⇁ 06 ↼
「 ᴜɴ sᴏᴘʟᴏ ᴅᴇ ᴀɪʀᴇ ғʀᴇsᴄᴏ 」
El Centro de Entrenamiento tiene una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. En otras palabras, es nuestro hogar mientras empiecen los juegos. Cada distrito tiene una planta entera, solo hay que subir a un ascensor y pulsar el botón correspondiente al número del tuyo. No es tan difícil.
Las paredes del ascensor son de cristal, pulcras como ninguna otra y refleja todo lo de afuera de ella. Effie me acompaña mientras repite que nuestra escena allá abajo ha sido espectacular. Me va a enseñar el que se va a convertir en mi alojamiento temporal, y descubro que ella y nuestro mentor nos van a acompañar hasta el día en que partamos a luchar a muerte.
No he vuelto a ver a Haymitch, que por cierto aún tiene mi daga consigo, pero seguro que me lo encontraré en la comida. Ya veré si tengo la oportunidad de pedírsela.
Mi cuarto es incluso más grande que el del tren de antes; es lujoso y tiene por todas partes artilugios automáticos que de seguro no tendré tiempo de utilizar, al menos, no todos. El cuarto de baño está decorado con perlas y accesorios brillantes; lo que más destaca es un panel enorme para controlar la temperatura del agua, la presión, los jabones, los champús, los aceites y las esponjas de masaje. Cuando sales, hay una alfombra que se activa para secarte el cuerpo con aire. Todo un lujo, sin duda. Aún así, me da asco pensar en todos las riquezas que tengo a mano y en qué me he pasado toda la vida luchando por miserias que personas del Capitolio pueden conseguir pulsando un miertero botón.
Se supone que puedo programar el armario para que elija un traje a mi gusto, pero decido abrirlo y elegirlo a mano. Una camisa ligera de color azul, con unos pantalones negros y anchos.
El resto de la habitación no llama mi atención, y mucho menos ese menú al que susurras y del que sale comida. Llaman a la puerta y al abrirla, es Haymitch, que me dice que es la hora de cenar y de paso me devuelve la daga (todavía envuelta) y me insiste en que no tarde en bajar. Antes de desaparecer, me suelta que luego tendremos que hablar y sé a lo que se refiere.
Cuando cierro la puerta, me aproximo a la cama de buen tamaño en la que deposito la daga. Cruzo mis brazos, pensando en que puedo hacer con ella, ya que no la puedo llevar encima todo el rato. Tiene que ser un escondite bueno, que no sea sospechoso y en donde, por cualquier cosa, pueda sacarla con rapidez de su escondrijo. Pienso en los ayudantes del Capitolio, o en los posibles avox (gente a la que le cortan la lengua por ser traidores en el Capitolio) que limpien mi habitación y puedan encontrarse con ella.
Decidí antes de ir a cenar, revisar por cualquier lugar cercano a las paredes algún punto blando, un agujero, lo que fuera; pero nada. Ya estaba pensando en rendirme, cuando me llegó por la coronilla un soplo de aire fresco. Entonces, cuando fui en busca de su procedencia, descubrí una pequeña rejilla a la altura de las tuberías. Con un movimiento rápido, sostuve la mesilla de madera que estaba al lado de la cama y me subí encima. No parecía sólida y cuándo tiré de ella, con sorpresa salió de su agujero.
Entendí que se unía a las tuberías por una especia de imán y que no era difícil sacarla. Regresé a por la daga, y sin desenvolverla, la metí en el orificio, rogando porque nada se la tragase. Puse de nuevo en su sitio la rejilla y se pegó con aprensión. Esperé a que saliera despedida, o algo parecido, pero nada ocurrió. Aún con nervios, bajé de la mesilla y la sitúe en su lugar anterior.
Decidí confiar en mi suerte (que era escasa) y salí de la habitación.
Cuando entro en el comedor, ya que no hay verdaderamente perdida en encontrarlo, Brenda, Haymitch, Effie, Alita y Janson, están sentados en una larga mesa preparándose para el refrigerio, que ya está siendo servido.
Me saludan con emoción Effie y Alita; Brenda es seca y Janson no dice mucho. Se siente el aire incómodo, pero decido relajarme, porque se supone que este es mi equipo, que debo confiar en ellos (con Brenda, al menos antes de entrar a lo juegos), ya que esta situación más que una cena, se trata de una reunión para hablar de estrategias.
—¡Qué buena pinta tiene esto! —A Haymitch se le hace la boca agua al ver su parte de la comida.
Ha pedido expresamente un gran plato de pasta con boloñesa y unas costillas asadas con patatas fritas. Se ve delicioso y tras darle una probada, se nota que así es. Janson tiene una ligera ensalada de frutas y una bebida transparente (probablemente alcohol). Effie tiene algo parecido pero le acompaña un buen tazón de arroz, que comparte con Alita (que no come mucho, por según ella, está en dieta), junto a un café oscuro. Me pregunto si es adicta a este.
Brenda ha optado por comer una sopa de lo que parecen champiñones, más una ternera asada cortada en rodajas. En cambio, yo opto por comer un cuenco pequeño de pasta y un zumo de naranja (ya que se ha vuelto mi favorito).
Estoy tomándolo, cuando empiezan las conversaciones banales: que la comida esto, que el público aquello, que los patrocinadores deben de tomarnos en cuenta..., Más tarde comenzamos con el tema de los trajes para las entrevistas, y ahí es cuando Janson comenta que lo habitual, sin sobrepasarse. Entonces, me parece que este hombre tiene pocas luces. No me gusta ni un pelo como mira a Haymitch, casi como si le produjera repulsión compartir una mesa con él.
—Ya sé que no puedo inmiscuirme demasiado en este tema, pero... ¿Podrías recurrir en vez de lo tradicional, a las ideas inspiradoras que tienen Bellamy y sus ayudantes? Les emociona mucho el proyecto de intentar algo diferente este año —dice Effie y se ve que Janson no está de acuerdo con sus palabras.
Sin embargo, antes de que replique, Haymitch se adelanta.
—Tienen buen ojo, Janson, y creo que si quieres algo de reconocimiento por el trabajo del chico, no te vendría mal. —Este le mira con seriedad y no dice nada. Se limita a remover su ensalada. Creo que está sopesando lo dicho, pero se nota que le interesa lo de "reconocimiento".
Opto por meter baza, con un tono desinteresado, ya que no quiero destacar más de lo que ya lo he hecho.
—Me gusta la idea, y creo que Haymitch tiene razón. Si quieres tener algo de identificación, me parece que esta es una buena oportunidad. Deberías aprovecharla, hombre. —No aparta sus ojos de los míos, y temo haberme equivocado en algo.
Sin embargo, Alita ríe y dice que no pasará nada malo, que piensa que este año buenas nuevas vienen para el Distrito 12 y su equipo, y que deberíamos ver las cosas de manera positiva. Me encanta esta mujer.
—Bueno..., Es cierto que siempre los tributos de vuestro distrito son opacados con bajas luces y poca inspiración. Si este año hay "estilistas" que quieren hacer las cosas distintas, no veo por qué tengo que meterme en medio. Claro, siempre y cuando reciba una remuneración por ello —dice, con una sonrisita. Lo sabía, no le importamos nada, solo le interesamos cuando saca algo.
—¡Oh, querido, por supuesto que lo harás! ¡Eres la cara que diseña a Newt, después de todo! —Sonríe con un claro encanto la mujer de las pelucas, y Janson le da un sorbo a su bebida.
Después dice que tenemos que ver la repetición de la ceremonia inaugural, y por una mirada de Haymitch, sé que me tengo que quedar hasta el final.
Nos pasamos a un salón para ver la repetición por la tele. Hay otras parejas que causan buen interés, pero ninguna atrae la atención tan desmesurada que conseguimos con nuestros caballos blancos y, menos, cuando llega el momento de nuestro numerito. Effie aplaude por nuestras expresiones reservadas y potenciales.
Me permito disfrutar de ese ambiente cálido, ya que realmente no me desagrada la compañía de mi equipo, pero cuando la grabación llega a su fin, la voz de mi estilista se deja escuchar con un tono oscuro, y siento que el entorno se ennegrece.
—¿De quién fue la idea de lanzar los cascos mineros? —pregunta, entrelazando sus manos. Me mira, y decido posar toda mi atención en la pantalla en negro. Quizás podía hacerle creer que no le había escuchado.
Me daba miedo si quiera abrir la boca, era incapaz de decirle que la idea la había tenido Bellamy, ya que el tipo me caía bien; no quería que le pasara nada malo. Sorprendentemente, es mi mentor quién responde.
—Mía, por supuesto, se lo comenté a los chicos antes de que sus carros salieran. Pero claro, como no estabas por ningún lado no pudiste darte cuenta —soltó, echándoselo en cara.
Janson le mira con suspicacia, decidiendo aparentar no haber oído la última parte.
—¿Y qué propósito buscabas con ello, Haymitch? —La tensión entre los dos hombres se podía cortar con un cuchillo.
Este se aclara la garganta, mientras se acomoda mejor en el asiento.
—Supongo que buscaba divertirme un poco, no lo sé. Los chicos no tienen la culpa de nada, que eso te quede claro —aseguro, con un tono serio.
Brenda se removió en su sitio, algo incómoda con la conversión. Quizás pensaba que si no tenía cuidado nuestro mentor, este podría tener grandes problemas.
Janson no comenta nada más, así que Effie aprovecha para decirnos que mañana por la mañana será nuestra primera sesión de entrenamiento. Haymitch agrega que nos reunamos con él en el desayuno y que nos dirá cómo debemos comportarnos. Después de eso, nos alistamos para marchar a nuestras habitaciones y recibir nuestro merecido descanso.
Brenda se despide de mi con un asentamiento de cabeza, y se marcha en silencio. Effie no tarda en seguirla, soltando que tiene que darle unos consejos de etiqueta. Alita la acompaña.
Pronto solo quedamos Janson, Haymitch y yo en la sala; claro, además de todos los guardias y ayudantes del Capitolio. Decido incorporarme para despedirme, pensando en que quizá Haymitch me busque después para hablar de la daga. Pero el hombre de pelo canudo me detiene. Haymitch me mira con algo parecido a la inseguridad, y siento lo mismo. Desde que vi por primera vez a este hombre, sé que hay algo que no cuadra con él.
—Espera, Newt, por favor. Permíteme acompañarte. —Quiero rechazarle, pero Haymitch se ocupa de eso.
—No creo que al chico le apetezca hablar ahora mismo. Solo mírale —ambos me observan—, está cansado y no me parece que vaya a poner mucha atención a la conversación que seguro le vayas a dar.
Janson frunce su ceño de una forma desmesurada, y pienso en que el rojo que le sube por el cuello es debido a la rabia que siente, pero no puedo estar seguro. Al final accede, y murmurando con rapidez un «Buenas noches», desaparece por las puertas corredizas.
—Por que poco, chico —suelta el hombre rubio, enormemente aliviado.
Alzo una ceja, desconcertado con aquel comentario.
—¿A qué te refieres? —pregunto, queriendo saber qué quiere decir.
Mira a su alrededor, y dándome una imperceptible señal, entiendo que quiere que le siga. Acabamos por entrar a una habitación austera, a la cual pudimos llegar atravesando un pasillo oscuro. El comedor se quedó atrás.
—¿Entonces? ¿Vas a explicarme que ha pasado allá afuera? —Mis pie izquierdo comienza a dar pequeños golpes al suelo, inquieto.
Este suspira con gravedad, para decirme que tengo que tener cuidado con el hombre canoso; le regalo una mueca con sorna, ya que pienso mentalmente en que eso es algo que sé de sobra.
—¿Pero por qué no dejaste que me acompañara? Es decir, tampoco es que la idea me emocionase mucho, pero aun así... —El hombre deja caer sus hombros, mostrándose algo derrotado, o probablemente muy cansado; quizás era una combinación de las dos cosas.
—Era lo mejor, chico. Ese hombre..., No creo que tenga buenas intenciones contigo. —La idea de que su propósito de acompañarme acabase con mi muerte, me hace estremecer. ¿Y si quería quitarme de en medio?
Haymitch me cuenta que, por lo que él tenía entendido, aquel hombre era uno de los más altos en el Capitolio, que su cargo de asistente era imprescindible; sin embargo, por un error cometido, anunciaron algunas semanas atrás en televisión que se le degradaba a estilista al cuarto. Me dice que eso enfado mucho a Janson, pero que por el motivo de ser órdenes de Ava y Snow, no le tocó más que obedecer.
—¿Y cómo sabes tú todo eso? ¿Tantos contactos tienes? —El nombrado se ríe ante lo dicho y pienso en lo complicado que es entender a este hombre.
—Supongo que mucha gente me tiene lástima y creen que saber chismes me ayudará a mejorar. —Decido dejar ese tema allí, porque no creo que el hombre este preparado para contarme sobre su pasado; al menos, no todavía.
Sin embargo, cuando pienso en que ya es hora de que cada uno tome su camino y me estoy dando la vuelta para salir, me detengo por su carraspeo.
—¿No me vas a explicar que te traes con esa daga? Y, antes de que lo preguntes, no. No la he abierto, pero se nota por la forma que tiene de qué se trata. —Supongo que a esos momentos no me pongo en pensar en si alguien puede oírnos o vernos, porque confío demasiado en el juicio del hombre como para cavilar en si podría traicionarme.
No estoy seguro, pero de alguna forma, algo en mi interior me dice que este hombre de cabello rubio, ojos claros y expresión madura, es incapaz de hacer algo así.
Me paso uno de los brazos tras la nuca, sin saber cómo explicarle. Supongo que me da un poco de vergüenza depender de algo así, o quizás es el tema de revelar algo que me ha dado mi mejor amigo; me gustaría mantenerlo en secreto, que fuera algo de los dos, como siempre. Pero tras ver su expresión seria, esperando, sé que tengo que contárselo.
—Bueno..., Mira, la cosa es así: esa daga me la dio Minho, ya sabes quién es. Me dijo cuando nos despedimos que la guardase conmigo, que si no encontraba algo con lo que defenderme, que esto me ayudaría. —Pasé la lengua por mis labios, quizás para darme las fuerzas suficientes para continuar—. No tienes ni idea del miedo que tengo porque la vean, porque la encuentren y decidan castigar a mi familia por ello, pero... —Hablé demasiado deprisa, y comenzó a darme otro ataque de pánico.
Respiré con fuerza para buscar la calma que siempre me ayuda a seguir, ya que no quería que mi mentor se diera cuenta de mi debilidad, y por suerte, pude hacer parecer que simplemente me angustiaba la idea de que me la quitasen o de que algo saliera mal. Mi mentor mantiene su mirada fija en mí, y me da miedo pensar en que lo ha descubierto. No obstante, a pesar de mis creencias, no dice nada. Más bien, se dedica a caminar de un lado a otro, pensativo. Lo observo con detenimiento, sin saber que decir.
—Mira, lo entiendo, en serio —comenta, mientras deja de dar vueltas y mantiene su mirada en mí con profundidad—, pero es algo muy arriesgado. No quiero decir que no sea imposible que te la lleves a los Juegos, pero aún así... —Le interrumpo, a sabiendas a donde se dirige la conversación.
—No te preocupes, ¿está bien, larcho? Esto es cosa mía, y a pesar de que tenga miedo por equivocarme en algo, es mi problema. Lo siento por ponerte en esta situación, de verdad. Así que mejor..., Olvídalo todo, es mejor así. —Y sin querer decir nada más, me escapé de la sala y me marché en dirección a mi habitación.
La cabeza me daba vueltas, no quería pensar en el numerito que había hecho con Haymitch y mucho menos pensar en que ahora tendría más preguntas consigo y sin ninguna respuesta. Llegué con rapidez a la habitación que se me era asignada, para con sorpresa encontrarme con un chico avox. Los nervios me subieron por mi espalda y no pude evitar mirar hacia la rejilla en la que escondía la daga. Por suerte, el avox no se asustó con mi entrada y supe que a pesar de ser de noche, estos seres eran los únicos que tienen una segunda llave para entrar cuando les venga en gana a los cuartos de los tributos. «Genial, lo que me faltaba», pensé algo fastidiado. Me daba angustia pensar en que, en cualquier hora del día podía entrar uno de estos y descubrirme con las manos en la masa.
El avox estaba dándole una repasada a mi cama, y decidí decirle que era suficiente.
—Gracias, eh... Por tus servicios, pero ahora mismo me gustaría estar solo —le pedí, intentando sonar amable. Sin embargo, me daba la sensación de que mi voz salía apagada y quizás algo cansada.
El avox me mantuvo la mirada, y me di cuenta de los ojos azulados que poseía. Eran brillantes y me daba la sensación de que había una muy interesante historia detrás; lástima que no hubiera alguna manera de saberla. El ayudante del Capitolio me dio una sonrisa seca y tras mirarme unos segundos, se marchó de la habitación. Preferí no pensar en qué cosas habría tenido que hacer para que le cortasen la lengua y se convirtiera en algo así.
Me dejo caer en la cama, con todos los músculos del cuerpo doliéndome, y cierro los ojos en busca de tener algo de descanso antes de la locura que será el día siguiente.
(...)
Mis sueños están repletos de imágenes que me sacuden la mente. El rostro descompuesto de mi mejor amigo y la triste del chico del Distrito 3 son las que más me atormentan. También veo a mi hermana, llorando desconsolada enfrente de mi cuerpo frío y muerto, y supongo que en el momento en el que veo como mi padre se quita la vida por perderme, me hace levantarme asustado y sudando a mares.
Observo a mi alrededor con la respiración agitada y descubro que la luz del alba ingresa en la habitación por las ventanas. Salgo de la cama con prisa, más que nada queriendo quitarme de encima la presión del pecho por los intranquilos sueños. Cuando me meto en la ducha, consigo que el agua salga fría y logró despertarme del todo. Después de secarme e hidratarme con una crema suave, me pongo un traje que me han dejado en la cama. No me pregunto cómo han podido dejarlo tan rápido, porque sé que ha tenido que ser uno de los avox, y ellos son así: misteriosos y silenciosos.
El traje consta de unos pantalones negros ligeros, una camisa blanca de mangas largas y unos zapatos de cuero. Cuando observo mi reflejo en el espejo, me da la sensación que vuelvo a ser yo mismo: el chico que busca sobrevivir un día más en el Distrito 12. Con ese pensamiento, no tardo en revisar que la daga permanezca en su lugar y voy hacia el comedor para desayunar, tal y como nos dijo Haymitch que hiciéramos.
En el camino, el recuerdo de la conversación que tuve con él me visita, y un nudo se me forma en la garganta. No quiero que me pregunte nada sobre el tema, y espero realmente que lo haya olvidado, o más bien que haya decidido dejarlo estar. Cuando entro al comedor, me encuentro con que Brenda y él están allí; la mirada que me da mi mentor, me demuestra claramente que no es un tema que este decida dejar atrás. Aprieto mis puños, y pienso en que lo mejor que puedo hacer es evitarlo lo mejor que pueda. En el fondo, dudo que pueda hacerlo.
Resulta que ambos presentes ya han terminado de comer y me pone nervioso tener que tomar mi desayuno a prisas. Me sirven una taza de zumo de naranja y cuando le doy las gracias al avox, nuestros ojos se encuentran y descubro que se trata del mismo que arregló mi cama en la noche.
Desvío la mirada de la suya, al darme cuenta de la intensidad con la que me mira. Pienso en que quiere decirme algo y recordar que no puede, me presiona el pecho. Después, me dan un pequeño trozo de pan con queso y me trae recuerdos nostálgicos de los desayunos con Minho. Empiezo a pensar de igual manera en mi familia, en sí estarán desayunando con alegría y esperanza porque vuelva a casa, o en si tienen poca hambre por la crueldad de todo lo que nos ha pasado. El malestar me devuelve lo poco que he comido, pero sin dejarlo salir, aparto el plato con una expresión molesta.
Cuando Haymitch empieza a hablar de los entrenamientos, descubro que la ansiedad está clavada en mis huesos. Resulta que hay tres días para que los tributos practiquen juntos. La última tarde tendremos la oportunidad de enseñar lo que sabemos en privado delante de los Vigilantes de los juegos, como se ha hecho en todos los años. Yo aún no tengo mucha idea de lo que puedo hacer. Además, la idea de encontrarme con todos los otros tributos a los que voy a enfrentarme a muerte, me revuelve las tripas. Prefiero abandonar cualquier tipo de pensamiento que me recuerde a ello, sin embargo, todo el sitio me rememora mi fatal destino y tengo unas ganas terribles de salir corriendo.
—Bueno, empecemos de una vez. —Haymitch se toma un trago de algo de color borgoña y me planteo la idea de que se trata de otra de sus mezclas de alcohol—. En primer lugar, tengo que mencionaros que podéis tener la oportunidad de entrenar en separado.
Alzo una de mis cejas curioso ante la idea, pero al mirar a Brenda, sé que eso no es una opción para nosotros ahora mismo. Ella le dice que no tiene nada que ocultarme y respondo lo mismo.
—Tenía que preguntarlo de todas formas. —Hace una pequeña pausa y prosigue: —Me tenéis ahora que dar una ligera idea de lo que sois capaces de hacer.
En ese momento, el sudor me resbala por la frente. Siendo sincero, en mi distrito no es que hiciera mucha cosa; es cierto que a pesar de que Minho me iba a enseñar a cazar después de la cosecha, no significa que no me hubiera dado clases antes sobre otras cosas. Me había enseñado a como cortar con hoces pequeñas a los animales que cazaba, también a cómo controlar correctamente los machetes que conseguía en contrabando por si cualquier cosa, pero más allá de eso..., A duras penas sabía lanzar dardos de juguete. Jugábamos a eso de vez en cuando, y obviamente Minho era mejor que yo en eso. Además, no creo poder matar a alguien con algún dardo de ese tipo. Ahora pienso en si de verdad tengo posibilidades de ganar con mi astucia e inteligencia; parece que Haymitch se da cuenta de que algo anda mal conmigo y le dice a Brenda que comience ella primero. Ella no parece reacia ante la idea.
—Bueno..., No es algo tan importante, pero sé controlar muy bien las escopetas y alguna que otra pistola. —Haymitch se interesa por ello y me ayuda a abandonar todo el lío de pensamientos que tengo.
—Nunca me dijiste sobre ello, Brenda. —La chica se encoge de hombros, como restándole importancia.
—¿Y tienes buena puntería? —pregunta nuestro mentor, queriendo aprovechar esa ventaja.
—Diez de diez —señala con orgullo.
Luego nos cuenta que en una ocasión superó a su padre y que fue ella capaz de traer un venado enorme para la cena. Haymitch le pregunta cómo pueden tener armas de ese tipo en su hogar, si están prohibidas.
—Mi padre también tiene contactos en el Capitolio y digamos... que le dieron un permiso, por decirlo de alguna manera. —No dice nada más sobre el tema y descubro que Minho no era el único que recorría los bosques de vez en cuando.
—¿Sabes hacer algo más?
Ella dice que puede hacer unas pequeñas llaves que le enseñó su madre antes de morir, pero que nada más sobresaliente de eso. A Haymitch le parece suficiente con ello, pero le dice que no puede asegurarle que pongan armas de ese tipo en los Juegos. Ella asiente sin más. Después ambos se centran en mí y pienso antes de hablar.
—Bueno..., No es que se pueda hacer mucho en el Distrito 12, ya sabes, pero..., Se me dan bien las armas como machetes u hoces pequeñas. Ayudaba a Minho a desollar los animales que cazaba y, de vez en cuando, peleábamos con ellas.—Me di prisa en explicar bien la situación ante sus rostros confusos—. Es decir, más que nada jugábamos, pero siempre conseguía ganarle. También practicaba puntería con dardos y a pesar de que Minho era mejor que yo, quiero pensar que no estoy tan por debajo de él.
Haymitch se queda analizando cada palabra que he dicho, y decide agregar: —También eres bueno con las palabras, ¿sabes? Me parece que eres muy capaz de meterte en la cabeza de los demás y sacar algún provecho de ellos. —Quiero negarlo, pero decido mejor quedarme callado al ver que sigue—. Puede que de esas pocas cosas no podamos sacar mucho, pero ha quedado claro que si pudieras tener en tus manos alguna hoz o machete, sabrás arreglártelas. Además, para eso están los entrenamientos; quizás con las armas adecuadas, puedas darte cuenta de que eres apto para otras cosas.
Parece tener mucha fe en mi persona, y le sonrío suavemente, más que nada para agradecerle.
—Pues bien, este es el plan por el momento: aprovechad los entrenamientos para descubrir otras facetas que son desconocidas para vosotros y vigilad a los demás. Quizás si sois capaces de guardaros movimientos de los profesionales, puedan ser una gran ayuda a la hora de la verdad. —Brenda y yo asentimos—. Una última cosa. Esto más que nada, es un consejo personal de mi parte: no dejéis que el miedo se interponga. Ambos tenéis más poder de lo que pensáis, así que no quiero que os invada el pensamiento de que ellos son más fuertes que vosotros, porque no es así. Además, aún no estoy seguro, pero creo que os vendría bien tener aliados.
Brenda y yo nos miramos sin comprender.
—¿Qué necesidad habría de ello, si al final tendríamos que matarnos los unos a los otros? —pregunta la morena.
—Me parece que estos Juegos son diferentes a los anteriores, y creo que tener un aliado, al menos por un tiempo, no os vendría mal. Por ahora solo fijaros en los que más os llaman la atención. —Lo tomo en cuenta, y después suelta que nos reunamos con Effie en el ascensor a eso de las diez.
Sin esperar, me despido de ellos con prisa, y voy a mi habitación sin mirar atrás. Estoy seguro de que Haymitch quería aprovechar un momento para hablar a solas, pero no estoy para eso ahora mismo. Paso el rato del que dispongo, imaginándome como será la sala del entrenamiento, cómo serán los tributos o qué habilidades puedo descubrir y tener la certera idea de que se me dan bien. Pronto son casi las diez, así que después de cepillarme los dientes y arreglarme un poco el cabello, saco la rejilla en la que escondo la daga y le doy un beso al quitarle el trapo; espero que me dé suerte. La regreso a su sitio y salgo despedido hacia el ascensor.
Brenda me saluda en bajo y noto que no deja de morderse los labios: está muy inquieta ante la idea de encontrarse con los demás tributos. La entiendo a la perfección. Effie nos saluda alegremente, dándonos ánimos.
—¡Ya veréis que todo sale genial en vuestro primer día, chicos! —Quiero creerla.
Pienso mientras el ascensor baja en si Brenda y yo debemos mantenernos juntos en todo momento; luego supongo que no, ya que Haymitch no nos dijo nada sobre el tema.
El ascensor se mueve deprisa y sé que estamos más cerca de nuestro final del trayecto, ya que las salas de entrenamiento están bajo el nivel del suelo de nuestro edificio. El viaje dura menos de un minuto y las puertas no tardan en abrirse para dejarnos ver un enorme gimnasio lleno de armas y pistas de obstáculos. No me dejo sorprender, decido mantener mi expresión neutral.
Son justo las diez y nosotros somos los últimos en llegar. Los demás tributos ya están en la sala y se encuentran tensos en un círculo grande; todos llevan un trozo de tela prendido de la camisa en el que se puede leer el número de su distrito. Alguien me coloca el mío en el espalda y cuando miro hacia atrás, descubro que Effie ha desaparecido. Siento que la poca seguridad que me queda, se esfuma con ella. A mi lado Brenda se toquetea el corto cabello que tiene, y la camisa azulada que lleva encima, le queda un poco grande. En cambio, sus pantalones son iguales que los míos. Me da una mirada seria y comenzamos a avanzar para reunirnos con los demás. Doy de nuevo una vista atrás y me sorprende lo grande y extenso que es el lugar; la sensación de estar muy lejos de mi hogar me invade, y aprieto las manos con fuerza. Eso me devuelve a la realidad y me dispongo a hacer todo lo que pueda en estos entrenamientos para no dejarme vencer ante los estándares que imponen para los tributos del 12. No es que pretenda demostrarle a los tributos de lo que soy capaz, si no a los miembros del Capitolio, a los Vigilantes, para que se den cuenta de que yo no soy alguien que deban de tomar en broma.
En mi memoria, revolotea la imagen de mi hermana pequeña consumida por la pena y la tristeza, y me prometo a no hacer realidad esa terrible pesadilla.
En cuanto nos unimos al círculo, me fijo en que el chico del Distrito 3 me está mirando con atención y le sostengo la mirada. No sé qué demonios se trae conmigo, pero lo voy a averiguar al igual que todo lo que sucede tras el retrato perfecto que se cree tener el Capitolio.
Thomas, el del 3, no tarda en apartar su mirada, negando levemente, como si me estuviera advirtiendo y decido dejarlo de lado. Es hora de demostrar lo que valgo, y por ninguno de los casos estoy dispuesto a dejar que los del Capitolio me pisoteen. Estoy harto de seguir sus mierteras reglas; todos se van a dar cuenta de ello.
(...)
N/A → ¡Espero y les haya gustado mucho este capítulo, perdonen la tardanza! ;3
Sé que me he retrasado, pero andaba de vacaciones y no encontré tiempo para escribir. De todas formas, nos hemos encontrado ahora con el comienzo de los entrenamientos y pronto serán las entrevistas, ¡así que no queda nada para los Juegos! ¡Qué emoción!
Ya quiero ver que opinan y sus hermosos votos que me ayudan a seguir, ¡los amo demasiado!
→ Se despide xElsyLight.
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