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⇁ 04 ↼

「 sᴇɢᴜɪʀ ᴠɪᴠᴏs 」


Un golpe en la puerta consigue despertarme. No sé cuánto llevo dormido, pero me parece que no ha sido mucho cuando veo que la oscuridad aún se refleja en la ventana de la habitación.

Agarro con fuerza la daga de Minho y pienso en dejar a quién sea que esté llamando, fuera, pero entonces vuelve a sonar. Me levanto finalmente, mientras oculto la daga a sabiendas de que no puedo enseñarla por ahí tanto cómo quisiera.

Doy unos pasos próximos a la puerta y mantengo la esperanza de que la persona que esté al otro lado se vaya, o se rinda, lo que venga primero. Sin embargo, procede a aporrear más la puerta y me molesta demasiado. La abro sin contemplaciones.

—Chico, ya pensaba que el sueño te había consumido entero. —Era mi mentor.

Me pregunté porqué razón me buscaría a esas horas y sin darle permiso, se dio a la entrada. Cerré la puerta, sospechando de su visita.

—¿Por qué vienes a estas horas, Haymitch? ¿No ves qué necesito dormir? —Me ignoró y se sentó en la cama. Se dedicó a beber un poco más de la botella que traía en manos.

—Además, ¿por qué llamas a la puerta cuando puedes entrar fácilmente como hiciste en la tarde? —No le entendía para nada.

Me dijo entre balbuceos que a la hora de dormir las puertas se sellaban; más que nada por protección a los tributos y que la cosa era diferente en el día.

—Bueno, al ajo. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido en busca de un escondite en dónde beber cómodo? —Sus ojos centellearon al escucharme y se rió en mi cara. ¿Se estaba burlando?

Me crucé de brazos y un repentino miedo me subió por la espalda al pensar en lo cerca que estaba de la daga. ¿Y si la descubría? Al instante, pensé en que mejor me tranquilizaba, porque si me alteraba podría darse cuenta de que algo anda mal.

Haymitch dejó la botella en la cama y paró de reírse para recuperar su usual rostro de amargado, la cual, en un hombre de apenas veintiún años se veía bastante deprimente.

—Claro que no, muchacho. Vengo a advertirte —dijo, mientras me señalaba con uno de sus dedos largos.

Alcé una ceja curioso. ¿Advertirme sobre qué?

—No seas tan garlopo, y escúpelo de una vez. No quiero pasarme el resto de la noche así. —Haymitch se extrañó al oír cómo le llamaba.

—¿Garlopo? ¿Qué demonios significa eso?

—Es..., Olvídalo, mejor que no lo sepas. Venga, ve al grano, hombre. —Me estaba impacientando.

Este suspiró para apretar los puños en sus muslos, y me pregunté realmente de que iba todo aquello.

—Verás, voy a serte sincero: el numerito que has hecho hoy cuándo estábamos viendo el resumen de las cosechas de Panem, no ha estado muy bien que digamos. Hay ojos en todos lados, ¿me entiendes? No puedes hacer tonterías cómo estás.

—Si hay ojos en todas partes, ¿cómo sabes que no lo están aquí también?

Rápidamente, mueve una de sus manos de un lado a otro como quitándole importancia.

—No os vigilan en lugares como estos ya que prefieren daros un poco de privacidad. —Un sudor frío se apodera de mi persona cuando dudo en si dice la verdad. Parece que se da cuenta y me dice: —Si no, no estaría aquí, chico.

Relajo un poco los hombros, pero aun así, no logro comprender del todo lo que ha dicho.

—¿A qué te refieres con "mi numerito de antes"?

El vuelve a suspirar, para incorporarse y mirarme con intensidad a los ojos.

—No puedes saltarte reglas obligatorias, ¿hablo claro? Te fuiste antes de que sonara el himno de Panem, y no tienes ni idea de las llamadas que he recibido por tu culpa. Agradece que me tienes a tu lado, porque si no, tu familia estaría ahora en problemas.

Aquello hizo que me descruzara de brazos, sin creer lo que oía.

—¿Harían daño a mi familia por una estupidez como esa? Es imposible —le digo, viendo cómo se ríe secamente.

—Niño, no tienes ni idea de lo que son capaces. —Su mirada decae y se oscurece un poco.

Suspiro, porque me pongo en la piel de mi mentor y entiendo que ha debido de pasarla canutas intentando hacerles creer que no estoy apunto de rebelarme contra ellos, o algo por el estilo. La rabia de mi interior disminuye hasta casi desaparecer por completo.

—Lo siento, ¿está bien? No quería que pareciese algo como eso. Solo... Solo quería irme, eso es todo.

El hombre mantiene su mirada sobre mí y aunque me pone algo incómodo, lo dejo estar. Por mi mente se pasan entonces algunas imágenes de mis familiares siendo torturados por no haber seguido unas reglas tan sencillas, y Haymitch se acerca con la botella en mano.

—Anda, bebe. Te hará bien. —Aquello hizo que los nervios se aglomerasen en mi pecho, pero la sostuve entre mis manos. Le di un par de vueltas y pensé en que un trago no me haría mal.

Recordé de pronto que, de vez en cuando, Minho solía traer unas pequeñas cervezas que compartíamos cuando se podía. Sabían fatal y eran de muy mala calidad, pero lo disfrutábamos mucho. Le di un sorbo y, dios, esto sabía mucho mejor a lo que probábamos en mi distrito, pero a la vez, era bastante más fuerte. Me arrepentí de tomar cuando me dio un ataque de tos.

Haymitch se carcajeó de lo ridículo que me veía, mientras le da un trago al licor cuando se la devuelvo.

—Te acostumbrarás con el tiempo —dijo, sonriente y eclipsando su expresión tristona de antes.

Me limpié la boca de los rastros de la bebida y le conteste: —Creo más bien que tú estás a tiempo de dejarlo, Mitch.

Abrió sus ojos con sorpresa al escuchar el mote que le había puesto y me arrepentí de hacerlo, porque supe que le había traído malos recuerdos.

—Oye, lo siento, no pretendía... —No entiendo por qué me sentía tan mal.

El hombre negó con pesadumbre, quitándole importancia.

—No pasa nada, chico, en serio. —Me palmeó el hombro y se dirigió a la salida.

Le detuve dándole las gracias por el aviso y esta vez, si se giró para mirarme y me sonrió ampliamente; admití que, en ese momento, si se pareció a alguien que tuviera veintiún años.

—Es mi trabajo protegerte, chico. —Pasó la lengua por sus labios, en un intento de no dejar que se secaran—. Y, hazme un favor..., Cuando estemos solos, puedes llamarme así, ¿está bien? Pero con más gente, no me molesta, pero...

—Prefieres en privado. —Accedí, mientras él mantenía la sonrisa. No tardó en irse después de aquello y me aseguré de que la puerta quedase bien cerrada.

Al estar solo, por fin, sentí que el sueño de antes se había esfumado por completo. Sin embargo, cuando me quité la ropa y me coloqué una remera azulada con unos pantalones anchos del mismo color, el sueño regresó conmigo. Me deje caer en la cama, sin siquiera pasarme una manta por encima.

Sólo recuerdo haber sostenido entre mis dedos la daga de Minho y después de aquello, nada. Supongo que me quedé dormido sin darme cuenta.

(...)

Hace rato que Effie ha llamado a mi habitación repitiendo una y otra vez que tengo que prepararme para desayunar. Me siento pesado y sigo teniendo mucho sueño; aun así, le hago caso recordando la conversación de Haymitch en la noche. Decido ponerme la misma ropa de la comida de ayer, ya que no se ve muy sucia y además me da un poco de modorra ponerme a buscar otra cosa.

También pienso que da igual lo que me ponga porque estamos muy cerca del Capitolio, y eso quiere decir que no queda nada para llegar a la ciudad en la que mi futuro estilista decidirá el aspecto que voy a tener en las ceremonias de inauguración de esta noche.

Antes de salir del cuarto, me dispongo a llevarme la daga porque no estoy seguro de si regresaré a tiempo de sacarla o si a alguien le dará por arreglar las camas y tirarla por ahí.

La escondo en el pantalón, tras envolverla, y me entran los nervios porque sé que no puedo llevarla conmigo al Capitolio. Mientras camino hacia la salida, pienso en que podría intentar hablar en privado con Haymitch y pedirle que me la cuide. Dudo mucho que este se niegue o que desvele que la tengo escondida. La puerta se cierra tras mi salida, y me dispongo a confiar en el juicio del hombre. Reviso que esté bien sujeta y que no me suceda algo parecido a lo que me ocurrió el día en el que conocí a Minho.

Cuando entro en el vagón comedor, del cual agradezco no haber olvidado el camino para llegar, Effie Trinket se acerca, teniéndome un café con leche. Jamás lo había probado y cuando le doy un sorbo mientras tomo asiento al lado de Brenda, quién está comiendo unas tostadas, descubro que me gusta. El café logra despertarme del todo, pero lo dejo a medio acabar, ya que siento que me va a caer muy pesado. Veo que me sirven una bandeja enorme de comida: huevos fritos, jamón, y montañas de pastelitos pequeños parecidos a las magdalenas, pero decoradas. Hay mini cuencos por todas partes repletos de patatas fritas, pero no las pruebo porque pienso que es algo cruel aprovecharse de toda esta comida sin mi familia delante.

Después de comerme algunos huevos con jamón, decido que es suficiente. No quiero ir a los Juegos simulando ser otra persona. En mi hogar era de las personas que menos comían y de las que menos se quejaban, porque consideraba que había gente pasándola peor que yo; además, la mayor parte de mi comida se la daba a la dulce de Lizzy. Estaba acostumbrado a comer poco y cuando veía todos estos platos a rebosar, me dolía el corazón como pasó en el día anterior.

—¿Ya has terminado, chico? —Conecté mis ojos con los de mi mentor, y me di cuenta de que este tampoco había probado mucho de su plato; quizás no tendría mucha hambre.

Le digo que si, mientras me dedico a observar a Brenda (disimuladamente) que se dedica a mojar sus tostadas en algo espeso y de color rojizo. Por la etiqueta descubro que se trata de "sirope". Effie en cambio, sigue bebiendo café junto a otro par de huevos cocidos.

Mientras le doy vueltas al café a medio acabar, una duda surge en mi mente. Aprovecho a preguntar mientras están todos de buen humor.

—¿Por qué decidiste convertirte en la acompañante de nuestro distrito, Effie? —Ella parece sorprendida por la pregunta, cómo sin saber por donde tomarlo.

Brenda deja de comer para mirarme curiosa.

—¿Acaso importa? Tampoco es que haga mucho —dijo la morena, para que al momento Haymitch saltara.

—Querida, déjame decirte que esta mujer es una de las personas más importantes y beneficiosas que podéis tener en vuestro equipo. Conoce a mucha gente allá arriba, incluso más que yo, y si ella retuerce las tuercas, te aseguro, linda, que puede serte de mucha ayuda en los Juegos.

Me parece extraño la manera en la que habla de la mujer, pero no tomo en cuenta lo que dice porque mantengo mis ojos en ella, y se nota su inquietud.

—Sé que a muchos os obligan para ser los representantes de los distritos, pero es algo que me llevo preguntando desde que salió la noticia hace como siete años. ¿Por qué te ofreciste voluntaria para el 12? Es sabido que es uno de los peores y más pobres. Y seamos sinceros, conociéndote no encajas nada allí. —Dejo el café finalmente lejos de mi, mientras veo que en su rostro se forma un sonrojo muy notorio.

—Ejem. Digamos que, bueno, quería probar algo nuevo y me pareció que este distrito podía darme cosas... diferentes, ¿me explico, querido? Cómo tú, por ejemplo. —Señalo, con una sonrisa alegre.

—¿Cómo yo? ¿Qué quieres decir? —No me gustaba por donde iba la conversación.

—Bueno, seamos claros. Eres distinto a los demás tributos que he visto pasar por aquí, al menos en referente a los chicos. —Brenda deja de comer, sin entenderla, como yo—. A lo que voy es que se nota que tienes algo dentro de ti, Newt, algo que quizás es lo que tanto hemos estado buscando.

»La manera en la que corriste hacia el podio para detener a tu amigo fue muy loable y notorio. ¡Hasta prometiste ganar! ¡Tan heroico!

—Eso lo hace todo el mundo. —Le respondió Brenda, algo molesta.

Effie mantuvo se acomodó el cabello, en un movimiento rápido y omitió escuchar el tono seco de la chica.

—Pues no todo el mundo, querida. Tu no lo hiciste. —La nombrada abrió sus ojos, ligeramente ofendida, aunque sabía ocultarlo muy bien—. Mira, Newt, por decirlo de alguna forma más sencilla, te has dejado ver y en respuesta, la gente decide seguirte.

—Effie..., No creo que sea correcto decirlo de esa manera —le avisa nuestro mentor, serio.

Sin embargo, la mujer decide proseguir ignorando la prevención de este.

—Es claro que tu jamás habrías querido una atención como esa, por supuesto, y que el dolor que te traen los recuerdos aún viven contigo.

Mis manos se apretaron con fuerza bajo la mesa, fastidiado por aquel tono que daba a entender que sabía más cosas que yo.

—Creo que te estás haciendo una idea equivocada —declaré en un intento de dirigir la conversación a otra parte.

—Querido, te vimos todos anoche. Estabas roto por ver la imagen de tu amigo y como no fuiste capaz de soportarlo, huiste. Esas cosas tan simples también se tienen en cuenta.

Estuve apunto de levantarme de la mesa por la repentina humillación que sentía, pero ella me detuvo, continuando: —Sin embargo, no huiste por miedo, si no por la rabia e impotencia que te producía la dolorosa situación.

Dejé de apretar las manos, para darme cuenta que estaban repletas de sudor por los nervios y demás sentimientos que se arremolinaban en mi interior. El golpeteo de la daga en mi vientre me ayudó a tranquilizarme e intenté comprender las palabras de la mujer.

—Supongo que es cierto.

—Lo es, querido mío, y déjame decirte cómo última cosa que presiento que tu entrada a los juegos van a traer emociones más vivas y reales. Quizás hasta consigas realmente salir victorioso e impresionarnos a todos —terminó de comentar, más feliz que nunca. No obstante, no tardó en darse cuenta de lo que acababa de decir.

—Brenda, siento haber dicho algo parecido. Ha sido muy insensible por mi parte. —Ella negó con tranquilidad.

—No importa, yo también veo lo mismo que tu, Effie. —Aquello me confundió y me resultó pesado al mismo tiempo.

—¿A qué te refieres, Brenda? ¿Tan pocas esperanzas tienes de ganar? No puedes rendirte nada más empezar. —Intenté hacerle entender.

La morena me sonrió con un notorio cansancio.

—¿Lo ves? ¿Esas ansias que tienes por sobrevivir? No las tengo yo, lo siento. Es difícil hacerse a la idea de que nos toca jugar, de que me toca. Y..., Lo siento. Siento mucho haber parecido tan dura contigo desde que nos seleccionaron, pero admito tener envidia de tu deseo por volver a casa. —Admitió, con sinceridad. Decidí consolarla.

—Tu padre te espera, Brenda. No puedes fallarle. —Ella asintió, algo alicaída y me sentí culpable por haber sacado todo ese tema desde el principio.

No dijimos mucho más; ambas mujeres retomaron sus comidas y yo me dediqué a darle las gracias a Effie por sus palabras, ya que sentía que se merecía algo más que un simple asentimiento de cabeza. Haymitch se dedicó a observarnos detenidamente, y poco podía aparentar que las rosquillas rociadas con miel me llamaban la atención, cuando sentía su mirada clavarse en mi con fuerza. Y cómo suponía, no tardó en hablar.

—¿Queréis un consejo? —Ambos nos mostramos emocionados por su petición.

—¡Oh, es una gran noticia que hayas decidido hacerlo por tu propio pie, Haymitch! —Effie aplaudía encantada con la idea.

El hombre le sonrió afablemente, para volver a poner su cuidado en nosotros.

—¿Lo queréis? —Insistió.

—Claro que sí —responde la chica a mi lado—. Eres nuestro mentor, el único contacto con el mundo exterior en los Juegos que podremos tener. Así que si, por supuesto que queremos tus consejos.

Me sorprendió que hablase en plural, pero creo que después de lo de antes, a lo mejor estoy consiguiendo destruir  la coraza que mantenía entre ambos. Effie ríe con verdadera gracia.

—Además, queridos, este hombre os conseguirá patrocinadores y os organizará la entrega de cualquier regalo. ¡Haymitch puede suponeros la diferencia entre la vida y la muerte! —Menciona como si este hombre fuera capaz de salvarnos al frente de una pelea a muerte con otro tributo. Pero su emoción es contagiosa y comienzo a albergar más esperanza.

—Me tienes en mucha estima, pero tiene razón. —Creo que nuestro mentor disfrutó del momento.

—Entonces, Haymitch, ¿cuál es la recomendación? —Quiero saber cuánto antes todo lo que pueda.

—Seguir vivos. —Parece tan serio que no sé cómo tomármelo.

Brenda me mira sin saber que decir. Estoy igual que ella.

—¿Sólo eso? —Haymitch agita su vaso relleno de alcohol.

—Siendo sincero, hasta Minho sería capaz de darme mejores consejos.

—Entonces, ¿por qué no mejor lo escoges a él cómo tu mentor?

Sé que está tomándonos el pelo y no me gusta nada. Se supone que, cómo dijo Effie, este hombre nos supondría la diferencia entre la vida o la muerte, ¿y eso es todo lo que tiene que decir? No sabemos si después tendremos más tiempo y me gustaría aprovechar el tiempo ahora que puedo.

—Haymitch, en serio, no bromees. ¿Solo eso tenemos que tener en cuenta? —Él me responde que por el momento sí.

—Pues no me es suficiente, ahora que tengo ganas de luchar por mi vida, no me parece que sea... —Interrumpe a Brenda, a quién poco le falta por saltar en la mesa y estrellarlo contra la pared.

—Por ahora, hacedme caso. No cuestiones las cosas que os pida, y os prometo que os ayudaré en todo lo que pueda. —Asiento de inmediato, porque pienso que si pudo sobrevivir a los juegos a su manera, tengo que hacerlo yo también.

—Bueno, por ahora no tenemos nada mejor que hacer, así que, ¿tienes algún "consejo" para cuándo estemos en las manos de los estilistas, por lo menos? —La morena se cruza de brazos, insegura ante su respuesta.

—Bueno, es claro que no os va a gustar para nada lo que os van a hacer, pero no debéis de quejaros y mucho menos resistiros, ¿entendéis? Así de esa forma daréis una mejor imagen.

Después coge la botella de la mesa y se sirve más. Me vuelve el pensamiento de que la daga tiene que guardármela, pero aún no encuentro el momento de dársela y espero hacerlo pronto.

Cuando Effie está apunto de decir algo, que probablemente fuera un comentario en busca de animarnos, el vagón se queda a oscuras. Ella grita asustada, porque ha sido muy repentino, pero pronto ríe encantada y nos dice que ya debemos de estar en el túnel que atraviesa las montañas y lleva hasta el Capitolio. Después de aquello, todos guardamos silencio mientras el tren continua su camino. Mi compañera retoma su taza de café, y siento que el viaje es eterno y al mismo tiempo demasiado rápido. El corazón se me encoge y cavilo de nuevo en lo lejos que estoy de casa, de Minho y mi familia. ¿Por qué la vida había querido jugar así conmigo? Recuerdo en qué sólo me quedaba un año para ser libre y ahora...

El tren por fin empieza a detenerse y una luz cegadora inunda la sala. No podemos evitarlo, ambos tributos salimos corriendo hacia la ventanilla para poder ver lo que hasta el día anterior nos resultaba imposible de imaginar: el Capitolio, la ciudad que dirige Panem.

No sé a dónde mirar, porque su belleza no puede describirse por medio de palabras. Hay enormes edificios brillantes y esplendorosos construidos con colores que desconozco, pero que por suerte consiguen mantener un orden, coches que corren por las grandes calles pavimentadas y lisas, gente vestida de forma exótica, con rostros maquillados y que no aparentan haber nunca sufrido por el hambre. El malestar se apodera de mi vientre y me parece que el escaso desayuno de antes no soportará mucho tiempo permanecer conmigo.

La gente comienza a poner su atención en nosotros al reconocer el tren de tributos que se da entrada a la ciudad. Entonces observo todos sus rostros jocosos y alegres de vernos, a nosotros que estamos obligados a morir para su disfrute, y me dan asco todos ellos. El ruido desaparece a mi alrededor y me da la impresión de que para ellos, no somos más que monos de feria.

Cuando miro a Brenda, descubro que les mira con odio y no tarda en apartarse de la ventanilla. La entiendo, quiero hacer lo mismo, pero cuando me doy la vuelta, Haymitch me dice con el dedo que regrese la vista y que lo soporte. Odio entenderle tan bien; así que, aun sintiendo que la comida me sube por la garganta, vuelvo a mirar a toda esa gente y muestro indiferencia, ya que me parece que es mejor a enseñar alto y claro mi claro repudio hacia este horrible lugar.

Mis ojos se posan en cada una de esas personas que creen que divertirse al coste de otros es lo mejor que pueden hacer, y me prometo a hacer algo diferente, a cambiar las cosas. La seriedad ocupa mi rostro, y veo como muchos de ellos dejan de sonreír al distinguirme con más esmero. No sé qué cara puedo estar haciendo, pero cuando el tren se mete en la estación y me tapa la vista, siento que soy capaz de conseguirlo, de ganar y de volver a casa.

Cuando me dirijo a los presentes de la sala, que extrañamente mantienen su mirada en mí, les digo:

—Es hora de irnos.

Más tarde, la sala se encuentra casi abandonada, si no fuera porque Haymitch permanece un rato más, disfrutando de las bebidas ahora que la barra está libre, y yo, que he esperado a que Brenda se marchase con Effie, momentos antes. Los ayudantes del Capitolio fueron los primeros en marcharse sin decir palabra. Aprovecho que el hombre se inclina a por otra botella de vodka y prácticamente se la he arrebatado de las manos, lo que consigue llamar su atención. Me había estado ignorando desde que todos se fueron y me parecía extraño; creo que sabe que me traigo algo entre manos, y no quiere escucharme. Pero no puedo hacerles esperar más a mi equipo de preparación.

—¿Buscas problemas, chico? —Es lo primero que dice, recostándose en la silla de caoba.

Dejo escapar un suspiro, mientras dejo su botella en la mesa y creo sospechar que por mi rostro sabe que es un tema delicado, así que borra su molesta sonrisa y se pone serio.

—Necesito tu ayuda —susurro, pidiendo a los cielos que acepte.

—¿Cómo podría hacerlo? Anda, dime. Soy tu mentor, para eso estoy. —Agradezco en el fondo su intento de animarme y le pongo ganas. Dejo el miedo atrás.

Me incorporo del asiento, abruptamente, consiguiendo que él haga lo mismo. Creo que en esos momentos, dudo de que alguien no esté vigilando, pero igual tomo precaución. Reviso a todos lados, en busca de que no haya ningún alma en la salda, y me levanto la camisa. Antes de sacar la daga, que está envuelta, me detiene.

—Ten cuidado, chico, sabes que es peligroso beber demasiado. —Entiendo que está hablando en clave y pienso en que a lo mejor quedan micrófonos en la sala, no lo sé.

—Sabes que por una probadita más, no pasará nada.

Su rostro resuelto y faltante de alcohol en su sangre, me dice que lo haga de una vez, o perderé mi oportunidad. Así que, rápido y conciso, saco la daga de Minho y se la tiendo.

—Chico, creo que deberías dejarlo. —La sostiene entre sus dedos.

—Entonces, ¿puedes hacerme el favor de guardármela hasta que regrese? Me harías un gran favor, Haymitch. —Me observa de una forma extraña y me pregunta qué por qué debería hacerlo.

—No soy tu criada, niño.

Sin embargo y, a pesar de escuchar esas palabras, sé con seguridad que lo hará. No se si es su expresión pérdida, o la forma en la que parece sujetar la daga, pero mi instinto me dice que puedo confiar en él. Muevo el piel derecho, nervioso.

—Solo hazme este pequeño favor, en serio. Te lo agradecería mucho.

Después de un corto silencio, la guarda con rapidez entre sus ropas, y cuando se cerciora de que esté bien sujeta, me dice: —¿Prometes que es la última vez que me pides algo así? 

Le digo que sí, y él me hace prometerle también que tengo que explicarle de donde viene esta obsesión por la bebida; sé leer entre líneas, quiere que le explique de dónde ha salido y por qué es tan importante para mí.

—Prometo que lo haré, en serio. Solo..., Tenme un poco de paciencia. —Asiente con lentitud, como sopesando mis palabras y al final me susurra que no la va a abrir y decido hacerle caso.

Un alivio enorme me embarga y le regaló, quizás, mi primera sonrisa sincera. Él parece sorprendido, pero me la devuelve. Sin más, me doy la vuelta y me dispongo a salir de los aposentos. Antes de salir definidamente de ella, escucho que me suelta: —Acerté cuando aposté mis últimas esperanzas en ti, chico. 

Y sin más, desaparezco del lugar en dirección al Centro de Renovación, con la grata sensación de que el regalo de mi mejor amigo no puede estar en mejores manos.

(...)

N/A ; Siento si ha sido muy largo, pero tenía que dejar esto puesto ya. Espero que les haya gustado mucho, los amo demasiado. ¡Cualquier duda, me dicen!

Amo demasiado a Haymitch, jajaja. ¿Qué les pareció el capítulo? ✨

Sin nada más que decir, nos vemos pronto con la siguiente actualización <3.

→ Se despide xElsyLight.

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