🦋Capítulo 1 - Tres mariposas🦋
Mi nombre es Park Jimin, un empresario con una fortuna considerable. Durante más de una década, he dedicado mi vida al trabajo arduo y a la perseverancia para alcanzar el éxito que hoy disfruto. Recuerdo los días en que mi situación era precaria y muy pocas personas se acercaron para ofrecer su apoyo. Aquella experiencia me enseñó el valor de la solidaridad y fue la chispa que encendió mi deseo de abrir un bufete de abogados. En sus inicios, el propósito de mi firma era claro y noble: proporcionar asistencia legal a aquellos que se encontraban en situaciones vulnerables y no tenían los medios para defenderse.
Con el tiempo, nuestro compromiso y dedicación nos ganaron el reconocimiento y la confianza de la comunidad. Empezamos a atraer a clientes de mayor poder adquisitivo, quienes no dudaron en ofrecer sumas generosas por nuestros servicios. A pesar del crecimiento y la prosperidad que esto trajo a la empresa, nunca olvidé mis principios fundacionales. Es por eso que aún mantenemos una sección pro bono en nuestro bufete, donde el único requisito para recibir asistencia es demostrar una verdadera necesidad financiera.
En cuanto a mi persona, algunos podrían decir que soy vanidoso, ególatra e incluso narcisista pero la verdad es que simplemente tengo confianza en mi apariencia. Mi estética es una parte de mi identidad que cuido con esmero, como refleja mi reciente decisión de teñir las puntas de mi cabello de un tono azul oscuro. Lejos de parecer frívolo, este toque de color añade un aire de autoridad y distinción a mi imagen.
Hoy es un día significativo para la firma, ya que varios de mis colegas abogados, quienes han sido pilares en la construcción de este proyecto, se retiran. Son figuras que han combinado la amabilidad con un carácter firme, y aunque su partida es un cambio notable, también es una oportunidad para dar la bienvenida a una nueva generación de aprendices. De ellos espero que hereden no solo el conocimiento y la habilidad, sino también el corazón y la humanidad que han caracterizado a nuestra práctica desde el principio.
Avanzo por los amplios corredores de mi imponente edificio, con una seguridad que resuena en cada paso que doy. Mis saludos son sutiles, un gesto de la mano aquí, una mirada allá, un asentimiento silencioso que no necesita palabras. Los rostros de mis empleados se iluminan al verme; sus sonrisas son amplias, genuinas, o al menos eso quiero creer. Algunos me miran con ojos que destellan admiración, y no puedo evitar cuestionarme: si no fuera Park Jimin, el empresario exitoso, ¿recibiría la misma calidez? Si no fuera el dueño de este prestigioso bufete, ¿mis acciones y palabras serían recibidas con tanto entusiasmo? La respuesta es un eco en mi mente: ¡claro que no!
Sin embargo, dejo a un lado esos pensamientos, pues hoy no es un día para dudar de las intenciones de los demás. Hoy es un día de transición y renovación. Continúo mi camino, con la certeza de que cada paso me acerca más a la sala de juntas, donde el futuro y el pasado de mi firma están a punto de encontrarse. Los abogados que han sido la columna vertebral de mi empresa durante años están listos para pasar el testigo a una nueva generación, y yo estoy aquí para supervisar ese traspaso.
Al llegar a la puerta de la sala, me detengo un instante para ajustar mi corbata, un reflejo de la importancia del momento. Trago saliva, consciente de que las decisiones que tome hoy resonarán en el legado de mi firma. Con un movimiento firme, abro la puerta y entro.
Mis ojos se encuentran de inmediato con una mirada que me desarma: unos ojos negros, profundos y brillantes, que parecen contener universos enteros en su oscuridad. Por un momento, todo lo demás se desvanece, y solo quedamos esa mirada y yo, en un silencio cargado de posibilidades.
Pero la magia se rompe con la suavidad de una voz que pronuncia mi nombre, una voz que parece envolverme con su calidez y me saca de mi trance. Es una voz que no había escuchado antes, pero que de alguna manera me resulta familiar, como si estuviera destinada a formar parte de la sinfonía de mi vida. Y mientras me recupero de la sorpresa, sé que este es solo el comienzo de algo emocionante.
—¿Sí? —le contesto al dueño de esa voz.
Ante mí se encuentra un hombre que destaca en la multitud, no solo por su altura sino también por la confianza que irradia. Su piel canela brilla bajo la luz tenue de la sala, y sus ojos color avellana, llenos de una curiosidad insaciable, escudriñan cada detalle de su entorno. Es evidente que es un hombre de mundo, su porte y su traje, casi un reflejo del mío, hablan de su estatus y refinamiento. Los detalles no pasan desapercibidos: el reloj que adorna su muñeca, los zapatos pulidos hasta reflejar su éxito, incluso sus manos bien cuidadas con una manicura impecable, todo en él sugiere una vida de comodidades y lujo.
En contraste, el hombre de ojos negros parece llevar una historia diferente en su mirada. Sus ojos, dos abismos oscuros y brillantes, parecen haber visto más de lo que su juventud sugiere. Su traje, aunque limpio y ordenado, muestra signos de uso, una prenda que ha sido testigo de largas jornadas de trabajo. Sus zapatos, aunque viejos, están lustrados con tal dedicación que reflejan su determinación y esfuerzo. Y sus manos, con uñas que han sido mordidas quizás en momentos de reflexión o tensión, hablan de una lucha constante por superarse.
Mientras rodeo la mesa para saludar a los tres abogados que hoy se despiden de la firma, no puedo evitar sentir un profundo respeto por ellos. Son los veteranos, los maestros, aquellos que han dejado su huella en cada caso y en cada vida que hemos tocado. Y junto a ellos, dos jóvenes promesas que hoy se unen a nosotros, cada uno con su propia historia y sus propios sueños por cumplir. Pero hay una ausencia notable, un espacio vacío que debería estar ocupado por el tercer aprendiz. Me detengo un momento, la pregunta flota en el aire, casi palpable:
—¿Dónde está el tercero?
El señor Lee, con su voz siempre calmada y segura, me informa que el último aprendiz está en camino, viniendo desde la lejana Daegu. Asiento, reconociendo la distancia que ha recorrido, y me acomodo en mi escritorio, el epicentro de decisiones que han moldeado no solo la firma, sino también vidas.
Dirijo mi atención a los nuevos aprendices, cuya juventud es un marcado contraste con la experiencia que se respira en la sala.
—¿Cuáles son sus nombres? —pregunto, mi curiosidad picada por el potencial que traen consigo.
—Kim Taehyung —responde el primero, su voz es un eco de confianza que llena la habitación. Asiento, una sonrisa se dibuja en mis labios al reconocer la fuerza que emana de su presencia.
—¿Qué edad tienes? ¿A qué universidad fuiste? —las preguntas son estándar, pero esenciales para entender el calibre del individuo frente a mí.
—Veintiséis años, señor. Soy graduado de Harvard. —Su respuesta es breve, pero el peso de Harvard lleva consigo una promesa de excelencia.
—Impresionante —digo, ¿Traes tu currículum? —Él me entrega una carpeta guinda, cuya calidad habla por sí sola. Luego, mi mirada se desplaza hacia el siguiente, el chico de ojos negros que me recuerdan a los de un bambi, inocentes pero llenos de una determinación feroz—. ¿Y tú? —le cuestiono.
—Mi nombre es Jeon Jungkook, tengo veinticinco años y soy graduado de la universidad nacional de Seúl. He estudiado su carrera y le admiro mucho. —Su voz lleva un matiz de respeto y una sinceridad que no puedo ignorar.
—Gracias, espero poder llevarnos bien. ¿Curriculum? —pregunto, y él asiente, entregándome una carpeta blanca que, aunque no tan lujosa como la anterior, es testimonio de su dedicación y su deseo de superarse.
En ese instante crucial, la puerta se entreabre con un chirrido que parece cortar el silencio como un cuchillo afilado. Todos los presentes giramos simultáneamente, como si fuéramos uno solo, para observar al recién llegado. Su cabello rojo fuego no es solo una llama viva que contrasta con la sobriedad de la sala, sino que parece encender el aire mismo, llenándolo de una energía palpable. Y su sonrisa, esa sonrisa gatuna, es más que un destello de audacia; es una declaración de intenciones, un desafío lanzado sin palabras que captura mi atención de manera irrevocable. Pero no se detiene ahí, esa sonrisa despierta una chispa de algo más profundo, algo que yace en las profundidades de mi ser, agitando las aguas tranquilas de mi existencia, esperando ser explorado.
El joven avanza con pasos decididos, cada movimiento impregnado de una confianza que parece desafiar al mundo entero. Mientras lo hace, puedo sentir cómo la dinámica de la sala se transforma, cómo su presencia promete inyectar un nuevo vigor a la firma. Aunque aún no conozco su nombre, una voz interna me susurra que este joven de cabello rojo será una fuerza a tener en cuenta, alguien que probablemente traerá problemas, pero del tipo que despierta la curiosidad y el interés, porque parece que es difícil de manejar, un enigma envuelto en un misterio.
Su atuendo es una declaración de individualidad: un traje color café que desafía las convenciones y tenis converse rojos que van a juego con su cabello alborotado, como si cada hebra estuviera cargada de rebeldía. Es una visión que rompe con la monotonía, que promete historias aún por contar.
Finalmente, rompe el silencio con una voz que lleva el peso de la música y la poesía, aunque sus palabras sean simples:
—Una disculpa por llegar tarde, mi nombre es Min Yoongi —dice caminando directo a mí.
Él me extiende una carpeta que, a pesar de su apariencia simple y desgastada, parece contener más que meros papeles. Con manos ligeramente temblorosas, abro su currículum y mis ojos se ensanchan al descubrir que también es un egresado de la prestigiosa universidad nacional de Seúl, graduado con honores, aunque su presencia desenfadada sugiera lo contrario. Me sumerjo en un mar de pensamientos, quedándome en silencio durante lo que parecen ser largos minutos, observando detenidamente a cada uno de los nuevos aspirantes que se presentan ante mí.
Kim Taehyung, con una voz que parece tejer hechizos seductores, capaz de convencer al más escéptico con solo unas pocas palabras melódicas. Jeon Jungkook, cuyos ojos parecen reflejar constelaciones enteras, prometiendo una profundidad y una perspectiva que trascienden lo ordinario. Y Min Yoongi, con su cabello tan alborotado como su energía, vibrando con una frecuencia que parece desafiar las normas establecidas.
Me pregunto, con una mezcla de anticipación y cautela, ¿qué tan buenos serán en su trabajo? ¿Serán capaces de cumplir con las altas expectativas que he establecido? En el fondo, albergo la esperanza de que todo fluya con la suavidad de la miel sobre hojuelas, que la sinergia entre nosotros sea tan natural y dulce como el néctar que atrae a las abejas.
Sin embargo, un latido inquietante en mi corazón, casi como un tambor lejano, me advierte que estos tres jóvenes podrían ser el inicio de una serie de desafíos. No son solo aspirantes; son enigmas, promesas de historias por escribir, de caminos que se bifurcan en direcciones inesperadas. Cada uno con su propio conjunto de habilidades y misterios, cada uno con la capacidad de transformar la rutina en aventura, la monotonía en innovación.
Y mientras reflexiono sobre estas posibilidades, no puedo evitar sentir una chispa de emoción, un susurro de aventura que se avecina. Porque, después de todo, ¿qué es la vida sin un poco de incertidumbre, sin esos momentos que nos sacan de nuestra zona de confort y nos invitan a bailar al ritmo de lo desconocido?
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