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𝐀rabella Campbell amaba su vida. Como hija única de un banquero y una profesora de un prestigioso colegio de música, jamás en sus diecisiete años de vida había conocido lo que eran la falta de dinero o atención. Era, en pocas palabras, la adoración de sus padres.
Desde pequeña había tenido una personalidad magnética que dejaba a todos a su alrededor encantados con su existencia. En la escuela; ese lujoso instituto privado de Nueva York, era la abeja reina, lo más alto en cuanto a estatuto social se refiere.
No podía quejarse, por más que se hubiera esforzado. Tenía todo a manos llenas, sus deseos eran materializados apenas los manifestase y a modo de agradecimiento con sus padres se esmeraba en sacar las mejores calificaciones de su curso.
"Una chica ejemplar" solían decir sus conocidos cuando hablaban de ella. Además, su madre le había transmitido una gran cantidad de conocimiento musical porque ella había mostrado un enorme interés en ello durante su infancia.
Por eso esa tarde llegó tan contenta a casa, su profesora de matemáticas le había puesto un sobresaliente en el examen final. La calificación más alta, el máximo honor tratándose de aquella docente, pues tenía fama de hacer que casi salones enteros repitieran esa materia.
-¡Mami, papi! ¡Estoy en casa!. -Se anunció apenas cruzó el umbral de la puerta.
No veía a sus padres en ningún lado, así que se dispuso a buscarlos en el despacho de su padre, donde era más probable encontrarlos. Efectivamente, los señores Campbell estaban allí, Bella podía escuchar el murmullo ahogado de sus voces al otro lado de la enorme puerta de caoba. Dio un par de toques gentiles pero firmes.
-¿Quién es? -Preguntó su padre.
-Yo, papi. ¿Puedo pasar?
Tras recibir el asentimiento de su progenitor, abrió la puerta. Ambos la miraron entrar, pero ninguno emitió una palabra. Arabella notó que sus padres se veían tensos, como si hubiesen estado discutiendo algo.
-¿Está todo en orden? -Se atrevió a preguntar en la pesada atmósfera que crecía en el despacho.
-Cariño... -Comenzó su madre, como si no supiera qué decir. -Tu padre y yo hemos estado discutiendo un asunto muy importante, tiene que ver con toda la familia.
Sin saber que decir, se limitó a mirar a su madre con sus orbes azules. El patriarca de la familia se aclaró la garganta y continúo lo que su esposa había iniciado.
-Hija, los negocios del banco van viento en popa, lo cual es magnífico porque eso representa un ingreso mayor para nosotros. Pero... el señor Jenkins me ha pedido un favor especial. -Las alarmas se encendieron en la cabeza de la joven. El señor Jenkins era el dueño y director del banco en el que su padre trabajaba, por ende, su jefe inmediato.
-¿De qué se trata, padre?
-La... La compañía empieza a internacionalizarse. Abriremos nuevas sucursales en Inglaterra.
-¿Vas a iniciar un viaje de negocios?
-¡Arabella! No interrumpas a tu padre. -La regañó su progenitora.
-Gracias, querida. Cómo decía, la compañía crece a pasos agigantados. El señor Jenkins quiere que yo en persona acuda a supervisar todo este proceso y... si sale bien me nombrarán director de aquella parte del banco.
Arabella dejó salir el aire que estaba conteniendo y se acercó al escritorio tras el que estaba sentado el hombre con una sonrisa enorme en el rostro. ¡Aquellas eran excelentes noticias! Su padre conseguiría un asenso, y uno muy bueno. Director de las sucursales de Inglaterra, ese era un honor enorme.
-Padre, es maravilloso. -Le aseguró.
-Solo hay un detalle. Eso implica mi mudanza hasta allá. No puedo estar sin ustedes dos, mis razones de ser. Entonces... Los tres nos mudaremos a Inglaterra.
La sonrisa que adornaba los labios de la rubia se borró de golpe. No, eso no podía estar pasando.
-Te va a encantar Liverpool, cielo. -Prometió su madre. -Puede que sea un lugar un poco modesto para vivir, pero es precioso. Con el tiempo quizá nos traslademos a Londres y...
-No. -Dijo Bella. Ambos padres la voltearon a ver extrañados.
-¿Disculpa?
-¡No! Mi vida está aquí. Mis oportunidades, mis amigos, mi casa. ¡Todo! Mi audición en Capitol Records es en dos semanas. No puedo irme de aquí. -Decretó, como si aquello verdaderamente dependiera de ella.
-Hija, hay más disqueras que Capitol. -Obvió su padre, como si aquello zanjara el asunto.
-Linda, allá están EMI y Decca, ninguna le pide nada a Capitol. Podrás triunfar allá.
-No, madre. Aquí ya tengo una reputación. Me ha costado tres años de esfuerzo que Capitol se fije en mi. ¿Allá me costará tres más que alguna de esas disqueras me voltee a ver? ¿No puede ir solamente papá?
-Me pides algo muy difícil, Arabella. Separar a la familia.
-Padre, no sería para siempre.
-Pero sí al menos dos años.
Arabella abrió los ojos a más no poder.
-¡Dos años!
-Cuando menos, sí.
-No me voy. Puedo quedarme con nonna. -Ella intentó que eso sonara a orden, pero más bien se escuchó como súplica.
-No seas imprudente, Arabella. Tu abuela ya no puede hacerse cargo de nadie. Ella necesita descansar. -La regañó su padre.
-Por favor... no. Se los suplico. -Imploró ella.
-Sadie Arabella Campbell. Somos tus padres y ambos sabemos lo que te conviene, así que prepara tus cosas, porque nos iremos a Reino Unido te guste o no. -Decretó su padre. De inmediato supo que no había escapatoria. Nunca le habían alzado la voz, nunca le habían dicho "no". Jamás una petición había sido declinada.
Soltó un suspiro y echó a andar hacia su habitación. Miró todo, preguntándose a qué grado iba a cambiar su vida allá. Oh, Arabella, no te imaginas cuando.
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