
𝐨𝐧𝐞. 𝐟𝐥𝐨𝐮𝐫𝐢𝐬𝐡
Uno. Florecer
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Cursaba el año 114 d.C., y la poderosa Casa Targaryen gobernaba placenteramente los Siete Reinos. El rey Viserys, primero de su nombre, reinaba desde el Trono de Hierro, al lado de su amada esposa, la reina Alicent, y bajo el sabio consejo de su mano, el mismo padre de la consorte, Otto Hightower. En King's Landing, la paz y la prosperidad aparentaban ser permanentes, pero más allá de los muros de la Fortaleza Roja, en el lejano Mar Angosto, la guerra seguía ardiendo.
El príncipe Daemon Targaryen, tras su último exilio—con pena de muerte—, había regresado a su reino de Piedrasangre, una roca dura y estéril, donde seguía luchando contra las fuerzas de la Triarquía y los dornienses, que constantemente amenazaban su dominio. Sabía que la guerra en los Peldaños de Piedra era una contienda interminable, pero su orgullo no le permitía ceder.
Aun así, el príncipe Aerion Targaryen, el más joven de los hermanos, había preferido mantenerse alejado de esas contiendas luego de haber dejado su puesto como Ayudante del Rey en la capital. Llevaba una vida tranquila en los asentamientos que su hermano mayor le había otorgado, dedicado a su hija Alyssa, la luz de su vida desde la muerte de su esposa, Lidia Celtigar. Aerion iba y venía entre la corte de King's Landing y su propio hogar, visitando a su hija que solía quedarse con institutrices y septas en el período de sus ausencias. Aunque procuraba no involucrarse demasiado en los asuntos bélicos de su hermano Daemon, cuando el príncipe rebelde le pidió ayuda en la guerra, Aerion no pudo negarse.
Alyssa, de apenas seis días del nombre, no entendía completamente el mundo en el que vivía. Su vida, a pesar de las tragedias que ya había conocido, transcurría en una burbuja de serenidad en la Fortaleza Roja. Era una niña delicada y reservada, siempre acompañada por su dragón Syrthrax, que aún era joven y del tamaño de un perro grande. Aunque pequeña y menuda, su mirada había heredado la intensidad de los Targaryen y la astucia de los Celtigar. Pasaba las horas en los jardines o en sus propios aposentos sumergida en libros de poesía o "soñadores"—como ella los había apodado—, mientras su primo Aegon, apenas un año mayor que ella, era su único verdadero compañero de juegos.
Aegon y Alyssa, aunque cercanos por sus lazos familiares, mantenían una relación algo distante en esos primeros años. Él era un niño inquieto, travieso y lleno de curiosidad, siempre buscando escapar de las lecciones que le imponían sus maestres. A menudo, se burlaba de ella por su silencio y su timidez, llamándola "ratoncito", lo que la hacía fruncir el ceño, pero nunca decía nada en su defensa. Sin embargo, había algo en Alyssa que lo intrigaba, una serenidad que contrastaba con su propio carácter impulsivo.
—¿Qué lees? —preguntó el joven príncipe, recargando su cabeza sobre la mesa de la biblioteca.
—Nada. —contestó Alyssa, aún con la mirada puesta entre las páginas de un libro.
—Eres una mala mentirosa. —Aegon la señaló con un dedo tratando de intimidarla y recriminarla. —Alyssaa
Alyssa levantó apenas la vista del libro, mirando a su primo con los ojos entrecerrados. No era la primera vez que Aegon intentaba importunarla. Siempre tenía esa energía desbordante, que ella encontraba exasperante y a la vez un poco fascinante.
—No estoy mintiendo. —respondió con voz baja pero firme, volviendo a bajar la mirada a las páginas. —No leer.. es distinto a no querer decirte lo que estoy leyendo.
Aegon frunció el ceño, claramente insatisfecho con la respuesta. Se deslizó por la silla frente a ella, dejando escapar un largo suspiro teatral mientras cruzaba los brazos.
—Siempre haces eso. —refunfuñó. —Te escondes detrás de tus libros. ¿Por qué no puedes hacer algo divertido por una vez?
Alyssa sin apartar la vista de su libro, aunque su mente ya había perdido el hilo de lo que estaba leyendo, y respondió:
—Aegon. —el hizo una nueva y alzó su ceja al llamado. —Estamos con el maestre. —ambos miraron al hombre parado frente a ellos que embonaba una ligera sonrisa. —Tomando tus lecciones.
El mayor siguió confundido, intercalando su mirada entre el maestre—cual no recordaba su nombre—, su prima y el libro que tenía frente a él—que tampoco recordaba que estaba ahí—. Aegon miró al maestre por última vez, quien le devolvía una sonrisa indulgente, como si estuviera acostumbrado a sus travesuras.
—Ah, sí... las lecciones. —Aegon murmuró sin mucho entusiasmo, rascándose la cabeza mientras intentaba aparentar que prestaba atención.
El maestre, un hombre de avanzada edad con una barba canosa y delgada, habló con voz calmada pero autoritaria.
—Mi príncipe, quizás deberíamos retomar nuestra lectura sobre la historia de la conquista de Aegon el Conquistador. Estoy seguro de que encontrará algo interesante en las tácticas de batalla del rey su homónimo.
Aegon rodó los ojos, claramente más interesado en molestar a su prima que en escuchar las lecciones del maestre. Sin embargo, volvió su atención a Alyssa, aún no dispuesto a dejarla en paz.
—Si tú no me dices qué lees, entonces voy a adivinarlo. —Aegon sonrió con picardía, como si estuviera a punto de desvelar un gran secreto. —¿Es otro de esos cuentos aburridos de caballeros y doncellas? ¿O tal vez es algo de dragones?
Alyssa, a pesar de su aparente calma, sintió una ligera punzada de irritación. Sabía que Aegon solo quería provocarla, pero no quería darle el gusto de ver una reacción.
—Es poesía. —dijo al fin, con voz firme pero tranquila.
El joven príncipe alzó una ceja, fingiendo sorpresa.
—¿Poesía? ¿Y de qué sirve leer sobre cosas que ni siquiera son reales?
Alyssa cerró el libro suavemente y lo colocó sobre la mesa, mirándolo directamente a los ojos.
—La poesía, Aegon, sirve para entender lo que las palabras no siempre pueden expresar. Los sentimientos, los sueños... las cosas que no podemos ver pero que están dentro de nosotros. —respondió con astucia. —Eso decía mi mami.
Aegon se quedó en silencio por un momento, claramente sorprendido por la respuesta de su prima. Era raro que Alyssa hablara con tanta convicción, y algo en su tono le hizo reflexionar, aunque solo fuera por un instante. Sin embargo, su habitual impaciencia pronto volvió a aparecer.
—Bah, todo eso suena demasiado complicado. —respondió finalmente, encogiéndose de hombros. —Prefiero mis juegues a aburrirme con tus.. letras.
Alyssa sonrió ligeramente, reconociendo la verdad en las palabras de su primo. Él era impetuoso y despreocupado, mientras que ella encontraba consuelo en la calma de sus lecturas.
—Iré por otro libro para usted, milady. —indicó el maestre, adentrándose sobre las miles de estanterías del salón.
—No deberías descuidar tus lecciones. Muchos dicen que un día serás rey, y los reyes no siempre se divierten.
Aegon bufó, recostándose sobre el respaldo de su silla con los brazos cruzados.
—Eso dicen, pero ¿qué saben las septas y los maestres? Cuando sea rey, haré lo que quiera.
Antes de que pudiera responder, el estruendo de pasos apresurados resonó en el pasillo cercano. Era como si una manda corriera de un lado a otro. Como si hubiera sucedido algo.
Aegon se incorporó de inmediato, inquietado por los ruidos misteriosos que parecían acercarse hasta el salón. Alyssa hizo lo mismo, pero trató de buscar al maestre a su alrededor esperando que tal vez supiera algo.
—¿Y si vamos? —dio como opción Aegon, inclinándose hasta su prima.
—Debemos esperar al maestre..
—Vamos, solo iremos a ver y volveremos. Ni se dará cuenta.
Alyssa miró a su primo, sus ojos llenos de duda. Aunque le inquietaba la idea de salir sin permiso, no podía negar que la curiosidad comenzaba a ganarle. El sonido de los pasos parecía cada vez más cercano, como si algo urgente estuviera sucediendo. Aegon, siempre impulsivo, ya estaba de pie, tironeando suavemente de la manga de su prima.
—Vamos, Alyssa. —insistió, con esa sonrisa traviesa que usaba cuando estaba a punto de meterse en problemas. —No puede ser algo tan malo.
Ella vaciló por un momento más, luego, con un suspiro resignado, se levantó de su asiento. Si algo verdaderamente grave estaba ocurriendo, prefería saberlo antes de que la noticia les llegara de forma distorsionada. Y si Aegon ya había decidido ir, sabía que no podría detenerlo.
—De acuerdo... pero solo un vistazo. —cedió finalmente, mientras Aegon sonreía victorioso.
Los dos primos se escabulleron por la puerta lateral del salón, deslizándose por los corredores de la Fortaleza Roja. El eco de los pasos apresurados que habían escuchado hacía un momento ahora resonaba más claramente, pero los pasillos por los que avanzaban estaban vacíos. Aegon tomó la delantera, moviéndose rápido y con confianza, mientras Alyssa se mantenía ligeramente atrás, mirando en todas direcciones con nerviosismo.
—¿A dónde crees que van? —preguntó ella en voz baja.
Aegon se encogió de hombros, sin detenerse.
—Debe ser algo importante si todo el mundo corre así.
De repente, doblaron una esquina y se encontraron con un grupo de guardias que se dirigían apresuradamente hacia las escaleras que llevaban a los aposentos reales. Aegon y Alyssa se detuvieron en seco, intercambiando miradas rápidas. Algo estaba pasando en las habitaciones más importantes del castillo.
—¿Crees que sea el rey? —preguntó Alyssa en un susurro, preocupada por su tío.
Aegon frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, otro grupo de sirvientes pasó corriendo junto a ellos, hablando en murmullos rápidos y tensos.
—El príncipe Daemon ha vuelto. —dijo uno de ellos sin notar a los dos niños, lo suficientemente alto como para que lo escucharan.
Alyssa y Aegon se quedaron congelados en su lugar. El nombre de su tío siempre venía acompañado de rumores y tensiones para la familia. Alyssa sintió una ligera alegría y a la vez inquietud, apenas y conocía de Daemon, pero su regreso significada que su padre también estaría de vuelta. Aegon, por su parte, parecía más intrigado que asustado. Su naturaleza curiosa lo empujaba a querer ver de cerca lo que estaba ocurriendo.
—¿Por qué habrás regresado ahora? —susurró Alyssa, mirándolo de reojo. —Mi papá me dijo que tardaría mucho para que volviera de la batalla.
—Quizás han ganado la guerra. O quizás quiera pedirle algo a mi padre. —respondió Aegon, con una media sonrisa.
Alyssa se encogió de hombros y siguió mirando el moviendo de los sirvientes. Era joven pero no sorda, y recordaba bien como su tía, la reina, hablaba de su tío Daemon con desdén aún con su padre y el rey delante suyo.
—Deberíamos volver. —Alyssa sugirió dándose media vuelta. —Quiero terminar ya para ir con Helaena a jugar.
Aegon, sin embargo, estaba decidido a seguir adelante. Sus ojos brillaban con emoción mientras tomaba la mano de Alyssa para arrastrarla más adelante por los pasillos.
—Ni lo pienses. —dijo Aegon, sin detenerse. —Hay que ir a ver.
Alyssa estiró su mano haciéndolo detenerse en seco, golpeando suavemente sus cuerpos por la adrenalina.
—No. Hay que volver. —indicó. —Mi papá dice que no hay que husmear en cosas de adultos.
—Entonces vamos a otro lado. —Aegon se indignó, y volvió a jalar la mano de Alyssa. —Yo no quiero estar sentado otra hora como tonto.
—Tal vez tú estés como tonto. —contestó la menor e hizo la misma acción que el mayor. —La reina nos regañará si no tomas tus lecciones.
—El tío Daemon es más interesante que cualquier lección. ¡Vamos a ver que pasa! —insistió Aegon, con una sonrisa traviesa.
Alyssa vaciló, mirando hacia donde los guardias y sirvientes habían desaparecido. Aunque la curiosidad comenzaba a crecer en su interior, sabía que seguir a Aegon podría meterlos en serios problemas, especialmente si su tía, la reina Alicent, se enteraba.
—Si nos descubren, nos castigarán. —advirtió en voz baja.
Aegon soltó una risa suave, confiado en su habilidad para evitar consecuencias.
—Déjalo en mis manos. Nadie se dará cuenta. Solo será una pequeña aventura.
Antes de que Alyssa pudiera objetar nuevamente, Aegon ya había tirado de ella, avanzando con paso firme hacia los aposentos reales. Mientras caminaban, los murmullos y la actividad frenética aumentaban a su alrededor. Era evidente que algo importante estaba ocurriendo, algo que tenía a todos en la Fortaleza Roja en tensión.
Llegaron al pie de la escalera que llevaba a los aposentos reales, pero antes de que pudieran dar otro paso, una figura alta y conocida apareció en su camino.
—¿Y qué creen que están haciendo aquí?
La voz severa pertenecía a Ser Criston Cole, guardia real y escudo jurado de la reina. Su mirada afilada se clavó en los dos niños con desaprobación evidente.
Alyssa bajó la cabeza, sintiéndose pequeña bajo su escrutinio, mientras Aegon intentaba poner su mejor cara de inocencia.
—Solo queríamos ver a nuestro tío. —dijo Aegon, con una sonrisa descarada. —Nada más.
Ser Criston cruzó los brazos sobre el pecho, sin parecer convencido.
—Su lugar está en la biblioteca con el maestre. No en los pasillos siguiendo rumores. —reprendió. Luego, su tono se suavizó ligeramente al dirigir su mirada a Alyssa. —Lady Alyssa, su padre pronto regresará. Lo mejor será que lo espere en un lugar adecuado.
Alyssa sintió un pequeño alivio al escuchar que su padre regresaba, pero también una punzada de culpa. Habían dejado las lecciones sin permiso, y ahora no había vuelta atrás.
—Vamos, Aegon. —susurró, mirando a su primo con una mezcla de urgencia y vergüenza. —Volvamos.
Aegon suspiró, claramente decepcionado, pero finalmente asintió con la cabeza.
—Está bien, está bien. Volveremos.
Con una última mirada retadora hacia Ser Criston, Aegon tomó la mano de Alyssa y comenzaron a caminar de regreso hacia la biblioteca.
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Varias horas después, tanto Alyssa como Aegon habían terminado sus horas designadas a sus lecciones. Los dos niños se encontraban sentados en uno de los patios de la Fortaleza Roja, donde las brisas suaves traían consigo el aroma de las flores del jardín real. Alyssa, aún sumergida en su libro de poesía, estaba algo más tranquila, mientras que Aegon no podía dejar de inquietarse, jugueteando con una rama que había encontrado en el suelo.
—¿Qué crees que va a pasar ahora? —dijo Aegon, rompiendo el silencio.
Alyssa levantó la vista del libro, observando a su primo.
—No lo sé. —respondió con voz suave. —Papá me había dicho que la guerra en los Peldaños de Piedra no había terminado. Si él y nuestro tío han regresado... quizás las cosas han empeorado.
Aegon bufó, cruzando los brazos mientras se recostaba sobre el césped.
—O tal vez han regresado porque ganaron. —dijo con convicción. —Mi madre siempre dice que Daemon no se rinde fácilmente. Quizás los dornienses finalmente se retiraron.
Alyssa frunció el ceño, no del todo convencida.
—Sea lo que sea, no creo que lo sabremos pronto. —comentó Alyssa, cerrando el libro con cuidado. —Mi papá no suele hablarme de estas cosas.
Aegon se sentó, rodeando los ojos.
—Eso es porque los adultos siempre creen que no podemos entender nada. Pero yo sí entiendo. —dijo, con una pizca de orgullo en su voz. —Cuando sea rey, no me esconderé de nadie.
Alyssa sonrió levemente, pero no respondió. Siguió su vista entre el paisaje natural y los bordes de su vestido plateado y dorado que tanto le gustaba, y que no hace mucho, la misma reina había pedido confeccionar para ella como un obsequio de su parte y la del rey por su sexto onomástico, a la falta de presencia de su padre y la familia de su madre.
De repente, un sonido de pasos apresurados llamó la atención de ambos niños. Una mujer de estatura alta y cubierta de cada esquina de su cuerpo, se acercaba rápidamente, con una expresión seria en el rostro. Alyssa pudo reconocerla fácilmente y se levantó en forma de respeto a la septa que la instruía de vez en cuando.
Aegon, la miró de reojo, pero no le tomó la gran importancia y continuó jugando con la rama seca.
—Buen día, cariño. —dijo la septa con un tono dulce, inclinándose a la altura de la niña. —¿Terminaste todos tus deberes?
—Si, señorita Lana. —respondió Alyssa, entrelazándose sus dedos por encima de su vestido. —¿Hoy veremos un nuevo patrón?
La septa se quedó viéndole por un instante, con un aire melancólico. Paso la palma de su mano por la mejilla de Alyssa y le otorgo una media sonrisa. La menor no entendía su comportamiento, la septa Lana era reconocida por su estricto carácter y su nula compasión, pero ahora parecía muy calmada.
—Otro día será, pequeña. —dijo la septa, bajando la mano lentamente. —Ven, tengo algo para ti.
Alyssa se miró curiosa pero, se detuvo en el momento que la mayor jaló su mano contra ella.
—Tengo que esperar a mi padre. —indicó, muy decisiva. —Ser Criston dijo que vendría a verme.
La septa suspiró muy ansiosa, mordiendo su labio inferior. Sus ojos parecían brillar con un atisbo de tristeza que Alyssa no pudo comprender. Aegon, que había estado observando desde el suelo, se enderezó un poco, dejando de jugar con la rama.
—Es cierto. —interrumpió Aegon. —Ser Criston dijo que mi tío nos vendría a buscar.
Lana lo miró de reojo, su expresión seria volvió por un instante, pero no contestó. Luego, se volvió hacia Alyssa y le tendió una mano.
—Te lo explicaré en el camino. ¿Si, cariño?
Alyssa miró a su primo, como si buscara una explicación, pero él simplemente se encogió de hombros. Con mucha emoción, tomó la mano de la septa y la siguió. Ansiaba reencontrarse con su padre, pero sabía que la septa no la llamaría sino fuera realmente importante para ella.
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Alyssa caminaba al lado de la septa Lana, quien apretaba su mano con suavidad, pero firme. La Fortaleza Roja, normalmente tan imponente, parecía aún más vasta y silenciosa en ese momento, como si las paredes estuvieran guardando silencioso junto con los empleados.
—¿A dónde iremos, señorita Lana? —preguntó Alyssa al notar el parecido en los pasillos que iban directo a las recámaras privadas.
—Bueno, su padre..
—¿Ya llegó? Me muero por volverlo. —interrumpió la menor, dando pequeños saltitos mientras caminaba.
Lana asintió cabizbaja y siguió caminando, tratando de no ir tan rápido. En un cruce de pasillos, la mayor dio un giro inusual al que siempre recorrían para la habitación del príncipe.
—¿Por qué estamos yendo por este pasillo? —preguntó de nuevo, mirando a su alrededor.
La septa se detuvo por un segundo, mirando a la niña con una expresión indescifrable.
—Tu padre está en una habitación especial hoy. —dijo Lana con voz suave. —Quería un lugar más tranquilo para verte.
Alyssa frunció el ceño al escuchar la respuesta de la septa, sin estar del todo convencida. Aunque solo tenía seis años, sabía bien que algo no estaba del todo bien.
—¿Una habitación especial? —preguntó con curiosidad. —. ¿Qué tiene de especial?
Lana le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos y continuó caminando, tirando suavemente de la mano de Alyssa para que siguiera. Pero la niña, ahora un poco más insegura, empezó a caminar más despacio.
—¿Ya falta mucho? —preguntó, mirando con impaciencia a Lana.
La septa evitó su mirada por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—No, mi pequeña, ya casi estamos. —respondió con una sonrisa forzada.
Alyssa asintió, pero su entusiasmo se había apagado un poco. Los pasillos ya no le resultaban familiares, y el cambio de ruta la inquietaba.
—¿Por qué no fuimos por el pasillo de siempre? —insistió con la curiosidad propia de su edad, pero esta vez, su voz tenía un ligero tono de preocupación. —. Siempre vamos por allí cuando voy a ver a papá.
Lana respiró hondo y se inclinó un poco hacia Alyssa, apretando suavemente su pequeña mano entre las suyas.
—Tu papá necesitaba un lugar más tranquilo hoy. —dijo, con un tono que intentaba ser tranquilizador. —A veces los adultos también necesitan descansar un poco.
Alyssa frunció el ceño de nuevo, su confusión creciendo.
—¿Está enfermo? —preguntó, su voz apenas un susurro.
La septa titubeó por un segundo, una sombra de tristeza cruzando su rostro.
—No exactamente, cariño. —respondió, apretando los labios. —Pero pronto lo entenderás mejor.
Alyssa no respondió de inmediato, pero sus ojos brillaban con incertidumbre mientras intentaba procesar lo que la septa le estaba diciendo. Algo no encajaba, pero confiaba en Lana, aunque una parte de ella deseaba que su padre fuera quien le explicara todo.
Finalmente, llegaron hasta una puerta entreabierta de madera oscura. La septa se detuvo a mirar por un costado, y Alyssa pudo escuchar muchas voces dentro de la habitación. Murmurando una y otra vez más alto. Lana soltó su mano para abrir la puerta de lado a lado con lentitud.
—Adelante, cariño. —susurró Lana, dando un paso hacia un lado. —Su padre la espera adentro.
Alyssa dudó un momento, mirando la puerta abierta. El cuarto parecía más oscuro de lo que recordaba, y el aire dentro era pesado. Dio un paso hacia adelante, pero luego se volvió hacia Lana, buscando una confirmación silenciosa.
La septa asintió con la cabeza, y Alyssa respiró hondo antes de entrar al cuarto. Al hacerlo, sus ojos necesitaron un momento para acostumbrarse a la penumbra, pero pronto distinguió una figura conocida recostada en la cama. Su padre estaba allí, pero no de la forma en que lo había imaginado. Acostado en la cama, su piel pálida y el rostro cubierto de sudor, parecía muy diferente al hombre fuerte y sonriente que recordaba. Las mujeres, vestidas con túnicas oscuras, murmuraban entre sí, y el aire estaba cargado de un fuerte olor a hierbas y algo que no podía identificar.
—Papá... —susurró Alyssa, dando un paso más cerca, pero deteniéndose de nuevo al ver cómo una de las mujeres le aplicaba una compresa en la frente.
Uno de los maestres, un hombre anciano con una expresión grave, la notó y se inclinó hacia su padre, murmurando algo en su oído. Con esfuerzo, el príncipe abrió los ojos, que parecían más apagados de lo habitual, pero al ver a Alyssa, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Alyssa... ven aquí, pequeña. —dijo, su voz apenas un susurro, pero llena de cariño.
Alyssa avanzó lentamente, ignorando la sensación extraña en su estómago, y se acercó a la cama, mirando con preocupación el estado de su padre.
—Papi, ¿qué pasa? ¿Estás enfermo? —preguntó, su voz temblando un poco mientras sus pequeños dedos tocaban la mano de él.
El príncipe cerró los ojos por un momento, como si la fuerza le fallara, pero luego los abrió nuevamente, mirando a su hija con ternura.
—Estoy... descansando, Alyssa. —dijo, aunque su respiración era laboriosa. —Necesito que seas fuerte por mí, ¿de acuerdo? Solo por un tiempo.
Alyssa lo miró con los ojos llenos de confusión y miedo. Ella no entendía del todo lo que estaba sucediendo, pero algo en su interior sabía que nada volvería a ser igual.
—No quiero que descanses... quiero que te levantes. —dijo con la inocencia de su edad. —Quiero que vayamos al jardín, como siempre.
El príncipe apretó su mano con la poca fuerza que le quedaba, y aunque le dolía verle así, una parte de él deseaba no asustarla más.
—Pronto, pequeña... muy pronto. —mintió suavemente, mientras las mujeres continuaban murmurando y los maestres observaban desde la distancia, sabiendo lo inevitable.
Alyssa asintió, aunque no lo comprendía del todo, y se quedó a su lado, aferrándose a su mano con la esperanza de que, de alguna manera, todo volvería a ser como antes.
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Primer capítulo y yo la más emocionada.
Aegon y Alyssa chiquitos son una ternura. ¿Opiniones? Aerion apenas llegó y ya se va.
Si les gustó pueden dejar su voto o algún comentario para que más personas conozcan el fanfic y yo sepa que les está gustando, se los agradecería bastante <3
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