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— Ama — sentí la voz de Nimby al despertar.

Ya habían pasado dos semanas desde que estaba en casa y me convertí prácticamente en la prisionera de la Mansión Rosier. Ethan realmente estaba furioso conmigo y con suerte podía salir a dar una vuelta al jardín.

— ¿Nimby, qué hora es? — le pregunté ya que aún veía nubes a través de mi ventanal.

— Son las nueve Ama,  la hora en la que dijo que le despertara — señaló con vehemencia.

¿Quién hubiera pensado que me estuviera dirigiendo hacia la elfina que traté pésimo durante casi dos décadas?

Aún recuerdo cuando era niña y le tiraba de las orejas para que caminara más rápido para que hiciera lo que le mandaba.

Me incorporé observando cómo se desplazaba para hacer correr la bandeja en el aire y que llegara hasta mis piernas. Sí, estaba desayunando en mi habitación porque mi padre no quería verme la cara, me había convertido en una exiliada.

No habíamos vuelto a cruzar palabras desde que el incidente cuando volví de la escuela, mi madre con suerte había ido a mi habitación a ver cómo me encontraba. Quien  se había terciado en una discusión con él luego de eso fue mi hermano; le echó en cara de que cómo era posible que el hiciera algo así conmigo.

«No te ví interponiendo tu cuerpo antes del de ella»

Esa había sido la respuesta con la que Ethan había zanjado la discusión con mi hermano; logrando que se sintiese sumamente culpable ante la perspectiva de que pudo hacer algo por mí y no lo hizo.

Félix aún no se daba cuenta de que padre nunca pierde, que siempre se sale con la suya y que siempre consigue lo que quiere a cómo de lugar. Hasta lograba hacerlo sentir mal de las cosas nefastas que hacía; debido a eso todos los días pasaba por mi habitación luego del desayuno.

— ¿Qué tal todo abajo? ¿Con mis padres? — interrogué a Nimby, ella de inmediato comenzó a evadir mi mirada y a creer que se ganaría un castigo por hablar — ¿Ha pasado algo durante la mañana? Puedes decirme, no pasará nada.

Algo cabizbaja me observó y se aclaró la garganta.

— Los amos han estado peleando últimamente, con el amo Félix.

Mierda.

— ¿Le han hecho algo a mi hermano Nimby? — le vuelvo a interrogar — ¿Él está bien?

— Pues sólo han discutido por su causa ama — contesta algo apesadumbrada — el señor Félix no está de acuerdo con que no pueda salir de su habitación.

Eso era nuevo, la mayoría de las veces mi hermano celebraba las cosas que se le ocurrían a mis padres. Defendernos nunca estuvo muy ligado a nuestras personalidades.

— No se preocupe ama, disfrute de su comida — aclaró ella, con intención de que dejara de preguntarle cosas que pudieran ponerla en aprietos.

Degusté sus preparaciones con lentitud, me había llevado un montón de comida; eso era parte de la forma de ser de los elfos, creían que si uno comía a destajo los problemas se iban a solucionar de inmediato. Me percaté que había traído mis platillos y postres favoritos y me pareció algo diferente.

— ¿Por qué trajiste tanta comida, crees que me lo comeré todo? Además, traes todo lo que me gusta, después de este verano terminaré echa una vola si sigo así.

— ¡Oh ama Perséfone! Si gusta puedo retirarle lo que quiera, nunca más  volverá a suceder, no se repetirá.

— ¡Hey Nimby! Tranquila, es más — hice una pausa — quiero hablar de algo contigo, bueno más bien de dos cosas.

— Pues para eso estoy señorita. — afirmó con su cabeza.

— Primero, necesito que apenas veas una carta para mí en el recibidor, la cojas de inmediato y me la traigas— le indiqué — no quiero que mis padres vean lo que llega para mí, sea de quien sea.

— Por supuesto señorita ¿Qué es lo otro de lo que quiere hablarme?

Suspiré y dejé la bandeja de lado, debido a que no sería cortés hablar de este tema si yo tragaba como condenada delante de su presencia.

— Quiero disculparme contigo Nimby, he sido una pésima ama contigo todos estos años — susurré — he sido malvada y hostil, sin embargo fuiste la única que corrió a ayudarme aquel día sin importar que mi padre te maltratase.

— ¡Oh, Ama! — exclamó a punto de echarse a llorar — sabe que no es necesario que se disculpe, soy su elfina y no debe hacerlo. Me hace sentir mal.

— Pues te ordeno que no te vuelvas a sentir así, es más, sé que no puede compensarse por lo que necesito que aceptes mis disculpas — le miré de manera fija.

Ella sonrió bastante emocionada y asintió, sintiéndose como jamás en la vida, de eso estaba segura; nadie le había ofrecido una disculpa a lo largo de su vida.

— Ama, perdone mi atrevimiento pero ¿Usted me dejaría tocar su cabello? ¡Merlín, es tan hermoso! — chilló algo entusiasmada para después reprimirse y darse una palmada algo agresiva en la boca.

— ¡Hey!¡ No hagas eso! Cálmate y ven aquí, puedes hacerlo.

Ella se acercó algo temerosa al inicio. No era una mentira que jamás le había tratado de manera decente y cuando era niña le golpeaba, por lo que tenía que tener algun rechazo o recelo hacia mí. Sentí sus manos delgaduchas en mi cabello y después una risita grácil.

— Es muy suave y huele muy bien — afirmó, sonriente — si me permite la dejaré un momento, hay un montón de hierbas en mi choza que pueden servir para hacer ungüentos para él ¿Me permite retirarme?

Le sonreí, cautivada por su cariño incondicionalmente y asentí.

— Sólo no olvides lo que te pedí.

— No ama, de eso no se preocupe.

Después de eso salió afuera con una sonrisa que jamás había percibido en ella, algo que hizo que me sintiera menos miserable de lo que me sentía en casa. No podía hacer mucho allí, debía de resignarme a pasar el resto del verano aburrida en mi cuarto.

Esa noche antes de dormir, me quedé observando el cielo nocturno. Era increíble el ver las estrellas a través de un telescopio. Cuando niña tuve una obsesión con las estrellas y las constelaciones del universo; tanto que le reclamé a mis padres porqué no éramos iguales a los Black, quienes les colocaban ese tipo de nombre a sus hijos. Obviamente Ethan, me dedicó una mirada de superioridad y me regañó por estar preguntando tales trivialidades, pero no dejé de fastidiar con respecto al tema hasta que conseguí que me compraran uno de los mejores aparatos de astronomía.

Luego de un tiempo esa obsesión se quitó y no usé el aparato en años. La historia se volvió mi pasatiempo y mi real afición; pero una vez allí aburrida, castigada y sola pensé que era un buen momento para desempolvar el artículo. Aún recordaba como se usaba por lo que tras de él me instalé en la silla de mi escritorio.

Estuve horas redescifrando el espacio y viendo las constelaciones que lograba percibir, ahora no era tan emocionante como cuando niña; pero pude distraerme y hacer algo novedoso de lo que había hecho desde hacía dos semanas.

De pronto me dí cuenta de que un ave había entrado en los terrenos de la Mansión, jamás la había visto o no lo recordaba, pero era el ejemplar más horrendo y moribundo que había visto de lechuza en mi vida. El ave era café y de ojos amarillentos, tenía las plumas algo viejas y volaba a un paso lentísimo.

Fue real la sorpresa cuando me dí cuenta de que venía hacia mi ventana. Me puse de pie extrañada y abrí el ventanal para que llegara directo a dentro de la habitación.

¿De quién sería esa ave tan horrenda?

Si yo era malvada, el dueño era un maldito.

¿Cómo era posible que siguieran usando esa lechuza si con suerte podía volar?

Era realmente un abuso.

Antes de que el ave pudiera aferrar sus patas en la cornisa y que yo la tomara en mis manos; cayó por la ventana hacia el jardín.

¡Por Merlín!

Lo que faltaba, que tuviera que ir fuera por la carta que traía esa ave moribunda.

Salí de mi habitación a toda velocidad sin preocuparme de coger alguna chaqueta o abrigo, se percibía que afuera había una brisa bastante intensa pero sólo estaría fuera unos minutos. Corrí escaleras abajo sin importarme que estuvieran mis padres y quisieran seguirme, tenía que recuperar esa carta a cómo de lugar. Independiente de quien fuera el remitente, estaba segura de que si alguien la cogía que no fuera Nimby, no me la entregaría.

— ¡Oh, ama! También venía para coger la carta. — siseó Nimby algo faltosa de aire.

— No te preocupes, ya la tengo. Llévate el ave y dale algo para que se recupere. — comenté y de inmediato desaparecí, para volver a aparecer en mi cuarto.

Había pasado a séptimo año, por lo que ya se me permitía hacer magia fuera de Hogwarts. Honestamente no se me había ocurrido hacerlo hasta que iba corriendo escaleras abajo camino al jardín.

Mis ilusiones no podrían haberse echado a perder más.

— ¿Quién te ha escrito que corres con tanta efusividad?

— ¿Por qué entras a mi cuarto sin mi autorización?

Mi madre solía ser muy invasiva cuando se ponía del lado de mi padre y esta era la ocasión mencionada.

— Perséfone no me saques de quicio ¿De quién es la carta? — dijo con un tono bastante impositivo — llamaré a tu padre si no cooperas, sabes que tienes restricción de comunicarte con ciertas personas.

Con tanto apuro no me había fijado si quiera en quien estaba escribiendo la carta.

— ¿Derek Hale? — pensé para mis adentros cuando leí — ¿Por qué ese idiota me escribía?

Es Hale — le enseñé a mi madre — ¿Satisfecha? ¿Ya te puedes ir Constance?

Ella me miró de arriba a abajo y sin decir nada más salió de mi habitación.

Derek era mi compañero de clases pero jamás habíamos intercambiado más de dos palabras, sólo nos saludabamos por cordialidad pero no éramos amigos. Hasta que de pronto recordé algo que hizo que mis pensamientos tomaran un rumbo distinto, recordé que Derek era uno de los blancos frecuentes de las bromas de los Weasley, debido a que Hale hablaba de una manera demasiado elegante y ellos solían decirle que tenía una patata en la boca.

¿Era posible que la carta sea de George?

¿Qué se haya hecho pasar por otra persona para escribirme?

Abrí la carta y de inmediato saqué el pergamino que estaba vacío. Obviamente tenía un encantamiento para ocultar el contenido de esta.

Revelio — conjuré apuntando el pergamino en blanco, pero nada pasó.

Rodé los ojos, le había puesto una clave para que no lo leyera nadie más que no fuera yo. Me sorprendí ante ese detalle, ya que no pensé que George pensara en todo, creía que era más descuidado; salvo por un hecho, él era demasiado evidente a veces, por lo que la clave que decidió colocar era predecible hasta para un niño de primer año.

¿Cómo podía ser tan obvio?

— Reina de hielo — apunté con la varita y las letras fueron apareciendo en la carta. Comencé a ver aparecer su letra horrenda y la caligrafía atropelladamente escrita.

Sonreí para mis adentros por el hecho de descubrir que era él quien escribía.

¿Estaría tan rápidamente escrita porque Fred estaba junto a él?

Me senté en la alfombra de mi habitación, pero antes le coloqué un encantamiento a la puerta para que nadie más fuera a entrar.

Volví a entrecerrar los ojos al leer que toda la carta era una narración de egocentrismo y ridiculeces propias de él. Además de comentar que había confeccionado muchas bromas que pensaba probar en mí persona. Todo iba normal hasta que llegué a la última parte del escrito.

Te propongo algo, deberíamos vernos ¿No crees? Sé que me extrañas y a decir verdad también lo hago y quiero verte aunque sea un día de las vacaciones. Sé que debe de ser complejo que nos veamos en el mundo mágico. Pero la semana que viene debo ir a comprar unos productos a un mercado muggle, el día jueves para ser más específico. Sé que no te agrada el mundo muggle pero sé que también quieres ver la hermosura de mi persona.

Escríbeme a esta dirección y si usé el nombre del idiota de Hale es porque pensé que podían ver la carta y tendrías problemas.

Espero tu respuesta hasta el miércoles de la próxima semana.

Te pienso.

G. W.

Rápidamente cogí la varita del suelo.

— ¡Incendio! — murmuré en la chimenea y luego apunté a la carta — Reducto — no podía darme el lujo de guardarla, por lo que los pequeños papeles que quedaron los eché en la chimenea.

Fui hacia mi escritorio y formulé una respuesta rápida. Luego de eso llamé a Nimby.

— Necesito que guardes esto hasta mañana y que a primera hora te aparezcas en esta dirección para entregarla.

— Está bien, ama ¿Debo entregársela a alguien en especial?

— Sí, debes dársela sólo a Derek Hale, Si no está allí, la destruyes.

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