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En el cielo no había ningún rastro de los rayos del sol. Todo el tiempo habían sombras, oscuridad, relámpagos y truenos. Cada cierto tiempo podía verse la marca tenebrosa surcando entre las nubes grises.
Sentía que la inercia era la que conducía mi vida la mayor parte del tiempo. Los días transcurrían sin diferenciarse directamente, todos los días Avery llegaba a casa comentandole a su padre sobre la cantidad de muggles que habían atrapado y hecho desaparecer.
Todos los días el radio mágico estaba poniendo al día sobre los desaparecidos, las represiones, las deportaciones ilegales y el control que los mortifagos estaban poniendo en el ministerio. Dolores Umbridge había comenzado con juicios ilegales en contra de los nacidos muggles.
El mundo era un caos, Albus Dumbledore había sido asesinado en la torre de astronomía a causa de nada más y nada menos que Severus Snape. Y claramente los mortifagos habían tomado Hogwarts para intentar arrestar a un montón de estudiantes impuros.
Draco estaba escondido en la Mansión Malfoy todo el tiempo, sabía que pronto el señor tenebroso se haría presente para cobrar por no haber cumplido su misión. Probablemente lo torturaría y nadie, absolutamente nadie quería estar bajo la varita de hueso que expulsaba Crucios del señor tenebroso o de la loca tía de Draco. Bellatrix.
Las reuniones en la Mansión de los Rosier y de los Avery se estaban haciendo frecuentes, la casa de los Malfoy estaba siendo custodiada día y noche. Sobre todo porque los aurores estaban acechando en búsqueda de Bellatrix, Rodolphus, Rabastán y Antoine; todos ellos se habían fugado de Azkaban el año pasado.
—Pronto tendremos el control total del ministerio, Screamgeour no tiene la resistencia para repelernos, hablemos demasiados infiltrados en los distintos departamentos —recalcó Gaspar—Umbridge está haciendo su trabajo muy delicadamente junto a Hopkins.
—Y espero que eso sea pronto—rebatió Ethan, quien había ido a la casa de los Avery—Estoy harto de estar en las sombras, los aurores nos pisan los talones y la Órden del Fénix tiene buenos cazadores e infiltrados, tiene miembros nuevos que desconocemos, incluso personas extranjeras.
—¿Cómo saben eso? —pregunté de forma curiosa. Sabía que habían muchas personas que querrían irse de Londres.
—Hay mucho movimiento en el departamento de extranjería mágica— comentó Gaspar —No es normal que en una guerra estén llegando tantos extranjeros a vivir a Londres, son aliados de la Órden; no podemos desaprovechar esta oportunidad, ahora con Dumbledore muerto son vulnerables.
Suspiré y decidí en mi mente que necesitaba hablar con Félix cuanto antes, sabía que él era quien estaba analizando todos los casos de impuros extranjeros, él mismo se había ofrecido para poder tener información de las personas conocidas y de Florence. Desconocía si ella estaba aquí o había ido hacia otro país. Esperaba que Félix fuera inteligente y la hubiera movido de sitio para no exponerla.
—No hagas preguntas, Perséfone— espetó Ethan mientras comía —Si no te unes a las filas, no podemos mencionar nada de lo que suceda.
—Bien, entonces me voy— declaré colocándome de pie— No es que me interesen sus conversaciones sobre conspiración y guerra contra los insignificantes impuros.
Tomé mis cosas, mi varita y desaparecí. La casa de mis padres seguía exactamente igual, los elfos seguían en el mismo estado incipiente y se acercaron todos al verme.
—Señora ¿Cómo está? Deme su bolso señora, porfavor —Todos querían tomar mis cosas y tuve que guardar la compostura para que no aflorara mi antigua personalidad que les odiaba.
—No es necesario —dije de forma autoritaria —Necesito saber si el amo Felix se encuentra aquí.
—Oh, sí —respondió el más antiguo— Se halla en los jardines principales, estaba dando vueltas algo preocupado.
Asentí y me dirigí a donde me indicaron, sin detenerme a preguntar por mi madre o algo por el estilo. Le busqué con la mirada y cuando me vió de pie en el pórtico trasero, noté cómo sus facciones pulcras se habían convertido en líneas cansadas y duras. Sus ojos ya no resplandecían como antes y me dió a entender que las cosas no iban del todo bien.
—Hermana— saludó, dándome un abrazo —¿Todo está bien? ¿Qué haces aquí?
—¿Es seguro que conversemos aquí? Aproveché de salir ahora que Gaspar y Ethan planeaban algo sobre Hogsmeade y muerte de muggles —relaté con fastidio— Necesito saber sobre lo que pasa, Félix.
Me tomó de la mano y me condujo a la parte más lejana de los jardines, casi en el límite con el próximo chalet. Su aspecto era nervioso, a la defensiva y algo arisco.
—Las cosas no están bien, Sefi— susurró observando a todos lados —Florence está aquí en Londres, vas a creer que quiso venir y no he hallado la forma de que vuelva a París.
—¿Qué mierda, Félix? ¿Por qué hizo eso? —El corazón me latió de forma violenta, todas las cosas que él había hecho eran para mantenerla a salvo y que ella estuviese aquí no ayudaba en nada.
—Dice que no puede permitir que este aquí sacrificandome por los dos y que ella no haga nada— declaró —Se ha convertido en una informante ajena de la Órden —farfulló —No sabes lo preocupado que estoy, por lo que tengo entendido estaba bajo la protección de Albus Dumbledore, pero ahora con el viejo muerto no sé que sucederá con ellas y las compañeras que han venido desde Francia.
—¿Informante, de qué? ¡Por Merlín!
No era que menospreciara a Florence y sus capacidades, sólo que la conocía y no me parecía el tipo de persona que tuviera las competencias para ser una espía. Si su función era reclutar ayuda para la Órden no estaba siendo discreta, pues ellos ya la habían notado.
—No puede seguir haciéndolo, debe irse —musité con aprehensión —Ya han notado la gran cantidad de extranjeros que están ingresando de forma ilegal a Inglaterra, no está siendo discreta y no puede exponerse de esa manera.
—Tengo entendido que está en una casa de seguridad y que no está sola —frunció los labios ante la respuesta —No está dándome nada de información, no confía en mí en ese sentido.
—Nadie en su sano juicio podría confiar en nosotros, estamos demasiado implicados, Félix.
—Si algo le pasa, Sefi.
—Sé que Fleur Delacour está haciendo una pasantía en Gringotts, podría hablar con ella de la situación y decirle que la convenza de volver al continente —decreté— No debe ser vista, tengo un mal presentimiento sobre su presencia aquí.
—No quiero que la dañen, Sefi— susurró —Ella es demasiado buena.
—Demasiado buena para su propio bien, en este momento nadie debería hacerse el héroe de las causas perdidas.
—Tú lo estás haciendo en este momento, me estás avisando —me observó frunciendo los labios.
—Me interesa tu bienestar, Felix ; el tuyo y el de mi amiga.
Estuve a punto de decirle que Gaspar sabía sobre ellos. No obstante hubiera sido ponerlo sobre aviso y a la defensiva. Esa información podría descolocarlo y hacer que se delatara. De pronto notó que su marca estaba ardiendo, él lo estaba llamando.
—Debo irme— indicó —Debo ir a interceptar encomiendas que llegarán para el ministro, vuelve a casa, no quiero que estés implicada en nada que te haga daño, hermana.
Sus brazos se enredaron en mi cuerpo y yo le devolví el abrazo. En este instante no hacía daño la muestra de un gesto como aquel. Félix y yo jamás habíamos sido los hermanos más unidos y aceptables. La oscuridad podía cambiarte de formas inexplicables y podía provocar emociones que no te atreverías antes a expresar.
—Te quiero, Félix.
—Y yo a tí, Perséfone; siempre te he adorado—respondió dándome un beso en la coronilla —Eres fuerte, sé que vas a sobrevivir a esta guerra y buscar tu camino.
—Debes cuidarte.
—Y tú también, creo que la suicida aquí eres tú.
Reímos, tenía razón.
Nuestras manos se traspasaron una energía cálida a pesar de que la situación implicaba frialdad y mantenerse al margen. De verdad deseaba que todo esto terminara porque quería empezar, más bien dicho recomenzar.
Lo deseaba a pesar de que sabía que recién estaba empezando y que a partir de aquí venían un montón de eventos desafortunados en forma de cadena.
A pesar de eso volví a la Mansión Avery con una sensación de tranquilidad reconfortante. Deseaba de todo corazón que llegara el momento donde pudiera llevar a cabo todo lo que mi mente deseaba a pesar de tener en consideración que era algo malo. Estaba dispuesta a pagar con tal de que aquellos que me dañaron pagaran un precio que sólo yo podía colocar.
—Querida ¿Dónde estabas? —El sarcasmo de Gaspar me hizo salir de mi esfera de tranquilidad.
—Eso no te importa.
—Ah, pensé que habías ido nuevamente a ver a tu querido Viktor volar por los aires.
Mierda
—No tengo que darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer ¿Soy tu esposa? ¿Eso acaso no te basta?
—Déjame ver —sus ojos se clavaron en los míos —No, sabes que nunca es suficiente y que a ningún hombre le gusta saber que su esposa piensa en alguien más ¿No te da vergüenza?
—¿Y a tí? ¿No te da vergüenza no tener dignidad? No necesitas saber lo que hago o a donde voy, no te corresponde.
Su mano cogió mi brazo de forma violenta y me apretó con fuerza. Me deshice de manera rápida y molesta de su toque tan insistente y agresivo.
—¡Tú eres mía, Perséfone! Aunque no te guste, aunque quieras negarlo, aunque quieras vivir bajo ilusiones que te lleven al pasado o a otras personas, eso no sucederá— gritó con toda la intención de herirme.
Me acerqué a su cara y lo observé con todo el odio que pude transmitir.
—Yo nunca he sido tuya, Avery.
Sus labios se fruncieron con enojo.
—Ni cuando éramos jóvenes y estábamos juntos, ni siquiera en ese momento me sentí tuya y créeme que jamás sentí la pérdida, eres patético y fuiste un alivio.
—¡Eres una perra boca sucia!
—Y tú eres un marica que ni siquiera puede hacer que su esposa se acueste con él ¿Sabes? Hubo algo que no quise decirte, había pensado en tí, pero eres tan idiota que mereces saber las cosas que no percibes ni aunque pasen delante de tu gran nariz.
—No estoy de ánimo para tus tonterías, si quieres puedes hacer lo que quieras, puedes acostarte con otros tipos, pero siempre vas a ser mi esposa; aunque trates de negarlo.
La rabia me pudo y solté algo que se suponía sería mi secreto para no entrar en problemas con él. Por lo general el enojo me cegaba y no podía callar lo que venía a mi mente.
—Aborté al asqueroso engendro que habías dejado dentro de mí —le grité —Y sabes, se sintió excelente saber que había asesinado a una parte de tí, matar a la desagradable semilla que habías dejado en mi interior.
Su cara se desfiguró y sus mejillas se tornaron de un rojo intenso. Sabía que quería golpearme, torturarme y en lo posible matarme. Pero me conocía y sabía perfectamente que los golpes y eso no me dañaban en realidad.
—Me deshice sin dudar del bastado que no estaba dispuesta a darte y tú ni cuenta te diste, Avery —le reciminé— ¿Crees que en algún momento he sido tuya? Creo que eso te puede dar las respuestas a esa afirmación que con tanta propiedad haces sobre mi persona.
—Quise darte una oportunidad, Perséfone —susurró, sus puños se cerraron y también sus ojos con el fin de relajarse o al menos intentarlo— Pero siempre desafías mi paciencia, siempre andas por ahí creyendote más lista que yo y odio que me subestimen —farfulló.
—Es lo que te mereces por ser un mediocre, por ser un hijito de papá , por ser inútil.
Mis palabras lo estaban destruyendo, acabando con su ego y con su frágil masculinidad. Nada de lo que dijera o hiciera en ese momento podría quitarme el poder que sentía poseer en ese lapso de tiempo. Él estaba derrotado por no saber mis pasos, por haberme anticipado a algo que ya no podía deshacerse.
Abrió los ojos y querían herirme en profundidad.
—Tú lo pediste, mi amada Perséfone —me dijo con frialdad —Recuerda que tú lo pediste.
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