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𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑

"The mystery of human existence lies not in just staying alive, but in finding something to live for."

—Fyodor Doestoevsky

Agosto, 1945. Parque Mayfair.

En el pulmón verde de Mayfair, donde la opulencia londinense se filtraba a través de las hojas de los árboles centenarios, Abigail encontró su refugio. El parque, un tapiz de flores y senderos sinuosos, era su santuario. En aquella tarde fría de Agosto, envuelta en un suave chal de cachemira, se dejó llevar por la brisa que acariciaba su rostro, suspirando por un futuro incierto. Abigail después de la noticia desgarradora de la pérdida de su madre se sentía envuelta en una telaraña de tragedia y melancolía de la cual no parecía poder escapar.

Su mirada se perdía en el horizonte, donde los edificios victorianos se erguían imponentes, testigos mudos de una era que parecía haber quedado atrás. Sin embargo, en el aire aún pervivía un halo de melancolía, una sensación de que el mundo nunca volvería a ser el mismo. Abigail, con su alma sensible y su espíritu romántico, anhelaba un mundo donde la paz reinara y el amor floreciera. Fue entonces cuando lo vio. Sentado en un banco cercano, con la mirada fija en un punto indeterminado, se encontraba un joven de una belleza enigmática. Su rostro, pálido y anguloso, contrastaba con la intensidad de sus ojos oscuros, que parecían albergar secretos inescrutables. Tom, así se llamaba, según la etiqueta que llevaba en su pecho, emanaba una aura de misterio que cautivó a Abigail desde el primer instante.

Sin decir una palabra, se levantó y se dirigió hacia el banco vacío que se encontraba junto a Tom. Se sentó, sintiendo la tensión que se creaba entre ellos, una especie de electricidad estática que recorría el aire. A pesar de la distancia física que los separaba, Abigail percibía la oscuridad que habitaba en el interior de aquel joven, una oscuridad que, paradójicamente, la atraía de manera irresistible.

En ese momento, el tiempo pareció detenerse. El bullicio de la ciudad se desvaneció, y solo quedaron ellos dos, sumergidos en un silencio profundo y conmovedor. Abigail se preguntaba qué secretos guardaba aquel joven de mirada tan intensa, y si alguna vez se atrevería a compartirlos con ella. Tom, por su parte, observaba a Abigail con una mezcla de curiosidad y desconfianza. La joven, con su aura de inocencia y su belleza delicada, representaba todo aquello que él había dejado atrás.

Una leve brisa agitó las hojas de los árboles, llevando consigo el aroma de las flores recién florecidas. Abigail inspiró profundamente, tratando de disipar la tensión que se había creado entre ellos.
—Es un día hermoso, ¿no cree? – preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Tom asintió lentamente, sin apartar la mirada de ella.
—Sí –respondió con voz grave —muy hermoso.

Los serenos ojos oscuros del chico no parecían representar con exactitud lo que su voz elocuía. Su mirada encarnaba una ambigüedad que Abigail solo había advertido en su hermana.

Agosto, 1945. Diario de Tom Riddle.

Hoy, en el parque, me encontré con una visión de pureza: una chica llamada Abigail. Sus rasgos delicados y su comportamiento angelical eran como un soplo de aire fresco en este mundo miserable. Mientras la observaba desde lejos, un deseo retorcido comenzó a arraigarse en mí. Anhelaba corromper su inocencia, manchar su alma pura. Mi mente divagaba hacia fantasías oscuras, imaginando ángeles ahogándose con sus halos, sus alas prístinas desgarradas. Imaginé a Abigail, indefensa y vulnerable, mientras yo la deshacía lentamente, arrancándole los dientes uno por uno. En mi imaginación retorcida, me veía alimentándola con agua de rosas hasta que estuviera borracha de su dulzura, solo para verla caer en la depravación. Cuanto más me detenía en estos pensamientos siniestros, más me consumían. Me sentí atraído por Abigail, como una polilla a una llama, desesperado por hacer realidad mis sueños retorcidos. El impulso de destruir su inocencia se hacía más fuerte a cada momento, un hambre enfermiza que carcomía mi ser.

Ella fue la que se acercó a mí. Acepto ahora que en su momento el orden de los hechos me tomó desprevenido, no esperé que fuera tan ingenua como para acercarse ella a mí, pero hoy fue una de las pocas veces en las cuales me he equivocado.

Al salir del parque, no pude sacarme de la cabeza la imagen del rostro puro e inmaculado de Abigail. Sabía que volvería, que encontraría maneras de tentarla, de atraerla a mi red de oscuridad. Y cuando llegara el momento adecuado, me deleitaría con la satisfacción de verla caer en desgracia, sus alas prístinas cortadas y rotas, como los ángeles de mis visiones de pesadilla.

Hasta entonces, me deleitaré con la anticipación, saboreando cada momento de su inevitable corrupción. Porque en su destrucción reside mi mayor placer, un deleite perverso que solo yo puedo comprender.

Diciembre, 1857. Londres rural.

La joven, apenas una flor marchita antes de tiempo, se levantaba con el alba, cuando el rocío aún perlaba la hierba y los pájaros entonaban sus primeras alabanzas al sol. Sus días eran un interminable laberinto de tareas: ordeñar vacas, recoger huevos, lavar ropa en gélidas aguas, y caminar millas para llevar el agua de la fuente. Sus manos, endurecidas por el trabajo, eran las únicas herramientas que poseía para esculpir su destino, destino el cual ella no viviría para presenciar.

El invierno era un cruel tirano. El frío se colaba por las grietas de su humilde cabaña, transformándola en un iglú de hielo. Las noches eran largas y solitarias, iluminadas únicamente por la danza fantasmal de las llamas en la chimenea. En esos momentos, la joven se refugiaba en sueños tejidos con hilos de esperanza, soñando con un futuro más cálido y luminoso. Pero la luz parecía ser una simple, y fugaz ilusión que los ricos habían inventado para mantener controlados a los trabajadores.

La alimentación era escasa y monótona. Pan negro, patatas y agua constituían su dieta diaria. A pesar de la fatiga, la joven se esforzaba por mantener una sonrisa, pero sus ojos reflejaban la tristeza de una vida marcada por la privación. Su sonrisa era una máscara que ocultaba el hambre que carcomía su alma y su cuerpo en partes iguales. Por consecuencia la enfermedad era una constante amenaza. Un simple resfriado podía convertirse en una sentencia de muerte. Los remedios caseros, a base de hierbas y raíces, eran su única esperanza. La vida y la muerte se entrelazaban en un frágil equilibrio, y la joven caminaba por esa delgada línea con cada latido de su corazón.

A pesar de las adversidades, la joven conservaba una inquebrantable fuerza de voluntad. Su espíritu era como un pequeño pájaro que cantaba en medio de la tormenta, desafiando a los elementos. Soñaba con un mundo más allá de su aldea, un mundo lleno de promesas y oportunidades. Mundo que tal vez no llegaría para ella, pero que existía en su interior. Su corazón, a pesar de las incontables cicatrices latía con furor, con esperanza de un amor que la rescatará de la oscuridad de la olvidada finca.

El futuro el cual, por más que inexistente e inexplicable para aquellos que se permitían dudar de él, para la joven se presentaba como un camino oscuro y sin salida del cual no se podía escapar.

Esta joven llamada Agnes Hawthorne Clemont Rumander murió a los 15 años, acusada de brujería murió quemada. Agnes y su familia emigraron de Francia a Inglaterra en busca de mejores condiciones y oportunidad, las cuales no encontraron. Agnes pasaría a ser la primera bruja de la familia Clemont la cual pasaría a ser de las familias más ricas de Londres en los 40's, 50's y 60's.

Diciembre, 1944. Extracto del diario de Adeline Clemont.

Espero con ansían el fin del día, donde, con suerte, las estrellas se detendrán y las agujas del reloj se moldearán bajo mis frías manos, pero ¿Quién ha de parar, si no el tiempo? ¿Acaso no es el futuro el presente del futuro y el presente el pasado del futuro? ¿Acaso alguien será capaz de hacer parar el constante ruido de las agujas del reloj? Pensando esto llegó otra pregunta a mi mente ¿acaso sabemos nosotros que es el tiempo fuera del reloj? Se muy bien que el reloj es una metáfora para explicar algo tan complejo como el tiempo, pero ¿cuando la metáfora se convierte en la realidad misma? Esa idea me ronda la mente con estresante insistencia y no es más que el no saber lo que me angustia.

Enero 1963. Extracto del diario de Abigail Harding.

Si la perfección pudiera tomar forma humana; si la inteligencia y la brillantez pudieran moldearse en un solo ser, ese hombre se llamaría Tom Riddle. Un dios hecho realidad. O al menos así parecía a los estudiantes de Hogwarts que lo siguieron como los leales seguidores que finalmente se convirtieron. Es innegable que Tom Riddle desarrolló un culto a su alrededor durante sus años escolares, y estos fueron los mismos pensamientos que cruzaron por las mentes de aquellos que conocemos como los Caballeros de Walpurgis.

A lo largo de sus años escolares, Tom Riddle no era en absoluto una figura siniestra cuya ira fuera conocida en todo el castillo; de ninguna manera era temido, ni tampoco inspiraba sentimientos de resentimiento en los demás. Todo Hogwarts parecía haber caído rendido a sus pies, sin importar la edad, el rol, la sangre o el estatus social. Con Tom Riddle había respeto y admiración; un tranquilo huérfano que solo tenía bondad para ofrecer. Que esto fuera simplemente un papel que estaba interpretando, nadie podía saberlo. Los psicópatas son capaces de presentarse a los demás como alguien más; pueden, al igual que los actores, llevar la misma sonrisa perfecta día tras día, sin que nadie descubra la verdad. He de admitir que yo misma me encontré admirándolo desde el momento en el que lo conocí en el parque Mayfair, me es claro ahora que era muy ingenua para saber la perversidad de su mente y sus verdaderas cualidades.

Lo defendí por mucho tiempo ante los ojos llorosos y suplicantes de mi hermana. Era obvio el desespero en su semblante pero yo era ciega de vista y de corazón. No fue hasta el día en el que reveló su inhumanidad que yo me di cuenta de que había caído en su trampa, no fue hasta eso momento donde él se mostró divino, inmortal pero inhumano que yo vi mi propia mortalidad reflejada en sus afables mentiras donde él era dios y yo era el cordero sacrificado.


Hoy fue un capítulo un poco largo para lo que yo suelo escribir pero siento que todo lo que escribí me gustó y quedé súper satisfecha con este capítulo. Espero y ustedes sientan la misma satisfacción leyéndolo (aunque hay pocas cosas satisfactorias en la historia como tal) que yo escribiéndolo. 💗💗

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