
-𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭.
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Las horas se acercaban y la noche oscura cubría todo el cielo. Las estrellas brillaban al compás de los bardos tocando sus liras, sus tambores y sus guitarras. Leyla miraba desde la ventana de sus aposentos, observando los luceros y escuchaba los cantos del pueblo.
Le recordaba un poco a Oldtown, su hogar ancestral. Sus largos callejones, la música en cada esquina, la mala pavimentación y las risas por doquier, le alegraban el corazón. Aunque no podía salir de su habitación, le era refrescante ver a las personas felices. Quería creer que en alguna parte de los callejones, su mejor amiga bailaba y cantaba como tanto le gustaba hacer.
Dio un suspiro hondo y se apoyó en el marco de la ventana, con una media sonrisa. Su mente divagaba en sus recuerdos más lejanos, pensando en que en esos momentos, probablemente estaría escapando con Gael por los Pasadizos de Maegor para recorrer por milésima vez todo King's Landing.
Mientras Leyla se sumergía en sus más sinceros deseos, un golpe suave en la puerta la sacó de su ensueño. Se giró con rapidez, alisando su vestido, y tras un instante de duda, dio permiso para entrar. La puerta se abrió lentamente, revelando una figura familiar: lady Alana Beesbury. Dama de compañía de la princesa Gael. Sus ojos reflejaban preocupación, como si estuviera conteniendo algo.
—Milady. —pronuncio la joven, que tenía casi la misma edad que Leyla.
—¿Sucede algo, lady Alana? —preguntó Leyla, acercándose a pasos lentos hasta ella.
—Ha llegado una carta. —respondió Alana, haciendo la misma acción que la castaña. —Es para usted, milady.
Leyla se quedó quieta, dudosa he intrigada por el contenido del envío. Observo la carta que Alana sostenía en sus dedos, el sobre sellado con cera roja, mostrando el símbolo de un copo de nieve. Su corazón dio un vuelco, reconociendo al instante la firma que siempre utilizaba La hija del Invierno. El aire en la habitación pareció volverse más denso, sintiendo que podían ser noticias de consuelo, o una tormenta.
Alana le acercó la carta, la tomó con manos temblorosas, sintiendo la textura del papel bajo sus dedos. Por un momento, no pudo moverse, su mente inundada de posibilidades. ¿Le habrá sucedido algo? ¿Sucedería algo con el bebé? ¿O tendrá que irse más lejos y eso es una despedida definitiva?
—Gra..gracias lady Alana.. —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. La joven dama se quedó en silencio, mirándola con preocupación y algo de curiosidad.
Leyla se giró lentamente hacia la ventana, la carta aún sin abrir en su mano. Se sentó en un taburete y se quedó viendo el cielo oscuro. Con un último suspiro, rompió el sello y desplegó el pequeño pergamino. Comenzó a leer las pocas palabras escritas, una y otra vez, tratando de descifrar su significado: "A la hora del murciélago, frente a la Madre y el Guerrero". Era un mensaje enigmático, pero sabía que no había sido enviado sin razón. Aquella firma, el copo de nieve y las iniciales GT, le eran inconfundibles; quiso creer que Gael tendría algo que ver en el mensaje. Sabía que tanto amaba los acertijos, al igual que amaba tener una espada entre sus manos o montar en su dragón.
Miró hacia la ventana y comprobó que el anochecer ya había pasado hace un rato, y sus pensamientos se dirigieron inmediatamente a la capilla de los Siete por lo de "la Madre y el Guerrero". En King's Landing, las estatuas de ambos dioses se encontraban uno frente al otro, donde solía ir acompañada de Gael después de muchas súplicas.
Leyla apretó la carta en sus manos, la tela del vestido crujía cuando se levantaba de nuevo. La urgencia crecía en su pecho como una tormenta inminente. Se puso de pie con determinación, guardó la carta en el pliegue de su vestido y dio media vuelta hasta la puerta de su habitación, donde Alana seguía de pie muy ansiosa.
Leyla se quedó observándola por un segundo, titubeando sus acciones. Respiró hondo y comenzó a dar algunas vueltas en su mismo círculo, queriendo encontrar la manera para distraer a su amiga. Se detuvo un momento, viendo cómo Alana comenzó a buscar en sus cajones, sacando cosa por cosa en busca de algo. Leyla la observó desde su lugar, confundida por lo que hacía.
—¿Lady Alana..? —cuestionó Lea, acercándose de apoco hasta el lugar de su contraria.
—¡Aquí están! —dijo Alana, dando un salto, sacando unas prendas —. Sabía que estaban aquí.
La rubia volteó el rostro y miró a Leyla con una gran sonrisa, enseñándole dos capas negras.
—Vamos, milady. La princesa la espera. —asintió la Beesbury, levantándose rápidamente hasta llegar frente a Lea. —No la dejaré sola, si eso es lo que le preocupa. —le acercó una de las capas a la altura de la cintura.
—Claro.. —respondió Leyla, tomando cuidadosamente la capa.
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El aire era fresco en King's Landing, y con la luna casi en su máxima altura, no les impedía a los pueblerinos divertirse. Música y cantos resonaban en cada callejón, niños corriendo que aquí y de haya, y las mujeres haciendo grandes cenas para todas las personas a su alrededor. A pesar de la urgencia de su destino, ni Alana y Leyla pudieron evitar notar la energía vibrante de la ciudad que parecía nunca tener sueño.
—Milady. Por aquí. —llamó Alana, tomando la mano de Lea, entrando ambas a una intercepción que los llevaba a otra calle.
—¿Por qué está tan oscuro? —preguntó Leyla, casi sin poder nada en el callejón. —. No recuerdo este lugar..
—Solo no se aleje de mí y mire siempre al frente, milady. —dijo Alana, sin siquiera voltear a ver a su acompañante. —No quiero que la tomen como una puta.
—¿Una qué? —cuestionó Leyla, pero antes de que Alana pudiera responderle, ya habían llegado de nuevo a la luz de una nueva calle.
Leyla sintió como su corazón se aceleraba, más de confusión y sorpresa que de emoción. La inquietud de ese lugar siempre le daba escalofríos, aún con lo poco que sabía de él por Gael, la Calle de la Seda le era un lugar terrible.
Las luces tenues de los burdeles iluminaban el camino con un brillo rojizo, y las risas despreocupadas de los hombres y mujeres que frecuentaban esos lugares resonaban a su alrededor.
—Tenemos que ir hasta la mitad de la calle y luego dar vuelta a la derecha. Según los capas doradas es más fácil llegar desde esa calle hasta el Septo. —indicó la Beesbury, antes de volver a caminar en sentido contrario a la calle. Pudo sentir que su contraria no le estaba prestado ni una pizca de atención y decidió voltear a verla. —¿Milady..?
Pudo ver que Leyla estaba cubriendo sus ojos con un extremo de su capucha y con los ojos puestos en la calle pavimentada. Parecía que estaba entumida en esa posición, porque ni siquiera parpadeaba.
—Milady no podrá caminar si va así todo el camino. —dijo Alana. —No le pasará nada, lo prometo.
—¿No..no hay o..o..otra ma..manera? —preguntó Leyla con su voz hecha un tambaleó. La joven negó con la cabeza. Leyla suspiró hondo mientras sus labios temblaban más de lo normal, cerró los ojos con fuerza y apretó la mandíbula.
Alana pudo escuchar pequeños susurros por parte de Leyla, que había puesto su mano en su pecho.
—¿Lady Leyla... todo bien...?
—Estoy rezando.
—¿Para qué?
—¡No quiero irme al infierno. A ninguno de los siete que existan! —respondió Lea, subiendo su tono ligeramente.
Alana asintió con una ceja alzada, guardó silencio y dejó que ella siguiera con lo suyo. Intentó reprimir una sonrisa ante la fervorosa devoción de Leyla, pero no pudo sentir un toque de ternura hacia ella. Aunque King's Landing era su hogar temporal, Leyla seguía siendo una extraña en los rincones más oscuros de la ciudad. Como un cordero sin su ganado. Aún así, Alana sabía que les quedaba poco tiempo si querían alcanzar a hacer todo lo debido.
—Milady, debemos seguir. —Alana habló con suavidad, tocando ligeramente el brazo de Leyla para darle ánimos. —No estamos tan lejos del Septo, y cuanto antes lleguemos, antes podremos salir de aquí.
Leyla asintió, aunque sus ojos seguían temerosos bajo la capucha. Las luces rojas de los burdeles proyectaban sombras largas y distorsionadas en el suelo, haciendo que todo el entorno pareciera más amenazador de lo que probablemente era. Tomó aire profundamente, intentando infundirse valor, y finalmente soltó el borde de su capucha, exponiendo su rostro a la tenue luz de las farolas.
—Está bien, sigamos. —respondió, tomando con más fuerza la mano de Alana.
Avanzaron cuidadosamente por la calle, ambas con la vista en todo el momento al frente, queriendo no llamar la atención, pero les parecía imposible ignorar todo lo que sucedía a sus costados. Leyla, en su intento de esquivar a una mujer que iba pasando, casi involuntariamente, giró la cabeza hacia la derecha, también, atraída por los gritos en las afueras de un burdel donde entraban y salían personas como si de ver a alguien importante se tratara. Lo que vio la dejó momentáneamente paralizada.
—¡Aquí está el, el maldito Daemon Targaryen! —gritó un hombre en una multitud junto al burdel, donde mujeres se acercaron con ropa que no dejaba a la imaginación.
Ahí estaba su prometido, bebiendo y rodeado de rameras que intentaban meterlo al Burdel con ayuda de los que supuso Leyla, eran sus amigos de los capas doradas. Su figura le era inconfundible, incluso bajo la capa negra que debía cubrir su cabello plateado -lo cual hacía todo menos eso.- Al verlo, Leyla sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía quién era, por supuesto, conocía la reputación que se cargaba mucho antes de que se comprometieran, pero, tal vez por el tiempo que pasaban juntos, olvidó con que canalla la habían comprometido.
Por un breve instante, sus miradas se encontraron. Los ojos de Daemon, fríos y amenazadores, se detuvieron en ella. Leyla pudo ver que su rostro se fruncía, por lo que supuso que la había reconocido. Su corazón se detuvo, temiendo que él viniera hasta ella, o tal vez eso es lo que ella quería, pero sabía que Daemon no lo haría.
La expresión en el rostro del príncipe era una mezcla de sorpresa y fastidio, como si estuviera nervioso por encontrarla allí, justo en ese momento. Leyla vio en sus ojos algo de molestia, como la primera vez que él se detuvo a hablar con ella, sin ningún rastro de familiaridad o afecto que en algún momento él había mostrado por ella. Por el contrario, había algo oscuro y distante en su mirada, algo que la hizo estremecer.
La conexión duró por unos segundos, pero para Leyla se sentían como una eternidad. Él apenas disimulaba, ni si quiera lo intentaba, aún cuando ella estaba ahí, justo ahí viéndolo en un momento que podría comprometer todo.
Leyla sintió como su corazón se comprimía, su mente se nublaba por la mezcla de emociones que iban desde la incredulidad hasta una creciente indignación. No sabía qué le molestaba más, si el hecho de que su prometido estuviera en un burdel rodeado de mujeres o el frío reconocimiento en su mirada, como si ella no fuera más que una espectadora inoportuna de sus actos.
Daemon, por su parte, no hizo ningún esfuerzo por ocultar lo que estaba haciendo. Con una arrogancia que era tan natural en él como respira. Pero no alejaba su vista de ella, como si quisiera hacerla sentir que estaba haciendo mal por estar ahí. No el.
Las mujeres alrededor de Daemon, ajenas al conflicto silencioso entre los dos, seguían riendo y tirando de él, tratando de ganarse su atención. Los amigos del príncipe, absortos en su propia diversión, no notaban la tensión que se cocía entre los dos. Era como si el mundo a su alrededor continuara girando sin pausa, ignorando el sutil pero intenso enfrentamiento que ocurría en medio de la calle.
Leyla sentía como su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de rabia contenida. ¿Cómo se atrevía a mirarla así, a desafiarla de esa manera? ¿Qué clase de hombre era, que ni siquiera intentaba ocultar su desprecio? Pero antes de que pudiera procesar completamente sus pensamientos, sintió la mano de Alana apretando la suya, tirando de ella para que avanzara.
—Milady.. ¿sucede algo? —cuestionó en voz baja, tratando de buscar con la mirada que era lo que tanto perturbó a su amiga.
—No..no.. Sigamos.. —dijo Leyla, apartando los ojos de la escena. Alana dudó por un momento por el temblor que sentía en la mano de Lea, hasta que ella asintió, dejando que la guiara de nuevo.
Pero, incluso mientras se alejaban, Leyla podía sentir los ojos de Daemon quemando su espalda, una presencia pesada que no desaparecía.
En el momento que dio la vuelta en la calle, Leyla se zafó del agarre de Alana y comenzó a respirar con rapidez, como si el aire estuviera volviendo a su cuerpo. Alana se detuvo de la misma manera y se dio media vuelta, la observó con preocupación al ver el desespero en su rostro. Leyla nunca se había mostrado así, mucho menos delante de ella, aún siendo su amiga desde años.
—¡Lea! —gritó Alana, dejando de un lado los títulos, se acercó hasta ella y pasó su mano sobre la espalda de Leyla. —. Debes sentarte, usa mi capa para que no te...
—No, no.. Estoy bien. —contestó Leyla, deteniendo a Alana antes de quitarse por completo su capa. —Hay que seguir, se está haciendo tarde..
Alana la ayudó a incorporarse haciendo que se apoyara en su brazo. Se quedó viéndola por un momento, con el rostro fruncido queriendo obligarla a descansar. Ella podía sentir que no estaba del todo bien, y se sentía mal por haberla llevado a su límite aún cuando su recuperación no estaba terminada.
—Tienes que sentarte, estás temblando. —mencionó Alana suavemente, sus ojos llenos de preocupación. —No podemos seguir así, podrías volver a desmayarte.
Leyla negó con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. La cabeza empezó a dolerle y las piernas le temblaban más de lo normal. Ese sentimiento le parecía más familiar de lo que esperaba.
—Solo.. necesitaba tomar.. aire. —murmuró Leyla, forzando una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Estoy bien, de verdad. Sigamos..
Alana no parecía convencida, pero asintió lentamente, decidiendo no presionar más. Sabía que Leyla era terca cuando quería y que insistir solo la haría cerrarse más.
—De acuerdo, pero prométame que si necesita descansar, me lo dirá. —Alana la miró con seriedad, esperando una promesa que Leyla no podría romper.
Leyla asintió, agradecida por el apoyo de su amiga. Tomó un par de respiraciones profundas, tratando de calmarse antes de empezar a caminar nuevamente.
—Lo prometo. —dijo finalmente, su voz más firme esta vez. Se enderezó y, con la ayuda de Alana, volvió a poner un pie delante del otro, dejando atrás el callejón oscuro.
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El silencio solemne del Septo contrastaba fuertemente con el bullicio de la ciudad que habían dejado atrás. Las altas velas ardían suavemente, proyectando sombras largas y danzantes sobre las paredes de piedra, mientras el aroma del incienso llenaba el aire con una fragancia dulce y tranquilizadora. El lugar estaba casi vacío a esa hora, salvo por alguna figura encapuchada en oración y un par de capas doradas que custodiaban la entrada.
Leyla avanzó por el pasillo central, sintiendo cómo sus pasos resonaban en el suelo de mármol. Alana, que la había acompañado hasta la puerta del Septo, se quedó fuera, dándole un último apretón en el brazo antes de despedirse.
—Estaré esperando en la entrada, milady. No tardes demasiado, y dele mis saludos a la princesa. —susurró Alana, mirando con preocupación a su amiga. Leyla asintió, agradeciendo en silencio el apoyo de Alana antes de adentrarse más en el Septo.
Las estatuas de los Siete la rodeaban, cada una imponente en su representación divina. La Madre, con su expresión compasiva y cargando a un niño en pecho con una aura divina, y el Guerrero, fuerte y resuelto, ambos frente al otro, como el mensaje que había recibido. Se detuvo justo en el centro, arrodillándose en el círculo de velas, algunas encendidas, otras casi por terminar, apoyándose de la mesa de piedra apoyándose de sus codos y entrelazando sus manos.
—Dioses... —susurró Leyla, casi suplicando. —Que no me esté equivocando con esto..
—¿Acaso es malo que vengas a visitar a tu amiga? —susurró una voz en su oído.
El corazón de Leyla dio un vuelco al escuchar la voz suave y familiar tan cerca de ella. No había sentido a nadie acercarse, lo cual la hizo estremecerse. Lentamente, giró la cabeza para encontrarse con la figura elegante y etérea que le era irreconocible.
—Gael.. pe..perdón, princesa. —dijo Leyla con mucho entusiasmo.
—No seas ridícula y dame un abrazo. —respondió la mayor, envolviendo sus brazos en el cuello de su contraria. —No es como si todavía pudiera usar mi título.
Leyla se separó un poco, aunque mantuvo sus manos en los brazos de Gael, regalándole una media sonrisa. Conocía bien el humor de Gael y entendía el significado detrás de sus palabras. A pesar del tiempo sin verse, el vínculo entre ellas seguía tan fuerte como siempre.
—Te extrañé. —murmuró Leyla, mirando a su amiga con un brillo de emoción en los ojos.
Gael la observó con ternura, como si los días de separación se hubieran extendido por siglos. Acarició el rostro de Leyla con la suavidad que solo una hermana de corazón podría tener.
—Y yo a ti, Leyla. Me alegra verte, te sienta el compromiso. —respondió Gael, dejando caer la mano de Leyla con suavidad. Lea bajo la mirada con una ligera sonrisa, sin responder al "alago".
—La reina descubrió nuestra correspondencia y ahora pregunta todo los días por ti. —dijo Lea, queriendo cambiarla el tema con rapidez.
—Mi madre es así. Suele preocuparse demasiado.
—Yo también estaría preocupada sino supiera que estás a salvo.
—Tu siempre estás preocupada. —respondió Gael, con una sonrisa pícara. Leyla rodeó sus ojos, ofendida por el comentario. —Y así te quiero. —terminó diciendo, chocando su hombro contra el de Lea.
Leyla volteó el rostro, mirando directamente a los ojos a Gael, ella hizo lo mismo y se quedaron así por unos cuantos segundos. Al momento, ambas terminaron riendo, contrayendo sus cuerpos y golpeando sus cabezas.
—Está bien, ¿ahora me dirás porque querías verme a esta hora? —cuestionó Leyla, deteniéndose en su antigua postura curveada, Gael cruzó sus brazos y apoyó sus brazos en la mesa de piedra, viendo directamente a Leyla con una gran sonrisa. —. ¿Tengo algo en la cara?
—No.. para nada.. —contestó Gael, sin apartar su vista del rostro de su amiga.
—¿Entonces? —volvió a preguntar. Gael negó con la cabeza y siguió con su misma postura. Leyla sabía que no hablaría así que hizo lo mismo, ambas observándose detenidamente, hasta que Lea recordó el pequeño detalle que Gael cargaba. —. Espera, ¿sucedió algo con el bebé?
—Para nada. —negó la mayor, volviendo a incorporarse. —Este pequeño es más fuerte que yo, lo siento cada día.
Leyla asintió dudosa apartando por un momento la vista de su amiga, mirando directamente a la estatua de la Madre. Gael hizo lo mismo, pero no sentía la misma devoción con la que Leyla observaba la figura.
—Dejaré la ciudad en unas semanas. —dijo Gael, rompiendo el silencio que se había formado.
Leyla giró la cabeza rápidamente para mirarla.
—¿Qué? ¿Por qué? Y, ¿a dónde? —preguntó, sintiendo una mezcla de sorpresa y angustia.
—Voy a Lys. —respondió Gael con calma. —Le envié una carta a mi hermana y dice que puede acogerme por el tiempo que quiera.
Leyla se quedó en silencio por un momento, procesando la noticia. Como si no fuera suficiente con todo lo que pasaba en la fortaleza y su salud, ahora estaba perdiendo a su mejor amiga.
—Será lo mejor para mí y para el bebé..
—Pero puedes volver a tu hogar. —dijo Leyla, interrumpieron bruscamente a Gael, tomando una de sus manos con fuerza. —El rey lo entenderá y..
—Mi padre no lo entendería, ni siquiera mi madre. —respondió Gael, deteniendo en seco a Leyla. —No lo hicieron ni con Daella, ni con Saera y mucho menos con Viserra, que podría esperar yo. —dijo, mostrando su rostro y tono irritado.
Leyla la miró de igual manera, pero con su rostro hecho un remolino de emociones fuertes.
—Si eso es lo que quieres... —pronunció Leyla, con un tono más seco de lo que Gael pudo haberla escuchado alguna vez.
—Ok, ahora estás enojada.
—No.. estoy enojada.
—Claro que lo estás, porque crees que estoy cometiendo una estupidez...
—No.. no dije eso...
—Por favor, te conozco perfectamente. —interrumpió la mayor, desviando la mirada con una sonrisa para nada agradable.
Gael y Leyla se quedaron en silencio por un momento, las palabras colgando en el aire como una nube oscura sobre sus cabezas. El ambiente, antes lleno de cariño y ternura, se tornó tenso, cargado de emociones no expresadas.
—No estoy molesta.. —insistió Leyla. —Pero si asustada.
—¿De qué?
—¿Cómo que de qué? —dijo Leyla, frunciendo su ceño ante la pregunta de Gael. —. Tu eres mi amiga, la mejor que he tenido, eres como mi hermana...
La última palabra de Leyla hizo que la Targaryen se estremeciera, como si una molestia se sintiera por todo su cuerpo.
—Si..si algo llegase a sucederte no se que haría. Debes pensar en tus padres, tu hermano, el está igual de preocupado que ellos, y Robb no para..
Al instante, Gael se soltó bruscamente de la mano de Leyla y se levantó con la misma brusquedad. Se quedó quieta, dándole la espalda.
—¡Al diablo con ellos! —pronunció la Targaryen, girando rápidamente su cuerpo directamente a Leyla. —. No los necesito. Ni a mis padres, ni a mi estúpido hermano. Solo te quiero a ti. Yo te necesito a ti.
Leyla se quedó inmóvil, cruzando sus manos sobre sus muslos. Asustada por los gritos e inquieta de que alguien pudiera escucharla.
—Entonces déjame ayudarte y...
—No es así de simple, Lea. —contradijo la mayor. —Ellos harán que me case con cualquier hombre que desee una esposa, aún si me triplica la edad. Eso intentaron hacer con mi hermana y mira lo bien que les funcionó.
—Pero.. esto puede ser diferente.. —dijo Leyla, levantándose lentamente. —Yo estaré contigo para apoyarte.
Gael se quedó viéndola con incredulidad, con sus labios tambaleando, queriendo decir algo que no podía. Como si cada palabra de Leyla fuera una espada para su corazón.
—Entonces... —potenció Gael, acercándose a la par de Leyla con rapidez. Tomó sus manos entre la suyas, aferrándose fuertemente en ellas, logrando que Leyla se sintiera algo asustada. —Ven conmigo.
Leyla sintió el aire atraparse en su garganta cuando las palabras de Gael la golpearon con una intensidad que no había anticipado. El agarre firme de su amiga, la desesperación en su voz, y la urgencia en sus ojos hacían que Leyla se sintiera atrapada.
—Gael... —empezó Leyla, su voz apenas un susurro, mientras buscaba los ojos de su amiga, tratando de entender la profundidad de lo que le estaba pidiendo —No puedo... no puedo simplemente irme.
—¿Por qué no? —replicó Gael, sin soltar sus manos, acercándose aún más, como si la proximidad pudiera convencer a Leyla de hacer lo impensable—. Aquí no hay nada para ti más que un matrimonio que ni siquiera deseas de verdad. Sabes que no podrás ser verdaderamente feliz en este lugar ni mucho menos al lado de Daemon. No como lo serías a mi lado.
Leyla estaba aturdida, sin saber cómo responder. Su tartamudeo se volvió mucho más ahogador, sintiendo cada pulsada de su corazón como una daga en su garganta.
—No.. no puedo, Gael. —dijo, con sus ojos casi apunto de inundarse en lágrimas. —Aún si no quiero estar con Daemon, tengo que cumplir mi deber con mi familia y con la tuya. —tomó ella misma más fuerte del agarre que Gael tenía sobre ella. —Aún si lo deseo tanto como tú... No puedo hacer caso omiso a mis deberes..
—Al carajo con ellos. Ninguno te comprende o piensa en ti como para que les debas algo. —contradijo Gael, acercando más su cuerpo con el de Leyla, quedando a unos centímetros de la otra.
Leyla sintió su corazón latir con fuerza, como si estuviera al borde de un precipicio. Las palabras de Gael, tan crudas y llenas de pasión, la desarmaron. Gael siempre había sido su refugio, la persona a la que acudía cuando el peso de sus deberes se hacía insoportable. Pero ahora, en este momento tan cargado de emociones, esa misma persona la estaba empujando hacia un abismo que no estaba segura de poder cruzar.
—Gael, por favor... —imploró Leyla, sus ojos buscando desesperadamente una salida a la situación —No es tan simple. No puedo... no puedo dejar todo atrás.
Gael la miró, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y desesperación.
—Pero lo quieres, Leyla. Lo sé. Puedo verlo en tus ojos, en la forma en que me miras cuando crees que no me doy cuenta. —Gael apretó más sus manos, como si temiera que Leyla se alejara en cualquier momento —Sé que sientes lo mismo que yo. Lo he sentido cada vez que estamos juntas.
Leyla se quedó en silencio, sus pensamientos enredados en un torbellino de confusión y temor. Quería negar las palabras de Gael, decir que todo era un malentendido, que solo la veía como una amiga, pero no podía. Las palabras se le atoraron en la garganta, incapaz de mentirle a Gael, pero también incapaz de admitir lo que realmente sentía.
—Yo... —Leyla comenzó, pero su voz se quebró antes de que pudiera continuar.
Gael vio la lucha interna en los ojos de Leyla y supo que estaba perdiendo. La cercanía que compartían, ese vínculo tan especial que tenían, estaba al borde de romperse. Dio un paso más, cerrando la distancia entre ellas, sus rostros casi tocándose.
—No tienes que hacer esto, Leyla. —murmuró Gael, su voz apenas un susurro —No tienes que casarte con Daemon. No tienes que sacrificar tu felicidad por deberes que no has elegido. Podemos irnos, podemos ser felices, juntas...
Leyla sintió las lágrimas quemar en sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. Sabía que Gael estaba siendo sincera, que sus sentimientos eran reales y profundos, pero también sabía que no podía darle lo que le estaba pidiendo.
—Gael, yo... —dijo Leyla, sintiendo cómo las palabras la traicionaban nuevamente —No puedo. No así.
Gael cerró los ojos, respirando profundamente, como si estuviera tratando de aceptar lo inevitable.
—Entonces dime que no sientes nada por mí. —dijo Gael, su voz temblando levemente —Dime que no quieres estar conmigo, que todo esto ha sido solo mi imaginación.
Leyla abrió la boca, pero no pudo pronunciar las palabras. No podía mentirle a Gael, no después de todo lo que habían compartido. Pero tampoco podía admitir la verdad, porque hacerlo significaría enfrentarse a un futuro que no sabía cómo manejar.
El silencio de Leyla fue suficiente para Gael. Lentamente, aflojó su agarre y dio un paso atrás, sus ojos llenos de una tristeza profunda.
—Lo entiendo. —susurró Gael, con una pequeña sonrisa que no alcanzó sus ojos —No tienes que decir nada más.
Leyla sintió una punzada en el corazón al ver la expresión de Gael, pero antes de que pudiera decir algo, ella se dio la vuelta y se alejó, dejando a Leyla sola en medio del pasillo. Leyla quiso llamarla, detenerla, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
—Pe..perdón... —susurró entre lágrimas, solo ella escuchando sus lamentos.
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Ambas jóvenes caminaban por los pasillos de Maegor, en completo silencio. Leyla había estado callada desde que salió del Septo, y no quiso responder ninguna pregunta que Alana le hacía, ni por más ridícula que fuera.
Alana ayudó a Leyla a subir las última escaleras por lo agotada que se sentía, resonando cada paso en los pasillos, haciendo que solo el eco rompiera el fastidioso silencio.
Al llegar a su habitación, Leyla empujó la puerta con suavidad, esperando encontrar la calma que tanto necesitaba. Sin embargo, al cruzar el umbral, se detuvo en seco. Daemon estaba allí, de pie junto a la ventana, su figura envuelta en sombras. Apenas la vio entrar, sus ojos se encendieron con una figura contenida.
—¿Dónde demonios has estado? —su voz cortó el aire como una espada, tan fría y afilada que hizo que Leyla diera un paso atrás.
Alana, reconociendo la tensión en la habitación, hizo una reverencia rápida antes de salir en silencio, cerrando la puerta tras ella. Leyla se quedó sola con Daemon, y el aire en la habitación se volvió denso, cargado de la tormenta que estaba por estallar.
—Lo dice como si no supiera.. —dijo en un murmuró, desabotonado su capa del cuello.
—¿Perdón?
—Fui a dar un paseo y lady Alana se ofreció a acompañarme.
—¿Un paseo hasta la Calle de la Seda? —replicó Daemon con sarcasmo, avanzando hacia ella con una furia contenida en sus orbes. —Rara forma de tomar un paseo.. ¿no lo crees?
Leyla sintió como su pecho se comprimía al recordar lo que había visto. La imagen de Daemon a punto de entregarse a los placeres carnales, estaba grabando en su mente como un hierro al rojo vivo. Las emociones en su interior se agitaron, chocando entre sí como una tormenta desenfrenada. El Daemon que había llegado a conocer, aunque veces distante y arrogante, era solo una más de sus intentos de falsedad.
—¿Y a usted desde cuando le interesa eso? ¿Eh? —dijo Leyla alzando peligrosamente su voz, aunque temblaba levemente por la mezcla de rabia y dolor que sentía. —. ¿No era yo una patética niña? ¿Una ilusa? ¿Una estúpida que no sabía nada? —en vez de bajar su tono al verlo acercarse con ferocidad, alzó su mentón, sin querer rebajarse contra el.
Daemon se detuvo a solo unos pasos de Leyla, sus ojos ardiendo con una mezcla de ira y algo más profundo, algo que se negaba a reconocer. Leyla, sin embargo, no retrocedió; mantuvo la cabeza en alto, desafiante, mientras su pecho se alzaba y bajaba rápidamente, como si contuviera un volcán a punto de estallar. Pero eso provocó que el avivara su enojo.
—Si, lo eres. Y me lo demuestras con las estupideces que cometes.
—¿Qué yo cometo? —contradijo ella. —Yo no soy la que va a burdeles como si de eso dependiera mi miserable vida.
—¿Qué dijiste? —espetó Daemon.
—Lo que escucho. —replicó Leyla, su voz firme a pesar del temblor que recorría su cuerpo. —Y sé que me escucho muy bien.
La furia en los ojos de Daemon se intensificó, pero había algo más detrás de ella, algo que ni siquiera él podía entender completamente. Se acercó aún más, hasta que casi no había espacio entre ellos, su presencia era abrumadora, y el aire parecía electrificarse a su alrededor.
—Te lo advertí muy bien. —su voz era apenas un susurro, pero contenía una amenaza palpable. —Recuerda cuál es tu lugar..
Leyla sostuvo su mirada, aún cuando su cuerpo le temblaba del miedo. Sabía en la cuerda floja por donde caminaba, pero el dolor que guardaba la superaba.
—Lo sé muy bien, mi príncipe. —dijo, bajando su voz ligeramente. —Pero tampoco soy una de sus rameras. Alguien que pueda usar y luego desechar cuando ya no le de la diversión que busca.
Las palabras de Leyla cayeron como una pesada carga entre ambos, creando un silencio denso e incómodo. La ira de Daemon, que había estado a punto de estallar, pareció congelarse en su lugar, como si sus propias emociones lo hubieran atrapado en un torbellino del que no podía escapar. Por un instante, su expresión cambió; la dureza en su mirada se suavizó, dando paso a algo más, algo que ni siquiera él parecía dispuesto a reconocer.
—Leyla.. —comenzó a decir, pero las palabras se atoraron en su garganta. No era frecuente que alguien lo confrontara de esa manera, y mucho menos una joven a quien siempre había considerado bajo su control.
Leyla no respondió. Mantuvo la mirada fija en él, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y desafío. No iba a retroceder, no esta vez. Había soportado demasiado, y su dignidad no le permitiría callar más. Pero el tono que él usaba sobre ella, la hacía sentir un terror.
Daemon, sin embargo, no estaba acostumbrado a ser desafiado, y menos aún por alguien a quien consideraba inferior. Su furia, que había comenzado a desvanecerse, volvió a encenderse, aunque esta vez no era la ira fría y calculada de un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería, sino una mezcla compleja de emociones que él mismo no entendía.
—¡Eres una..! —pronunció, acercándose con pasos rápidos y con su mano alzada, muy peligrosamente.
Leyla sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al ver la mano de Daemon alzarse, pero no se movió. Se quedó donde estaba, con la mandíbula tensa y los ojos clavados en los de él, negándose a dejar que el miedo la dominara. No podía permitir que él viera cuán vulnerable se sentía en ese momento.
Daemon se detuvo a solo un paso de ella, su mano aún alzada, temblando ligeramente en el aire. La rabia en sus ojos era innegable, pero también había confusión, como si él mismo no comprendiera del todo lo que estaba haciendo. Por un instante, parecía que iba a dejarse llevar por su impulso, pero algo en la mirada temblorosa de Leyla lo detuvo.
El silencio entre ellos se hizo insoportable. La mano de Daemon, que había estado a punto de caer sobre ella, se quedó suspendida por un momento más antes de que, con un gesto brusco, la bajara. Se dio la vuelta, llevándose una mano a la sien, como si intentara calmar la tormenta que se desataba en su interior.
—Maldita sea.. —murmuró con la voz cargada de frustración, sin mirarla.
Leyla sintió como el aire se escapada de sus pulmones y el miedo se apoderaba de su cuerpo por completo. Las lágrimas que intentaba contener se escaparon de estos y recorrieron sus mejillas, con el corazón bombeando con fuerza. Se quedó de pie, temblando, mientras las lágrimas caían libremente por su rostro.
—¿De verdad.. iba a golpearme...? —cuestionó Lea con la voz entrecortada.
Daemon abrió la boca para decir algo, pero las palabras parecían haberse perdido en el torbellino de emociones que lo consumía. Quería explicarse, quería decirle que no tenía intención de hacerle daño, pero la realidad de lo que casi había hecho lo golpeó con fuerza. Su mano, la que había estado a punto de caer sobre ella, aún temblaba, como si no pudiera entender cómo había llegado tan lejos.
—Leyla, yo...
—¡Sal de aquí! —gritó ella de repente, su voz cargada de desesperación y furia. Sin esperar respuesta, agarró la primera almohada que encontró y la lanzó contra él con toda la fuerza que tenía. —. ¡Fuera! ¡No quiero verlo!
Daemon dio un paso atrás, sorprendido por la repentina agresividad de Leyla, pero no hizo ningún esfuerzo por defenderse. Otra almohada voló en su dirección, seguida de otra, cada una acompañada de un sollozo ahogado.
—¡Fuera! —insistió Leyla, su voz quebrándose mientras le arrojaba todo lo que tenía a mano, como si de alguna manera eso pudiera borrar el miedo que había sentido, la traición que le ardía en el pecho.
Daemon, incapaz de enfrentarse a la mirada de terror y rabia de Leyla, finalmente cedió. Con un gesto de derrota, se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él con un ruido sordo. Leyla se quedó sola, su respiración entrecortada y el corazón latiendo desbocado. Su cuerpo entero temblaba mientras se deslizaba por la pared hasta quedar sentada en el suelo, rodeada de las almohadas que había lanzado, llorando sin consuelo.
Daemon se quedó de pie al otro lado de la puerta, la cabeza inclinada y los puños cerrados. Había cruzado una línea que nunca debería haber cruzado, y el peso de lo que casi había hecho lo aplastaba. Sin saber qué hacer, sin poder enfrentarse a lo que sentía, se alejó lentamente, dejando a Leyla sola en su dolor.
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Dios, al principio pensé que este capítulo iba a ser solo un extra para ya terminar el primer acto, pero realmente amé escribirlo (no tanto por lo último).
Perdón por mi desaparición, pero como dije en el tablero de mensajes, entré a la escuela y me estaba acostumbrando a todo de nuevo. Pero, ya por fin terminé el cap.
¿Qué opinan de la confesión de Gael a Leyla?, amé esa parte pero me dolió como nunca. Y Daemon siempre decepcionando (HOMBRES).
Pueden ayudarme dejando su voto y algún comentario para yo saber qué les gustó el capítulo y más personas conozcan mi historia <3
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