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Cuatro meses después.
Observé la manera en que los elfos domésticos se movían de un lado a otro en la planta baja. Unos llevaban manteles, otros hacían levitar floreros, otros estaban disponiendo velas y otros un sin fin de lucesillas en el lado de la pérgola del jardín.
No había dormido en toda la noche y tenía unas ojeras terribles, moradas, profundas; parecía un cadáver.
¿Sería muy trágico que me lanzará desde aquí y muriera antes de decir aquel maldito sí?
Porque las manecillas del reloj habían jugado en mi contra y el calendario había avanzado con una rapidez que fue inevitable detener. La noche anterior había sido tan sólo un pestañeo y las estrellas habían dejado el cielo de manera fugaz; cuando los pájaros comenzaron a cantar, estaba mirando el techo pensando en todo lo que sucedería a partir de hoy; pero hacerlo para mantener a salvo a personas que me importaban era algo con lo que podría vivir.
Sentí pasos afuera de mi puerta y comprendí que ya estaban intentando saber si es que estaba despierta o no, cogí mi varita de la mesita de noche y con un suave movimiento abrí la puerta; dejando al descubierto a mi madre.
—¿Cómo estás?—saludó tratando sonar agradable.
—Bien—respondí de manera escueta—¿Qué quieres?
—Venía a preguntarte si es que quieres que te traigan ya tu desayuno—ofreció—Dentro de unas horas llegará la diseñadora con el vestido y el estilista con el maquillador— comentó como si fueran las maravillas del mundo.
—Está bien, dile a Nimby que lo traiga.
Se quedó parada unos momentos en la puerta observándome como si quisiera hacerle mención a la situación o a algo de mi vida.
—¿Qué esperas? Porque si quieres darme una charla sobre el matrimonio y cómo actuar en este créeme que no es necesario porque ya lo sé, puedes ahorrarlo y también el discurso de madre preocupada pues no te queda, creí que ya lo habíamos hablado.
Se alejó sin decir nada, dejándome hundir tranquilamente en mi miseria. Jamás me había sentido como una víctima pues sabía que no lo era; nunca me comporté como una a pesar que desde niña había sufrido del maltrato de Ethan, no había vivido una infancia feliz que recuerde; estuvo llena de reglas y de presiones. No me acuerdo haber estado contenta en algún cumpleaños o que en alguna ocasión mi madre se preocupara realmente por lo que me sucedía. El acontecimiento que se viviría a continuación era el resultado de años en los que todo estuvo mal cuando creí que era como debían pasar las cosas.
Nimby golpeó y respondí desde adentro para que pudiera ingresar, abrió la puerta y traía una bandeja en el aire, me percaté que traía café negro, queque marmoleado, tostadas con avocado y jugo de fresas; todas las cosas que me gustaban.
—Su desayuno, Ama— dejó la bandeja sobre mi cama e hizo una reverencia para después comenzar a alejar.
—¿Por qué te vas?¿Acaso estás molesta conmigo? —le interrogué logrando que sus amplios ojos se comenzaran a escabullir de mí —Sé que no estás de acuerdo con lo que hago y el que no sepas nada también hace crecer tu angustia; pero no deberías sentirte así, no deberías sentirte mal por alguien que ha sido una mala persona toda su vida— repliqué.
Ella frunció los labios y sus orejas se movieron con algo de tristeza; la conocía bastante y sabía que no sería capaz de criticarme por algo; ella no sería capaz de decirme que me estaba equivocando pero no tenía que ser muy inteligente para saber lo que gritaban sus pensamientos.
—Nimby no podría enojarse jamás con la Ama; eso no está permitido para Nimby—señaló— Pero Nimby está sumamente triste por su Ama, sabe que ella va a sufrir en casa de los señores Avery y aunque no debe decirlo Nimby siente que ella no debería casarse con el señor Gaspar.
Auch.
Eso sonaba tan simple pero había resumido a la perfección todo lo que estaba mal en mi vida.
—No hay nada que pueda hacer, Nimby— contesté— Ya lo he decidido y no puedo cambiarlo; hay veces en las que las decisiones nos toman por la fuerza y tenemos que ejecutarlas queramos o no —murmuré— Nunca fuí una buena persona, tal vez tengo que verlo de una forma diferente, quizás con Gaspar nos merecemos el uno con el otro, por ser unos malnacidos.
Ella tragó saliva y me observó con una mirada que le hubiera partido el corazón hasta al más duro hombre sobre la Tierra.
—Quiero que sepa que no saldrá sola de esta casa, Nimby se irá con usted para seguirla sirviendo en lo que desee; no se enfrentará sola a aquellos magos que sólo la quieren para sacar provecho de usted—canturreó— Nimby siempre le será leal a la señorita Perséfone, Nimby siempre salvará a su ama.
—En este momento eres todo lo que tengo—susurré, consiguiendo que una pizca de felicidad iluminara su diminuto rostro— ¿Qué significa toda esta comida? ¿Pretendes hacer que no caiga en el vestido no es así? Lo siento Nimby pero lamentablemente existen las varitas mágicas para solucionar esos inconvenientes tan convenientes para estas situaciones indeseables.
Comí con tranquilidad y aproveché de disfrutar al máximo mi habitación, dentro de poco entrarían un montón de elfos para comenzar a empacar mis cosas y trasladarlas antes del anochecer a la Mansión Avery, esta era mi última noche aquí. Todavía me costaba pensar en que me casaría realmente con un hombre al que no quería para nada, por el que no sentía ni la más mínima admiración y que sabía era una de las personas más malditas de este mundo; dentro de poco estaría delante de todas las personas a las que mis padres habían invitado para pavonearse del nuevo negocio que habían conseguido y que no habían dejado escapar, para demostrar que los Rosier siempre ganaban y que tenían la última palabra en todo lo que tenía que ver con ellos.
Detestaba pensar que de cierta forma ellos habían acabado conmigo y que ante esta batalla había perdido irrevocablemente; que el hecho de enfrentarme a Ethan en tantas ocasiones no había servido de nada porque Gaspar Avery había sido más astuto que yo esta vez. Sin embargo no sería algo que volvería a permitirle. Saboreé el café, degusté los manjares que me había preparado hasta que los terminé y dio el mediodía.
—Perséfone, el estilista ha llegado— habló mi madre desde el otro lado de la puerta— Por favor ponte la bata, en diez minutos les haré subir a tu habitación.
Mis ojos se quedaron en Nimby y le indiqué que saliera, si tenía su presencia conmigo por más tiempo probablmente me echaría a llorar como una bebé desconsolada y no era ideal en este momento. No me verían vencida o acabada; no les daría esa satisfacción. Me puse de pie frente al espejo y entré en la ducha de manera rápida, al finalizar con la varita ordené todo a la rápida y me coloqué la bata verde. Sentí los pavoneos de mi madre al subir las escaleras y de pronto abrió la puerta sin anunciarse.
—Oh, ahí está ella— habló el hombre con un particular acento que no supe identificar —Es perfecta, perfecta, perfecta ,perfecta; no puedo decir nada más sobre ella, pues es un ángel salido desde el mismo cielo—declaró— Mira ese cabello de fuego, mira esas facciones talladas por las diosas— comentó mientras me analizaba de pies a cabeza— No será necesario hacer tanto porque ella ya tiene el trabajo casi completo, serás la novio más bella que jamás se haya visto en el mundo mágico—suspiró y con un chasquido un sin fin de compartimentos se desplegaron de su maleta, su ayudante también sacó un sin fin de productos que de pronto formaron un salón de belleza completo dentro de mi cuarto.
—¿Te vas a quedar parada allí, madre? ¿No tienes nada más que ir a controlar?
— Perséfone, intenta ser amable; es el día más importante de tu vida.
¿Enserio? Pues qué me quedan de los otros.
—Pero no quiero verte ahí a la espera de que terminen, lo harán cuando dejen de ponerme todas estas cosas extrañas en el cabello y en la cara— determiné—Asumo que después vendrá tu turno, así que te aconsejo que por favor vayas a estresar a alguien más.
—¡Hoy se hace lo que dice la novia!—comentó el hombre— Déjenme a mí para terminar y darle los toques a esta maravillosa obra de arte.
Traté de concentrarme e ignorar los comentarios motivadores y alegres que el mago lanzaba cada vez que conseguía que mi pelo quedara como él quería o cuando los cristales de mis uñas quedaban en la posición perfecta. La mujer que yo veía reflejada en el espejo se veía como una reina poderosa a punto de ascender al trono; no obstante mi interior no podía distar más de aquello; me sentía como un pueblo arrasado después de haber perdido una guerra, después de que sus cimientos se convirtieran en ceniza y luego de que la humanidad cae en la devastación.
Sé fuerte, no llores.
Ese sería el mantra que tendría en mi cabeza el resto del día, era la frase que repetiría desde que me levanté hasta el resto del día, hasta el resto de la semana, hasta el resto de mi vida si era necesario.
De pronto noté cómo un cuervo comenzó a volar por alrededor de mi ventanal, era negro brilloso y tenía algo amarrado a la pata. El estómago se me revolvió en ese momento pues era una ave que había visto antes en reiteradas ocasiones en mi ventana, en mi ventana de mi habitación en Hogwarts. El corazón me comenzó a latir con fuerza y el nerviosismo en mi interior se acrecentó más; había logrado mantenerme a raya pero no sabía si esto podría tolerarlo.
—Disculpen ¿Les falta mucho? Necesito salir afuera un momento; entonces o lo dejamos hasta aquí o se apresuran— les ordené.
Ante la perspectiva de que yo fuera a enfurecerme o que mi madre fuera a pagarles menos por el trabajo debido a que les echara antes de tiempo. Ambos trabajaron con una singularidad y rapidez digna de una boda caótica, terminaron en menos de diez minutos y les despedí indicándoles cuál era la habitación de mi madre que les esperaría encantada a diferencia mía.
Me apresuré a la ventana y tomé la nota del ave de la pata con cuidado de no hacerle daño; nada más liberarla el ave salió disparada de vuelta en dirección al sector donde se formaba un campo de hielo en la parte trasera de la mansión, antes de que comenzara el bosque. Abrí el pergamino y fue como si las entrañas me dolieran de forma inmediata, era seca, escueta y precisa; suspiré.
¿Realmente quería enfrentarme a algo que terminaría de romperme por completo?
Pues sí, se lo debía.
Me coloqué el abrigo que había sobre la cama, procurando no estropear nada en mi apariencia.
—¿A dónde vas?— preguntó mi padre mientras bebía una copa de vino en la sala mientras los elfos iban de un lado a otro.
—Sólo voy a dar un paseo, no sabía que estaba prisionera; este ambiente es una mierda, me asfixia.
No siguió preguntando nada porque no se percató de nada inusual en mi desagradable tono de voz.
AL salir afuera el frío me golpeó con fuerza, estaba totalmente helado y el hielo se había formado después de la nevada intensa de estos días. Caminé con cuidado en dirección a donde había visto irse al ave, mi corazón marcaba con fuerza y una parte dentro de mí me gritaba que diera media vuelta y regresara a casa, que ya era demasiado tarde, que nada podría solucionarse y que esto sólo sería prolongar la agonía de alguien que ya estaba destinado a morir.
Mis pasos se fueron haciendo cada vez más lentos y mi respiración se esforzaba por mantener la calma. Cuando divisé el bosque, anduve despacio por encima del hielo; aunque morir congelada por caer a una laguna a varios grados bajo cero me salvaría. Mis ojos se agudizaron para observar algo de entre los árboles,algo extraño, alguna pista, alguien diferente.
Y ahí estaba.
Fue imposible no reconocerlo de inmediato si muchas veces había observado ese perfil y esa espalda con algo más que simple admiración. Las mariposas en mi estómago aparecieron y el corazón me latió con más fuerza. Era increíble que mi cuerpo reaccionara así, que justo ahora me diera las respuestas que tal vez debí saber mucho antes, sin embargo la vida era una maldita jugadora de poker que hacía con nosotros lo que le placía.
Me acerqué y el hombre que estaba entre los árboles se sacó la capucha dejando ver el hermoso pero sombrío rostro de su poseedor. Noté que tenía el cabello más largo, que tenía facciones mucho más adultas y que sus pestañas y cejas seguían enmarcando su cara de manera divina.
—Viktor. . .—susurré de manera casi audible. La garganta se me secó y me fue imposible articular otra palabra, corría el riesgo de echarme en sus brazos a llorar como una dama en apuros y no, él no se lo merecía.
Noté como su cara se tensó y sus ojos fueron observándome de arriba a abajo. Quería correr, quería irme de ese sitio que dejaría más daño que cualquier otro.
—Estás. . .—se aclaró la garganta, pues tampoco quería parecer débil o dar a demostrar lo que yo podía percibir —Estás hermosa —dijo terminando la frase.
Silencio.
Silencio incómodo del que jamás había habido entre nosotros.
—Creo que no debí haber venido— susurró observándome con un sentir bastante parecido al que yo tenía, con un semblante partido por las circunstancias— Creo que está de más, pero quería verte; al menos por una vez.
—Viktor, yo. . .
—No es necesario que digas algo, Perséfone—recalcó— Sólo fuí yo con un estúpido deseo egoísta de verte otra vez y sé que esto no funciona, y que tampoco lo hará.
Mierda .
¿Era normal que me sintiera tan rota por eso?
—Viktor, de veras lo siento— fue lo único que pude mencionar— De verdad, pero no tuve otra opción.
—¿Que no tuviste opción, Perséfone? ¿Enserio es esa tu disculpa? Vamos sé que puedes hacerlo mejor ¿Al menos necesito de la verdad?
La necesitas pero no te la puedo dar.
— No puedo decirte nada, lo lamento; de verdad quisiera que las cosas hubieran sido diferentes.
—Pero no, no lo son y no consideraste en ningún momento todo el desastre que quedará tras de tí— susurró— Y no hablo de mí ni de nadie más, hablo del desastre que estás generando para tí misma— Su cuerpo denotaba que quería acercarse pero su mente le decía que no, lo frenaba como debió frenarlo aquella vez que hablamos por primera vez en la sección prohibida, como debió frenarlo cuando se hizo mi cómplice, cuando nos besamos.
—Yo. . .
— Te dije que hubiera estado dispuesto a hacer cualquier cosa por tí, incluso cosas impensadas, prohibidas y nefastas. . .
— Viktor, no puedes hacer nada por alguien que no tiene otro destino.
Sus ojos negros se cruzaron con mis ojos ambarinos, tragó saliva y apartó la mirada.
—Con esto siento como si me estuvieras rompiendo los huesos, Perséfone —susurró con la voz rasgada por el dolor, el mismo que transmitía su mirada.
Me acerqué para aferrarme al último momento de sentimiento real que tendría en mi vida. En un impulso, le besé con todas las fuerzas que mis labios pudieron transmitirle; lo hice como si nunca más pudiera hacerlo, porque sabía que en unas horas estaría atrapada en un camino sin salida. Sus brazos no pudieron resistirse y me abrazaron como si quisiera que nos desvaneciéramos en ese instante. Sus manos fuertes recorrieron mi silueta hasta llegar a mi rostros, donde nuestras miradas se encontraron. Nuestro beso fue doloroso y profundo, un desastre maravilloso que nos permitía sentir nuestros agónicos latidos.
—Mejor que paremos esto ahora —siseó en mi oído para después apoyar su frente con la mía después de aquel beso.
Aquel beso.
Ahora no era posible parar, desde que nos miramos por primera vez fue imposible parar.
—Debería estarte odiando en este momento, has comenzado despidiéndote desde el inicio, eres cruel, sin embargo . . .— hizo una pausa para morderse el labio mientras se alejaba, observándome con una resignación infame que no hacía más que doler —Adiós, Perséfone.
Debí haber corrido tras él y desaparecer en el momento que él lo hizo.
Ahí me quedé a solas, pero había aprendido algo.
Jamás había necesitado que me salvaran, no obstante él era el único que podía hacerlo y le dejé ir.
Sabía que si le permitía que lo hiciera se hundiría conmigo.
Ahora estaba a solas en medio de la nieve que se había congelado en una capa de hielo irrompible, con el frío calándome en los huesos debido a la fina tela que me cubría.
No quedaba nada, le había perdido para siempre.
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