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Melissa nunca creyó estar sola, desde pequeña se sintió vigilada. Por sus padres, Sir Reginald Hargreeves o científicos. Pero había una mirada en especial que la hacía sentir... amenazada.

Cuando ella tenía cinco años la llevaron a una prisión a practicar a lo que llamaban C.A.A., algunos condenados a pena de muerte les daban la oportunidad de salir libres solo sí: vencían a la pequeña niña de cabello rojo. Algo que podría parecer sencillo, pero si esos hombres supieran a lo que en verdad se enfrentaban hubieran preferido la horca.

Todos los fines de semana Melissa iba a la prisión, la misma rutina; esperar, electroshocks, matar, lavarse, esperar e irse. Claro que, actualmente ella no recordaba eso.

Primera etapa: esperar. Algo sumamente importante, aunque no parezca, los presos no sabían lo que tenían que hacer hasta que los seleccionaban y les daban el objetivo, por lo tanto a Melissa le ordenaban sentarse en medio de todos, sola en una mesa. Sin hablar con nadie, solo hacían nacer la curiosidad y el orgullo en los condenados para que crean que aquello iba a ser pan comido. Una pequeña niña, sentada frente a todos, comiendo una paleta mientras jugaba con sus muñecas; una imagen perversa si lo ves desde el ángulo correcto. En ese tiempo, solo había una cosa que hacía temblar a Melissa, la escalofriante mirada de un preso sentado al fondo, oculto: Harold Jenkins.

Segunda etapa: electroshocks. Los gritos sonaban por todas partes en aquella prisión, retumbaban en el suelo y hacían eco hasta en los cuartos más oscuros, provocando piel de gallina a muchos. Esta etapa era la menos favorita para Melissa. Sir Reginald le decía que para ser poderoso, hay que sufrir. Y eso era lo que hacía, la amarraban a una camilla y la sometían a intensas sesiones de electroshocks, con el tiempo, la energía se convirtió parte de ella y nada podía detenerla.

Tercera etapa: matar. Un cuarto blanco, una silla, un hombre de cincuenta y tres años, maso menos, y una niña con cabello negro, chispas en los ojos y descalza. Normalmente, el preso que entraba lo primero que hacía para intentar salvar su vida era intentar pegarle a Melissa, sin embargo cada vez que intentaba tocarla una corriente lo atravesaba con agresividad y lo dejaba sin fuerzas. Luego, hacían lo que los humanos normalmente hacen cuando no tienen salida, pedir misericordia. El condenado tocaba la puerta gritando por ayuda pero nadie acudía, nunca. Lo que pasaba después es algo sobrestimado, con un simple movimiento de manos toda la habitación temblaba y chispas revoloteaban al igual que el espeso cabello negro de la chica, quién parecía estar fuera de sí. Gritos, más gritos y por último silencio. No hacía falta ser experto para adivinar que la razón de aquel abrupto silencio.

En las dos siguientes etapas ni siquiera estaba consiente, esas fases eran, más que nada, para los encargados. Encubrir la muerte de un preso era difícil, pero no les convenía que Melissa salga llena de sangre. La sedaban.

Irse era la etapa favorita de la niña, su cuerpo le ardía y no entendía el porque olía a lejía por todas partes. Además que no podía tocar a nadie, solo la rodeaban.

Pero habían cosas que ella no notaba, o casi. La mirada que la atormentaba, llena de enojo, desprecio ...envidia.

El cinco de septiembre de 1943, la esposa del millonario Jacobe Jenkins tuvo dos hijos: Leonard y Edward.

Esta escritora le gusta mantener el misterio para el futuro trama, así que, les contaré en general. Tranquilos, todo a su tiempo.

Por su parte, Leonard heredó la empresa de su padre, y con eso las investigaciones, a pesar de ser el menos responsable de los hermanos.

En cambio, Edward fue menospreciado por su familia; ellos querían que se casara con un mujer proveniente de familia adinerada, en su lugar se casó con alguien común y corriente. Se convirtió en una deshonra, pero eso no le importada. Cambió toda su vida de lujos y oportunidades por estar con aquella chica.

Hasta que en la séptima hora del primer día de octubre de 1989, su esposa dio a luz a su hijo: Harold Jenkins. Fueron unos cuantos minutos en los qué adoró a ese inocente bebé, hasta que contempló con sus propios ojos como la mujer por la que había dado todo moría en la camilla del hospital. Todo por dar a luz a ese mocoso al que odiaba con toda su alma.

Todos conocemos lo que pasó después, pero no lo que pasó en prisión.

Harold llegó a enterarse de la existencia de Melissa años después, como aborrecía a esa niña. ¿Por qué? Oh, eso no les puedo contar.

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