⇁ 03 ↼
「 ᴇs ᴛɪᴇᴍᴘᴏ ᴅᴇ ᴅᴇᴄɪʀ ᴀᴅɪᴏ́s 」
La velocidad del tren me deja sin aliento, pero no me sorprendo realmente ya que se trata de uno de los modelos de calidad del Capitolio, que alcanza una media de cuatrocientos kilómetros por hora. Por eso, sé por seguro que nuestro viaje no durará mucho.
Observo lo que me rodea, fijándome en el hecho de que el tren de los tributos es mucho más elegante y sofisticado que la habitación del Edificio de Justicia.
Effie aparece tras una puerta y nos dirige a Brenda y a mí a nuestras habitaciones. Nos dice que cada uno tiene una propia, y que no hará falta compartir. Este, según ella, está compuesto por un dormitorio, un vestidor y un baño privado con agua corriente. Dice que el agua puede cambiarse conforme a tus gustos: ya sea caliente o fría. Me llega el recuerdo de que en mi hogar, el agua caliente es de privilegiados y nosotros solo podíamos conseguirla si la hervíamos; lo cual, era un gran coste y pocas veces hacíamos.
La enviada del Capitolio tras enseñarme el que iba a ser mi cuarto provisional, se lleva a la chica morena consigo. Me despido de ellas, aunque solo Effie me contesta. No espero para entrar al cuarto.
Lo primero que me llama la atención son los distintos cajones de madera que andan desperdigados por cada esquina de la habitación en un orden inquietante. Cuando abro algunos de ellos, distingo ropa de primera calidad y de diferentes estilos y colores; son caros, y sin ninguna duda, era el tipo de ropa que jamás tendríamos la oportunidad de llevar en el distrito 12. Incluso superaba a la que llevaba por regalo de mis padres.
Cerca de estos se encuentra una cama matrimonial; de ésas enormes en las que muchos niños de mi distrito podrían dormir juntos. La rabia se apodera de mi cuando pienso en que las personas del Capitolio están durmiendo en camas de algodón de azúcar, mientras muchos de nosotros ni siquiera pueden tener un mísero suelo en el que descansar.
Oigo la puerta abrirse a mis espaldas y me olvido al instante de tener privacidad en un lugar como este. Al escuchar un pequeño carraspeo, me doy la vuelta para ver que se trata de Haymitch Abernathy. Me sonríe para cruzarse de brazos, y quedarse allí plantado sin decir palabra. Me causa desconcierto su visita.
—¿Qué te trae por aquí, Haymitch?
Se me queda mirando de una forma extraña, como si quisiera meterse en mi cabeza, y tras unos segundos en silencio, por fin habla.
—Vengo a decirte que puedes hacer lo que más gustes en este cuarto y, por supuesto, ponerte lo que prefieras de todo esto. —Señala los cajones llenos de ropa.
—¿De verdad? Que gusto que seáis tan complacientes con los tributos.
El hombre se ríe, para negar con la cabeza. Le divierte la situación.
—Sin embargo, hay obligaciones que cumplir y una de ellas es estar listo en una hora para la cena, ¿has entendido? —Asiento, mientras me doy cuenta de la expresión perdida que coloca en su rostro.
Desvío la mirada de la suya, por el sentimiento incómodo que me nace verla. Me recuerda a mis días en el distrito en el que me lo encontraba de vez en cuando y siempre veía esta con él; casi como si fuera alguien muerto en vida. Ahora, quizás podía comprenderle un poco, pero seguía sin gustarme ni un pelo.
No obstante, no tarda en recuperarse cuando volvemos a conectar miradas y decide soltar una pequeña gracia.
—Tienes que estar preparado, ¿vale? Si no Effie te matara antes de que llegues a los verdaderos Juegos. —Puede que sonase algo cruel, pero me recordó a algo que diría Minho para aligerar el ambiente y, no pude evitar reírme.
Él se dedicó a hacerme una pequeña mueca y regresó por donde había venido. Se detuvo antes de llegar a la puerta, ¿qué pasaba ahora? ¿Se le habría olvidado advertirme de algo?
—¿Qué ocurre?
No me mira, ni se da la vuelta. Encorva sus hombros y deja caer lo brazos a los lados de su torso, de una forma triste.
—Ya sé que no es fácil, chico, pero es bueno que te mantengas entero. —Se va finalmente.
Me doy cuenta de que me acaba de dar un pequeño consejo y lo tomo en cuenta. No dudo ni un segundo en su raciocinio, y sé que en el fondo me aprecia al igual que yo a él. Es cierto que no nos conocemos de mucho, pero..., Supongo que nuestro encuentro de hace ya cuatro años nos hizo unir lazos de alguna manera (aunque fuese una de pocas palabras).
Miro una vez más a mi alrededor y solo unos pocos cuadros de paisajes inimaginables logran llamarme la atención, antes de que me invadan los dolorosos recuerdos de la cosecha y las tristes despedidas que vinieron con ella.
Siento que el mundo se me viene encima y me duele pensar en que no volveré ver a mi hermana pequeña, en que no la escucharé nunca más hablando de sus clases o de las amigas suyas que se han vuelto a pelear. Ahora me parece muy lejano las veces en las que compartíamos el desayuno y en donde me lo agradecía con esas sonrisas de ardilla que me encantaban.
Recuerdo a mis padres que siempre intentaban alegrarnos el día y hacernos olvidar nuestras preocupaciones con comidas especiales (en lo posible), o reuniones familiares en las que rememorábamos el pasado. «¿Me recordarán con tristeza en una de ellas?», me pregunto sin poder evitarlo.
Sacudo la cabeza, no queriendo ahondar más en mis oscuros pensamientos; puedo hacerme más daño del que pretendo. Me recuesto en la cama, importándome poco el hecho de desordenarla. Cierro los ojos mientras los tapo con uno de mis brazos y me sorprendo al tocar la tela de la chaqueta negra del traje; es de terciopelo y bastante suave. La miro con detenimiento, preguntándome de nuevo de donde habían sacado tal cosa, pero al no poder sacar ninguna respuesta, decido descansar de tanta locura aunque sea por un rato; sin embargo, no puedo.
Una molestia aparece en mi vientre, como si me pinchara y, entonces, recuerdo que se trata de lo que me dio Minho antes de separarnos: esa "arma" oculta.
Dirijo mis manos a la parte posterior del jersey, lo levanto y decido sacarla. Le quito la tela que la guarda consigo y la observo con detenimiento: es una daga, algo pequeña, pero lo es.
Tiene un filo plateado y parece tener unas palabras grabadas en el borde, pero no las entiendo porque están en otro idioma. El mango es duro, firme y de caoba. Pensé en que mi amigo se había arriesgado mucho al dármela. Me reflejo en ella, pero extrañamente, no me veo a mí, si no a Minho. Este me mira con esos ojos oscuros llenos de venganza y de rabia. Sé lo que me quiere decir con ella: que la rendición no es una opción.
La muevo un par de veces entre mis manos, hasta que decido ocultarla debajo de la almohada. No estoy seguro de si revisarán el cuarto cuando me vaya a cenar, o estén vigilándome ahora mismo de alguna forma, pero no quiero que nadie me la quite. Por eso, me prometo que cuando regrese de la comida encontraré un mejor lugar para ella.
Me vuelvo a recostar, algo más tranquilo que antes; suponía que el tenerla conmigo me daba a pensar que mi amigo estaba a mi lado. Qué me regalaba ese apoyo que me ayudaba continuamente a seguir con mi triste vida. No obstante, el desconsuelo regresó con más fuerza al pensar en que podría no volver a verle y en que la posibilidad de compartir más momentos a su lado, ahora ya no existía. Pretendo dejar de cavilar sobre ello, pero recuerdos juntos me invaden la mente y hacen que mi corazón sufra.
De repente, es inevitable, me consume una desagradable sensación de soledad y me incorporo de golpe. Abrazo mi torso queriendo hacer presión. «No ahora, por favor.», me digo, temiendo lo peor.
Hace mucho empecé a sufrir ataques de pánico por distintos motivos: perder a mi familia por cualquier error que pudiera cometer, morirnos de hambre en la estación próxima, que descubriesen a Minho cazando a escondidas y lo ejecutasen por ello..., Solía esconderlas, ya que no pretendía que mi familia se preocupase más por mi seguridad.
Es así que cuando veo el temblor que se apodera de mi cuerpo, sé que este ataque es más fuerte que cualquier otro que me haya dado antes. Y lo admito, el miedo me aboca. Intento controlar la respiración y abandonar la presión del pecho que me ha invadido de pronto, pero no lo consigo tras intentarlo; así que me decido a salir de la cama a trompicones y sin poder controlar mis piernas, caigo al suelo. Mi corazón palpita demasiado rápido y los escalofríos no se detienen.
Todo me da vueltas, por lo que decido centrarme en la alfombra de cachemir que está debajo de mi cuerpo. Es áspera al toque y se nota que no han pasado una barrida por ella desde hace tiempo. Aprieto las manos, deseando que se detenga.
La falta de aliento comienza y trato de hacer creer a mi mente que todo está bien, que sigo en mi hogar y que cuando abra la puerta la próxima vez, Minho me estará esperando para ir a cazar. Aquello me tranquiliza algo, pero no es suficiente. Recuerdo entonces las palabras de Haymitch: «...es bueno que te mantengas entero», y tiene toda la razón. Apenas acabo de empezar esta misión de vida o muerte y no puedo perder en ella. Tomo fuertes bocanadas de aire, y apretando mi pecho con una de mis manos, me levanto algo tambaleante.
Siento poco a poco que la opresión va desapareciendo y me decido a mantener en mi mente las palabras de mi hermana pequeña que me rogaban por regresar a casa. ¿Así lo conseguiría? Por supuesto que no. Aquella cruda realidad me devuelve un poco mis sentidos, y cuando me doy cuenta los temblores han desaparecido. Un sudor frío me recorre por la frente y deseando salir de aquel cuarto asfixiante, me dispongo a darme una corta y ligera ducha.
Cuando me dirijo al cuarto de baño, tratando de que los pies no me fallen, veo que al abrir la puerta (la cual es de cristal, pero sin transparentar), que hay sólo una ducha con una cortina blanca, junto a un pequeño lavabo y un inodoro impoluto. Pienso que es un alivio en que parezca más limpio que el felpudo de antes.
Me quito el traje de la cosecha e ingreso en la ducha. Hay dos botones en la pared de mármol blanca; una es de color azul y la otra roja. Supongo que el rojo se refiere al calor, así que le doy al azul en busca de aliviar la pena y angustia de mi interior. Cuándo el agua cae sobre mí, advierto en que he dado en el clavo: está helada. Sin embargo, como estoy acostumbrado a ella, no me molesta demasiado. Pronto termino, sintiendo una completa frescura.
Al salir de la ducha, me seco el cabello con una toalla azul que encontré al lado del lavamanos y cuando observo la imagen que me brinda el único espejo del lugar, me doy cuenta de la palidez que poseo y de que tengo todo el cabello húmedo. Analizo mis pocos músculos y mi delgadez, y me pregunto si con esta contextura tan débil podría ser capaz de ganar en los Juegos. Quiero pensar que si, que puedo hacer como Abernathy y usar todo lo que encuentre a mi favor. ¿Sería tan imposible? Había hecho una promesa, y no podía fallar. Me esperaban en casa y por mi parte no me iba a dejar asesinar tan fácilmente. Iba a regresar con mi familia, costase lo que costase.
Ya fuera, me pongo una camisa negra de mangas cortas junto a unos pantalones anchos del mismo color. Unos zapatos de seda me esperaban bajo la cama, cerca de donde me había dado el ataque de pánico antes y me desconcierta pensar en quién podría haberlos puesto ahí en tan poco tiempo, y más sin haber escuchado nada. Reviso que la daga siga en su sitio, y al comprobar que así era, me preparo para colocarme los zapatos.
Apenas me los estoy poniendo cuando la puerta del alojamiento se abre y sé que ya es hora de la cena. Es Haymitch quien viene a recogerme y no puedo evitar preguntarme porqué. ¿Tanto le preocupaba que me perdiese?
—Vamos, chico. —Sale de la habitación y lo sigo, dando un último vistazo a la daga.
Me guía por un pasillo largo y poco acogedor hasta llegar a nuestro destino: un comedor enorme con una mesa alargada en la que cabrían por lo menos diez personas, la cual se encuentra ya con los platos puestos en la mesa, aunque vacíos. Brenda Brown lleva una ropa sencilla de color verde y está sentada esperándonos, con una silla vacía a su lado. Es normal suponer que era para mí.
—¿Cómo estás, querido? —Effie pregunta, quizás para comenzar una conversación banal con alguien. Era muy probable que Brenda no soltase prenda, pues era una chica de pocas palabras.
Y la entendía, de verdad que sí. En una situación cómo está, las conversaciones alegres con personas como Trinket no suelen interesar, pero por educación —más que por otra cosa—, decidí contestar.
—Gratamente sorprendido de lo diferente que es esto de casa —respondo, mientras tomo asiento con Brenda, quién me mira con intensidad.
Decido pasar de ella, mientras pongo atención en la expresión gozosa que pone la mujer de cabello rosáceo. Parece que lleva otra de sus muchas pelucas.
—¡Me encanta oír eso, cielo! —Aplaude feliz, sonriendo a Haymitch que coge un puesto a su lado—. Y tienes mucha razón. Quizás las instalaciones de vuestro distrito no sean... tan apreciadas como las del Capitolio, pero tengo que admitir que esto es solo una muestra de lo que os quitará el aliento.
—Effie dice la verdad. Hay mucho más allá, cosas que jamás podréis ni imaginar..., Y aún así, completamente inútiles. —La nombrada le da un golpe en la espalda, mandándolo callar.
Me cuestiono entonces la posibilidad de que nos escuchen, pero supongo que daría igual. No tengo mucho que comentar sobre las instalaciones de El Capitolio, ya que poco me importan. Solo quiero volver a casa; eso es lo único que mantengo en la mente.
La cena pronto se presenta a nuestra mesa: un estofado de carne de cordero con patatas asadas, ensalada de frutas y un pastel de nata con fresa que deja con la boca abierta. De bebida hay distintivos zumos de frutas, y me decanto por uno de naranja. Observo lo que me sirvo, y acaba así: un poco de estofado, de ensalada y el zumo. No quise un trozo de tarta, ya que no me agradó la idea de que había mucho más esperándonos, cuando Effie lo mencionó. Decidí que eso era lo único que iba a hacer por el momento; sí, disfrutar de la comida, pero sin atiborrarme porque recordaba a mi familia pasando las necesidades, y el poco hambre que poseía se me pasaba.
—Querido, ¿sólo vas a comer eso? —Un pequeño déjà vu me invadió, y recordé a Minho preguntarme algo parecido esa misma mañana.
Dejé un poco de estofado y tomé un poco del zumo. Estaba rico, aunque algo ácido.
—No tengo mucha hambre, siendo sincero. —Haymitch me miró y cuando Effie iba a reclamarme, él le dijo que me dejase en paz.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan borde conmigo? Simplemente me da pena, ¿está bien? Tiene la oportunidad de comer todo aquello que siempre ha deseado y no lo aprovecha, ¿no te parece extraño? —Haymitch le recordó lo poco que él comió en sus Juegos.
A ella se le ensombreció la mirada y sin decir nada más, cogió un trozo del pastel.
Un silencio un tanto singular se instaló en la sala, y sólo se escuchaba el repiqueteo del tenedor de la mujer contra el plato. Hacía rato que había acabado, y mientras Haymitch se servía quizás el quinto vaso de vodka, Brenda daba por terminado el pollo asado que habían traído después. Ella lo había comido todo con las manos, y no se avergonzaba de haberse mostrado tan poco decente. Yo también habría hecho lo mismo, pero los modales eran algo que en mi familia eran obligatorios; de ahí a que no comiera con tanta libertad.
Pensé que a lo mejor Effie comentaría sobre su vulgaridad, pero seguía manteniéndose en silencio. Quizás el comentario del hombre le había afectado más de lo que creía.
—¿Te ha gustado la comida? ¿La has disfrutado? —Brenda me preguntó.
Creo que era la primera vez que me dirigía la palabra después de cuatro años, y por eso me quedé un poco sorprendido; además, su tono utilizado me daba a entender que estaba lleno de acusación y molestia. Sin embargo, no estaba para este tipo de tonterías ahora mismo.
—Supongo que la he aprovechado al igual que tu. —Ella me mantuvo la mirada unos segundos, pero fue interrumpida por la intervención de Haymitch.
—Por lo visto, y aunque me emocione presenciar una posible pelea de gatas, tenemos que seguir un protocolo. Hay que ver el resumen de las cosechas de todo Panem. —Se levanta y Effie hace lo mismo.
—¡Y es obligatorio, niños! —Dice ella, recuperando su buen humor.
Ambos nos miramos y, sin decir nada más entre nosotros, los seguimos. Nos llevan hasta un compartimiento, mucho más grande de lo que era el comedor, y allí nos acomodamos lo mejor que podemos. Brenda toma asiento con Effie, y yo me decido a sentarme en uno de los sofás pequeños; Abernathy hace lo mismo.
Pronto la mujer de cabello rosáceo enciende el televisor de pantalla grande, y vemos las demás ceremonias una a una, los nombres, los que se ofrecen voluntarios y los que obviamente no. Analizamos los rostros de cada uno de ellos y me quedo con algunas: una chica grande y robusta grita de alegría cuando es escogida en el Distrito 1, y el que se convierte en su compañero tiene la misma expresión de devoción que ella. Su cabello rubio brilla cuando la luz del sol le da de lleno y me propongo a recordar su rostro y su nombre lo mejor posible para evitarle todo lo que pueda en los Juegos: Galliard Wood; los del Distrito 2 son un chico y una chica que aunque no posean mucha musculatura en el cuerpo, se nota claramente la locura en ellos. Uno de los presentadores dice que está emocionado con la elección de este año.
Proseguimos y me llama la atención una joven del distrito 3, tiene el cabello oscuro y unos ojos azules enormes. Es bastante delgada y de baja estatura, pero se nota a leguas que es inteligente. No parece estar realmente afectada por haber sido elegida, y lo que más me sorprende es que sonríe a las cámaras. Me gustaría saber si está fingiendo para ganarse el favor del público, pero es imposible saberlo. Cuando es el turno del chico, el interés nace al verle. Es alto, de piel algo tostada, cabello castaño oscuro y ojos del mismo color. Tiene algo de músculos, no muy notorios pero impropios para alguien a quien se dedica a la informática en su mayoría. Es entonces que el detalle que más me causa desconcierto es que no deja de mirar a su compañera, quizás porque está nervioso o confundido, pero noto que hay algo extraño ahí. La imagen se corta cuando vuelven a mirar al público y pasan de golpe al distrito cuatro.
—¿Ha sido un error de edición? —Suena la voz de Brenda, mostrando claramente una gran curiosidad por ello.
Nos ha parecido salido de lugar a todos, pero nadie le responde y decidimos seguir viendo las imágenes. Del Distrito 4 han sido elegidos dos jóvenes de cabello negro y la mirada un poco oscura. Se supone que su distrito es el mejor en la pesca, pero ellos tampoco me dan mucha pinta en cuanto se refiere a imaginármelos pescando y nadando por ahí. La chica es menuda, lleva una coleta larga y un tatuaje que le sigue del cuello hasta la parte del antebrazo derecho. Lleva ropa ligera y su camisa es de tirantes, por ello todos los presentes podemos verlo. Su nombre es Heather Jackson.
—Pensé que los tatuajes estaban prohibidos para gente como nosotros. ¿No se consideran vestigios de rebeldía? —Mi voz se escucha ronca, y Effie simplemente da unos balbuceos inentendibles, para acabar diciéndome que no está muy informada de lo que sucede lejos del Distrito 12.
Regreso la vista y veo que el chico es alto, bastante musculoso y estilizado. Tengo que admitirlo, es igual de atractivo que el del Distrito 3. Ahora, en el vídeo se muestra que habla con la chica, pero esta no le contesta. Pienso en que a lo mejor tienen una historia que contar. El chico, Ethan Blake, también tiene un tatuaje, pero en el cuello.
El resto del resumen de las cosechas pasan deprisa, y solo unos pocos se han quedado en mi memoria. Cuando llega nuestro turno, veo cómo las cámaras me graban desde distintos ángulos en el momento en el que detengo a Minho de hacer una locura en la cosecha y no puedo soportarlo, porque ahora veo su rostro a alta definición, y el pesar y la aflicción se refleja en él. Me levanto raudo e ignorando a mi mentor que intenta detenerme, me marcho de la sala.
No puedo sacar de mi mente el rostro de mi mejor amigo y quiero que el pecho me deje de doler. Al entrar en mi cuarto, lo único que hago es tirarme a la cama y poner las manos debajo de la almohada. Sostengo con fuerza la daga que me regaló. Pienso en él, intentando olvidar su rostro lleno de dolencias y, sorpresivamente, la imagen del rostro confuso del chico del Distrito 3, Thomas Stephen Williams, invade mi mente. Ahí es cuando pienso en que es tiempo de decir adiós a los secretos. Algo anda mal en El Capitolio o, al menos, en aquellos Juegos, así que, mientras observo el brillo del filo de la daga de nuevo, me prometo a averiguar de qué se trata todo esto. Un rato más tarde, caigo dormido y la oscuridad me da la bienvenida.
(...)
N/A → Bueno, mis ángeles, aquí tienen un nuevo capítulo, ¡espero les guste!
Cualquier duda que tengan, pueden dejármela en los comentarios que con gusto las responderé. ¡Los amo a todos/es/as! ;3
→ Se despide xElsyLight.
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