía concentrarse en la cercanía de Daemon, en cómo sus labios se movían con los suyos, en la seguridad que, de alguna manera retorcida, él le brindaba.

Daemon, por su parte, disfrutaba de esa mezcla de pasión y control, siempre buscando la forma de moldear el mundo a su antojo, y Leyla, en ese momento, parecía estar dispuesta a seguirle el juego. Sin separarse demasiado, susurró contra sus labios:

Veo que no necesitabas muchas palabras, después de todo...

Leyla lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y desafío, y sonrió levemente. Había aprendido a manejar la intensidad de su relación con Daemon, a saber cuándo ceder y cuándo retener algo de sí misma, pero en ese instante, eligió dejarse llevar por la marea de emociones.

A veces, las palabras solo estorban. —murmuró, en un tono juguetón.

Daemon soltó una suave carcajada, ese sonido bajo y peligroso que siempre lograba encender algo dentro de ella. Con una mano, acarició suavemente su mejilla, mientras con la otra trazaba delicados círculos en la parte baja de su espalda.

Entonces, dejemos de hablar por un rato. —susurró, inclinándose hacia ella para volver a besarla. De manera precipitada, la llevó cuidadosamente contra la pared.

La presión de la pared fría contrastaba con el calor de los labios de Daemon, y Leyla sintió cómo sus pensamientos se disipaban poco a poco. Había algo en la forma en que él la manejaba, en la intensidad con la que la envolvía, que le hacía olvidar todo lo que antes la preocupaba. Los murmullos de la corte, las obligaciones que la esperaban, y el miedo que había sentido horas antes se desvanecían bajo el peso de su cercanía. El silencio en la habitación era roto solo por sus respiraciones entrecortadas y el leve crujido de las telas de sus ropas mientras Daemon la acercaba aún más a él, como si quisiera asegurarse de que no hubiera ningún espacio entre sus cuerpos.

Acariciaba su espalda con suma devoción mientras esparcía besos desde sus labios hasta su cuello. Era tan tentador y posesivo que sintió por un momento que estaba lista, que quería lo mismo que él. Ella sabía que lo que estaba haciendo no era correcto, era peor que mal visto, pero por alguna razón, dejaba de lado todo con Daemon. Había una libertad en él que la atraía como nada más en su vida, y verlo feliz era lo mínimo que podía hacer por él. Sería su esposa en poco tiempo y esperaba tener algo de experiencia para poder complacerlo esa noche tan importante para ambos.

Sintió como su cuerpo se doblegaba ante él mientras más se entregaba y, a medida que se intensificaba, una pequeña voz en su mente intentó recordarle que no debía dejarse llevar por completo. Sin embargo, en ese momento, la sensación de los labios de Daemon recorriendo todo su pecho, de sus manos sobre sus caderas, era lo único que le importaba, creía que podía ignorarlo por completo.

Pero, en un segundo sintió un escalofrío al sentir la mano de Daemon sobre su muslo, tratando de subir su vestido hasta la altura de sus rodillas. Quiso detenerlo pero el miedo la invadió por completo, sin saber cómo reaccionar. Sus orbes divagaron por el rostro de Daemon, esperando que, al verla se detuviese, pero lo vio completamente satisfecho con su acción y no supo qué hacer.

La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo el momento con un sonido seco que resonó en la habitación. El Príncipe Viserys se quedó de pie en el umbral, procesando lo que sus ojos estaban viendo.

—¡Ay, dioses! —gritó el mayor, cerrando sus ojos con fuerzas. —. ¡Yo no vi nada! —cerró la puerta con dificultad una vez que salió.

Daemon, aún sorprendido por la repentina interrupción, no retrocedió de inmediato. Su cuerpo seguía cerca del de Leyla, y aunque su rostro reflejaba una breve fracción de molestia, su expresión pronto se endureció en esa familiar indiferencia desafiante.

—¡Se toca antes de entrar, idiota! —contestó con el mismo tono, más furioso a diferencia de su hermanos. 

Leyla sintió cómo todo el calor y la intensidad del momento se esfumaban en un instante, reemplazado por la vergüenza que la hizo retroceder, alejándose de Daemon rápidamente mientras trataba de recomponerse. Su corazón latía desbocado, y el rubor en su rostro, que antes había sido de pasión, ahora estaba teñido de una mezcla de desconcierto y humillación.

Daemon, por otro lado, aunque molesto por la interrupción, no perdió la compostura tan fácilmente. Observó la puerta cerrarse con un gesto irritado, pero luego miró a Leyla, quien ahora intentaba alisar su vestido y recomponer su postura. No pudo evitar soltar una risa baja, como si todo el asunto fuera más bien un inconveniente menor que algo verdaderamente serio.

—Viserys y su maldito sentido del tiempo. —murmuró, frotándose la sien con exasperación.

Leyla lo miró de reojo, aún sintiendo el calor en sus mejillas, pero también algo de alivio por la intervención, aunque no lo admitiría tan fácilmente. Sabía que la situación había estado a punto de ir demasiado lejos, y aunque no podía negar lo que sentía por Daemon, también sabía que debía mantener cierta distancia, al menos hasta que las cosas fueran apropiadas. Ahora, sin embargo, no podía evitar reír un poco también ante lo absurdo de la situación.

—Bien, parece que tendremos que posponer esto. —murmuró, inclinándose una última vez para besarla con suavidad en la mejilla.

Ella, aún con la respiración agitada y el rostro encendido, asintió levemente, sin saber muy bien qué decir. Había querido seguir adelante, pero ahora se sentía expuesta, vulnerable, y su mente luchaba por procesar todo lo que había sucedido.

Lo siento... —susurró casi en un suspiro, sin saber si se disculpaba por haber permitido que llegaran tan lejos o por haber sido interrumpida en el último momento.

Daemon la observó por unos segundos, su expresión suavizándose.

—No tienes nada de qué disculparte. Esto no ha terminado. —le lanzó una mirada llena de promesas antes de apartarse por completo, y se dirigió a la puerta. —Vamos, no querrás que Viserys se entere de más, ¿verdad?

Leyla asintió lentamente y ser acercó a su lado, aún procesando lo que había estado a punto de suceder. Se sentía extraña, atrapada entre el deseo que había sentido y la incomodidad de lo que podría haber ocurrido. Algo en su interior le decía que debía haber puesto un límite antes, pero Daemon tenía esa habilidad para hacer que lo prohibido se sintiera inevitable.

Ambos se ajustaron las ropas antes de salir definitivamente, el silencio se volvió algo pesado entre ellos, aunque no incomodó. Daemon, sin embargo, colocó una mano suave sobre su espalda mientras salían, un gesto que, aunque protector, tenía un aire de posesión. Caminaron un rato por los pasillos en silencio, observando a los alrededores de la Fortaleza Roja, hasta que Leyla difícilmente, habló:

Debemos ser más cuidadosos.. —susurró, con el miedo de que alguien pudiera escucharlos.

—Mi hermano no dirá nada, estoy seguro. —declaró el, mostrando su sonrisa juguetona. La detuvo en un cruce de pasillos y la giró hacia el, esperando tener toda su atención. —No hay de qué preocuparse. —levantó su mano y pasó uno de sus cabellos por detrás de su oreja.

—No solo hablo de eso.. Lo digo en general. —dijo, usando su tono más firme. Daemon, a esto, le causó rareza por su raro comportamiento. —No podemos estar haciendo eso.. Solo estamos comprometidos...

—Bueno, eso podría cambiar en pocos días si aceptaras mi idea. —contestó, acariciando suavemente la mejilla de Lea. —Pero te niegas a irte conmigo a Dragonstone.

—Quiero casarme con la bendición de los Siete. Sería una falta de respeto y honor que nos fugáramos y no siguiéramos las costumbres de mi casa.

Daemon soltó un suspiro y retiró la mano de su mejilla, volviendo a su expresión habitual, esa mezcla de aburrimiento y desafío.

Olvidaba tus cosas.. —murmuró en un tono apenas disimulado de desprecio. —Siempre tienes que complicar lo simple. No necesitamos el permiso de un idiota para descubrir lo que ya sabemos y queremos hacer.

—Mi familia no aceptará una boda valyria, lo verían como un insulto.

Daemon la observó en silencio, los labios curvados en una media sonrisa que no llegaba a sus ojos. Era una sonrisa que había visto muchas veces, una que ocultaba las verdaderas intenciones de su prometido.

—¿De verdad te importa tanto lo que piense tu casa, o es solo que no confías en mí? —preguntó, su tono más suave ahora, casi como si estuviera lastimado.

Leyla sintió que su corazón se detuvo por un momento. Las palabras de Daemon eran como una trampa, un lugar donde no importaba qué respuesta diera, siempre sería la equivocada. Pero no iba a dejar que sus emociones la desviaran.

—Confío en ti, pero también confío en mí misma. —dijo, con una calma que sorprendió incluso a ella. —Y sé que, aunque casarnos significa desafiar muchas cosas, no quiero empezar nuestra vida juntos con una mancha de deshonor. Eso no es lo que imagino para nosotros.

Daemon la miró por unos segundos, su expresión impasible, pero Leyla sabía que detrás de esa aparente calma, él estaba calculando su próximo movimiento. Sabía cómo manipular las palabras, cómo jugar con las emociones de los demás, y por un momento, temió haberlo desafiado demasiado.

—¿Deshonor? —repitió Daemon, casi riéndose. —. ¿Crees que la gente no hablará de nosotros igual, bendecidos o no por los Siete? La Fortaleza Roja está llena de serpientes, Leyla. No importa lo que hagamos, siempre encontrarán una forma de envenenar nuestra historia.

Leyla mantuvo la mirada, su postura firme aunque su corazón latía con fuerza. Sabía que él tenía razón en parte, pero había algo más en juego para ella. Las costumbres, las creencias de su casa, eran parte de lo que la definía. No podía simplemente abandonar todo por Daemon, por muy tentador que fuera.

—Eso puede ser cierto, —respondió ella. —pero mi honor no está a la venta. No me interesa lo que piensen los demás, pero sí me importa lo que piense mi familia y lo que piense de mí misma. Si vamos a hacer esto, será de la manera correcta.

Daemon entrecerró los ojos, la chispa de desafío brillando en su mirada. Apretó la mandíbula, y Leyla pudo sentir la tensión en el aire. Era como si estuviera decidiendo si iba a continuar presionando o si iba a ceder.

Finalmente, soltó una risa suave, aunque no había verdadero humor en ella.

—Eres obstinada, lo admito. —murmuró, mientras su mano bajaba lentamente por su brazo hasta encontrar la de ella. —Muy bien, querida. Si tanto deseas seguir las reglas, entonces lo haremos a tu manera... por ahora.

Leyla exhaló, sin saber si sentirse aliviada o preocupada por su tono ambiguo. Sabía que Daemon rara vez se daba por vencido, y aunque había cedido en este momento, probablemente no sería la última vez que tuviera que enfrentarse a su insistencia. Pero al menos, por ahora, había logrado lo que quería.

—Gracias. —susurró, sin quitarle la vista de encima. —Hablaremos de todo esto con la Reina y mi madre cuando vuelva, y en poco tiempo.. —se acercó más a él tomando de su mano, dedo por dedo, cuidadosamente. Daemon estiró una pequeña sonrisa al ver sus movimientos, captando rápidamente la intención de su prometida. —seré toda tuya.

Daemon observó a Leyla con una mezcla de curiosidad y satisfacción. La intensidad en su mirada dejó claro que no iba a dejar de buscar la manera de salirse con la suya, pero por ahora parecía dispuesto a esperar. Sabía que su futura esposa tenía una fortaleza interior que pocos en la corte podían igualar, y aunque eso a veces lo frustraba, también era lo que lo atraía más hacia ella.

Espero con ansias ese día. —murmuró, mientras su mano recorría suavemente el dorso de la de Leyla, disfrutando del contacto. Sus palabras, aunque aparentemente dulces, llevaban una promesa implícita que Leyla no podía ignorar. —¿Qué tal si me acompañas y damos un paseo en Caraxes?

—Prefiero ser expectante, pero gracias. —respondió, soltándose disimuladamente del agarre de Daemon.

—Hay..

Antes que pudiera seguir, Leyla se dio media vuelta y caminó rápidamente a la dirección contraria.

—Tengo que terminar unos pendientes. ¡Te veré luego!

Daemon observó cómo Leyla se alejaba, y aunque su expresión permanecía tranquila, un destello de impaciencia brilló en sus ojos. Era consciente de que ella se resistía a su encanto y a sus planes, pero para él, esa resistencia solo la hacía más interesante.

Por otro lado, Leyla caminaba por los pasillos de la Fortaleza Roja con el corazón aún acelerado. Había tenido que apartarse antes de ceder completamente a las tentaciones de Daemon. Sabía que no era fácil ponerle límites, pero también sabía que, si no lo hacía, perdería el control de la situación.

Mientras se alejaba, reflexionaba sobre lo que acababa de suceder. Daemon era todo lo que su familia temía: impredecible, temerario y desinteresado en las reglas. Sin embargo, había algo en él que la atraía, algo que le hacía querer más, a pesar de los riesgos. Pero por ahora, tenía que mantenerse firme, por su propia paz y por el respeto que le debía a su casa.

Al cruzar el umbral de la puerta de su alcoba, se detuvo y cerró los ojos un momento, tomando aire profundamente. Sabía que su compromiso con Daemon sería cualquier cosa menos simple.



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El atardecer estaba en su última instancia y la hora de la cena estaba llegando.

Lady Leyla se daba los últimos arreglos frente al espejo, antes de la llegada de su hermano, sir Ormund Hightower. Según lo que acordaron, cenarían esas noche para esperar la carta de su madre sobre su exitosa llegada a Oldtown.

Se ajustó las mangas de su vestido, intentando que todo estuviera en su lugar antes de la llegada de su hermano. Aunque la relación con él siempre había sido cordial, los recientes acontecimientos habían enfriado ligeramente esa cordialidad. Sería la primera vez en mucho tiempo donde solo estarían ellos dos, frente a frente, hablando sinceramente y fuera de tensiones.

La puerta se abrió suavemente y una de sus doncellas—otorgadas por la Mano— asomó la cabeza.

—Milady, su hermano esta afuera. —anunció en voz baja.

—Gracias, hágalo pasar. —respondió Leyla con una pequeña sonrisa. Se levantó y acomodó cuidadosamente su vestido azul. Se colocó frente a la puerta y esperó la entrada de su hermano.

La puerta se abrió lentamente, revelando la imponente figura del Hightower. Su porte era elegante, aunque la seriedad en su rostro evidenciaba que la conversación no sería del todo placentera. Al cruzar el umbral, su mirada se encontró con la de Leyla, quien mantenía una sonrisa tranquila, aunque algo forzada.

—Hermana. —dijo con un leve asentimiento de cabeza, sus ojos escaneando la habitación antes de posarse nuevamente en ella.

—Ormund. —respondió Leyla, avanzando un par de pasos hacia él para recibirlo con un abrazo breve, uno que fue correspondido de manera algo rígida por su hermano.

Ambos se separaron, y Leyla indicó una pequeña mesa dispuesta para la cena en una esquina de la habitación, iluminada por la cálida luz de varias velas. Los sirvientes entraron discretamente para colocar los platos y servir el vino, dejando a los hermanos en un silencio tenso que, a pesar de su incomodidad, estaba lleno de expectativas no dichas.

—Espero que la corte te esté tratando bien. He oído que has mejorado bastante en tus entrenamientos. —comentó Leyla mientras ambos tomaban asiento.

—Podría estar mejor. —respondió Ormund, su tono distante, aunque sin ser grosero. Era evidente que lo que pesaba sobre sus mentes no se resolvería con trivialidades.

El sonido de las copas de vino llenándose interrumpió por un momento la conversación, y cuando los sirvientes finalmente se retiraron, el silencio volvió a envolver la habitación.

Ormund fue el primero en romperlo, su voz más baja y medida de lo usual.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, aunque Leyla percibió en sus palabras una mezcla de preocupación genuina y desaprobación contenida.

—Estoy bien. —respondió ella, sosteniendo su copa sin tomar aún un sorbo. Presentía que esa pregunta iba más allá de su bienestar.

Ormund la miró, sus ojos escudriñando los suyos como si intentara descifrar lo que realmente pasaba por su mente.

—Todos hablan sobre tu cercanía con Daemon Targaryen. Es todo un revuelo. —dijo finalmente, su trono grave. —Y si te soy sincero.. me preocupa todo esto.

Leyla suspiró, esperando que esa conversación surgiera en algún punto, pero no esperaba que fuera tan pronto.

—Entiendo tu postura.. —empezó, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —El príncipe... es un hombre complicado. Pero créeme cuando digo que estoy preparada para enfrentar lo que eso implica.

—¿Preparada? —repitió Ormund, alzando una ceja. —. Leyla, no es solo cuestión de estar preparada. Es un hombre volátil, impredecible. Y no solo eso, su lealtad siempre ha sido cuestionable. El peligro que representa para ti, no puedes simplemente ignorarlo.

—No lo ignoro. —replicó Leyla, sintiendo un leve calor de frustración subiendo por su pecho. —Sé que Daemon tiene una reputación, pero él ha sido franco conmigo, más de lo que muchos han sido.

Ormund se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando sus manos sobre la mesa. Su expresión se endureció, pero sus ojos mostraban una mezcla de preocupación y determinación.

—Lo que temo es que él también te vea como parte de su juego, Leyla. —su voz se suavizó un poco, como si tratara de encontrar una forma más diplomática de expresar lo que pensaba. —Daemon no es del tipo que se ata a nadie ni a nada, excepto a sus propios intereses. Y no quiero que te conviertas en una de sus víctimas.

Las palabras de su hermano, aunque bien intencionadas, tocaron una fibra sensible en Leyla. Sabía que él quería protegerla, pero también sabía que subestimaba su capacidad para tomar decisiones por sí misma. Había aceptado el compromiso con Daemon con los ojos abiertos, consciente de sus defectos y de las complejidades que conllevaba estar a su lado.

—Te agradezco tu preocupación, Ormund. —dijo finalmente, con una calma que ocultaba su incomodidad. —Pero esta es mi decisión, y la he tomado con plena consciencia de lo que implica. Ya no soy una niña a la que se le pueda manipular fácilmente.

—¿Qué ya no lo eres? Por favor, Lea. —interrumpió Ormund con un toque de irritación en su voz. —Puede que te hayas alejado, pero siempre has sido mi hermana menor. Y aunque no quiera parecer condescendiente, es mi deber advertirte cuando veo que te estás lanzando a la boca del lobo.

Leyla apretó los labios, intentando contener su frustración. Sabía que Ormund solo quería protegerla, pero su actitud parecía infravalorar su capacidad para decidir por sí misma.

—No niego que tu preocupación venga de un lugar de cariño. —respondió con un tono firme pero sereno. —Pero no soy una mujer imprudente. He visto.. —suspiró ligeramente. —He visto el carácter de Daemon con mis propios ojos, y he sopesado los riesgos. Sé lo que hago, Ormund.

Ormund la miró fijamente, como si buscara alguna señal de duda en su hermana. Finalmente, suspiró pesadamente y se recostó en su silla, cediendo parcialmente en la discusión.

—Lo que me preocupa no es solo el carácter de Daemon. —dijo después de una pausa. —Es el entorno en el que te estás metiendo. Todo esto.. —señaló con ambos brazos el lugar, imaginando que se refería a la corte. —puede volverse en tu contra en un abrir y cerrar de ojos. Y cuando eso pase, Daemon no será suficiente para protegerte de lo que pueda venir.

Leyla respiró hondo, intentando mantener la calma ante las duras palabras de su hermano.

—Sé que la política es un terreno peligroso. —admitió, entrelazando los dedos sobre la mesa. —Pero he aprendido a moverme en esos círculos. No..no soy tan ingenua como muchos piensan.

Ormund la observó en silencio unos momentos más antes de asentir lentamente, aunque el ceño seguía fruncido.

—Siempre haces lo que te venga en gana.. —comentó con un tono despectivo, desviando la mirada.

Leyla lo miró fijamente, sorprendida por el tono de voz que había usado. Reconocía que Ormund tenía un pésimo carácter, pero su comentario se sintió como una daga que atravesaba la frágil tregua que habían mantenido durante la conversación. Leyla, a pesar de su entereza, sintió cómo una punzada de dolor se apoderaba de su pecho. Siempre habían tenido diferencias, pero nunca lo había escuchado hablarle con tanta dureza.

No sabía que pensabas eso de mí.. —dijo ella en voz baja, su mirada ahora más seria, sin rastro de la calma que había intentado mantener. —Sabes mejor que nadie que jamás he tomado decisiones a la ligera.

Ormund no respondió de inmediato, su mirada fija en el vino en su copa, pero su expresión endurecida no cedía. Era evidente que algo más lo estaba afectando, algo más profundo que su simple desacuerdo con la relación de su hermana con Daemon.

—¿Sabes qué es lo que realmente me molesta, Lea? —preguntó finalmente, levantando la vista para mirarla directamente a los ojos. —. Es que te estás alejando de la familia. Estás tomando decisiones por ti misma, sin considerar cómo afectan a los demás.

Leyla parpadeó, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Había esperado que su hermano estuviera en desacuerdo con su relación con Daemon, pero no había anticipado esta profundidad de resentimiento.

—Lo dices como si yo hiciera esto por un capricho.. —replicó ella, manteniendo la firmeza en su voz. —Acepté este compromiso por nuestra familia. Porque sé..

—¿De verdad? —interrumpió el mayor, su tono cada vez más cortante. —Porque desde que estás con ese idiota, apenas has estado en contacto con nosotros. Robb te necesitaba, estaba destruido por la muerte de la princesa, y tú solo.. solo estabas con aquel estúpido..

El silencio que siguió fue frío, pesado con el peso de lo no dicho. Ambos sabían que había verdades amargas entre ellos, pero ninguno estaba dispuesto a ceder por completo.

Leyla, sintiendo una mezcla de tristeza e impotencia, desvió la mirada hacia las velas que titilaban en la mesa.

Estas muy equivocado.. —murmuró para sí misma, mirando fijamente sus ropas para evitar la pesada mirada de Ormund.

El mayor se levantó con fuerza y goleó la mesa con su puño. El golpe resonó en la habitación como una declaración final. Los platos temblaron y el vino casi se derramó sobre la mesa. Leyla se quedó inmóvil, sus ojos fijos en el temblor de las velas mientras el eco del golpe se desvanecía lentamente.

La tensión entre ambos hermanos había llegado a un punto de quiebre, y aunque ella intentaba mantener la calma, la tristeza y el dolor empezaban a abrumarla. Ormund, con el pecho agitado por la rabia contenida, estaba a punto de decir algo más cuando la puerta se abrió de golpe, revelando a su padre, Hobert Hightower.

El hombre mayor entró con pasos pesados, una carta en sus manos temblorosas, su mirada distraída y llena de dolor. Ambos hermanos se giraron hacia él, sorprendidos por la inesperada interrupción.

—Padre... —susurró Leyla, su voz apenas audible. La expresión de Hobert era distinta, como si el peso de las palabras que traía lo hubiera envejecido en cuestión de minutos. Ormund, aún con el ceño fruncido, se enderezó lentamente, pero sus ojos no se apartaban de su padre.

Sin decir una palabra, Hobert caminó hacia Leyla. Sus pasos parecían vacilantes, como si le costara mantener el equilibrio. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió los brazos y la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho. Leyla se quedó inmóvil en un principio, sorprendida por el gesto repentino, pero pronto sintió el peso de lo que estaba por venir.

—Padre, ¿qué ocurre? —preguntó Ormund, su tono aún tenso, pero ahora lleno de incertidumbre.

Hobert no respondió de inmediato. Permaneció abrazando a su hija, como si al soltarla, las palabras que no quería pronunciar se hicieran realidad. Finalmente, su voz quebrada rompió el silencio.

Tu madre y Robert... —susurró, su voz llena de un dolor inconmensurable. —No llegaron a Oldtown... Ha..han muerto..

El mundo de Leyla se detuvo. El aire en la habitación pareció desaparecer, y su mente se llenó de una confusión abrumadora. ¿Había oído bien? No podía ser... su madre, su querido hermano, ambos... no podían estar muertos.

No... —murmuró, con la voz quebrada, mientras sus manos se aferraban a las ropas de su padre. —Eso no puede ser...

Ormund dio un paso atrás, su rostro se congeló en una mezcla de incredulidad y dolor. Aunque la ira de antes aún ardía en él, ahora el golpe de la realidad lo desarmaba por completo.

—Padre, ¿estás seguro? —preguntó, su tono más suave que antes, pero cargado de desesperación.

Hobert asintió lentamente, incapaz de decir más. Leyla sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Todo lo que había sucedido entre ellos, todas las tensiones y discusiones, ahora se desvanecían ante la tragedia que les había golpeado. Su madre, su hermano mayor... ambos habían perecido, y ya nada volvería a ser igual.

Con el cuerpo temblando, Leyla apretó más fuerte el abrazo de su padre, mientras sus lágrimas comenzaban a rodar silenciosamente por su rostro y, repetía una y otra vez que era mentira. Ormund, incapaz de encontrar palabras, se acercó lentamente a ellos, extendiendo su mano hacia el hombro de su hermana.



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Nuevo arco, nuevo trauma. Conste que yo avise.

Me voy a ir a chillar, porque esto es apenas es el principio, ¿Opiniones? ¿Comentarios? En el canal de whats aviso de las actu, por si gustan unirse <3

Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia <3

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