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「 ᴇʟ ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴏ 」



* cuatro años antes de los juegos *



No dejo de correr en ningún momento.

No devuelvo la mirada hacia atrás, porque si lo hago toda la valentía que he podido reunir para este momento desaparecería como plomo, de eso estoy seguro. Además, de que sería un completo idiota si desperdicio una oportunidad como esta para ayudar a mi familia.

Así que, me hago de oídos sordos y huyo de aquello que me persigue y me atormenta: la duda de fallar.

Pronto dejo La Veta atrás, en lugar más pobre de mi distrito y el cual resulta ser nuestro querido 12. Diviso la plaza en la que se encuentra mi objetivo. Bajo el ritmo debido a que algunos agentes de la paz se encuentran cerca. No quiero llamar la atención, así que me limito a aparentar normalidad y camino con lentitud hacia mi destino.

Doy una vista a mi alrededor, mientras me sostengo con fuerza de los brazos e intento hacerme a la idea de lo que voy a hacer. Puede que suene algo descabellado, pero debo hacerlo. Mi familia es lo primero, y desde que hace tiempo me he dado cuenta de que no son suficientes los suministros que consiguen (a duras penas) mis padres en las minas.

Ahí es cuando llegue a la conclusión de que no podía seguir con los brazos cruzados. Estábamos pasando por una mala época (al igual que muchos de los demás residentes del distrito); sin embargo, por este motivo, había tomado la decisión, quizás arriesgada, de acercarme a la única panadería del lugar y robar.

Puede que hubiera mejores lugares para escoger, pero unos días atrás descubrí que los Willson (dueños de la tienda), dejan entrar a los niños más curiosos para deleitarse con sus creaciones. Cabe destacar el hecho de que no existe vigilancia alguna; de ahí a que tomase la elección de ir a tanto. No cogería mucho, eso lo tengo claro.

—Tranquilo, respira, puedes hacerlo —me digo, en un intento de creer en mis palabras.

Estoy a unos metros, a nada de hacerlo y siento el corazón desbocado. ¿Soy capaz? ¿Si me pillan, matarían a mi familia para torturarme, o se conformarían conmigo? Las reglas del Capitolio eran sencillas: haces algo en contra de su ley, pues a sufrir. Un miedo creciente sube por mi espalda, y doy un paso hacia atrás, acobardado.

Pero recuerdo a mi madre, a aquella mujer de cabellos dorados llorando en la cocina esa misma madrugada con la esperanza de que nadie pudiese pillarla desprevenida. Ese simple hecho me hace recordarme que esa esa una de las razones principales por las que me tome la libertad de hacer esto.

Me estrujo las mejillas con rabia, en busca de aclarar mis ideas. «Vamos, Newt. Tienes que hacerlo», me repito en la cabeza varias veces como una especie de ritual. Después de todo, solamente es entrar y salir, nada más.

—No tengas miedo. —Tras decir aquello, reviso que la camisa que llevo sea lo bastante holgada, ya que este es el sitio en el que metería lo robado.

Sin más, subo por las escaleras pretendiendo no caer y finjo la mejor sonrisa que puedo, ya que debo aparentar ser un niño tan feliz (en lo posible) como cualquier otro. Uno, que solo va a entrar al lugar guiándose por la curiosidad infantil. Al abrir la puerta principal, aquella que esta enmarcada por piezas de caoba, la campanilla dorada suena y avisa de mi presencia.

La primera persona en clavar su mirada en mí, es la dueña, Adalaine Willson; me mira con su hermoso cabello negro y lacio (ahora recogido en un moño), y con aquella piel tostada tan envidiable, que no se suele ver en los pellejos de los mineros. Sus irises grises me escudriñan entero y me siento un poco incómodo, pero mantengo la misma posición, agarrando la blusa larga y de color verde oscuro, asemejando el aspecto de alguien con timidez.

No pongo atención en los comensales que están pidiendo la cuenta, y ellos tampoco reparan en mí. «Mejor así.», pienso, mientras espero a que la panadera me deje pasar.

Ella procura aparentar ser una persona severa, pero tras unos segundos muy intensos para mí, su máscara se hace añicos. Es una buena persona, porque suelta una risa encantadora y me dice que pase, pero, que no toque nada. Le doy las gracias en bajo, y abandono la entrada.

Comienzo a observar, esta vez con algo de interés, todo lo que forma la tienda y lo que capta mi atención de inmediato son los dulces. Son de esos tipos con los que sólo se puede soñar. Paso después por las bebidas refrescantes y zumos naturales; luego por pasteles glaseados de infinitos colores que hacen mi boca agua. En suma, esta la bollería, en la que tras un mostrador de magdalenas algo rancias a la vista, puedo encontrar lo mejor para mí: un puesto extenso de panes y algunos pocos panecillos. Unos son más pequeños que otros, más alargados, más brillantes, más jugosos y otros, en cambio, están rellenos de frutos secos o de diferentes glaseados.

Sin embargo, los que me gustan son los que encuentro en la parte de atrás: los simples, los olvidados de hace semanas. Desde que he entrado y viendo todo lo de la tienda, me hago la idea de que me tengo que llevar algo que no llame la atención si falta. ¿Y que mejor que uno o dos panes cómo esos? Con rapidez y mirando a todos lados como algún tipo loco, agarro con mis manos desnudas dos de ellos que no son tan enormes a la vista. Los escondo bajo la camisa, asegurándolos en el pantalón. Se ve seguro, me digo, para alejarme un poco de ese puesto.

El sudor, repentinamente, me recorre por la parte de atrás del cuello, pero no me detiene a revisar por segunda vez si alguien se ha dado cuenta de lo que acabo de hacer. No es así, por lo que me devuelvo hacia la salida. El camino se hace tortuoso y parece cada vez más lejano. ¿Cómo puede ser eso posible? Intento aparentar estar normal cuando ya aparezco ante la vista de la dueña y otros consumidores diferentes; pero siguen sin fijarse en mí, y sonrío victorioso.

Pienso que es una locura haberlo conseguido, que a lo mejor estoy soñando, pero al notar como mis pies no se detienen, sé que es real. Estoy tan próximo a la puerta que ya puedo sentir mis dedos alargarse a ella. La suerte me acompaña sin duda; ya me imagino llegando a mi casa a darles la buena noticia. Doy una última mirada al mostrador, para comprobar que las cosas siguen en calma y al confirmar que es así, por fin me dispongo a abrir la puerta.

Mi salida, está ahí y es mía.

—¡Espera, verducho! —Escucho que una voz me susurra a mis espaldas, advirtiéndome.

Pero es demasiado tarde; para cuando me doy cuenta alguien al otro lado abre la puerta al mismo tiempo que yo. Y lo hace con tal fuerza que me caigo al suelo de sopetón. Me duele el trasero, pero no se compara con la falta de aire que me invade al darme cuenta de lo que acaba de pasar. Estoy seguro de que el color del rostro me ha desaparecido por completo cuándo al bajar la vista hacia mi camisa, veo cómo los panes salen por debajo.

No sobresalen demasiado, pero quien sea que esté enfrente de mí es muy capaz de verlas. Estoy jodido. Me han pillado, van a detenerme y no volveré a ver a mi familia jamás. Cierro los ojos, temblando como una hoja y casi notando cómo las lágrimas se escurren por mis mejillas. Me da tristeza en pensar en lo cerca que he estado de hacer algo bien por mí mismo.

Se me ocurre la idea de pronto de pedir perdón, de arrodillarme y esperar porque lo dejen pasar, pero no tardo en descartar esa descabellada idea en cuestión de segundos. Eso nunca sale bien. Además nunca han demostrado tener piedad con nadie, ni siquiera con niños.

La dependienta pregunta en alto si me encuentro bien, pero no puedo hablar. Siento la lengua pesada y solo parece empeorar cuándo una mano se asoma por mi vista. Me quedo paralizado porque pienso en qué me van a arrastrar hacia la calle y me van a castigar delante de todo el mundo. Seguro que se trata de un agente de la paz.

Quiero volver a cerrar los ojos, pero mi cuerpo no reacciona; me ha traicionado por completo. Entonces, algo pasa. Una persona totalmente desconocida para mí viene corriendo, toma posición conmigo y me mete los panes en el interior de la camisa con una rapidez de águila.

Al momento mis ojos se cruzan con unos castaños, decididos y a pesar de que no lo conozco para nada, entiendo que es el chico que me había dado el aviso de antes. Mientras varias mariposas bailan sobre mi estómago, veo cómo mira hacia mi vientre y señala hacia afuera con los ojos. Entiendo de golpe lo que quiere que haga, y no tardo en colocar una mano bajo mi vientre, para comenzar a actuar. Pongo mala cara de inmediato, tratando de fingir que tengo un terrible dolor de tripa. Me quejo con sonoridad, esquivando la mirada de la persona que tengo enfrente y la que me había pillado desprevenido.

Y por supuesto que no quiero saber con quién demonios me he cruzado, así que agradezco en el fondo de mi corazón la intervención del chico desconocido.

—¡Perdón, mi amigo es un torpe y no ve por dónde anda! ¡Le duele la tripa, así que lo voy a devolver a su casa, Ada! —El chico habla con tanta confianza que comprendo que conoce a la señora y lo mejor, que me está encubriendo por completo.

¿Pero por qué motivo lo hace? Ni siquiera me conoce. Dejo entonces de hacerme preguntas tontas para ese momento, al notar su agarre en mi brazo libre. Después da otra disculpa a la persona que tenemos delante, salimos del lugar a trompicones.

¿De verdad me había salido con la mía?, me cuestiono mentalmente incapaz de creerlo.

Entre que dejamos el establecimiento atrás, no obstante, escucho con bastante claridad como Adalaine le pregunta al de la entrada: —¿Se encuentra usted bien, joven Abernathy?

Mis ojos se abren, asustados, al comprender que he chocado con el actual vencedor del distrito doce, Haymitch Abernathy. ¡Él seguro que me delata! El miedo vuelve a instalarse a mi cuerpo, sin darme cuenta de que el otro chico sigue tirando de mí hasta ocultarnos unas casas más arriba, casi cerca de La Veta. Pero no puedo quitarme de la cabeza que al volver a casa seguro que me estarán esperando los agentes de la paz para detenerme; o en el peor de los casos, ejecutarme enfrente de todos ellos.

De pronto, tengo que regresar la atención al chico cuando al soltarme el brazo, me grita.

—¡Eres idiota! ¿Cómo se te ocurre intentar robar en horario de Haymitch? Estamos jodidos, sin duda. ¡Debí haberte ignorado cuando te vi agarrando esos estúpidos panes! ¿Por qué demonios te he salvado el pellejo? —Lo veo agarrarse del cabello, claramente, entrando en una crisis existencial.

Aquello me enfada de inmediato, porque en ningún momento le he pedido ayuda. Es decir, se lo agradezco, de verdad que sí, pero echarme la culpa de esa manera es lo menos que necesito ahora. Porque ya me culpo yo lo suficiente para que lo haga alguien más.

—¡Yo no te he pedido que lo hicieras! ¡Esto era cosa mía, pero ahora por haberte metido, tu familia y tú vais a ser castigados por mi culpa! —Ojalá nunca se me hubiera ocurrido esta tontería. 

Frunzo los labios, angustiado. No quiero que alguien más cargue con lo que hago, y ahora míranos..., Suspiro, de repente muy cansado. Soy un estúpido al pensar por un momento que todo me saldría de color de rosa. Era un crío iluso, eso sin duda.

—Oye, verducho, escucha. —Miro al chico, confundido, en parte por la palabra que acaba de usar porque nunca antes la había oído. ¿Y no estaba enfadado conmigo?—. No te culpes tanto, ¿vale? Y lo siento, no quería hablarte de esa manera antes.

—Pero tienes razón. He sido un tonto al pensar que podía.

El chico se rasca su cabello negro, incómodo. Aprovecho entonces para fijarme mucho más en su apariencia; distingo una piel achocolatada y rasgos de descendencia asiática. Algo que no se ve mucho por aquí en estos tiempos, aunque estoy seguro de que de ser otro niño, que no se la pasa encerrado en casa tratando de no pasar hambre o de no causar problemas a mis padres, lo habría visto varias veces por la calle y así no me resultaría tan extraño. Su aspecto tan diferente resulta inconfundible, y en mi opinión, mola bastante.

Me sonríe con diversión, colocando las manos en jarras sobre su cintura. Me saca una cabeza y es mucho mayor que yo, a lo mejor por dos años, no lo sé. Pero ya tiene rastros de plumazos maduros por su rostro, a diferencia de mí, claro. Mi madre me suele decir que a pesar de lo delgado que estoy, todavía tengo marcas infantiles. Yo no suelo creerlo porque frente a un espejo, me veo famélico y con una contextura de pluma.

—Pero lo has hecho —señala, hablando de nuevo sobre los panes que llevo debajo de la camisa.

—No lo he hecho. He roto las reglas y cuando llegue a casa, seguro que estarán ahí para castigarme, o algo peor. —Le respondo, sintiendo que la impotencia me invade de a poco.

Entonces, vuelvo a ver cómo el chico se rasca la nuca y pienso en que a lo mejor se trata de alguna manía suya. Su mirada es esquiva y entiendo que no es fácil hablar de este tema. Sobre todo teniendo en cuenta que estamos charlando sobre una realidad que significa tortura y posiblemente, muerte.

—Oye, tranquilo. Confiemos en que Haymitch no diga nada y... —Se interrumpe de golpe cuándo ambos escuchamos como el nombrado se da a conocer a nuestra espalda.

No aparenta los diecisiete que se supone que tiene, algo entendible, porque tras sus Juegos del año pasado (los 50), era imposible estarlo. 

Tiene unas pronunciadas ojeras bajos sus ojos claros, los cuales poseen un rastro triste y melancólico. No puedo ni imaginarme las pesadillas que debe de soportar cada noche por culpa de su mala suerte. Resulta que el año pasado le tocó jugar en un Vasallaje de los Veinticinco, y en resumen, debe de tener encima muchas cicatrices de por vida. A pesar de todo, y de fingir que no tiene ese peso invisible en sus hombros, Haymitch nos sonríe algo burlón. No sé cómo sentirme respecto a eso, pero sé de antemano que nunca podré entender lo que le pasa por la cabeza.

—¿No sois los bravucones con los que me he cruzado antes? —Al fijarme bien, está apoyado en la pared contigua, agarrando con fuerza una bolsa entre sus manos. Se ve que ha hecho una compra rápida.

El chico desconocido se coloca sin pensarlo delante de mí, como protegiéndome y no puedo evitar alzar una ceja, totalmente confuso por sus acciones. Habla en un tono grave.

—Si has venido aquí a delatarnos, vas en mal camino. —Su tono es hosco, ligeramente duro. 

—¿Y por qué sería eso? —Haymitch pregunta, más que interesado por la situación.

—Porque esto era una especie de apuesta. No tienes por qué delatarnos a los dos. Fue idea mía. —Al momento quise rebatirlo, porque no quiero que se imponga algo de lo que no tenía nada que ver, pero sigue hablando al ver mis intenciones—. El niño sólo lo ha hecho porque le dije que de no ser así, le iba a dar la golpiza de su vida. Por eso, si buscas a un culpable, lo tienes delante.

Haymitch nos analiza con seriedad, con un ceño fruncido y dando vueltas a su bolsa de compra. Yo aprovecho para decir la verdad, porque de esa manera me han criado mis padres, Maggie y Rick Grey, y no pienso seguir mintiendo a estas alturas.

El vencedor del año pasado me dedica otra de esas miradas intensas y sé que espera ver si continúo siendo un cobarde, o por el contrario, asumo la culpa. Creo que sabe la respuesta cuándo cruzamos los ojos. 

Me adelanto, saliendo del brazo protector del chico desconocido, y declaro con seguridad: —Esto no es cierto. No lo conozco y todo lo que he hecho en la tienda, ha sido por decisión propia. Yo he robado estos panes y la culpa es solo mía. Me da igual lo que pase conmigo, pero no hagas daño a este tonto y mucho menos a su familia, por favor.

»Aquí los tienes —termino mientras se los tiendo.

El chico de descendencias asiáticas cierra sus ojos, hastiado. Su expresión por sí sola me dice que la he cagado, que no tendría que haber hablado de más, pero yo solo me dedico a ignorarlo mientras no aparto la mirada de Haymitch Abernathy, el vencedor del doce.

El adolescente me sostiene la mirada, retándome, hasta que de repente, estalla en carcajadas. Comparto una mirada confusa con el chico desconocida y creo que no soy el único que siente que se ha perdido de algo. ¿Nos tomaba por idiotas? Aún así, ninguno de los dos dice nada, más que nada por la incertidumbre de lo que pudiera pasar; esperamos a que se detenga.

Cuando lo hace, se está limpiando unas lagrimillas de los ojos. ¿Tanta risa da nuestro fatal destino?, pienso cabreado de repente. Aprieto los panes con fuerza, deseando que toda esa pantomima termine de una maldita vez.

—¡De verdad que me habéis hecho el día, niños! —El vencedor no deja de sonreír, burlonamente.

—¿Niños? Te recuerdo, por si se te ha olvidado, que tú también sigues siéndolo —responde con fiereza el chico a mi lado, tensando los hombros.

Luego me digo que tiene que mejorar ese tipo de amenazas, hasta que me golpeo la cabeza mentalmente, porque ¿qué voy a saber yo? Sólo soy un crío de catorce años, y se supone que debería estar en la cama aún durmiendo.

—¿Ves? —Haymitch vuelve a reírse unos segundos para finalmente sacar unos refrescos de naranja. Luego nos los lanza. El chico a mi lado agarra ambos sin siquiera pestañear—. Venga, quitad esas caras tan largas, no voy a decirle nada a nadie. Confiad en mí, odio demasiado al Capitolio como para darle la satisfacción de matar a dos niños como vosotros.

El chico a mi lado me mira sin poder creerlo. Esta igual que yo.

—¿Lo estás diciendo en serio, Haymitch? Porque desde que te llevaron a los Juegos, ya no sé si puedo confiar en ti —menciona mientras gira los refrescos entre sus dedos—. Me dejaste de lado, ¿recuerdas? No tendría ni siquiera qué tomarte en cuenta.

Al vencedor del distrito se le oscurecen los ojos y me siento fastidiado al encontrarme en medio de alguna especie de rivalidad o recuerdo doloroso entre ambos. Luego pienso que el chico a mi lado solo lo está dañando todo y que va a hacer que Haymitch entre en razón para delatarnos.

Pero no lo hace. Simplemente permanece quieto, con los ojos bajos y sus hombros se hunden. Y ahí está, su aspecto envejece de repente. Aparenta más edad de la que tiene, otra vez.

—Sé lo que hice, y fue por tu bien, créeme. No quería que te pasara nada malo —declara, con sinceridad, y me parece estar escuchando algo que no es de mi incumbencia. Me siento mal de repente, y esta vez de verdad.

—Tu no tenías porqué decidir eso. —El chico a mi lado parece no dar el brazo a torcer, pero eso me hace darme cuenta de que quizás, en un pasado, fueron amigos.

Sin embargo, después de un grave silencio, Haymitch suspira para dirigirse hacia mí. Los brazos ya me duelen de tenerlos extendidos; noto que un pequeño hormigueo se reparte por ellos.

—Oye, en serio, podéis llevaros esos panes y compartir las bebidas, no voy a hacer nada. 

—¿Por qué no lo harías? No ganas nada a cambio. —Me hice notar de nuevo, mostrándole mi sospechas con ello. Sin duda, era un libro abierto.

—No pierdo nada tampoco si os delato. Estoy vacío ahora. —Y sin más, se da la vuelta, mientras saca una cerveza de la bolsa.

Tira la bolsa entonces al suelo, sin importarle en donde caiga y presiento que se me va a salir el corazón. ¿Puedo confiar realmente en su palabra? Y a pesar de que espero que el vencedor se dé la vuelta para ensartarnos con una trampa de los Vigilantes, sigue caminando con pasos lentos.

El chico a mi lado se relaja, soltando un bajo suspiro, y me permito hacerlo también. Decido seguir sus mismos pasos y bajo mis brazos, notando una ligera presión por dentro. Los panes están fríos.

Haymitch antes de desaparecer, se da la vuelta para mirarme de soslayo y me pregunta: —¿Cuál es tu nombre, rubito?

Yo dudo por un momento en responder, pero si había decidido salvarme la vida, no me veo en la necesidad de guardármelo. No pasa nada, me repito en la cabeza varias veces, es como tú. Un chico perdido en este mundo cruel.

—Grey..., Newton Grey. —El adolescente me dice que lo recordará y, sin más, se marcha.

Allí es cuando siento que la pesadilla ha terminado y suelto todo el aire que puedo. Vuelvo a respirar, sostengo los panes sobre mis rodillas liberándome de encima toda la tensión de mi cuerpo. Sin creerme todavía lo que acaba de hacer el vencedor del Distrito 12, me incorporo nuevamente al escuchar cómo se abre una de las latas de refresco. El desconocido me tiende una.

—Soy Minho Khan. —Con cuidado de no tirar los panes, los sostengo en una sola mano para agarrar la bebida en la otra—. Bebe, anda, nos lo merecemos después de esto. —Y se bebe la suya de un trago.

Yo observo la mía y por primera vez después de mucho tiempo, hago caso. La trago con placer y una felicidad recorriéndome por completo. Siento que me seca la agraviada garganta y de verdad, después de toda la presión del momento, es realmente refrescante.

—Sigo sin entender porqué me has ayudado.

Minho —ahora sabiendo su nombre— se limpia con el dorso de sus manos la comisura de los labios, y sacude sus hombros. No me da ninguna respuesta y a pesar de que espero largos minutos a qué se decida hablar, luego comprendo que no piensa hacerlo. No insisto y sigo bebiendo de mi refresco hasta terminarla.

Después ambos tiramos nuestras bebidas en una papelera cercana, teniendo mucho cuidado de no ser vistos por nadie. Después de todo, sería muy sospechoso.

Y allí, en aquel agujero y en compañía de ese chico que me ha salvado la vida, siento un agradable calor en mi pecho. No me resisto, tengo que devolvérselo como sea. Por eso, le tiendo una de las barras de pan duras.

—Por ayudarme y todo lo de después. —Pero él sacude la cabeza, divertido, y negándose a cogerla.

—No hace falta, hombre. Yo hago esto todos los días, y se ve que lo necesitas más.

La noticia me sorprende, por supuesto, pero aún así no puedo evitar sentirme acogido de pronto. Nunca he tenido muchos amigos, más que alguna que otra persona con la que he hablado en clase; como Brenda, la chica que siempre me sigue a todas partes. Tiene un comportamiento algo brusco, pero siempre comemos juntos en los recreos de la escuela.

Aunque no hay nada más que eso, y ahora..., Pienso en qué me gustaría ser amigo de Minho, aunque es imposible. Por eso, resguardo mi propio pan bajo mi camisa, notando brevemente mucha más comodidad que antes. Me despido con una mano y me propongo a separarme de su lado para irme a casa. Me sorprende cuándo su voz me detiene.

—Oye..., Si quieres puedo enseñarte. —Le miro sin entender nada de lo que dice—. Ya sabes, puedo darte clases. Soy un experto. Sólo si quieres, claro. —No sé identificar el último tono que utiliza, pero quiero creer que es una abierta invitación para vernos de nuevo.

Siento que los músculos de la cara se me estiran para lucir una emocionada sonrisa.

—Me... me gustaría mucho, Min.—No tengo idea de dónde ha salido el apodo, pero continúo: —De verdad, puede que no sea mejor que tú, pero me esforzaré en superarte. —Me sonríe ampliamente, y sé que he dado en el clavo.

—Y oye, ¿Min? ¿Te gusta poner apodos a la gente? —Yo me carcajeo y pronto me sigue igual. Me alivia mucho que no se haya molestado—. Bueno, supongo que de ahora en adelante puedo decirte Newt, ¿no es cierto?

—Lo prefiero a Newton, sinceramente. —Admito con gusto, y él promete no decirme así nunca más.

Después ambos terminamos por tomar caminos separados, pero con la promesa de encontrarnos al día siguiente. Mientras corro hacia mi casa, con una sonrisa y con un humor rejuvenecido por varias razones, me digo que puede que podamos llegar a ser amigos con el tiempo. Al menos, eso espero.

Atravieso las callejuelas polvorientas, los caminos raídos y las casetas apunto de caerse para llegar hasta la mía. Una cosita blanca y que se mantiene estable por los arreglos que suele hacer mi padre constantemente. Ya dentro de casa, me encuentro a toda mi familia despierta, esperándome. Por supuesto, luego de una larga regañina por parte de mis padres, disfrutamos del pan y de lo poco que habíamos guardado en la despensa de días anteriores. Y aunque otra persona pudiera decir lo contrario, esa mañana nos pegamos un verdadero banquete.

Y mientras veo a mi hermana pequeña, Lizzy, comer hasta que parece una ardilla con bellotas en las mejillas, me siento ciego al no haber visto antes lo afortunado que soy de tener esta familia, ni de la suerte que tengo. Me juro entonces que nunca voy a olvidar la ayuda que me han dado hoy Minho y Haymitch, y la realidad de que siempre estaré en deuda con ellos.

Hoy, mañana y hasta el final de mis días.

N/A → ¡Así comenzamos esta historia! Me encanta escribir con estos dos, y en serio, espero que les guste tanto como a mí. Recuerden dejar votos y, sobre todo, comentarios porque me animan mucho a seguir. Quiero aclarar que aunque esté narrado en tiempo presente, esto es algo del pasado. Aquí Newt tiene catorce y Minho dieciséis. Como ya se ha explicado, Haymitch tiene diecisiete y es un año después de sus juegos. Los quiero mucho y ¡nos vemos pronto!

* edit 07/ 06/24 * ¡Hola, mis tributos! Solo venía a decir para los nuevos lectores que la vieja versión ha sido editada de este capítulo y que me alegra decir que finalmente he podido arreglar varios errores que habían. Ahora, los siguientes capítulos serán editados cuándo acabe la trilogía. Nos vemos en el tercer libro.

Se despide xElsyLight.

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