Capitulo I
En el laboratorio de neurociencias de la Universidad de Seúl, un equipo de científicos liderados por la Dra. Emma Choi había estado trabajando en secreto durante meses en un proyecto que prometía revolucionar el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas. La Dra. Choi, una renombrada experta en neuroregeneración, había desarrollado un suero experimental llamado Synaptivax (SVX-101), que había mostrado resultados increíbles en ensayos clínicos con pacientes de Alzheimer y Parkinson. El suero, que contenía una combinación de factores de crecimiento y moléculas de señalización neural, parecía capaz de revertir el proceso de degeneración neuronal, restaurando la función cognitiva y motora en pacientes que habían sido considerados incurables. Sin embargo, la emoción y el optimismo que reinaban en el laboratorio se vieron bruscamente interrumpidos cuando, durante una prueba final, algo salió terriblemente mal.
La Dra. Choi había estado observando los resultados de los ensayos clínicos con creciente emoción. Los pacientes que habían recibido el suero Synaptivax (SVX-101) habían mostrado una mejora notable en su función cognitiva y motora, y algunos incluso habían logrado recuperar habilidades que habían perdido hacía años. Sin embargo, durante la última prueba, algo inesperado ocurrió. Uno de los pacientes, un hombre de 65 años con Alzheimer avanzado, comenzó a mostrar signos de agitación y confusión después de recibir la inyección. Al principio, la Dra. Choi pensó que era una reacción adversa temporal, pero pronto se dio cuenta de que algo estaba muy mal. El paciente comenzó a convulsionar y su piel adquirió un tono grisáceo, como si estuviera... cambiando.
—¿Puede ser un efecto secundario?—preguntó una joven científica, preocupada.—Podemos tratar de revertirlo...
La Dra. Choi se acercó al paciente, observándolo con atención.
—Es posible, pero... nunca había visto algo como esto.
Revisó sus notas y los resultados de los análisis, buscando desesperadamente una explicación.
—Hannah, revisa los protocolos de dosificación y los resultados de los análisis de sangre. Quiero saber qué salió mal.
La joven científica asintió y comenzó a revisar los datos en la computadora, mientras la Dra. Choi se acercaba al paciente, que ahora estaba inmóvil en la camilla, con los ojos abiertos, pero sin foco.
—Doctora, encontré algo extraño—dijo Hannah, mirando la pantalla con preocupación.—La dosificación del suero era correcta, pero... hay un compuesto adicional en la fórmula que no estaba en el protocolo original. Un... un agente neurotrófico experimental.
La Dra. Choi se volvió hacia ella, alarmada.
—¿Qué? ¡Eso no debería estar ahí! ¿Quién lo agregó?
La muchacha tragó saliva.
—No lo sé... pero creo que deberíamos llamar al Dr. Lee. Él fue el último en trabajar en la fórmula del suero. Y... hay algo más. El paciente está mostrando signos de... regeneración neural acelerada.
La Dra. Choi se quedó atónita.
—¿Qué quieres decir?
La joven científica se acercó a la camilla, mostrando la imagen de una resonancia magnética en la tablet.
—Mire. Su cerebro está... cambiando. Las conexiones neuronales se están regenerando a un ritmo increíble.
La doctora observó la imagen, incrédula.
—Esto es imposible. La regeneración neural no puede ocurrir tan rápido... no.
De repente, el paciente comenzó a convulsionar de nuevo, y su cuerpo se tensó. La Dra. Choi y la muchacha se acercaron a él, alarmadas.
—¡¿Qué está pasando?!—gritó la Dra. Choi.-¡Necesitamos estabilizarlo!
La joven científica conectó rápidamente un monitor cardíaco y comenzó a administrar un sedante.
—¡Doctora, su frecuencia cardíaca está aumentando!
La Dra. Choi miró el monitor, horrorizada.
—¡Está entrando en fibrilación ventricular! ¡Necesitamos desfibrilarlo, ahora!
Mientras luchaban por salvar la vida del paciente, la Dra. Choi no podía sacudirse la sensación de que algo había salido terriblemente mal. El suero Synaptivax (SVX-101) había sido diseñado para curar, no para matar. ¿Qué había ido mal? ¿Y qué estaba sucediendo con el paciente?
—¡Alguien llame al Dr. Lee, necesito respuestas de inmediato!
Una de las muchachas corrió a cumplir la orden de la doctora, mientras que ella se ocupaba del paciente. Sin embargo, la muchacha, por más que hubo recorrido todas las instalaciones del laboratorio en su búsqueda, no pudo encontrarlo. Incluso preguntó a los laboratoristas que trabajaban con él si lo habían visto en alguna parte, pero nadie sabía nada.
—¡Dra. Choi!—exclamó la joven, llamando la atención de la mujer que continuaba realizando RCP al cadáver de su paciente—. Lo siento, doctora... su corazón se ha detenido. Ya no hay nada que hacer...
—¡Mierda!—maldijo la Dra. Choi, dándole una patada a la camilla en un arranque de frustración. En ese momento, la muchacha que había ido en busca del Dr. Lee irrumpió en la sala—. ¡Al fin! ¿Encontraste al doctor?
—No, lo siento, doctora. Nadie sabe nada de él desde esta mañana.
La expresión de la Dra. Choi se transformó en una de incredulidad. ¿Cómo era posible que justo el día en que su paciente fallecía, el responsable se encontrara desaparecido? Esto le dejaba claro que, error o no, él había sido el culpable. Mientras asimilaba la situación y pensaba en las posibles consecuencias legales si la familia de la víctima presentaba una demanda por mala praxis, la joven Hannah notó un casi imperceptible espasmo en el cuerpo del fallecido. Se acercó cautelosamente y tocó su mano, que estaba fría, tan fría que le parecía imposible.
—¿Cómo...? Si ha muerto hace menos de cinco minutos—murmuró confundida. Entonces, otro espasmo, ahora un poco más violento, la sorprendió, haciéndola pegar un grito.—¡Está reaccionando! ¡Se está moviendo!
Tanto la doctora como la otra muchacha presente giraron sus rostros hacia el monitor, que mostraba una fina y recta línea, indicando la ausencia de pulso. Sin embargo, el cuerpo del paciente se sacudía bruscamente, como poseído por una fuerza desconocida. De repente, cobrado de vida, se abalanzó sobre Hannah, propinándole un mordisco mortal en la yugular. La joven gritó desgarradoramente mientras el hombre arrancaba pedazos de su cuello, llevándola a una muerte instantánea. El cuerpo de la joven científica cayó al suelo con un golpe seco, y la bestia se volteó hacia las otras dos mujeres, que observaban la escena petrificadas por el horror.
—Seol...—empezó a decir la doctora, pero no pudo acabar la frase. La bestia la embistió y clavó su afilada dentadura en su mejilla, arrancándole un alarido de dolor. La doctora sintió cómo la bestia desprendía la piel de su cara a mordiscos, lo que le causó un dolor insoportable.
Seol, incapaz de soportar la horrorosa escena, no dudó en huir despavorida, gritando y alertando a todo el que se encontrara en su camino sobre lo que había presenciado.
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"TERROR EN LA UNIVERSIDAD DE SEÚL (UNS). Más de diez cuerpos sin vida han sido hallados en el campus. Los fallecidos aparentemente fueron asesinados de manera brutal e inhumana. Entre las víctimas se encuentra la profesora y doctora especializada en neurociencias Emma Choi, líder del proyecto Synaptivax, un innovador tratamiento para enfermedades neurodegenerativas. Por otro lado, el paciente Park Minho, de 65 años, quien se había ofrecido como voluntario para las pruebas del suero SVX-101, sigue sin ser localizado."
En la pantalla, las imágenes mostraban a la policía científica trabajando en las escenas del crimen. Los cuerpos ya habían sido trasladados a la morgue, listos para ser examinados por el forense. Mientras tanto, los reporteros entrevistaban a algunos universitarios y profesores que habían presenciado los asesinatos. Los testimonios eran aterradores y parecían sacados de una pesadilla. No pudo seguir viendo y apartó la mirada de la televisión cuando la puerta de la cafetería se abrió, haciendo sonar una campanilla. Un muchacho con chaqueta de cuero y botas pesadas ingresó al local, peinando con sus dedos esos largos y rebeldes mechones de cabello que le caían en la cara. Era su hermanastro, quien le sonreía mientras se acercaba a la mesa donde él le había estado esperando por lo que parecía una eternidad.
—¿Dónde te metiste?—preguntó, molesto por su impuntualidad.
—Lo siento—se disculpó su hermanastro, tomando asiento frente a él.—Te hice esperar mucho? Hubo un accidente en la ruta y fue una verdadera odisea salir de ahí, te lo juro.
—¿Que si esperé mucho? ¡Estuve aquí desde las cuatro y ya casi son las cinco!—exclamó, exasperado.
—No te enojes, ya dije que no fue mi culpa. ¿Ordenaste algo mientras?—preguntó, notando la taza de cerámica en la mesa con restos de café.
—Tuve que hacerlo o me iban a echar a patadas de aquí.
—Lo siento, te pagaré la otra—se ofreció.
En ese momento, la camarera se acercó con su libreta y bolígrafo en mano, lista para tomar sus pedidos. Jimin pidió un batido de chocolate con una porción de budín, mientras que Jeongguk optó por un té de hierbas exóticas que su pequeño hermanastro nunca había oído mencionar, acompañado de un tostado de queso.
—¿Cómo ha ido tu día? Tu madre me contó que conseguiste calificar para las nacionales, te felicito—dijo Jeongguk con una sonrisa.
—¿Hablas con mi madre?—cuestionó Jimin, con las cejas alzadas, incrédulo.
—¿Qué quieres que haga? Tú no te dignas a contestarme un mensaje, ni siquiera los ves de casualidad. Si no fuera por tu madre, no sabría nada de ti—respondió Jeongguk, con un tono ligeramente reprobatorio.
—No tienes que tomarte tantas molestias, mi vida no es de tu incumbencia. Tienes a tus verdaderos hermanos para meterte en sus vidas con toda libertad.
—¿Por qué eres así? Solo quiero mantener el contacto contigo, puedes pensar lo que quieras, pero para mí eres mi hermano, y de hecho, legalmente lo eres—respondió Jeongguk, firmemente.
Jimin estaba a punto de replicar cuando un grito agudo y desgarrador se elevó sobre las voces de la cafetería, dejando a todos petrificados. Tras el grito, una serie de bocinazos desencadenó la conmoción en el local, y todos comenzaron a comentar y especular. Algunos se atrevieron a salir para investigar la razón de todo ese bullicio. Intrigado, Jeongguk también se levantó y se asomó por la puerta de cristal. Solo miró por un instante, pero fue suficiente para que regresara a donde su hermanastro con una expresión ensombrecida. Rápidamente, y sin dar ninguna explicación, tomó el brazo del menor y lo arrastró fuera del lugar. Jimin protestó, exigiendo una explicación de por qué lo había sacado de ese modo.
—¡Ya suéltame! ¿Qué estás haciendo?—gritó Jimin, tratando de zafarse del agarre de Jeongguk, quien caminaba a paso firme y veloz, impidiendo en todo momento que el chico mirase hacia atrás.
—Sólo camina, mi auto está cerca. No mires atrás, házme caso, por favor—ordenó Jeongguk con urgencia.
—¿Qué viste ahí? ¿Murió alguien?—indagó Jimin, intentando detener a su hermanastro.
—¡Jimin, solo cállate y obedece!—alzó la voz Jeongguk, logrando que el menor se encogiera intimidado.
Era la primera vez que Jeongguk le hablaba de ese modo, por lo que debía sentirse verdaderamente nervioso y preocupado como para recurrir a ese tono intimidatorio para hacerlo callar. Unos pocos pasos más y ya estaban entrando al vehículo del mayor. Jeongguk estaba tan afectado por lo que había visto que sus manos temblaban, tanto que las llaves se le cayeron. Frustrado, golpeó repetidamente el volante, haciendo sonar la bocina y asustando a Jimin con ese comportamiento que era tan inusual de ver en su hyung.
—¡¿Qué diablos te pasa?!—bramó Jimin, golpeando el brazo de Jeongguk.
—Nada... Dios, nada—murmuró Jeongguk, sin poder decir mucho más. Encontró la llave, encendió el auto y se puso en marcha, alejándose rápidamente del lugar.—Te llevaré a tu casa, ¿está bien? No quiero que salgas... por nada del mundo, ¿me oíste?
—¿Por qué? ¿Cuándo te has vuelto tan mandón?—preguntó Jimin, sorprendido.
—Jimin...—Jeongguk lo miró, revelando una gran preocupación y desesperación en sus ojos negros. Jimin quedó sin aliento, ¿era todo tan serio?
—Te haré caso—determinó, pasando saliva.
—Gracias.
Los minutos restantes estuvieron cargados de una insoportable tensión, como si una desgracia estuviera acechando a la vuelta de la esquina. Las manos de Jeongguk temblaban mientras sostenía el volante y Jimin no sabía qué sentir exactamente. Se preguntaba qué era lo que Jeongguk había visto para ponerse de ese modo, pero temía que la respuesta no fuera de su agrado, por lo que se abstuvo de preguntar de nuevo.
Jimin y su madre no vivían muy lejos del centro, por lo que en diez minutos ya estaban en la casa. Lo curioso es que, como nunca antes, la puerta principal se encontraba abierta de par en par. Jimin y Jeongguk compartieron miradas confundidas. Jeongguk decidió acompañar a su hermanastro hasta el interior de la casa, con paso cauteloso y con las alarmas de su cabeza sonando, advirtiéndole que algo no andaba nada bien en ese lugar.
—¡Mamá!—llamó Jimin al entrar en la sala, pero no recibió respuesta alguna.—¿Estará durmiendo? Suele dormir la siesta a esta hora—dijo Jimin, intranquilo.
—Quizás, ve a buscarla arriba. Yo me fijaré en la cocina—respondió Jeongguk, su voz llena de cautela.
Jimin asintió, sin comprender por qué Jeongguk se portaba con tanto cuidado, parecía un soldado en un campo minado, cuidando cada una de sus pisadas por miedo a detonar una bomba. El menor subió las escaleras corriendo y se dirigió directo al cuarto de su madre, donde la escena más horrorosa que podría ver en su vida se reveló ante sus ojos. Un alarido de horror escapó de su garganta, cayó al suelo, impresionado, y no podía hacer otra cosa que llorar aterrado en el umbral de la habitación. El grito de Jimin atrajo a Jeongguk inmediatamente, quien tuvo que hacer acopio de toda su fuerza y coraje para no desfallecer en ese momento. La madre de Jimin yacía en el suelo, atrapada bajo el cuerpo robusto de una mujer que Jimin podía identificar fácilmente como su vecina, la señora Jung, quien tenía enterrada la cara en el vientre abierto de su madre, devorando sus órganos con ansia.
—¡Mamá!—exclamó en un desesperado chillido, que le rasgó la garganta.
Jeongguk actuó por instinto, sacándolo de la habitación y cerrando la puerta con movimientos rápidos. Jimin intentó volver, pero el mayor no se lo permitió. Jeongguk envolvió el cuerpo tembloroso de Jimin con sus brazos, sujetándolo con tanta fuerza que Jimin no tuvo más opción que resignarse a sollozar desconsoladamente en los brazos de su hyung, pidiendo por su madre y exigiendo que lo soltara para poder ir a ayudarla, porque en su cabeza aún tenía la esperanza de poder salvarla. Pero Jeongguk sabía que no había remedio. Lo había visto cuando echó ese vistazo en la cafetería: a ese hombre que fue asesinado por otro a mordiscos y, en cuestión de segundos, se levantó para atacar a una mujer que se encontraba cerca. No sabía lo qué les estaba ocurriendo a esas personas, solo hacía lo que su instinto le dictaba, y este le decía que debía mantenerse muy lejos de esas... criaturas.
—No podemos hacer nada... no sé qué podemos hacer, Jiminie.—le susurró, presionando sus labios contra la frente del menor.
—¡No es cierto! ¡Ella está bien! Ella está bien... Jeongguk...
—No, tu madre... está muerta, Jimin. Los vi, vi lo que hacen esas... cosas.—su voz se quebraba más con cada palabra, era una locura, pero se decía a sí mismo que debía mantener la compostura, por el bien de su hermano menor.
Jimin lloró aún más fuerte, aferrándose al cuerpo de su hyung, ya no pudiendo soportar sus duras palabras.
—Está bien, está bien... puedes llorar, hyung está aquí, estoy contigo, peque.—le susurró Jeongguk, abrazándolo con fuerza y tratando de consolarlo.
Tiempo después, habiendo logrado convencer al menor de marcharse, Jeongguk dejó a Jimin en su auto y le pidió que aguardara allí mientras él iba por algunas cosas esenciales, como bocadillos, agua y una chaqueta para Jimin, que se encontraba usando nada más que un suéter fino y pronto empezaría a refrescar. Durante este corto lapso de tiempo, Jimin estuvo consolándose a sí mismo, abrazando sus piernas y llorando con el rostro enterrado entre sus brazos. Sin embargo, no esperaba que alguien fuera a dar un golpe a la ventana trasera del auto.
—¿Qué...?—murmuró, volteando el rostro hacia los asientos traseros, con sus ojos lagrimosos visualizó la figura de un hombre que, de un momento a otro, sin darle tiempo a reaccionar, golpeó su cabeza contra la ventana, la cual se astilló por la fuerza del impacto.—¡¿Qué está haciendo?! ¡Lárguese!—le gritó, pero en lugar de amedrentarlo, pareció motivarlo todavía más, provocando que el hombre diera otro cabezazo, esta vez pedazos el cristal.—¡¿Qué diablos le pasa?! ¡Jeongguk! ¡Jeongguk, hay un loco que...!
Pero no pudo decir nada más, pues el mismo hombre había conseguido meterse al auto, yéndose encima de él con una agilidad sobrenatural. Jimin intentó abrir la puerta del auto para salir, mientras retenía al salvaje hombre con sus pies, pero tarde comprendió que Jeongguk le había puesto el seguro para evitar que huyera en su melancolía y dolor. El hombre parecía un animal rabioso, babeando y gruñendo como si ansiara devorarlo. Lo que más le aterró, sin embargo, fue la sangre que chorreaba de su boca y los trozos de piel que colgaban entre sus dientes, además de esos ojos pálidos y opacos sin vida. Llamó a Jeongguk tantas veces, rogando para que apareciera y le quitara a ese animal de encima, sus piernas ya se estaban debilitando y su garganta ya no daba más, pensó un momento que sería fácil rendirse y dejarse llevar, así... iría con su querida madre, a dondequiera que ella estuviese. Pero el destino no tenía ese final previsto para él, pues justo cuando estaba aceptando su propia muerte, las puertas se abrieron de golpe y alguien lo arrastró hacia afuera, alejándolo de la bestia que le estaba atacando.
—¡Jimin! ¿Estás bien?—preguntó Jeongguk con voz llena de preocupación y miedo, temiendo que hubiera sufrido algún daño grave.
Sin embargo, no le fue posible responder, ya que aquella bestia se abalanzó contra el mayor, buscando desesperadamente un punto vulnerable para clavarle los dientes. Jeongguk intentó quitárselo de encima, pero era tan fuerte que incluso acabó en el suelo, a pesar de sus esfuerzos por hacer entrar en razón a esa persona. Era en vano, no respondía a sus palabras y su comportamiento errático era una amenaza, una que debía eliminar si quería mantenerse a salvo para proteger a Jimin. Eso lo había aprendido bien en su oficio: proteger a los que quieres tiene un gran precio, y él estaba a punto de pagarlo.
—¡Métete en el auto y tápate los oídos!—le gritó Jeongguk, Jimin le miró confundido.— ¡Haz lo que te digo, ¡ya!
Jimin no se negó a obedecer la orden, tal como se le indicó, se encerró en el coche y cubrió sus oídos, aplicando tanta presión con sus manos que los dedos se le tornaron blancos. Aunque eso no fue suficiente para impedirle escuchar el sonido agudo y seco del disparo, que resonó con fuerza en su mente, haciendo que su corazón comenzara a latir con un ritmo fuerte y acelerado. No quería ver, ni saber lo que Jeongguk había tenido que hacer para librarse de ese hombre. Tampoco se atrevió a preguntarle cuando este subió al auto con el rostro y la camiseta salpicados de sangre fresca. Menos aún Jeongguk dijo algo al respecto, ni siquiera le miró; simplemente sacó un paño de la guantera y se limpió el rostro, para luego ponerse a conducir con total calma y sangre fría. Jimin no estaba en condiciones de cuestionarle nada al mayor, durante todo el camino se limitó a llorar en silencio, abrazándose a sí mismo y evitando mirar a su hermanastro, pues las manchas de sangre que aún se podían apreciar en su cuello y camiseta lo llevaban a rememorar la fatídica escena con su madre. No quería recordarla de ese modo horrible. La sola visión de la sangre lo sumía en un tormento interior, sabía que en cualquier momento iba a volverse loco de culpa y arrepentimiento por abandonarla allí con esa cosa que la había asesinado. La impotencia y el dolor comenzaban a envenenarle el corazón.
—Te llevaré a un lugar seguro—dijo Jeongguk, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos—. Pero primero necesito pasar por la estación, ¿de acuerdo?
Jimin no respondió nada. Jeongguk hizo una mueca, pero no agregó nada más y condujo hasta la estación de policía. Sin embargo, de inmediato se arrepintió al ver que el lugar estaba infestado por esas personas que atacaban a diestra y siniestra indiscriminadamente. Rápidamente dio marcha atrás para alejarse de allí, pero no pudo continuar cuando una mujer desesperada, que cargaba a un niño pequeño en sus brazos, se colocó frente al vehículo rogándole que le permitiera entrar.
—¿Jeongguk?—le habló Jimin, viendo con pánico la expresión desesperada de la pobre mujer.
—No podemos—respondió Jeongguk, pero Jimin no se rindió.
—¡Jeongguk, déjala entrar!—le gritó el menor, con una mezcla de desesperación y compasión en su voz.
—Ya la mordieron—murmuró Jeongguk, con sus ojos fijos en las múltiples marcas de mordidas que cubrían el cuerpo de la mujer, evidencia ineludible de su infección.
—Vete al diablo—le espetó Jimin antes de bajarse del auto y dirigirse corriendo hacia la mujer, pero justo en ese momento, una de esas criaturas se abalanzó sobre la espalda de la mujer, hincándole los dientes en el hombro.
Ella, en un acto desesperado, prácticamente arrojó a su pequeño hijo contra Jimin, quien por pura suerte logró sujetarlo evitando que se estrellara contra el suelo. Jeongguk no tardó en aparecer frente a él, cubriéndolo para protegerlo de la terrible visión de un montón de criaturas devorando el cuerpo de la pobre mujer. Sus gritos desgarradores resonaban en el aire, pero ya no había modo de salvarla. Con movimientos rápidos, Jeongguk metió a Jimin en el auto mientras este estrechaba al niño contra su pecho, temblando intensamente. Era una escena de completa locura. Jimin todavía no podía procesar la muerte de su madre, y ahora había presenciado dos muertes más. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso era todo esto una terrible pesadilla de la que no podía despertar?
Jimin observó al pequeño que lloraba desconsoladamente en sus brazos, pidiendo por su madre con una voz que desgarraba el alma. El niño no tendría más de un año, y Jimin se sentía abrumado por la responsabilidad de tener que explicarle que no había sido capaz de salvar a su mamá. ¿Cómo podría hacerle entender que simplemente se quedó paralizado, observando en silencio mientras ella era despedazada por aquellos monstruos? Jimin lloró junto al pequeño. ¿Qué le pasaba al mundo? Estaba tan aterrado que su corazón palpitaba dolorosamente en su pecho, latiendo con una fuerza que le impedía respirar de forma correcta. Sentía que sus lágrimas le ahogaban, el desconsolado llanto del niño le envolvía y las imágenes de esas criaturas atacaban su mente sin descanso, como un tormento incesante. Jeongguk mantenía la vista fija en las calles, apartando con gritos y bocinazos a todo el que se pusiera en su camino, desesperado por escapar de aquel infierno. Por un momento, todo comenzó a sentirse lejano y distante. Ya no tenía fuerzas para nada, ni siquiera para llorar.
—¡Jimin!—le llamó Jeongguk, pero él sólo consiguió formular un débil "hyung..." antes de desfallecer.
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Hola, soy Cande ฅ^•ﻌ•^ฅ
Esta es mi primer historia, espero les guste mucho! 💜
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
Pdt: si tienen alguna duda o curiosidad no duden en comentarla, trataré de aclarar todas las que me sean posibles. ;)))
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