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""Tu voz, es mi calma.

Tu voz, es mi calma. Mi calma para este tormento llamado mi alma"

Cuando me susurras al oído con tu dulce voz, los monstruos que atormentan mi alma desaparecen.
Tú tienes el poder, mi Sultán consorte.
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YoonGi jamás pensó encontrar paz en una persona, porque siendo el Sultán del mundo la paz era lo último que tenía.
Y la paz que encontraba solo en los brazos de su Sultana era sin duda lo mejor, era una cura a su solitario corazón.

Y es que desde que su padre, el antiguo Sultán murió en la guerra contra Persia, él siendo solo un joven de 20 años debía tomar la responsabilidad, convirtiéndose en el Sultán del mundo.

Pronto ese poder que tenía en sus manos le fue consumiendo lo más importante en una persona.

La alegría, el amor.

Y aunque a lo largo de esos año él pensó que lo único que importaba era seguir con el sultanato tan fuerte y poderoso como su padre e incluso convertirlo en el sultanato magnífico.

Lo logró, lucho junto a sus guerreros y ganó batalla.

Era llamado el gran Sultán justo, que daba prosperidad y riquezas a su gente.

Y cuando cumplió los 26 años, debía casarse con la Omega que el antiguo Sultán escogió para él.

Siendo una Omega hermosa, con cabello blanco que significaba pureza, ojos verdes como la naturaleza y fértil para traer al mundo al heredero de la corona.

Su Sultana lo tenía todo, era la Omega más hermosa de Turquía, representando la belleza con la cual Allah había bendecido a la consorte que daría prosperidad y estabilidad al reino.

Era perfecta.

Lo era antes de que sus ojos se posarán en ese lunar de media Luna. Una mancha, una aberración, como llamaba su padre a los omegas diferentes. Un castigo de Allah.

Se sintió traicionado pero a la misma vez sintió ese calor de anhelo.

Y cuando le ordenó no salir de sus aposentos, y cuando no lo vió por dias enteros es que se dio cuenta de que no importaba si era mujer o hombre.

Él lo necesitaba en su vida, era él Omega que Allah le dió.

Un Omega diferente, perfecto.

—JiMin...

Su nombre era perfecto.

—Haseki Sultán JiMin...

Susurro y sus ojos se posaron en la corona que reposaba en su mano, a espera de su dueño.

Una corona que solo el Sultán o la Haseki consorte tenía el poder de usarla, porque tenía la joya que representaba el poder del mundo.

Nunca una Sultana sin el título la ha usado.

—Esta corona pronto te pertenecerá mi amado... — susurro devolviendola al cofre donde ha permanecido resguardada por años.

—Adelante...— dijo cuando tocando a su puerta.

Y pronto, entró la dueña de sus pensamientos y alma.

Su Sultana amada.

—JiMin...— le llama y en su voz se escucha el amor que le profesa.

Nunca un Sultán debe mostrarse débil ante los demás y mucho menos ante una mujer.

Una mujer, que esta por debajo de todo, un vientre más. Es considerada la debilidad del hombre así como también la destrucción para el hombre.

Pero ante Allah, la mujer está posada en un pedestal, es una maravilla no sólo por el hecho de crear vida, es la definición de estabilidad en un hogar.

Ante sus ojos, solo está su Sultana.

—Acercate JiMin... — extiende su mano hacia su esposo y lo guía a su lado —¿Te gusta?...— pregunta enseñandole una hoja de papel, donde el dibujo de un anillo permanecía.

—Me encanta...— susurra, detallandolo con mucho cuidado —¿Porque es verde la joya que lleva al centro?...— pregunta.

—Tus ojos son verdes...— es su respuesta.

—Sultán... ¿Como se llama la piedra?

Yeşim taşı

—Es hermoso su Majestad, estaré orgullosa de portar lo y feliz porque es mi esposo quien lo creará...— susurra en su oído.

YoonGi solo sonrie, con su mirada fija en esos ojitos verdes, como la naturaleza misma.

—Hoy es jueves mí Sultán y sé, que mi amado ha estado ocupado por los preparativos de la campaña así que su comprensiva esposa ha preparado entretenimiento para su Majestad por la noche...— susurra con su voz cambiando a una suave y delicada, dulce.

—Sabes que no debes preparar a una concubina...

—¿Esclava?. Ninguna esclava su Majestad.





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-Park.

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