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Lucius Malfoy había sido encarcelado.
Unos seis aurores se habían dejado caer de improviso en la Mansión Malfoy, lo que provocó que el escándalo fuera enorme. El padre de Draco no había conseguido escapar a diferencia de todos los demás quienes se ocultaron; incluído el señor tenebroso. El juicio había sido largo y está vez nadie volvió a creerle que actuaba bajo la maldición Imperio como años atrás había logrado zafarse de la justicia.
Que implicaba todo esto.
Todos estaban como locos buscando escondites debido a que ahora la casa de mi primo era un blanco visible ante el ministerio de magia a pesar de todas las protecciones y hechizos de ocultamiento que habían colocado para ella.
—Necesitamos un poco de distracción — mencionó mi padre en la mesa a la hora del almuerzo —Hay que cambiar el foco de la atención, si seguimos en el ojo no tardarán en llamarnos del ministerio a declarar y estoy seguro que comenzarán a usar Veritaserum en los interrogatorios.
—¿Y eso qué? —pregunté —No es que no sepan que el señor tenebroso ha vuelto, además ninguno conoce su ubicación exacta en este momento.
Sus ojos rompieron el contacto visual que había hecho con los míos. Ethan detestaba que lo desafiara y cuestionara sus ideas, algo que se había vuelto frecuente ahora que mis días en casa se habían convertido en una larga estadía.
—Las mujeres jamás entienden la estrategia —replicó con desagrado— No sólo es ocultar al señor tenebroso, nos expone a todos, nos hace tambalear.
—Entonces es porque esta secta no es tan fuerte como tratan de demostrar.
—¡Basta! —gritó golpeando la mesa con la palma —No empieces con tus tonterías, Perséfone.
—Mírate, tratas de imponer respeto como un muggle ¿Qué está pasando, Ethan? — mencioné haciendo todo lo posible para incomodarle.
—¡Calla! —Se levantó de pronto y con rapidez empuñe mi varita apuntandole, como el no tenía la de él a mano se detuvo de inmediato y supongo que recordó la ocasión en que mis Crucios debieron haberle dolido.
—No se te ocurra ponerte maltratador, padre —recalqué— No creo que quieras que el señor tenebroso se entere de que en la honorable familia Rosier se matan los unos a los otros —enarqué una de mis cejas —Comportate, estamos comiendo en paz.
Mi madre observó nuestra latente discusión, con la varita provocó que el vino volviera a llenar nuestras copas. Nos observamos en silencio, sin dejar de hacerlo durante varios segundos hasta que mi madre se aclaró la garganta.
—¿En qué anda Félix? No quiero que le envíen a. . .
—Oh, Constance —dijo tomándose la cabeza entre las manos —Tu hijo se unió a los mortífagos porque quiso hacerlo, nadie le obligó.
—De igual forma tú puedes hacer algo, sabes verdaderamente lo que sucede allí y es riesgoso aunque sean sus seguidores.
—Félix está en edad de tomar sus decisiones ¿O quieres seguir malcriandolo? Agradece que no se convirtió en un marica por culpa de tu sobreprotección —decretó —Debiste haber puesto más cuidado en esta —habló de manera despectiva.
Intenté morderme la lengua para no decir nada que pusiera en evidencia a mi hermano que en ese momento se hallaba quizás en donde. No me interesaba lo que dijera sobre mí, él no significaba nada, por lo que sus palabras tampoco.
— Debes saber que la crianza en compartida— señalé —Si soy así es porque probablemente faltó tu mitad correspondiente— acoté —Pero creo que ya no sirve de nada quejarse sobre mi indeseable forma de ser, al menos creo que he tenido más carácter para afrontar las situaciones a las que me he enfrentado por tu culpa.
—¿Tratas de decirme algo?
—No, sabes que no tengo que fingir o andar con rodeos; si quisiera quejarme de todas las cosas a las que nos has expuesto ya me hubiera quejado —farfullé —Nada más quería extender este momento familiar tan insípido, sin embargo me retiraré a mi habitación.
Subí agotada a mi recamara, todos los días que pasaba en este lugar eran iguales al anterior. No había realmente algo que me motivara en ese momento; pensándolo bien, si había algo y era mantener a los mortifagos lejos de mi hermano y conseguir que estuviese a salvo.
Pensé en que probablemente pronto tendría que tomar una decisión que tal como dijo la vidente, me dejaría al borde de un colapso emocional. Suspiré y pensé en George Weasley.
¿Podría tener la oportunidad de verle en otra ocasión?
O la vez que estuvimos en la playa sería la última vez que la vida nos concedería a ambos. Detestaba pensar en el futuro, pues me gustaba poder controlarlo todo y cuando algo salía de mis manos no me era posible actuar con normalidad.
—Ama Perséfone —La voz de Nimby sonó fuera de mi puerta como si me hubiera leído la mente. En las últimas semanas su compañía había sido lo único que me ataba al mundo real.
—Puedes pasar, Nimby— contesté.
Ella entró y se dispuso a unos pasos antes de mi cama, yo observaba el techo como si esperase una respuesta de otro mundo. Observé que ella me miraba con algún sentimiento que no logré identificar.
—¿Quisieras leerme, Nimby? Tengo un libro sobre la mesita de noche y me gustaría que me leyeras.
Cuando era niña jamás permití que ella se acercara a mí, la detestaba. Me había perdido un montón de aventuras por contenerme; no obstante ahí estaba ella, fiel y leal como todo elfo con su amo.
—Pues claro, ama — tomó el libro entre sus dedos larguiduchos y se aclaró la garganta.
—No vas a estar de pie, siéntate —señalé —Y no quiero oírte protestar o lloriquear por aquello —le dije mirándola fijo.
Sonrió de forma leve y se acomodó en el taburete de mi tocador. Me relajé oyendo su voz chillona e infantil mientras hablaba de constelaciones y agujeros negros. Otro de mis pasatiempos era leer sobre la astronomía y todos los misterios que traía el universo en ese aspecto.
El TON 618 está a doce millones de años luz del planeta tierra, orbita de forma pacífica; aguardando la hora de tragarnos como el moustro que es. Habían algunas circunstancias que eran nuestros propios agujeros negros, a veces nosotros mismos lo éramos, nos absorbían las fuerzas del mal y no éramos capaces de salir a flote, nos consumían los más bajos y primitivos instintos y éramos incapaces de orbitar nuestra propia vida.
Los agujeros negros tienen tanto dentro que nada puede salir, ni siquiera la luz es capaz de luchar contra ellos. Cuando las estrellas sufren de un colapso se convertían en uno y la temperatura en el interior de ellos es congelada, inimaginable para cualquier ser humano, la propia gravedad es capaz de destruir constelaciones, formando bestias que van consumiendo todo a su paso.
—Nimby. . .
Ella apartó su mirada del libro.
—¿Si llegase a irme en algún momento de aquí? ¿Te irías conmigo?
Mi voz estaba rota, toda yo estaba quebrada.
Estaba a punto de convertirme en un agujero negro que comenzaría a arrastrar a todo a su paso.
—Usted es mi ama, señorita Perséfone —respondió sin entender el porqué estaba diciendo todo aquello —Me han traído para servirla y si usted abandona la Mansión de los amos Rosier, pues Nimby se irá con usted.
Me causaba gracia que hablara de ella en tercera persona.
—¿Por qué me dice todo esto, acaso usted. . . ?
—¿Tú me harías un favor? Creo que es poco probable que pueda volver a pedirte otro— le insistí.
—¿A qué se refiere? —me interrogó con cautela, no entendía porqué yo actuaba tan extraña.
Antes de que pudiera decirle que me llevase a la estación para poder dar un último paseo por las alamedas y los museos medievales, mi madre abrió la puerta de imprevisto.
—¿Qué haces sentada allí, elfina? —espetó con desagrado y molestia.
Su mueca me causaba gracia, era divertido cómo sacaba esa personalidad contra los elfos y no lo hiciera en contra de Ethan. Me aclaré la garganta para que dejara en paz a la elfina y se concentrara en lo que había venido a decir.
—No tienes que intervenir en lo que haga o deje de hacer con la elfina — le aclaré —Ahora dime qué es lo que quieres, jamás visitas mi habitación.
Mi madre me observó de pies a cabeza algo nerviosa.
—Los Avery se encuentran abajo, no tenía idea que vendrían y dicen que es imperativo que puedas aparecer allí —verbalizó sin mantener un poco de emoción en su voz —¿Gaspar dice que tienes que estar presente para lo que necesita hacer? No estoy entendiendo nada, Perséfone.
—Déjanos a solas, voy a bajar de inmediato.
De mala gana salió y asumí que estaría escuchando detrás de la puerta. Por lo que insonoricé la habitación; necesitaba hablar con Nimby antes de lanzarme a los lobos, si hacía algo como lo que tenía en mente necesitaba de un aliado que supiera no me traicionaría hiciera lo que hiciera a partir de ahora.
—Dime Nimby ¿De verdad te irías conmigo si llego a salir de esta casa? —le interrogué y mi voz salió a súplica, cosa que logró captar su atención y peeocuparla.
—Ama ¿A qué se refiere? De verdad que está logrando asustar a Nimby.
—Nada, no puedo decirlo; tratarías de impedirlo y lamentablemente no hay nada que puedas hacer para hacerme cambiar de opinión —susurré —¿Tú me darías un abrazo?—le pedí en un intento de mantenerme a flote y en caso de quebrarme fuera aquí y no abajo delante de todos nuestros irritantes invitados.
Ella no supo como reaccionar, no sabía que hacer ante una petición como esa; sabía que ella no se negaría por lo que fuí yo quien se terminó apegando a su fino cuerpecillo suave. Sus pequeños brazos me rodearon por el cuello y temblaba. Ella tenía miedo por lo que yo haría porque lo más probable es que lo imaginara o tendría peores ideas.
Como no tenerlas.
Si conoció mis peores facetas y mis más crueles acciones años atrás. Jamás se imaginaría que sólo se trataba de un aburrido sacrificio. Algo que en otro momento jamás hubiera hecho, ni aunque me estuvieran controlando con un maleficio Imperio.
—Estaré bien—respondí, más para convencerme a mí misma que a ella.
De manera mecánica me puse de pie y giré la perilla de la puerta. Salí al pasillo llenando mis pulmones de aire, necesitaba mantener la cordura y la careta que sería visible para Gaspar pero no para el resto. Los demás tenían que creer mi teatro, sólo Avery sabía mis reales motivos y esperaba que no los olvidase jamás.
Me aferré al pasamanos con fuerza en un instinto primitivo de supervivencia. Conocía cada uno de los riesgos de estar unida al maldito de Gaspar Avery, sin embargo sabía que podía sortear cualquier obstáculo con facilidad. Pero me dolía el corazón, me dolía por todas las decisiones malditas y estúpidas que probablemente tendría que tomar de ahora en adelante, me dolía desaferrarme de personas a las que estaba realmente unida, me dolía salir de improviso de la vida de personas que creían que realmente existía algo entre nosotras.
Ya no era tan fría, ya no era tan dura.
Y eso era un error.
Porque dentro de este maldito mundo lo necesitaba para sobrevivir.
Había permitido que las personas me dieran amor y eso me había suavizado de maneras increíbles.
No podía permitirlo ahora, no si quería mantenerme con la mente fría.
Debía volver a cerrar mi corazón ante la idea que también merecía ser cuidado y amado.
Debía volver a pensar que eso no existía a sabiendas de que tenía pruebas irrefutables de su existencia.
Al aparecer en el salón los serpentinos ojos de Gaspar se unieron a los míos y una sonrisa maliciosa surcó su rostro. Se acercó a mi lado para besar mi mano, cosa que me asqueó de inmediato.
—¿Es verdad que has accedido a comprometerte nuevamente con Gaspar, Perséfone? —inquirió Ethan con los ojos clavados en mí y en mi comportamiento.
También le observé de inmediato.
—Le dije cariño, no pude esperarte— fingió Gaspar —Además que le planteé nuestro interés en hacerlo lo antes posible —señaló.
Me era imposible, el escozor en mi garganta era terrible y tuve que mirar al piso en un momento para poder centrarme y responder.
—Sí, es verdad— contesté de manera fría, no me iba a unir al circo de Gaspar referente a simular amor o algo por el estilo, el odio que sentía por él debía notarse y notarlo todos pensándolo mejor —He aceptado casarme con él, mientras antes sea; pues mejor.
Eso mantendrá a salvo a Félix y Florence, eso mantendrá a salvo a Félix y a Florence.
Era el mantra que me hacía en mi cabeza una y otra vez para poder ser ajena a todos los acontecimientos que sucederían en efecto dominó.
Ellos sacaron sus copas para un brindis cínico, Gaspar sacó el anillo que tiempo atrás había estado en mi dedo, Nimby comenzó a llorar en silencio sin entender qué pasaba por mi cabeza realmente.
Al dar el primer trago a la champagne no había vuelta atrás.
Sólo había un hecho certero a partir de este momento.
Me había convertido en el agujero negro que pronto comenzaría a tragarse todo.
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