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El amor era extraño.

Era algo que podía llevarte a hacer las cosas más bellas y también las más terribles. Podía llevarte hasta el cielo o hundirte en un pozo de desgracia cuando las cosas no funcionaban como en tus sueños habías deseado.

Siempre supe que los cuentos de hadas no existían, o al menos no habría ningún príncipe que quisiera rescatar a la maldita villana de la historia.

Pero me equivoqué, una vez más.

Había cometido un sin fin de estupideces y atrocidades a lo largo de mi vida. Había ido escribiendo error tras error por ser terca y arrogante en el sentido literal de esas palabras. Estaba cegada por el odio y el resentimiento que sentía hacia los que habían infundado esos sentimientos en mí. No obstante allí había alguien para mí a pesar de que era una mala persona.

A mi mente llegaron los recuerdos de como la vida se había puesto de mi lado por una sola vez, de cuando el cielo, o lo que fuera más poderoso que nosotros que nos creó, mandó una posibilidad de devolverme la cordura después de que estuviera sumida en lo más profundo de la oscuridad, y no hablo de la oscuridad que asusta, si no de la que te consume y te transforma en una parte de ella.

Una parte de mí sin duda era oscura, cruel y no tenía salvación.

La muerte de Félix me hubiera orillado a convertirme en un ser siniestro y condenado a la autodestrucción.

Jamás había querido que alguien me rescatara, no me resignaba a que alguien tuviera que tener esa responsabilidad; nuestra obligación era cuidar de nosotros mismos. Eso era parte de la vida. 

No obstante Viktor me salvó sin que yo se lo pidiera, sin que quisiera aceptarlo. 

Viktor me rescató de tener que transformarme en parte de la oscuridad por completo.

Meses atrás.

..... El alcohol cruzó por mi garganta como algo que después de todo me alivió. Sentía ese ardor y no tanto el que estaba dentro de mí.

No sé cuánto tiempo pasó.

Fawcette se acercó después que me llevó la copa número doce. Mi visión no era la mejor pero mi mal humor se incrementó a niveles extraordinarios.

—Rosier, creo que es suficiente. . .

—¿Qué carajos crees que haces? ¿Te crees mi padre para decirme cómo beber? ¡Déjame sola y tráeme la botella! —le grité y le lancé el vaso que se estrelló contra el muro.

Las lágrimas no se hicieron esperar y coloqué mi frente en la barra de madera roída por las termitas y las polillas. Las ganas de llorar eran más terribles que como de costumbre y no las pude evitar.

Así se debía sentir estar en el infierno.

En un infierno personal del que no podías librarte.

Suspiré y pensé que había comenzado a alucinar debido a la cantidad de alcohol que había dentro de mí.

Perséfone.

Sí, definitivamente debía de estar alucinando.

Veía un hombre con capucha, con un rostro que jamás me sería indiferente. Al volverme pude distinguir sus facciones.

Me estaba ofreciendo su mano.

—Vámonos, es hora de ir a casa.

Mi cuerpo estaba demasiado colapsado por la cantidad de alcohol que había ingerido, el whisky estaba comenzando a hacer lo suyo. No tenía ninguna conciencia sobre lo que sucedía, el estado de somnolencia  no era lo mejor que podía sucederle a una mujer; sobre todo porque el mundo era horrible para las mujeres cuando no estaban en sus cinco sentidos. Otra vez la vida estaba siendo generosa con una  persona cuestionable como yo, pues había ido a parar al mundo donde Viktor aparecía como una linda ilusión y me decía que me llevaría a casa.

—Vas a estar bien, Perséfone; sólo tomará un segundo. 

Entre el mareo y el vértigo que me provocó la bebida que había en mi sistema, no distinguí completamente que estaba prácticamente en una nube y desaparecí. No tenía claridad si es que era yo la que no era capaz de mantenerse de pie y que eran unos brazos fuertes los que me cobijaron en su regazo para después ayudar a relajarme con el agradable aroma a pinos silvestres y madera  que desprendía de su ropa.

Estaba conmocionada, era como si estuviese en estado de shock. Y desaparecimos mientras creía que seguía en el sucio bar de mala muerte donde se suponía que debía de estar, bebiendo o pensando en cómo volvería a casa. 

Pude vislumbrar un rostro familiar y extremadamente atractivo, un rostro que personificaba mi debilidad.  Después de eso me quedé dormida, más bien dicho; estaba inconsciente completamente ida de este mundo. 

No sé cuanto tiempo habré pasado sin darme cuenta de la realidad, sin embargo al abrir mis ojos me percaté de que no estaba en ninguno de los sitios en los que debería y eso me hizo remover en la cama donde reposaba. Estaba tapada con una manta, las paredes estaban pintadas de azul cielo y estaban decoradas con algunos cuadros, había bastantes libros esparcidos por todos lados. El dolor de cabeza me punzó de inmediato.

—Sefi ¿Te encuentras bien?

Esa voz, aquella voz me era extremadamente familiar, tan varonil y suave a la vez. Observé hacia el lado derecho de la cama y allí estaba Viktor. Probablemente mi cabeza me estaba jugando una mala pasada, mi cerebro estaba autoengañandose para paliar el dolor que tenía ante la pérdida.

—¿Eres real?

Qué pregunta tan tonta y estúpida acababa de formular. Aunque después de todo no lo era tanto, la última vez que había cruzado palabra con Viktor, este fue claro, implícitamente declaró que le había roto el corazón y que no me lo perdonaría jamás.

Debió haber visto mi cara de confusión y de estar completamente perdida. Se acercó por el otro lado de la cama y se sentó observando mi rostro. Otra vez intenté incorporarme y una de sus manos me lo impidió.

—No te esfuerces, debe dolerte la cabeza —susurró —Haz bebido demasiado.

—¿Viktor?

Su mano acarició mi mejilla y sentir su tacto provocó que me estremeciera. El calor de su roce fue inexplicable, fue el calmante que necesitaba.

—Sí soy real—señaló y esbozó una sonrisa leve. Sus ojos me transmitían muchas cosas que estaba impaciente por saber.

—¿Dónde estamos?

—Estamos en Bulgaria.

No pude contener mi asombro y mi pequeño espacio de desesperación.

—¿Qué ha pasado?

—Perséfone, tranquila —murmuró —Te encontré y claramente no estabas bien, necesitabas estar lejos de todo, aunque fuera un tiempo; creo que sabes que eso es así —Asumí que tenía una especie de don, una cualidad especial de leer a las personas, o más puntualmente de leerme a mí.

Honestamente no era muy difícil adivinar que era una miseria en ese momento y debía de verme tan mal como me sentía.

No sabía que hacer, no sabía cómo reaccionar y mi cuerpo debía de estar transitando por demasiados estados y desvaríos. Él estaba allí y podía presentir que entre nosotros había un muro que nunca antes había existido e inevitablemente quise llorar.

No era posible de que fuera tan dañina, me pesaba la situación. Porque tenía unas ganas enormes de lanzarme a sus brazos y sentir su contención; no obstante no quería aprovecharme de su bondad, porque estaba segura de que no lo hacía por mí y lo que sintió en algún momento, lo hacía porque era demasiado bueno y sabía que estaba destrozada emocionalmente.

—Creo que tu tienes que descansar —siseó unos segundos después. Habíamos iniciado un peligroso intercambio de miradas y él la rehuyó.

Y me dolió.

Significaba que no deseaba ningún tipo de contacto que nos fueran a llevar a mayor intimidad, a mayor confianza.

Y también me molestó, me hirió el orgullo.

Rápidamente traté de ponerme de pie y noté la perturbación en su rostro.

—¿Qué demonios haces? —me preguntó con un tono de voz molesto.

—No puedo quedarme aquí, de hecho ni siquiera sé porqué te tomaste las atribuciones de traerme hasta acá. No tienes idea de lo que pasa en mi vida y llegas, apareces y me traes sin ningún motivo —dije irritada y al borde de las lágrimas, al borde de un estado de histeria porque estábamos tratándonos como dos personas con una falsa cordialidad cuando jamás lo habíamos hecho.

—¿Qué dices?

—Que no necesito de tu lástima, si quiero emborracharme hasta vomitar pues lo hago; no necesito que vengas y aparezcas como un ángel salvador y me rescates porque. . .

—¿Te quieres callar aunque sea un instante, Perséfone? —me rebatió y cortó por completo mi perorata ridícula— Anoche cuando te encontré ni siquiera podías mantenerte en pie, no sabes cuánto tiempo llevo en la incertidumbre, pensando si estabas viva o no, sintiendo tu sufrimiento, porque no necesito ser un adivino para saber lo desmoronada que te hallabas por lo sucedido; y lo siento, lo siento tanto.

El nudo en mi garganta se fue haciendo más y más notorio.

—No soy nadie para decirte algo o qué hacer, pero si no quieres rescatarte a tí misma de lo que sucede, pues entonces deja que te ayude o al menos permite que esté cerca cuando quieras sacarte la máscara de ser una bruja maldita y fuerte y quieras echarte a llorar— comentó enfurecido conmigo— Sí es que no te importa lo que suceda contigo, no sé que hacer al respecto, pero desgraciadamente me importa lo que te suceda, no debería, pero jamás me voy a retractar ni me arrepentiré de hacerlo— declaró —Durante meses estuve con la incertidumbre y la duda al no tener noticias tuyas ¡Merlín! he hecho hasta lo imposible por localizarte y no sabes lo feliz que me sentí por haberte hallado en ese horrendo lugar.

—Viktor. . . yo no sé, Félix murió y no pensé que eso me desmoronaría— pronunciar el nombre de mi hermano nuevamente logró que las lágrimas cayeran por mis mejillas de forma estrepitosa —Él no debió haber muerto y es mi culpa, es mi culpa porque yo debí haberlo salvado, yo debí haber hecho algo al respecto, algo real y no haberle escondido la verdad, debí haber protegido a Florence de lo que implicaba estar cerca de personas como nosotros.

—Perséfone. . .

—De hecho debería estar protegiéndote a tí de mí misma y de las cosas terribles que te pueden suceder por estar cerca de mí —hipé— Tú eres una buena persona, un hombre que no debería estar con una pseudo profuga de las filas del señor tenebroso— sollocé.

No me percaté cuando sus brazos estuvieron rodeando mi cuerpo. Acción que logró que el llanto sonara fuerte y resonara en las paredes de la habitación que todavía no tenía idea de donde era. El calor de su cuerpo confortó mi alma rota por el dolor que no me había permitido sentir, sus manos acariciaron mi espalda y sus labios besaron mi cabello.

—Lo que sucedió con tu hermano no es tu responsabilidad. Dices que te arrepientes por no haber hecho más por él, y siento tu dolor, entonces vuelvo a decir que no seas egoísta y me dejes cuidar de tí, sin ningún interés detrás, sin ninguna intención —pude ver como sus facciones también habían iniciado a cristalizarse —Eres demasiado importante como para permitir que te hundas en la oscuridad, al menos permiteme estar allí para cuando quieras tener una rendija de luminosidad.

—No lo merezco, no es justo.

—Eso deja que lo decida yo—señaló tomando mi rostro entre sus manos —No quiero apartarme de tí y nada de lo que suceda va a cambiar aquello ¿entiendes lo que digo Perséfone Rosier?

Cobijé mi cabeza en su pecho y sus dedos la acariciaron. Suavemente volvió a conducirme a la cama y me recosté sobre el almohadón. El sueño comenzó a invadirme realmente, estaba agotada y no tenía ánimo de abrir los ojos, sin embargo noté sus pasos alejarse hacia la puerta.

—No te vayas, por favor no te alejes—le supliqué— No quiero tener pesadillas.

Eso bastó para que tomara las cobijas y se sentara en el respaldo de la gran cama que allí había. Me acomodé a su lado convertida en un ovillo y su cuerpo se tensó. Eran demasiadas cosas las que habían sucedido entre nosotros como para ignorarlas.

Yo le había roto el corazón y él estaba rescatando el mío de las tinieblas.

Me arropó como si de una niña pequeña se tratara.

—Voy a espantar las pesadillas si es necesario— musitó y fue lo último que oí antes de dormirme.....

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Pues estoy demasiado emocionada por este par.

Hago este apartado para aclarar que lo que está en cursiva son hechos que Sefi recuerda y que antes no fueron mencionados. Los puntos suspensivos al final del capítulo indican que estos acontecimientos continuarán en el capítulo siguiente que subiré lo antes posible.

¡Disfruten de Viksefone que está de fuego!

MerlinaRothbart.

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