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𝟏𝟑 🕷️ Conexión salvaje

᯽‧₊˚⁺ ❨𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝐓𝐇𝐈𝐑𝐓𝐄𝐄𝐍❩ ̖́- 🕸️
WILD CONNECTION 🏹

Y lo siento todo con una profundidad
que antes era inalcanzable


Hace dieciséis años.
Rusia Occidental.

━━━𝐋𝐎 𝐇𝐀𝐒 𝐕𝐔𝐄𝐋𝐓𝐎 𝐀 𝐇𝐀𝐂𝐄𝐑 —le regañé. Después de todo lo que habíamos pasado, nos dirigimos al bosque con paso apresurado, sin perder tiempo. Pero eso no significaba que iba a quedarme callada. Tenía que decírselo, aunque en el fondo, una parte de mí le agradecía profundamente por ser como era conmigo—. Has vuelto a poner en peligro tu vida por salvarme.

—¿Es tu forma de darme las gracias? Te dije que lo volvería a hacer si fuera necesario.

Me detuve en seco y me giré hacia él, enfrentándolo. Quise gritarle, sacudirlo, hacerle entender que no era un héroe invencible, que su vida no era algo que pudiera arriesgar tan fácilmente. Pero las palabras se me atoraron en la garganta, porque en el fondo lo sabía: lo habría hecho una y mil veces, sin dudarlo, porque yo también lo habría hecho por él si hubiera sido más rápida.

—Sabes que te lo agradezco con todo mi corazón, pero tu vida también es importante para mí, Sergei. Más de lo que crees.

—¿Y ahora viene el momento del sermón? —preguntó—. Que soy un egoísta por arriesgar mi vida, porque si muero, serás tú quien cargue con el dolor. Que no pienso en lo que dejaría atrás, en lo que significaría para ti. —Su voz se suavizó al notar la expresión en mi rostro, y continuó con un tono más sereno—: Sé que tienes miedo. Yo también. Pero lo superaremos juntos, como siempre lo hemos hecho. Estamos vivos, y mientras lo estemos, el destino guarda algo para nosotros así que, por favor, tranquilízate. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dije a regañadientes.

—Los ánimos de la dama se han restaurado —Me regaló una sonrisa—. El sol brillará una vez más.

—¿Te quieres callar, don Salvador? —espeté mientras me acercaba y le daba un ligero puñetazo en el brazo. Él respondió con un falso gemido, llevándose la mano al lugar como si realmente le hubiera dolido.

Cuando proseguimos en el trayecto, los árboles nos envolvieron como un ejército de gigantes inmóviles, sus ramas alargadas se entrelazaban con la silueta lejana del cielo, filtrando la luz en haces irregulares que parecían parpadear con cada movimiento del viento. El aire allí era distinto: más denso, cargado del aroma terroso de la madera húmeda y los troncos milenarios cubiertos de musgo.

La vida se sentía más viva, en los susurros de las hojas, en los chillidos lejanos de algún ave. El bosque no era solo un lugar; era una presencia, un ser que nos observaba mientras nos adentrábamos más y más en su dominio.

Mientras caminaba, mis pensamientos se perdieron en todo lo que estaba ocurriendo. A mi lado, Sergei permanecía en silencio, pero podía sentir que su mente también estaba ocupada. Finalmente, rompí el silencio.

—¿Te das cuenta de que los animales tienen un vínculo especial contigo? —pregunté, observándolo de reojo.

Él asintió lentamente. Había estado esperando esa pregunta.

—Lo sé... —murmuró después de un momento—. Desde el accidente con el león, me siento diferente.

Sabía que aquello no podía ser casualidad. La sustancia de Calypso, aquella mezcla enigmática de compuestos desconocidos, había hecho más que salvarle la vida; había reconfigurado algo fundamental en él, algo profundamente arraigado en su ser. Pero ¿cómo había ocurrido? ¿Qué mecanismos internos habían sido alterados? Su biología se había sincronizado con algo más grande, algo ancestral.

—¿Y qué sientes? —pregunté, tratando de comprender lo incomprensible.

Él hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.

—Siento que... me conecto con la naturaleza de una forma que no puedo explicar. Es como si pudiera percibir lo que sienten los animales, como si sus emociones y las mías se entrelazaran. No es solo empatía, es una comunicación directa y orgánica.

Su explicación no era vaga; era una descripción de un fenómeno que desafiaba cualquier comprensión científica conocida. ¿Podría ser que la sustancia de Calypso hubiera modificado su sistema nervioso, creando nuevas sinapsis, ampliando sus sentidos? Tal vez había alterado algo en su ADN, activando genes dormidos, quizá incluso ancestrales, que lo vinculaban de forma primitiva al mundo natural.

Aquello no era solo un cambio físico; era la evolución misma manifestándose ante mis ojos.

Mientras seguía pensando en todo ello, Sergei paró en seco. Levanté la vista, dejando que mis ojos se apartaran de las botas para seguir su mirada. Ahí estaba: el invernadero.

Sergei respiró hondo.

—Aquí está. Bienvenida a mi refugio, Nina. —Sergei respiró hondo, recordando momentos nostálgicos—. Pasaba horas con mi madre aquí, bueno, en ese entonces le llamaba en nuestro idioma natal: mamushka. Ella me enseñó a cuidar de cada planta, a entender su ciclo, su crecimiento. Este lugar siempre fue mi escape. Aquí encontraba paz, lejos de todo el ruido, lejos de la confusión del mundo exterior. Y, por supuesto, lejos de Nikolai.

Capté un detalle: ya no lo llamaba padre.

Observé aquel lugar peculiar con admiración. Seguía sintiendo ese resquemor personal de que estaba en un lugar ajeno a mi vida, pero Sergei tenía el talento de hacer que todo pareciera natural y sentía que ese espacio, aunque fuera tan distinto a mi mundo, podía convertirse en uno propio con el paso del tiempo.

—Como dije, sabía que me iba a encantar.

Sergei asintió, con un brillo en sus ojos, y me tomó de la mano, guiándome hacia el interior. Al cruzar la entrada, el ambiente cambió inmediatamente.

El interior era un espacio único. Tenía un aire claramente muy abandonado pero su estructura no era la de un invernadero convencional; no solo estaba lleno de plantas, sino que las paredes eran casi completamente transparentes, hechas de un material sintético avanzado que permitía una vista panorámica del bosque circundante. La pared circular, que se extendía alrededor de la habitación, no solo ofrecía una sensación de continuidad con la naturaleza exterior, sino que parecía integrar el entorno en el mismo espacio, borrando la frontera entre adentro y afuera.

Había plantas dispuestas con esmero por todo el lugar, algunas colgando del techo y otras en macetas cuidadosamente colocadas a lo largo de las paredes. Las especies eran variadas, desde pequeñas hierbas aromáticas hasta plantas más grandes que daban la impresión de ser nativas de ambientes más cálidos. El aire estaba impregnado de un frescor vegetal, una mezcla de tierra y verdor.

En el centro del espacio, una cocina sencilla, con electrodomésticos pero de diseño minimalista, se integraba armoniosamente con el entorno. Cerca, había una pequeña cama, cubierta con mantas de tonos neutros que invitaban al descanso. Frente a la cama, un pequeño salón con un par de sillones cómodos y una mesa de madera.

Un baño funcional, pero igualmente acogedor, estaba discretamente apartado, con detalles naturales como madera y piedra que evocaban la sensación de estar en contacto constante con la naturaleza.

—Vaya... —aventuré a decir, admirada por la belleza que regalaba la sencillez. La armonía entre lo natural y lo funcional me sorprendió—. Desde luego, este lugar es precioso.

—Y ahora también te pertenece a ti, como había pertenecido a mi madre —respondió él. Su mirada se perdió un momento, viajando atrás en el tiempo, recordando esos momentos en los que este refugio había sido solo suyo, de su madre y de Dima. Un espacio lleno de recuerdos.

El hecho de que ahora compartiera ese lugar conmigo, de alguna forma, me hizo sentir como si estuviera entrando en un espacio más profundo, más íntimo de su vida. Un rincón donde no solo había naturaleza, sino también historia, vínculos familiares, y una conexión más allá de lo que las palabras podían describir. Algo se transformó en mí al escuchar eso. Sin darme cuenta, me había convertido en parte de algo mucho más grande que solo un refugio.

🕷️

𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐇𝐎𝐑𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐏𝐑𝐄𝐏𝐀𝐑𝐀𝐑 𝐍𝐔𝐄𝐒𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐑𝐎𝐏𝐀𝐒 𝐘 𝐎𝐑𝐆𝐀𝐍𝐈𝐙𝐀𝐑𝐍𝐎𝐒, la noche finalmente se instaló y, agotados, caímos rendidos.

Solo había una cama, pero no era pequeña, así que después de un largo rato de discutir —yo insistiendo en que no había forma de que se quedara en el sofá cuando tenía una cama cómoda justo allí—, Sergei finalmente cedió y aceptó compartirla conmigo. Aunque, claro, al final no fue tan sencillo. Nos acomodamos en la cama, pero con una incomodidad evidente. Era la primera vez que estábamos tan cerca el uno del otro en una cama y aunque no era pequeña, los dos nos sentíamos claramente avergonzados.

En los previos momentos en los que estaba despierta después de acomodarme, nos encontrábamos durmiendo de espaldas, separados por casi medio metro, como si esa distancia fuera la única forma de que ambos nos sintiéramos menos incómodos. Pero no pude evitar reírme por lo ridículo de la situación: estábamos en una cama grande, y aún así, nos tratábamos como si fuéramos dos completos desconocidos.

A pesar de la incomodidad, esa noche el sueño se apoderó de mí rápidamente y cuando desperté, el reloj marcaba las 6:00 de la mañana. Me giré con cuidado para ver si Sergei seguía durmiendo, pero la cama estaba vacía.

Con cierta incertidumbre, me levanté y miré por toda la habitación, esperando encontrarlo en algún rincón. Pero no había rastro de él. Intrigada y algo desconcertada, decidí salir en silencio, preguntándome si tal vez había salido a hacer algo.

Para mi sorpresa, tampoco había nadie en las proximidades.

Un crujido alto me hizo ponerme en alerta y alcé la vista, desgraciadamente mis ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad que seguía dominando el lugar. Un ruido más, esta vez más cercano, me hizo darme cuenta de que algo se movía en el árbol cercano.

Pero lo que realmente me sorprendió fue el silbido que siguió. ¿Un animal silbando en lo alto de un árbol? Observé con más detenimiento, y algo en la forma en que se movía me desconcertó.

—¡Nina! —exclamó el aparente animal que supuse que sería. Ese animal no solo parecía enorme, sino que también tenía piernas... y manos...

—¿¡Sergei!? —exclamé—. ¿Qué... qué estás haciendo ahí? ¿Por qué te comportas como un gorila?

¿Qué estaba pasando?

El castaño emitió un ruido que bien podría haber sido una risita. Antes de que pudiera procesarlo, se abalanzó hacia otro árbol cercano, balanceándose con la agilidad de un animal. Su movimiento fue tan fluido, tan natural, que parecía pertenecer por completo a ese entorno salvaje.

Y luego, de repente, saltó hacia mí con una velocidad asombrosa, aterrizando justo delante de mi cara; que lo más probable es que estaría con una expresión de lo más pasmada. La sutileza con la que lo hizo me recordó a un depredador acechando a su presa.

—¿Pero qué coñ...? —Empecé a decir, sin poder contener la sorpresa surrealista, cuando Sergei, con una rapidez casi felina, me interrumpió.

—No permitiré que yo sea la razón por la cual la honorable Karenina diga una palabra malsonante —respondió con un tono burlón.

Antes de que pudiera recomponerme, volví a preguntar, más por instinto que por lógica:

—¿Por qué ahora te balanceas como un...? O mejor dicho, ¿por qué te balanceas? —A pesar de la confusión del momento, algo en su comportamiento me parecía casi cómico.

Sergei me lanzó una mirada juguetona, parecía disfrutar de sus nuevas... habilidades.

—He descubierto una forma más eficiente de moverme. Y además, me parece que es más divertido que caminar. ¿No lo crees?

Me imaginé a mí misma balanceándome entre los árboles, colgando como un monito, y me dio un escalofrío solo de pensarlo. Seguro que caía de cabeza o, peor aún, me atascaba en alguna rama y pasaba el resto de la mañana dando vueltas como un espantapájaros.

—Definitivamente, no. ¿Qué haces aquí fuera?

Sergei se detuvo por un momento, estudiando el denso bosque que nos rodeaba. Luego, sin dejar de moverse, habló.

—No podía... dormir —admitió—. Tuve un impulso, algo extraño, y empecé a caminar, luego a correr, y de repente, me vi balanceándome entre los árboles. Pero no era solo moverse, Nina. Fue un instinto que salió de mí, mi cuerpo sabía exactamente qué hacer gracias a un sentido extra, uno que no conocía.

Se lanzó hacia un árbol cercano y, con la agilidad que ahora parecía dominar, se colgó de él.

—Puedo oler los aromas que vienen de muy lejos, más allá de lo que mi mente creía posible. No son solo olores; son como fragmentos de información. Puedo escuchar a los animales, incluso aquellos que están ocultos en el bosque, o sentir su respiración, su ritmo.

Pude ver en sus facciones la fascinación de un descubrimiento que superaba cualquier explicación lógica. Sabía que mi rostro estaba expresando lo mismo a medida que seguía hablando. Su emoción era contagiosa.

—Percibo el mundo de una manera que antes me era imposible. ¡Es increíble, Nina! Como te comenté esta tarde, los estímulos del entorno se han intensificado, y mi percepción se ha expandido. Mi cerebro ha calibrado una nueva forma de procesar la información sensorial, permitiéndome captar detalles que antes me eran invisibles. Ahora, el mundo no es solo algo que veo; lo escucho, lo huelo...

Sergei pausó y dio un salto, volviéndose a plantar delante de mí.

—Y lo siento todo... —Puso una mano encima de mi cabello, justo detrás de mi oreja. En ese momento, vi que un escarabajo nocturno se posó en su dedo, y antes de que pudiera reaccionar, lo dejó ir, observando cómo echaba a volar—: con una profundidad que antes era inalcanzable.

Estudié al escarabajo mientras sus alas zumbaban suavemente. En pocos segundos, desapareció en la penumbra, fundiéndose entre el follaje.

—¿Algo así como un sentido adicional con una forma de conciencia más aguda y conectada con la naturaleza?

—¡Exacto! —exclamó, girándose de repente y echando a correr, pero pude intuir que podía ir mucho más rápido. Sin embargo, parecía querer mantener el ritmo de mis pasos—. ¡Ven! ¡Sígueme!

Lo hice sin pensarlo, dejándome llevar por la emoción del momento. Eché a correr tras él, sintiendo el viento en mi rostro.

Cuando llegamos a un lugar donde la tierra se partía en dos, creando una grieta profunda, cualquier persona normal habría tenido que descender y escalar de nuevo. Sin embargo, Sergei, con una agilidad sorprendente, no dudó en acercarse al borde.

—Ni se te ocurra —dije rápidamente, intuyendo lo que iba a hacer—. Sería la tercera vez que pones en riesgo tu vida. Te daré una colleja.

—Sería la primera vez que pongo mi vida en peligro por otras razones que no sean para salvarte, así que no cuentan. —Con un rápido movimiento, me dio un golpecito en la oreja con el dedo, tal y como hacía con Dima—. Podrás darme una colleja si consigues atraparme.

—¿Ah, sí? Suena tentador pero permíteme preguntarte: ¿qué otras razones son esas? —Crucé los brazos mientras lo decía.

—Bueno, podría decir que lo hago para impresionarte —respondió con una sonrisa picaresca—. Pero la verdad, es que no pude resistirme a mostrarte lo que soy capaz de hacer.

—¡Sergei! ¡No puedes...!

Antes de que pudiera decir algo más, avanzó corriendo a una velocidad sobrehumana, y con un salto tan grande aterrizó al otro lado sin esfuerzo, haciendo varias volteretas en el suelo para estabilizar el impacto. Cuando estuvo completamente erguido, se giró hacia mí, guiñándome un ojo.

—¿¡Decías!? —Sergei no era orgulloso, siempre había sido humilde pero en ese momento, se comportaba así por la emoción, disfrutaba de la sorpresa que había causado su propio cuerpo.

Se quedó allí, esperando mi reacción.

—¿¡Que qué decía!? ¡Que cómo voy a saltar al otro lado, Sergei Kravinoff! —respondí mi propia pregunta retórica—: ¡Ah, claro, claro, olvídalo, mejor quedémonos con la antigua forma de bajar y subir!

Sergei sonrió y se quedó esperándome.

Me sentía atrapada entre mi amigo que saltaba como si fuera un dios y yo, que no podía ni dar un paso sin parecer un oso con patines en una tienda de porcelana.
Y sin embargo, ese momento, aunque surrealista, me mostró algo mucho más profundo: un Sergei que, poco a poco, empezaba a vivir. Y en ese proceso, algo en mí también despertaba; si la vida se hiciera más cercana, más posible. Porque en su transformación, también veía la mía.

—¡Allá voy! —Empecé a bajar—. ¡Más vale que corras porque te atraparé en cuanto menos te lo esperes!

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