Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

⇁ 11 ↼

「 ʟᴏs ᴊᴜᴇɢᴏs 」

Ni siquiera me sorprendo de escuchar por primera vez al presidente Snow presentando los juegos, ya que me centro en tratar de que mis ojos se adecuen al entorno. Un aire fresco me revuelve el cabello y siento que todo mi cuerpo se estremece al darme cuenta de que en un minuto mi vida va a cambiar por completo, y no habrá vuelta atrás. Puedo convertirme en asesino o victima en cuestión de segundos, y la verdad es que la sola idea me aterra. 

Mis pies se mueven con cuidado en aquel circulo metálico, y es entonces que decido dar una vista a mi alrededor. Lo primero que pienso es que no es en nada a lo que me imaginaba. El suelo es demasiado brillante y se mueve; parece del color del cristal: impoluto y trasparente. Es entonces cuando me doy cuenta de que los Creadores de los Juegos son realmente crueles. 

La placa esta rodeada de olas azules y comprendo que lo que me rodea es agua. Y está por todas partes, infinita, y parece que la única opción que tengo de llegar hasta la Cornucopia es, a través de ella. Dicha Cornucopia es una de las cosas más importantes de este lugar, ya que siempre está llena a rebosar de las cosas que nos ayudarán a subsistir: comida, contendores de agua, armas, medicina, etc.

El terror me invade y el sudor me escurre por todas partes; no me imaginaba algo como esto ni en un millón de años. Pero decido poner los pies en la tierra ya que, cuando suene el gong, todos los tributos tendrán que salir de sus placas metálicas, ya sea en busca de sobrevivir, escapar, o para hacer que la sangre se derrame hasta convertir todas estas aguas de un color borgoña y oscuro. Y obviamente, no estoy dispuesto a quedarme atrás en los juegos que atentan con mi posibilidad de regresar a casa.

Entrecerrando los ojos, distingo la Cornucopia dorada y picuda en la orilla de lo que parece ser el final de esta agua eterna. Detrás suyo se encuentra un bosque enorme, y pienso en si se parece al de mi Distrito. Ojalá Minho estuviese aquí, pienso, apretando con fuerza mis manos hasta hacerme daño. Necesito el dolor para regresar a la realidad, así que dando una vista a mi alrededor, observo que muchos de los tributos analizan el agua con expresiones horrorizadas, y les entiendo a la perfección. Nadar, ese es el tema que seguro surge por sus inquietas mentes; un problema que de seguro el distrito 4 no tiene de qué preocuparse, pero al igual que los demás, yo sí. 

Recuerdo haber visto años atrás, a varios tributos moviendo sus piernas y brazos al mismo tiempo, como patos mareados, pero que consiguen mantener un ritmo y moverse en estas. Repaso en mi cabeza sus extraños movimientos y deseo que me salga bien, que no me ahogue como muchos otros nada más empezar. Un silbido rompe el silencio y dirijo mi vista hacia el puesto de la chica del 4; ella me sonríe agraciada, y pienso en si se está burlando. No quiero dejarme llevar, así que solo mantengo mi mirada en ella un corto momento, para regresar mi atención a mi realidad. A pensar en que mi primera prueba es sobrevivir a estas aguas.

Quiero sacar de mi cabeza cualquier cosa que me haga recordar en que estoy rodeado de gente que, quizás, quieran tomar mi cabeza a la primera oportunidad, y decido mirar aquel cielo rosado, deslumbrante y emotivo que se alza sobre mí. Tomo una profunda respiración, preparándome mientras en mi cabeza hago la cuenta atrás. Mi corazón late muy rápido, y me da la sensación de que se detendrá en cualquier momento. Ruego porque no sea así.

Busco con la mirada a Brenda, y la encuentro aterrorizada a varios metros enfrente de mí; ella consigue encontrarme en todo aquel caos silencioso, y le indico que respire, que se tranquilice. Asiente un poco dudosa, y cuando miro un poco a mi izquierda, el chico del 3 me analiza con esta profunda mirada castaña que tiene. Descubro que odio verle cuando recuerdo que ayudó al Capitolio a suplantar la identidad de mi mejor amigo. Sin embargo, un vacío desalentador me consume y tengo la sensación de que hay algo más allí, algo que intenta decirme sin palabras y me niego rotundamente a escuchar.

De pronto, siento que no puedo escuchar nada más que ese maldito gong y mi cuerpo se mueve solo. Doy un salto y con rapidez noto como esa agua helada invade cada fibra de mi piel, como hace que despierte y se una a ella como si fuera uno. Siento las ropas húmedas, y me pregunto cuanto tardarán en secarse cuando esté afuera. Muevo los brazos de arriba hacia abajo, una y otra vez, al igual que las piernas. Me siento extrañamente ligero, como si no pesara nada, pero admito que me cuesta mover las piernas un poco; es un ejercicio cansado. Controlar la respiración también es un trabajo complicado, pero cuando por veo la orilla cerca, me siento orgulloso de lo que he hecho. En mi distrito siempre era considerado uno de los más rápidos al correr, y siempre conseguía superar a mi amigo Minho, de ahí a que no me preocupe realmente lo que vaya a hacer cuando salga de aquí. 

Algunos de los tributos ya consiguen llegar a la Cornucopia cuando llego a la orilla, quizás unos tres, pero no me dejo apabullar. El agua me escurre por todo el cuerpo y siento un poco de mareo. Cuando doy una mirada hacia atrás, distingo a muchos batallando entre las aguas, entre ellos a Brenda, pero está cerca y sé que puede hacerlo sola. He perdido de vista a los del 3 y 4; así que pienso en mejor darme prisa y largarme del lugar. Comienzo a correr.

La orilla me hace tropezar varias veces debido a los mojados que están mis zapatos, pero cuando consigo cogerle el truquillo, demuestro mi gran capacidad de correr grandes distancias. En la Cornucopia la gente ya esta peleando, y sinceramente, tengo muy pocas ganas de ver todo ese derramamiento de sangre. Intento hacer de oídos sordos, aunque los gritos no se detengan.

El bosque está muy cerca y agradezco no haber hecho caso de la vocecilla de mi interior que me repetía que diera media vuelta y fuera hacia una de esas mochilas que seguro tendrían algo que me serviría en este viaje. No queda nada para poder entrar en sus lindes, en aquellas que me aclaman con fuerza, cuando siento que tengo a alguien detrás. Rápidamente, me dejo caer, pero es solo un truco; cuando "caigo", me agacho y dando un giro de cadera, muevo mi pierna de forma que haga tropezar al que tengo detrás. Me aparto y con la respiración agitada, descubro que se trata de un chico del distrito 5, quizás unos años menor que yo.

Se queja adolorido y pienso en si pedirle disculpas, después recuerdo en qué lugar estoy y me preparo para seguir corriendo. Pero entonces, veo que de su boca sale sangre y me fijo en que tiene el cuello desgarrado. Con una mirada lastimera, comprendo que estamos bastante alejados de la masacre de la Cornucopia y sacando mi daga, decido darle una pequeña paz. Esta brilla con el reflejo rosado del cielo. Me tiembla en las manos y dudo en hacerlo, pero cuando me mira intensamente, siento que me da permiso. En un susurro le pido que me perdone y le atravieso el corazón. Su cuerpo rebota por el movimiento, y un cañón suena en el aire. Ahora si que está muerto, ya no sufre. Tardo en sacarle la daga del pecho, porque está bien incrustada y tengo que apoyar mi mano libre en su cuerpo para ayudarme. Algunos de los profesionales vienen en mi dirección y tironeo con más fuerza.

Por fin consigo liberarla de su cadáver y descubro que los profesionales están siendo distraídos por los del 4. ¿De dónde habían salido? ¿Querían solo darle caña a los profesionales, o acaso...? No, ni en broma me estarían ayudando para que escapase. Devuelvo la vista al joven a mis pies y le cierro los ojos, en un intento de hacer que descanse. Entonces, cuando me estoy incorporando, veo que tiene una mochila en su mano derecha, como si no hubiera tenido tiempo de ponérsela y en un movimiento desesperado, se la quito. No iba a desaprovechar una oportunidad cómo esa. 

Me la coloco a prisas, cerciorándome de que los otros sigan distraídos y suenan varios cañones, que me distraen y no permiten que pueda identificar bien los sonidos de mi entorno. Cuando me levanto por fin, el mismo silbido de antes vuelve a dejarse escuchar y cuando doy un paso hacia atrás, veo al chico de nombre Galliard lanzarme una daga al rostro. Estoy seguro de que el silbido era un aviso, una ayuda, porque gracias a eso, es que puedo evitar que me dé en el ojo. Solo me raja la mejilla izquierda, y tomo aquello como la señal de seguir mi camino.

Galliard grita furioso al haber fallado, pero estoy ya muy lejos como para que me importe. No dejo de mover las piernas hasta que pienso que estoy demasiado lejos. Allí es entonces cuando recupero la respiración perdida, tratando de calmar a mi corazón. Para apenas haber empezado, me sorprendo al no encontrarme asustado por haber matado alguien. Bueno, prácticamente lo que he hecho ha sido tenerle un poco de piedad, pero es lo mismo. Recuerdo su rostro lleno de sufrimiento e intento hacerme creer que he hecho bien. Guardo en mis ropas la daga de nuevo, esperando que nadie, ni siquiera los del Capitolio, la haya descubierto todavía.

El bosque a mi alrededor es extenso, y los árboles son enormes y de distintas formas y especies irreconocibles para mí. Pero se siente cálido, como si te sobrecogieran e intentaran darte apoyo. La humedad y el calor comienzan a atacarme, pero mantengo la calma. Soy fuerte y quiero pensar en que tengo más resistencia de la que creo tener. También quiero pensar en que mi rostro no se muestre en las pantallas, al menos no siempre, porque realmente desearía un poco de privacidad.

Me pongo a pensar entonces en la patada que le hice al chico de antes, y sé que las clases de autodefensa han servido para algo. En estas solía destacar, porque realmente se me daban muy bien. Me pregunto si Brenda sigue viva y si ya ha encontrado un refugio en el que esconderse. 

Doy unas vueltas más, tocando las malezas y los troncos de los árboles, intentando familiarizarme con el ambiente. Siempre Minho me decía que si conseguías hacerte uno con el bosque, este acudiría a tu llamado. Me parecían unas tonterías increíbles, pero ahora, cerrando los ojos y presenciando todo aquel extraño y misterioso silencio, sentía que mi amigo no había mentido. Algunas ramas me arañan al pasar, y quiero pensar en que en realidad me acarician, en que no estoy solo y que me acompañan. No estoy seguro de cuanto más he caminado, pero cuando me doy cuenta, la escasa luz del comienzo ha desaparecido, y en cambio, ahora brilla una enorme luna que me ilumina y me guía en la oscuridad. Llego entonces a un sendero que sorpresivamente se une a un riachuelo pequeño, y es ahí cuando descubro la sed que tengo. Me acerco a pasos lentos y tengo la intención de beber un poco de ella, pero no llego muy lejos al escuchar a un sinsajo soltar una melodía de una sola nota varias veces.

Recuerdo las palabras de mi padre que me decían que ellos me guiarían, y escucho rápidas pisadas en mi dirección. Es otro aviso; a prisas, corro hacia unos árboles, algo alejado del riachuelo con la esperanza de que me oculten. De pronto, por el lado izquierdo de las lindes, sale una chica de cabellos naranjas y de mirada penetrante. Está sudando a mares, y respira agitadamente. La observo con atención, intentando que hasta mi respiración se extinga. Ella grita llena de felicidad al ver el agua, y me da rabia pensar en que ahora tendré que esperar a que se vaya por su propio pie, o matarla.

Esta se recoge el cabello y mete de golpe el rostro en las aguas; entonces, sale mojada y refrescada. Cuando veo que saca de su mochila una botella, obviamente para rellenarla, veo que su mano tiembla y comienza a hincharse. Grita y se agarra el cuello; cae al suelo estrepitosamente, y su rostro está descompuesto. Un cañón se deja escuchar.

Nervioso, salgo de mi escondite y sintiendo un gran alivio, pienso en que ése de allí, podría haber sido yo. ¿Otro golpe de suerte? No me siento bien al ver que gracias a ella he podido darme cuenta de mi error, pero me ha salvado la vida y se lo agradezco, aunque nunca pueda saberlo. Me acerco, y de nuevo siento lástima con su imagen. La empujo suavemente al riachuelo, mientras me quedo con su mochila. Solo sacaré las cosas que más útiles me parezcan y la dejaré allí. Veo como la chica es arrastrada por las aguas y cierro los ojos, dándole las gracias y pidiendo perón por no haber hecho nada, más que quedarme mirando como perecía.

Cansado, pienso en por qué motivo habrían dejado aquel riachuelo. ¿Solo para mofarse? ¿Confundir a los tributos y engañarlos? No, estoy seguro de que no. Doy unas vueltas intentando descubrir como puedo sacar el agua de allí, y sin encontrar nada, me siento en el suelo y reviso la mochila de la chica. Lo primero que veo son dos cajas de cerillas, tres botellas de plástico, una manta térmica y una botella de yodo. Sostengo esta última entre mis manos, dándole un par de vueltas, mientras pienso en que el nombre me resulta familiar. Botella de yodo..., ¡Claro! Entonces lo recuerdo.

Cuando era pequeño, mi padre solía decirme que en sus tiempos, el agua solía ser más escasa de lo normal y que con ayuda de las escasas farmacias que existían (ahora ya no queda ninguna), conseguía siempre tener en su poder este tipo de botellas que ayudaban a purificar el agua. Sonriendo agradecido, no tardé en coger una de las botellas para llenarla del agua del riachuelo y echarle unas gotas de yodo. Había que esperar media hora a que funcionase el procedimiento, por lo que rellené las otras dos restantes, e hice lo mismo. Me acomodé bajo la copa de uno de los árboles a esperar; quería creer que el sinsajo seguía conmigo y que me advertiría en el caso de que otro peligro se acercase.

Intento controlar mi respiración, para evitar hacer algo que me delate y cuento los minutos en mi cabeza. Son eternos y realmente hace que pierda la paciencia que suelo tener. Decido aprovechar el tiempo mientras, y reviso el resto de la mochila de la joven. Aparte de lo anterior, también encuentro un fino saco de dormir, pero no guarda el calor corporal. Crueles, pienso de nuevo. También hay un pequeño paquete de galletas de chocolate y me como una. Mi hambre la disfruta y se satisface; agradezco no haber comido demasiado en mi estadía en el Capitolio, ya que de esta forma no había acostumbrado a mi alimentación a pedir demasiado, justo lo que necesitaba. No hay nada más; sostengo entre mis dedos aquella mochila negra y oscura y la lanzo al riachuelo. Sorpresivamente se hunde sin dejar rastro.

Apoyo la cabeza en el tronco del árbol en el que estoy, esperando que el tiempo llegue a su fin para seguir mi camino, y dejar de estar estancado. La media hora pasa y por fin puedo probar el agua de una de las botellas; siento como mi garganta se refresca y, con un poco de esta, me lavo el rostro sudado. Me quejo de inmediato por la herida causada en mi mejilla por el cuchillo del chico Galliard. Es posible que me deje una cicatriz. Pongo de nuevo el tapón de la botella en su sitio, y arrodillado, reviso mi mochila. Es oscura, pero con líneas blancas a los lados. Espero y no se vean demasiado en la profundidad de la noche. No me gustaría que me encontrasen. Saco con cuidado lo que hay dentro para ver de qué utilidad pueden serme; hay otra manta, pero la mía si guarda el calor corporal. La abrazo con cuidado y me doy cuenta del frío que tengo.

Me acomodo mejor y bastante energizado sigo analizando lo poseído. Tengo un poco de cecina y una cuerda gruesa. Bueno, sé hacer nudos, así que de algo me servirán. Encuentro una trampa, y creo que es de conejos por lo que solía enseñarme Minho de sus cacerías. No estoy seguro de cómo usarla, pero no la voy a desaprovechar. Finalmente, encuentro una linterna que por suerte tiene pilas y funciona, y un rollo de vendaje. Sonrío aliviado, ya que ahora tengo algo con lo que vendarme las heridas. No la utilizo en mi mejilla, debido a que no es de tanta gravedad.

Mientras acomodo todas las cosas de nuevo en la mochila, empieza a anochecer. Me quedo con la manta térmica puesta y, extrañamente, me siento cómodo a pesar de encontrarme en un lugar como este. Se siente tranquilo y agradezco no haber tenido que sufrir las secuelas de una deshidratación, porque por lo que tengo entendido, es una experiencia horrible.

Con todo listo, me despido del río que me ha sido de gran ayuda y me adelanto por un valle que se extiende a mi derecha. Me cercioro de que la daga siga conmigo y me arriesgo a no alumbrar con la linterna; no voy a hacerles las cosas tan fáciles a los demás tributos para que puedan encontrarme. El silencio es roto por un aullido y sé que ya no esto solo. Mantenía la esperanza de no encontrarme todavía un animal, pero se ve que ahora la suerte me ha dejado atrás.

Oigo a búhos revoloteando cerca, pero ahora ellos no me preocupan, si no, más bien, el lobo blanco y grande que asoma su hocico por unos arbustos raídos. Está rugiendo. El miedo hace que tiemble, pero saco la daga de mi mejor amigo, que está manchada de sangre y eso consigue llamarle la atención y hace que se fije más en mi persona. Me enseña sus dientes. «Soy un estúpido», maldigo, recordando los claros consejos de mi amigo en los que me decía que nunca dejase oler a una animal la sangre, ya que eso les atraería hasta mí. Había cometido un error, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar mi daga por ahí tirada; así que, pisando firmemente, doblé mi cadera y me agaché un poco, sin quitar la vista de los ojos del lobo. Si quería pelear, aquí estaba.

Sus ojos azules, únicos y deslumbrantes, me observan furioso y camina en mi dirección. No me muevo, porque eso supondría una desventaja a mi posición. Prefiero apretar con más fuerza el mango de mi arma. No es toy seguro de por qué, pero algo me dice que no le ataque, que confíe. Pero no sé si hacerlo. Si mi instinto se equivoca, me costaría la vida.

Observo como mueve sus patas peludas a través de la luz de la luna, acariciando el valle oscuro, dejando su rastro, y dudo en si hacerle daño. Bajo mi mano sin darme cuenta y el animal deja de gruñir. ¿No me va a atacar?, me pregunto desconcertado.

Entonces, sin esperarlo, gime adolorido. Su expresión cambia y veo angustia en su magnífico ser. Los lobos siempre han sido mis animales favoritos, ya que todo de ellos desprende magia y misterio. Tener a uno conmigo ahora, hace que la emoción se desborde. Guardo finalmente la daga, al ver como agacha su cabeza y se queda congelado en su sitio. ¿Está pidiéndome ayuda? Me acerco lentamente, intentando no hacer ningún ruido que lo asuste, o algún movimiento brusco, y arrastrando mis piernas, me detengo a varios centímetros de su pelaje blanco. Este le huele y vuelve a unir sus ojos con los míos. ¿Por qué razón me siento embrujado con su presencia? ¿De dónde proviene esta calma sin motivo? 

Con su hocico huele mi mano que intenta acariciarle, y tras unos tensos segundos, me da el permiso de proseguir. Y tenía toda la razón; ese pelaje es de lo mejorcito: caliente, sedoso y brillante. Sin embargo, no tardo en descubrir algo esponjoso que le proviene de una de las patas traseras y detengo mis movimientos al ver como se encoge. ¿Está herido? ¿Pero, por qué? ¿Habría intentado alguno de los tributos cazarlo? No me sorprendo realmente de su brutalidad. Seguramente hubiese sido uno de los tributos profesionales. ¿pero le habrían atacado cerca, o este había corrido grandes distancias hasta dejarlos atrás? Sacudo mi cabeza, poniendo como prioridad su herida. 

Las ramas se mueven con violencia y me agitan la manta en mis hombros; aún así, no se cae. Dejo la mochila en el suelo mientras con la linterna encendida y en mi boca, saco un poco del agua que me sobra de mi primera botella ya usada. Intento no mantenerla mucho encendida y decido grabarme a fuego la imagen de la flecha incrustada en su pata. ¿Quién podría tener un arco? A la cabeza me viene el rostro de Ethan, y algo me dice que ha sido él. 

Guardo la linterna en el interior de mi mochila, y le echo un poco de agua. Este aúlla en bajo, pero le acaricio el lomo para que se tranquilice; costosamente, logra hacerme caso. No tenía mucho que usar en un caso como este, así que, asegurándome de que el agua ha sido suficiente, le coloco un trozo del vendaje. No es mucho, pero es todo lo que puedo hacer. Por suerte, del vendaje ha quedado bastante para ocasiones futuras. Se la aprieto con fuerza y solo soy consciente de que su cabeza da golpecitos en mi vientre, dándome las gracias.

—No me las des, estoy aquí para ayudar, pequeño. —Sus ojos son intensos cuando le hablo, y aunque suene muy loco, creo que me sonríe.

Me levanto, dispuesto a no perder más el tiempo y acomodando mejor la mochila, tras guardar el rollo de venda, me preparo para continuar. El lobo tuerce su rostro, confundido, y sonriéndole un poco, le digo en bajo: —No puedo quedarme aquí más tiempo, ¿vale? Tengo que continuar antes de que sea demasiado oscuro. 

Sin darle una mirada, me encamino atravesando la maleza, cuando oigo un susurro del viento y un ligero respiro grave. Me doy la vuelta y veo que el lobo me está siguiendo. Aquello me confunde; normalmente, las bestias o mutos creados por el Capitolio para hacer los juegos más interesantes no suelen tener piedad, o algún tipo de sentimiento. ¿Por qué este sí? Levanté una de mis manos, deteniéndole. 

—No hace falta que me sigas, ¿vale? Ya estás bien,  así que, ¿por qué sigues aquí? —Este, claramente no responde a mi pregunta y cuando me adelanto unos pasos, continua detrás de mí. Ya no tiene esa expresión aterradora y parece más bien alguien que solo quiere un poco de compañía. Me rindo y dejo que se agregue a mi equipo, aunque antes fuera de un solo miembro.

—Está bien, puedes venir. —Nada más decirlo, este da una cabezada, parece feliz. No tarda en acoplarse a mi lado, y me pregunto realmente de dónde ha salido, y por qué no quiere comerme.

Después de un rato, creo haber dejado el riachuelo muy atrás, y decido que ya es suficiente. Nos acomodamos en unos troncos caídos, justo bajo las copas de unos árboles frondosos. Es un buen lugar para pasar la noche, me acomodo y termino por arroparme mejor con la manta. Cuando coloco la mochila delante de mi pecho, sin soltar las mangas, solo pasándola delante, saco la otro manta, la no térmica y se la pongo encima al lobito de pelaje blanco como la nieve. Este se acurruca a mi lado, en mi regazo y un calor se reparte por mi cuerpo. Dios, agradezco haber tenido la suerte de habérmelo encontrado. El animal pasa su cola peluda por su cuerpo, brindándose más cuidado. Es demasiado suave. No pienso en ponerle la manta térmica ya que está bien resguardado con su capa abundante de pelo, y además, no se ha quejado de tener frío.

—Por cierto, me llamo Newt. ¿Cómo te llamarás tú? —Mueve sus orejas, y quiero creer que me ha respondido. Que me ha dicho que no posee de un nombre por el que se le conozca.

Paso mis manos por su cabeza, quizás dándole las gracias de estar a mi lado con ese gesto y sin darme cuenta, cae finalmente la noche.

—¿Te gustaría llamarte... Luna? —Solo en ese momento, abre los ojos y se queda mirando fijamente; y creo que le queda perfecto. Se me ha ocurrido por la misma luz que nos ilustra la noche, y me gusta cómo le queda, cómo suena. Parece que a él también, por lo que no hay problema. Y sé que es macho, porque lo descubrí al curarle la pata, pero no importa que no sea un nombre que se suela ver en su sexo. Nos agrada a ambos, y eso es suficiente.

Nos quedamos quietos un rato, sintiéndonos ajenos a nuestro alrededor, hasta que, de pronto, un ruido hace que el animal a mis pies mueva sus orejas, oyendo, pero no decide despertar. Es el himno lo que suena y lo que precede al recuento de bajas. A través del cielo despejado y solo ocupado por esa luna incandescente, se muestra el sello del Capitolio, que parece estar flotando. Siempre estás cosas solía verlas por las pantallas de mi hogar, y tenerlo justo encima, hace que algo se clave en mi corazón, algo que duele y me atormenta. 

El himno termina y aparecen imágenes de los tributos caídos con sus números de distritos correspondientes al lado derecho. Sus nombres se encuentran debajo de sus retratos. Respiro hondo, tratando de recordar sus rostros. 

El primero en aparecer es un chico del 5, al que le quite la mochila al empezar los juegos. Lo que significa que nadie de los Distritos 1, 2, 3 y 4 han muerto. No me sorprende en verdad; sé de lo que son capaces, así que, por seguro los tendré encima un buen rato. El nombre del chico era Jace Griff; espero que donde sea que esté, descanse por fin.

Luego se muestran los rostros de los dos tributos del 6 y 8, por lo que me queda claro que la chica del 5 sigue con vida, al igual que los del 7. Luego del 9 muestran el rostro de la chica que me salvó la vida, sacrificando la suya, y ya está. Vuelven a poner el sello del Capitolio con un sonido musical irritante y de nuevo, todo permanece en silencio.

Me doy cuenta de que estoy aliviado de saber que Brenda y Heather siguen con vida. Me repito que tengo una promesa que cumplir y que, cueste lo que cueste, haré que Brenda regrese a casa con su padre. En total, son seis muertos en el primer día. Me lamento cada una de ellas, mientras me digo en la cabeza que no tendrían por qué ser así las cosas; que todos nosotros deberíamos tener una vida normal y no sufrir estas atrocidades por las creaciones desalmadas de locos que se quedan disfrutando de nuestros intentos por sobrevivir. Odio imaginar que están sentados en sus comedores, deleitándose con la vista de nuestras muertes.

Cierro los ojos, queriendo calmar mis pensamientos, queriendo que paren, porque sentimientos tan fuertes de ese tipo no me sirven, y más bien consiguen distraerme de mis prioridades: estar atento a mi entorno. Bien, respiro profundamente, y me doy cuenta de que el lobo también lo hace. Se ha quedado dormido y me siento afortunado de tenerlo a mi lado; de alguna manera, me reconforta y es agradable el calor que reparte por su cuerpo. ¿Qué le pasaría si llegaba a morir? ¿Lo destruirían, cómo hacen con todo cuando se acaban los juegos? Siento lástima por él.

¡Crac! El ruido de una rama rota me saca de mis pensamientos, y un escalofrío me recorre hasta la punta de los dedos. ¿De verdad el lobo se ha quedado dormido? No cuento con su ayuda, entonces. Voy sacando la daga de mi vientre con cuidado, intentando averiguar si lo que está detrás de mí, acechándome, se trata de una persona o de otro animal. No puedo descubrirlo con las hojas de los árboles que se estremecen y me desconcentran, pero tampoco puedo hacer algún movimiento, o procurar que se aleje, porque ya me ha alcanzado.

Una mano se coloca sobre mis labios, y una voz conocida me habla al oído: 

—Te encontré.

(...)

N/A → ¡Bueno, mis ángeles! Espero y les guste mucho; ya por fin comenzaron los juegos, así que todo será muy tenso hasta el final. Recuerden que los amo y que deseo ver todos sus comentarios al respecto. ¡Nos vemos pronto!

Se despide xElsyLight.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro