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「 ɴᴀᴅᴀ ᴠᴏʟᴠᴇʀᴀ́ ᴀ sᴇʀ ᴄᴏᴍᴏ ᴀɴᴛᴇs 」
Llevo ya una hora en el Centro de Renovación cuando los miembros de mi equipo de preparación dan por terminada la sesión. Bellamy, un hombre de cabello azulado y con tatuajes negros en la parte superior de la mandíbula, sonríe victorioso a sus compañeros cuando ya consiguen limpiarme profundamente, darle uniformidad a mis uñas y quitarme el vello corporal del cuerpo. Todo ha sido insoportable pero gracias a sus comentarios altruistas y ligeramente cómicos, me han ayudado a centrarme en ellos y no en mi dolor corporal.
—¿Sabes que eres el primer tributo que tenemos con tan escaso vello corporal? Sin duda, nos has facilitado el trabajo, chico. —Alude el de cabello azulado, con extraña alevosía, como si fuera algo de lo que verdaderamente se pudiera celebrar.
—Y por seguro tu compañera aún debe de tardarse —comenta su ayudante, Raven, que posee el cabello de un tono rosado y tiene extremo maquillaje en el rostro, casi parece un payaso—. Se nota a leguas que esa chica tiene mucho pelo escondido tras sus ropas.
Me pregunto si Minho se reiría de la apariencia que debo tener ahora, porque cuando me dejan incorporarme, siento que soy una especie de pájaro desplumado. Estoy desnudo, ya que en opinión de ellos es mejor, pero realmente no me ocasiona problema porque no siento que esté frente a personas humanas. Siempre me ha parecido que la gente del Capitolio es en realidad un puñado de muñecos sin voluntad propia, así que, por ello no tomo en cuenta sus intensas miradas en mi cuerpo. Prefiero pensar que son máquinas creadas, como los pájaros mutos.
Recuerdo las últimas palabras que me dijo mi padre antes de despedirme de él, y un nudo se me forma en la garganta. Ignoro el hecho de que anden revoloteando a mi alrededor, murmurando cosas sobre de qué lado se vería mejor mi cabello, y sostengo entre mis manos la bata de vestir que me hicieron quitar al principio de la sesión. Ante sus quejas, me la pongo de nuevo. Quiero irme de este lugar y poco me importa que mi estilista no me haya visto todavía.
Terence, el tercer ayudante de Bellamy, intenta recuperar la bata, pero sostengo su mirada y parece ver algo de lo yo soy incapaz. Se aleja, algo abrumado, y me siento un poco mal. No es que le considere una persona como yo, pero tampoco quiero herirle los sentimientos (si es que tiene), ya que este tipo de personas sólo hacen su trabajo.
—Lo siento, Terence, no quería verme borde. Es solo..., Quiero que entiendas que aquí hace un frío increíble y que soy muy fácil para coger resfriados. ¿No querrás que este tributo tuyo ande moqueando por cualquier lugar del Capitolio, no es cierto? —Su mirada recupera su jovial brillo y se ríe. Pronto sus acompañantes comparten su jocosidad, y Raven comenta que le parezco muy gracioso.
El tema de la bata queda en el olvido. Sin embargo, un repentino agobio me invade cuando pienso en qué estará haciendo ahora mi familia. ¿Me echarán de menos? ¿Verán el programa realmente esperando que sobreviva, o ya estarán intentando aceptar mi muerte? La voz chillona de Terence me saca de mis pensamientos.
—¡Ya casi pareces una persona normal! —Intento fingir que el comentario no me ofende, y disimulo mi mejor sonrisa.
—Sería un honor serlo, Terence.
Los tres sonríen encantados ante mi respuesta y me pregunto si eso ha sido suficiente para ganármelos a mi favor. Me analizan unos segundos más, y cuando están satisfechos con su trabajo, Raven y Terence salen de la habitación en busca de mi estilista. Entonces, en la habitación sólo queda Bellamy, y este no suelta prenda cuando se acerca a mí. Se dedica a quitarme unos pelos más de las cejas, las cuales siempre he creído que eran poco pobladas, y de alguna manera siento que solo quiere hacer tiempo. Un enorme y ensordecedor silencio nace entre ambos, y cuando ya me resulta lo bastante incómodo y pretendo decir algo, el joven que no debe aparentar unos años más que yo, se me adelanta.
—Siento todo esto —murmura con un sincero arrepentimiento, mientras me da un tirón algo fuerte de la esquina de mi ceja derecha. No reacciono—. De verdad, si pudiera, te sacaría de este asqueroso lugar.
No estoy seguro de confiar en lo que me dice, de si creerle, pero sus ojos parecen tan francos, que dudo de si no hacerlo. Quizás me muestro sorprendido y demasiado afectado con lo descubierto, porque me dice en bajo que finja no haberle escuchado, así que me recupero lo mejor que puedo y pretendo que mis uñas son más interesantes de lo que en realidad son.
Se aparta de mi lado, moviendo de un lado a otro las pinzas plateadas. Necesito decir algo, así que pienso en lo que podría soltar Min en una situación parecida.
—¿Crees que mis cejas no están uniformes? —Consigo sacarle una pequeña carcajada y regresa conmigo. Muy cerca, empieza a poner suma atención en ellas.
—Eso es imposible, chico. Después de todo, soy el mejor en mi trabajo.
Aprovecho que su cuerpo me oculta entero, y casi sin mover los labios, le pregunto por qué me había dicho lo de antes. Tarda un poco en responder, y tengo miedo de habérmelo imaginado, pero al final lo hace, casi tan quieto como una estatua y aparentando acomodar mi cabello rubio. Pienso que si sigue haciéndolo, lo único que va a conseguir es enredarlo más todavía.
—Te vi en el programa, ¿sabes? En la grabación de tu cosecha y..., Déjame decirte que jamás había visto a alguien parecido a ti. Eres... diferente, chico. No te pareces a cualquier otro concursante que haya podido conocer antes. —Me permito voltear los ojos ante esa miertera palabra.
—Mucha gente me dice lo mismo y no logro entenderlo. —El joven mantiene una sonrisa afable, como divertido ante mi comentario, y se aleja de mi lado. Supongo que su tiempo de pretender ha llegado a su fin.
Me observa de arriba a abajo, e incomprensiblemente no me siento molesto con ello. El tipo me agrada y siento que es sincero conmigo; al menos, eso es lo que quiero creer por el momento.
—Es una pena que tanto potencial se desperdicie con Janson. —¿Acaso ese era el nombre de mi estilista? Suena de ser alguien amargado.
—¿A qué te refieres? —La curiosidad me come por dentro y, de nuevo, no entiendo que quiere decir.
No me responde, recoge sus cosas y antes de desaparecer por la gran puerta de metal, comenta al aire: —Eres demasiado guapo para que ese hombre eche a perder toda tu belleza.
Me pregunto cuando se ha ido, si comentarios de este tipo le ocasionarán problemas, pero con la confianza y seguridad que lo dice, me aseguran de que no. Qué sabe lo que hace, y extrañamente, tengo ganas de volver a verle.
La puerta se abre y por ella entra un un hombre alto, delgado y de cabello gris. Tiene un lunar en la mejilla y viste de traje blanco. No dice palabra alguna, y temo que me obligue a quitarme la bata, pero no me lo pide. Simplemente se me queda mirando, casi con poco interés, y me suelta con un tono forzado, en un claro intento de sonar amable, que le acompañe. No lo consigue y me parece más bien qué me está amenazando.
Agradezco tener la bata puesta, ya que siento algo de incomodidad con este hombre adulto. No sé muy bien por qué, pero siento que no es de fiar, o al menos, no me produce la misma sensación que Bellamy o Haymitch. Lo sigo hasta un salón acomodado con dos sofás negros, largos y amoldados, que tienen en medio una mesita baja. Es de cristal y da la sensación de que se romperá con un toque. La habitación es austera, algo pequeña y con poca cosa. Creo que lo más destacable sería un gran ventanal de cristal que deja vislumbrar la ciudad entera del otro lado. Es mediodía, y el cielo está despejado; sin embargo, algo oscuro se avecina, lo presiento.
Janson me dice que me acomode en uno de los sofás, mientras él toma el que está enfrente de mí. Una pausa se apodera de nosotros, y no estoy seguro de si hablar primero. Me da la ligera sensación de que a este hombre no le gusta que le interrumpan. Me dedico a mantenerle la mirada, y pronto sonríe, como si se tratase de un juego. Es algo espeluznante.
—No me ando con rodeos, así que déjame decirte que tu traje para la ceremonia de inauguración será algo tradicional y poco sobresaliente, algo similar a los de los anteriores años. —Lo sabía, este tío me hará llevar uno de esos atuendos horribles y poco elaborados. Temí que fuera uno de esos en los que se enseñaba demasiada piel.
Se supone que en la ceremonia inaugural tienes que llevar algo referente a la principal industria de tu distrito. Distrito 11, agricultura; Distrito 4, pesca; Distrito 3, fábricas, y así sucesivamente. Por ello, al venir del Distrito 12, Brenda y yo tendremos que llevar puesto algún tipo de atuendo minero. Algo que sin duda, no nos ayudará a ganarnos el favor del público.
—Entonces, ¿será el disfraz de minero?
—¿Te ocasiona algún problema? Las tradiciones nunca deben de cambiar y es algo que la gente debería de aprender de una vez por todas. —Su tono suena amenazante y oscuro, así que, decido seguirle la corriente.
—Es cierto, si no fuera por ellas y por las reglas impuestas por el Capitolio, no sé qué sería de nosotros. Es gracias a lo que hacéis, que el mundo puede tener un orden. —He acertado y estoy seguro de que me he ganado al menos un poco de su complacencia al denotar cómo sus ojos brillan con algo parecido a la emoción.
—Exactamente, esa es la idea que muchos de tu edad deberían de tener asimilada en la cabeza. —Entrelaza sus manos, y mientras me analiza, pregunta: —Chico, ¿de qué lado estás?
Su pregunta me descoloca un poco, pero sé que me está probando. No dudo en responder.
—Del lado en el que la victoria esté asegurada, por supuesto. —Mantiene la sonrisa y sin más, dice que ya es tiempo de empezar a prepararme.
Unas cuantas horas después, estoy vestido con el traje más simplón del mundo. Se trata sencillamente de un disfraz de minero, con la ropa holgada, demasiado grande y no de mi talla, de color gris, con botas negras y rociadas con polvillo plateado, quizás para conseguir que destaquen más, no estoy seguro. No es que entienda mucho de moda. Llevo colgado del cuello una máscara de protección que es de color dorada, y Bellamy se encuentra dándome los últimos retoques en el cabello para colocarme el casco con el foco usual de los mineros.
—¿Estoy muy horrible? —Aprovecho para preguntar, mientras veo como mi estilista está hablando con Raven de forma desinteresada. ¿Siempre tenía que tener esa cara de estreñimiento?
El hombre joven se ríe, y mientras me echa fijador en la cabeza, me dice que no mucho.
—Pero yo podría haber hecho un mejor trabajo, sin duda. —No lo dudo ni por un segundo.
Llevo escaso maquillaje, sólo un delineador plateado bajo los ojos, que por opinión de Terence, me haría resaltar mejor mis ojos claros. Esta vez, ellos no optaron por mancharme toda la cara de carbón, reiterando en que eso estaba muy usado y que querían que se viese mi rostro. Janson les dijo que le daba igual, que con tal de que llevase el traje, todo iría bien. Así que por lo menos me siento bien no usando ese carbón por todo el cuerpo.
—Pues ya está, ponedle el casco que ya es tiempo de empezar —ordena Janson, con poca amabilidad, mientras sale de la habitación.
Bellamy hace una mueca de asco, y hace burla ante lo que ha dicho. Raven y Terence se ríen en bajo.
—Déjale, se ve que no ama el diseño como tú, Bell. —Se sorprende con el apodo que le pongo, pero mantiene su buen humor. Termina por colocarme unos trocitos de lazos enredadas en el cabello, que son doradas también, y no le pregunto por qué lo hace.
—Hazme un favor —me dice, mientras me coloca el casco, sin amarrarlo como había sugerido mi estilista antes—, y dile lo mismo a Brenda. Cuando estéis en los carruajes, y estéis por la mitad del recorrido, justo antes de llegar a la rotonda, lanzad los cascos al aire. Como señal de cambio, de algo nuevo y de que lo viejo está trillado. —Me da una caricia en la mejilla y no sé que responder—. Y que lo vean bien Snow y Ava, Newt.
Coriolanus Snow y Ava Paige son los que controlan el Capitolio, tienen una especie de presidencia compartida. Ambos, sin duda alguna, son igual de crueles y despiadados.
—¿No me ocasionará ningún problema? —Raven me dice que no, que le encantará al público y descubro que todo la tríada está en el ajo.
—No tengas miedo, ¿vale? —asegura Terence—. Nadie puede tocarte ahora mismo, y a tu familia mucho menos.
Aquello lo puse un poco en duda, pero lo dejé estar.
—¿Por qué sois tan complacientes conmigo? Os creía... diferentes. —Utilicé la misma palabra con la que se refería a mi persona el encantador Bellamy.
Me hacen levantarme del asiento metálico y duro, para reunirme con Brenda. Mientras caminamos hasta llegar a nuestro destino, Raven y Terence cotillean sobre mi aspecto, bastante emocionados por cómo he quedado. En cambio, Bellamy, aprovecha que andan distraídos para sujetarme de los hombros y susurrarme en la oreja: —Alguien como tu se merece todo esto, Newt, y no voy a dejar que este equipo te falle. No me lo perdonaría ahora que tenemos una oportunidad.
Intento conectar nuestras miradas, saber que ha querido decir con aquel último mensaje, pero descubro que sus ojos se encuentran en mi compañera y su equipo de preparación. Pretendo dejar todo eso atrás, pero sus palabras no consiguen salir de mi mente. ¿De qué oportunidad habla? Dejo caer los hombros, sintiendo de nuevo que a mi alrededor sucede algo de lo que no me doy cuenta.
Alita, la estilista de Brenda, es un encanto, o al menos, no es tan insoportable como Janson, que por cierto anda desparecido en combate. Me pregunto si realmente le importa lo que suceda con los tributos del 12.
La chica morena lleva encima un traje que es casi parecido al mío; se diferencia en que es más ajustado y estoy seguro de que Alita ha tenido que ver con ello. No lleva el delineado bajo los ojos como yo; en cambio, se encuentra este en el final de los párpados, ocasionando que se forme una perfecto delineado superior. Sus ojos castaños se ven más grandes y creo que ésa era justo la intención de su equipo. Detallo en el hecho de que su casco está sujetado con fuerza, a diferencia del mío, así que me acerco con cautela, para comentarle en bajo la idea de mi equipo.
Está contenta y muy decidida a hacerlo, al menos, eso me asegura mientras se desabrocha este.
—Cualquier cosa que demuestre a esos petardos que venimos a hacer las cosas distintas, mejor. —El odio se refleja en su mirada, y me pongo de acuerdo con ella.
Nos llevan al nivel inferior del Centro de Renovación, que es como un establo gigantesco. La ceremonia inaugural va a comenzar y están subiendo a las parejas de tributos en unos carros tirados por grupos de cuatro caballos. Los nuestros son blancos como la nieve, y me sorprendo porque no es como dicta la tradición. Cuando miro a Bellamy, este me manda callar poniendo un dedo entre sus labios; sabía que había sido idea de aquel hombre. Mientras acaricio a los caballos, descubro que tienen en las crines trenzas doradas, y entiendo que es por nuestros distrito: los mineros sacan todo tipo de metalúrgicas, entre ellos el oro. También pienso que es para salir a juego.
Alita nos conduce a nuestro carro, intentando ocultar su nerviosismo por la falta de mi estilista. Le digo que no se preocupe mucho, que ese hombre está muy ocupado. Ella me hace caso, pero no deja de tensar sus hombros.
El carro es blanco, con toques dorados y plateados en sus bordes. Sin duda, nada que haya visto antes. Muchos de los otros tributos que veo a mi alrededor se quedan mirando de reojo nuestro vehículo, quizás criticándolo, o admirándolo; no lo sé y no me importa.
Alita ayuda a subir a Brenda con cuidado, y cuando se dirige hacia mi, otra mano se adelanta: es la de Haymitch. Me sonríe y me ayuda a acomodarme en mi lado del carro. Me guiña un ojo y sé que aún tiene consigo la daga. Effie viene con él, y está admirando el carro y por supuesto, nuestro aspecto. Sus ojos acusadores me lo demuestran.
—Lucís mejor de lo que me imaginaba —dice ella, alegre. Se ha cambiado de vestido y ahora lleva uno pomposo dorado, al igual que su peluca.
—Os veis bastante decentes —suelta Haymitch, en un tono jocoso. No puedo saber si se está burlando.
Alita nos aconseja sobre mejores posturas del cuerpo, para después comentar en bajo con Haymitch y Effie sobre el paradero de Janson. Aprovecho esa interrupción para hablar con Brenda.
—Te ves bien, minera. —Ella voltea los ojos y veo con asombro que le han cortado el cabello casi al ras. ¿Por qué harían eso?
—¿Te refieres a mi nuevo look? Lo pedí expresamente. —Remueve el casco de su cabeza y veo lo corto que realmente es—. Pero sin duda, tú te ves mejor que yo.
—¿Por qué lo dices? —pregunto, con alta curiosidad.
—Newt, estás brillando, incluso en este horrible traje de minero, vislumbras más de lo que deberías.
Niego con la cabeza, apunto de soltarle que era una exagerada, pero nos distraemos por la música de apertura. La ponen a todo volumen, y me cuesta oír por debajo de esta. Unas puertas correderas enormes se abren a las calles llenas de gente. El desfile dura unos veinte minutos y termina en el Círculo de la Ciudad, donde nos recibirán, tocarán el himno y nos escoltarán hasta el Centro de Entrenamiento, que será nuestro hogar/prisión hasta que empiecen los juegos. Si, lo sé, suena todo muy apetecible.
Los tributos del Distrito 1 van en un carro tirado por caballos negros como la noche, algo que jamás se había visto. Están muy guapos, rociados de pintura roja (que ironía) y vestidos con elegantes túnicas cubiertas de piedras preciosas; el Distrito 1 fabrica artículos de lujo para el Capitolio, además de ser los entrenados desde pequeños. Oímos el rugido del público; siempre son los favoritos.
El Distrito 2 se coloca detrás de ellos. En pocos minutos nos encontramos acercándonos a la puerta. Los tributos del Distrito 11 acaban de salir y los nervios afloran en mi interior.
—No puedo creer que esto vaya a pasar —murmura Brenda, sin saber muy bien cómo sentirse al respecto—. Tantos años viéndolo por televisión y ahora...
Le sujeto de uno de los hombros y le suelto palabras conciliadoras; si ella está nerviosa, no me ayudará en nada. Debemos mostrarnos pacientes y calmados, con temple, tal y como desean nuestros equipos de preparación.
—Sin nervios, vamos, podéis hacerlo —comenta Alita, con una enorme y alegre sonrisa. Intento hacerle caso.
Siento una mano que se posa en uno de mis brazos, y es Bellamy; me sorprende que esté aquí. Se supone que personas como él, suelen quedarse en los palcos. Haymitch está a su lado, pero se limita a mirarnos.
—Demuéstrales quién eres, Newt. —Creo que tiene más confianza en mi mismo, que yo—. No sonrías, estoy seguro de que mucha gente ya tiene un ojo puesto en ti, y lo que menos desean es que finjas con ellos. —Me un apretón en el brazo, y me parece que es con cariño—. ¡Van a caer por ti como moscas!
Su sonrisa está llena de orgullo. Haymitch lanza un puño bajo al aire, que es su forma de darme ánimos, y es lo último que veo antes de entrar en la ciudad.
La muchedumbre al vernos aparecer gritan: «¡Distrito 12!», todos en coro. No siento que se queden embobados con nuestros trajes, porque no es algo fuera de lo normal, pero igualmente no dejan de mirarnos. Brenda intenta sonreír, y consigue que no se vea falsa. Hasta puedo decir que le queda bien.
Yo prefiero mantener mi expresión resuelta, y no me dejo ensordecer por todos esos aplausos y algarabíos. Cuando me veo en una enorme pantalla de televisión, nuestro aspecto me impresiona. No sé muy bien cómo sentirme al respecto. Es la primera vez que me veo decente y mi reflejo no se parece a nada de lo que veía en mi distrito.
La piel me reluce y es cierto que el delineador bajo mis ojos consigue realzarlos. La ropa no se diferencia mucho de la apagada que suelo llevar, pero brilla más, sin duda. Nuestro carromato deslumbra y me da la sensación de que soy una especie de muñeco, un títere que la gente decide admirar o no. De pronto, escucho como pequeñas multitudes corean mi nombre, y siento que un extraño poder sube por mis venas. ¿Sería posible conseguir mi objetivo final?
Estos me aclaman, y sé que no buscan a un chico adolescente que les muestre expresiones tontas; me buscan a mí, al chico que no se va a rendir y el que hablo con voz propia en la cosecha de días anteriores. Quieren ver al chico que no tiene miedo.
Antes de llegar a la rotonda, miro con intensidad a mi compañera, y ambos sabemos que tenemos que hacer. Snow y Ava salen al balcón que está enfrente de nosotros, y ambos están vestidos de blanco; justo cuando estamos a punto de llegar a la rotonda, lanzamos los cascos al aire. No nos importa donde pueden caer. Mis ojos no se separan de los dos presentes en el palco, que nos miran azorados, y decido mantenerles la mirada, a la vez que siento que mi brazo derecho se tensa con fuerza para no dejarme caer cuando dejamos la rotonda. Los comentaristas se quedan en silencio ante nuestro acto lleno de desacato, y las voces a nuestras espaldas adulan nuestra imagen, alocados.
Cuando ya nos acercamos a nuestro sitio correspondiente en el circuito del Circulo de la Ciudad, el corazón me late como loco. No sé si es miedo o gozo lo que siento al recordar las caras de pasmados de los presidentes. Lo hemos hecho delante de todo el mundo, de todo Panem, y el terror no se encuentra en mis venas.
Los caballos nos llevan justo hasta la mansión del presidente Snow y de Ava, y allí nos paramos. La música termina con unas notas dramáticas y un poco desafinadas.
El presidente, un hombre bajo y delgado con el cabello blanco como el papel, nos da la bienvenida oficial desde el balcón nombrado de antes. La mujer de cabello rubio, y figura esbelta decide mantenerse en silencio. La pantalla de televisión me llama la atención de nuevo y me fijo en que muestran el rostro del chico del distrito 3, el del tal Thomas.
Lleva ropas ligeras, brillantes y un extraño sombrero de copa alta en la cabeza; me da gracia y consigo sonreír un poco. Es entonces que veo que las cámaras de pronto nos engullen a Brenda y a mí, y veo como todo el mundo se da cuenta de mi pequeña sonrisa. Mierda, no se puede esperar tener privacidad en este mundillo. Sin embargo, no creo que sepan que es causada por aquel chico, y por las extrañas miradas que recibo, creo que se piensan que es otro acto de rebeldía, como el de quitarse los cascos y el de liberarse de la marca de mi distrito. Recupero mi rostro usual, y el himno nacional suena por todo lo alto. Después de aquello, todos los carros, incluido el mío, desaparecen en el Centro de Entrenamiento.
En cuanto las puertas se cierran, nuestros equipos de preparación nos rodean, emocionados, y farfullan piropos bastante alegres. Haymitch y Bellamy nos ayudan a bajar del carro y ambos parecen enorgullecerse de nosotros. Brenda sonríe alegre y dice que ha sido divertido.
—Mi parte favorita, sin duda, la de los cascos fuera. Fue como... ¡El toque perfecto de rebeldía! —Bellamy comenta, mientras me quita del cuello la máscara de protección. Hasta ese momento no tenía ni idea de cómo pesaba. Le sonreí agradecido.
—Y frente a todo Panem, ni más ni menos. —A Haymitch le faltaba saltar sobre un pie.
Effie comenta que le ha dado un poco de miedo, pero quizás es por la adrenalina de mi cuerpo que no me importa. Me ha gustado, pero es sólo algo de una vez en la vida.
Mis ojos de pronto se fijan en un personaje en particular del Distrito 3, y veo como se quita el sombrero ridículo para pasárselo a su estilista, tiene una expresión avergonzada. De pronto, creo que presiente que le estoy mirando, porque no tardamos en conectar con la mía, y todo a mi alrededor parece esfumarse.
Esos ojos castaños están llenos de miedo, y una extraña sensación se apodera de mi pecho y vuelvo a pensar en que estos Juegos son diferentes a los anteriores y en que, a partir de ahora, nada volverá a ser como antes.
(...)
N/A ; Espero y les guste mucho <3.
Aaaaamo demasiado a Bellamy y Haymitch, ¿ustedes no?
Pronto comenzarán los entrenamientos, y no queda nada para los Juegos. ¡Estoy emocionada! ✨ Pronto verán las actualizaciones, ¡los amo!
→ Se despide xElsyLight.
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