|54|
Alerta: El capítulo narrado a continuación contiene contenido sensible, violencia y abuso por lo que se recomienda discreción.
__________________
Mis pasos eran seguros aunque realmente no lo eran tanto.
Mi aspecto era el de una reina sin embargo llevaba el corazón sangrante.
Podía desprender encanto pero mi mirada estaba apagada completamente y ni siquiera el más caro maquillaje iba a ocultarlo. Nada podía hacerme sentir mejor, trataba de ocultar como mis manos tiritaban al verme con el radiante vestido blanco puesto.
¿Cómo había llegado hasta aquí?
Observé desde mi habitación cómo el jardín comenzó a llenarse de los invitados que vestían para la ocasión, una supuesta fiesta que destellaba felicidad; cuando para mí era todo lo contrario. En ese momento comencé a hiperventilar pues no tenía nada más que hacer o cómo impedir esta situación sin tener que dejar de existir.
Veía cómo mi padre saludaba a sus amigos y cómo mi madre iba de un lado para otro exhibiéndoles a todos, la cantidad de cosas que había comprado y mandado a hacer para la boda de su adorada hija.
—Puedes hacerlo, maldita sea—me dije en voz alta apuntando a mi reflejo— Puedes hacerlo, no llorarás y mirarás con desprecio a todo el que se te cruce por delante, tal como lo hacías hace años, tal como cuando eras una perra que no sentía absolutamente nada.
A veces extrañaba a la Perséfone de antes, a esa que no sentía nada y que no padecía remordimiento alguno.
A aquella que no le importaba si las personas sufrían.
Al parecer ese era el costo de sentirse querida y de experimentar el amor, te iba volviendo sensible y débil ante el mundo que era frío y tóxico. Pues la chica parada frente al espejo no era ni la sombra de lo que se había convertido. Antes de haberme relacionado con George Weasley jamás hubiera pasado por mi cabeza sentir arrepentimiento por algo. Antes de conocer a Viktor jamás hubiera imaginado lo que era sentir una emoción tal de incondicionalidad y de afecto real.
Ahora estaba rota, hundida y agónica como un animalillo que sabe que nadie salvará pero que lo desea fervientemente.
—Estás sola— me repetí— Debes volver a actuar como si estuvieras sola.
La puerta sonó, era mi hermano. Le había evitado la mayoría del tiempo desde que supe lo de su situación. Sabía que él algo sospechaba, sin embargo no me podía permitir flaquear ahora, menos si estaba tan cerca de lograrlo.
—Creo que ya es la hora, hermana—comentó alargando su mano para que yo no fuera a tropezar con el vestido y los tacones. Siendo sincera tropezar con los tacones en las escaleras sería muy útil pero demasiado fácil para Gaspar, quedarían impunes todas las cosas que ha hecho contra un sinfín de personas, contra Helena, contra mí y próximamente contra Florence y mi hermano y no, eso no sucedería.
—Vamos—mi respuesta no sonó para nada convincente, mi tono era salió sin fuerza, sin energía, con poca convicción.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
No, no,no mil veces no; Gaspar era la última persona en el planeta con la que me casaría.
—Sí, lo estoy— respondí— Quiero que este día se termine pronto.
La gente religiosa y por lo general los muggles creían en Jesucristo, el hombre quien se decía que supuestamente era hijo de Dios, del creador de todo el universo, del cielo y de la tierra; aquel hombre que había sido concebido por la gracia del espíritu santo y quien tenía un séquito de ángeles a su disposición. El hombre que había nacido para salvar al mundo y morir con tal de que los pecados de todos fueran perdonados, bien; a la edad de treinta y tres años después de caminar entre leprosos y ladrones y hacer milagros, la gente lo condenó a una muerte de cruz y fue castigado mediante azotes además de tener que llevar sus propia cruz por un camino largo, sinuoso y donde todos los que fueron sus admiradores le escupían y se alegraban de su sufrimiento.
Bueno, me sentía en mi propio vía crucis y el acepto era mi crucifixión.
Todos, absolutamente todos me observaban con alegría y con admiración, todos menos Daphne que se hallaba junto a Astoria sentada en una de las bancas decoradas con flores que se habían dispuesto para los invitados. Veía en su rostro una mirada muy similar a la de Viktor, a la de Draco que me observaba como si leyera mis pensamientos. Odiaba que las personas me observaran con lástima, me hacían sentir inferior e indefensa.
Ahí estaba Gaspar, delante de mí; vestido de gris. Desprendía elegancia y galantería; quien no lo conocía podría pensar que era el chico ideal. Me observaba con una expresión de triunfo, de burla y de soberbia. Claramente estaba disfrutando de la situación, gozaba porque sabía todos los sentimientos de rechazo que sentía por él y que se las había ingeniado para sacar provecho.
—¿Tú me llevarás no es así? —le pregunté con hilo de voz antes de que mi padre fuera a colocarse de pie a hacer más grande la farsa.
—Pues si es lo que quieres lo haré—contestó observando en dirección a Ethan quien frunció los labios para volver a acomodarse en el asiento delantero.
Los invitados se colocaron de pie y observaron a una chica hermosa, con aspecto radiante en el exterior. Pero la verdad no podía ser más diferente a eso, era imposible que mi rostro fuera distinto, no había manera de que algo me lograra hacer fingir alegría.
Pues no era así.
Cuando estuve frente a frente de los ojos de Gaspar tuvimos una especie de lucha de miradas, ambos sabíamos que en este momento iniciaba el juego y ninguno de los dos querría resultar vencido. A partir de ahora él sabía que me encargaría de hacerle la vida miserable cada segundo de su existencia y que trataría de ridiculizarlo por todos los medios posibles, habidos y por haber.
—Debo admitir que te ves hermosa, Perséfone —sonrió al levantar el velo que llevaba, topándose de frente con mis ojos que traspasaban odio nada más —Esto debió haber sucedido mucho tiempo antes, jamás debí haberme permitido alejarme y ahora no sabes lo feliz que estoy —dijo tomando una de mis manos para besarla en los nudillos.
Tuve que contener el impulso de quitarla y escupirle en la cara para acabar con todo esto. Recordé porqué estaba haciendo todo esto, recordé lo necesario que era el que me uniera a Gaspar en esta inútil ceremonia.
El ministro que dirigía aquello comenzó a hablar y dar un sermón sobre el amor y la complicidad que debían de tener los esposos para que el amor fuera creciendo, para que fuera fortaleciéndose.
Qué ironía.
Toda esta pantomima no podía ser más ridícula, todo esto no podía ser más incorrecto y lejano de la realidad. Y ahí estaba yo haciendo oídos sordos de todo lo que pudo haber estado diciendo el hombre frente a mí. Gaspar a mí lado parecía satisfecho, resuelto por estarme causando todo este sufrimiento a sabiendas de que no tenía escapatoria.
¿Hubiera sido más fácil huir como me lo ofreció George tantas veces?
Quizás.
Sin embargo era una decisión que ya había echado por tierra y no había opción de volver a tomar. Ya no podía echarme a correr dejando una dramática escena detrás, eso debía de haberlo pensado y decidido con anterioridad y había dejado ir todas mis tablas de salvación.
¿Qué me diferenciaba del hombre que en unos minutos sería mi esposo?
Nada.
Quizás jamás había sentido nada por George, ahora en mis pensamientos no había nada seguro. Tal vez sólo había sido el héroe que se cansó de percibir que sus esfuerzos no eran correspondidos, a lo mejor sólo lo veía como la puerta de escape de una vida miserable, como el bálsamo que jamás terminó de curar las heridas que el pasado me había hecho.
Ahora que me lo estaba cuestionando todo, me sentía como la persona más manipuladora y falsa.
Ni siquiera podía pensar en Viktor y en su expresión fatídica. Él había cruzado el océano por mí, tal como lo había prometido y no fui capaz de corresponder a ni uno sólo de sus sentimientos; al menos no manifestandolo, eso también me convertía en una maldita que usaba a las personas en beneficio personal.
Tal vez ha sido lo que siempre he sido.
Posiblemente me engañaba pensando en que el amor o el real afecto me habían cambiado para mejor. Porque viendo las circunstancias seguía siendo la misma persona carente de sentido de empatía.
—Perséfone Rosier, ¿Aceptas a Gaspar Avery como tu esposo?
Mis ojos amenazaron con llenarse de lágrimas pues realmente no quería hacerlo y sabía todo lo que mi respuesta implicaba.
—Sí, acepto.
Las palabras eran capaces de causar daño a otros y también de hacerlos sentir mejor; sin embargo también podían herirnos a nosotros mismos cuando implicaban cosas que podían rompernos, quebrarnos el espíritu.
—¿Y tú, Gaspar? ¿Aceptas a Perséfone Rosier como tu esposa?
—Por supuesto, es todo lo que deseo en la vida.
—Pues entonces puedes besar a tu esposa, Gaspar.
Sentir sus labios sobre los míos nuevamente me generó repulsión; cerré los ojos y no abrí la boca para que todo terminara rápido. Era humillante saber que él estuviese disfrutando todo lo que me sucedía.
—Ahora pueden firmar aquí; primero la señora Avery.
—No, no soy la señora Avery —dije con la voz firme, Gaspar se volvió tratando de fingir una sonrisa —Seguiré usando mi apellido de soltera, que me case con él no quiere decir que vaya a llevar su apellido—declaré —No habrá Perséfone Avery —le insté al ministro y no le quedó de otra opción que sacar la varita para modificar el pergamino y el acta del matrimonio.
No todo sería tan fácil, si me iba a casar con él pero no dejaría mi identidad ni mi nombre por ese hecho, sucediera lo que sucediera.
—¡En fin, demosle una cálida celebración a los recién casados!
Lo que continuó después fue una seguidilla de saludos y felicitaciones que ambos recibimos sin ninguna gana y por obligación. Pues era evidente lo que me sucedía y él estaba molesto por el hecho de no poder cambiar mi rostro y hacerme fingir felicidad.
El baile de los novios, los vals innecesarios, la comida, los brindis, cortar el pastel, lanzar el ramo; todas fueron las tradiciones más decepcionantes y estúpidas que pude hacer. Por lo que cuando la celebración terminó me sentí de cierta manera aliviada.
—Nos vamos —bufó Gaspar en mi oído —Y no quiero escuchar protestas de tu parte.
No emití palabra y fuí a despedirme de mis invitados. Daphne no cesó de decirme que cualquier cosa que sucediese me comunicara con ella enseguida; se tranquilizó sólo al saber que Nimby se iría conmigo, pues evidentemente no confiaba para nada en Gaspar y temía que quisiera vengarse o realizar cualquier tipo de artimaña.
Era extraño dejar mi casa.
Cuando aparecimos en la Mansión Avery me sentí ajena, extraña, indebida.
—Sube a la habitación que está preparada —señaló —Los elfos te guiarán.
—Todo estará bien, Nimby —me despedí —Nos vemos mañana.
Caminé hacia el sitio indicado y el sentimiento de angustia y de claustrofobia comenzó a hacerse presente. La habitación era espaciosa y elegante, sin embargo sentía que estaba en una celda pequeña que me hacía sentir como un animal yendo de un lado a otro.
Los pasos de Gaspar se hicieron presentes y al llegar cerró la puerta con seguro.
—¿Qué haces? —le interrogué de manera desafiante —Ni creas que vas a dormir aquí.
Sus ojos desprendían furia y estaban inyectados en ira. Tenía el rostro colorado y las aletas de su nariz se abrieron. Me tomó por los brazos con fuerza y me pegó fuerte contra la pared.
—Tú, me hiciste quedar en ridículo frente a todos los invitados ¿Así que no quieres ser Perséfone Avery? —me incriminó—Pues bien, no lo seas; sin embargo ya eres mi esposa te guste o no te guste.
—¡Suéltame! —chillé al escupirle en el rostro.
Eso no bastó para conseguir soltarme de su violento agarre. Me apretó aún más y me abofeteó con la mano derecha.
—¡Entiende, Perséfone! ¡Eres mía y ya no puedes hacer nada al respecto! ¡Dale las gracias al maldito e imbécil de tu hermano y la puta con la que está involucrándose! —murmuró y una de sus manos bajó hasta mi entrepierna.
—¡Quítate, asqueroso!— le dí un rodillazo en las bolas y no le quedó más que soltarme. Corrí y con la varita traté de abrir la puerta que no se abría.
—No me tomes por tonto, aquí ahora harás lo que yo diga y quiero que cumplas con los deberes de esposa —farfulló con rabia—Y lo harás cuando yo lo diga y donde yo lo diga.
—Ni lo sueñes —le grité.
—Oh, me encanta como luchas pero si no colaboras esto será mucho más difícil pero excitante —sonrió mientras me jaló del cabello para tirarme contra la cama.
Mi cabeza se golpeó contra la madera del dosel y quedé un poco desorientada. En ese momento él aprovecho la situación.
—Petrificus Totalus —dijo mientras se puso sobre mí— Hubiera deseado hacerlo como lo hacíamos antes pero veo que estás algo indispuesta, no te preocupes cariño será rápido.
No podía moverme, no podía protestar, no podía golpearlo o defenderme con magia. Tenía la vista perdida y mis ojos los localicé en el candelabro de la habitación; me sentí como una cáscara vacía a la espera de que la desechen y la dejen en paz.
Quería gritar.
Quería llorar.
Quería al menos cerrar los ojos.
—Aunque no hayas cooperado estuviste increíble como siempre —susurró, después de haber terminado conmigo.
Mi mente divagó por lapsos en los que perdí la consciencia.
Sin embargo había decidido algo en uno de esos momentos en los que mi cabeza volvía a la realidad.
No descansaría hasta que Gaspar Avery dejara de respirar y de existir en este mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro