𝐟𝐨𝐮𝐫. 𝐰𝐨𝐮𝐥𝐝'𝐯𝐞, 𝐜𝐨𝐮𝐥𝐝'𝐯𝐞, 𝐬𝐡𝐨𝐮𝐥𝐝'𝐯𝐞
Cuatro. Habría, podría haber, debería haber
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La brisa marina llenaba el aire con el inconfundible olor salado, y el cielo nublado añadía una sensación de melancolía a la despedida que estaba por suceder. En el puerto de Desembarco del Rey, los estandartes de los Targaryen ondeaban al viento, y la tripulación preparaba el barco que llevaría a los príncipes de Rocadragón de vuelta a casa. Junto a la embarcación, el rey y la reina, junto a sus dos de sus cuatro hijos, esperaban en silencio, observando a la joven niña mientras conversaba con Rhaenyra y Laenor.
Alyssa sentía una mezcla de emoción y nostalgia. La promesa de una nueva vida en Rocadragón era algo que había deseado en lo más profundo, pero ahora que el momento había llegado, no podía evitar las punzadas de tristeza al dejar atrás los recuerdos que había formado junto a su difunto padre. El cielo despejado le recordaba tanto a la primera vez que la dejó montar junto a él en su dragón, surcando los cielos solo como ellos dos lo entendían. Ante un llamado, se acercó hasta su tío y su demás familia, esperando el momento para partir.
—Es hora de despedirte, Alyssa. —le susurró Rhaenyra, lanzándole una pequeña sonrisa.
La menor asintió, alzando su mirada decaída a los presentes. Se acercó hasta su tío, el Rey Viserys, e hizo una reverencia, su vestido tocando el suelo de piedra. Viserys le tocó el hombro, levantándola lentamente, tomó su mentón y acarició su pálida mejilla con sus viejos dedos de anciano.
Alyssa sintió el toque cálido de los dedos de su tío en su rostro, una ternura que contrastaba con la seriedad en su mirada. El rey inclinó un poco la cabeza, examinando a su sobrina con la profundidad de alguien que conoce el peso de las despedidas.
—Espero logres encontrar más que un hogar en Rocadragón, Alyssa. —le dijo, su voz ronca pero suave. —Verás el lugar que le dio vida a nuestra casa en Poniente, un lugar que resuena con la sangre de dragón que corre en tus venas. —la acarició suavemente una vez más y, soltando su rostro, asintió con solemnidad. —Pero siempre recuerda que puedes volver cuando desees..
Alyssa inclinó la cabeza en señal de respeto, luchando contra la emoción que empezaba a nublar su vista. Luego se dirigió hacia la Reina, haciendo una reverencia profunda. Con su porte impecable, Alicent extendió una mano, tocando el mentón de la niña y guiándola para que se levantara. El contacto de aquellos dedos suaves y firmes hizo que Alyssa contuviera la respiración, impresionada por la presencia majestuosa de su tía, quien parecía emanar un aura de autoridad tranquila y elegancia sin esfuerzo.
Alicent observó a Alyssa en silencio durante un instante, como si buscara memorizar cada rasgo de su joven rostro. Sin previo aviso, la Reina se inclinó y depositó un beso en la mejilla de su sobrina política, dejando en sus labios una leve sonrisa que mostraba ser tanto un gesto de afecto silencioso como de despedida.
Sus miradas se encontraron. Alyssa notó que la Reina tenía una expresión solemne, una mezcla de nostalgia y resignación, como si aquel adiós llevara consigo una carga silenciosa. Los ojos violeta de la niña se encontraron con los de Alicent, y por un instante ambas parecieron notar algo en los otros; en los ojos de Alyssa había un destello de verde que contrastaba con el violeta de su linaje, una pequeña señal de la presencia de sus padres en ella.
—Te pareces tanto a tu padre.. —murmuró la Hightower, apartándose con cuidado y retomando su postura. Cerró sus ojos por un segundo, disolviendo sus palabras en silencio. —Cuida de ti misma y se fuerte, querida.
Alyssa asintió con una débil sonrisa antes de pasar junto a sus primos. Primero se acercó a Helaena, quien la miraba con sus pequeños ojos atentos, llenos de una melancolía que compartía con su prima. La princesa se acercó y Alyssa la rodeó en un abrazo que tan solo duró unos cuantos segundos, después, ambas se tomaron de las manos, siguiendo con la despedida mientras los adultos terminaban de discutir a sus espaldas.
—Él está molesto.. —dijo Helaena, desviando sutilmente la mirada a sus manos. —Pero si quería venir.
—No te preocupes Hela. —respondió la mayor, captando a quien se refería su prima. —Aegon se lo pierde. —bufó con una risita, acercando a Helaena para que los mayores no escucharan.
—¡Si! Aegon es un tonto. —añadió el menor de los Targaryen, uniéndose en voz alta a la conversación de las niñas.
Tanto Alyssa como Helaena se quedaron mirándolo, sorprendidas por su intervención. Aemond estaba de pie a unos metros, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido, pero había una chispa de picardía en su mirada que desmentía su aparente seriedad.
—¿Tonto? —preguntó Alyssa, arqueando una ceja con diversión mientras se dirigía al menor. —. ¿Eso crees, Aemond?
El niño asintió con firmeza, dando un paso hacia las dos.
—Aegon siempre se comporta como un tonto. —replicó con una convicción que hizo reír a Helaena. —Ni siquiera vino a despedirte porque no le importa nada más que él mismo.
Alyssa sonrió con ternura al escuchar la honestidad de su primo. Era extraño, casi encantador, cómo el pequeño parecía tan determinado a compartir su opinión, como si quisiera dejar claro que él, al menos, sí estaba ahí.
—Bueno, entonces eso te hace mejor que él, ¿no? —respondió Alyssa, inclinándose un poco hacia Aemond para quedar más cerca de su altura.
El niño parpadeó, sorprendido por el cumplido, y desvió la mirada, incómodo pero complacido.
—Yo... solo vine porque mi madre lo pidió. —dijo, tratando de sonar indiferente, aunque sus mejillas se enrojecieron ligeramente.
Alyssa no pudo evitar reír suavemente al ver su reacción. Se acercó más y, para su sorpresa, Aemond no se apartó. En cambio, la miró fijamente con esos ojos violetas tan intensos, una mezcla de desafío y algo que aún no sabía cómo definir.
—Gracias por venir. —murmuró Alyssa, colocando una mano en su hombro con suavidad. —Significa mucho para mí.
Aemond se quedó inmóvil por un momento, claramente sin saber cómo responder. Finalmente, asintió con la cabeza, su seriedad regresando mientras intentaba mantener una compostura digna.
—No necesitas agradecerme. —dijo con un tono casi adulto. —Es lo correcto.
Alyssa lo miró un momento más antes de apartarse, dejando que la calidez de aquel pequeño gesto hablara por ambos. Luego se volvió hacia Rhaenyra, quien la observaba con una sonrisa orgullosa, lista para llevarla a bordo del barco.
—Es hora, Alyssa. —anunció la princesa, extendiéndole una mano.
Alyssa tomó una última bocanada de aire, llenándose del olor salado del puerto, y miró a su familia una vez más. Los ojos de Viserys brillaban con ternura, Alicent mantenía su postura regia, Helaena le dedicaba una pequeña sonrisa, y Aemond permanecía donde estaba, observándola con una intensidad que parecía más madura de lo que su edad permitía, aunque eso no evitaba que lo viera sollozar.
Con un último asentimiento, la niña tomó la mano de Rhaenyra y caminó hacia el barco, mientras las velas comenzaban a izarse.
—¿Syrthrax irá con nosotros o volará con Syrax y Seasmoke? —preguntó la menor a su prima. No es como si quisiera montarla, aunque la idea no le disgustaba, pero temía que se perdiera en el camino. —Ella no suele viajar a largas distancias, y tampoco sabe el trayecto hasta Rocadragón..
—Ella debe viajar por sí sola. —Rhaenyra se detuvo un momento, esperando a que bajasen el puente para llegar al barco, tomando la oportunidad. —Mira. —la tomó por los hombros y la giro hasta la dirección del cielo, donde Syrax y Seasmoke daban vueltas alrededor de la pequeña dragona. —Ella estará bien con esos dos. No la perderán de vista.
El aire se llenó de un rugido agudo y vibrante cuando Syrthrax por fin alzó el vuelo con un aleteo enérgico, siguiendo la estela de Syrax y Seasmoke. A pesar de su tamaño más reducido y movimientos menos fluidos, Syrthrax mostraba una determinación admirable mientras trataba de mantener el ritmo de los dragones mayores. Alyssa observó el espectáculo con los ojos entrecerrados, su corazón dividido entre la admiración y una preocupación silenciosa.
—Es más fuerte de lo que parece, Alyssa. —murmuró Laenor, colocándose junto a su prima. Su voz tenía un tono tranquilizador que rara vez utilizaba. —Rocadragón le dará la libertad que necesita para crecer. Igual que a ti.
Alyssa no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en la figura de Syrthrax, que se alejaba cada vez más. Finalmente, asintió y dejó escapar un leve suspiro.
—Lo sé... pero sigue siendo difícil dejarla volar sola. —murmuró, cruzando los brazos para ocultar cómo sus dedos temblaban ligeramente.
Laenor sonrió y colocó una mano firme en el hombro de la niña.
—Es lo que debemos hacer, ¿no? —añadió, guiándola hacia la cubierta del barco mientras los marineros comenzaban a izar las velas. —Confiamos en nuestros dragones y dejamos que el viento los lleve.
El barco se balanceó ligeramente cuando las olas del mar lo empujaron hacia el horizonte. Alyssa se quedó cerca de la borda, sintiendo cómo el viento le alborotaba el cabello. Desde allí, podía ver cómo la costa de Desembarco del Rey se hacía más pequeña a medida que el navío se alejaba. La silueta de la Fortaleza Roja, con sus torres imponentes, pronto desapareció entre la bruma del océano.
Detrás de ella, Rhaenyra y Laenor conversaban en voz baja, planificando los primeros días de Alyssa en Rocadragón. La princesa tenía una expresión cálida y tranquila, pero sus ojos no dejaban de vigilar a su prima menor, notando cómo la joven luchaba por mantener la compostura.
—No estarás sola, Alyssa. —le aseguró, acercándose finalmente a ella. —Rocadragón no es solo un lugar. Es un legado. Allí no solo encontrarás refugio, sino también tu lugar en nuestra historia.
Alyssa alzó la mirada hacia Rhaenyra, encontrando consuelo en la firmeza de sus palabras. Era cierto que la perspectiva de vivir en Rocadragón le llenaba de emoción, pero también había un peso que no podía ignorar: la incertidumbre sobre si sería digno de ello.
—Gracias, Nyra. —respondió en voz baja, permitiendo que un atisbo de sonrisa cruzara su rostro.
Mientras el sol comenzaba a alzarse hasta su punto más alto, bañando el cielo en tonos amarillos y rayos que chocaban en su piel, el barco se adentró en las aguas abiertas. En lo alto, Syrthrax seguía volando, su figura iluminada por los rayos de luz.
Alyssa cerró los ojos por un momento, dejando que el sonido de las olas y el aleteo de los dragones llenara el silencio. Era un nuevo comienzo, sí, pero también el inicio de una responsabilidad que apenas comenzaba a comprender.
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El aire salado del puerto se llenaba ahora con el crujir de las velas al ser izadas, mientras el barco que llevaba a Rhaenyra, Laenor y Alyssa comenzaba a alejarse lentamente del muelle. Los ojos de Viserys se posaban en el horizonte, donde las siluetas de las embarcaciones se volvían cada vez más pequeñas. Su postura erguida y regia contrastaba con la melancolía que reflejaban sus facciones cansadas. A su lado, Alicent observaba en silencio, su mandíbula tensa y sus ojos entrecerrados, como si intentara contener un pensamiento que luchaba por salir.
Aemond permanecía inmóvil, su mirada fija en el barco. La leve brisa alborotaba su cabello plateado, pero sus ojos violetas permanecían inmutables, un destello de enojo e impotencia reflejándose en ellos. A unos pasos de distancia, Helaena tarareaba suavemente para sí misma, sus manos jugueteando con un pequeño broche que había sacado de su vestido, aparentemente indiferente a la tensión palpable que comenzaba a formarse entre sus padres.
Finalmente, la Reina rompió el silencio, su voz baja pero cargada de reproche.
—Al menos nos hemos desecho de esa niña y su naturaleza.. —su mirada se desvió hacia el horizonte, pero su tono cortante no dejó dudas de a quién iba dirigido su comentario.
Viserys suspiró, llevándose una mano a la frente. Había esperado que Alicent pudiera guardar sus preocupaciones al menos por un día, pero era evidente que no iba a ser así.
—¿De qué naturaleza hablas, querida? —cuestionó el Rey, su tono cansado pero firme.
—Sabes a lo que me refiero.. —dijo la Reina, desviando la mirada.
—No. No lo sé. —bufó, siguiendo el rostro erguido de su mujer. —Alyssa es una niña como cualquier otra. Dulce y apasionada como mi hermano.
Alicent giró la cabeza hacia él, sus ojos oscuros chispeando con una mezcla de frustración y preocupación.
—Eso no garantiza nada.. —hizo una pausa, mirando brevemente a Aemond y Helaena, que seguían en su propio mundo. Bajó la voz. —No quiero que nuestra familia cargue con la mancha de su vida..
Viserys la observó durante un largo momento, su rostro endureciéndose con cada palabra.
—Mancha, dices. —repitió, su voz grave ahora. —¿Es eso lo que ves en la hija de mi hermano? ¿Una mancha?
Alicent apartó la mirada, sin responder de inmediato.
—Lo que veo es una niña que podría complicar el delicado equilibrio de nuestra familia. —dijo finalmente, su tono más bajo pero igualmente decidido.
—El equilibrio ya está roto... —respondió Viserys con un dejo de amargura. —Y no es por culpa de Alyssa.
Alicent dio un paso hacia él, pero antes de que pudiera replicar, un ruido de pasos apresurados interrumpió la tensión. Aegon apareció, su cabello alborotado y su expresión confusa, como si acabara de darse cuenta de algo importante.
—¿Dónde está? —preguntó, mirando alrededor. Sus ojos buscaron desesperadamente entre los presentes.
Aemond lo observó con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Helaena levantó la vista de su broche, curiosa por la repentina aparición de su hermano mayor. Alicent lo miró con una mezcla de sorpresa y desaprobación.
—¿Dónde está quién, Aegon? —preguntó Alicent, aunque ya sabía la respuesta.
—Alyssa. —respondió, su voz cargada de impaciencia. —Quiero despedirme de ella.
El silencio que siguió fue suficiente para que Aegon entendiera la respuesta antes de que alguien hablara. Se giró hacia el muelle y vio el barco alejándose, ya demasiado lejos para alcanzar.
—No puede ser. —murmuró, su tono incrédulo. Dio un paso hacia adelante, como si pudiera detener lo inevitable, pero se quedó inmóvil, sus manos cerrándose en puños.
Viserys lo observó en silencio, mientras Alicent cruzaba los brazos, claramente molesta.
—Si realmente querías despedirte, podrías haber llegado a tiempo. —dijo Alicent con frialdad.
Aegon la ignoró, su atención fija en el barco que desaparecía en el horizonte.
—No quise que se fuera sin... —murmuró, pero no terminó la frase. Su voz se desvaneció, al igual que la embarcación en la distancia.
Aemond dio un paso hacia él, con una mirada casi desafiante.
—¿Qué importa? —dijo el menor, su voz cortante. —. Ni siquiera te importó lo suficiente como para venir antes.
Aegon lo miró por un momento, pero no respondió. En lugar de eso, volvió su vista al mar, donde el barco ya no era más que un punto en el horizonte. Finalmente, soltó un largo suspiro, resignado, y se volvió hacia su madre.
—¿Puedo irme ahora? —preguntó con amargura.
Alicent asintió sin decir nada, observando mientras su hijo mayor se alejaba. Su mirada volvió a Viserys, quien permanecía en el muelle, su rostro endurecido pero con un dejo de tristeza en los ojos.
—No podemos ignorar lo que significa esto para nuestra familia, Viserys. —dijo finalmente Alicent, su voz baja pero cargada de preocupación.
—No, Alicent. —respondió el rey, sin mirarla. —No podemos ignorar lo que significa ser una familia.
Con eso, Viserys se giró y comenzó a caminar hacia el carruaje que los esperaba, dejando a Alicent sola en el muelle con sus pensamientos, mientras el sonido de las olas llenaba el aire.
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La noche se cernía sobre Rocadragón, envolviendo la isla en un manto de oscuridad iluminado solo por la luz de los faros y el resplandor rojizo de las entrañas volcánicas del lugar. La brisa salada del mar traía consigo el sonido de las olas rompiendo contra la roca, junto con el eco de un barco atracando en el muelle.
El príncipe Daemon y lady Laena aguardaban en la entrada principal, con sus dos pequeñas hijas, Baela y Rhaena, aferradas a las manos de su madre. Ambas niñas observaban con expectación, emocionadas por la llegada de sus primos.
—Ya están aquí. —dijo Laena, señalando hacia la sombra de personas cruzando el puente.
Daemon no respondió de inmediato, pero su semblante se suavizó al distinguir las figuras de Rhaenyra y Laenor, seguidos de sus hijos con sus niñeras. Entre ellos, la pequeña figura de Alyssa destacaba, aferrándose a la mano de su prima.
Cuando cruzaron el umbral, Daemon avanzó unos pasos, con su mirada fija en Alyssa. La niña lo vio y, como si olvidara el cansancio del viaje, soltó la mano de Rhaenyra y corrió hacia él con una sonrisa iluminando su rostro.
—¡Tío Daemon! —gritó, su voz resonando en el aire fresco de la noche.
Daemon se inclinó rápidamente y la levantó en sus brazos, envolviéndola en un fuerte abrazo. Por un momento, su postura usualmente altiva se desvaneció, y solo quedó un hombre que adoraba a su sobrina.
—Pensé que nunca llegarías. —dijo Daemon, su tono cálido y bromista mientras la miraba con afecto.
Alyssa rió, apoyando su cabeza en el hombro de su tío.
—¿Me extrañaste, tío? —preguntó, mirándolo con ojos llenos de curiosidad.
—Más de lo que imaginas. —respondió Daemon, acariciándole el cabello con una ternura que pocos habrían creído posible en él.
Mientras tanto, Laena se acercó a Rhaenyra y Laenor, abrazándolos a ambos.
—Bienvenidos. —dijo con una sonrisa sincera. Su atención se dirigió a los niños, inclinándose ligeramente hacia ellos. —Y ustedes también, mis valientes príncipes.
Baela y Rhaena, viendo la escena, soltaron las manos de su madre y corrieron hacia Jacaerys y Lucerys, quienes las saludaron con sonrisas tímidas. El pequeño Joffrey, apenas capaz de caminar con firmeza, se quedó en brazos de su padre, observando con curiosidad.
—Es bueno estar en casa. —dijo Rhaenyra, dejando escapar un suspiro al mirar las torres del castillo.
—Es bueno tenerlos de vuelta. —respondió Laena, apretando suavemente su mano.
Daemon, todavía cargando a Alyssa, se acercó al grupo.
—Rhaenyra, Laenor. —los saludó con un asentimiento antes de mirar a los niños. —Han crecido.
—Eso hacen los niños, Daemon. —bromeó Laenor, aunque su tono era amable.
Daemon esbozó una sonrisa antes de dirigir su mirada a Alyssa.
—Y tú, pequeña, estás más alta de lo que recordaba. ¿Seguro que no tienes sangre gigante además de la sangre del dragón?
Alyssa rió, sacudiendo la cabeza.
—¡No! Solo soy yo.
Todos rieron suavemente, la tensión del día disipándose con la calidez del reencuentro. Mientras los criados comenzaron a llevar los equipajes hacia la fortaleza, Laena miró a Rhaenyra con algo de preocupación en sus ojos.
—Ha sido un viaje largo. Deben descansar.
Rhaenyra asintió, agradecida.
—Mañana hablaremos con calma.
Daemon dejó a Alyssa en el suelo, pero no sin antes inclinarse hacia ella.
—Iremos a los nidos mañana, ¿de acuerdo? Hay algo que quiero mostrarte.
Los ojos de Alyssa brillaron de emoción mientras asentía rápidamente.
—¡Sí, tío Daemon!
La familia se dirigió hacia el interior de Rocadragón, la fortaleza acogiendo a sus herederos bajo su techo. Mientras las llamas de las antorchas iluminaban los pasillos, Rhaenyra miró a Daemon por encima del hombro y sonrió ligeramente.
En Rocadragón, la noche traía consigo un respiro, un instante de paz entre las tormentas que aún acechaban en el horizonte.
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Después de horas de no saber qué escribir, por fin terminé.
Laenor y Rhaenyra los papis adoptivos de Alyssa. Ni como ayudar a Aegon. ¿Opiniones? ¿Teorías? Y seguimos con el odio de Alicent a mi chiquita.
Si les gustó pueden dejar su voto o algún comentario para que más personas conozcan el fanfic y yo sepa que les está gustando, se los agradecería bastante <3
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