
셋
Mark estaba feliz, más feliz de lo usual. Su sonrisa era tan amplia que sus ojos casi desaparecían de su rostro. Hoy, en unas cuantas horas, Yuta iría a visitarlo y pasarían la tarde dándose mimos y mucho amor. Incluso había ordenado sus juguetes en sus cajas —con algo de ayuda de su madre, pero esto, el pelinegro no lo sabría— Y perfumado sus peluches con la loción de vainilla de su hermana mayor.
Le hubiera gustado pintarse con su maquillaje como hacía cuando estaba solo y aburrido en casa, pero su mami le había dicho que cuando amas a alguien, lo último que importa era su físico y ya que Yuta lo amaba, prefirió no hacerlo; al menos no ese día.
Miró por la ventana, pero Yuta aún no llegaba. Puchereó mientras fingía ver la hora en el reloj redondo con pajaritos en la sala, pues este aun no lo sabía leer. Pero pronto aprendería y no tendría que preguntarle a Yuta que hora era y él estaría orgulloso y le daría palmaditas en la cabeza y dejaría un besito en su frente como hacia cada vez que el menor le contaba uno de sus logros.
Quería verlo rápido y colarse en sus brazos para sentirse calentito.
Llevó sus manitas al plato de galletas que tenía a lado suyo, comenzó a comer con el entrecejo fruncido. Yuta se estaba tardando demasiado, quería que llegara cuanto antes para estar más tiempo juntos. Movió sus piececitos, balanceándolos en el aire, ya que no lograba tocar el suelo por la gran altura del sofá.
El timbre sonó y Mark se levantó de un salto de su asiento y corrió hasta la puerta, con una gran sonrisa en su rostro la abrió; sin pensarlo dos veces, se colgó del cuello del pelinegro, quien se sujetó del marco de la puerta para no caer. Sonrió al sentir el olor a uva que desprendía el menor.
—Yuta ¿Dónde estabas? ¡Tardaste mucho! —el nombrado río enternecido. Veía a Mark como esa clase de esposas que se molestaban cuando su esposo llegaba unos minutos tarde debido al transito. Cuando se casaran todas sus tardes serían interesantes si su pequeño seguía teniendo esa actitud controladora. Se río al imaginarlo persiguiéndolo con un maso de cocina por no poner las cosas en su lugar y no pudo resistirse al impulso de llenar sus mejillas de besitos. No podría esperar tanto tiempo para casarse con él— Te extrañé mucho, hyung —el menor hizo un puchero y Yuta no tardo en tomar sus mejillas y apretarlas con mucho amor, lo que hizo sonreír al menor.
—Lo siento, Makku. Te prometo que no tardaré la próxima vez —tomó sus manitos entre las suyas y las besó, las mejillas de Mark se encendieron y bajó la mirada, haciendo que el corazoncito de Yuta se derritiera— También te extrañé, pequeño —se abrazaron con mucha fuerza, un abrazo que los hizo suspirar, mientras las mejillas de ambos se tornaban de un rosa pálido.
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