𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞. 𝐬𝐰𝐞𝐞𝐭 𝐧𝐨𝐭𝐡𝐢𝐧𝐠
Tres. Dulce nada
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Habían pasado cinco años desde el último momento trágico que pasó la Casa del Dragón. La partida del príncipe Aerion había marcado fuertemente a todos los miembros de la corona, incluyendo a los más jóvenes.
Alyssa aprendió a vivir sola, rodeada de mujeres que se hacían llamar sus cuidadoras, que solo esperaban la oportunidad para enredarse e inclinarse a los pies de la Reina y su hija, con la esperanza de ascender de cuidar a una huérfana a la misma Reina de los Siete Reinos. Ella lo entendía bien, solo era una invitada de sus majestades. Una tonta niña que no podía si quiera valerse por sí misma y solo vivía en sus mundos de cuentos de hadas. Su tía, la reina Alicent, no es que la tratara mal, sino que le era indiferente. Era una mujer ambiciosa y de armas tomar si fuese necesario con tal de salirse con la suya. La admirada de cierta forma. Era bella, lucia bonitos vestidos y portaba joyas muy caras, tenía todo el porte de una Reina, aunque fuese una consorte.
Sus días se volvían más solitarios con el paso del tiempo. Antes, tan si quiera podía jugar o hablar con su prima pequeña, Helaena, ahora, ella era más callada y solía entretenerse con los animales del jardín. Le gustaba, no lo negaba. Pero el hecho de ensuciarse no le era tan grato. Con Aemond le era casi imposible conectar. Si, contaba buenas historias y jugaba aveces con él, pero le parecía muy abrumador que solo hablara de querer un dragón, o que le preguntara sobre todo lo que hacía Syrthrax. Ni si quiera ella, que era su jinete, sabía que cordero le gustaba más. Daeron apenas y tenía cinco días de su nombre, le agradaban los niños, pero la reina Alicent no es que quisiera que se saltara sus siestas para jugar con ella.
Y... el mayor de los cuatro. Aegon.
De pequeños era prácticamente su único amigo—o el único con el que podía jugar y hablar—hacían la mayoría de cosas juntos. Ahora, le era indiferente. Hablaban, si, pero no como antes. Cada uno decidió cuáles eran sus gustos y actitudes—muy diferentes—y nunca se lo comentaron al otro. Estaba el aprecio, pero no más que eso. Aunque, por alguna razón, él siempre la invitaba a verlo entrenar con sir Criston Cole. A veces le pedía que llevase un libro para que se entretuviera, pero solo la quería ahí, viéndole, como si con eso bastara para animarlo.
La septa Lana se había vuelto su única compañía. A donde ella fuera, ella la seguía si lo creía apropiado. Según tenía entendido, ella había sido la última maestra de su madre antes de casarse con su padre. Aún con eso, Lana la trataba muy por encima, a veces de manera condescendiente, como si solo estuviera pagando una deuda con ella—lo que no entendía—.
Su tío, el rey Viserys, se encargó de costear todo lo que necesitase. Ropa, zapatos, accesorios, muñecas, oro, entre otras cosas. Ella nunca supo porque. Suponía que era por ser la hija de su amado hermano menor. La pobre huérfana que necesitaba una familia que la cuidase. A veces, la acompañaba en sus paseos por el jardín privado y le contaba las historias que su bisabuelo, el Viejo Rey, le contaba a él de joven. Le era divertido, hasta que la Reina Consorte comenzó a molestarse con las reuniones.
También, comenzó a convivir más con su tío Daemon. Al poco tiempo de terminar su luto, empezó a buscarla la mayoría de los días. La llevaba a Runestone a visitar a su señora esposa, también daban paseos en Caraxes desde Desembarco del Rey hasta Rocadragón y de regreso, pasaban por el castillo de su padre, admirando desde los cielos la fortaleza. Por un tiempo las visitas bajaron. No tenía la información del porque hasta que un día le presentó a lady Laena Velaryon, su nueva esposa. No sabía lo que había sucedió con lady Rhea, pero supuso que se hartó de esperar a su tío. Lady Laena era muy agradable, y junto a Daemon, la llevaban a sus viajes—con el permiso del rey—, hasta que se sentaron por un tiempo en Pentos, donde también fue llevada a conocer la maravillosa fortaleza y recibir el nacimiento de las pequeñas gemelas. Baela y Rhaena Targaryen.
Tuvo varios momentos agradables con sus familiares, pero nunca pudo sentir el amor paternal de nuevo. Entendía su situación, y en todos los casos, era solo una arrimada en las familias de sus tíos. El Rey tenía sus hijos con la Reina, Daemon tenía a las pequeñas gemelas con Laena. Ella nunca perteneció del todo y tampoco buscó aprobación, pero también deseaba volver a sentir los brazos de un hombre que la amara y le dijera que todo estaría bien, que una dulce y tierna voz le contara cuentos, que unas manos cálidas le trenzaran el cabello, que alguien jugara con ella sin sentir la obligación de algo. Quería tener a su familia. A la que nunca pudo disfrutar.
Pero solo eran sus sueños. Porque por más que rezara o deseara, ni su padre, ni su madre, ni su hermanito.. volverían por ella. Estaba sola.
—No haz probado ni un bocado. —dijo una voz detrás de ella, sacándola de su trance. Lana solía ordenar su habitación mientras ella desayunaba o hacía alguna otra actividad que la entretuviera.
Ella jugaba con sus cubiertos, moviendo las verduras de un extremo al otro. Ignoró por un momento a la septa y suspiró hondo, sin ganas de probar nada de lo que había en el plato.
Lana golpeó la mesa con fuerza, haciendo saltar todo en ella, asustando a Alyssa en el camino. La mayor la miró con sus ojos bien abiertos, suspiró que era para ver que comenzara a comer.
—Pe..perdón.. —se disculpó, agachando su cabeza hasta la altura de la mesa. Comenzó a morder la zanahoria hervida, sin mucho esmero de su parte.
La mayor rodeó los ojos y siguió con sus deberes, recogiendo y tirando cosas que ya no eran de utilidad.
Alyssa cruzó sus brazos y se quedó viendo la venta frente a ella, admirando el cielo nublado y el viento que corría y soplaba las hojas de los árboles. Pero, antes de que pudiera seguir recorriendo su imaginación, otro golpe por parte de Lana azoto en la dura mesa.
—¿Tengo que darte de comer en la boca? —dijo la mujer, amenazándola con sus grandes ojos.
—No..no.. —pronunció algo asustada por el acercamiento de la septa.
Lana la miró amenazante hasta que comenzó a tomar el primer bocado. Se alejó de nuevo para seguir con los quehaceres, sin despegarle la vista. Alyssa comió de prisa, viendo directamente al plato para no distraerse y terminar lo más pronto posible y librarse de la septa Lana y su mal humor.
—¡Termine! ¿Puedo ir a la biblioteca a leer? —preguntó nerviosa, siendo cuidadosa con el tono que usaba para no irritar más a Lana. —No tardaré mucho, y volveré a la hora de la clase del bordado.
La mayor dudo por un momento, pero ladeo la cabeza, acercándose a poco a la mesa para recoger la vajilla.
—Está bien, pero iré por ti antes. Hoy tiene que lucir más presentable. —dijo, alzando sus cejas. —Su familia de Rocadragón llegará por la tarde y debe estar junto al Rey y la Reina para recibirlos.
Alyssa se asombró la oír del regreso de su prima a la corte. Ahora, comenzó a añorar más su llegada para poder ver a los pequeños príncipes y jugar con ellos.
—Está bien. —asintió y se lavando de la silla, dirigiéndose a limpiar sus manos y salir de sus aposentos. Deseaba iniciar un nuevo libro que, según su el Rey, había sido el favorito de su padre, y el maestre creyó que era bueno que comenzara a leer otro tipos de libros para expandir su conocimiento. Abrió el cerrojo y cerró la puertas detrás de ella, pero antes de que pudiera escabullirse, chocó contra alguien. Levantó la vista con miedo, esperando alguna reprimenda del hombre. —Perdóneme, sir Jorah..
El caballero se cruzó de brazos, imponiendo su mirada sobre su rostro. Imaginó que debía estar más molesto que la última vez que intentó escapar de él.
—¿Pretende volver a escabullirse, milady? —Alyssa se encogió de hombros, levantando ligeramente las comisuras de sus labios. Jorah rodeó los ojos, esperando una respuesta sensata.
—Esperaba poder ir por mi cuenta esta vez, sir. Soy muy mayor como para perderme. —dijo la menor.
Había estado acostumbrada a hacer lo que quisiese sin la protección de alguien, a excepción de Lana, pero la llegada de sir Jorah como su escudo juramentado no terminaba de gustarle. Se supone que él tenía una deuda con su padre, el príncipe, y decidió presentarse justo cuando empezaba a ser autónoma.
—No se preocupe, milady. Solo estaré detrás de usted como siempre, no debe incomodarse por mi. —dijo el sir, quedándose detrás de ella como lo prometió. —¿A dónde iremos hoy?
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La llegada de la Princesa Heredera no solo había agitado el ambiente en la Fortaleza Roja, sino que también el la familia real. Solo los Dioses sabrían que vendría en la carta enviada por parte de la princesa Rhaenyra para su padre una noche antes, pero lo que estaba claro era que su regreso a la capital no sería un simple gesto de cortesía.
Por órdenes de la Reina Alicent, todo aquel que fuera Targaryen debía esperar a la princesa en la entrada de la fortaleza para recibir a su hijastra con el debido decoro, haciendo una excepción en su hijo más joven, que apenas y podía mantenerse despierto por la tarde. Ningún detalle fue dejado al azar, desde las vestimentas hasta las posiciones que cada miembro de la familia ocuparía en la entrada. Todo debía ser perfecto.
Alicent se encontraba observando los preparativos desde el balcón de sus aposentos. Su mirada, aguda y calculadora, recorría de vez en cuando a sus hijos y al cielo ligeramente nublado. Sabía que la llegada de Rhaenyra significaba más que una simple reunión familiar; traía consigo tensiones no resueltas, lealtades divididas, y la sombra siempre presente de las futuras disputas por el Trono de Hierro.
—Madre, ¿estás segura de que todo esto es necesario? —preguntó Aegon, su voz cansada y teñida de irritación mientras ajustaba su capa, claramente incómodo con la pompa del evento.
—Es necesario, Aegon. —respondió Alicent sin apartar la vista del horizonte. —Rhaenyra es la heredera al trono, y debemos mostrarle el respeto que merece. Además, tu padre estará complacido de verla... —sus palabras, aunque aparentemente serenas, dejaban entrever una tensión apenas contenida. Alicent sabía que esta era una representación pública, una de tantas que habían sido necesarias desde que el reino se dividía en silenciosas facciones.
Helaena, quien estaba cerca, observaba la escena con su habitual ensimismamiento, ajena a las intrigas y tensiones que se respiraban en el aire. Parecía absorta en sus propios pensamientos, hablando en susurros mientras acariciaba a un pequeño insecto que había encontrado momentos antes. Por su parte, Aemond permanecía a un lado de su hermana mayor, observándola con poco entusiasmo, esperando que su madre le tomara un poco de su atención, hasta que decidió llamar por su cuenta.
—Madre. —llamó el menor, alzando su vista hasta la silueta imponente de la mujer. —¿Aly también vendrá?
—Claro que estará, tonto. —respondió sorpresivamente Aegon.
—Niños, basta. —declaró la madre de estos, deteniendo la discusión. —Si, Aemond. Su prima también estará. Su padre lo ha pedido..
—Que bien. Ella es muy divertida. —Aemond sonrió para sí mismo, jugando con sus dedos. —Y muy bonita.
—Wow, deberías declararte. —dijo el mayor, usando un tono sarcástico que al parecer Aemond no llegó a comprender.
—¡No lo haré! Tal vez cuando seamos mayores..
—Si es que te presta atención. —burló Aegon, sin alguna muestra de descaro.
—Suficiente. —ordenó Alicent, dejando su vista en sus dos vástagos. —No quiero oír que vuelven a pelear por esa niña. Y Aemond, ni si quiera pienses en ese tema.
—¿Qué tiene de malo Alyssa, madre? —preguntó el menor.
La Reina no respondió al instante, solo hizo una mueca al principio y rodeó los ojos al oír el nombre de su sobrina política.
—Es muy extraña, y tú —lo señaló con la mirada, amenazándolo sutilmente. —eres un príncipe. Y ella una simple huérfana a la que tu padre le tuvo misericordia. Ninguno de ustedes tiene porque relacionarse con ella.
—Pero madre, ella es... —Aemond intentó defender a su prima, pero Alicent lo interrumpió con un gesto firme de la mano.
—Es suficiente, Aemond. —la Reina no levantó la voz, pero el tono fue lo suficientemente firme para que el niño supiera que la conversación había terminado.
Aegon, por su parte, soltó una carcajada ahogada, disfrutando de la incomodidad de su hermano menor. Alicent le lanzó una mirada severa, apagando su burla de inmediato.
—Debes aprender a medir tus palabras, Aegon. Ya es suficiente con lo que se dice sobre nosotros en los pasillos. No quiero añadir más razones para que hablen mal de nuestra familia. —le advirtió, su mirada fulminante. Aegon solo rodó los ojos, pero guardó silencio.
Aemond, sin embargo, no podía dejar de pensar en Alyssa. "Huérfana" o no, para él seguía siendo su prima, la única persona fuera de su familia inmediata con la que sentía una conexión real. Mientras su madre daba las últimas órdenes a los sirvientes para los preparativos, él se quedó mirando al suelo, preguntándose por qué algo tan simple como la amistad podía ser tan complicado.
A lo lejos, las trompetas anunciaron que el barco de la Princesa Heredera se aproximaba. Alicent enderezó su postura y, en un acto casi reflejo, alisó sus ropas, preparándose para lo que vendría. Los murmullos entre los sirvientes aumentaron y las puertas de la fortaleza comenzaron a abrirse lentamente, revelando el majestuoso puerto de Desembarco del Rey, donde una galera negra y roja con el estandarte del dragón tricéfalo se acercaba.
—Es hora. —declaró Alicent con voz solemne, girando hacia sus hijos. —Recuerden sus modales, especialmente tú, Aegon.
Con un último vistazo al cielo, la Reina comenzó a caminar hacia la entrada principal, con sus tres hijos siguiéndola de cerca. En el camino, se encontraron con el Rey, emanando una mayor felicidad que de costumbre. Al llegar a las puertas, se toparon con que lady Alyssa ya los esperaba, meciéndose de un lado a otro mientras observaba la puerta roja.
—¿Te hicimos esperar mucho? —cuestionó el Rey, acariciando por encima la nuca de la platinada.
—Para nada, su majestad. —respondió, haciéndose a un lado una vez que el mayor terminó. —La señorita Lana acaba de irse.
—Ven. —ordenó una voz trasera en su oído, tomándola por la mano y haciéndola a un lado. —Quédate a mi lado, prima. —al subir el rostro, pudo observar que se trataba de Aegon.
—Está bien. —se quedó entre medio de ambos hermanos, sin alguna molestia por lo dictado. La verdad no le importaba donde estuviese con tal de no incomodar a nadie. —Hola, Helaena. ¿Cómo estuvo tu búsqueda?
—Encontré amigos para el ciempiés, y vi algunas mariposas. —respondió la menor, haciendo una pequeña sonrisa en su rostro mientras relataba su día. —Puedes ayudarme a nombrarlos después de la comida.
—¡Me encantaría! Te ayudaré con gusto. —la princesa asintió satisfecha y volvió la mirada a su vestido. Alyssa se concentró de nuevo en la entrada, mucho más emocionada que antes.
—Hola, Aly.. —murmuró el más joven, subiendo su rostro. Era un poco más bajo que Alyssa, pero de igual manera le gustaba observar desde ese punto.
—¡Oh! Hola, no te había visto.
—¿Cuando si? —susurró Aegon, siguiendo con su burla nada disimulada. Alyssa lo miró extrañada, alzando una ceja ante su comentario.
No hubo tiempo de una respuesta al oír los cascos de los caballos acercarse y el movimiento los carruajes resonaban, y los abanderados ondeando el emblema de la casa Targaryen.
Alicent observaba con atención desde su posición, su rostro impasible mientras su mente calculaba cada posible consecuencia del reencuentro con su hijastra. A su lado, sus hijos también observaban con diferentes grados de interés. Aegon mantenía su expresión indiferente, aunque sus ojos seguían moviéndose con una mezcla de curiosidad y aburrimiento. Aemond, por su parte, no podía apartar la mirada del carruaje que se acercaba, su mente divagando entre pensamientos de su prima Alyssa y la imponente figura de la heredera.
El Rey Viserys, más animado de lo habitual, caminaba al frente del grupo para recibir a su hija con los brazos abiertos. Su semblante se iluminó al ver el carruaje detenerse, y no pudo contener una sonrisa cuando la puerta del mismo se abrió, revelando a Rhaenyra, envuelta en un elegante vestido rojo y negro, con su cabello platinado cayendo en cascada por sus hombros.
—Rhaenyra, mi hija... —murmuró el Rey mientras avanzaba hacia ella, sus ojos brillando de emoción.
Rhaenyra, con una sonrisa serena pero cargada de cierta tensión, descendió del carruaje con la ayuda de un guardia. Sus pasos eran firmes y elegantes, y a pesar de la calidez en su rostro, sus ojos mostraban un destello calculador que no pasó desapercibido para Alicent.
—Padre. —respondió la princesa, inclinándose respetuosamente antes de abrazarlo brevemente. —Es un gusto estar de vuelta en la fortaleza.
El abrazo fue breve, pero suficiente para que Viserys sintiera que el vínculo con su hija aún estaba intacto, al menos en apariencia. Sin embargo, Alicent observaba la escena con ojos críticos, notando cada pequeño gesto, cada palabra medida con cautela.
—Rhaenyra, querida. —Alicent finalmente habló, su tono era dulce pero su mirada nunca perdió esa frialdad estratégica. —Es un placer tenerte de vuelta en casa. La Fortaleza ha estado esperando tu regreso.
—Gracias, su gracia. —respondió Rhaenyra con una leve inclinación de cabeza. —Es bueno ver que todo está en orden bajo su cuidadosa supervisión.
El intercambio, aunque cordial, estaba cargado de una tensión subyacente que todos los presentes podían sentir. Los hijos de Alicent observaban la escena en silencio, mientras Rhaenyra dirigía una rápida mirada a ellos. Aegon, con su habitual desdén, apenas la saludó con un breve asentimiento. Helaena sonrió tímidamente, mientras Aemond permanecía en silencio, observándola con curiosidad. Alyssa estuvo a punto de acercarse hasta que sintió una mano sobre su hombro, deteniéndola en seco.
—Espera a que te llamen. —señaló Aegon.
—¿No vas a saludar? Es tu hermana. —dijo ella, alzando ligeramente su mano a la heredera. —Y yo quiero ver a los bebés.
—¿Qué hay de diferencia entre Daeron y mis sobrinos? Solo escupen baba y duermen.
Alyssa rodeó los ojos, irritada, haciendo caso omiso a los reproches de Aegon. Ya estaba acostumbrada su actitud tonta, pero ni si quiera en temas cordiales podía dejar su reproches de un lado.
Rhaenyra, que no dejaba pasar ningún detalle, pronto se percató de la presencia de Alyssa entre los hijos de Alicent, y una sonrisa se asomó en sus labios al reconocerla.
—Alyssa. —dijo Rhaenyra con un tono cálido, ignorando momentáneamente a sus medios hermanos y a la Reina. —Que alegría verte nuevamente. Haz crecido bastante desde la última vez que te vi.
Alyssa no pudo contener su emoción al ser llamada. Rompiendo el protocolo, se adelantó con una sonrisa radiante, saludando a la princesa con una inclinación.
—Princesa. —respondió la joven con humildad, aunque su alegría era evidente. —Es un honor tenerla de vuelta.
—Te has vuelto muy hermosa. —mencionó la mayor, acariciando la mejilla de la joven.
—Toda una bella jovencita. —añadió el Rey, sumándose a la conversación. —En cualquier momento alguien pedirá su mano, de eso estoy seguro. —padre e hija compartieron risas cómplices, mientras que Alyssa sonreía gustosa.
Alicent, sin dejar escapar ninguna emoción visible, observó el intercambio con una mirada fría e incómoda. Sabía que cualquier atención especial hacia Alyssa, especialmente proveniente de Rhaenyra, era una amenaza sutil al equilibrio que tanto esfuerzo había puesto en mantener en la corte. Para ella, Alyssa siempre sería una intrusa, una huérfana que, aunque parte de la familia, no merecía la misma consideración que sus propios hijos. Y aún así estaba ahí, haciendo más feliz a su esposo de lo que sus hijos podrían.
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—¿Te cuidan bien? ¿Estás aprendiendo lo necesario? —cuestionó la princesa.
Una vez la reunión terminó, Rhaenyra citó a su prima en sus aposentos, esperando entretenerla con sus pequeños hijos mientras su marido iba y se ponía cómodo, volviendo a visitar toda la fortaleza junto a su escudero. Quería estar al pendiente de Alyssa durante su tiempo en la Fortaleza Roja, cuidarla como su tío alguna vez lo hizo con ella. Pagar el gesto que Aerion y Lidia habían tenido con ella cuando era más pequeña.
—Si. La septa Lana me instruye en todo lo que puede, y el maestre que estudia con los príncipes se toma un tiempo libre para darme lecciones a mí también.
—¿Un tiempo libre? —señaló Rhaenyra. —. ¿No tomas clases diarias? ¿O el no quiere dártelas?
—No..no es eso.. —respondió al instante, con un tono nervioso. —Es que.. el maestre debe repartir su tiempo entre las juntas con el consejo y también con los príncipes.. y yo espero..
Rhaenyra la miró, dudosa por su tono y sus gestos nerviosos. Pero no pensaba en indagar más para no afectarla.
—Esta bien. ¿Y qué tal tu valyrio? Debes seguir reforzándolo.
—¡Si lo hago! —contestó más alegre. —. Tomó algunos libros de la biblioteca y los leo por mi cuenta cuando termino mis actividades con la señorita Lana.
Rhaenyra esbozó una pequeña sonrisa al notar el entusiasmo en la voz de Alyssa. Recordaba cómo, en su juventud, también encontraba consuelo y fortaleza en el estudio del valyrio, la lengua de sus ancestros.
—Eso está muy bien. Es importante que lo mantengas presente. —le dijo con calidez. —Pero recuerda que no debes exigirte demasiado. Siempre habrá tiempo para aprender más, no te apresures.
Alyssa asintió, aunque Rhaenyra notó la persistente inquietud en los ojos de su prima. Quizá había más preocupaciones que Alyssa aún no compartía, pero Rhaenyra prefirió no presionar por ahora. Estaba segura de que, con el tiempo, su prima encontraría la confianza para abrirse más.
—Si alguna vez necesitas algo, no dudes en pedírmelo. —agregó la princesa suavemente, tomando la mano de la pequeña sobre la suya.
—Claro, princesa.. —asintió, volteando su vista rápidamente al pequeño príncipe cabellos castaños que gateaba por la alfombra. —. ¿Puedo jugar con Jace?
—No veo porque no. —Rhaenyra embozó una sonrisa luego de soltar a Alyssa y dejarla bajar con sus pequeños. Era tan solo una niña que necesitaba atención y momento divertidos, que era lo que más escaseaba en su corta vida. Deseaba poder hacer algo más por ella, verla sonreír genuinamente sin tener que aparentar. Ella más que nadie necesitaba tranquilidad en su vida, y dudaba que en la Fortaleza la fuera a encontrar.
Jacaerys, siempre curioso, se aproximó a Alyssa, ofreciéndole uno de sus pequeños juguetes. La escena le arrancó una sonrisa más cálida a Rhaenyra. Se preguntó si quizás, en medio del bullicio y las tensiones de la Fortaleza Roja, estos pequeños momentos de simpleza y juego podían ofrecerle a Alyssa una tregua, un espacio donde pudiera ser una niña sin las preocupaciones que la rodeaban.
Rhaenyra suspiró profundamente y decidió que hablaría con su marido más tarde. No le vendría mal a ninguno la compañía de otra pequeña corriendo por los pasillos de Rocadragón, y sentía que Alyssa necesitaba un familia que de verdad la procurara.
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Con algunos días pasados de la llegada de los Príncipes de Rocadragón, la Fortaleza parecía que había florecido, llenándose de más alegría de la que se podía disfrutar de costumbre. Tanto la Reina como la Princesa Heredera, pasaban tiempo juntas, recorriendo los jardines privados en compañía de sus vástagos. Por la diferencia de edad en las mujeres, les era complicado tener una conversación en común, hasta que llegó el tema de la sobrina del Rey.
—Le agradezco por todo su apoyo a mi prima, su majestad. —comenzó la princesa. Caminaba sosteniendo de la mano a su primogénito que les seguía el paso a duras penas.
—No hay porque, princesa. —contradijo la mayor, siguiendo su vista a sus hijos que corrían delante de ellas. —Su majestad le tiene un gran aprecio a su sobrina.. y comparto el sentimiento..
Ambas continuaron sin decir más, admirando el bello paisaje que tenían los jardines, escuchando a los niños reír y los pájaros cantar. Fue hasta que, Rhaenyra dio un suspiro y dejó que su vástago se acercara a sus cuatro tíos para poder llevar la conversación a otro punto.
—He hablado con el Rey sobre que ya hemos extendido lo suficiente nuestro viaje.
—Tan solo llevan unos días aquí. ¿Hay algo que les haya molestado? —preguntó la Reina, con su tono firme.
—Para nada, majestad. —respondió la más joven, negando ligeramente con su cabeza. —Pero los niños no terminan de acostumbrarse al bullicio de la corte y preferiría volver en otro tiempo.. Además, le comenté a mi padre de la decisión de llevar a vivir con nosotros por una temporada a mi prima, Alyssa.
Aegon, que había comenzando a escuchar la conversación de su media hermana y madre, giró su rostro cuidadosamente ante la decisión de Rhaenyra, y pudo ver como la comisura de los labios de su madre le levantaba y ojos de abrían. No interrumpió aunque quiso saber más, pero intentó ir más lento con tal de seguir escuchando.
—¿Y qué ha dicho su majestad? —cuestionó Alicent.
—Le ha costado, pero ha dicho que será lo mejor. Si es que ella quiere, claro.
Alicent asintió lentamente, entrelazando sus manos. Por un momento, la duda le invadió, y antes de que se hiciera más ideas, preguntó algo que temía.
—¿Qué la ha llevado a tomar esta decisión, princesa? —dijo con un tono más frío. —. ¿Alyssa le ha dicho algo que le moleste o le incomode de aquí?
—No es eso, majestad. —negó Rhaenyra con un leve suspiro. —Pero en el poco tiempo que he estado aquí la he notado algo cabizbaja y solitaria. Creo que le haría mejor despejarse de tantos recuerdos tristes que la Fortaleza podría llegar a traerle.
—Espero y así sea. —asintió sería la Reina, volviendo a desviar la mirada a los príncipes, encontrándose con su primogénito a unos pasos de ambas. Conocía la extraña relación que él sostenía con Alyssa, pero no deseaba que eso llegara a mayores. No mientras pudiera detenerlo. —Creo que Alyssa estará mejor creciendo cerca de sus costumbres, algo que ni yo ni el Rey podríamos ofrecérsele. Se lo agradezco, princesa.
—Madre. —llamó el príncipe Aegon, acercándose a ambas mujeres con rapidez. —Voy a regresar.
—¿Sucede algo, Aegon? —preguntó la Reina, confundida ante la interrupción de su hijo.
—Iré a montar a Sunfyre, te lo dije en la mañana. —contestó el príncipe mostrando un tono grosero.
—Puedes llevar a tu hermana para que no lo hagas solo.. —mencionó Alicent señalando a la princesa que caminaba con los más pequeños.
—Se lo pregunté, pero quiere seguir aquí con Daeron y Jacaerys.
La Reina Alicent frunció el ceño ligeramente ante la actitud de su hijo, aunque decidió no reprocharlo en ese momento. Su mirada se desvió de nuevo hacia la princesa Rhaenyra, quien observaba a su hijo con una suave sonrisa. Parecía ajena a la tensión momentánea entre madre e hijo, o quizá, simplemente, elegía no intervenir.
—Entonces, ten cuidado. —dijo Alicent, suavizando su tono, pero manteniendo la autoridad en su voz. —No seas imprudente.
Aegon asintió, pero no pudo evitar mostrar una expresión de impaciencia antes de marcharse en dirección a la Fortaleza. Rhaenyra observó la escena en silencio, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y algo de preocupación. Aunque no era su lugar juzgar, temía de esa impulsividad que caracterizaba a su medio hermano y el poco control que parecía tener su madrastra sobre el.
El príncipe siguió sin importarle las miradas que tenían ambas mujeres sobre el, y junto a sir Arryk Cargyll—caballero al que su madre le había ordenado seguirlo a todas partes—fueron hasta la entrada principal de la Fortaleza Roja, sin detenerse en ningún momento. Al llegar, observó que el carruaje ya estaba preparado y en la puerta, se encontraba un hombre casi tan alto como Arryk portando una armadura y espada plateada. El caballero que esperaba junto al carruaje inclinó la cabeza al ver al príncipe acercarse, mostrando respeto sin hacer preguntas.
Aegon intercambió una breve mirada con él antes de subir al carruaje, donde Alyssa ya se encontraba, sentada en un rincón, aguardándolo con una leve sonrisa que apenas disimulaba su impaciencia. Aegon se acomodó a su lado y el carruaje empezó a moverse hacia Pozo Dragón.
—¿Te interrumpí? —preguntó Alyssa, rompiendo el silencio mientras observaba por ventana como se alejaban de su hogar.
—Un poco. —contestó rápidamente.
—Pudiste quedarte si querías. Le pude haber inventado algo al guardián. —se justificó la menor. Por un momento se sintió mal, ya que ella le había insistido a Aegon para que la acompañara a sus lecciones y no le gustaba sentirse como una molestia.
Aegon no respondió, solo se quedó viendo hacia el cielo por la ventana, con sus ojos perdidos. Alyssa pudo notar rápido su descontento porque sus cejas estaban ligeramente juntas, así que decidió preguntar:
—¿Te pasa algo?
Aegon desvió la vista de la ventana y miró a su prima con una expresión entrecerrada, casi como si dudara en responder. Por un momento, parecía debatirse entre compartir lo que le preocupaba o simplemente restarle importancia. Finalmente, soltó un suspiro, sin ocultar del todo su frustración.
—Es que.. —se quedó callado al pensar en lo que diría. Recordó por un momento la sonrisa que ella había formado en su rostro cuando vio a Rhaenyra bajar de su carruaje, como si fuera todo lo que pudiera existir en ese instante, y pensó que tal vez, Alyssa sería más feliz junto a su media hermana, que en la Fortaleza. —No.. olvídalo.
Alyssa frunció el ceño, sintiendo la tensión en las palabras de su primo, pero no insistió. Devolvió la mirada hacia la ventana y dejó la conversación. Aunque la duda de lo que Aegon pensaba hablarle, la perturbaron por un tiempo.
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Que se note que ya quiero acabar este acto.
No tenía nada planeado para este capítulo, pero sí sabía que tenía que hacer que pasaron los años sino me iba a estancar. ¿Opiniones? ¿Teorías? ¿Por qué creen que sea el odio de Alicent por Alyssa?
Si les gustó pueden dejar su voto o algún comentario para que más personas conozcan el fanfic y yo sepa que les está gustando, se los agradecería bastante <3
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